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Thursday, March 31, 2016

Félix Luis Viera vs. Daniel Chavarría

Si no sabes de lo que vas a hablar, mejor no hables. O habla de angelitos caídos o de la resurrección de Carlos Marx o de la estatua de oro —aportado, con sacrificio tanto, por el pueblo revolucionario— que le erigirán a Fidel Castro en su momento.
   Con pavor, he leído en Havana Times que el pasado martes, en el flamante Café Wichy, en La Habana, has dicho, sin que te tiemble el pulso, la lengua y seguramente tampoco el corazón, que “en Cuba nunca se ha perseguido a los homosexuales”.
   ¿Quién te lo dijo? ¿Cómo lo sabes? ¿Dónde vivías tú en la década de 1960? ¿Mientes por ignorancia o solo lo haces por mentiroso?
   Según la nota de Havana Times ni siquiera tu respuesta sobre este tema venía al caso. ¿Habrías bebido demasiado vodka?, ¿tuviste un lapsus brutus?, ¿un rapto de homofobia inesperado?
   Porque resulta completamente incomprensible que niegues algo que es una verdad pública, constatada hasta la saciedad. ¿Estás enloqueciendo por alguna razón que guardas en secreto?
   Como eres un hombre informado, seguramente tienes conocimiento de que en Cuba, de 1965 a 1968, existieron las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (Umap) en las llanuras camagüeyanas. Allí, según el cálculo más creíble, confinaron a 22 mil hombres en condiciones deplorables, de los cuales, otro cálculo muy creíble, el 42 % eran homosexuales. El resto, religiosos de todas las filiaciones, “dulce vida”, lumpen y aspirantes a emigrar del país, entre otros. En fin, la lacra social, como los llamaban
   Ninguno de aquellos hombres merecía estar allí. No habían cometido delito alguno. Pero lo he dicho, y me moriré diciéndolo, que los menos culpables de encontrarse en aquella situación eran los homosexuales; ellos no se negaban a trabajar los sábados, como los adventistas o a no jurar ante bandera alguna como los testigos de Jehová, por ejemplo; lo cual, medido con el rasero de un régimen autoritario, podía obrar en contra de una ideología impuesta, y en contra asimismo del “desarrollo armónico” del país de alguna manera. Pero ellos, los homosexuales, solo tenían una culpa: haber nacido así.
   Si bien —busca en los discursos de tu comandante en jefe de aquellas épocas—, fueran denigrados en público por este, quien, aparte de las Umap, en ciertas ciudades mandó a hordas de heterosexuales, varones, machos, tipos duros a acosarlos, perseguirlos, golpearlos.
   Sabes, en las Umap, fueron los homosexuales los más preteridos de diversas formas. Investiga, quizá te pueda servir para una novela, cómo vivían los homosexuales en el campamento Guanos, “compañía” 4, del “batallón” 23, de la “Agrupación” (división) 6, a unos 12 kilómetros del central Senado, en un sitio rural infernal llamado La Anguila.
   ¿Has sabido alguna vez de personas encerradas entre cuatro bardas de alambres de púas —rematadas con cercas antifugas—, rodeadas de cañas inmensas, compactas, que ni siquiera les permitían a los allí encerrados tener vista hacia los lados, sino solo hacia el cielo?
   Así vivían los homosexuales en Guanos.
   Consta en la información de Havana Times citada, que según tú la homofobia gubernamental (¿por fin, en qué quedamos?) resultaba una necesidad política, “al principio de la Revolución habría tenido un costo político enorme conceder protagonismo a las personas homosexuales”.
   ¿Qué protagonismo? ¿Quién habló o hablado de protagonismo entonces en el caso de los homosexuales? Solo había que dejarlos vivir.
   Dice además la nota en cuestión que explicaste “que la participación masiva del campesinado cubano [en la revolución], de fuertes tradiciones homofóbicas, impedía el reconocimiento a los homosexuales. De modo que esa parte de la sociedad fue ‘apartada’ ‘pero nunca perseguida’”.
   ¿De dónde sacaste que el campesinado cubano de entonces era homofóbico? ¿Quién te lo dijo?
   Como cubano, me duele que alguien, nacido o no en la Isla, afirme tal cosa sobre hombres y mujeres nobles, respetuosos, quienes por estas razones resultan comedidos, de modo que no suelen entrometerse en las “diferencias”.
   De cualquier manera, quienes estaban al frente de le revolución en aquellos momentos, no eran “campesinos brutos”, sino educados, como Fidel y Raúl Castro, o más bien no eran campesinos, como Carlos Rafael Rodríguez, Blas Roca, Ernesto Guevara, Juan Almeida, etcétera.
   De modo que estos hombres, guías, en todo caso hubieran podido controlar al “campesinado cubano, de fuertes tradiciones homofóbicas”. Así que tú argumento tiene tanto peso como la cáscara de un grano de arroz bajo un ciclón.
   Maestro, luego de releer la información citada, te aconsejo que sigas escribiendo, tranquilamente, en esa tierra que te acogió y te ha repletado de lectores cautivos, a la par que sus gobernantes expulsaron de ella a muchos de sus mejores hijos.
   Aunque no estaría de más que visitaras un psiquiatra, tal vez ya se te ablandó el llamado lóbulo frontal, que, según tengo entendido, cuando esto sucede, las personas de cierta edad comienzan a decir insensateces.

(Carta abierta a Daniel Chavarría. Cubaencuentro, diciembre 2014)

Wednesday, March 30, 2016

Reinaldo Arenas vs. Alejo Carpentier (3)

Alejo, papujo y viejo, ¿por qué te alejas cada vez más lejos? Te vemos sólo como un reflejo. Hijo, deja esos pujos, renuncia al lujo, no te des más lija ni le saques lajas a La Habana Vieja con tu catalejo. Ven a comer lentejas y guataquear parejo soltando el pellejo sin ninguna queja.

(El color del verano. Tusquets, 1999)

Tuesday, March 29, 2016

Anónimo vs. Néstor Díaz de Villegas, sobre su nota en la muerte de Carlos Victoria

La saña de este comentario de Néstor deja estupefactos a muchos de los que lo conocemos.
   En contra de ese impulso de generosidad humana que suele hacernos recordar lo mejor de las personas cuando dejan este mundo, Néstor Díaz de Villegas se ha convertido en el primer buitre que quiere destrozar la memoria de Carlos.
   El Carlos Victoria que ha descrito sólo existe en su resentimiento.
   Cada palabra de Néstor es una bajeza, desde la despiadada descripción física, que omite una de las sonrisas más luminosas de este mundillo convulso de escritores (basta ver las fotos), hasta la evaluación prepotente de la trascendencia de la obra de Carlos.
   A Néstor nunca la gustó la personalidad de Victoria. Las raíces de esa antipatía -que no era recíproca- pueden estar en las noches locas de la epoca de Trece Botones. Quién sabe. Quizás es simple envidia disfrazada.
   A Néstor le resulta difícil digerir que este escritor que describió como un derrotado tenido un mayor reconocimiento que él, en particular en los últimos años de su vida.
   Hay que recordar que La Travesia Secreta de Carlos fue elegido como el mejor libro extranjero del 2001 en Francia.
   Y sí, era un hombre atormentado, pero de una generosidad humana excepcional, que Néstor no pudo apreciar ni comprender. Esa incapacidad de Néstor se refleja en sus disparatados insultos, cuando lo califica de persona “sin cualidades” y “extraño a las pasiones humanas”.
   Creo que con su gran humanidad Carlitos perdonaría esta bajeza de Néstor, como no la perdonaremos muchos de los que la hemos leido.
   Lejos del “campo de concentración” que desprecia, y de la “estúpida” bahía frente a la que amanecía Carlos todos los días, Néstor no ha logrado ni tantos amigos, ni tantos lectores, ni mucho menos tanto reconocimiento literario.
   Por otro lado, me alegra que Ernesto haya publicado este comentario de Néstor, para que conozcamos mejor la calidad humana de este poeta de segunda.

