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Monday, August 26, 2019

Andrés Reynaldo vs. Abel Prieto


Abel Prieto no será el rostro de la cultura cubana. Pero sí es su penúltima o antepenúltima palabra. La primera, ya se sabe, es de Raúl Castro.
   Como que en la Cuba oficial y semioficial nadie habla, canta, filma, viaja o escribe sin estar autorizado (aunque de cuando en cuando alguno se finge independiente), no paso por alto el ímpetu y despliegue de citas con que Prieto la ha emprendido de pronto contra Guillermo Cabrera Infante.
   En un artículo publicado el 18 de julio en Granma, Prieto empieza celebrando la consagración de la obra de Fernando Ortiz como Patrimonio de la Nación. Luego, pasa a comparar la cubanidad de Ortiz con la de Cabrera Infante. Prieto cita a Elías Entralgo para establecer que Ortiz es un egregio representante de la "cubanía progresiva" y Cabrera Infante lo es de la "cubanía estacionaria". De Entralgo, destacado colaborador de aquella famosa Universidad del Aire (1932-1952), ¿podrá decirse que en el aire las compuso?
   Al cabo, pareciera que el artículo no va tanto por elevar a Ortiz como por despeñar a Cabrera Infante. Sin transición, sin una cervecita dialéctica que nos ayude a soportar la canícula de su selva epistemológica, Prieto nos dice que Cabrera Infante, "cubanísimo en su narrativa, en su pirotecnia lingüística" es "francamente anexionista de alma y pensamiento". Acto seguido, estampa en el expediente del novelista un cuño con una frase de Ortiz: "cubanidad castrada".
   Otras citas de Ortiz, dentro y fuera de contexto, le sirven a Prieto para inhabilitar a Cabrera Infante. Veamos este fragmento: "No es suficiente, insiste Ortiz, 'tener en Cuba la cuna, la nación, la vida y el porte'. Falta algo más: 'son precisas la conciencia de ser cubano y la voluntad de quererlo ser'. Y diferencia 'la cubanidad, condición genérica de cubano, y la cubanía plena, sentida, consciente y deseada'". Innecesario aclarar que la cubanía plena, sentida, consciente y deseada implica un compromiso revolucionario, incluso con carácter retroactivo, cuya certificación de autenticidad queda en manos de las autoridades castristas. La cubanía, al igual que la calle, es de Fidel.
   Esta es una de nuestras taras intelectuales, agravada por la dictadura. La elaboración en abstracto sobre una esencia nacional sin otro alcance más allá de la frase. Mucho porte y poca sustancia. De este modo, seguimos hablando de la nacionalidad en el siglo XXI con un marco conceptual que ya era pobre a fines del XIX. En algunos casos notables, los fraseadores desconocen el país y/o se acomodan, digamos, a una suerte de iluminada pereza. Nadie se extrañe de que al final la policía termine parándote, en la calle o la eternidad, a ver quién tiene la cubanidad más larga.
   Como ministro de Cultura, Prieto implementó la política del cambio-fraude. Con éxito, debe admitirse. Cada vez son menos los creadores de la Isla que van a la cárcel o recurren al escándalo político. Y cada vez son más los que llevan su jaula a cuestas donde quiera que vayan, con tal de que los dejen salir y entrar a su antojo. Porque no hay nada como salir, posar de heterodoxo y moderado, soltar una pullita contra el embargo y otra pullita contra el exilio, reunir unos chavitos por aquí y una pacotilla por allá, salir a pasear en el yate de algún millonario dialoguero y entrar a vivir como un personaje de carne y hueso entre los fantasmas de un pueblo en ruinas.
   De todo esto, Cabrera Infante fue la antítesis. En vida y obra. Pasó hambre, se le quebrantó la salud, fue sistemáticamente ninguneado y difamado por la izquierda en cualquier tierra que pisara, pero nunca se le agachó a la dictadura. Si vamos a hablar de su obra, ¿hay otra que revele a Cuba y los cubanos con la misma sostenida calidad, con la misma claridad, con la misma originalidad de estilo, con la misma desenfadada lucidez? Se entiende entonces que la lógica totalitaria decrete su expulsión del panteón nacional. Hay que organizarle un acto de repudio con Martí a la cabeza. Es un anexionista. Para colmo, tiene la cubanidad chiquita.
   Imposible pasar por alto el artículo de Prieto. No como testimonio fiscal el día en que todo se venga abajo. Los censores siempre sobreviven. Pero habrá que hacer la crónica, habrá que recordar la triste historia de cómo el adocenamiento, el miedo, la banalidad, la pompa y la agresiva guanajería del castrismo, apoyado en su tradición afín, siguen arrastrando nuestra cultura (¿a dónde si no?) hacia el punto cero.

