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Friday, September 30, 2016

Carlos Alberto Montaner vs. Roberto Fernández Retamar

Poco antes del terremoto de Chile, Roberto Fernández Retamar, a nombre de la Academia Cubana de la Lengua que preside, publicó un ataque furibundo contra la Real Academia Española de la Lengua y el resto de las latinoamericanas, porque las instituciones habían invitado a varios escritores exiliados cubanos al V Congreso de la Lengua que debió celebrarse en Valparaíso el pasado 2 de marzo, evento que fue cancelado ante la catástrofe, aunque las ponencias están siendo recogidas en el website del Congreso. Un cable de France Press interpretó que la incomodidad de este apparatchik de la cultura cubana se debía a que Yoani Sánchez había sido convocada para hablar del papel de las redes sociales en la lucha por la conquista de las libertades, algo que seguramente era cierto, pero la irritación de Don Roberto tenía, además, otras explicaciones.
   Sucede que el Secretario Ejecutivo de todas las academias latinoamericanas, con sede en Madrid, es un exiliado cubano, el Dr. Humberto López Morales, el mejor, más productivo y respetado de los lingüistas cubanos en toda la historia del país, mientras, a propósito del tema, Retamar apenas ha publicado un breve ensayo sobre Estilística, insustancial y anticuado, aunque tal vez no carente de cierta utilidad pedagógica. Sucede, también, que yo estaba invitado al Congreso para dictar una ponencia, precisamente en una sección sobre “Literatura y Cultura en los exilios” que el señor Retamar debió presidir, y tal vez pensó que el contacto conmigo podía perjudicarlo.
   Si me trataba cortésmente, como recomiendan las normas de las personas civilizadas en situaciones de este tipo, la policía política cubana lo hubiera castigado por su “blandenguería” ideológica, y si hubiese elegido una confrontación sonora, con gritos y actos de repudio, como es la costumbre de ese gobierno de energúmenos, los académicos de toda América le hubiesen censurado su impresentable comportamiento. Ante la disyuntiva, Retamar optó por renunciar a viajar a Chile (supongo que a su pesar) y se limitó a denunciar el evento como “anticubano”, adjetivo que el aparato suele usar para descalificar a todo aquel o a todo aquello que se aleje del discurso estalinista del régimen.
Confieso que a mi me hubiera gustado coincidir con Retamar en Chile. Soy un fiel practicante de la cordialidad cívica. Esa es una de las actitudes básicas de cualquiera que crea en las virtudes republicanas. Recuerdo, además, una memorable entrevista en mi piso de Madrid con Lisandro Otero, el anterior presidente de la Academia Cubana de la Lengua, propiciada por JJ Armas Marcelo, el notable novelista español.
   Lisandro llegó a casa con cierta prevención, pero a los cinco minutos la conversación era amistosa y fluida. A los diez, descubrí que sus críticas a la dictadura eran tan severas como las mías, aunque discrepábamos en aspectos marginales. Tal vez, si hubiera tenido la oportunidad de conversar con Retamar, Don Roberto se hubiera quitado la máscara de duro comisario político con la que asusta a los intelectuales cubanos y habría aparecido el poeta amable, dulce y católico de su juventud, o el agradable profesor del Instituto Edison, personaje que suelen recordar sus colegas de entonces con simpatía, asombrados de la sorprendente metamorfosis que ha experimentado.

(Retamar y la cordialidad cívica. Blog Penúltimos Días, marzo 2010)

Thursday, September 29, 2016

Ernesto Guevara vs. los intelectuales cubanos

Resumiendo, la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente revolucionarios. Podemos intentar injertar el olmo para que dé peras, pero simultáneamente hay que sembrar perales. Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original. Las posibilidades de que surjan artistas excepcionales serán tanto mayores cuanto más se haya ensanchado el campo de la cultura y la posibilidad de expresión. Nuestra tarea consiste en impedir que la generación actual, dislocada por sus conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas. No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni «becarios» que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas. Ya vendrán los revolucionarios que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz del pueblo. Es un proceso que requiere tiempo.

(El socialismo y el hombre en Cuba. Diario Marcha, marzo de 1965)

Wednesday, September 28, 2016

Manuel Sosa sobre el realismo socialista y el realismo sucio

Curiosamente, ese orden fue idealizado en la literatura por escritores sospechosos de herejía, o en pleno ostracismo. Unos pocas novelas y relatos se encargaron de trasladar el cuerpo engarrotado del obrero eslavo a su réplica antillana, para creerlo vivo y lleno de contradicciones. Pero más que la prosa, fue en la poesía donde se detallaron sus proezas y querellas con mejores efluvios, y nadie hubo de extrañarse de que al verso regresaran los martillos y surcos, los bueyes y las cosechas. Los mártires bajaron de sus marcos y se sentaron a la mesa rústica, a degustar el fortificante gofio de la mañana y las variedades enlatadas de Bulgarkonserv por las tardes. Curiosamente también, a tres décadas de su eclosión, los pocos escritores cuyo perfil y comportamiento les hicieron acreedores de la confianza partidista siguen esperando una mirada restrospectiva. Y es que aún no han sido reeditados por esa industria de la nostalgia que sí se detiene a exonerar la obra de quienes obtuvieron, no demasiado tarde en sus vidas, el perdón oficial. ¡Con qué fruición se pronuncian hoy esos nombres, Zhdánov, Pavón, Serguera, cuya culpabilidad atenúa la de sus amos invisibles, los que aseguran haber estado entonces mirando para otra parte!
   Esa literatura, que se suponía erradicada con el fin de las conservas y el petróleo, primeramente se mudó a las ciudades, aferrada al instinto de supervivencia, para luego emigrar y explorar el mercado mundial, sabiendo que un escenario apocalíptico resultaba ideal para satisfacer la tradicional curiosidad de occidente. Y es que el realismo socialista, siempre aceptado por la masa de lectores, prospera en la facundia que propician las circunstancias, porque parece recontar sin esfuerzo, copiando el entorno, mostrando la proximidad y la simpleza de los dilemas cotidianos, haciendo ver al usuario que sus héroes están cerca y respiran el mismo aire.
   Cuando el drama existencial de un individuo no podía ser otro que su dependencia del colectivo (el gremio, la comunidad), y sus flaquezas y retos se sabían subsanables, al escritor no le convenía aventurarse en planos adyacentes que le impidiesen el retorno. Sus personajes no atravesaban laberintos, ni se perdían en abismos del inconsciente: se conformaban con el espacio que la lógica y la razón les asignaban. Pero una vez limitadas las necesidades inmediatas, al ser retirados los subsidios, los personajes fueron perdiendo docilidad y terminaron integrándose a la incertidumbre de la nueva atmósfera. Al escritor no le resultó difícil proseguir el mismo discurso; sólo tuvo que imaginar que su protagonista, acostumbrado a una ducha tibia y crepuscular, tendría que aprender a vivir con la turbina rota, de manera permanente. Y ese aprendizaje le haría sumamente agresivo, le cambiaría el vocabulario y le abriría "the doors of Perception". En suma, no tendría que cambiar el estilo, sino el paisaje.
   ¿Qué ha pasado con el realismo socialista, ahora que todo se torna imprevisible? Si se presta atención, se le podrá encontrar en la misma retórica elemental, los inagotables paradigmas que le sustentan y las mansas interrogantes que le hace al medio. Su pobreza estilística y conceptual ha logrado dar con la máscara perfecta, un adjetivo que no admite réplicas: "sucio". De modo que lo socialista trocado en sucio sigue reflejando, con apellido impertinente, la misma escena y los mismos personajes desde París, La Habana y Miami. ¡Y luego dicen que una turbina rota no trae beneficios!

(Contra Gentiles. Ediciones Avondale, 2011)

Tuesday, September 27, 2016

Angel Santiesteban vs. intelectuales cubanos

Los intelectuales cubanos se ocultan, porque aceptar que hay un problema conmigo, supone que tengan que tomar una posición. Si ha habido una injusticia, deben decirlo.  Pero mientras tengan esa tibieza de duda y cautela para no pronunciarse, amparándose en que hay que escuchar las dos versiones, no hay nada que esperar de ellos. Dentro de esos intelectuales hay quienes  fueron pisoteados y humillados en una época no tan lejana por ser homosexuales o por hacer una literatura que no satisfacía la imagen edulcorada de la revolución que el régimen quería dar, y no fueron capaces levantar la voz para defenderse ellos mismos y defender a sus compañeros de generación por la injusticia cometida. Los aplastaron y esperaron en silencio y con paciencia que el gobierno necesitara de ellos para perdonarlos y los trajera de vuelta a la vida pública. ¿Voy a tener yo la esperanza de que van a defenderme?  En todo caso, si se decidieran a abogar por mí, es porque van a defenderse como institución y como país, porque la vergüenza no es para mí, es para ellos.

(Santiesteban: Mi prisión es un bochorno para la intelectualidad cubana [entrevista] Café Fuerte, febrero 2013)

Monday, September 26, 2016

Fermín Gabor pasa revista: Lina de Feria, Nancy Morejón, Juana García Abad, Pablo Armando Fernández

“Empiézame la historia desde el principio.”