(comentario publicado en la red, Blog Penúltimos Días, octubre 2007)

Monday, March 28, 2016

Yoandy Cabrera vs. un apunte crítico [“Mimí Yoyó”] de José Prats Sariol

   3- Quedaría todo mucho más claro en este texto si el autor dijera con títulos, páginas, nombre y apellidos los autores y las obras a las que se refiere. Este tipo de ejemplos en que se dice poco y se esconde más a mí como lector no me funcionan. En un momento del artículo, el autor se refiere claramente a un poema de Orlando Luis Pardo Lazo publicado en Diario de Cuba (aunque no dice el nombre del autor) y en otro caso (cuando se refiere a “algunos de firmas conocidas”) podría referirse a algún poema reciente de Jorge Luis Arcos (“Yo quiero las candelas que se encienden al alba/ Y las frías estepas”, dice el poema de Arcos) y otros autores publicados en DDC. ¿Pero cuál es el miedo de cierta crítica a decir y a nombrar, a ejemplificar con propiedad? A mí me dan más miedo los elogios (que siempre van con título, nombre. apellidos y curriculum del elogiado) que las críticas. Nadie suele ser críptico ni enigmático para elogiar (excepto Virgilio en la Égloga I, siempre hay una excepción), ¿por qué lo somos tanto para hacer una crítica severa si estamos seguros de nuestros argumentos?
(…)
   6- ¿”No se escribe sobre vivencias, el acto de escribir es una vivencia otra”? Desestima el autor de este artículo la relación entre vivencia y creación, entre mundo y logos. Esta idea suya que casi llega a afirmar la autonomía del arte o de la escritura me parece a estas alturas un disparate. Dicen que Ena Lucía Portela no sabe contar nada que no haya vivido o que no haya sucedido a alguien. Eso argumentan algunos para cuestionarla. Pero nadie puede negar que narra estupendamente. Si lo primero es cierto, ahí la tienen como ejemplo: es la mejor narradora de sus contemporáneos y lo que cuenta, supuestamente, es de sus propias vivencias. Habrá que releer “El viejo, el asesino y yo”.
   7- La idea principal del texto crítico que comento está en el abuso extremo que a veces se hace de lo anecdótico y de la primera persona, y en eso lleva razón Prats Sariol. Una pena que su texto vaya a otros extremos que pueden equivocar y oscurecer su propósito.

(Prats Sariol, lo literario y el yo. Blog El Jardín de Academos, noviembre 2014)

Friday, March 25, 2016

Fermín Gabor describe una presentación de La Jiribilla

Sábado y suplementos culturales son, como se sabe, una sola cosa. Y el sábado comienza (al menos para mí) con la lectura en pantalla de La Jiribilla. Porque algo me hace sospechar que la suerte del día, y hasta de días sucesivos, depende de lo que traiga ese cajón de sastre que lleva ya dos años de publicación gracias al apoyo de varias instituciones gubernamentales (y cuál no lo es en la isla) cubanas.
   No puede entonces menos que alegrarme el que ahora se alce a vivir en lo táctil, que La Jiribilla aparezca en papel. En La Habana, en un salón de la UNEAC, acaba de presentarse el número cero y la revista en la red ha puesto a disposición de sus lectores lejanos los discursos y un albúm de imágenes. Albúm de época como todos, éste lo es más aún porque parece de fecha muy anterior a este atribulado 2003 que vivimos.
   Para darse cuenta de ello no hay más que recorrer los rostros que en tal presentación ocupaban primera fila. Roberto Fernández Retamar, Abel Prieto, Graziela Pogolotti, Ricardo Alarcón, Antón Arrufat y Carlos Martí sentaditos silla con silla. (En segunda fila Reynaldo González, detrás del ministro, hasta que le den el dichoso Premio Nacional de Literatura, y Marilyn Bobes, quien en una de las fotos luce como su propia abuela. En tercera o cuarta, Ambrosio Fornet, Basilia Papastamatiu y otras hierbas del vergel. Muy pocos escritores y ninguno de menos de cincuenta años.)
   De esa primera fila extraigamos, como en tantos desalojos fotográficos, a Ricardo Alarcón. (Los políticos suelen interesarnos poco.) Retamar, Prieto, Pogolotti, Arrufat y Martí, ¿qué nos dicen tan ilustres cabezas?
   Mejor no intentar aquí el estudio de sus desvaríos (Prieto, por ejemplo, ha vuelto a soltar en entrevista que las leyes del mercado son, para la cultura, peor que los censores de Stalin), sino el de sus apariencias. Y, al respecto, el albúm de imágenes publicadas por La Jiribilla lo está diciendo a gritos: ¡qué mal peladas están esas cabezas!
   Retamar porta cagua, pero se le salen por detrás unas mechas que dan rasquiña. Pogolotti parece una yakuza de película japonesa de serie B (se salva porque es ciega). Con una barba de malvado de aventuras, Martí embaraja lo de su cabeza como embaraja con su cargo lo mal poeta que es. Y a Prieto y Arrufat, sin cagua ni barba ni ceguera, el rayo los parte en descampado. Mirándolos en esa facha uno llega a preguntarse si no los habrá cortado a los cinco la misma tijera. Y entran deseos de ser por un momento (sólo por un momento) Reynaldo González o Marilyn Bobes, espectadores tan privilegiados que alcanzan a mirarlos por detrás.
   Para averiguar a qué obedece ese aire común, tal como si los cinco formaran una banda (dicho en cualquiera de sus posibles sentidos), hemos tenido que recurrir a un barbero especialista en cortes históricos. (Últimamente hemos dado turno de palabra a discutidores de béisbol y ahora a un fígaro: abogamos desde aquí por la masividad de la cultura.) Felo (que así lo llamaré) ha sido en varias ocasiones el encargado de poner las cosas en su sitio. Fue él quien determinó que lo que Nisia Agüero se hace en su cabeza no es más que un Pompadour aplatanado, y lo que hasta hace poco paseaba Rosa Elena Simeón en propio o en peluca, un Arlequín. Y, respecto a los cinco, Felo no tuvo más que echar una ojeada a la foto de La Jiribilla para dictaminar: “Lo que tienen es mulé”.
   “Ahora lo que tengo es mamey”, rezaba un estribillo de la misma época de esos pelados. Coimbre tuvo una china, según Arsenio Rodríguez. Mendó tenía el ritmo upa-upa. Pero, ¿qué es eso de mulé que se aloja en las cabezas hasta dejarlas así? Viene del inglés “mullet” y mi consultado Felo lo explica así: arriba corto, pegado en las sienes y largo por la espalda. O sea, atajé, lo que se dice un McCartney. Felo dixit: un McCartney, un David Bowie glam como Ziggy Stardust, un Lionel Richie, un Abel Prieto. Los ochenta, la ridiculez misma, lo cheo en sí y para sí. Hasta el punto que, según el Oxford English Dictionary, “mullet head” viene a significar “stupid person”.
   Y ahí estaban, con sus distintas longuras, that five mullet heads en la presentación del number cero de The Jiribilla. Y Felo me propuso seriamente que, ahora que vuelven los rumores de que Prieto cesa como ministro, podrían hacerlo presidente de la Asociación Nacional del Mulé tal como Charlton Helston preside la del Rifle. “Hacer de cada pelado un arma de combate”, sería la consigna.
   Y a quien considere exagerada la consigna anterior lo remitimos (aquí Felo metió mano a la recortería de sus archivos) al origen indoamericano del mullet. Pues, según un especialista en culturas autoctónas norteamericanas de la Universidad de Harvard, los indios creían que el espíritu de cada uno reside en su cabellera (siempre hubo poco indio calvo) y el mullet les servía a la vez de alarde y precaución. Corto arriba, el ojo enemigo no podría echarle mal. Largo atrás, escondido tras la nuca, apuntaba al poder de la tierra (Joyce Chang, Mullet mania, en Men’s Fashions of The Times, The New York Times Magazine, spring 2002, pp. 64-66).
   Y si es citado viejo ejemplar de periodiquete yuma, ¿por qué privarnos de hacerlo con nuestro Granma? Según su edición del 7 de junio de este año, el famoso payaso Oleg Pópov se queja de la jubilación que ahora recibe en Rusia. Tuvo en el régimen anterior cuatro órdenes nacionales de mérito, tuvo la orden Lenin y la distinción de artista emérito de la Unión Soviética, viajó por todo el mundo, fue excelente payaso, y ahora lo que le dan es calderilla, humo de samovar.
   Del Granma puede saltarse entonces otra vez a La Jiribilla: uno vuelve al album de fotos y llega a comprender qué hacen peinados del mismo modo, en son de batalla, esos cinco indios de la primera fila. “Un buen payaso necesita cuarenta años hasta que encuentra su cara”, dice Granma que Oleg Pópov afirmó entre sus lamentos.