(El tamaño de la cubanidad. Diario de Cuba, julio 2019)

Tuesday, August 20, 2019

Alejandro González Acosta sobre Leonardo Padura (2)


Son muchos los escritores de primera fila que han sido cuidadosamente excluidos por esas editoriales que “venden a Cuba”, cuando sus obras no resultan congruentes con esa imagen idílica del desastre cubano: unas ruinas con charme, un discreto encanto del proletariado indigente, una desesperación jocosa, una miseria tres chic, con esos jubilosos negritos bailando la rumba revolucionaria. Y al final una moraleja edificante de que, a pesar de todo, “seguimos siendo revolucionarios y confiando en el futuro”. Esos autores han sido inscritos en una lista negra la cual sospecho que las editoriales más comerciales y hegemónicas intercambian con la puntual eficiencia de los servicios secretos. Guillermo Cabrera Infante lo padeció. Lo sufrió Reinaldo Arenas y hoy muchos lo siguen enfrentando. Zoé Valdés hasta podría dar una conferencia magistral sobre este tema. Pero son muchos, demasiados, los escritores cubanos que se han estrellado contra el muro de las prepotentes editoriales hispanoamericanas las cuales ya decidieron —después de concienzudo estudio de marketing— que el anticastrismo no vende. Pero el castrismo tampoco, pues ya está demodée: necesitan un producto intermedio que juegue críptica y anfibológicamente y exponga lo que cada quien quiera entender. Y para eso, está Padura, toda una industria incesante de novelas ubicadas en ese espacio gris y de luz imprecisa, esa twilight zone, con esos libros del crepúsculo hechos a la medida de casi todos los gustos.
   Padura sabe esto y no quiere arriesgarse. Su nicho puede parecer incómodo, pero es seguro. Y por ello sus editores lo protegen con amoroso cuidado: hoy en sus apariciones públicas, los periodistas convocados –previa cuidadosa selección- resultan advertidos severamente que “el autor no quiere que le hagan preguntas sobre la política cubana”. Los editores velan por su producto.
   “Eso” que pasa en Cuba es la imagen del sueño que no fue, pero que de algún modo sigue ahí, contra toda lógica y razón, para momentánea tranquilidad de “las buenas conciencias”. Siempre es una experiencia regocijante y ya casi única a nivel mundial, disfrutar del “turismo político” que brinda la isla, con sus habitantes esquilmados y sórdidos, joviales y complacientes, y todo esto, además, dentro de un vivificante “baño de sauna revolucionario”: es como tomarse una foto con el último Lobo de Tasmania. Ese parque temático de la izquierda mundial que es Cuba, sin duda resulta mucho más atractivo por su colorido, sabor y musicalidad tropical, que una grisácea Corea del Norte, un desabrido Viet Nam, o una rígida China capitalista …
   En ese sentido, las novelas de Padura pueden ser para estos sujetos unas atractivas y sugerentes guías turísticas de Michelin a la cubana. Se trata de “pasear La Habana” —o su suburbio, Mantilla— de la mano no de Eusebio Leal, (ese consentido Petronio habanero que todavía aplaude jubilosamente untuoso el incendio de las ruinas del Nerón II cubano), sino de Mario Conde: a Padura lo han ubicado, posiblemente a su pesar, en una plaza de cicerone del MINFAR-MINTUR, pero exclusivamente para el área de dólares y euros: no se aceptan ruidosos y rezongantes nacionales indeseables, sólo como parte de la escenografía y en papel de solícitos y joviales tramoyistas.
   Pero esta difícil ubicuidad tampoco le ha resultado fácil al prolífico autor: también desde la siniestra le han venido golpes: el militantísimo argentino harvardiano Atilio A. Borón, lo llamó un “Jeremías” quejumbroso, casi antirrevolucionario: no es raro que le pida al cubano más fidelidad revolucionaria, quien ha sido capaz de exigir al gobierno de Maduro que aplaste violentamente con su ejército bolivariano a la oposición venezolana.
   En tales condiciones, no es justo ni sensato tratar de exigirle al novelista que “le dé patadas a su pesebre”, pues como se dice en buen criollo “no se defeca donde se come”. Sería absurdo lo contrario. Gabriel García Márquez lo advirtió muy bien y desde temprana fecha: cuando declaraba hipócritamente que “escribía para que lo quisieran”, por otra parte, en una sincera confidencia íntima, largó que “la mejor forma de no preocuparse por el dinero es ser millonario”. Y, en efecto, lo fue, abundantemente. Y aún después de muerto, sigue produciendo ganancias, no sólo con sus obras, sino con la venta —¡al odiado país del imperialismo avasallador!— de su biblioteca y archivo. Nunca fue remiso en perseguir honores y beneficios, y además su legendaria avaricia con sus compatriotas para conceder algunas migajas de su fortuna, ya es un tópico de la literatura latinoamericana, como la ceguera de Borges o el frenillo de Carpentier. Nunca ayudó a los jóvenes (ni a los mayores) autores colombianos, a quienes despreciaba llamándolos “parásitos envidiosos”, junto con Colombia, por cierto. Mencionen si quieren un amigo de veras del Gabo desde la juventud. ¿Plinio Apuleyo Mendoza? ¿Álvaro Mutis? A todos los fue abandonando en su incontenible ascenso hacia las cumbres del poder, que tanto le atrajo siempre.
   A la larga, Padura no es ni más ni menos como El Gabo, Balzac, Cervantes y Shakespeare; escribe por la misma razón que ellos, pues es un escritor profesional: además de porque le gusta hacerlo, para vivir. Si además cae algo de gloria, mejor, pues eso hasta ayuda a las ventas y lo cubre con un manto protector para las complejas condiciones en las que escribe.
   No es muy sensato reclamarle tanto esa ambigüedad a Padura, sino más justamente a sus editores, porque a ellos les conviene pues así cobran y ganan más; tomar partido por uno de los lados es perder mercado: ¿por qué hacerlo, entonces? Esa indefinición es parte sustantiva de su éxito, pues, aunque pueda perturbar o inquietar a muchos, en realidad no molesta ni irrita verdaderamente a nadie. Él brinda esa imagen de Cuba que se necesita comercialmente, para proyectarla a nivel internacional por los poderosos editores que lo respaldan e impulsan, quienes a su vez alimentan a un público lector ávido de nostálgico folklorismo revolucionario, aunque atemperado y modulado con las pinceladas del desastre actual. Por otra parte, complace la existencia de alguien que se oponga al “Enemigo Predilecto”, Estados Unidos, el cual al parecer es el triste papel que los “espíritus progresistas” han asignado a los cubanos, sin consultarlos y contra su voluntad. Esos consumidores necesitan que Cuba siga ahí como está, y que Padura escriba de eso como lo hace y que lo haga en Cuba.
   Pero esto no es culpa de Padura, ni de los cubanos. En la distribución de papeles y disfraces del Gran Teatro de Mundo actual, a los cubanos les correspondió ser “alegres, eróticos, bailadores y revolucionarios”, con un fondo musical de maracas y un escenario de playas con mulatas despampanantes. Meliá y Gaviota están plenamente de acuerdo en esto: en cada habitación de los hoteles para extranjeros en Cuba debieran poner, en lugar de una Biblia, un ejemplar de Padura.

