Pasemos por alto que fuera a un
par de bembeses con puro espíritu científico, entre cartesiano y pasteurino. Su
carácter se había templado allá lejos, y eso, ya de grandecito, no se arregla
ni con prótesis. Resultó ser un observador despasionado, lúcido, como frígido.
Una especie de Open the house tirando más para open the home. Quizá por ello
cayó como Timba, en la trampa que trazó, como tarántula entusiasta, el jefe
Guarapachango —el Guara—, siempre verdecito por fuera y luciferino por dentro,
vegetal hidropónico, que crece y se hincha con su propia agua. Se hechizó usted
con Guarapachango, su energía —los desórdenes mentales son así— y su densidad
tropológica. Es posible que adivinara en el personaje la honda influencia del
francés Derrida, porque el Guara ha vivido decontruyendo.
Eso me asombra de usted, acostumbrado hasta
entonces a fluir, a saltar, a atravesar grupos y fronteras. Se pasmó con un
gobierno cuya principal leña de identidad era repartir parejo, con sus héroes y
tumbas, donde sobresalía aquel médico argentino que curaba la gripe fusilando a
los pacientes, y a quien no le hacían mucha gracia los intelectuales cubanos
del modelo suyo. Pienso que el imán no era tal, sino que venía cantado, como
fatal profecía, por aquel viejo refrán que menciona la calle que daba como natal:
"Guarda pan pa' mayo, y Maloja pa' tu caballo". Así rodó bajo el
equino.
Mas, cuando se olió el curso de los
acometimientos, sacó una mano y pidió botella estatal, y no paró hasta la
Ciudad Luz nuevamente, enfundado ya en crudo dril gubernamental. Croissant con
guarapo. Allí la chaúcha no faltaría por culpa de Pato Macho, a pesar de que,
según un menestro actual, la cosa mejora en el país donde ya no está: "se
alcanza un consumo de nutrientes estimado de unos 3.305 kilocalorías y 85,5
gramos de proteínas diarias… por encima de las normas mínimas de la FAO".
Para adivino, Dios. No esperó a eso, que a veces es bolo y FAO, pero a las
mallas, que inca muchísimo.
Pasemos también eso por alto —yo, me bajo—,
que ya han hablado en su centenario de que toda su obra parecía construida
gracias a su desmesurado apetito. Intelectual, por supuesto. Demos agua a
consagraciones y primaveras, y a otros recursos de meticulosos métodos —y de
paso me perdonará que yo siempre le dije a una obra suya "El herpe me asombra"—.
Corramos también un tupido pelo sobre
ciertas racanerías, y la erre arrastrada, que pudo ser también implante,
creación arquitectónica personal, o una patología conocida como dislalia
orgánica. Con un par de décadas en Santiago de Cuba, o de los Caballeros, se
habría corregido. El defecto digo. Pero Alejo, el deslumbre con Guarapachango…
uf, está oscuro y sigue oliendo a queso. Y no a Camembert precisamente.
Máxime cuando ya le habían preguntado, unos
metros antes de irse en la corriente del Orinoco total, lo siguiente:
"¿Cómo explica usted el hecho de que la América Latina haya producido
tantos dictadores?", y sin que le temblara la tenue maloja respondió:
"Simplemente: la Amégrica Latina es un continente que se encamina implacablemente
hacia las forgmas sociales más avanzadas, hacia el socialismo". Eso sí era real, pero
nada tenía de maravilloso.
Y mire qué barroco se había vuelto: tenía a
uno de ellos, ejemplar espléndido, pegado al sobaco. No me extraña que el mismo
Guarapachango, agradecido, lo hiciera patrimonio ahora. Es una pura y simple
operación militar, como si hubiera nacionalizado otra bodega. Una de lujo, repleta
de vinos franceses.
(Carta a Alejo Carpentier. Publicada en Cubaencuentro)
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