“Allá voy. En el principio estaba el verbo, y el verbo de Lina de Feria era ‘voy echando’. Fue invitada como poeta a México, cruzó la frontera con Estados Unidos y reapareció en Miami donde pudo abrazar a su hijo y cargar a su nieta recién nacida.”

“¡Espérate un momento! Antes de abrazar y cargar a nadie ella tuvo que acogerse a la Ley de Ajuste Cubano, ¿o no?”

“Supongo que sí.”

“Entonces házme el favor completo y búscame ahora mismo esa entrevista.”

“La imprimí y la puse por aquí. Deja ver. Mmmm, aquí la tengo. Nirma Acosta leyó la noticia de que Lina se quedaba fuera de Cuba y, como no podía creérselo, pasó por el apartamento de la calle Línea donde reside la escritora, y allí se la encontró leyendo a Paul Valery.”

“A Valéry querrán decir.”

“Valéry, sí. No le pidas tanto a La Jiribilla.”

“Cierto. ¿Qué ortografía va a respetar alguien que en vez de Norma firma Nirma?”

“Pues esa Nirma que bien podría ser Norma encuentra a Lina que bien podría ser Lona y ésta le dice que se siente feliz de haber vuelto a la patria.”

“¡Qué ridiculez! ¿Llama patria a un apartamento de la calle Línea?”

“Y nada más ver a Nurma, Lana deja la lectura de Pablo Valeriano y saca un poema inédito de su cartera.”

“¿Para darlo a publicar?”

“Lo publican junto a la entrevista.”

“¡Dios mío, una mala noticia detrás de otra!”

“Hablan de sus estudios y Lina agradece a sus maestros Mirta Aguirre y José Antonio Portuondo.”

“Cuyos nombres aparecerán bien escritos como que fueron tremendísimos ñángaras.”

“Lina de Feria habla de sus lecturas. Dice que lo último que leyó fue La Eneida. Menciona un Berson que ha de ser Bergson, un Pessoa que es sin dudas Pessoa, un Kavafi que ha de ser Kavafis, y un Cintio Vitier...

“Que no puede ser más que Cintio Vitier porque quién más iba a querer meterse en el pellejo de ese carcamal.”

“Luego menciona su trabajo con jóvenes poetas y alude a una masa poética.”

“¡Masa cárnica es lo que necesita ese estómago! ¿Vas a contarme de una vez el cruce de frontera?”

“Pues te leo: ‘El problema fue que me sentí muy presionada. Cuando fui a México a la presentación de un libro mío con la editorial La Cuadrilla de la Langosta que dirige Leticia Luna, se me dio la posibilidad de viajar a EE.UU. para ver a mi hijo que estaba esperando el nacimiento de su hija. Me dije, eso no me lo puedo perder. Mi hijo es nieto del gran politólogo norteamericano Saul Landau. Allí permanecí dos meses hasta el nacimiento de la niña, la disfruté nueve días, pero le dije a mi hijo: Me voy para Cuba, porque yo no puedo vivir sin Cuba. Regresé a la velocidad de un tiro’.”

“¡Oyéme! El cruce de la frontera entre La Habana y Matanzas da más trabajo que esa frontera cruzada por Lina de Feria.”

“Y para rematar ella asegura que se sintió acosada por los entrevistadores. Dice: ‘querían otras cosas de más importancia que no vale la pena ni hablar, y ahí fue cuando decidí cortar con toda esa gente’.”

“¿Qué podrá ser éso que le pedían? ¿Algún secreto biotecnológico? ¿Emplazamiento de armas estratégicas?”

“Ahora sí que oí el ruido que tú me decías.”

“¿Lo oíste, no? Para que andes diciendo que son invenciones mías.”

“¡Sobrecumple Ciego de Avila el plan anual de recolección de piñas!”

“¡Movilizadas fuerzas productivas estudiantiles a las labores del agro!”

“¡Alaban visitantes extranjeros construcción de pedraplén hasta la Luna!”

“Ya se fue el ruido. Dime qué crees que le hayan pedido a Lina de Feria.”

“Que se bañara. Si regresó a La Habana a la velocidad de un tiro fue porque le exigieron que se diera un buen baño.”

“Hace tiempo me la tropecé en la calle, me saludó y no supe quién era. Lina llevaba la cara limpia y  no la reconocí.”

“Aquí cuenta que en su cumpleaños sesenta le hicieron un homenaje muy lindo en la UNEAC. Que el compañero Carlos Martí le regaló un cuadro precioso.”

“Qué bonito es sentir el cariño de una institución, ¿verdad?”

“Oye cómo se relame: ‘Allí asistió mucha gente, hubo un poder de convocatoria muy fuerte porque al parecer tengo buena aceptación entre las personas de mi generación y un gran arraigo entre los jóvenes. Al parecer, soy una escritora transgeneracional’.”

“Qué rico es ser transgeneracional, ¿verdad? Pues fíjate, pese a todo, me alegra que a Lina le vayan bien las cosas con los jóvenes, que la quieran. Te lo digo porque a Nancy no le va tan bien.”

“¿A Nancy Morejón?”

“Lo dijo en la entrevista que le hizo esa estudiante de periodismo. La chiquita le pregunta si ella se considera un referente literario para los jóvenes, y Nancy le contesta que éstos son muy tímidos y no se atreven a acercarse a ella.”

“Es como si le tuvieran miedo.”

“Ella se parece cada vez más a Morgan Freeman.”

“Oye, oye el ruidito.”

“¿Y ahora por qué?”

“Dijiste Freeman.”

“Pues no voy a empezar con los titulares.”

“Déjalo y se le pasa.”

“&%!&$$#@##!”

“¿Cómo?”

 “Que si viste la pinta de esa tipa que cogió el Premio Guillén de Poesía.”

“¿La Juana Nosequé? ¿Alguna vez leíste un poema suyo?”

“Ni una línea. Pablo Armando Fernández debió sacarla de una cueva para darle ese premio.”

“¿Y leíste los poemas que ese viejo alcohólico premió?”

“Ah, él ni siquiera les pasó la vista. No se lee nada que no haya sido escrito por él mismo.”

“¿Vas a decirme que no ha leído ni El Quijote?”

“No hay que exagerar. Su mujer, que sabe del pie que él cojea, tapa el nombre de Cervantes con el de Fernández, y hay que oír con qué satisfacción Pablo Armando lee las aventuras del caballero y su escudero. ‘¡Qué bien me quedó lo de los molinos de viento!’, se autoalaba.”

“Tiene un peinado imposible.”

“¿Pablo Armando?”

“La tal Juana. Se hace un cebollón de heroína romántica. Y se cree cosas.”

“Últimamente hay mucha gente creyéndose cosas: Pablo Armando Fernández se cree Cervantes, Lina de Feria transgeneracional y acosada; Nancy Morejón cree que los jóvenes poetas que la admiran no se le acercan por timidez, y leí en una entrevista publicada en Venezuela que un cubano llamado Jorge Angel Rodríguez se cree el ganador sentimental del Premio de Novela Rómulo Gallegos.”

“¿Ganador sentimental? ¿Qué cosa es éso? ¿Lo que le da a la gente cuando no gana un premio?”

“A Juana Nosequé le dan el Guillén, y ella aprovecha para echar un discurso donde habla de su responsabilidad en momento tan crucial para nuestra América y el mundo.”

“Peleaba así su viajecito a Venezuela.”

“Me abruma el desgaste de tanto mesías bajo la férula de estas ambivalencias donde todo tiene su instante de virtud. Patanas a la deriva. Trasbordo fractales...”

“¿Qué? ¡Brigada médica cubana cumple misión en Afganistán!”

“Líneas de fuga a terra aliena por los estigias donde las paralelas unen sus caminos angosturas sin rasgos equívocos: crimen de leso duende.”

“¡Gira de La Colmenita lleva la alegría infantil a municipios montañosos!”

“¿Quieres dejar de soltar titulares?”

“¿No oías el ruido?”

“¡Qué ruido ni ruido! ¡Eran poemas de la Premio Guillén!”

“Ay, ¿qué habremos hecho de terrible en otra vida?”

“A propósito de Guillén, al novelista español Isaac Rosa lo confundieron en la Feria con Nicolás Guillén.”

“Guillén está muerto, para que lo sepas.”

“Y confesó Isaac Rosa que él se sintió orgulloso de que lo confundieran.”

“Lina de Feria es transgénica como un boniato de laboratorio. Pablo Armando ha escrito La Eneida. Nancy es imponente hasta para los estudiantes que desean entrevistarla.”

“Ángel Augier es vivo.”

“Uno pierde un concurso y se alza como ganador sentimental.”

“Juana Nosequé tiene los ojos de América y del mundo sobre ella.”

“Un gallego recién desembarcado se cree el Poeta Nacional.”

“La gente creyó en el cuento de los pasaportes venezolanos y repletó la Feria.”

“La gente creyó en el cuento de la Feria.”

“¡Un camello es lo que está cruzando por la línea!”

“Cuelga, cuelga ya, que te llamo mañana.”

