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Monday, December 23, 2019

Antonio Villarruel vs. “Calibán”, de Roberto Fernández Retamar


“Calibán” apareció en un momento de durísimo disciplinamiento de artistas y pensadores cubanos, siempre según Rojas. Sin embargo, pese a la inmensa capacidad intelectual de su autor, el libro es un extraño amasijo de nativismo postcolonial con ataques personales a escritores y pensadores. Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes fueron pasados por las armas de la prosa de Fernández Retamar durante sus diversas ediciones. Pero “Calibán” no es un libro insólito por estas razones. Lo es porque ha sido uno de los artefactos ensayísticos más retocados de la literatura latinoamericana.
   Cuando era niño, en mi casa de Quito, había un ejemplar cubano que seguramente no superaba las setenta páginas. Muy distinto del musculoso tomo que encontré en el aeropuerto de La Habana, hace unos ocho años. Fernández Retamar retocaba su obra una y otra vez, dependiendo de las necesidades políticas del gobierno de su país y de las rencillas literarias en las que se inmiscuía. Una de las citas más célebres de “Calibán”, es, de hecho, el “mariposeo neobarthesiano de Severo Sarduy”, que delató, a él y su régimen, como una junta de homófobos ilustrados.
   A medida que Cuba se volvía una parodia de sí misma, Fernández Retamar retocaba su texto para volverlo contemporáneo, aunque el resultado fuera un collage de concordias contextuales. Hay “Calibanes” para todos los gustos: el de 1971 o los de 1987, 1991, 1992, 1993 o 1995, año a partir del que cae en un extraño olvido, tal vez provocado por su anacronismo en pleno Período Especial, que mataba de hambre a la población cubana, o porque sencillamente los estudios postcoloniales se volvieron trending topic para comprender la realidad latinoamericana. Por eso, es imposible afirmar que se leyó el “Calibán”. Podría decirse, más exactamente, que se leyó uno de los “Calibanes” disponibles.
   No es casual que el redescubrimiento de este libro fuera impulsado y legitimado por la universidad estadounidense. En 2003 apareció su versión definitiva, prologada por Fredric Jameson, uno de los teóricos más conocidos en el área de las humanidades anglosajonas. De esta versión hay, hasta donde sé, ediciones argentinas, cubanas y puertorriqueñas. Lo que comenzó como ensayo de revista cultural, terminó como una de las biblias de diversas generaciones de militantes de izquierda, cada cual con el ejemplar que más le convenía.
   Como gesto poético, el mismo año de la última reescritura de su libro más famoso, Fernández Retamar mandó fusilar a tres hombres acusados de robar una “Lanchita de Regla” con que pretendían llegar a los Estados Unidos. De otros gestos similares tiene llena la memoria el poeta y ensayista cubano Antonio José Ponte, quien me los contó detalladamente una más de sus tardes en el exilio.
   El mejor epitafio para esa embarcación de muchachos muertos es justamente un cuarteto que Fernández Retamar escribió en 1962, sin saber de la sentencia que saldría cuarenta años más tarde de su puño y letra: “Eres la forma de nuestra existencia/Eres en que nos afirmamos/Eres la hermosa, eres la inmensa caja/Donde irán a romperse nuestros huesos/ Para que siga haciéndose su rostro”.

(Roberto Fernández Retamar: Calibán en el paredón. La República, agosto 2019)

