Abel Prieto no será el rostro de la cultura cubana. Pero
sí es su penúltima o antepenúltima palabra. La primera, ya se sabe, es de Raúl
Castro.
Como que en la Cuba oficial y semioficial
nadie habla, canta, filma, viaja o escribe sin estar autorizado (aunque de
cuando en cuando alguno se finge independiente), no paso por alto el ímpetu y
despliegue de citas con que Prieto la ha emprendido de pronto contra Guillermo
Cabrera Infante.
En un artículo publicado el 18 de julio en Granma,
Prieto empieza celebrando la consagración de la obra de Fernando Ortiz como
Patrimonio de la Nación. Luego, pasa a comparar la cubanidad de Ortiz con la de
Cabrera Infante. Prieto cita a Elías Entralgo para establecer que Ortiz es un
egregio representante de la "cubanía progresiva" y Cabrera Infante lo
es de la "cubanía estacionaria". De Entralgo, destacado colaborador
de aquella famosa Universidad del Aire (1932-1952), ¿podrá decirse que en el
aire las compuso?
Al cabo, pareciera que el artículo no va
tanto por elevar a Ortiz como por despeñar a Cabrera Infante. Sin transición,
sin una cervecita dialéctica que nos ayude a soportar la canícula de su selva
epistemológica, Prieto nos dice que Cabrera Infante, "cubanísimo en su
narrativa, en su pirotecnia lingüística" es "francamente anexionista
de alma y pensamiento". Acto seguido, estampa en el expediente del
novelista un cuño con una frase de Ortiz: "cubanidad castrada".
Otras citas de Ortiz, dentro y fuera de
contexto, le sirven a Prieto para inhabilitar a Cabrera Infante. Veamos este
fragmento: "No es suficiente, insiste Ortiz, 'tener en Cuba la cuna, la
nación, la vida y el porte'. Falta algo más: 'son precisas la conciencia de ser
cubano y la voluntad de quererlo ser'. Y diferencia 'la cubanidad, condición
genérica de cubano, y la cubanía plena, sentida, consciente y deseada'".
Innecesario aclarar que la cubanía plena, sentida, consciente y deseada implica
un compromiso revolucionario, incluso con carácter retroactivo, cuya
certificación de autenticidad queda en manos de las autoridades castristas. La
cubanía, al igual que la calle, es de Fidel.
Esta es una de nuestras taras intelectuales,
agravada por la dictadura. La elaboración en abstracto sobre una esencia
nacional sin otro alcance más allá de la frase. Mucho porte y poca sustancia.
De este modo, seguimos hablando de la nacionalidad en el siglo XXI con un marco
conceptual que ya era pobre a fines del XIX. En algunos casos notables, los
fraseadores desconocen el país y/o se acomodan, digamos, a una suerte de
iluminada pereza. Nadie se extrañe de que al final la policía termine
parándote, en la calle o la eternidad, a ver quién tiene la cubanidad más
larga.
Como ministro de Cultura, Prieto implementó
la política del cambio-fraude. Con éxito, debe admitirse. Cada vez son menos
los creadores de la Isla que van a la cárcel o recurren al escándalo político.
Y cada vez son más los que llevan su jaula a cuestas donde quiera que vayan,
con tal de que los dejen salir y entrar a su antojo. Porque no hay nada como
salir, posar de heterodoxo y moderado, soltar una pullita contra el embargo y
otra pullita contra el exilio, reunir unos chavitos por aquí y una pacotilla
por allá, salir a pasear en el yate de algún millonario dialoguero y entrar a
vivir como un personaje de carne y hueso entre los fantasmas de un pueblo en
ruinas.
De todo esto, Cabrera Infante fue la
antítesis. En vida y obra. Pasó hambre, se le quebrantó la salud, fue
sistemáticamente ninguneado y difamado por la izquierda en cualquier tierra que
pisara, pero nunca se le agachó a la dictadura. Si vamos a hablar de su obra,
¿hay otra que revele a Cuba y los cubanos con la misma sostenida calidad, con
la misma claridad, con la misma originalidad de estilo, con la misma
desenfadada lucidez? Se entiende entonces que la lógica totalitaria decrete su
expulsión del panteón nacional. Hay que organizarle un acto de repudio con
Martí a la cabeza. Es un anexionista. Para colmo, tiene la cubanidad chiquita.
Imposible pasar por alto el artículo de
Prieto. No como testimonio fiscal el día en que todo se venga abajo. Los
censores siempre sobreviven. Pero habrá que hacer la crónica, habrá que
recordar la triste historia de cómo el adocenamiento, el miedo, la banalidad,
la pompa y la agresiva guanajería del castrismo, apoyado en su tradición afín,
siguen arrastrando nuestra cultura (¿a dónde si no?) hacia el punto cero.
(El tamaño de la cubanidad. Diario de
Cuba, julio 2019)