Total Pageviews

Wednesday, September 30, 2015

Emilio Ichikawa vs. Leonardo Padura

La narrativa de Leonardo Padura es mediocre, o “medialuna”. Pero no tanto como sus opiniones acerca de la misma literatura, la historia y la política. Que, además de ser mediocres, son cretinas.
   No obstante, cuando asomaron las primeras críticas porque aquellas supuestas “arduas investigaciones históricas” que él habría realizado sobre Trotsky en verdad podían encontrarse en cualquier biblioteca pública de Estados Unidos, México y España, Padura tuvo el pudor de rebajar su propia expectativa y declarar que “yo escribo básicamente para un público cubano”. Es decir, para un público que por carecer de información suficiente sobre algunos temas que el poder ha considerado sensibles, se le puede mentir. Si el propio autor no tiene la honestidad de renunciar a hacerlo.

(Ninoska sobre Padura: ¿Insolencia o ingenuidad? Blog Emilio Ichikawa, octubre 2013)

Tuesday, September 29, 2015

Zoé Valdés vs. Norberto Fuentes

Norberto Fuentes es sin duda alguna uno de los escritores más comprometidos con el horror castrista, que participó junto a los hermanos La Guardia en cada una de sus fechorías, como él mismo lo ha contado magistralmente en su literatura. Sin embargo, Norberto Fuentes es ahora el mejor aliado del Raulismo Light al parecer, el que decide quién es y quién no es la opción anticastrista, según reciente entrevista en el periódico El Mundo. Bien, yo solo les digo, pobre Cuba, pobres cubanos. Lo único que espero ya es que la gente de a pie despierte y arrase con todo, incluido los oportunistas y descarados, pero dudo que eso suceda.

(Según Ernesto Hernández Busto yo escapo a su “modesta comprensión”. Blog Zoé Valdés, enero 2011)

Monday, September 28, 2015

Guillermo Rodríguez Rivera vs. Encuentro de la cultura cubana

Yo percibo en Encuentro un creciente desplazamiento hacia las posiciones clásicas del exilio de Miami.
   Se trata de una concepción que descalifica esencialmente a la Revolución Cubana y la valora con un desenfoque que es, justamente, el que ha conducido al exilio miamense al permanente fracaso de sus estrategias políticas con respecto a Cuba.
   La advierto desde el número dedicado a las transiciones políticas (¿es el 9?), en el que se compara a Cuba con los países de la Europa del este, y se sugiere para el nuestro —como en un son salsero de Willy Chirino que circuló bastante en la Isla— un destino semejante al de ellos.
   Pero la Revolución Cubana fue una hecha «desde abajo», por un pueblo que la apoyó en su absoluta mayoría, mientras que los regímenes de la Europa oriental —con la excepción de la Yugoslavia de Tito— fueron colocados en el poder por el Ejército Soviético tras desalojar a las tropas nazis. Creo que esta diferencia no está de más para ayudar a entender por qué la caída del muro de Berlín y la desaparición de la propia Unión Soviética no tuvieron para Cuba la repercusión liquidadora que el exilio de Miami esperaba.
   Como no es posible equiparar Cuba a la España franquista o al Chile de Pinochet, porque no es lo mismo una revolución popular, que regímenes fascistas que aplastaron los atisbos de revoluciones populares.
   Las transiciones del régimen franquista y del pinochetista a la democracia, jamás pusieron en juego las estructuras socio-económicas establecidas de España y Chile. Del mismo modo que no había sobre España ni sobre Chile ningún embargo económico, ni leyes como la Torricelli y la Helms-Burton, ni se decretó nunca, por ninguna potencia extranjera, leyes de ajustes español o chileno, que permitieran la libre entrada (incluso la ilegal) de ciudadanos de esos países en una poderosa nación vecina que se aliara a esos exiliados para procurar el derrocamiento de sus gobiernos.
   La transición cubana, como se concibe en el exilio, es bien diferente. Para decirlo en los términos que emplea Jesús en su «Introducción» al número 18, el de Cuba sería «un futuro democrático de economía abierta». Si no entiendo mal, me temo que esa «apertura» se asemeje, como una gota de agua a otra, a la que demanda el exilio de Miami el que, para volver a la Isla para «seguir desarrollando libremente su identidad», traería a ella sus «capitales y experiencia acumulados». Lo que ocurre es que esos capitales y esa experiencia ya estuvieron en Cuba durante toda la primera mitad del siglo xx, y para nada evitaron que nuestra historia desembocara en la Revolución de 1959. Hace falta algo más. Yo diría que mucho más.
   Encuentro ha puesto su acento —como dijera el maestro René Touzet en un bolero inmortal, «cada vez más»— en una desequilibrada valoración del exilio miamense a la que corresponde una sistemática denostación de la vasta obra social de la Revolución Cubana, en la que ha estado y está involucrada la mayoría del pueblo cubano. Esa obra dista mucho de ser perfecta, pero es absolutamente imposible desconocerla y no valorarla en su enorme importancia. Y sobre todo: no se puede ignorar paladinamente las huellas que ella ya ha dejado en la conciencia cubana, la que no permitirá que «le descoloquen» la soberanía de su nación.
   Me parece claramente ilustrativo de ese acento en la política editorial de la publicación, el dossier sobre Miami que Encuentro publica en su número 18.
   Falta en él una valoración crítica del exilio, de su política, al margen de que los cubanos suelan ser individualmente generosos y «querendones», o de la exitosa inserción de los cubanos de Miami en la poderosa economía norteamericana. Esa valoración —que explique el por qué del fracaso de más de cuarenta años de enfrentamiento a la Revolución— no aparece en los artículos de Luis Goytisolo, Lourdes Tomás, Uva Clavijo y Ramón Alejandro que lo integran.
   No sé si habría dentro de Cuba autores capaces de abordar esos temas, pero hay figuras del mismo exilio (Luis Ortega, José Pertierra, Max Lesnick, Carlos Rivero, Francisco Aruca, por sólo mencionar los que ahora recuerdo) que acaso podrían contribuir a producir ese balance, lo que aportaría un equilibrado caudal de información con vistas a un diálogo que espero que alguna vez sea realmente posible.
   La carencia de esa pluralidad es la que hace que Encuentro se haya convertido, creo, en una publicación más del exilio, y no sea la portadora del proyecto que enunció en sus orígenes.

(Carta a Encuentro de la cultura cubana, Encuentro No. 20, primavera, 2001)

Friday, September 25, 2015

Reinaldo Arenas vs. Delfín Pratts

El teniente Gamboa insistía mucho en mi soledad, en que todos mis amigos me habían abandonado y nadie iba a hacer nada por mí. Insistía también en mis relaciones sexuales con Miguel Barniz. Al principio me preguntó cómo estaba mi amante y yo no sabía a quién se refería porque, en realidad, yo había tenido tantos que no podía saber de quién se trataba; entonces, me dijeron que se referían a Barniz y me preguntaron varias cosas acerca de él, incluso bastante íntimas. Siempre, aunque un individuo sea aliado de la Seguridad del Estado, ellos quieren tener todos los elementos posibles sobre esa persona para cuando caiga en desgracia o lo quieran eliminar. En aquel momento, yo no tenía nada que decir de Barniz.
   “¿Y las hermanas Brontë?”, me preguntó una tarde aquel oficial. En ese momento comprendí que una de las personas que había informado sobre mí, durante muchos años era Hiram Pratt; las hermanas Brontë eran los hermanos Abreu, y sólo Hiram Pratt sabía que yo les llamaba cariñosamente de ese modo. El teniente sabía de nuestras reuniones en el Parque Lenín y de nuestra amistad. No me sorprendió demasiado el hecho de que Hiram Pratt fuera un delator; después de vivir todos aquellos años bajo aquel régimen, había aprendido a comprender cómo la condición humana va desapareciendo en los hombres y el ser humano se va deteriorando para sobrevivir; la delación es algo que la inmensa mayoría de los cubanos practica diariamente.
   Supe, al salir de la cárcel, que Hiram Pratt, bajo presión de la Seguridad del Estado, había ido a visitar a casi todos mis amigos averiguando dónde yo estaba escondido, cuando estaba prófugo. También fue a ver a mi madre.
   La noche en que supe que Hiram era un delator, regresé a la celda bastante deprimido.

