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Monday, October 29, 2018

Carlos Olivares Baró vs. "Los Caídos", de Carlos Manuel Alvarez

El principal elemento fallido de esta novela se suscribe en que el registro de las voces en primera persona —suerte de monólogo íntimo— es uniforme: no hay diferencias entre un habla y otra. Las pronunciaciones están marcadas por la misma entonación, igual concordancia e idéntica dicción.
   En la recitación inicial (capítulo Uno, “El Hijo”) se produce bruscamente una traslación del yo al sin ninguna justificación: “La idea estúpida de que mi madre se pudo haber caído me hizo perder quién sabe cuánto, tal vez treinta o cuarenta minutos” (primera persona narrativa). Seguido: “No es sólo lo que te toma ir de la litera al puesto del oficial de guardia. Hay también un tiempo entre la primera vez que la idea te ronda y el momento en que decides ejecutarla” (segunda persona narrativa). Mudanza de tono innecesaria: quebrantamiento del ritmo en un alarde técnico gratuito.
   ¿Alegorías de situaciones comunes que se producen en la sociedad cubana de hoy?: ¿jóvenes resentidos en contra de la falsedad? ¿Contraposición de ideales generacionales? ¿Principios arraigados de un padre convencido de los modelos socialistas? ¿La Madre, oportunista profesora que acepta regalos (sobornos) de los padres de sus alumnos? ¿Funcionarios del Partido Comunista en actos y decisiones arbitrarias? ¿Hija que sustrae alimentos del hotel donde labora? ¿Negocios ilícitos de empleados con mercancía robada?
   Sugerente los vértices del rectángulo que establece Álvarez: “El Hijo” / “La Hija” acosados por el presente y “El Padre” / “La Madre” enclavados en reminiscencias del pasado. En esas oposiciones, la historia alcanza instantes de provocativas especulaciones sobre las correspondencias entre dos generaciones confrontadas en la sociedad cubana. Pero, la trama se empantana por la ociosa narratividad que no cuaja. Uno constantemente se pregunta: ¿Cuándo va a ocurrir algo?
   Por momentos, el texto cobra cierta animación gracias a los recursos oníricos que circundan a los personajes (Tres: “El Padre”, “La Hija”). Asimismo, se asoman algunos ademanes que recuerdan el tono del Calvert Casey de Notas de un simulador. La prosa de Álvarez oscila entre la solemnidad y la propensión a un lirismo de presumidas imágenes: “Abre la puerta del dormitorio con el mayor cuidado posible para que los goznes no chirríen” (Uno, “El Hijo”); “[…] por el ventanal de doble hoja entre los balaustres de hierro oxidado…” (Uno, “El Hijo”); “Mi cuerpo como un país que a veces recorro” (Dos, “La Madre”); “Todo el mundo por aquella época olía a fastidio” (Dos, “El Padre”); “[…] por voluntad de Armando, su plan asceta, su plan frugal, su plan hombre nuevo” (Tres, “El Hijo”); “La humanidad no es más que un multitudinario desfile de frustrados, bastardos conducidos al cepo…” (Cuatro, “El Hijo”)…
   Uno se pregunta: ¿dónde quedó el cronista perspicaz, sugerente, insinuante y provocativo de La Tribu. Retratos de Cuba? ¿Dónde el denuedo de los blogs Periodismo de Barrio y Estornudo. Alergias Crónicas? Los caídos, una “novela” donde no pasa nada: “narración” de pasmosa inmovilidad. Oratoria que intenta presumir una elegancia que desemboca en un amaneramiento, a veces, risible. Carlos Manuel Álvarez hace gala de una divagación que roza la frontera del bostezo.