(La lengua suelta # 31. La Habana Elegante, segunda época)

Friday, September 23, 2016

Ricardo Luis Hernández Otero vs. Jorge Camacho en defensa de un cuento supuestamente martiano

Aunque no lo conozco personalmente, lo estimo por ser un colega de profesión, amante de la investigación y con especial apego a José Martí, como yo. Referencias tengo de sus trabajos en torno al tema, incluso no ha mucho supe de sus hallazgos de textos desconocidos de él que reprodujo “La Estrella de Panamá” a partir de que aparecieran en las lamentablemente inencontrables “La América” y “El Economista Americano”.
   Aun varios días después de que cubaencuentro acogiera y lanzara al ciberespacio sus apresuradas –no puedo calificarlas de otro modo– notas acerca de “Irma”, cuento probadamente –en mi criterio– de José Martí, no logro entender las razones que haya tenido usted para, en estos precisos momentos, exponer públicamente sus ideas al respecto. Créame si le digo que no sé si agradecerle o reprocharle el que haya puesto en amplia circulación mi nombre y mi prestigio como investigador. Dicen que alguien dijo: Que hablen mal o bien es lo de menos, la cuestión es que hablen. No me muevo en esas coordenadas, aunque acepto las críticas a mi trabajo si son fundamentadas y respetuosas. No todos tenemos que pensar del mismo modo, ni ante un asunto específico llegar a similares conclusiones, como es el caso que nos ocupa. 
   Por otra parte, pienso que quienes conocen mi trayectoria como investigador cubano –que no castrista, como han apuntado algunos comentarios queriendo generalizar– estarán extrañados de que yo haya podido cometer, según su autorizado –aunque erróneo, en este caso– parecer, semejante dislate; quienes no hayan sabido de mi hasta este instante –a lo cual tienen todo su derecho–, se formarán una idea errada de mi persona y de mi quehacer en torno a la cultura y la literatura cubanas.
   Le escribo para que sepa que estoy releyendo mis palabras de presentación de “Irma” como cuento de José Martí y acopiando otras informaciones para responder adecuada y respetuosamente a su artículo, con elementos probatorios de que usted está mal enrumbado en sus afirmaciones sobre el verdadero autor del cuento y de que no aporta suficientes elementos probatorios de las mismas. La tarea no me será difícil, pues no tengo más que remitir a mi presentación del cuento, donde todo, según entiendo, está más que claro y probado, con elementos que usted olímpicamente soslaya porque no se avienen a sus conclusiones. Estoy indagando también en la vida y obra de Santiago Pérez Triana para corroborar mis criterios.
   En estos momentos me encuentro en Estados Unidos, donde he realizado algunas presentaciones en universidades y colleges de varios estados, algunas de ellas sobre resultados investigativos personales o en colaboración con un colega, en torno a novedosos aspectos relacionados con la obra de Martí. Imagino que cubaencuentro me permita, en mi condición de afectado por el trabajo de usted sobre “Irma” divulgado por ella, publicar allí mismo mis descargos.

(Publicado en la red, abril 2016)

Thursday, September 22, 2016

Ernesto Hernández Busto vs. Leonardo Padura (4)

Leonardo Padura comenta sobre una supuesta “extinción de los cubanos”. Demografía, anécdotas, juegos con la cadena, que se dice. El escritor Padura ya ha confesado su alergia a la política. Pero esa alergia se vuelve enfermedad crónica en el periodista, que ha venido consagrando su nacionalismo barato en cuanto artículo consigue publicar —fuera de la isla. Yo no sé si los cubanos se extinguirán, pero el “caso Padura” me lleva a pensar de que lo que sí se extinguió en Cuba es el escritor con valor para llamar a las cosas por su nombre.

(Padura, el cubanazo. Blog Penúltimos Días, mayo 2009)

Wednesday, September 21, 2016

Víctor Manuel Domínguez vs. Abel Prieto

Abel Prieto cabalga de nuevo. No como el autor de dos novelitas de cuyo nombre no puedo recordarme. Tampoco como el ex presidente de una unión de escritores y artistas vendidos al poder más que libros de autoayuda en feria del libro de la Habana, o de reproducciones de “Naturaleza muerta con caudillo” en una exposición de arte comprometido con quién sabe qué.
   Nunca jamás como aquel ex ministro de cultura, mucho pelo y poca idea, quien declaró que los poetas como Raúl Rivero podían ser encarcelados, pero no aparecían tirados a la orilla de una cuneta cualquiera. Ahora, cual una triste figura política, cabalga como asesor cultural del presidente cubano.
   Como señalara el escritor español Arturo Pérez Reverte en su artículo “Pajinas kulturales”, del libro Con ánimo de ofender: “Cuanto más analfabetos son los políticos –en España esas dos palabras casi siempre son sinónimos- más les gusta salir en las páginas de cultura de los periódicos”.
   Aquí en Cuba sucede también. La diferencia es que acá se fusionan las líneas, y los escritores y artistas son declarados políticos por decreto y analfabetos por sumisión. Nuestros intelectuales-políticos lo mismo escriben o cantan a las autoridades, que firman un documento para enviar inocentes al paredón.
   Por eso no resultan extrañas, aunque sí muy cínicas, las palabras de Abel Prieto al diario español El País, cuando expresó: “La idea de que vivimos en un régimen que controla todo lo que el ciudadano consume es una mentira, una caricatura insostenible en este mundo interconectado”.
   Decir eso de una nación donde sus ciudadanos sólo están interconectados, contra su voluntad, a oficinas de registros, expedientes personales, centros de vigilancia, departamentos de seguimiento y control de la Seguridad del Estado y el Ministerio del Interior, o laboratorios de criminalística, es un blof.
   Resultarían patéticas, si no fueran insultantes, las aseveraciones que ubican a los cubanos en un elevado nivel de conexión internacional, cuando aún no se ha saltado la barrera del agro mercado al fogón, y se censuran películas, prohíben libros, persiguen y decomisan antenas a lo largo y ancho del país.
   Según declaró Abel Prieto a El país, “No vamos a prohibir cosas. La prohibición hace atractivo el fruto prohibido, el oscuro objeto del deseo”. Experiencias tuvimos y tenemos suficientes. Desde la prohibición de escuchar a los Beatles, escribirle a un familiar en el exterior, hasta el acceso a internet.
   Al parecer, entre los lineamientos secretos dictados a sus cuadros por el partido comunista para remendar la nación, se encuentra la obligada lectura del poema Los estatutos del hombre, del brasileño Thiago de Melo, que en uno de sus versos dice: “Prohibido prohibir”. En Cuba, ¿sólo hacia el exterior?
   La realidad es que Abel se contradice. Mientras por una parte asegura que no vamos a prohibir, por otra dice que “jamás vamos a permitir que el mercado dicte nuestra política cultural”, cuando se venden desde los espejuelos de Lennon y la boina del Ché, hasta la partitura del Himno Nacional.
   El escudo estratégico contra la penetración cultural diseñado por Abel (bajo las orientaciones de Caín: el Estado), es que se trabaja contra la banalización y la frivolidad, para que la gente sepa discernir, al parecer, entre los textos “exquisitos” de Baby Lores a Fidel, y los subversivos temas de Los aldeanos.
   Es decir, que disfrazado de una exigencia de calidad, sigue el control absoluto de lo que consumen los ciudadanos. No se les prohibirá, sólo se les dará la opción, por el bien de su nivel de apreciación cultural, de ver o escuchar lo que el ministerio de cultura cubano, asesorado por el del interior, programe.
   Entre las propuestas de Abel contra la banalización y la frivolidad, se encuentra un paquete que incluye películas como el Halcón Maltés y Gandhi, el nuevo cine latinoamericano, el Hamlet de Kennet Branag, y un cóctel sinfónico de Silvio Rodríguez, con la Pequeña serenata diurna, aquella delirante canción de “vivo en un país libre/cual solamente puede ser libre…”
   Además, se podrá disfrutar del cine de Woody Allen y otras propuestas que combina “cosas con densidad cultural y material de entretenimiento”, lejos del racismo y la violencia, como si en los films sobre mambises, guerrilleros y soldados internacionalistas se peleara con pasteles, y en vez de sangre, se derramara merengue.
   El oscuro deseo del control general por parte del Estado está intacto. Más allá de los malabares lingüísticos que realizan por dentro y fuera de Cuba los voceros del gobierno. Y sin negar una mínima brecha (fortuita) en lo que se consume, aún estamos muy lejos de optar en libertad por lo que deseamos.
   Cuando Abel se pregunta en su entrevista con El País, ¿qué vamos hacer con El Quijote?, quizás Marino Murillo y compañía le respondan: Mandarlo a dirigir una cooperativa agropecuaria, asesorado por Sancho y Rocinante. O, cuando más, ponerlo a regenciar el paladar La Dulcinea en la isla de Baratijas.