(Antes que anochezca, Tusquets, 1992)

Thursday, September 24, 2015

Enrique Ubieta vs. Orlando Luis Pardo Lazo

Pero entre la presentación de Gaarder y el acto dedicado a Marré ocurriría el Gran Acto del Día en la explanada de acceso a La Cabaña y, claro, se impuso mi curiosidad por verlo. Tengo que confesar que me distraje un rato, no tanto por la rumba que bailaba una comparsa de niños y jóvenes en la calle, después del parqueo, como por las decenas de niños que empinaban sus papalotes. Tuve que apurarme para llegar antes de que el perfomance finalizara. Un individuo que hablaba y gesticulaba como Napoléon, declaraba su inconformidad porque el libro suyo –aprobado por alguna editorial cubana--, no hubiese sido incluido en el presupuesto del pasado año y lo distribuía en CD. Uno pudiera suponer que ese tipo de acción no recabaría la atención de los grandes medios. Equivocación total. Más importante que Jostein Gaarder, que Santiago Alba, que Luis Marré o que Silvio Rodríguez (y que otros muchos excelentes autores, cubanos y extranjeros), resultó ser para algunos medios ese breve perfomance que presenciaron doce socios y algunos transeúntes curiosos como yo.
   Otra feria, pero circense. Supongo que si un medio tiene dueño y ese dueño quiere mostrar otra feria –aunque sea circense--, y no la Feria, pues el infortunado periodista en lugar de entrar al recinto ferial y disfrutar de sus opciones culturales, tendrá que esperar en una explanada hasta que llegue un escritor despechado de estilo napoleónico a declarar su inconformidad. No es, desde luego, cualquier inconformidad: en el único país del continente donde una Feria del Libro es un acontecimiento cultural masivo, que recorre cada año sus principales ciudades, una inconformidad, una sola, expuesta ante las cámaras de la CNN, o en las páginas de El País (el artífice de la desconocida bloguera) libera a los desdichados periodistas de tener que explicar algunas verdades incómodas. Viéndolos, recordé que varios amigos míos tienen libros pendientes de publicación, y que –poco imaginativos al fin--, no supieron aprovechar la ocasión; porque si usted quiere que el mundo entero lo conozca como escritor no publique sus libros, tenga paciencia, espere hasta la próxima Feria y convoque a la CNN (hágale previamente saber que hablará mal del Gobierno revolucionario). Tendrá éxito. Será un éxito efímero, fugaz, pero tendrá sus cuatro minutos de fama. ¿Para qué están esos medios extranjeros si no es para remodelar la realidad cubana y adaptarla a la noción que de ella tienen sus dueños?

(La Feria y la feria. Blog Cambios en Cuba, febrero 2009)

Wednesday, September 23, 2015

Anónimo vs. Zoé Valdés

Por otro lado, al mencionar los “poemas revolucionarios” de Rivero, Zoé Valdés olvida que la contratapa de su propio poemario ―el único libro que publicó en Cuba― dice (y copiamos textualmente, porque ella no es la única que conserva libros ajenos para evitar que a uno le vendan gato por liebre): “Recibió el Primer Premio de Poesía ‘Roque Dalton y Jaime Suárez Quemain’ en el concurso auspiciado por Radio Venceremos, emisora clandestina de El Salvador en armas”. Y en este punto hay que señalar su desfachatez al asegurar en una entrevista (8 de enero de 2009, El Cultural, España) que solo se enteró que el premio lo auspiciaba la radio guerrillera de El Salvador en el momento de la premiación, cuando todo el mundo sabe que, en Cuba, las bases de los concursos siempre incluían a sus auspiciadores. Pero dicen que más pronto se coge a un mentiroso que a un cojo. Si hemos de creer en su versión de que no sabía quién auspiciaba el concurso, ¿podría explicar la señora Valdés por qué su poemario está plagado de alusiones y dedicatorias a guerrillas y guerrilleros salvadoreños? ¿Será que tiene talento de adivinadora y no nos hemos enterado?
   Por lo visto, Valdés tiene memoria selectiva. Acusa a Rivero de escribir poemas revolucionarios y olvida los que ella misma publicó en ese primer libro, por ejemplo, “Poesía guerrillera”, dedicado a Haydeé Santamaría, y “Comunismo poético”, dedicado a Alfredo Guevara, director del ICAIC, al que debe agradecer los años que vivió en París junto a su primer esposo y al que ahora ataca cada vez que se acuerda. En el poema dedicado a Alfredo Guevara, Valdés canta el desembarco del Granma por Fidel Castro, cuando dice “Doce duendes desvelados en una isla habitada / por el monstruo, / doce duendes barbudos…”. En “Poemas para un país salvado”, que encabeza con una cita de Roque Dalton, dice: “En un libro de poemas un guerrillero encontró / fórmulas metafóricas de cómo hacer la paz / el comunismo […] El Salvador respirará livianamente cuando la revolución sea / un suave silbido en el oído de los muertos”. Y en “Respuestas a Roque Dalton” proclama, en una oda inflamada, que “esa será la leyenda de la revolución, / una interminable poesía atravesando el espejo verde / de tus emociones”. Por último, la farabunda, perdón, furibunda bloguera devenida republicana, olvida que en ese poemario ella misma celebró la muerte de un presidente republicano. Su poema “En el cementerio de Hollywood” empieza diciendo “Aquí yace Ronald Reagan, actor” y termina con: “Sus póstumas palabras fueron: ‘¡Pero si sólo ensayaba, / mi vida está en manos de dios!’ / Esta vez Dios fue enérgicamente justo”.

(publicado en la red, 2011)

Tuesday, September 22, 2015

Pedro Llanes vs. Jorge Angel Hernández Pérez

En su reciente trabajo de opinión «Entre la leña y el fuego: ¡a los problemas de fondo!» Jorge Ángel Hernández Pérez (HP) aprovecha sus retruécanos suasorios llenos de fraseo para palear el disenso  provocado por «De qué me quejo» de Jorge Luis Mederos, aparecido en Umbral 29. Después de unas cuantas parrafadas mal construidas arremete bruscamente contra la revista acusándola «de un problema de fondo […] cuya crisis parece importar poco». Una de las causas de «crisis» esgrimida se sustenta en la ceguera de las instituciones que «generan problemas vinculados con importantes escritores nuestros, a los que se coloca en desempeños para los cuales no se han mostrado afines». Hacia final de texto con el ademán de inquisidor de los antiguos legados para materia de fe invoca a «que podamos llevar el asunto a paralaje [la parallaxis del Almagesti de Ptolomeo, digo yo], a que también sintamos que, en tanto se trata de una publicación de nuestra cultura, nos corresponde parte de la responsabilidad, en el análisis y la solución de los problemas que la están rodeando». El hecho de que Umbral hubiese publicado a Mederos y que las inquietudes alrededor del tema salieran a la luz ya comenzaron a irritar al querido polemista, a quien le place por instinto echar el anzuelo en las aguas revueltas. Los enunciados de Jorge Ángel Hernández, in primis, son fáciles de responder porque no pertenecen al género de los discursos argumentativos a los que se refieren R.Rorty o Karl Otto Apel, sino a otros de carácter pragmático, propagandístico. De todas formas, como se insiste en llevarnos a «paralaje» no estaría de más, antes, alguna que otra palabra que aclare tanta majadería.
(…)
   Umbral trató de interpretar de manera diferente la cultura del centro y la versionó no de acuerdo con un casuismo que proviniera de conceptos de grupo, sino  a partir de la utilidad y el respeto a todos sus actores. Las publicaciones artísticas, incluidas las revistas, son factores de poder y esto no es ignorado por su exdirector. Quien las controla, controla también el poder cultural. HP desea con todas sus fuerzas hacerse al centro de ese protagonismo y de ahí el intríngulis de su contrapunteo nada disimulado conmigo y el oscuro sentido de sus cabildeos y estratagemas mediáticas que a nadie pueden engañar. Publiqué «De qué me quejo» de Jorge Luis Mederos a pesar de sus desvaríos; me parecía sincero, diferente, como los textos erráticos pero apasionados de los anarquistas que desempolvan (G. Deleuze, Felix Guattari) la función de la regla porque esta «…es un rotulador de poder antes de ser un rotulador sintáctico». En el número 437 de la Gaceta del Fondo de la Cultura Económica del pasado año, dedicada a los grandes anarquistas y que HP tal vez quisiera conocer, Armando González Torres afirma que «debido a un añejo estereotipo, el anarquismo suele tener mala reputación y se considera una doctrina exaltada y disolvente capaz de inspirar los peores excesos», coincidente con Tomás Granados quien define la anarquía como «una palabra que no encuentra acomodo en el limbo de la indiferencia».
   Ese trabajo (el de Mederos) hubiera podido generar pensamientos alrededor de cierta topicidad, pero a estas alturas ya no espero nada saludable en medio de tanto oscurantismo y tanto oportunismo. El odio no puede ser nunca un argumento ni nos podemos bañar dos veces en el agua de Heráclito. Tengo pocos amigos, por supuesto, sin compromiso de defenderme y no acostumbro a mezclar a las instituciones en mis asuntos. No estoy dispuesto a que me cerquen por razones de poder ni a convertirme en comidilla de la manipulación. «El que es más hábil que tú con la lengua —dice Martínez Furé citando el proverbio peul— te comprará por un perro si quiere». Si en última instancia me viera obligado a retractarme a causa de Mederos, antes reconvendría a Jorge Ángel Pérez por aquella polémica  con Agustín de Rojas, para la que no di mi consentimiento, redundante y vacía de sentido, que él a la cabeza de Umbral, entonces aprobó en un consenso amañado. Una mentira dicha cien veces podría parecerse a una verdad debido a factores de constatación ajenos a la vida de las instituciones. La campaña de descrédito que implicaba mi gestión y mi persona necesitaba al menos que se respondiera. No sin cierta ironía muchos se preocupan por los desvelos neorretóricos del señor sabelotodo, quien a despecho de la advertencia de Jürgen Habermas de que la semiótica ha muerto insiste en el viejo pasatiempo. De los métodos de Hipias al abstruso pensamiento de Lotman va mucho trecho, aunque esto no implique ya a HP, quizás porque no sea lo mismo charlatanería que sofística o semiótica.