(Una novela caída. Cubaencuentro, octubre 2018)

Wednesday, October 17, 2018

Roberto Madrigal vs. “Plaza sitiada”, de Norberto Fuentes

Fuentes pretende con esta obra, rescribir su papel en la noche del 27 de abril de 1971, en la sala Rubén Martínez Villena de la UNEAC, durante la ya más que conocida confesión de Heberto Padilla. Quiere establecer una narrativa que nos lleve hasta ahí y que nos haga entender las razones de su actuación. Supuestamente quiere aclararlo todo, ofrecer información importante hasta ahora desconocida. En realidad, lo que quiere hacer es elevar su papel a la altura que él mismo se percibe y a la vez, desmentir los eternos rumores que corren alrededor de su persona.
   Para los que todavía no se han enterado, durante su famosa “confesión”, orquestada por la Seguridad del Estado tras haberlo tenido preso durante unos cuarenta y cinco días, el poeta Heberto Padilla debía incriminarse como alguien que había “traicionado a la Revolución”, arrepentirse de sus pecados pequeñoburgueses y denunciar a algunos amigos que habían caído en sus mismos errores para que estos subieran al podio, confesaran sus delitos e hicieran acto de contrición. Padilla mencionó a su entonces esposa, la poeta Belkis Cuza Malé, así como a los poetas y escritores Pablo Armando Fernández, Cesar López, Manuel Díaz Martínez y Norberto Fuentes. Los cuatro primeros subieron a la mesa donde estaba Padilla y siguieron el guion al pie de la letra. Fuentes fue la excepción.
   Según el mismo narra, cuando llegó su turno, dijo estar de acuerdo con todo lo dicho por Padilla, que se alegraba de su regreso y que lo importante era seguir adelante. Esa intervención, como también se dice en el libro, no está registrada en ninguna parte y Fuentes solo tiene un vago recuerdo del momento. Personalmente, jamás yo había oído hablar de eso. Ni siquiera de boca de muchos que estuvieron allí presentes, incluyendo a Reinaldo Arenas quien se encontraba sentado al lado de Fuentes.
   Lo que todo el mundo recuerda, y sí está registrado, es lo que Fuentes dice que fue su segunda actuación, que fue negar las acusaciones porque el no tenía que arrepentirse de nada de lo que había escrito porque él era un revolucionario. El consenso general fue que esto también era parte del libreto orquestado por la Seguridad del Estado (aunque cuentan que José Antonio Portuondo se quejó de que Fuentes había echado a perder la “magnífica velada”).
   En su libro, Norberto Fuentes trata de convencernos de que fue algo que salió de él, una actitud verdaderamente desafiante que tomó a todos por sorpresa y que incluso indignó a Fidel Castro, a la vez que quiere hacernos creer que venció a Castro, porque aparte de un ninguneo, no le pudo hacer nada. Sin embargo, no aporta nada más allá de sus propias elucubraciones, pues ese Castro que él tan bien describió en La autobiografía de Fidel Castro, cuando quería deshacerse de alguien no había quien lo detuviera.
   Fuentes siempre tuvo fama de trabajar “para” la Seguridad del Estado, o de ser miembro del Ministerio del Interior. Es una fama merecida pues siempre ha estado trabajando con la policía, el ejército y el Ministerio del Interior, cosa que no niega, al contrario, alardea de ello. Fue muy amigo de altos mandos militares y estuvo presente como reportero de guerra en las campañas del Escambray y de Angola. Fue hombre de confianza de los hermanos Castro y su obra literaria está ligada a esa participación. En este libro se vende como el único héroe de la literatura cubana por lo que dijo la noche de la confesión de Padilla y por su eterna irreverencia que le costó no poder publicar por muchos años. Le da un distante segundo lugar a Reinaldo Arenas. Pero no, Norberto, ignoras que muchos más no fueron solamente ninguneados por lo que escribieron o trataron de publicar fuera del país, sino que fueron apresados y convertidos en no-personas. Sólo te citaré los casos de Manuel Ballagas, René Ariza y Rafael Saumell, que supongo debas conocer bien.