(La lengua suelta # 9. La Habana Elegante, segunda época)

Thursday, March 24, 2016

Rafael Alcides sobre el “Che Comandante” de Nicolás Guillén

Yo conocía el texto; Nicolás me había mandado a buscar a casa con su chófer Jacomino para dármelo a leer, porque pensó que yo le daría ánimos en aquel duro momento, pero no me gustó el texto, no me pareció bueno y, además, lo hallé tocado aquí y allá, contaminado por el peor Neruda; pero considerando que eso sería más grave que mentarle la madre, no se lo dije. En cambio, David [Chericián], que podía recitar de memoria toda la obra de Nicolás, pero que también respetaba al Che, no se midió. Poniendo cara de asco, volvió el pulgar hacia abajo como en sus días de tirano de Roma en la otra vida y ahuecando el vozarrón le dijo con todas sus letras: «¡Oh..., esto es una mierda, Nicolás!». Nicolás sabía que no había escrito un buen texto, pero; se lo habían encargado por teléfono de un día para otro, y eso fue lo que le salió. Precisamente, porque sabía que no era un buen texto, escribiría después dos más que tampoco lo dejaron satisfecho.

(Recordando a David Chericián. Encuentro de la cultura cubana # 34/35, 2005)

Wednesday, March 23, 2016

Blanca Reyes vs. Guillermo Rodríguez Rivera

Tengo muy fresco todavía el recuerdo de cuando Guillermo, de visita en Nueva York, en la casa del padre de mi hijo Miguelito, llamó a Raúl por teléfono para, con su sentido de humor habitual, preguntarle acerca de si ya había llegado la quincena de huevos a la carnicería de nuestro barrio en La Habana. Esa vez, parapetado en un bistec, Guillermo desbarró del gobernante cubano y del régimen hasta por los codos. Había casi que caerle a bofetadas para que se callara la boca.
   Ha sido Guillermo Rodríguez Rivera, uno de los que desde hace muchos años se ha mostrado con opiniones bien contrarias a las del gobierno. Desdeño, pues, esa doble moral con la que ha escrito el texto que —atinadamente— no le publicó “El País” de España. Porque es muy fácil escribir sobre Raúl con esa doblez que ha hecho, sobre todo cuando Raúl no puede defenderse, preso como está en una celda remota y calurosa en la prisión de Canaleta, a más de 400 kilómetros de nuestro hogar. Prisión que, estoy segura, el propio Guillermo no tendría pantalones para soportar. Es posible, incluso, que Raúl ni se tomara el trabajo de contestarle; pero mi deber es defender a mi esposo ya que él se encuentra imposibilitado de hacerlo.
   Hay quienes han atacado gratuitamente a Raúl, otros han tratado de minimizar su obra poética, más allá de haberla silenciado en su propio país, como lo han hecho Roberto Fernández Retamar y Pablo Armando Fernández recientemente. Esos y otros casos demuestran poco sentido de la valentía y del concepto de hombría, además de mucha bajeza intelectual. Lo de Guillermo, por haber sido un amigo de Raúl de aquellos primeros años, es doblemente doloroso y ruin.
   No voy a tratar de minimizar la obra de Guillermo, pues podría decir por ejemplo que él nunca fue reprimido, como sí lo fue Wichy Nogueras, aunque ahora quiera hacerse de un expediente de reprimido que no le va. Guillermo, eso sí, fue acusado de plagio en los años ochenta, por el investigador Desiderio Navarro. Y si bien su talento de humorista y sus dotes de profesor universitario son relevantes, su talento de poeta siempre ha estado en evidente desventaja.
   ¿No será acaso un viejo complejo de inferioridad lo que ha llevado a Guillermo a semejante bajeza con Raúl Rivero?
   De hecho, Guillermo le escatima unos cuantos adjetivos a Raúl y sobre todo a su obra (“bien escrito y con la gracia que tenía casi todo lo que producía Raúl”; habla en pasado como si Raúl ya no escribiera y lo más que es capaz de regalarle es un “bien escrito”; más adelante expresa el deseo de en un futuro poder contar con Raúl “entre nuestros buenos poetas y periodistas, por mucho reparos que tengamos que hacerle”, cuando debía decir, sin dudarlo, entre los mejores poetas, por ejemplo.) Creo que los reparos habría que hacérselos en todo caso, en un futuro hipotético, al propio Guillermo Rodríguez Rivera.
   Está por ver, justamente, por dónde andan los caminos de la soberanía y la justicia en Cuba, toda vez que con tanta manipulación y tergiversación de la verdad, la sociedad que existe hoy no es aquella que soñaron los jóvenes románticos que posaron para la foto que guarda Guillermo en su casa, entre los cuales, Wichy está junto a César Vallejo por sabe Dios qué parajes de la eternidad, Conte vive en Miami y Raúl sobrevive en la cárcel. ¿Los demás? ¡Huelgan los comentarios!
   Es una lástima prestarse para semejante manipulación como lo ha hecho “La Jiribilla”, que ha ido intercalando en el texto escrito por Guillermo —no acerca, sino en contra— de Raúl, fotos que dicho sea de paso, tomaron de las paredes de mi casa donde casi todas estaban enmarcadas y no me las han devuelto, junto a otras de mi madre, recientemente fallecida. Fotos de Raúl dándole la mano al presidente Aznar; fotos de Raúl en la mesa de nuestra casa, con Elizardo Sánchez Santacruz y Guillermo Gortázar, otra foto de Raúl con Vicky Hudleston y otra aún con Elizardo, Martha Beatriz Roque (también presa), Félix Bonne y René Gómez Manzano.
   Hay aseveraciones de Guillermo que pretenden denigrar de Raúl entre líneas. No es verdad que Raúl fuera el secretario personal de Nicolás Guillén. Mejor cabría decir que se convirtió en un gran amigo y colaborador muy cercano de Nicolás Guillén, de todo lo cual siempre se ha sentido muy orgulloso. Dicho sea de paso, en las paredes de la sala de mi casa hay fotos de Nicolás y también otras de Raúl con Eliseo Diego y Onelio Jorge Cardoso, dos de sus amigos entrañables de los que siempre se ha sentido más que orgulloso, deudor. Esas fotos no se las llevaron, gracias a Dios, pero muy bien hubiesen servido para ilustrar, junto a las incluidas, el texto de Guillermo.
   Como no hay peor ciego que el que no quiere ver, Rodríguez Rivera se escuda en los mismos presupuestos de siempre: el imperialismo yanqui, los planes para derrocar a Fidel Castro, el exilio de Miami y demás cuentos de los que hemos vivido y de los que se ha alimentado durante casi 45 años el régimen cubano. No quiere ver Guillermo, no se lo permite su miopía intelectual, la situación terrible en que se encuentra la población cubana, la manipulación permanente de la información, la crisis de valores y de moral en que se encuentra sumida nuestra sociedad, la ausencia de los más elementales derechos humanos, donde un poeta se encuentra tras las rejas cumpliendo una condena de 20 años por el simple hecho de pensar distinto al pensamiento oficial y escribir lo que piensa. De eso no habla.
   No dudo que Guillermo quiera hacer “horas de servicio” congraciándose con el régimen a ver si le endilgan el Premio Nacional de Literatura. ¡Va y se lo dan! A fin de cuentas, como le gusta parafrasear a Raúl... el coronel no tiene quien le escriba.

(Circulado en la red, julio 2003)

Tuesday, March 22, 2016

El gobierno de Castro sepulta al Diario de la Marina

Hoy daremos sepultura a 128 años de ignominia. ¡Ha muerto el DIARIO DE LA MARINA!
   Hoy sepultaremos a los voluntarios españoles; a los Weyler; a los “manengues”; a los Pepinillos Rivero, que todo eso era DIARIO DE LA MARINA.
   Los trabajadores del DIARIO DE LA MARINA, que hemos sufrido y soportado las más infamantes campañas de prensa de DIARIO DE LA MARINA, invitamos a los trabajadores todos, a los estudiantes, profesionales, al pueblo en general, a que nos acompañe en el entierro simbólico que esta noche, a las ocho, llevaremos a cabo para sepultar, de una vez y para siempre, al representativo de las causas más innobles, al vocero de los intereses anticubanos, al órgano oficial de la Rosa Blanca: al DIARIO DE LA MARINA.
   El cortejo fúnebre partirá de Prado y Teniente Rey, hasta la escalinata de la Universidad de La Habana, donde, en un gran acto de reafirmación revolucionaria y de verdadera cubanía, llevaremos a cabo el entierro.
   Trabajador, profesional, estudiante, cubanos todos, te esperamos esta noche a las ocho en Prado y Teniente Rey, para que compartas con nosotros el deseo más fervoroso que al fin hemos logrado: sepultar 128 años al servicio de los malos intereses de la nación.