Tuesday, December 17, 2019

Gilberto Padilla Cárdenas sobre la Generación Cero


Pero fue debajo del mosquitero cuando me di cuenta de que para entender la lógica de las generaciones literarias en Cuba, lo más recomendable es olvidarse de todos esos libros insubrayables, de la catarata de antologías; incluso de José Antonio Portuondo (La historia y las generaciones), y ver Animal Planet.
   “¿Qué hacen esos murciélagos?”, pregunta la enfermera de turno, señalando dos animales que parecen estar besándose en una especie de parodia a lo Disney del cortejo humano.
   “Son murciélagos vampiros”, le digo como si estuviera entrecomillado, “uno de ellos está regurgitando sangre dentro de la garganta del otro”.
   “¡Aj! Ojalá no hubiera preguntado”.  
   “Cuando los murciélagos vampiros vuelven de una noche fuera”, dice la voz en off de Morgan Freeman desde el fondo del televisor, “el que ha tenido suerte comparte a veces su cena ambulante con los que están en ayunas. A primera vista parece altruismo, pero un murciélago ahíto solo comparte la sangre con otro con el que tiene un acuerdo recíproco para el caso de que las circunstancias se invirtieran, por lo que en realidad es una estrategia de supervivencia”.
   ¿Acaso no es esta la lógica de la Generación Cero? Ahmel Echevarría regurgitando sangre en la garganta de Dazra Novak; Orlando Luis Pardo Lazo regurgitando sangre sobre sí mismo; Legna Rodríguez Iglesias regurgitando sangre en la garganta de Jamila Medina; Jorge Enrique Lage regurgitando en la garganta de Osdany Morales; Raúl Flores en la garganta de Michel Encinosa; Lizabel Mónica en la garganta de Lia Villares; Oscar Cruz en la de José Ramón Sánchez, Abel Fernández-Larrea en la de…, y así sucesivamente como un poema de Gertrude Stein o un reguetón bellaco.
   (Esta columna no va de eso, pero qué jodido es ser murciélago: defecas bocabajo; solo puedes follar seis semanas al año; toda la colonia entra en celo al mismo tiempo; a las hembras solo les interesa una cosa: tu esperma. Tienen una especie de truco ginecológico para mantenerlo dentro de sus vísceras hasta el momento en que quieren quedarse preñadas. Entonces se van a una cueva semillero en algún lugar caliente —donde solo se permite la entrada a las hembras— para tener sus crías. Su índice de mortalidad infantil es una vergüenza).
   Apelar a la estrategia generacional —en un país que supone que cualquier manuscrito encontrado de Lezama, escrito cuando tenía 13 años, es más interesante que lo que sea que tú y tus amigos publiquen—, le ha dado resultado a esta (de)generación de autores.
   Algo tenían que inventarse, porque ya se sabe que las editoriales cubanas —pastoreadas por el Estado— hacen una especie de coaching insoportable, el coaching de un país que no deja de recordarte lo mal que está el resto del mundo. El Estado cubano es como ese coach motivacional que te dice: “Lo creas o no, eres un escritor con suerte. A tus treinta años te has librado de sufrir las consecuencias del capitalismo salvaje, del mercado, de los contratos denigrantes que firman miles de escritores, de tener dos y tres trabajos nada literarios para sobrevivir; a tus treinta años, además…”, y te sacan un montón de cosas absurdas: la necrofilia, hemorroides, el labio leporino… “Lo creas o no, eres un escritor con suerte porque te has librado de todas esas cosas que hacen a los escritores de otros países desdichados, insatisfechos, quebrados, desesperados…”, aunque no vacilas ni un instante en considerarte a ti mismo un tipo desdichado, insatisfecho, quebrado y desesperado…
   Por cierto, en el prólogo de Cuba in Splinters, Orlando Luis Pardo Lazo narra todo esto que ni Spielberg en Salvar al soldado Ryan.
   Fue debajo del mosquitero cuando me di cuenta de que muchos exponentes de la Generación Cero creen que tienen una obra, pero todo lo que tienen son currículos. Esto   —que sus currículos parecen expedientes de la EIDE Mártires de Barbados— lo pueden comprobar ustedes mismos: Primer Premio de Gimnasia Rítmica, Accésit de Ajedrez, Mención Especial en Nado Sincronizado…, leemos en los expedientes de los deportistas. Primer Premio de Poesía Corcel de Fuego, Accésit El dinosaurio, Mención Especial en el Concurso Internacional de Cartas de Amor Escribanía Dollz…, leemos en las hojas de vida de nuestros escritores.
   ¿Qué tiene que ver una mención en el Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas con la literatura? Nada en absoluto.    
   Hablemos claro: en la nómina de la Generación Cero hay algunos autores —ya ni tan jóvenes ni tan “jóvenas”, como diría Nicolás Maduro— a los que, creo yo, parecía que les gustaba leer, y no sé por qué se impone que si te gusta leer tienes que escribir. ¿Qué relaciona una cosa con otra? A mí me encanta dormir y no por eso me pongo a hacer una cama.
   Cuánto se echa de menos en Cuba aquel concepto que acuñara Cyril Connolly en los años cuarenta del siglo XX: la menopausia del escritor. Era aquello de que un autor podía empezar con grandes ambiciones, con la aspiración atolondrada de hacerle sombra al mismísimo Shakespeare, pero que siempre llegaba un momento en el que tenía que reconocer que su talento no daba para más. Que la historia de la literatura cubana, por ejemplo, no va a cambiar por él.
   Se pueden leer muchos eufemismos sobre la Generación Cero: que si es una “literatura sin cualidades”, que si “nuevarrativa”, que si se trata de una “literatura menor”, de escritores “inadvertentes”, que lo suyo es “no mostrarse como inscripción sino como textualidad efímera”…, pero ¿a qué viene tanta levadura semántica? ¿Se puede reunir más épica de la nomenclatura (“cero”) en una sola palabra? O, dicho de otro modo: ¿se puede acertar más que con Generación Cero? A mí la etiqueta “Generación Cero” —alternativa apocopada del otrora “Generación Año Cero”— me pareció siempre algo más que una declaración de principios o de musculación, puede que sea incluso una petición de benevolencia.
   Seamos benévolos, porque que con la Generación Cero todo es literatura. Oye, ¡todo es literatura cubana! Mi iPhone es literatura, mi Instagram es literatura, mi teta y mi pubis depilado son literatura, mi pene es superliterario, mis preferencias sexuales son literatura, mi disidencia…
   Pero me desvío. Otro dato curioso sobre la tradición literaria cubana, que también aprendí de Animal Planet, es que los koalas recién nacidos se comen las heces de sus madres porque sus intestinos no están preparados para digerir las ramas del eucalipto; hasta que la bacteria que descompone el eucalipto no está firmemente instalada en el cuerpo del bebé, su madre le prepara potitos con su mierda. Es decir, que el koala se desarrolla y se prepara para enfrentarse a su nueva vida comiendo la mierda de su progenitora. No se me ocurre nada mejor para describir el presente de esta Generación en la Isla.
   Las próximas “Maquinaciones”, al igual que el libro de Mark Oliver Everett (Things the Grandchildren Should Know), estarán escritas en plan: “Cosas que los nietos deberían saber sobre la Generación Cero cubana”.
   Literatura —como dirían Residente & Bad Bunny— bien, bien bellacosa.