(El odio como argumento. Circulado por e-mail, 2008)

Monday, September 21, 2015

Lorenzo García Vega vs. Cintio Vitier, Eliseo Diego, Dulce María Loynaz, Lezama Lima, Angel Gaztelu, Gastón Baquero…

A mí me parece una desvergüenza total lo que Cintio y Eliseo han escrito y dicho sobre la revolución castrista. No puedo menos que afirmar que es una desvergüenza, repito.
   Hubo una total separación entre lo que se es y lo que se quería ser. Se era un hombre ambicioso, éramos ambiciosos, como todos los hombres, deseosos de ser reconocidos en literatura. Pero como eso no se podía, se hacía lo que la zorra con las uvas: no me gustan porque no las puedo alcanzar.
   Yo creo que un poco de eso había en nosotros, tenemos que reconocerlo. Ambición teníamos. Éramos un grupo mítico, separados de la literatura. Eso es lo que le sucede a todos los literatos y no es nada nuevo. Lo especial en Orígenes es que, por las dificultades tremendas que teníamos, no podíamos alcanzar el triunfo. Luchamos mucho y realizamos una labor muy valiosa, eso fue una gran verdad. Éramos merecedores, en un medio hostil y eso fue una gran realización. Pero tuvimos la gran falla crítica de no analizarnos en muchas cosas.
   A fuer de no ser triunfadores, nos vestimos con una ética romántica de rechazo que era una mentira. Nos disfrazamos como héroes románticos que desprecian el triunfo. Me acuerdo que Cintio decía: "Gracias a Dios que vivimos en un país donde no existe la literatura". Pero cuando llegó el desbarajuste del castrismo y de verdad tuvimos que enfrentarnos a la realidad, en muchos de nosotros, algo de conquistar el triunfo literario, el héroe romántico se convirtió en una máscara un tanto ridícula.
   Se dio, pues el absurdo de que convertimos en telenovela lo que en verdad habíamos sido. Habíamos sido un grupo decente en un medio chusma y desvergonzado que hicimos una obra seria en medio del desprecio. Pero como teníamos que disfrazarnos de héroes románticos y no podíamos ver la realidad, sobrevino lo grotesco y la farsa. Como hijo de buen vecino, como humanos literatos que somos, aceptamos las prebendas que el castrismo podría traernos: Eliseo y El Caimán Barbudo.
   Pero como la mentalidad  de la época de la resistencia y ética romántica nos había hecho sentir que éramos diferentes, al pactar con Castro, con el demonio bendito, seguimos con lo que ya era un mito folletinesco: héroes católicos-románticos, videntes de cúpulas absurdas.
   Fuimos, paradójicamente, los farsantes de lo que había sido cierto. Vivimos, por segunda vez, como comedia, lo que antes pudiera haber sido tragedia. Ridiculizamos nuestros mejores méritos.
   Todo esto, repito, sostenido por un romanticismo a toda mecha: Lezama hablaba de la moral de las excepciones. ¿Qué significa eso? Significaba en su caso que se podía ser bugarrón, escribir Paradiso y sentirse inocente. Significaba que el poeta podía escribir sobre el Che Guevara y considerarse que estaba fuera de la política. Significaba que se podía elogiar a Dulce María Loynaz, esa momia que sirvió para el rejuego castrista con los negociantes españoles, y haber pensado durante los años de Orígenes que la Dulce María Loynaz era ilegible, como en efecto lo consideraban.
   La moral de las excepciones fue la moral de la irresponsabilidad. Esto podría pasar en la Cuba anterior a Castro, cuando no había historia. Pero después que el gángster entró en la historia y Cuba empezó a sonar, había que afrontar las cosas críticamente y no escribir los abominables panfletos como Ese sol del mundo moral.
   Cintio fue culpable, respondo. Lo que hizo, una desvergüenza. ¿Cómo lo juzgo? No lo juzgo. Trato de cuestionar, lo más honestamente que pueda, el pasado origenista. Es lo único que se puede hacer. Pero, desgraciadamente, no solo fue Cintio y ese asturiano cazurro que siempre fue Eliseo, sino también Lezama, con sus vacilaciones edipianas, y el cura Gaztelu, metido en una abominable entrevista con el G-2, donde no tenía por qué estar.
   Ni Gastón Baquero, el origenista que nunca fue origenista. Pero que después de un pasado político aborrecible, se prestó al merengue de la reconciliación; las dos orillas, con los ñángaras o infelices que quedan allá.

(“La tremenda mentira que hay en el mito de Orígenes”; entrevista con Enrico Mario Santí. Diario de Cuba, Jun. 2012)