(Editorial del ocupado Diario de la Marina, mayo 12, 1960)

Monday, March 21, 2016

Francisco Morán vs. “Rex”, de José Manuel Prieto

Acabo de leer las ¿críticas? y ¿comentarios? motivados por la reseña que hace Fermín Gabor de Rex, la última novela de José Manuel Prieto. Salvo excepciones, el comentario de Gabor ha sido rechazado o desechado por “envidioso,” o como “resabio de maestro de primaria.” El irreverente Gabor – ¿quién lo diría? – en camino de hacerse de un curriculum que lo instale en un asiento de la Real Academia Española, o simplemente de la Academia (alguien lo acusa de emprender “cruzada gramatical”). Otro comentario achaca las críticas de Gabor a su intolerancia a un estilo “enredado” en el que caben escritores tan barrocos como Lezama y Carpentier. Debe notarse, sin embargo, que igualmente hay comentarios que mencionan objeciones similares a las que hace Gabor. Por otra parte, a veces alguna de las respuestas produce – y esto es cómico, a mi parecer – la misma incongruencia que Gabor recoge en ciertos pasajes de la novela. He aquí un ejemplo:
   “Es una simple comparación metafórica de lo que pasa “dentro” del ojo, en el cerebro, y “fuera”, en la realidad. La redacción entrecortada y tra[¿b?]ajosa evoca una situación estresante, de peligro, con un efecto a mi juicio logrado: sucesiones de frases breves, y luego un periodo largo que se enrosca. Retórica de un movimiento casi insignificante, visible doblez, una frase que sale del ojo y vuelve a él.
   El método es el mismo que se encuentra el muchísimas partes del Ulysses, por ejemplo, a quien Gabor debería leer alguna vez.”
   Lo curioso es que, como apunta Sosa, aún la “reseña elogiosa” de la novela que hace Rafael Lemus en Letras Libres, no consigue prescindir de señalarle “tantos defectos.” Es un tipo de crítica que me atrevería a llamar de “lavatorio de manos”: “Entiendo que existen tantos argumentos para refutarla como para celebrarla. Reconozco que el libro no es sencillo y que es, a veces, incluso desesperante. Anticipo los comentarios adversos de aquellos que, en sus casas, coleccionan académicos bodegones y paisajes marinos: es una novela fatua, excesiva, insólitamente densa.” Esto da paso, a la disyuntiva: “Obligarnos a contestar: más allá de las imperfecciones del tomo, ¿sostenemos o no su poética? Responder: ¿Rex sí o Rex no? Sí. Decididamente.” El Sí de Lemus no puede ser en este caso menos absurdo desde un punto de vista decididamente crítico: “¿Por qué apoyar una literatura que, en principio, nos opone resistencia? ¿Por qué defender una narrativa trabajosa e imperfecta que se empeña, entre otras cosas, en no narrar apenas nada? Porque lo otro, la facilidad, es ya infértil.”
   El asunto, como se sabe, no es nuevo. De Casal, a Piñera y Lezama, la mayor parte de los escritores cubanos más importantes intuyeron unos, y descubrieron otros, que escribir supone siempre una resistencia. ¿El problema de Rex, entonces, es que “nos opone resistencia,” o es su “densidad insólita,” o su narrativa “excesiva”? ¿O se trata, por el contrario, de su “fatuidad” y sus “imperfecciones”? ¿Y cuál es el nivel de esas “imperfecciones”? ¿Cuán imperfecta es esa novela que da pie lo mismo para “refutarla” o como para “celebrarla”? ¿Se trata acaso – si consideramos, por ejemplo, las numerosas citas que reproduce Gabor – de la misma “resistencia” o “densidad” que encontramos en Carpentier o en Lezama?
   Quiero llamar la atención que también a Jean François Fogel, que “defiende” la novela, se le hace bien difícil hacerlo. Veamos:
   ““Hablé una vez con José Manuel Prieto. […]Prieto me habló de literatura, de su deseo de ser escritor.”
   “Unos años después, lo reconocí en las fotografías de los suplementos de libros. Había publicado Livadia y Enciclopedia de una vida en Rusia. Las reseñas en las revistas francesas y americanas destacaban un nuevo autor de una elegancia, o más bien de una sofisticación fuera de lo común. Al recordar al joven que hablaba con tanta intensidad de literatura compré sus libros y mi decepción fue total. No podía conectar mi lectura con el desconocido que había encontrado. La verdad es que no podía ni leer sus libros. Su escritura era de una lentitud insoportable. El vocabulario buscaba amortizar la compra de un diccionario.”
   ¿Qué comentario le merece entonces, específicamente, Rex?:
   “Ahora, Prieto publica Rex (Anagrama). Tiene que ser una novela distinta, pues por primera vez conseguí leer un libro suyo hasta el final.
   La forma (doce comentarios), el tono (una especie de susurro íntimo), el propósito (describir cómo un Ruso que vive cerca de Málaga llega a imaginarse en una reencarnación del Zar) hace pensar a muchos autores. Hay algo de Nabokov escribiendo comentarios sobre literatura en A pale fire, hay algo de Dostoievski cuando Akaky Akakievich se cree el rey de España en el Diario de un loco, hay algo de Proust claro en la voluntad de encontrar la verdadera percepción de una emoción.
   Más que un novelista, Prieto me parece un explorador. Busca llevar el idioma español a rincones fuera de lo común. Recordando lo que me decía el joven en el café “Le Select”, tengo la sensación de que no traicionó a su sueño de juventud. Se ha convertido en un escritor, de estos que intentan abarcar a todas las palabras para conquistar al mundo.”
   Es lo que podríamos llamar «la vuelta a la crítica en montaña rusa». Obsérverse que no se dice que esta novela es, sino que “tiene que ser” distinta – hay un doloroso esfuerzo de autoconvencimiento aquí que refleja la “resistencia” de la novela – porque, ¿y es éste el argumento? – el lector consiguió llegar hasta el final. Los méritos de la novela se resumen entonces en una serie de “algos” que recuerdan a Nabokov, Proust. Por cierto, en lo que se refiere a Proust se menciona, ambiguamente, “la voluntad de encontrar la verdadera percepción de una emoción.” El reseñista no nos dice, sin embargo, lo principal: ¿la encontró?, ¿cómo?, ¿qué ejemplo puede darnos de ello?
   Lo que diferencia a los comentarios de Rafael Lemus y de Fogel del que hace Gabor es crucial y obvio: mientras éste basa el suyo en el comentario específico del texto, Lemus y Fogel lo ignoran prácticamente.
   A Gabor, como a cualquier crítico – y ya sabemos que Gabor es más que crítico – podrán hacérsele siempre objeciones. Pero esas objeciones deben partir, en el caso específico de la literatura, del texto. Es cierto, hay ironía en el comentario de Gabor que puede  percibirse como hiriente – no es casual que su comentario empiece por recordarnos la vertiginosa canonización crítica de la obra de Prieto – pero no debe olvidarse que esa ironía está hecha desde la literatura, desde la crítica del texto. Para mí esto es lo importante. No veo en el comentario de Gabor un ataque a Prieto, sino una lectura crítica – cuidadosamente enfocada – del texto, y por añadidura – y quizá esto sea lo más importante – una crítica a cierta crítica apresurada, «crítica to go», «fast crítica», a la que Gabor opone una «crítica de gourmet». Es la crítica que, pienso, merece un libro y merece un autor. Es el mejor servicio crítico que puede esperar tanto el uno como el otro. Puede ser molesta – lo admito – pero el desafío está en, no obstante, agradecerlo.

(Comentario publicado en la red, Blog Penúltimos Días, junio 2007)

Friday, March 18, 2016

Andrés Reynaldo vs. Néstor Díaz de Villegas y Ernesto Hernández Busto

Parece mentira que apenas unas horas despues de haber fallecido Carlos Victoria se publique la repugnante nota de Nestor Diaz de Villegas.
   No menos responsabilidad que Nestor tiene Hernandez Busto, a quien hasta el dia de hoy considere un hombre de ideas.
   Duele ver que el espiritu de frivolo y escatologico bochinche no acaba de morir entre nosotros.
   Recuerdo con estupor la admiracion que Carlos Victoria sentia por Nestor.
   En cuanto a Hernandez Busto, sirva el caso para ilustrarle que no solo en Miami el mal gusto y la idiotez canibal del cubano suelen hallar cabal expresion.