(Políticos por decreto y analfabetos por sumisión. Cubanet, junio 2015)

Tuesday, September 20, 2016

Alejandro Armengol vs. Fidel Castro escritor (2)

El artículo —ya no se utiliza la categoría “reflexiones”, al parecer por la falta de continuidad— es similar a otros anteriores por su falta de coherencia. Castro no presenta una idea, la desarrolla y concluye, sino que lanza palabras, conceptos, frases, estereotipos, recuerdos, todo mezclado en una especie de narrativa cercana a un flujo de conciencia. En este monólogo uno siempre espera encontrar una revelación, una singularidad, algún detalle curioso, pero casi nunca ocurre. Dentro de un marco de referencia, que en lo que respecta a la ciencia y la historia universal, parece fundado en lecturas repetidas de una publicación como la Revista Selecciones, se intercalan algunas anécdotas personales —casi siempre sin mucha trascendencia—, lugares comunes y una visión del proceso revolucionario que inició y llevó a cabo en cuya descripción cada vez más se acentúa una posición a la defensiva: es perenne la confusión entre la realidad y una serie de supuestos ideales y metas. Hay en este punto un curioso desplazamiento que solo se explica como una forma tergiversada de justificación: Castro habla de la actualidad en términos casi siempre catastróficos, pero ajenos a Cuba: proyecta lo que podría considerarse su concepción del mundo excluyendo la realidad cubana. Puede argumentarse que procede así debido a su alejamiento de la vida pública nacional, pero en la práctica tal alejamiento no es tal: más bien su actitud es propia de un desterrado, solo que ese destierro obedece a razones de salud y no políticas.

(El largo adiós. Blog Cuaderno de Cuba, marzo 2016)

Monday, September 19, 2016

Wendy Guerra sobre la Feria Internacional del Libro

Ciertamente es esta una exhibición extraña en la que se producen muchos encuentros que deberían llevarnos a algún lugar, pero su espiral ascendente se desvanece al cierre mismo del evento.
   Los acuerdos que puedan tomar cierto editor extranjero con algún dirigente de cultura casi siempre se los lleva el viento. Recordemos que la literatura aquí es un medio ideológico y los funcionaros intermedios no deciden nada, mucho menos qué es o no pertinente en la política cultural de la isla.
   Como diría Eliseo Diego: “Pasa la fiesta y es como si no hubiese venido nadie”, lo acordado se vuelve humo. Los tratos con editoriales españolas, ventas y pactos de colaboración duran tan poco como el invierno en La Habana.
   En el marcial complejo Morro Cabañas se levanta el laberinto de cubículos de las editoriales nacionales e internacionales que nos visitan cada año en febrero. Algunos de estos volúmenes logran venderse en pesos cubanos o CUC y otros son simplemente textos de exposición.
   Los cazadores de libros leen parados e intentan convencer a los editores foráneos, quienes no siempre poseen autorización para distribuir sus ejemplares, que desaparecen luego entre abrigos y carteras. Es preferible repartirlos disimuladamente que llevarlos de vuelta a sus países. Tampoco se les permite a dichos invitados permanecer más allá del tiempo estampado en su visa de participante.
   Los ejemplares de autores cubanos de éxito en el exterior como Pedro Juan Gutiérrez o Leonardo Padura son imposibles de encontrar horas después del paso de dichas voces por los cubículos de las lúgubres galeras.
   Es justo decir que este es un país de lectores. La insistencia de los cubanos por leer es indiscutible, pasar horas y horas de pie en una larga cola para adquirir un libro lo validan.
   La imposibilidad de acceder masivamente a internet para la exploración literaria de lo más reciente mantiene al lector atento y ávido de lo que pueda obtener cada año en este evento.
   Algo digno de celebrar es el esfuerzo de las pequeñas editoriales del interior del país por editar e invitar cada año a nombres significativos de la literatura iberoamericana, quienes debaten sobre tópicos permitidos en los foros interiores. Desafortunadamente, asiste muy poco público y no siempre estos espacios son bien conducidos por el anfitrión, que a veces olvida su lugar como moderador en la mesa y se extiende en citas innecesarias o gestos ególatras.
   Lo terrible de la Feria del Libro de La Habana es la excesiva venta de bebidas alcohólicas y el choque cultural que ocurre en el corazón del encuentro, verdadero combate entre intelecto y vulgaridad.
   ¿Desea mostrar esta feria el retrato literal de nuestros días?
   Ese ambiente de reggaetón camuflado con bachata, trova, salsa y olor a frito impide el intercambio coherente en las áreas exteriores.
   Afuera se discute, ron mediante, de todo menos de literatura, mientras dentro, algunos padres intentan comprar en pesos cubanos un libro para colorear la realidad de sus hijos.

(La Feria Literal del Libro de La Habana. El Nuevo Herald, febrero 2016)

Friday, September 16, 2016

Reinaldo Arenas vs. Heberto Padilla (3)

“Nicolás Guillotina le lanzó una mirada de asco a H. Puntilla, quien le dijo: Gracias, doctor, y leyó sus cuartillas. Era un aburrido discurso lleno de loas a Fifo, pero en el último párrafo decía que Fifo estaba enterado de todo lo que allí iba a suceder. Si se considera que aquella confesión era “espontánea”, había que tomar aquellas palabras como una burla. Así las tomó Fifo y le ordenó a sus más fieles enanos que durante el carnaval le cortaran las piernas a Nicolás Guillotina (¡Guillotínenmelo! ¡Guillotínenmelo!) y que lo dejara morir de una gangrena doble. El gran perro bulldog terminó su exposición sin mirar a H. Puntilla que otra vez dijo: Gracias, doctor, y abandonó el escenario, sentándose junto a la Avellaneda. Entonces Baka Kosa Mala, enarbolando su ametralladora, le dijo a su esposo: Habla. Y otra vez H. Puntilla comenzó su “espontánea” retractación. La retractación se ajustaba al modelo titulado “Retractación de primer grado”, redactado hacía más de treinta años por E. Manetta y Edith García Buchaca. Era un mamotreto oficinesco en el que se confesaba de haber cometido todos los delitos de lesa patria y de alta traición a Fifo y se pedía, como acto purificador, la pena de muerte por fusilamiento y terminaba con un exaltado “Patria o muerte. ¡Venceremos!”.
   Pero a aquel texto manettiano y maniqueísta, H. Puntilla le interpoló cosas de su propia cosecha. Así, mientras se delataba a sí mismo como traidor y contrarrevolucionario, delató también por el mismo delito a sus amigos, entre ellos la Paula Amanda y la César Lapa (la mulata de fuego), y también delató a su propia esposa, quien enarbolando su ametralladora le lanzó un tiro que fue a dar en una gigantesca estatua de Carlos Marx, haciéndola añicos. Entonces H. Puntilla, creyendo que ya lo estaban fusilando, que esta vez no lo salvaba ni la retractación, comenzó a soltar unos gritos desesperados, y como muestras de fidelidad al régimen recitó de un tirón sus tres poemas a la primavera compuestos, dijo, cuando estaba en las celdas de la Seguridad del Estado. Baka Cosa Mala soltó otro disparo que derribó la estatua monumental de Lenin. H. Puntilla lanzó un aullido hórrido y dijo que no lo mataran, que se arrepentía de todos sus delitos, que amaba a Fifo desesperadamente y que quería pedirle perdón de rodillas, por lo cual le rogaba al Comandante de la Aurora (así lo llamó) que subiera al escenario. En realidad, lo que perseguía H. Puntilla era que Baka Kosa Mala, con sus locos disparos, matara al comandante en jefe, liberándose así de dos enemigos terribles, el comandante y la esposa. Pero varios enanos, antes de que Fifo subiera al escenario, desarmaron a la desenfrenada poetisa.
   Fifo, siempre envuelto en su gran capa roja, se trepó al escenario con sus tres famosos pasos. H. Puntilla se acercó a él de rodillas y volteándose le pidió al Máximo Líder que lo escupiera y lo pateara. Cosas que inmediatamente hizo el Máximo sin desprenderse de su gran capa roja ni de su monumental supergorro o caperuza. Se oyó en todo el salón el estruendo de un cerrado aplauso. Entonces H. Puntilla le pidió al Líder que lo orinase. Al momento, un potente chorro de orine que parecía salir de una manguera bañó el cuerpo del genuflexo. Retumbó otra vez en toda la audiencia un aplauso aún más cerrado. H. Puntilla se bajó los pantalones y le rogó a Fifo que le propinarara un puntapié en sus nalgas desnudas. Fifo golpeó violentamente las nalgas del poeta provocando un torrente de aplausos aún más avasallador. Pero H. Puntilla siguió llorando y ahora le pedía a Fifo que, por favor, le metiera todo su pie, con bota incluida, en el culo. Y poniéndose a cuatro patas mostró un culo negro e infinitesimal. El Máximo Líder caminó hasta un extremo del escenario y ayudado por los diligentes enanos se desprendió de toda su ropa, quedándose sólo con las botas, la gran capa roja y la magnífica caperuza con su rama de olivo.   Tomando impulso, saltó desde el extremo del escenario y hundió una de sus piernas embotadas en el culo de H. Puntilla. Éste profirió un gigantesco alarido de gozo, más alto aún que el estruendo de los aplausos que retumbaban en toda aquella “maravillosa velada”, como la había calificado el señor Torquesada. El problema surgió cuando Fifo intentó sacar su pierna del culo poético. No podía zafarse de aquel culo que apretaba la pierna como una ventosa o la muela de un gigantesco cangrejo. Más de sesenta y nueve enanos se treparon a la plataforma y comenzaron a tirar de H. Puntilla, pero no pudieron desprenderlo de la pierna máxima. Por último, un enano, que fungía como mayordomo de los enanos, le desató el lazo con que culminaba la bota empantanada y Fifo pudo liberar su pierna, pero la bota se quedó dentro del vientre de H. Puntilla. Envuelto en su gran capa, Fifo descendió del escenario entre un torrente de aplausos. La peste a mierda que exhalaba su pierna era horrorosa, pero los diligentes enanos comenzaron a limpiar la pierna con la lengua, ayudados fervientemente por Mario Bendetta, Eduardo Alano, Juana Bosch y la Marquesa de Macondo.
   H. Puntilla, en pleno escenario, se despojó de toda su ropa y con gran gozo mostró al público su vientre prominente, donde se destacaba la inmensa bota del comandante en jefe. Jamás en el rostro de un hombre se vio una expresión tal de felicidad. Al fin había quedado preñado por la bota odiada y sobre todo amada del Máximo Líder”.