Friday, September 18, 2015

Duanel Díaz vs. “La vanguardia peregrina”, de Rafael Rojas

Como en sus dos anteriores libros de tema cubano, Rafael Rojas insiste en presenter como libro más o menos orgánico una colección de ensayos autónomos; este volume sobre lo que el autor llama “exilio vanguardista” cierra con “un recorrido por las imágenes del mar en la literatura cubana de los dos últimos siglos” (p. 179). Posiblemente sea este, junto a los ensayos dedicados a Calvert Casey y a Julieta Campos, el major del libro, pero el balance final es, en mi opinión, decepcionante. En La vanguardia peregrina lo que daría coherencia al conjunto no es ya, como en El estante vacío y La máquina del olvido, un tema común a los ensayos recopilados, sino una hipótesis que, por demasiado forzada, cunado no francamente errónea, se derrumba como un castillo de naipes a lo largo del libro.
(…)
   Julieta Campos, García Vega y Nivaria Tejera no son peregrinos. Peregrino es el libro que tan a la ligera ha pergeñado Rafael Rojas. Aunque la mayoría de las paradas del trayecto, en su afán de exhaustividad, se nos hacen demasiado lentas, a la vez dan la impresioón de haber sido escritas muy rápidamente, como en una carrera de vallas donde se fueran superando los obstáculos (Kozer, Sarduy, Campos, García Vega…), pero donde los autores, su centro, apenas se los roza. En algunos ensayos, como el dedicado a Sarduy, esto es particularmente obvio: las lecturas de Barthes y Deleuze aparecen de la manera más ostensible, en la superficie misma del texto, como si no les hubiera dado tiempo a madurar. Lo que se ofrece al lector es fast food, falta solera. Sobra previsibilida y rastreo de “referencias”, falta intensidad y algo de sorpresa.
   Recuerdo ahora el primer libro de Rafael Rojas que leí; fue Isla sin fin; me lo prestó Carlos Aguilera, y ya en la parada del camello, en la esquina de Tejas, empecé a leerlo; milagrosamente, me puede sentar, y seguí leyendo, llegué a la casa y seguí leyendo; era la voracidad con que se leían en Cuba los libros “de afuera”, los que te prestaban por unos cuantos días, los que hacía tiempo andabas detrás de ellos. Como tenía que devolverlo, copié en mi 486 muchos párrafos de ese libro. Encontré allí una cierta agudeza, una visión, una intensidad, que se echa en falta en el último Rojas. Hasta la prosa, que entonces me pareció excelente, ahora me resulta plana y desvaída, viciada por el name dropping —a veces erróneo (¡Thomas Mann vanguardista!, p. 40), casi siempre innecesario— y por cierto abuso nominalista de términos como “inscripción”, “inserción”, “recepción”, “reubicación”, “instalación”, “asimiliación”, “neutralización”, “localización lateral”…
   Lejos de haberse ido librando con los años de todo ese peso muerto, los ensayos de Rojas, a juzgar por sus más recientes libros de tema cubano, se vuelven cada vez más profesorales, que no magistrales. A estos, sigo prefiriendo Isla sin fin y El arte de la espera, libros más logrados, superiores en todos los sentidos. Rafael Rojas ha sido, puede ser, tiene que ser mejor que La vanguardia peregrina.

(Un libro peregrino. Academia.edu, abril 2014)

Thursday, September 17, 2015

Armando Añel vs. Rolando Jorge

En ese sentido, los pone-palabras y críticos de pasillo, los murmuradores de las mafias de salón, esos para los que la calidad de un libro se mide por su peso en libras (por la cantidad de palabras que han logrado juntar en interminables horas robadas a la vida, y sé de algunos que si te dan en la cabeza te matan), nunca entenderán un poemario como el que nos ocupa. Incapaces de tocar la poesía ni con una uña pero muy vitales en su arrogancia, ahogándose en un mar de jeroglíficos prestados, son minuciosamente incapaces de ver más allá, en el horizonte, la autenticidad de libros como Hábitat (Neo Club Ediciones, 2013), la nueva propuesta de Joaquín Gálvez.

(Joaquín Gálvez nos estremece de nuevo. Neo Club Press, octubre 2013)

Wednesday, September 16, 2015

Ramón Fernández-Larrea vs. Hilarión Cabrisas (1)

La cumbre de lo espiritual es hacerse poeta o árbitro de pelota. Ya sé que todo hombre es un árbitro, y por declinación, poeta. Pero los hay que no sólo exteriorizan ese razonamiento metafórico, sino que lo escriben, y llegan al colmo de publicarlo, contaminando así a sus congéneres. Era su caso. Perdón, era su caso un caso singular entre los hombres, a pesar de que hubo muchos que se dedicaron a la producción de melcocha. Usted les superaba porque poseía una sensibilidad a medio camino entre el fabricante de guarapo lírico y el decorador de carrozas de carnaval; entre el grabador de sortijas y el fabricante de serpentinas.
   Era de Matanzas, cosa que no me extraña mucho a esta altura de la vida. Nacer en Matanzas en 1883, y dedicarse, con temblorina pluma, al genocidio sentimental, viene como cantado. Sólo usted, entre la tropa de jenízaros románticos de la época, pudo llegar a esa cumbre de lo picúo en su famoso y ambiguo poema A Safo, cuando escribió: "guardan el tabernáculo de mi hostia maldita".
   Ligar tabernáculo con hostia, y calificarla de maldita, es una de las acciones más atrevidas que se han hecho en poesía. Cada vez que mi vida ha corrido peligro, en los instantes de mayor tensión emocional, cuando la saliva se me convierte en cuchillas de afeitar, recito mentalmente ese poema y el ataque de risa relaja mis músculos con unos espasmos que algunos médicos han confundido con un ataque de epilepsia.
   El misterio de su éxito lo encuentro en ese abismo cósmico de su nacimiento y su destino laboral. Parido un 9 de mayo no podía hacer otra cosa, ya crecidito, que irse a radicar a Cienfuegos, en lugar de la ruta normal que dictaba la evolución: irse a La Habana. ¿Y qué hizo en Cienfuegos? Trabajar como químico en una fábrica de jabón. He ahí el origen de todas sus pompas, lo resbaloso de sus símiles, la pulcritud de sus tropos. Un tropo bañado se estropea. Una metáfora se hace demasiado espumosa si se le añade sosa cáustica. O se queda sosa o termina quemando.
   Si no se hubiese llamado Hilarión, nombre que lleva a la hilaridad, sino Rafael, toda su obra podría ser catalogada como una felonía. Hilarión es un Hilario agudo, agigantado, demasiado sonoro para vivir en un barrio tranquilo. Estaba tan lleno de música que no sé cómo sus contemporáneos no lo aplastaron para que se hiciera disco. Quizá no le alcanzaba la pasta para eso. Un disco lleva surcos, y los poetas le huimos a esa palabra como al demonio. Pudieron, sin embargo, amputarle los brazos para que no escribiera, pero sospecho que los hubiera dictado, así que no habría quedado más remedio que hacerle la lobotomía. La ciencia no estaba tan desarrollada por entonces. Usted pudo salirse con la suya y consagrarse como un poeta floral.
   ¿Pueden los poetas mentir? Un poco, sí, cómo que no. La sensibilidad obliga a sublimar. El poeta puede permitirse cosas más concretas que el discurso de un político, que suele ser precisamente de concreto. Un poeta tiene licencia para soltar alguna que otra mentirijilla, algún algodonazo impalpable, ciertas promesas delirantes que a nadie dañan. Lo que no le está permitido a un poeta es engañar, y menos repetirlo sin ser acusado de alevosía. Y mucho menos sonar, en sonoros endecasílabos, una guayaba como esta suya: "Aquel amor de ensueños que te canté al oído / a otras dormidas vírgenes les he vuelto a cantar". Me opongo.
   Comenzando porque no sé explicarme dónde encontró esa cantidad de vírgenes dormidas a quienes afirma haberles cantado. O tenía menos voz que un miembro de la Nueva Trova o era dueño de una carga hipnótica insoportable y llena de sopor. A una virgen no se le musita nada al oído, como tampoco se le entonan cancioncitas. No. A una virgen dormida se le despierta y se le rescata de esa onerosa condición virginal. Entiendo que no podía hacer usted otra cosa. Estaba atado a su estilo. Era prisionero de su leyenda, aunque me ha llegado el rumor de que en realidad aborrecía a las vírgenes y a las no vírgenes, y lo que realmente disfrutaba era del contrabando de butifarras por la trastienda.
   ¿Puede un poeta fingir? Es posible. Si a diario se fingen amores al pueblo y orgasmos de alcoba, cómo no puede un versificador tirar algún que otro engañoso pasillo. La posibilidad de fingir del poeta es personal e intransferible. Y es su responsabilidad ser comedido en el engaño, porque luego va la gente humilde, se cree todo lo que se dice en los versitos, confía en cosas como el amor eterno, en que la unión será hasta la muerte, y una mala mañana rocían de kerosene al marido y lo convierten en monje budista ardiendo sin permiso del incendiado. Si una escritura tan bonita impulsa luego a la puñalada trapera, al desquicie por ensoñación o a que la gente consuma con glotonería telenovelas y bolerones, ya el poeta es un criminal.
   De esa catadura llegó a ser usted. Una fachada de poeta soñador, que ni se acercaba a una buena tuberculosis, como todos saben debe ser un poeta romántico. Ni una tos, ni un esputo, ni un carraspeo. Más musical que un tío vivo. Más tocado que una pandereta en reunión de borrachos. Más abrumador que una maruga o la clausura de un congreso del partido comunista.
   Le salva, de alguna manera, que a ratos tenía destellos de autocrítica. Por eso tituló uno de sus libros Breviario de mi vida inútil, del que abreviaron miles de inútiles, calmando sus bajas pasiones poéticas. Versificar con facilidad, con ritmito, con cadencia —moviendo las cadencias impúdicas— y rellenando todo con oropeles y adjetivos rimbombantes es provocar que a la gente le suba y le baje la pasión arterial. Y lo peor de todo es que esos versos cantarinos se recuerdan con más facilidad que los 25 sabores que tuvo en sus inicios la heladería Coppelia. Son de por vida.
   Cuando el siglo XX dejó de tomar leche y le salió acné juvenil, hizo usted una cosa monstruosa: dejó de fabricar jabones para dedicarse al periodismo. Conozco casos actuales que han realizado el trayecto a la inversa en el periodismo cubano, y hoy por hoy construyen unos intragables ladrillos jabonosos de la peor calaña.
   Qué horror un verso como este: "Inútilmente domo mis antojos", que anda jociqueando parejo con "¡y me enterré el cadáver en el alma!". Después de eso siguió usted vivo, campechanísimo, preparado para escribir esa Historia me absolverá de la ranchera sentimental que es La lágrima infinita. Con tanto valiente que había en esa época pululando por bares y cafetines y que nadie se atreviera a aporrearlo un poco a ver si se le pasmaban los arroyos poéticos.
   Y eso que había estudiado en Barcelona. Con ese motazo en su currículo se hacía poco menos que intocable. Podía pastar a mansalva porque ya habían pasado otros rellenando el corral de cisnes y la orilla de doradas caracolas. Por eso soltaba cosas como "ni apaga nuestra sed la misma fuente" y se iba a tomar un café con leche sin que le temblara el pulso, aunque hubiera levantado en vilo un fiambre sobre el alma primitiva de la nación con estos dos clavos de olor: "Después, cargué mi amor rígido y yerto. / Lloré mucho; recé, velé a mi muerto…", como si un difunto necesitara adjetivarse en su rigidez y ser rociado por agua de lagrimal.
   Me quedan cosas por decirle. Muchas. Borbotones en la camisa y en el buche, toneladas de objeciones. Lo dejaré, si me lo permiten usted y "el fardo de mi vida trunca". Cuestionaré ligeramente su llanto incontenible y el poema que más famoso le hizo: el del cunnilingus versificado. Le dejo arrodillado hasta entonces, jadeante y con la lengua afuera.
   De todos modos nos dejó pronto, más le valía. En su descarga —que no fue, a mi pesar, una descarga de fusilería— digo que no le dio por lo heroico, por lo estoico, por lo adocenante y por adornar con palabras los altares patrios. Un poeta está mucho mejor en el Parnaso que en el Panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