(comentario publicado en la red, Blog Penúltimos Días, octubre 2007)

Thursday, March 17, 2016

Orlando Jiménez-Leal vs. Roberto González Echevarría y Encuentro

Es una pena que un académico de las credenciales de Roberto González Echevarría necesite participar tan activamente de su propio homenaje, como resulta obvio de la lectura de la mayoría de las colaboraciones que lo honran en este número de Encuentro. ¿Quién sino el propio González Echevarría puede haberle pedido su opinión laudatoria a Harold Bloom, su colega de Yale; así como a Ana Rosa Menocal y a Andrew Bush? Pero el testimonio más escandaloso es, sin duda, el de Miguel Barnet, que responde a los elogios que González Echevarría le tributa en su «canon cubano», ofreciendo con ello una muestra de lo que Jardiel Poncela definiera como la «sociedad de bombos mutuos». Por otra parte, es penoso también que la revista Encuentro, que quizá sea la publicación más seria que se hace en nuestro exilio, se haya ceñido la camisa de fuerza de hacer un homenaje en cada número; no sólo por la inflexibilidad que le impone al formato, sino también porque esa regularidad la obliga a ir incurriendo en concesiones que, necesariamente, terminarán por abaratar la publicación. Me parece que se vería con más legitimidad y elegancia que estos homenajes se espaciaran más y se reservaran para números extraordinarios y para personas con el suficiente reconocimiento para que no se vieran en el aprieto de solicitar la ayuda de sus amigos.

(Cartas a Encuentro. Revista Encuentro, No’s 34/35, 2005)

Wednesday, March 16, 2016

Reinaldo Arenas vs. Guillermo Cabrera Infante (2)

Se trataba de una loca de aspecto hórrido fruto de una extraña hibridez, mezcla de india, china, negra y española. Pero esa mescolanza no había culminado en un producto terminado, en un chino aterciopelado, en un mulato batoso, en un jabao de labios sensuales, en un negro de monumentales dotes... Nada de eso, querida, aquella loca –por alguna parte la habrás visto, aunque eres bruta, pues ella se promueve más que una estrella de cine– tenía la configuración de un sapo asustado o de un pingüino de vientre prominente. Era, como todo ser mediocre, vanidoso y estaba poseído por un orgullo que a ciencia cierta ni él mismo sabía cuál era la causa, pues en él (o en ella, como prefieras) no había ni talento, ni gracia, ni belleza, sino (resumamos) todo lo contrario: su cuerpo era redondo y achatado en los polos y su cabeza era como una fruta cósmica abollada por el golpeteo de los aerolitos. Todo en él (recontrarresumamos) tenía la apariencia de un sijú condenado a mil años de insomnio.
   Dada su cuádruple condición de nativo jibareño, estaba atado a su terruño, de donde todo el mundo, al ver aquel fenómeno, había salido huyendo (en el pueblo sólo hay una hilandería abandonada propiedad de H.P. Lovecraft) y por lo mismo él (o ella) quería desprenderse de aquel origen que consideraba un estigma y hacerse un personaje mundano y cosmopolita. Por último, las melopeas que entonaba públicamente a favor de Fifo y los informes secretos contra Fifo que suministraba a la embajada china, más los contrainformes que mandaba sobre aquellos informes a la embajada de Chile, le permitieron establecerse en Londres, tal vez con la esperanza de que la niebla ocultase su repugnante presencia. Allí este escriba costumbrista en tono menor se casó con un mulato rumbero de gran peluca erizada que se disfrazaba de travesti durante la vida social y de este modo fungía como esposa del escritor. Desde luego este escritor, como todos los escritores cubanos de su generación, era extremadamente cobarde y como no había tenido el coraje de acompañar a Fifo en su campaña montañosa ya remota, vivía sólo para adorarlo. Ella (o él), como todos los escritores de su generación, lo imitaban y secretamente tenían fantasías eróticas con el gran jefe. Así, por ejemplo, H. Puntilla estaba fascinado porque una vez Fifo le había dado una bofetada. La Inmunda Desnoes decía haber quedado “traspasada” por el verbo revolucionario de Fifo, y la Jibaroinglesa recordaba con meloso encanto la forma de caminar de Fifo. Atraviesa de dos pasos todo un salón, comentaba arrobada mientras sus ojos miopes se inundaban de temblorosas lagañas.
   Desde luego que Fifo estaba informado (como lo estaba de casi todo) de la descocada pasión de la Jibaroinglesa por su persona.
   Por eso, luego de mantenerlo en el olvido por unos treinta años, permitió que aquel amasijo de razas inconclusas se enrolase en la comitiva oficial que el Gobierno de la Gran Bretaña enviaría a su palacio en conmemoración del cincuenta aniversario de su revolución triunfante y boyante. La comitiva la presidía, como ya lo dijimos (o no), la princesa Dinorah desnuda; detrás venían grandes damas de la corte, embajadores, ministros, marquesas, maquillistas, chulos, jefes de protocolo y todo lo que puede moverse alrededor de una puta en gloria. Aún más atrás y casi ciego, apoyándose en el brazo de su marido travestido, venía la Jibaroinglesa. Traía en su deteriorada memoria un chistecito con el cual pensaba hacer reír al comandante. Pero cuando él (o ella) y su fiel bastón iban a trasponer la puerta, la misma se cerró con violencia dejándola afuera junto (¿pero ya no lo dijimos?) con unos fotógrafos. En medio de la confusión y el estruendo, mientras era fatídicamente fotografiada, la Jibaroinglesa perdió los espejuelos. Ciega y desesperada, se quedó aferrada a su bastón travestido en espera de que la dejasen entrar. Pero eso nunca ocurrió. Cada vez que una comitiva retrasada era recibida, imponentes porteros alejaban a patadas a la Jibaroinglesa. Esas patadas tenía que dármelas el propio Fifo y no sus subalternos. Se quejaba la Jibaroinglesa y agregaba: Aquí me quedaré toda la vida. A Fifo no le gusta la literatura de vodevil, le gritaba desde dentro la Paula Amanda, alias Luisa Fernanda, mintiendo, pues a Fifo en realidad no le gustaba ningún tipo de literatura, salvo la que él mismo hacía.
   El dolor que sintió la Jibaroinglesa minó su cuerpo horripilante. Allí mismo le dieron varios infartos y cayó presa de una suerte de locura senil que le hacía decir todo tipo de disparates. Temiendo por su vida, el travestido la arrastró hasta el grupo de los despechados que esperaban a un costado del palacio a que se les reconociese como invitados oficiales. Pero considerándose superior a todos los despechados, no firmó ningún documento de protesta.

(El color del verano. Tusquets, 1999)

Tuesday, March 15, 2016

Antonio José Ponte vs. Leonardo Padura

Hasta ahora Leonardo Padura no se ha pronunciado en defensa del filme basado en un libro suyo: La novela de mi vida. Puede que durante los días de festival mantuviera un silencio astuto y diplomático, a la espera de que los organizadores recapacitaran. O que aguardara por el resultado de ciertas gestiones. Sin embargo, clausurado el festival y censurada la película, no se ha escuchado protesta de su parte. Tal vez nunca la haya. Un silencio así estaría en perfecta concordancia con el modo en que el escritor y guionista se ocupa del presente en su literatura.
   La novela de mi vida cuenta una historia del pasado histórico cubano —Heredia, Tacón, Delmonte— y también una historia actual, que es la que ha servido de base al filme de Cantet. En ella un hombre llamado Fernando Terry, que decidiera marcharse del país luego de ser delatado a la policía política, vuelve a La Habana años después en busca de un manuscrito herediano y dispuesto a averiguar cuál de sus viejos amigos fue el delator.
   En La Habana Terry termina por encontrarse con el oficial de Seguridad que lo empujó al exilio y descubre que no hubo traidor entre sus amistades. Quien narra nos tranquiliza: "el origen de todo solo había sido la maligna decisión de un policía en busca de grados e informantes, el mismo policía al que, años después, expulsarían por sabía Dios qué delitos, sin duda reales y punibles". Queda claro entonces que no es preciso buscar responsabilidades en la policía política, que todo se debió a un mal seguroso. Y existe un atenuante más: poco tiempo después de que Fernando Terry se decidiera a marcharse del país, llegaba a su casa una comunicación oficial que lo resarcía. Por tanto no era el Estado socialista quien perseguía a Fernando Terry, ni la Seguridad del Estado, ni ninguno de sus más cercanos amigos. El único culpable era un malhechor, rueda suelta del mecanismo y no mecanismo en sí.
   En cambio, muy distinto es lo que sucede en la otra mitad de esa novela, donde Heredia es personalmente reprimido por el capitán general Tacón, y resulta delatado por su amigo Domingo del Monte. Y es que, igual que ocurre en El hombre que amaba a los perros (de la cual me he ocupado en una reseña), La novela de mi vida gana en poder de denuncia mientras más lejanos quedan los hechos. Para épocas recientes, el autor se reserva su capacidad de escamoteo. 
   Ahora, en el más inmediato presente, cuando la censura carga contra una película escrita por él y basada en uno de sus libros, Padura opta por callar. Su fama de autor internacional y su oficialista Premio Nacional de Literatura le habrían permitido, con relativo poco riesgo, tener éxito en la denuncia y la reclamación. Pero del mismo modo en que él diseña sus novelas para conseguir que sean publicadas dentro de la Isla (y se ocupa de no manchar el honor de la Seguridad del Estado u olvida preguntarse qué hacía el asesino de Trotsky en La Habana), ha preferido mostrar idéntica cortesía ante la censura y no protestar por el atropello de su película.
   Sea por decisión propia o por empuje de la prensa internacional, Leonardo Padura ha jugado en los últimos años a aparecer como intelectual público. Para serlo verdaderamente debería dejar de imponer al argumento de sus novelas esas maniobras para congraciarse con el poder. Y tendría que adoptar la responsabilidad del escritor de temas políticos con aquello que escribe: acompañarlo, no solo hasta su posible adaptación cinematográfica, sino también hasta sus implicaciones entre los comisarios políticos. Guardando silencio, como ha hecho en este caso, Leonardo Padura no hace más que ayudar a los censores y traicionar a los lectores de su obra y los espectadores de su película.