(El color del verano. Tusquets, 1999)

Thursday, September 15, 2016

Roberto Manzano se las arregla para justificar su premio al libro de décimas “Cántaro inverso” de Pedro Pérez González (Péglez)

Los recursos acarreados por sus décimas vienen de la tradición más próxima al creador, acaso de los impuestos por la irrupción de los años ochenta en el campo dinámico de la escritura en décimas. Esta década aprovechó el subjetivismo y la impronta asociativa de la mejor décima de los setenta e incorporó procederes de larga data, pero reactualizados vivamente por una generación de creadores que se percibieron a sí mismos como rebeldes y fundadores de nuevas direcciones de expresión.
(…)
   Dentro de esa herencia cercana, dos recursos son dignos de mención, por la importancia general que tuvieron, y por el tratamiento especial que les imprime el poeta. Uno es la densidad trópica, que no teme al hermetismo sugeridor o a la intertextualidad más ecuestre, y el otro es el encabalgamiento de múltiples funciones, que dinamiza la incorporación de la décima a lo puramente poemático, al contrastar con positiva violencia lo métrico y lo sintáctico.
(…)
   Con sintética habilidad son manejadas las operaciones artísticas que conducen a un resultado de apreciación anímica, o a un estado sutil de pensamiento, o a una representación de carácter onírico que no pierde jamás sus poderosos visos de realidad. Son las manipulaciones íntimas de la imagen, en que se debe tener una singular capacidad de retención y despliegue, pues las figuras movilizadas son ideales, y es como levantar esculturas de niebla y empotrarlas silenciosamente en palabras.
(…)
   Suponiendo que fuera posible desentenderse de los mensajes, el acto de observar cómo el autor extiende, dentro del cerco de las pautas y a través de los saltos de los encabalgamientos, el hilo de la elaboración ideológica, sería ya un disfrute estético singular.
(…)
   En ese trabajo singular hay algo, aunque sea por sutil comparación, semejante al talento especial del urbanista. Las décimas de Pedro Péglez no son casas aisladas, aunque cada una de ellas lleve un alzamiento cuidadoso y estremecido, sino conjuntos arquitectónicos que tienen sentido fino de la convivencia, y son como construcciones que se miran unas a otras y se calculan las distancias y conjunciones que les están permitidas, según leyes de gracia y comunicación, dentro del espacio total del poemario. El lector entrenado disfruta también la energía especial que se ha impreso en la concepción, distribución y ejecución de los conjuntos. El libro de poesía no es un almacén azaroso de vivencias, sino un organismo de comunicación artística.
   Pero de nada vale la habilidad que mira su propio ombligo, y que tiene algo de circense: la habilidad ha de ser conseguida, y convertida en segunda naturaleza, para expresar con eficacia nuestro inalienable mensaje interior. En este sentido, las décimas de Pedro Péglez saben sortear con elegancia los riesgos de la novedad a ultranza, de la iconoclastia sin cauces, del estrépito vacío: una poderosa brújula interior le salva de los probables desequilibrios. La autenticidad de lo experimentado y la naturalidad de los sentimientos, dentro de un enunciado que se asienta sobre el dolor ―cauce por donde transitan todas nuestras vidas―, da a sus versos una rara capacidad de solidaridad y conmoción. Una fluencia elegíaca, leve, pero orgánica, recorre hasta sus instantes más luminosos.

(El cántaro profundo. Prólogo a “Cántaro inverso”, de Pedro Pérez González [Péglez], 2005)

Wednesday, September 14, 2016

Francisco Morán vs. el Martí de “ojos imperiales”

En febrero de 1877, Martí sale de México hacia Guatemala y pasa por Livingstone, pueblo del departamento de Izabal, en el oriente de Guatemala y situado en la boca del Río Dulce, en el Golfo de Honduras. Al acercarse el buque en que viaja, escucha la llamada de un caracol que viene de la orilla, y hace de él campana americana que ―llama a los hijos de la costa a las labores de la tierra.‖ El pueblo se vuelve una pequeña muestra de laboratorio de la soñada unidad americana: ―Pero hoy es fiesta. ¿No? Pues, ¿qué hacen en aquella plaza tantos hombres que van y que vienen? No es plaza, es que están embarrando una cabaña. Ese bullicio es simpático; atrae ojos y corazones, porque lo engendra un sentimiento fraternal. En Livingston el pueblo no permite que un hombre solo haga su casa: Todos le ayudan‖ (OC 19, 37).
   Hay tres detalles sobre los que quiero llamar la atención. En primer lugar, vemos el característico movimiento martiano de negación del goce. La fiesta está en el trabajo, no en la fiesta. Lo segundo, es el amoroso autoritarismo que subyace en la solidaridad: aún si un hombre quisiera construir su casa él solo, la unidad del pueblo se lo impediría. La efusiva solidaridad grupal se realiza a expensas de la negación de la voluntad individual. Por último, está la reproducción de la lengua del otro, la anotación filológica registrada en el uso de las itálicas embarrando que marcan la diferencia con respecto al viajero ilustrado. Lo curioso en este caso es que, contrario a lo que sucede con otros ejemplos como nirajú (el niño) o dada (la anciana), embarrar no parece marcar tanto la lengua del otro como otra, sino más bien como inculta. En ambos casos, como advertí antes, hay que tomar nota de la mirada colonial que se esconde en estas notas. La crítica ha pasado por alto con frecuencia que la tan celebrada defensa martiana del «hombre natural» nunca está lejos, ni de la noción de «hombre primitivo», ni, por supuesto, de los prejuicios antropológicos y racistas que han acompañado a este término. Lo veremos mejor si nos volvemos a esa fraternidad americana que se presenta a los ojos de Martí: ―No se ve una cara blanca, pero el negro de la raza pura alegra los ojos. No el negro corrompido, bronceado, mezclado, de Belice, sino este otro luciente, claro, limpio, que no tiene nunca canas, redonda en las mujeres como Venus, en los hombres desnudos como Hércules‖ (OC 19, 37). El pero sugiere cierto malestar. Aquí no hay ni un blanco, parece decir Martí, pero si todos son negros, al menos no son como otros negros (los de Belice, por ejemplo), sino que son negros puros, lucientes, claros, limpios. Si el comentario resulta escandalosamente racista por partida doble – discrimina al negro ―corrompido, bronceado, mezclado,‖ y adopta un tono paternalista y condescendiente, colonialista ante el negro que merece su aprobación – ¿por qué, habría que preguntar, Martí encuentra una virtud en el hecho de no tener canas? ¿No es acaso esa ausencia de canas, es decir, lo único blanco que podría tener el negro, eso que hace de él un negro puro (literalmente hablando): un negro absolutamente negro, luciente, con un brillo de ébano pulido? ¿No será este el «negro natural» una especie de otredad en estado puro, sin una sola cana?2 Pero, ni aún esta cabeza inmaculadamente negra tranquiliza a Martí, viajero, etnógrafo y autoridad moral que continuamente juzga a los demás. Después de exaltar la ―vivacidad,‖ la ―generosidad,‖ la ―fraternidad‖ y la ―limpieza‖ de Livingston, no puede evitar dejar, siquiera de pasada, constancia del desasosiego que le suscita tanta cabeza negra y natural, y aún ese ―pueblo moral:‖ ―las miradas llenas de benevolencia y de franqueza acusan, por su centelleo, que en el momento de la ira han de ser rayos y relámpagos‖ (39). De tan naturales y puras esas cabezas negras fácilmente se despeñarían por la violencia y, valga decir, la barbarie. No cabe duda de que la mirada sobre Livingston sugiere el descubrimiento de un estado de naturaleza pura – ―no es plaza‖, se autocorrige el viajero, y la especie de comunismo primitivo de que toma nota, así como la descripción del otro noble y bondadoso: el negro en lugar del indígena – y no falla en evocar los textos del descubrimiento, particularmente con la carta en que Colón anuncia el descubrimiento.
   Por otra parte, la mirada engarza con, y no meramente complementa, la que se entrega a la erotización del cuerpo negro. Podríamos decir que la escritura martiana se hace eco de la relación lector-texto que, según Pratt, ―se codifica en los mismos términos masculinistas y erotizados que codificaron la relación del viajero europeo con los países exóticos que visitaba‖ (Ojos 172). Martí, que comienza a elogiar el habla del ―caribe primitivo‖ y el ―dialecto puro‖ del lugar, exclama entusiasmado: ―¡qué manera de hablar!‖ Haciendo uso de la tercera persona, con la que enmascara la suya propia, Martí comenta que ―el viajero‖ admiró una vez ―la rápida palabra de los vascos,‖ pero que ―ahora ve que ésta [la de Livingston] le es muy superior.‖4 Rápidamente las observaciones sobre el lenguaje se erotizan, y con el lenguaje todo el pueblo: ―Son locuaces con la lengua, con los ojos, con las caderas, con las manos. Tienen para cada letra una, no mirada, sino transición de ojos diferente. Si dijeran amor, estas mujeres quemarían. ¡Oh! Y como se viste esa negra; es el vestido del país.‖ Y mirando a un niño: ―Pero aquel pequeñuelo es mucho más curioso: tiene formas narcíseas [sic], apolíneas. Es ligero y hermoso, nervudo y correcto: el pequeñuelo es un Cupido negro‖ (38). La mirada erotizante, la racialización enfática – no basta con decir ―estas mujeres,‖ ni ―aquel pequeñuelo‖ – y el no menos enfático marcador de las diferencias se combinan para exotizar al otro. La misma disponibilidad de ese otro para la realización de la fantasía erótica del viajero traiciona la impronta colonial, etnográfica, masculina y blanca de la enunciación martiana. El otro deviene un objeto de estudio, una curiosidad, sujeta a las clasificaciones y comparaciones, objeto del deseo y fuente de inquietud o de miedo.