(Carta a Hilarión Cabrisas [I]. Cubaencuentro, abril 2006)

Tuesday, September 15, 2015

Antonio José Ponte sobre “El vuelo del gato”, de Abel Prieto

Tan curiosa relación de lo cubano con la culpa permite a Prieto hacernos creer, por ejemplo, que en los años sesenta los hippies habaneros decidieron por propia voluntad engrosar las fuerzas de trabajo agrícolas. La historia, en cambio, es muy distinta: fueron obligados a ello, castigados. Relación de mestizajes, esta novela no se ocupa del más terrible de los gatos voladores: la Revolución cubana, engendro de la cópula entre el caudillismo latinoamericano y el marxismo soviético. O de otro gato: la vida económica cubana, esfuerzos de apareamiento entre socialismo y capitalismo. Sin embargo, no es del todo idílica: hay recuento de las cazas de brujas en las universidades cubanas y, si el diálogo entre razas es problema central en la sociedad cubana de hoy, se ocupa de tal centro. (En caso contrario, se alzaría como la última de las novelas cubanas antiesclavistas del siglo XIX.)
   El grupo de amigos universitarios de Paradiso, la novela de José Lezama Lima, entabla discusiones acerca del destino de los homosexuales a la hora del Juicio Final. Los amigos universitarios de El vuelo del gato discuten acerca de quién es mejor músico, si Lennon o McCartney. Abel Prieto, que intenta homenajear a Lezama, puede llegar a banalizarlo.
   Pero donde acierta su homenaje a Lezama Lima es en las historias de familia y de amistad entre ambos protagonistas. Algo de la grandeza lezamiana al tratar de entrecruzamientos genealógicos está en lo que Prieto ha escrito. Y la unión de una entonación de cuento de barrio con reflexiones de alta costura, conjunción tan extraña como la de un gato y una marta, hacen su mayor logro. Logro que flaquea hacia el final del libro cuando las reflexiones, disueltas hasta entonces en peripecias, adoptan forma de capítulos-conferencias. Aparecidas al paso de la novela como comentarios del narrador, éstas habrían sido mejor acogidas. El modelo lezamiano (lo que formula uno de los personajes de Oppiano Licario acerca del comer y los sueños y el acto sexual, o la comparación entre la papaya y la piña en otro de los textos lezamianos) tienen en Prieto continuador muy débil.
   Quien se haya hecho la misma pregunta que Kipling encontrará en esta novela respuesta un tanto abundante. Aquel lector que la encuentre demasiado sentimental sabrá disculparla gracias a varios momentos excelentes (un retrato del ajedrecista Ben Larsen, reflexiones sobre el espiritismo, la suerte de un viejo gallo de pelea…)
   Los escritores suelen realizar extraños oficios además de su escritura, en cada escritor es dable encontrar a un gato volador: Abel Prieto es, en La Habana, ministro de Cultura.

(Una novela juvenil, sentimental. ABC Cultural, noviembre de 2000)

Monday, September 14, 2015

Zoé Valdés vs. Rosie Inguanzo, William Navarrete y Wendy Guerra

El problema de Rosie Inguanzo es, primero nada que jamás tuvo swing, es mala actriz, mala poeta, y mala persona, envidiosa y guajira lépera, que hoy te adula y mañana te calcula. Ya la calé hace ratón y queso. Y segundo quiere situarse cómodamente, en ese justo medio del comemierda. Jamás ha dado perreta de nada porque le falta mendó. Digo lo que pienso, es todo. Ninguna perreta, mis ideas en libertad y con mendó. El otro asunto: ha cogido obsesión con la pinga de Juan Abreu, igual que cuando la cogió con decir que Güicho era maricón. ¿Quién pinga se cree ella que es para juzgar a nadie? Algún problema con la pinga y con el culo debe tener. Seguro que es falta de morronga lo que tiene, o de culo, lo que es más evidente. Es lo que suele suceder en estos casos. Pero que le pregunte a su amiguete Navarrete, ladrón de viejas y ahora de otros amigos pintores -que todo se va descubriendo en este París de las delicias- qué cosa quiere decir pingustia. Es una palabra de esa excelsa escritora: Nieves, o la Quendi Guerra, que ellos publicaron en Tumiami, que pasó primero por varias etapas, pintora cuando le copiaba a Zaida del Río, actriz con nombre de Zoé cuando le copiaba a Leonor Arocha y empezaba ya a plagiarme los poemas en La Habana de los 80, cuando Humberto Castro se la dejó en los callos por estúpida. Y ahora escritora, cómo no, después que me rindió años de años, pidiéndome mis novelas a través del tarrúo del marido. Esa sí que tampoco tuvo swing, ni aún cuando se puso a cagar encima de los cuadros de Flavio Garciandía, con el que también lloró en un café de París, después de habernos llorado a Ricardo y a mí en otro café parisino. Nunca tuvo swing y lo único que hace es copiarme el mío, segundo a segundo, sombreros incluídos.
   El swing para Rosie Inguanzo, parece ser, debe ser tibio, y de esa izquierda churrosa miamense que me da arqueadas nada más que de olerla. Ahora mismo debe estar viniéndose, chorreándose la chancletica, con la mierda de canción de Carlos Varela a los de allá y a los de aquí, en el concierto más aburrido del mundo, el de Juanes de los Palotes. Lo estoy viendo por yahoo, porque aquí en Francia ni se ha hablado de eso en la televisión.