(¿Dónde está Leonardo Padura? Diario de Cuba, diciembre 2014)

Monday, March 14, 2016

Guillermo Rodríguez Rivera sobre Raúl Rivero (preso)

A partir de 1971, la realidad cultural de Cuba nos separó como escritores: mientras Nogueras, Víctor y yo anduvimos años sin que nos editaran un solo verso, Raúl se convertía en el joven poeta oficial cubano, en esos años que un crítico ha denominado “quinquenio gris”. Poco después, era Secretario de Relaciones Públicas de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y, prácticamente, el peculiar secretario personal del poeta Nicolás Guillén.
   Años después, cuando el “quinquenio” ya era historia antigua, Raúl empezó a convertirse en el “periodista independiente” de los últimos tiempos y a editar preferentemente sus trabajos en El Nuevo Herald, de Miami, bajo el auspicio y con el apoyo del exilio cubano de esa ciudad, lo que demuestra que la independencia siempre es relativa.
   Como escribí en una carta abierta a la revista Encuentro de la cultura cubana, y casi polemizando con mi desaparecido amigo Jesús Díaz, nunca entendí cuál paradoja condujo al joven poeta promovido en el dogmático e intolerante quinquenio gris, a convertirse en el único poeta que merece tal nombre entre nuestros disidentes de hoy.
   Ahora Raúl Rivero guarda prisión en una cárcel cubana. Ello me produce un profundo dolor, y él y quienes me conocen saben que no miento.
   Cuando estos años terribles pasen y Cuba no tenga que defenderse contra viento y marea frente al indeclinable proyecto de los gobiernos norteamericanos de hacer desaparecer su revolución de la faz de la tierra, seguramente los cubanos tendremos a Raúl entre nuestros buenos poetas y periodistas, por muchos reparos que tengamos que hacerle.
   Qué no daría yo por hallarlo también, como en aquellos inolvidables años sesenta, entre los que luchan diariamente para evitarle a Cuba el castigo que sus enemigos querrían imponerle por defender su soberanía y promover la justicia para todos sus hijos.

(Raúl Rivero. La Jiribilla No 112, 2003)

Friday, March 11, 2016

Fermín Gabor sobre la Feria Internacional del Libro

Se acabó el whisky en casa de Pablo Armando Fernández y dieron por concluida la Feria del Libro de La Habana. A Pablo Armando le habían descargado un camioncito de pertrechos en la puerta de su casa en Miramar, la feria estaba dedicada a él. Lo editaron y lo reeditaron (lo que no es seguro es que lo lean), y para alegrarle sus últimas chocheras trajeron desde Guadalajara las banderolas que pintara para aquella otra feria el pintor Waldo Saavedra. 
   Con tales mamarrachos quisieron maquillar los muros de La Cabaña y emergió de esos muros el pasado de la fortaleza: crímenes y sangre. (Una bandera pintada por Saavedra pone los pelos de punta, refleja el cúmulo de abyecciones que conforma un país. Su bandera cubana en un muro de La Cabaña daba entre miedo y asco.)
   De México también llegó Lisandro Otero. Le otorgaron el Premio Nacional de Literatura y lo agradeció como si le hubiesen devuelto la nacionalidad. Se sintió definitivo: “Al desaparecer en el polvo de la tierra, tras haber dejado atrás infortunios y adversidades, nuestro paso permanecerá en la memoria por el afán de alcanzar cimas de difícil conquista”. Le dio por los desmayos, los desvanecimientos, los terepes: “Me desvanezco de la escena con la certidumbre de que a nuestra generación sucede una hornada con su manera propia, siendo más tolerantes que nosotros, más abiertos al mundo, mejor dotados para los combates que vendrán”.
   Y se hizo perdonar su fuga a México: “Antes había sobrellevado una época difícil durante la cual fui relegado a una silenciosa inercia antes de mi consumación. Fue imprescindible buscar un hálito robustecedor que me permitiese continuar mi camino”. Pero allá, en la Región Más Transparente Del Aire, no dejaba de pensar en su terruño: “En esa etapa peregrina siempre habité en Cuba, respiré nuestro aire, imaginé un horizonte de yagrumas en cada paisaje”. 
   (Ni el más cursi paisaje pintado por el más cursi epígono del muchas veces cursi Tomás Sánchez hubiese podido perpetrar ese horizonte de yagrumas. Con él Lisandro Otero demuestra ser el mayor de nuestros escritores siboneyistas. Siboney hasta la médula, nada azteca se le pegó por vivir fuera.) 
   A tomarle el whisky a Pablo Armando vinieron los norteamericanos Russell Banks y William Kennedy. Una investigadora británica autora de un nada desdeñable tratado sobre las empresas culturales de la CIA durante la Guerra Fría reavivó la nostalgia de los más viejos por aquellos años. Le dio cuerda a la batalla de ideas, sirvió en bandeja la misma coartada de siempre, de hace cuarentitantos años.
   Las editoriales extranjeras, con presencia cada vez más empobrecida, vendieron en dólares. Los países andinos, a quienes estaba dedicada la feria, no trajeron lo mejor de lo suyo. Venezuela dio prioridad a su presidente y toda la narrativa de la región pareció concentrarse en Gabriel García Márquez y en sus recién aparecidas memorias. Hubo marea de libros cubanos políticos, presentaron por tercer año consecutivo la novela de Abel Prieto (en tercera edición o cuarta edición ya). Ningún espía preso y ningún inventor de champú biotecnológico de placenta se quedó sin su librito. La muy insípida literatura nacional tuvo su espacio y se presentaron obras de Dickens, Diderot, Zola, Joyce y Chéjov. (Lo más contemporáneo fue la “Lolita” nabokoviana. Nada de la literatura universal de los últimos cuarenta años pues la colección Huracán es asesorada por Ambrosio Fornet y Antón Arrufat, jóvenes del danzón.)
(…)
   Viera llegó desde su exilio mexicano y en La Habana los dueños de los caballitos le hicieron ver qué difícil vida tendría de empeñarse en la presentación de su novela. Le echaron las cartas, le tiraron los caracoles, lo sentaron ante una bola de cristal y consultaron para él un I Ching con prólogo de Mao. Y cartas, caracoles, bola y hexagrama resultaron unánimes: si quería viajar a Cuba en otra ocasión no podría hacerlo; de querer volver a México no podría escaparse por segunda vez, y de pretender vivir en Cuba lo echarían frontera afuera. “Como quiera que te pongas, vas a sufrir”, le soltó a Félix Luis Viera el oráculo marista.
   Eso, claro está, de emperrarse en la presentación. Pues presentar en La Cabaña novela que cuenta la UMAP iba a ser catastrófico no sólo para su autor. La Cabaña, sitio culturoso hoy, antes fue prisión revolucionaria con paredón de fusilamiento. Alguien se ponía a recordar allí el campo de concentración que fue la UMAP y los muros largaban la sangre que los embebía, iban a oírse gritos... Y en cuanto a los menos muertos, Pablo Armando Fernández podría recobrar la memoria (y la dignidad, de paso). Cintio Vitier, César López, Antón Arrufat, Reynaldo González, Eduardo Heras León y Nancy Morejón, presentes en la feria, recordarían las vejaciones que sufrieron y la Comparsa de los Olvidadizos perdería el paso. Dejarían de celebrar cada capricho del gobierno cubano, dejarían de ser sus cómplices. 
   Terminada la feria, los periódicos de la isla publican cuánto ha crecido en lectores y en libros vendidos, no en autores prohibidos y acallados. El espíritu de la UMAP no termina de esfumarse y La Cabaña tiene aún (gracias al Ministerio de Cultura y al Instituto Cubano del Libro) mucho de fortaleza y de mazmorra.
   Vestido con pijama que es guayabera, Pablo Armando Fernández vigila la entrada de su casa en la alta madrugada. A veces le cuesta trabajo mantenerse en pie y Maruja tiene que ayudarlo. En rara guardia cederista esperan la llegada de un camión, del camión de los víveres. Porque le han prometido a Pablo que, aunque la feria próxima estará dedicada a Carilda Oliver Labra, le entregarán el whisky a él. (Carilda es abstemia.)