(El tigre de afuera y el tigre de adentro: los ojos imperiales de José Martí en el viaje a Guatemala. Potemkin ediciones, septiembre 2014)

Tuesday, September 13, 2016

Juan Abreu vs. escritores y pintores de la UNEAC en el exilio

Y si hablamos de escritorzuelos y pintorzuelos, viven lejos de la isla, pero son miembros de la UNEAC y escriben para los libelos fidelistas y exhiben en los corrales fidelistas como si tal cosa y con la mayor naturalidad y en una ausencia absoluta de conflicto moral. Como si la dictadura fuera una democracia y no una dictadura, como si ese sucio frotarse con los asesinos no acarreara una cuota ineludible de complicidad y vileza.
   Al principio me parecía, cuando hablaba con alguno de ellos, simple cinismo y oportunismo descarado, pero después me he dado cuenta de que lo que pasa es que carecen de dimensión moral.
   El fidelismo los ha mutilado y envilecido de nacimiento y de manera ya irrevocable.

(Blog Emanaciones, enero 2016)

Monday, September 12, 2016

David Lago González vs. Francisco Garzón Céspedes

Paca Garza “La Activa”, como se le conocía en Camagüey, antes de emigrar a la capital, era, por aquellos años en los que yo casi ni había nacido, “compromiso” de Manolito Martínez, que por entonces era cantante “melódico”, de los que surgieron a consecuencia de la nefasta estela que dejó el nefasto Raphael de sus inicios (“Yo soy aquél”), entre los que estaban también Gilbertico Rodríguez (que con su marido, que era “luminotécnico” del Cabaret Caribe, se fueron por El Mariel) y otro más que ahora mismo no me acuerdo cómo se llama y que se quedó en Camagüey no sé si para siempre.
   Todos –o al menos los viejos comunistas cubanos y los poetas e intectuales que aspiraban a “un rango en el escalafón”, como los Rivero, los Noguera, los Cassaus y los etcéteras– sabrán mejor que yo su posicionamiento desde “los órganos de puntería”, cosa que yo, gracias a la virgencita, no sé tanto porque nunca pertenecí, como tampoco Carlos Victoria ni otras, a tan selecto club de colaboracionistas del gobierno de Vichy.
   El sujeto de marras era más conocido de Carlos y Nikitín que de mí, pero yo también formé parte de un repentino y sorpendente interés del cuentero (que es, exactamente, todo lo que ha sido en su vida) por saber y ver lo que estábamos escribiendo, y muy poco antes de Carlos ser involucrado en el “affaire Truca Pérez con sus tribulaciones en el Puerto de Luz de San Cristóbal de La Habana” con mucho más rigor y consecuencias que los demás (Nikitín, Rafael Zequeira y yo), se apareció en Camagüey para recopilar material nuestro a fin de publicarlo en la Revista Casa o en Unión (en fin, una mierda de ésas). Las pobres locas provincianas se pusieron de lo más contentas: “ay, mira, al fin nos van a reconocer”, “van a publicar tus versitos, Vicky Baumm”. Ahora mismo estoy mirando al cuentero sentado en un balance de la saleta de mi casa, deshecho, no en menudos pedazos (¡lástima!) sino en elogios hacia un poema que se llama Tarde de Mayo (finalmente incluido en mi libro “La Resaca del Absurdo”) “atrevidamente” referente al acto de follar con mi amante de entonces. Se llevó ése y otros poemas que no recuerdo. Por supuesto, nunca serían publicados y partir de entonces nunca más se supo del funcionario de Casa ¿a la caza?
   En cambio –“¡Oh, casualidad!” como diría Luis Carbonell en uno de sus mejores sketchs– lo siguiente en aparecer fue la Securité de l’Etè en la Dirección Provincial del Instituto de Repoblación Forestal cargando con Carlitos y los motoristas con nuestras citaciones tocando en nuestras casas respectivamente a la misma hora para que escasamente en una hora nos presentáramos en Villa María Luisa ante el Teniente Blanco.
   Años después supe que en Cuba se decía –from a very good ink– de que alguien conocido había colaborado en el asunto… (supuesta, presuntamente, stasimente)
   En fin, lo importante de todo este turbio asunto es la obsesión enfermiza de la Seguridad del Estado cubana por las villas.


(Comentario publicado en la red, enero 2009)

Friday, September 9, 2016

Emilio Ichikawa vs. “Memorias y olvidos” de Cintio Vitier

En este ambiente de prodigalidad, las memorias de Cintio Vitier sorprenden inicialmente por su escualidez. Después uno comprende que para algunas personas recordar puede ser una faena truculenta. La palabra amañada es la consecuencia natural del silencio sostenido.
   Memorias y olvidos (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2006) es un folleto de apenas 47 páginas. Se estructura en 13 escenas, ilustradas con dibujos de José Luis Fariñas. La edición corre a cargo de Daniel García, que junto a Rinaldo Acosta constituye uno de los más renombrados editores de la isla.
   De entrada, Vitier adelanta el presupuesto fisiológico de este trabajo: una pérdida creciente de la memoria factual, aunque no, asegura, de la memoria poética. De esa forma, entre corazonadas y lealtades ideológicas, construye un viaje desde la infancia hasta la defensa política de los “los Cinco”, el elogio de Chávez y la sintomatología antinorteamericana. A propósito, no está de más recordar que Vitier nació alguna vez en Key West.
   La estación intermedia es su proceso de formación intelectual, poco diverso y excesivamente reverente. Más que endeudado, Vitier parece un prisionero de ciertos influjos: el catolicismo municipal, el roce con María Zambrano, el dictado de Juan Ramón Jiménez y el tutelaje de Lezama Lima. Cuenta también, por supuesto, la experiencia del castrismo: un proceso político que se le apareció como cristianizable después de trabajar varios años en la Biblioteca Nacional.
   La mala influencia que el peor “senequismo” ha tenido en el pensamiento cubano (totalmente inmune al Emerson de José Martí, al Kant de José del Perojo e incluso al Marx del Departamento de Orientación Revolucionaria), se puede constatar en ese (extendido) hábito nacional de citar, a modo de indigestos moralismos, frases “filosóficas” de Ortega, Juan Ramón Jiménez y María Zambrano. Cuando en la página 5 Vitier descubre que puede escudarse en una sentencia, se deshace de inmediato de la responsabilidad de pensar y glosa acríticamente a la malagueña: “El ser se dice de muchas maneras”.
   Sin embargo, el folleto logra insinuar lo que puede ser el lado oculto (y seductor) de Vitier: su enrevesada actitud ante las razas, las clases y el sexo. Si para contextuar la sexualidad de Lezama Lima se inventó una vez el urgente calificativo de “católico heterodoxo”, para Vitier todavía tenemos pendiente la etiqueta. Una demonización de su persona puede ser negativa para el diputado, pero indudablemente enaltecedora para el poeta.
   Al vacío mitológico que esa generación consideró para la historia de Cuba, corresponde el vacío anecdótico de unas paradójicas biografías que aspiran a la santidad como programa de una pecaminosa soberbia moral. Después de referir una actitud retraída, digamos que contemplativa ante la emergencia de lo sexual en su vida, Vitier apunta: “El sexo matancero se concentraba en un grupito nocturno, en el que no faltaban los pervertidores. La cosa siguió en el habanero y chinesco Shangai, pero con música siempre mejor que en el siniestro silencio cinematográfico. Quien no haya pasado por el infierno que levante la mano. El asunto es salir de él.” Y más adelante: “Además de mi deslumbrada iniciación poética, tuve la sensación de que el mundo, con sexo y todo, se enderezaba, era vivible.” (sic).
   En otras páginas Vitier reproduce una extensa carta del poeta exiliado Gastón Baquero. Hay al menos dos propósitos visibles en esa ofrenda documental: una meditación coral acerca de la esencia de la poesía y un ansia sincera por refrendar públicamente, aún a tiempo, lo que perece haber sido una gran amistad.
   Protegida por los lemas políticos del momento, incluso al margen de los mismos, la memoria de Vitier se asoma a oscuridades que plantean la necesidad de reconsiderar esa pureza humilde que le falsea el vuelo.
   En el momento del servicio político, un poeta puede llegar a mentir sin traicionar. La traición se comete no cuando el autor enajena el verso, sino cuando lo entrega como cola o incluso como cabeza de una causa. Es decir, cuando escribe una cosa como esta: “Fina y yo, por cierto, como Eliseo y Bella, estábamos, sin conocernos aún, en el mismo teatro recibiendo las mismas lecciones. Después, leyendo las colaboraciones cubanas de Juan Ramón, aprenderíamos mucho más: que la poesía pura (en cuanto aspira a la belleza, que se identifica con la justicia) es inmanente antiimperialista”.