(Comentario publicado en la red, septiembre 2009)

Friday, September 11, 2015

Andrés Reynaldo vs. la poesía cubana y su crítica (Vitier, García Marruz…)

La crisis de la poesía cubana debe mucho, a mi juicio, a estos factores:
   1) Mediocridad del entorno crítico. Tanto en la isla como en MIami (el polo libre de la cultura cubana) la crítica es cenacular, frívola y, con frecuencia, inculta.
   2) Imposibilidad de reconocer los valores de la alta cultura. Esto viene de finales del siglo XIX. El ensayo de Jorge Mañach, casi a un siglo de distancia, sigue siendo lo más esclarecedor que se ha escrito sobre el tema.
   3) Sublimación acrítica del elemento autóctono. Obedece a una idea dieciochesca de la identidad nacional. Aquí hay mayor intención política que literaria. Un género de garibaldismo literario, aferrado a unos tópicos. Lo cubano en la poesía, de Cintio Vitier, es la piedra de toque de ese edificio que tratamos de construir a partir del techo. Un postulado parroquial que ha limitado el vuelo de muchos poetas con talento y le ha venido de perillas a la oficialidad castrista. En la misma obra de Vitier y de su esposa, Fina García Marruz, brillan esos defectos.
   4) Incultura de los poetas, a secas. Cuando el creador carece de referencias, dominio técnico, profundidad de la mirada, en fin, conocimiento poético, no le queda más remedio que hablar de su estrecha inmediatez.
   5) Dos aclaraciones:
   a) La dictadura es culpable de perseguir a los poetas, no de su mediocridad y cobardía. En la Rusia soviética, con régimen similar, hubo unos poetas de rango universal: Brodsky, Ajmátova. Eso se debe a la resistencia de su propia tradición y, sobre todo, a la madurez de su identidad nacional. Nuestra tradición es endeble. Nuestra identidad, incompleta. Estas carencias hay que verlas como unas características muy comprensibles y no como una maldición. Los australianos tampoco tienen una tradición poética que valga la pena. Lo importante, lo saludable, está en que ellos lo saben.
   b) Cuando Alfredo [Triff] habla del yoísmo no se refiere al uso de la primera persona del singular ni a la premisa antropocéntrica. Tampoco es un ataque a la lírica. Alfredo critica la reiteración narcisista, empobrecedora y asfixiantemente autorreferencial de un yo minúsculo, trivial, reacio a la sustancia, en suma, subdesarrollado. Es la diferencia, digamos, entre Lord Byron y Víctor Casaus.

(Comentario publicado en la red, junio 2011)

Thursday, September 10, 2015

Fermín Gabor vs. Abel Prieto

Aquellos que persigan (como yo) las declaraciones del Ministro de Cultura Abel Prieto han de estar de fiesta con la entrevista que La Jornada de México ha publicado recientemente. Creo que desde la publicación en España de El vuelo del gato, hobby al que el Ministro dedicara sus asuetos como ahora los dedica a pintar, no contábamos con tanto motivo de estupor. 
   El vuelo del gato disfrutaba ya de edición cubana. Letras Cubanas la había impreso dos veces en un año, accidente que no le ha ocurrido a nadie que no sea ministro.  Para promover la edición española el autor no había estado solo: lo acompañaban José María Vitier al piano y Francisco López Sacha como presentador.  Y, sin embargo, lo mejor de esa gira autoral no estuvo, ni en el piano, ni en el ditirambo, ni en el propio libro, sino en las declaraciones ministeriales a la prensa. 
   Molesto quizás por ser tomado menos como autor que como ministro, o incómodo por el encarnizamiento de periodistas menos dóciles que los del Granma o del Juventud Rebelde con quienes acostumbra a lidiar, Abel Prieto se lanzó por el desbarrancadero de unas aseveraciones que aquí resumimos: Heberto Padilla debe su fama a lamentable equivocación cometida por los directivos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y, fuera del escándalo político, es más rollo que película. Guillermo Cabrera Infante, aunque autor de un par de libros importantes, no agrega nada más a la cultura cubana porque está loco. Y las novelas de Zoé Valdés no se publican dentro de Cuba por ser malos productos literarios. (De acuerdo con este último punto, cabría preguntar entonces qué hace en las librerías habaneras ese bodrio último que firma Daniel Chavarría -- Adiós muchachos --, por mucho premio Poe que haya recibido.)
   Según Prieto la política ha inflado a Padilla, vuelto inútil autor a Cabrera Infante y no pesa para nada a la hora de juzgar si la Valdés es o no publicable por editorial de la isla. Y ahora, en entrevista más reciente, el Ministro se considera responsable de la cultura cubana in toto. "Nos sentimos responsables de la totalidad de la cultura cubana, se produzcan las obras donde se produzcan", afirma. Ministro en Cuba y Ministro en el exilio, si acaso la cultura cubana es una sola él la ministerea dondequiera que ésta se halle. Toca a él hacer de psiquiatra soviético frente a Cabrera Infante, de profesor de buenas maneras frente a la Valdés y de balanza de agromercado -sección Carnes- en el caso Padilla. 
   (...)
   Quienes persiguen las declaraciones de Prieto, aquellos a quienes intriga qué pasa por la mente del Ministro, qué hay debajo de la peluca en que se empeña todavía, cuentan (contamos) con suficientes motivos de esperanza.  Pues dentro de muy poco volverá a ser entrevistado y nos dará motivos nuevos de sobresalto. 

(La lengua suelta # 3. La Habana Elegante, segunda época)

Wednesday, September 9, 2015

Nivaria Tejeda vs. Guillermo Cabrera Infante

Recibo sus e-mails referentes al trabajo que preparan sobre GCI por si tengo alguna anécdota personal que pudiera referirles, dando por ejemplo la que mencionan y que considero una fabulación al estilo del bueno de Marré y su humor algo socarrón. A ver si se aclara este malentendido de las serpentinas anécdotas: mi relación con Guillermo se redujo al corto año que coincidimos en la entonces Escuela de Periodismo y fue más bien distante, dado su comportamiento machista que me resultaba particularmente desa­gradable. Tampoco existió la pertenencia a un mismo grupo (mi vía era la poética; la suya, periodística), por lo que nuestros encuentros muy esporádicos se reducían a uno de sus característicos sarcasmos que me lo hacían aún más antipático: “¿Sigues escribiendo poesía?” Convergimos más tarde en los puestos de agregados culturales que nos fueron confiados y también en el mo­mento de abandonarlos, yo primero y él después; pero tampoco hubo comunicación entre nosotros. Y en el terreno literario (ni qué decir), nuestras búsquedas se aproximan únicamente —y así lo ha considerado cierta crítica— en que mi novela Sonámbulo del sol describe la diurnidad habanera y él la nocturnidad.
   Así pues, que se deje de fabular alrededor de lo que Vallejo denomi­naba “la nonada”.

(Sobre los pasos del cronista. Elizabeth Mirabal, Carlos Velazco, Ediciones Unión, 2011)

Tuesday, September 8, 2015

Joaquín Gálvez vs. Rolando Jorge (2)

La metatranca es un producto del tallerismo cubano. Entendamos entonces la existencia de un esperpento como RJ, que solo en un país de ficción como en Cuba se puede dar un personaje salido de ese teatro del absurdo que es la realidad cubana. La vaciedad de contenido, la incongruencia y el disparate son algunos de los rasgos distintivos de este. Pero humanamente hay otros, que son... aún peores: mal agradecido, bretero, vulgar, irrespetuoso, no loco e irreverente como dicen por ahí (sino sin vergüenza), etc... Cultura no es tener Buena memoria, ni espíritu aristocrático, decir de memoria unas frases librescas o enumerar libros leídos. Pero aun así, y, a pesar de la bajeza de esta diatriba, no me arrepiento de haberle tendido mi mano amiga en múltiples ocasiones. Jamas nadie aquí le ha dicho que no publique en Cuba, ni lo ha amenazado por eso, ni nada por el estilo. Libertad es también derecho a opinar y disentir de una opinión.