(Las “pauras” de Padura [III]. Cubaencuentro, marzo 2018)

Wednesday, August 14, 2019

Abel Prieto vs. Guillermo Cabrera Infante (2)


Hay anexionistas rumberos y divertidos, que dominan un picante repertorio de cubanismos, disfrutan el ron, el dominó, un buen tabaco, el café fuerte, ríen con los chistes de Pepito, lloran con un bolero y llevan siempre al cuello una medalla de la Caridad del Cobre. Son practicantes activos de la cubanidad externa; pero están esencialmente ajenos a la cubanía.
   Sé de un caso notable: Cabrera Infante, cubanísimo en su narrativa, en su pirotecnia lingüística, y francamente anexionista de alma y pensamiento. Su colección de artículos Mea Cuba (1992) resulta escandalosamente proyanqui. Hace una crítica feroz, sin fundamento alguno, de todo pensamiento antimperialista que haya surgido en Cuba y en nuestra región. El propio concepto de «América Latina» es para él «un cliché más de la izquierda profesional».
   Descalifica a Martí como un fanático que buscó «la muerte romántica» en Dos Ríos, en «un suicidio calculado». Interpreta la alusión al «Norte revuelto y brutal» como germen de otro «cliché» izquierdista: la dualidad Norte-Sur. Nos recuerda que Cuba está «para siempre a 90 millas de las costas norteamericanas», lo que define nuestro destino y nos condena de modo fatal a la subordinación. «La geopolítica es más decisiva que la política», repite una y otra vez Cabrera Infante. Alguien que usaba su talento y su sentido del humor para jugar literariamente con los signos exteriores de nuestra cultura; pero pertenecía a la especie de la «cubanidad castrada».