(La lengua suelta # 7. La Habana Elegante, segunda época)

Thursday, March 10, 2016

Rafael Alcides renuncia a la UNEAC

Poeta Miguel Barnet.
Presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Ciudad.

Amigo Miguel:
En  vista de que ya a mis libros no los dejan entrar en Cuba ni por la aduana ni por el correo, lo que es igual a prohibirme como autor, renuncio  a  la UNEAC.
   También hallarás en este sobre  la Medalla  Conmemorativa  del  50 aniversario  de la UNEAC que como fundador me pertenece. Lo demás de esa casona tan mía en otro tiempo, son  mis recuerdos, y estos, por personales, se irán conmigo. Entre esos recuerdos, el de los buenos amigos hallados en la Unión de  entonces, tesoros de mi juventud, lo que de aquel gran sueño fracasado me queda, figuras a las que quiero  aunque no piensen como yo y que me quieren aunque no se atrevan a visitarme.
   Eso es todo, Miguel. Previendo interpretaciones que omitieran el texto de esta renuncia irrevocable, me he adelantado a hacerla pública.

(Circulada en la red, julio 2014)

Wednesday, March 9, 2016

Duanel Díaz vs. Jorge Camacho

Sí, Jorge Camacho tendría que escribir muchas páginas para convencerme de que Martí no invierte el discurso civilizador de Sarmiento: en Nuestra América es demasiado clara la antinomia: si el uno reivindica la autoctonía contra los que llama "letrados de librería", y dice que "no hay batalla entre la civilización y la barbarie", el otro —¡vaya casualidad!— fue el que acuñó la famosa dicotomía.
   Camacho podrá decir, como ha hecho a propósito de "Mi raza", que Nuestra América se escribió en el contexto de la preparación de la guerra, y conociendo como conoce al dedillo el corpus martiano, acaso encuentre algún apunte donde Martí esboce una idea diferente; nada de ello desmiente el hecho de que lo que caracteriza el discurso martiano —ese discurso que tomó forma en la polémica con los autonomistas y en la propaganda de la guerra— es la idea de que "cubano es más que negro, más que mulato, más que blanco" y la reivindicación de la autoctonía de América Latina.
   Reconocer esto no significa, desde luego, "defender" a Martí de los desmitificadores como Camacho; claro que la retórica martiana de la fraternidad racial alimentó el "mito de democracia racial" —para decirlo como Aline Helg— que legitimó la ilegalización de los Independientes de Color y, a la postre, la masacre de 1912.
   Camacho se busca un blanco de paja cuando afirma que al colocar a Martí en las antípodas de Sarmiento reproduzco la visión de Retamar, según la cual "Martí es el bueno, Sarmiento es el malo". Justamente, esta polémica comenzó con un artículo donde yo señalaba, a propósito de Cuba y su evolución colonial, la paradoja de que hayan sido los letrados positivistas tan criticados por Martí quienes entregaron esos estudios sobre los "factores del país" que en Nuestra América aquel pedía.
   Publicado el 20 de mayo, ese artículo breve resultaba, desde luego, insuficiente para la conmemoración, y por ello escribí otro sobre la vigencia de aquel debate entre independentismo y autonomismo, a más de un siglo del fin de la Guerra del 95. Fue entonces cuando apareció Camacho diciendo que insistir en ese contraste era "ingenuo y simplista", pues todos —tanto Martí como los positivistas— eran parte del liberalismo decimonónico analizado por Foucault.
   Que ahora me atribuya una apología tercermundista de Martí —que cualquier lector puede comprobar que no hice—, acaso evidencia que el erudito Camacho se ha quedado falto de argumentos; no veo en su último artículo una réplica convincente para mi insistencia en que volver sobre la contradicción del independentismo y el autonomismo no es tan simplista ni tan ingenuo.
   Al parecer, Camacho se sacó a Foucault de debajo de la manga como quien saca un as de triunfo, pensando que traía "la última", y ante mi señalamiento de la dificultad de plantear a partir de ahí el caso cubano, sin perder de vista la diferencia entre democracia y totalitarismo —aparente o accesoria desde la perspectiva radical de Foucault y otros pensadores contemporáneos, como Agamben y Zizek—, no ha podido sino adoptar una ridícula pose de superioridad intelectual.
   En el colmo del paternalismo, Camacho se muestra dispuesto a explicarnos matices, recomienda otros escritos suyos, y llega a afirmar que no discrepa con nosotros, sino con esos autores que no hacemos sino reproducir acríticamente: Retamar, Ortiz, Marinello y Julio Ramos.
   Somos ventrílocuos de aquellos, y es él, Jorge Camacho, quien vendría a liberarnos de semejante dictadura. Pero para eso —dice— tenemos que dejar de repetir "la lección de la escuelita". Resulta, sin embargo, que lo que me enseñaron en la escuela era que los autonomistas —reformistas de fin de siglo XIX— eran anticubanos; eso dicen, de una forma u otra, los ideólogos del castrismo, como Retamar y Vitier.
   Reivindicar la tradición autonomista, pensar de qué manera el discurso independentista martiano es uno de los orígenes del castrismo, no es, entonces, seguir la lección escolar, sino más bien lo contrario: reabrir un debate que fue cerrado hace cuarenta años, en el discurso de Castro el 10 de octubre de 1968. Quizás sea, eso sí, un camino trillado, pues por él han andado Montaner, Sorel, Rojas; pero en todo caso resulta imprescindible, en mi opinión, para articular una oposición intelectual al castrismo.
   Camacho no ha tenido la elegancia de ahorrarse el diagnóstico: mi acercamiento, simplista y reproductor, es típicamente estudiantil. Pues bien, le devuelvo la crítica: de estudiante es esa intoxicación teórica de la que ha hecho gala en sus artículos. De estudiante —el mejor de la clase, ciertamente, siempre deseoso de asumir la posición del maestro—, esa pretenciosa disposición a explicarnos en próximas entregas las fuentes de Martí. De estudiante —que es como decir, de profesor—, esa impaciencia por exhibir a las nuevas autoridades, pensando ingenuamente que se está de vuelta cuando no se ha comprendido bien.

(Cuando faltan argumentos. Cubaencuentro, junio 2008)