(publicado en la red, octubre 2013)

Monday, September 7, 2015

Eliades Acosta Matos vs. Haroldo Dilla

Esto que tienen delante es H.P. Dilland. Es cierto que, aunque viene bien vestido y oloroso, sigue repugnando a simple vista por la ostentación que hace de sus llagas morales. También lo es que, por estos días y aún de figurín, a más de uno ha provocado arcadas su gelatinoso continente de lambón inveterado. Pero, ¿qué se la va a hacer? Con eso no pudieron ni padres, ni hermanos, ni amigos, ni maestros, ni el Jefe, que ya es mucho decir. “Algo tenías por dentro…” , se llega a pensar ante tanta abyección flagrante, como rezaba el tango en que un despechado en amores reprochaba a su ex “abacanada”, la dignidad perdida ante el dinero, el poder y el champagne.
   Nos guste o no, esto que tenemos delante es H. P. Dilland, ex especialista en comarcas y fronteras; ex director del Instituo Trujilloniano; exmilitante del Partido Dominicano y antes del Partido Socialista Popular. Desasido de toda pertenencia, relevado de toda lealtad, lo que queda es lo que hay. Ni más ni menos. Y aunque luzca atildado, hemos de ser piadosos, aunque no permisivos, con este derelicto humano que balbucea, se cree un triunfador  que regresa del exilio y alardea de reconocimientos  que solo existen en su triste cerebro, ese que suponemos, aunque a veces dudemos de su existencia, bajo la bóveda craneana que se halla al norte de su cara de polichinela triste.
   Pero esto, lo sabemos bien, que antes se arrastraba, gemía, pedía perdón por su pasado dizque revolucionario, renegaba de sus raíces y amanecía cada día, primero en la fila de potenciales emigrantes  que se formaba ante el Gran Consulado  Imperial, no siempre fue así, aunque, justo es decirlo, solo por fuera. Porque la carroña no pudre de un día para otro, sino que se incuba en lo oscuro, en lo interior, destilando la materia pultácea de su circulación, la que laboriosamente  bruñe,  pule,  conforma y  acumula durante décadas, día a día, hora a hora, minuto a minuto, en el minué perverso de las arañas resentidas, hasta que, en el momento menos pensado, estalla ante cualquier ofensa real o imaginada. Y esa explosión, amigos queridos, marca, por lo general, el último día de Pompeya, o sea, de su honor.
   Ya sabemos que su nombre real, aquí en Santo Domingo, adonde ha regresado bien vestido y pisando fuerte, era Hastroldo Cuasihomérico Pe. Dilland y que  escaló hasta el favor del Jefe, mientras no se pasó de la raya con sus ditirambos, que luego se supo, había copiado de los que Los Laínes  hacían circular en España, en loor al otro Generalísimo. Eso precipitó su caída y era de esperar: el Jefe no pagaba, y pagaba bien, por refritos sino por adulaciones astrales y más que eso, originales.
    En aquel entonces, recordamos, trató de mantenerse a flote, mientras pudo, mendigando a la puerta de los hoteles donde se alojaban los dictadores derrocados de América Latina que, como polluelos, terminaban siempre refugiándose bajo el ala maternal del más duro, recalcitrante y tenaz de todos. Ofertó sus servicios de escribidor a destajo, de adulón desaforado y de alabardero ideológico a Rojas Pinilla, Batista, Perón, Carías y Marco Pérez Jiménez, pero nadie lo tomó en serio. Los más generosos o los más hartos, se limitaron a  arrojarle, en algún día afortunado, unos centavos para la magra pitanza. Y mientras eso sucedía, sus antiguos empleados del Instituto Trujilloniano, a quienes humillaba sin piedad en su edad de gloria, organizaban excursiones a los desfiladeros de su abyección e iban a verlo mendigar, acosándolo con los apodos que habían ideado para él, entre los que descollaban “Don Pomposo”, “Príncipe Chinche” y “Lord Piltrafa”. A veces, también sazonaban los gritos con el lanzamiento de pellas de fango, lo que consideraban un deporte, al que no tardaron en bautizar como “Mata a la rata”.
   Pues bien, por azares del destino, o más bien por su pasado, dizque socialista, H.P. Dilland fue un día fichado por los perspicaces empleados del Gran Consulado Imperial, muy necesitados de apóstatas en tiempos de la Guerra Fría, cuando la más variopinta fauna invertebrada era acarreada, sin piedad, para atacar, denostar, desprestigiar, dividir desde dentro, erosionar, aplastar, machacar y pulverizar a todo movimiento revolucionario, socialista, comunista, progresista, feminista, antirracista, o simplemente, surrealista, dadaísta o cubista de la región. Y de esta extraña manera salvó la vida este experto en rezurcir, no en crear, que nos pasa ahora por al lado, bien vestido, pero indigente contumaz; el mismo que antes se llamaba H. P. Dilland, en Santo Domingo y que hoy, años después, ha regresado del olvido.
   El hado adverso que un día de su lejana infancia le había chupado la columna vertebral, intercedió ahora para salvarlo, quizás por lástima. Terminó desembarcando en Miami, como un náufrago material y casi loco de frustración y rabia, de donde fue llevado a New York para ser instruido en técnicas de rompehuelga y propaganda negra  en la escuela sindical de Jimmy Hoffa. Allí compartió dormitorio con un colombiano llamado José Antonio  Devastación de Osorio y un  peruano, por cierto, buen escritor, al que se conocía como Marqués de Valía Rosa.
   Cierta bonanza económica, pues la traición se suele premiar con largueza, hizo que, poco a poco, fuese regresando la luz a los ojos apagados de H. P. Dilland, de este mismo que ahora se pavonea ante nosotros, como si no lo recordásemos en sus días trágicos. El fuelle de sus pulmones, antes exhausto  de susurrar misericordia, también regresó y con él se levantaron los hombros caídos, apuntalando una apostura que, no sé por qué, aún hoy, conserva un tenue olor a podredumbre. ¿Lo sienten, verdad?
   Como era de esperar, con la recuperación de sus rasgos aparentemente humanos, regresó lo peor de su circulación pultácea que, a su vez, insufló nueva vida a sus ideas más ruines y dio manigueta de continuidad a los instintos que mejor permitían comprender el por qué de las iniciales de su nombre. En lo que llamaba, a boca llena y con gesto de Pierrot enharinado, “su vertical exilio patriótico e insobornable contra la dictadura trujillista”, a la que antes había servido con delectación, H. P. Dilland se fue labrando un título de “pensador marxista”, perteneciente a una tercera vía, dedicándose a descuartizar a sus excompañeros y a la vez, a unos nebulosos “imperialistas”, de quienes cobraba   mesadas bien concretas, por supuesto, bajo cuerda.
   No tuvo límites, desde entonces, su descocada carrera por hacer méritos a los ojos de sus nuevos amos. Llegó hasta a enfilar los cañones, acusando mediante anónimos y denuncias de toda clase, a los mismos funcionarios liberales del Departamento de Estado que le habían facilitado la salida de Santo Domingo y que terminaron declarando ante el “Comité de Actividades Antinorteamericanas”. Denunció también a republicanos españoles a los que frecuentaba, entre ellos a Jesús de Galíndez, a los que calificó de ser inspiradores de una conjura judeo-masónica-bolchevique, con lo que evidenció que seguía robando conceptos tremendistas de Los Laínes, como el buen perro huevero que siempre sería.
   Ya se sabe, queridos amigos, que no hay nada más despreciable que un converso y no porque haya cambiado de parecer, sino porque cree que su legitimidad y seguridad, en las nuevas condiciones de su existencia, si es que a eso podemos llamar, en rigor, existencia, dependen de perseguir a sus antiguos cófrades o correligionarios. De marranos conversos estuvo lleno el Santo Oficio español. Servían de espías, delatores, traductores (como el mismo Greco) de aquellos judíos  de quienes se sospechaban más apostasías en la misma medida en que les crecían los doblones en la bolsa.
   No eran las SS, sino la Policía Judía, la que guardaba el orden interior en el Gueto de Varsovia; la que arrestaba, golpeaba, entregaba a los alemanes y llevaba ordenadamente a los trenes de la muerte a los demás judíos, los que terminarían como montañas de cenizas en las cámaras de gas de los campos de Buchenwald o Auschwitt-Birkenau.
   Esto que ahora intenta deslumbrarnos con su traje de buen paño y su reloj reluciente, es ese mismo H. P. Dilland también un marrano converso. No solo se refocila en sus llagas morales, sino que viene a restregarnos en la cara lo que llama “… su éxito en el exilio antitrujillista”. Como si alguien nos hubiese extirpado la memoria y las bibliotecas no conservasen sus escritos jacobinos de postín, sus denuestos dialécticos contra el mismo amo al que ahora sirve y sus ditirambos casposos de cuando dirigía, con mano de hierro, el Instituto Trujilloniano.
   Fíjense bien: se nos acerca. Y no es casual. Les apuesto que llegará sonriente y urbano, haciendo gala de una bondad que nunca tuvo, de un compañerismo que jamás ha experimentado y de una prodigalidad difícil de creer en un estafador consuetudinario.
   Ya está aquí, nos palmea la espalda, hace chistes, brinda cigarrillos, nos invita a tragos. Dice que se acuerda bien de nosotros, pero que ya lo ha perdonado todo, entre otras cosas, que le llamásemos “Don Pomposo”, “Príncipe Chinche” y “Lord Piltrafa” y también aquellas  “simpáticas sesiones juveniles”, así las llama, de “Mata a la rata”. Cuenta sus éxitos, los hitos de su “heroica lucha antitrujillista en el exilio”, los peligros corridos por la libertad y la democracia, por instaurar en el país un gobierno del pueblo y que garantice la justicia social. Habla como un verdadero revolucionario y se hace casi insoportable su hedor.
   Este mismo H. P. Dilland, el de siempre, nos palmea de nuevo la espalda, como un viejo camarada, nos invita, otra vez , a unas rondas de tragos, sacude la solapa de su traje de buen paño y mira el reloj reluciente. Es entonces cuando hace un  gesto, casi imperceptible, a la patrulla de ocupantes, en la estela de cuya invasión regresó al país.
   “Son estos y no tienen remedio”- les dice, mientras nos  entrega.
   Y es cuando descubrimos en sus ojos el mismo brillo de cuando dirigía el Instituto Trujilloniano.

