Pero fue debajo del mosquitero
cuando me di cuenta de que para entender la lógica de las generaciones
literarias en Cuba, lo más recomendable es olvidarse de todos esos libros
insubrayables, de la catarata de antologías; incluso de José Antonio Portuondo
(La historia y las generaciones), y ver Animal Planet.
“¿Qué hacen esos murciélagos?”, pregunta la enfermera de turno,
señalando dos animales que parecen estar besándose en una especie de parodia a
lo Disney del cortejo humano.
“Son murciélagos vampiros”, le digo como si estuviera entrecomillado,
“uno de ellos está regurgitando sangre dentro de la garganta del otro”.
“¡Aj! Ojalá no hubiera preguntado”.
“Cuando los murciélagos vampiros vuelven de una noche fuera”, dice la
voz en off de Morgan Freeman desde el fondo del televisor, “el que ha
tenido suerte comparte a veces su cena ambulante con los que están en ayunas. A
primera vista parece altruismo, pero un murciélago ahíto solo comparte la
sangre con otro con el que tiene un acuerdo recíproco para el caso de que las
circunstancias se invirtieran, por lo que en realidad es una estrategia de
supervivencia”.
¿Acaso no es esta la lógica de la Generación Cero? Ahmel Echevarría
regurgitando sangre en la garganta de Dazra Novak; Orlando Luis Pardo Lazo
regurgitando sangre sobre sí mismo; Legna Rodríguez Iglesias regurgitando
sangre en la garganta de Jamila Medina; Jorge Enrique Lage regurgitando en la
garganta de Osdany Morales; Raúl Flores en la garganta de Michel Encinosa;
Lizabel Mónica en la garganta de Lia Villares; Oscar Cruz en la de José Ramón
Sánchez, Abel Fernández-Larrea en la de…, y así sucesivamente como un poema de
Gertrude Stein o un reguetón bellaco.
(Esta columna no va de eso, pero qué jodido es ser murciélago: defecas
bocabajo; solo puedes follar seis semanas al año; toda la colonia entra en celo
al mismo tiempo; a las hembras solo les interesa una cosa: tu esperma. Tienen
una especie de truco ginecológico para mantenerlo dentro de sus vísceras hasta
el momento en que quieren quedarse preñadas. Entonces se van a una cueva
semillero en algún lugar caliente —donde solo se permite la entrada a las
hembras— para tener sus crías. Su índice de mortalidad infantil es una
vergüenza).
Apelar a la estrategia generacional —en un país que supone que cualquier
manuscrito encontrado de Lezama, escrito cuando tenía 13 años, es más
interesante que lo que sea que tú y tus amigos publiquen—, le ha dado resultado
a esta (de)generación de autores.
Algo tenían que inventarse, porque ya se sabe que las editoriales
cubanas —pastoreadas por el Estado— hacen una especie de coaching
insoportable, el coaching de un país que no deja de recordarte lo mal que está
el resto del mundo. El Estado cubano es como ese coach motivacional que te
dice: “Lo creas o no, eres un escritor con suerte. A tus treinta años te has
librado de sufrir las consecuencias del capitalismo salvaje, del mercado, de
los contratos denigrantes que firman miles de escritores, de tener dos y tres
trabajos nada literarios para sobrevivir; a tus treinta años, además…”, y te
sacan un montón de cosas absurdas: la necrofilia, hemorroides, el labio
leporino… “Lo creas o no, eres un escritor con suerte porque te has librado de
todas esas cosas que hacen a los escritores de otros países desdichados,
insatisfechos, quebrados, desesperados…”, aunque no vacilas ni un instante en
considerarte a ti mismo un tipo desdichado, insatisfecho, quebrado y
desesperado…
Por cierto, en el prólogo de Cuba in Splinters, Orlando Luis
Pardo Lazo narra todo esto que ni Spielberg en Salvar al soldado Ryan.
Fue debajo del mosquitero cuando me di cuenta de que muchos exponentes
de la Generación Cero creen que tienen una obra, pero todo lo que tienen son
currículos. Esto —que sus currículos
parecen expedientes de la EIDE Mártires de Barbados— lo pueden comprobar
ustedes mismos: Primer Premio de Gimnasia Rítmica, Accésit de Ajedrez, Mención
Especial en Nado Sincronizado…, leemos en los expedientes de los deportistas.
Primer Premio de Poesía Corcel de Fuego, Accésit El dinosaurio, Mención
Especial en el Concurso Internacional de Cartas de Amor Escribanía Dollz…,
leemos en las hojas de vida de nuestros escritores.
¿Qué tiene que ver una mención en el Premio Fundación de la Ciudad de
Matanzas con la literatura? Nada en absoluto.
Hablemos claro: en la nómina de la Generación Cero hay algunos autores
—ya ni tan jóvenes ni tan “jóvenas”, como diría Nicolás Maduro— a los que, creo
yo, parecía que les gustaba leer, y no sé por qué se impone que si te gusta
leer tienes que escribir. ¿Qué relaciona una cosa con otra? A mí me encanta
dormir y no por eso me pongo a hacer una cama.
Cuánto se echa de menos en Cuba aquel concepto que acuñara Cyril
Connolly en los años cuarenta del siglo XX: la menopausia del escritor. Era
aquello de que un autor podía empezar con grandes ambiciones, con la aspiración
atolondrada de hacerle sombra al mismísimo Shakespeare, pero que siempre
llegaba un momento en el que tenía que reconocer que su talento no daba para
más. Que la historia de la literatura cubana, por ejemplo, no va a cambiar por
él.
Se pueden leer muchos eufemismos sobre la Generación Cero: que si es una
“literatura sin cualidades”, que si “nuevarrativa”, que si se trata de una
“literatura menor”, de escritores “inadvertentes”, que lo suyo es “no mostrarse
como inscripción sino como textualidad efímera”…, pero ¿a qué viene tanta
levadura semántica? ¿Se puede reunir más épica de la nomenclatura (“cero”) en
una sola palabra? O, dicho de otro modo: ¿se puede acertar más que con
Generación Cero? A mí la etiqueta “Generación Cero” —alternativa apocopada del
otrora “Generación Año Cero”— me pareció siempre algo más que una declaración
de principios o de musculación, puede que sea incluso una petición de
benevolencia.
Seamos benévolos, porque que con la Generación Cero todo es literatura.
Oye, ¡todo es literatura cubana! Mi iPhone es literatura, mi Instagram es
literatura, mi teta y mi pubis depilado son literatura, mi pene es
superliterario, mis preferencias sexuales son literatura, mi disidencia…
Pero me desvío. Otro dato curioso sobre la tradición literaria cubana,
que también aprendí de Animal Planet, es que los koalas recién nacidos se comen
las heces de sus madres porque sus intestinos no están preparados para digerir las
ramas del eucalipto; hasta que la bacteria que descompone el eucalipto no está
firmemente instalada en el cuerpo del bebé, su madre le prepara potitos con su
mierda. Es decir, que el koala se desarrolla y se prepara para enfrentarse a su
nueva vida comiendo la mierda de su progenitora. No se me ocurre nada mejor
para describir el presente de esta Generación en la Isla.
Las próximas “Maquinaciones”, al igual que el libro de Mark Oliver
Everett (Things the Grandchildren Should Know), estarán escritas en
plan: “Cosas que los nietos deberían saber sobre la Generación Cero cubana”.
Literatura —como dirían Residente & Bad Bunny— bien, bien bellacosa.
(La Generación Cero y la
mierda de los koalas. Hypermedia Magazine, diciembre 2019)