   Fuentes tiene tres héroes que idolatra: Fidel Castro, Ernest Hemingway y Tony de La Guardia. De ellos admira principalmente lo que él ve como sus cojones. Todo en Fuentes tiene su raíz en un machismo pueril, que le da por adorar a los hombres de acción, que no vacilan en apretar el gatillo ante quien sea y que viven felices con sus crímenes (sobre todo en los casos de Castro y de La Guardia). Hemingway es un escritor que atrae a lo peor del machismo de los escritores cubanos, ninguno se cansa de repetir que Ava Gardner se bañaba desnuda en Finca Vigía y muchos quieren escribir como él, pero lo cierto es que todo queda en la envidia de los machos, porque la prosa de ninguno y mucho menos la de Fuentes, se acerca ni remotamente a la de Hemingway.
   Prácticamente toda la obra de Fuentes está hecha en relación a estos tres personajes. Con la excepción de Condenados de Condado y Cazabandido, que surgen de su experiencia en las campanas del Escambray, Dulces guerreros cubanos es el fruto de su romántica amistad con Tony de La Guardia, La autobiografía de Fidel Castro de ya se sabe quién, así como Hemingway en Cuba. Con excepción de sus cuentos, que son bastante buenos, todas sus obras son desordenadas, escritas con descuido, llenas de datos inútiles, de guiños personales, incoherentes a rato, inconclusas y dictadas por la sobrevaloración del machismo y el despotismo. Otro desastre que las recorre es el excesivo narcisismo del autor, que no puede evitar insertarse siempre en el centro de las tramas como un protagonista.
   Todos los defectos de sus libros anteriores, pero peor aún, aparecen en este libro. Hay anécdotas innecesarias, usa cubanismos para luego explicarlos en un largo paréntesis, introduce personajes que no tienen nada que ver con el tema, está lleno de datos erróneos, repite situaciones y frases y la narrativa no fluye (trabajo me costó terminar su lectura). Es un libro al cual le sobran más de doscientas páginas. Casi todo lo que cita es de conocimiento público y tiene muy pocas cosas de interés. Me llamó la atención que mencionara abiertamente la pedofilia de Alfredo Muñoz Unsaín, el periodista argentino conocido como Chango y al cual algunos de las jóvenes generaciones, incluso exiliados, veneran, cuando en realidad no fue más que un agente de la Seguridad del Estado.
   En el libro se dedica a despotricar de muchos otros escritores, muchos no inmerecidamente, entre ellos Eduardo Heras León, pero Fuentes no para de ajustar cuentas. También la emprende contra su objetivo más odiado, el exilio cubano de Miami entre el que vive hace más de veinte años.
   Si con este libro trató de limpiarse como agente de la Seguridad del Estado, no convence a nadie, al contrario. No solo recuenta todas sus relaciones militares y policiales, sino que confiesa que en 1981 fue a ver a Luis Pavón, entonces director del Consejo Nacional de Cultura, para proponerle escribir este texto y que se lo publicaran en Cuba, para desprestigiar a Padilla. Tampoco aclara, lo cual lo hace aun más sospechoso, como después de unos cuantos años en silencio, pasó a estudiar en la universidad y luego fue puesto en contacto con Antonio Pérez Herrero y de ahí volvió a ser puesto en posiciones vinculadas al Ministerio del Interior, hasta que se enredó en el famoso caso Ochoa, por su amistad con Tony de La Guardia.
   Tampoco convence a nadie respecto a su ubicación en la literatura cubana. Quiere elevarse a ser un escritor al nivel de Isaac Babel, debido a su libro de cuentos Condenados de Condado, que fue realmente controversial cuando ganó el premio Casa de las Américas en 1968, pero su prosa está más cercana a la de Aleksander Bek y Konstantin Simonov, a quienes también confiesa admirar. En fin, que ni siquiera puede convencernos de que, como escritor, no es más que una apostilla en la literatura cubana de los últimos sesenta años.

(“Plaza sitiada”: la idolatría, el egocentrismo y el afán de protagonismo. Cubaencuentro, septiembre 2018)