(H.P. Dilland reloaded. Diario Libre, 2014)

Friday, September 4, 2015

Jesús Díaz vs. Zoé Valdés

Los autores a los que me he referido están impregnados de nuestra realidad: son duros —duros tanto para el castrismo como para el exilio— y expresan como nunca la gran frustración de sus personajes y de su pueblo. El éxito comercial de Zoe Valdés proviene de que ella escribe lo que cierta parte del público europeo desea leer: una dosis de feminismo, una dosis de sexo, una dosis de desarraigo, una pizca de Lezama Lima. Es una forma de turismo literario, en el momento en que Cuba se convierte en un paraíso del sexo barato. Se ha comercializado la tragedia cubana. La literatura, la verdadera, es el lugar imposible donde tratan de expresarse la tragedia y la comedia, el abismo y la ambigüedad entre los que se mueve este siglo; toda la complejidad del destino humano. Son necesarias la lucidez y la locura y no una fuga hacia unos personajes que no son otra cosa que marionetas ideológicas.

(Encuentro, entre la isla y el exilio [entrevista], Le Monde, mayo 1998)

Thursday, September 3, 2015

Norge Espinosa vs. homófobo anónimo

¿Qué temor político despierta la homofobia de este sujeto enmascarado, anónimo en un país donde afortunadamente, y no pocas veces a riesgo de ser aún más despreciados de lo que lo fueron en sus silencios, los escritores homosexuales han comenzado a arrancarse los antifaces para decir que su amor sí "puede decir su nombre"? ¿Cómo recuperar verdaderamente el legado de Piñera, Lezama, Casey, Sarduy, Ballagas, Arenas y otros si desde el subterfugio de un anónimo se ataca así a una parte del cuerpo sociocultural que finalmente el Cuerpo de la Nación, no sin estremecimientos ni incomodidades, comienza a reconocer como suyo? ¿Por qué no le preocupa, digamos, el modo en que escritores no homosexuales echan mano a fábulas de escarceos homoeróticos para implantar su nombre en ciertos mercados, cosa que ocurre no solo en La Habana o Matanzas? ¿Por qué no le preocupa el que este país siga dando la espalda a la difusión concreta de las nuevas corrientes teóricas y literarias que fundan un concepto preciso de literatura homoerótica, y propaga en cambio visiones superficiales de esos segmentos de nuestras letras dando rango de especialistas a personas que apenas saben lo que es en verdad el ámbito de las letras? ¿Por qué no le preocupa la inestable legalidad de los cientos de homosexuales que noche tras noche viven sus vidas a riesgos de multas o persecuciones? ¿Por qué no le preocupa el otro ghetto, el de los heterosexuales, que en una medida muchísimo mayor que la que pudieran alcanzar cinco Lauras o diez Alfredos de los aquí denuncia, han dictaminado políticas editoriales que hasta no hace mucho discriminaban esa clase de creaciones literarias que pudieran ahondar en las complejidades de lo homoerótico? ¿Qué clase de persona pervive tras ese anónimo que es capaz de poner el grito en el cielo por estas cosas, y no es capaz de poner su nombre en limpio para manifestarse?

(Publicado en la red, 2007)

Wednesday, September 2, 2015

Belkis Cuza Malé vs. Norberto Fuentes (2)

El tono de la autocrítica era de por sí una denuncia al totalitarismo, a la dictadura. Una acusación que cualquiera podía ver a simple vista. Una trampa, en que Heberto hizo caer al propio Fidel Castro.
   Si alguien duda de las verdaderas intenciones de su autocrítica, debería detenerse y analizar a fondo todo lo allí dicho, y leer entre líneas, porque incluso tuvo la habilidad de dejar bien claro el papel de informante de la Seguridad que había jugado Norberto Fuentes en aquéllo. Tres días antes de nuestra detención, Norberto --que no era amigo de Heberto, sino mío-- se había presentado en nuestro apartamento con el pretexto de hablarle de la situación en torno al fotógrafo francés Pierre Golendorf, detenido recientemente. Y luego de tres días de conversaciones, el viernes 19 de marzo, también se apareció en el Hotel Riviera, donde Saverio Tuttino, corresponsal italiano de la Unitá, se había citado con Heberto y Jorge Edwards para despedirse.

(La noche de la autocrítica en la UNEAC: Abril 27 de 1971. Blog Belkis Cuza Malé, abril 2010)

Tuesday, September 1, 2015

Jorge Pomar vs. Orlando Luis Pardo Lazo

El mensaje profundo del autor en síntesis: "Pobrecito yo, tan culto, erudito, contextual, evocativo, posmoderno, lírico, hiperestésico, sutil, exquisito, original, animalitario, ampuloso, maromero, farandulero, engreído, esnob...". Otrosí, podría mejorar y a ratos lo intenta, pero a la postre se lo vetan al alimón su propensión a la frivolidad y su ego monumental. Repárese ahora en la sideral distancia que lo separa de la diafanidad expositiva, concisión, riqueza de contenido, originalidad y honestidad subjetiva de sus coetáneas Yoani Sánchez, Miriam Celaya, Claudia Cadelo o Laritza Diversent.
   Orlando Luis Pardo Lazo escribe mal, piensa peor y siente pésimo por la sencilla razón de que en principio no tiene nada que decir, salvo ñoñerías de niñato de clase media educado bajo el castrismo. Suspende en los cinco criterios de la retórica aristotélica: Inventio (creatividad), dispositio (composición), elocutio (estilo), actio (gestualidad; la teatral maroma de la foto lo retrata en cuerpo y alma), memoria (coherencia). No en balde este caucasiano pendiente literario del "negro catedrático" Manuel Cuesta Morúa pasó a ser de golpe y porrazo la pluma más asidua en EER.
   Pero no cabe la menor duda de que el autor de los diletantes, soporíferos relatos de Boring Home -cuya principal figura de lenguaje consiste en el siperoneo (sí pero no) sistemático de enunciados traídos por los pelos- reunía todos los requisitos de moderación, equidistancia y corrección política para ocupar la vacante dejada por tantas plumas de fuste.

(Más sobre el oro Cintio, el de las confesiones a esposa y almohada. Blog El Abicú Liberal, octubre 2009)