(Las memorias de Vitier. Blog Penúltimos Días, febrero 2007)

Thursday, September 8, 2016

Abel Prieto vs. Raúl Rivero y Guillermo Cabrera Infante

Pregunta. Su visita ha coincidido con la lectura de poemas en Madrid de Raúl Rivero.
Respuesta. La entrada triunfal de Rivero ha tenido una repercusión mediática desproporcionada, que no tiene nada que ver con la literatura, ni siquiera con sus ideas. Es una especie de burbuja. Sería muy importante que algo de ese impacto mediático lo tuviera gente que no viene de Cuba. Yo me pregunto si se saben los nombres propios de las personas que han sido torturadas en Abu Ghraib y en Guantánamo, si esos presos políticos escribieron algún poema.
P. ¿No hay espacio en Cuba para un poeta como Rivero?
R. Creo que hay espacio para poetas, escritores, intelectuales de todas las tendencias. La cultura cubana es muy plural. Esta amarga historia con Rivero tiene que ver con servir a una potencia extranjera.
P. ¿Es posible disentir en Cuba sin ser acusado de ser agente de Estados Unidos?
R. Hay mucha gente que discute, hay un debate que no se conoce. Lo que no es legal es trabajar al servicio de la Embajada de EE UU, que nos ha declarado una guerra total.
P. ¿Esto se aplica al resto de escritores y periodistas encarcelados?
R. El único periodista y escritor que conozco que estuvo encarcelado 20 meses fue Rivero.
P. ¿Cómo explica el caso de Guillermo Cabrera Infante?
R. Hay dos Cabreras Infantes. Uno que goza de los cubano y utiliza el lenguaje habanero de forma brillante, ése nos pertenece totalmente. El que simplemente teoriza contra lo cubano y elabora un libro siniestro, que Satanás pondría a leer eternamente al condenado, no nos interesa. Tenemos madurez suficiente para separar lo que es aprovechable de su obra y lo que no tiene sentido difundir.

(“Cuba produce más talento del que se puede emplear”, entrevista. El País, abril 2005)

Wednesday, September 7, 2016

Camilo Venegas responde a dos escritores de provincia: Antonio Rodríguez Salvador y Ricardo Riverón

Mi reacción ante la golpiza que le propinaron en La Habana a Ángel Santiesteban, ha provocado agrios emails de dos o tres escritores del interior de Cuba (allá en la Isla, la palabra “interior” define todo lo que demarca lo provinciano, lo municipal). Nunca me ha gustado participar en esas porfías, no me interesa el “lleva y trae”, pero no puedo abstenerme de hacer esta aclaración.
   En El Fogonero suelo decir lo que se me ocurre. Para eso son los blogs, para que cada quien, sin importar sus ideas, oficio o preferencias, le diga lo que quiera decir a los que quieran leerlo. De eso se trata la revolución que ha provocado la Internet, de darle participación al que accede con libertad a ella. Ahora todos somos emisores y estamos en igualdad de condiciones con el resto de los que producen cosas para la red de redes.
   De todos esos emails que he recibido en las últimas horas no tengo nada que decir. Y si lo hiciera sería redundante, porque diría más o menos lo mismo que han dicho ya Manuel Sosa y Félix Luis Viera. Pero hay una frase de Antonio Rodríguez Salvador que no puedo pasar por alto, que quisiera comentar a toda costa. Sobre todo porque haciéndolo, me ayudo a definirme a mí mismo.
   “En este mundillo hay reglas: ¿Dónde publicas?, ¿Dónde estudian tú obra? ¿Qué dice la crítica de tu obra?, ¿Quién hace esta crítica?...”, afirma Rodríguez Salvador entre signos de interrogación. Confieso que encontrarme con alguien que, a principios del siglo XXI se plantee con tanta convicción una discusión que ya a finales del XX no tenía el más mínimo sentido, me causa pavor.
   He ahí las consecuencias de que los individuos permanezcan aislados y enajenados de lo que está ocurriendo en el mundo. Mientras todos en el planeta están enfrascados en la tarea de acertar cómo acabaremos comunicándonos a través de la Web 2.0, mientras los periódicos desaparecen y las redes sociales se convierten en un espacio donde todos se reúnen sin necesidad de las geografías; estos muchachos insisten en no abandonar el cascarón fosilizado de su huevo.
   No puedo responder las preguntas que Antonio hace porque no aplican en mi caso, pero quiero aprovechar la ocasión (así decía Cepero Brito cuando quería abundar en Escriba y Lea) para aclararme algunas cosas a mí mismo. Aunque nací en el Paradero de Camarones, no me considero un escritor cubano, es más, creo que ya no me considero un escritor.
   Digo cosas, las que se me ocurren, y algunas aún tienen las formas de la literatura porque soy un individuo del siglo pasado y arrastro esos rezagos. Lo único que no quisiera dejar de ser nunca es un comunicador. Sobre todo ahora, que es más importante comunicar que escribir. Por eso no me preocupa estar al lado del camino, ya no importa el lugar donde tan bien se esté, ni lo cerca o lo lejos que quedes, lo único en verdad importante es estar conectado.
   Hoy El Fogonero es un blog, pero mañana puede ser cualquier otra cosa. Lo único que no mutará en él es mi obsesión por cuestionar, acertar o errar a través de la creatividad. En cuanto a la literatura, creo que las pocas cosas que escribo serían más o menos igual si yo fuera argentino, polaco o australiano. No me interesa que se vea mi “obra” dentro de una generación, un contexto o una geografía. Creo esa “metodología” es cada vez más incomprensible y absurda.

(Al lado del camino. Blog El Fogonero, junio 2009)

Quisiera mandar esta carta para Santa Clara, allá, en el centro Cuba. Acabo de recibir un email de Ricardo Riverón cuya respuesta hago pública. De Riverón conservo recuerdos de los que realmente no soy capaz de deshacerme. Hace unos días escribí algo sobre Sigifredo Álvarez Conesa y recordé un viaje a Caibarién. Ricardo es uno de los testigos de aquella expedición, junto a Luis Lorente, Emilio Comas Paret, Waldo Leyva y Yamil Díaz, entre otros. No olvido ninguno de aquellos rones, conservo todos los abrazos.
   Lo primero, viejo Riverón, es que no le exigí a nadie que firmara la carta que condenaba el deleznable acto de represión cometido contra Ángel Santiesteban, sólo le reclamé, a los pocos que protestaron con tanto ahínco cuando reaparecieron en Cuba dos célebres censores, que hicieran lo mismo ahora, cuando estábamos frente al mal de raíz, que es la falta de libertades en Cuba.
   Me alegra que El Fogonero se lea por allá, eso quiere decir que, a pesar de todas las restricciones, prohibiciones y desmanes que impone el régimen, siempre hay algún valiente dispuesto a pasarle por encima al horror. Es una pena que cada uno de ustedes no tenga la posibilidad de mantener un blog, porque eso haría que Cuba, al menos en el ciberespacio, fueras mucho más plural.
   En cuanto a las cifras que reúnes sobre los accesos de determinadas páginas de Internet, tengo poco que decir. Siempre he sido muy torpe en eso de los números. Todo lo que sé de matemáticas lo invierto en el béisbol. Prefiero recordar los jonrones de Cheíto Rodríguez, las bases robadas por Víctor Mesa y los juegos ganados por José Ramón Riscart. No veo la manera de contabilizar las ideas, de redondear las opiniones.
   Sobre mi evocación al Paradero de Camarones, te confieso que no hay otra pretensión que no sea la de poder regresar por encima de las prohibiciones que me impone la dictadura de mi país. Ese pueblo de mierda es mi lugar en el mundo, el sitio donde podría vivir el resto de mi vida sin que casi nada más me haga falta. Su estación de ferrocarril son las coordenadas exactas de lo que soy como individuo.
   El problema de Cuba no somos ni tú ni yo, Riverón, ni siquiera las ideas que podamos tener de lo que debe ser o no nuestra patria. El problema de Cuba es el régimen decadente que la tiene sumida en el oprobio y la afrenta. Te prometo que cuando nos volvamos a ver beberemos ron hasta la inconciencia. Tú pones las décimas inigualables del Club de Poste y yo todos los abrazos que nos debemos desde el siglo pasado.
   ¿De dónde has sacado tú, Riverón, que te odio yo? Me duele que a veces tú te olvides de quién soy yo; caramba, si yo soy tú, lo mismo que tú eres yo.