(Cubanidad y cubanía, Granma, julio 2019)

Friday, August 9, 2019

Belkis Cuza Malé vs. Roberto Fernández Retamar


Cuando la historia de una persona está ligada a la política servil del modo en que lo hizo Roberto Fernández Retamar, apoyando a la dictadura castrista, lo menos que podemos decir es la verdad sobre el personaje que acaba de fallecer.
   Murió "con las botas puestas". Ex Miembro del Consejo de Estado, director de La Casa de las Américas, represor oficial de la literatura que no aplaudiera al régimen, aparece ahora en el exilio como un "gran intelectual". Los grandes intelectuales no se venden, amigos.
   Estoy cansada de oír ofensas y comentarios malvados contra HEBERTO PADILLA, pero ahora veo que Retamar ha logrado borrar de un tirón toda su trayectoria abyecta, y el exilio lo "reverencia".
   Pregúntenle a Neruda quién promovió en La Habana, la carta contra él, por el sólo hecho de haber visitado Estados Unidos y ser invitado a la Casa Blanca. Y eso fue a principios de los 60.
   De ahí en adelante Retamar no cesó de manifestarse como un servidor oficial del régimen que esclaviza a Cuba.

(publicado en la red, julio 2019)

Wednesday, August 7, 2019

Juan Abreu vs. Norberto Fuentes (2)


Leo que en su último libro (que no leeré) Norberto Fuentes habla de la cobardía de Padilla. Sobre eso sólo cabe decir que es mil veces mejor ser un cobarde (si es que Padilla lo fue) que un esbirro como Fuentes. Ya sé que Fuentes es un pobre hombre que quiso ser Fidel Castro y se enamoró de Fidel Castro y sigue enamorado de Fidel Castro y el sueño de su vida es que lo hubiera enculado Fidel Castro. Ay, pero no pudo ser, y por eso hoy tenemos que soportar los enormes mamotretos en los que Fuentes quiere ser Fidel Castro. Hay que diferenciar entre el poeta Padilla y Fuentes. Padilla fue una víctima del castrismo, a pesar de su oportunismo y ciertas bajezas (sus ataques a Lezama Lima, por ejemplo), pero Norberto Fuentes fue un esbirro y un agente de la policía cubana y un escritorzuelo al servicio de los asesinos y siempre él mismo aspirante a asesino. Son cosas muy diferentes.
   Yo, por otro lado, estoy convencido de que el ufanarse de Fuentes del bulto de la pistola bajo la camisa, no es más que una manera de compensar por sus dificultades para conseguir una erección. Este tipo de esbirro pistolero y algo mariconazo suele ser con la mayor frecuencia un picha floja.

(Blog Emanaciones, octubre 2018)

Thursday, August 1, 2019

Néstor Díaz de Villegas sobre “La Historia me absolverá”


El batistato es nuestra edad de oro, y La Historia me absolverá, su canon literario definitivo. El personaje más completo, más logrado del batistato, es Fidel Castro. En su noveleta jurídica todavía existían las leyes –y el castigo por infringirlas– pero, sobre todo, existía la idea de una República. En esa obrita está resumida toda la Libertad que pudo amasar y expresar una época de libertinaje. Y también, la crisis, la negación de esa Libertad. El acusado se convierte en acusador, y encarnando al fiscal condenará la época de oro que lo engendró. En lo sucesivo, ya nunca dejará de ser juez y parte, defensa y fiscalía en una sola pieza, tanto para sí como para cada uno de sus súbditos. El salvador de la República que vemos aquí en su momento estelar, durante el desenlace trágico del fin de la Historia, devendrá destructor de la República. Y toda esta riqueza descriptiva, estilística y semiótica, está contenida en un solo panfleto, en un único auto de fé, donde Batista deviene Claudio; Cuba, Gertrudis; Fidel, Hamlet, y Martí, el fantasma del Padre.

(Macramé para el primer aniversario de un blog. Blog Penúltimos Días, julio 2007)