Tuesday, March 8, 2016

Néstor Díaz de Villegas y su polémica nota en la muerte de Carlos Victoria

Conocí a Carlos Victoria cuando lo del Mariel. Siempre tuvo ese narizón enorme que lo hacía lucir como un cuadro de Archimboldo: sus ojos pequeños eran guisantes, mientras que en el centro del rostro sobresalía un pimiento morrón perpetuamente enrojecido por el alcohol, que, ya en aquel entonces, el escritor ingería en cantidades oceánicas.
   Creo que fuimos juntos un par de veces a Trece Botones, una discoteca gay del Miami remoto. Pasábamos la noche con Reinaldo Arenas y otros muchachones que lo acompañaban. Carlitos era tímido, y no frecuentaba los bares, ni los parques, ni el Cuarto Oscuro. Nadie supo nunca a ciencia cierta quién era. Una invariable cerrazón lo mantenía constantemente apartado del mundo. Era como el niño de la burbuja, y según creo, ni siquiera llegó a residir nunca completamente en los Estados Unidos.
   Aunque tampoco me lo imaginaba en Cuba. Perteneció a esa generación de artistas que, como gorriones de Mao, la Revolución obligó a volar lejos de su habitat, hasta reventarlos. No tuvieron respiro, ni pudieron llegar. Cuando entraron a la Universidad, los expulsaron. Y cuando salieron a la calle, los encarcelaron. Después los deportaron, y los mandaron a ese campo de concentración que es Miami. El Exilio se presentaba como un inmenso arrozal donde, ya por costumbre o por miedo, evitaron posarse. Muchos artistas desauciados y desconocidos deambulan por las calles de la ciudad: son como muertos vivos, y algo de eso había también en Carlitos Victoria.
   Tenía una madre loca que cuidaba en algún punto de la urbe con ejemplar dedicación. Pasó casi todos los años de su vida entre el cajón de concreto que mira a una estúpida bahía y las habitaciones de una enferma, rodeado del inmenso cero que fue Miami para él. Ese vacío se cuela por los intersticios de sus libros, donde siempre falta algo, y donde la escritura misma se nutre de omisiones. Carlito se separó formalmente de su maestro, el desbordante Reinaldo Arenas, y siguió su propio camino de penitencia, amarrado a la máquina de escritura como si fuera un pulmón de hierro que lo mantuvo vivo artificialmente.
   Su escritura es la del hombre triste, sin cualidades, para quien la literatura es un páramo. Su único orgullo, la redacción notarial y consuetudinaria de los eventos de una vida miamense truncada por una sola desgracia incalculable. No hubo persona más extraña a las pasiones humanas ni más desengañada del mundo, pero la amistad y la compasión eran sus constantes. Era una sombra mucho antes de abandonarnos, y ahora se ha burlado del cáncer con una sobredosis de Tylenol.

(Carlos Victoria in memoriam. Blog Penúltimos Días, octubre 2007)

Monday, March 7, 2016

Víctor Manuel Domínguez vs. la antología “Generación Año Cero”

Según un artículo publicado por Luis Leonel León bajo el título Nueva narrativa cubana: una antología de literatura emergente, por primera vez escritores cubanos marginados se publican fuera de la Isla. Esto está muy lejos de la realidad.
   De acuerdo a la entrevista realizada a Orlando Luis Pardo Lazo, escritor, fotógrafo y editor de Generación Año Cero (antología impresa por Sampsonia Way Magazine –City of Asylum/Pittsburgh), dicha compilación es atípica por dos razones: la presencia de autores no oficialistas que residen en su país y de cuentos que el lector cubano no conoce.
   Asimismo, agrega que la mayoría de los autores compilados ha visto sus obras mutiladas, o, como el editor –Pardo Lazo–, están perennemente censurados por sus actividades disidentes. “Otros se autocensuran y no pierden el tiempo de entregarlas a editoriales nacionales, pues los límites de la tolerancia oficial son estrechos y macabros”.
   Sin embargo, Pardo Lazo fue ganador del Premio La Gaceta de Cuba por su cuento Cuban American Beauty (2005) y obtuvo la Beca de Creación Onelio Jorge Cardoso por Un lugar llamado Lili (2006). Además, fue antologado en La ínsula fabulante, el cuento cubano en la revolución (1959-2008).
   En cuanto a lo de oficialistas o no, o de quiénes son mayoría en Año Cero, está por verse. Si acudimos a los currículos de los más conocidos en la antología de marras, estos demuestran que gozan del reconocimiento oficial, que sus obras se publican dentro de la Isla y que, si están perseguidos, es por los premios.
   Con dos ejemplos basta. Jorge Enrique Lage (La Habana, 1979) es el jefe de redacción de la revista El Cuentero y editor del sello Cajachina del Centro Onelio Jorge Cardoso, institución oficial. Ha sido jurado del Premio Alejo Carpentier, entre otros, y ganador de diversos concursos a nivel nacional. Su obra es muy publicada en Cuba, y abarca el cuento Yo fui un ladrón adolescente de tumbas (2004), Los ojos de fuego verde (2005), El color de la sangre diluida (2007), Vultureffect (2011), y la novela Carbono 14 (2010). Fue antologado en La ínsula fabulante y en Como raíles de punta (2013).
   Otro de los antologados en Año Cero, Amhel Echevarría (La Habana, 1974), goza de igual suerte con editoriales oficialistas. Miembro de la UNEAC, ha publicado los libros de cuentos Esquirlas (2006), e Inventario (2007), y las novelas La Noria, Premio Ítalo Calvino (2012), y Como búfalo ciego al matadero, Premio Novela José Soler Puig (2013), entre otros galardones.
   Es decir, que pese a “no ser oficialistas” son bastante publicados en Cuba, a diferencia de otros escritores que viven en la isla, han sufrido persecución y cárcel, nunca se les ha permitido siquiera visitar una editorial y sus cuentos, poemas y ensayos se publican en el exterior a partir del Concurso El Heraldo.

(Una antología de perseguidos... por los premios. Neo Club Press, noviembre 2014)

Friday, March 4, 2016

Michael H. Miranda sobre el “Premio Nacional de Literatura Independiente”

Ha sido noticia que se ha convocado desde Miami un "Premio Nacional de Literatura Independiente" para escritores residentes en la Isla. Pongámonos, de entrada, un tanto quisquillosos con eso de "literatura independiente". Comencemos por recordar que cada vez que se le agrega apellido a la palabra literatura, hay casi siempre más de lo segundo y menos de lo primero.
   No hay manera de verlo más claro: lo primero que dice la convocatoria es que atenderán a la calidad literaria de los candidatos. Nada que objetar, aunque tampoco se esperaba menos. Pero he aquí que aseguran que cuidarán de premiar solo a aquellos que muestren su "independencia, respecto a las instituciones oficialistas en Cuba [sic]" y que mirarán los "últimos cinco años".
   ¿Hay modo de medir esa independencia? ¿En base a qué normas se articulará un juicio en torno a lo "literario" y lo "independiente"? ¿Es posible conocer la cantidad de escritores que ganan un premio oficial o que publican un libro en la editorial Letras Cubanas o son miembros de la UNEAC que no están de acuerdo con el sistema, que se guardan para sí sus "independencias"? ¿Cuántos escritores y artistas fueron parametrados y censurados a pesar de su membresía en la UNEAC o de publicar con las editoriales del Instituto Cubano del Libro?
   Y luego esa fecha de expiración: cinco años, como quien le pone vencimiento a un modo de comportarse. Tienes un quinquenio para limpiar tu currículum gris, parece sugerir.
   Si lo que se desea es premiar a un escritor que destaca más por su activismo político, no valen entonces pomposidades. Concédasele el aporte de un reconocimiento en metálico organizado por una colectividad que le apoya y estimula, es todo. Porque suponemos que no tendrán ninguna dificultad en distinguir entre un activista político que apenas produce un par de malos libros de versos y un escritor de la estatura de Rafael Alcides o Ángel Santiesteban. Que por cierto, también hay que decirlo, si hablamos de ellos es porque buena parte de su obra fue legitimada por concursos o premios oficialistas, sea la Casa de las Américas o la UNEAC, o antologías o membresías generacionales. ¿Pero de qué nos va a servir todo eso en términos de jerarquizaciones estrictamente literarias si se permiten juntar en una misma lista a Ena Lucía Portela, dueña de una sólida narratividad, con la incipiente obra de un autor emergente?
   De la no tan precaria sociedad civil del exilio cubano no debería salir la convocatoria de premios literarios pensados como institucionalidad exiliada y menos como reacción ante —o en sustitución de— el conjunto de instituciones estatales de las que hemos sido expulsados. Es asunto mal enfocado,  muestra de poca imaginación y que hace buena la aseveración de que es la típica elección de un grupo o de algunos iluminados. Tienen que aparecer mejores formas de perturbar el  sueño del Estado.
   El problema de esa sombra alargada llamada exilio es su pulsión Estado, su deseo de competir con gestualidades propias de aquel: esa ansiedad de totalidad que pertenece al Estado es reclamada por un conjunto de personas y asociaciones fuera de él. Luego vendrán los debates en torno a quiénes segregar, cómo desdeñar los otros exilios posibles, las cuotas de activismo o anticomunismo que posee cada cual, sus vínculos con cuáles movimientos o líderes opositores, si apoya el embargo o no, si publica en tal editorial o revista.
   Al final, los años han pasado y los escritores cubanos siguen a merced de dos descampados: la voracidad totalitaria de aquel ancien Estado, y la atomización de una sociedad civil que se muestra incapaz de ir más allá de la producción de discursos. Aunque a la larga puede que su papel no sea otro que ese.

(El viaje inverso. Diario de Cuba, diciembre 2014)