(Una carta para Santa Clara. Blog El Fogonero, junio 2009)

Tuesday, September 6, 2016

León de la Hoz vs. Abel Germán Díaz Castro y Marco Tulio Aguilera

Acabo de leer (…) una polémica surgida a raíz de la reseña que Rafael E. Saumell publicó sobre la novela El corazón del rey, de Félix Luis Viera. La polémica se resume en lo siguiente: Saumell escribe sobre la novela y de inmediato dos que antes habían elogiado la obra se le echan al cuello con insinuadas e inusuales acusaciones de descrédito intencionado, nocturnidad y alevosía contra El corazón del rey, que en la nota editorial de presentación se resumen como discrepancias “de la forma y de algunas ideas”. Los que respondieron son los escritores Abel Germán y Marco Tulio Aguilera Garramuño, de ahora en lo adelante para abreviar me referiré a ellos como “el Tándem”. Los tres implicados son escritores. Aún así podría entenderse que la polémica es una inocente reivindicación literaria, pero quienes llevamos ya mucho tiempo en estas lides sabemos que esta concertación de voluntades para defender algo no se produce por el azar concurrente, y casi siempre por intereses a veces espurios. El matonismo también existe en las bellas letras y aunque se produce con menos frecuencia se da con la misma fruición que el besuqueo, el chisme, el hedonismo y la guataquería (en España se llama comeculos a esta costumbre tan arraigada).
   A mí no es que me disgusten las polémicas, pero las polémicas inútiles, mal concebidas y sin sentido no debieran producirse entre otros motivos porque lastiman la credibilidad de los polemistas, incluso del lugar donde se producen. Por supuesto que la historia literaria está llena de polémicas y críticas negativas, peyorativas, vengativas, normativas o no y desde puntos de vista polémicos en sí mismos, en ocasiones por causas e intereses extraliterarios. No ha habido una gran revista ni movimiento literario que no haya contado con una polémica o alguna guerrita estética destinada a alcanzar la supremacía de algún grupo o liderazgo individual. A veces ni siquiera hace falta un grupo y si un macho alfa que mueve tras de sí a quienes les complace sentirse iluminados por el líder. En eso los cubanos somos especialistas. Lo que sí es anómalo, carente de justificación literaria y hasta sospechoso de pandillismo, es que se defienda un libro por criticado después que los propios defensores hayan sido antes garantes del mismo, como si los moviera al unísono una fuerza mística redentora semejante a los guardianes del Santo Grial. Eso en el mundo real suena en mis oídos a vendetta. Todavía es menos comprensible que esa defensa se haga amonestando a la persona que escribe la crítica, como si se poseyera el monopolio de la opinión o la franquicia Criticón. Sin duda, un debate así solo reporta publicidad gratuita a la novela, dejando una estela de brazos y plumas rotas.
   Como es de suponer el autor de la novela, Viera, se ha mantenido feliz y elegantemente al margen, ya que los escritores serios, con mejor o peor suerte, no sólo han creído siempre que las obras se defienden por sí solas sino que el tiempo es el mejor de los jueces. Un lugar común. La literatura cubana ha corrido la mala suerte de la dispersión acentuada por el largo exilio y aunque ella sea una sola se vive y se crea de diferentes maneras a lo largo y ancho de la diáspora, con el problema que representa para la misma la acentuación de esa horizontalidad a falta de la jerarquización de la crítica. Esa no es una razón pequeña para resignarnos a dejar que el tiempo ponga las obras en su sitio, ya que la crítica buena es escasa y gran parte de ella está mediatizada por la mediocridad, la falta de información, el exceso de academicismo o la pertenencia al club de los aduladores.
   Yo no he leído la novela, que me gustaría leer en cuanto pase cerca de mí, por ese motivo no puedo hacer juicio de las valoraciones de los críticos implicados ni del objeto valorado, pero el problema de esta polémica es que no se ha planteado sobre la novela, sino sobre lo que se supone que ha dicho uno de los críticos de la novela, ni siquiera sobre lo que dice realmente. No estamos hablando de quién tiene razón, ni siquiera si los juicios son acertados y justos ya que la crítica puede llegar a ser la donna è mobile de la literatura. Se trata de la actitud del tándem Tulio­ Germán que ha puesto en duda la honestidad y el juicio de Saumell, erigiéndose ambos en defensores de una verdad y una visión dogmáticas. No dudo de las virtudes de la novela, enumeradas y descritas por el Tándem y por él mismo Saumell a pesar de la lectura interesada que ha hecho dicho tándem de la reseña. Esas virtudes son la principal razón de la sinrazón del papel de guardianes con que se presenta el dúo: Si la novela es tan buena y ellos mismos junto a otros la han bendecido se supone que goza de una fortaleza intrínseca, además de los fuertes brazos del Tándem para sostenerla sin caer, ¿si es así con qué motivo el Tándem se lanza con el cuchillo jamonero sobre el cuello de otro escritor que ha opinado diferente? ¿Será porque no pertenece a alguna cofradía u orden secreta? Seguramente si levantamos la camisa de alguno podríamos ver tatuados en su pecho el corazón del rey.
   Que la novela de Viera o cualquier otro libro sea bueno, incluso excepcional, no la blinda a opiniones diferentes, contrarias e incluso equivocadas. Todavía más, en caso de haber sido una crítica totalmente negativa, y en el peor de los casos destructiva, ¿tienen derecho a reaccionar atacando a la persona que escribe en contra de dicha obra? ¿Es realmente honesto por parte de los críticos establecer un modo de leer, imponer una visión arremetiendo en grupo contra quienes lean de otra manera aunque sea equivocada?
   Una cosa que uno aprende “desde niño” es que una obra alcanza el dominio público cuando la dejamos ir porque la creemos adulta y puede adquirir vida propia, exponiéndose a las “maldades” y “bondades” del mundo; lo que más puede sufrir una obra que ya hemos puesto en manos del lector es la incomprensión y la maledicencia, de modo que los escritores “adultos” aprendemos a convivir con esas cosas. Entonces, sí El corazón del rey es un dechado de logros comparable a una de las obras más importantes de la literatura cubana como Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante –dicen–, ¿puede sobrevivir a la supuesta y deliberada maldad de Saumell a pesar de que es avalada por el Tándem y la crítica especializada, entre otros?
   Sobre eso Lezama Lima nos dejó una lección. Cuando le dijeron que su novela Paradiso estaba siendo sometida a una cruel crítica literaria y política no sólo por lo atípica de su concepción narrativa, fuera de la norma, sino también por las escenas de sexo y las dimensiones del pene descarado de Farraluke que escandalizaban a las autoridades, Lezama, comparando Paradiso con un zepelín, expresó con un gesto de desdén que acompañó su respiración de asmático inveterado: ¡Pues, déjela pasar! Los zepelines, grandes, voluminosos y de difícil acceso como Paradiso se les deja pasar hasta otro cielo.
   En la infancia de mi pequeña patria llamada Santiago de Cuba cuando alguno de los cofrades del barrio se convertía en adulón lo llamaban de un modo tan despectivo que no me atrevo a escribirlo. La literatura como cualquier otra rama de la creación cuenta con una sociedad conformada de personajes de todo tipo entre los cuales se hallan aquellos que ejercen esas funciones deleznables. A mi modo de ver el problema no es que esos personajes existan, sino que a veces son capaces de sacar sangre de los demás para sobrevivir. Terminando de escribir estas líneas veo que Otrolunes ha añadido a la polémica un excelente texto a favor de El corazón del rey, devolviendo la novela al centro de la controversia, ya que hasta ahora lo había sido el trabajo de Saumell al que habían mandado a matar. Me parece injusta, descentrada y desproporcionada la polémica por los propios términos en que el Tándem la planteó y la revista la concibió, ojalá El corazón del rey tenga la suerte que las buenas novelas también necesitan y no se deje acompañar por quienes a fuerza de amor por ella le dan lo que seguramente no le hace falta. No solo el Tándem ha ido a bailar en casa del trompo como respondía Saumell en su réplica, sino que también lo han hecho con la más fea. En casa del rey, cuchillo de palo.

(El corazón del rey, una polémica inútil. Blog Hábeas Corpus, enero 2016)