(La Generación Cero y la mierda de los koalas. Hypermedia Magazine, diciembre 2019)

Monday, December 9, 2019

Antonio José Ponte vs. Abel Prieto


Seré breve: el ministro Abel Prieto lideraba la batida. Le correspondía por ser ministro de Cultura, porque su sucesor en la presidencia de la Unión de Escritores no parecía estar a la altura y porque sus superiores del Ministerio del Interior esperaban por resultados. Añadir a esto la venganza personal, porque yo había publicado en el suplemento cultural del diario español ABC una reseña negativa sobre su primera novela, en la que él había puesto tantas esperanzas. Incluso llegué a burlarme del hecho de que él fuera ministro.
   Llegado el momento, me mandó un recado a través de conocidos comunes. Se lo dijo a varios, para que me llegara sin falta: “Díganle a Ponte que él no va a ser Brodsky.” No se trataba, como entendí enseguida, de que leyendo una biografía de Brodsky fuera a enterarme yo de lo que no iba a ocurrirme. Porque, ¿quién va a creer en la promesa de un esbirro? Era, simplemente, el modo que encontró él para bajarme los humos, para que, como se dice popularmente, no fuera a creerme cosas.
   Sin embargo, el ejemplo de Brodsky me sirvió de mucho, aunque no el Brodsky de la lección policial de Prieto. Me sirvió para evitar la vanagloria en que suelen caer quienes se sienten víctimas de un Estado, y para declinar la lástima que suele dedicarse a esas víctimas. Así que mejor hablar poco de todo esto. Lo cual vale también para la cuestión del exilio, del sentirse exiliado, etc. Lección aprendida en entrevistas a Brodsky y en testimonios sobre él: Solomon Volkov, Liudmila Stern, el volumen de conversaciones publicado por la Universidad de Misisipi…
   Claro que no fui Brodsky, y que lo que me ocurrió fue nada comparado con aquello por lo que él pasó, pero recibí una lección de Brodsky. Lección buscada por mí mismo y no por ninguna sugerencia de Abel Prieto, porque cuando nos referimos él y yo a Brodsky lo hacemos desde sentidos contrarios. Yo pienso en el Brodsky escritor, procesado judicialmente o no, perseguido o no, desterrado o no. Abel Prieto, en cambio, prefiere pensarlo tal como alcanzaban a pensarlo los esbirros de la Lubianka.
   Prieto no es ministro por el momento, aunque puede volver a serlo si sus jefes le silban. Ocupa ahora el puesto oficial de Niña de Guatemala, que antes ocupara el exministro Hart, y tiene la encomienda de enamorar de Martí a quien se le ponga por delante. Sin embargo, tal como dices, hay quienes empiezan a darse lengüetazos de gato a sí mismos con tal de limpiarse, y habrá que ver a dónde va a parar Abel Prieto en unos años. En cualquier caso, espero que sus obligaciones oficiales le dejen tiempo para continuar su carrera de novelista. Porque su primera novela era mala, la segunda (que también tuve el gusto de reseñar) era infame, y espero que siga avanzando por ese camino.

(El acento Ponte. Una conversación. Entrevista con Ibrahim Hernández Oramas. Rialta magazine, septiembre 2018)

Tuesday, December 3, 2019

Andrés Reynaldo vs. Leonardo Padura (3)


De hecho, Padura no improvisa. Su obra es un coherente esfuerzo para humanizar la figura del policía castrista y problematizar, a veces con tintes de folletín, la obvia interpretación de la destrucción de un país sometido a la opresión y la miseria por una familia y su mafia vasalla. El detective Mario Conde lleva casi 30 años sin encontrar al asesino del Estado de derecho.

(La ecuación de Padura. Diario de Cuba, agosto 2019)