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Friday, January 29, 2016

Zoé Valdés vs. Encuentro y Jesús Díaz

(...) la Asociación y Revista Encuentro, los que más ayudas económicas han recibido en la historia del exilio y de sus publicaciones, y los que más han conseguido dividir al exilio, en lugar de “encontrarlos”. En verdad, ése siempre fue el propósito, desde sus inicios. Jesús Díaz apareció en el panorama del exilio para cavar huracos, como ya había hecho en Cuba, y le siguieron los secuaces de toda la vida y los sonsos también, hacia los predios de esa revista mediocrona tipo UNEAC, calcada, hoja a hoja, donde se ha confabulado la envidia y el poder mediocre comunistón-burgués. El Encuentro siempre tuvo como objetivo acercar a los exiliados al castrismo, y para colmo, ganar dinero con semejante mierda. ¡Puaf!

(Correspondiente, mío... Blog Zoé Valdés, mayo 2009)

Thursday, January 28, 2016

Carlos Victoria vs. Manuel David Orrio

Y sin embargo, a pesar de mi esfuerzo, no he salido ileso. Los delatores, los chivatos tapados, me sacan todavía totalmente de quicio. Me enferman. Me deforman ideas y sentimientos. Me agrian y me corroen. Quiero compadecerlos (porque sin duda ellos también son víctimas), pero no lo consigo. Me sacan lo peor de mí mismo, y pondré un breve ejemplo.
   Hace unos días, cuando se desató la infame represión contra los disidentes, y salieron a la luz los infiltrados, confundí un par de nombres. Por un momento pensé que uno de ellos era un periodista cuyos artículos yo disfrutaba bastante, por su humor y sensibilidad. Voy a decir los nombres que confundí, aunque me da vergüenza: Manuel David Orrio y Manuel Vázquez Portal. Más tarde, cuando vi en la lista de los sentenciados a Vázquez Portal, a quien condenaron a 18 años, sentí un alivio, porque ése era el autor de los artículos que me gustaban.
   Quiero repetir esta palabra: alivio.
   Repito: sentí alivio porque a un hombre a quien jamás he visto, cuyos artículos yo disfrutaba, lo condenaron a pasarse 18 años de su vida en la cárcel. Y ese alivio se debía a que él no era el chivato.
   El alivio duró sólo un segundo. De inmediato me di cuenta de mi monstruosidad. Y pensé que de todos los crímenes y las injusticias que se han cometido y se siguen cometiendo en mi patria uno de los peores es el haber metido entre nosotros ese fantasma atroz del delator. Siempre presente. Derramando veneno. Causando paranoia donde debía imponerse la cordura. Instigando rencor donde debía crecer la comprensión. Alejando lo que debía estar cerca. Destruyendo la amistad y la fe.
   Sólo por hacernos sufrir a los cubanos la vil enfermedad de la delación y de la desconfianza, desprecio y aborrezco al dictador de Cuba.

(Delatores. El Nuevo Herald, abril 2003)

Wednesday, January 27, 2016

Antonio José Ponte sobre “La novela de mi vida”, de Leonardo Padura

Los mejores resultados de su prosa, debidos tal vez a la libertad con que trabajara allí, pueden encontrarse en la historia de Heredia. Padura ha logrado darnos un registro histórico sin pesadez de arqueólogo y sus palabras de un poeta del siglo XIX tienen aire de época conseguido.
   En cambio, al contarnos episodios más recientes, su vigilancia de lo peligroso debió hacerle descuidar el idioma. Y leemos que la calle Obispo posee «una éterea atmósfera de poesía». Descubrimos que existe el «alivio ingrávido de saberse inocente». Se nos refiere sin broma alguna que alguien «desgranó sus mejores poemas». O que otro personaje tuvo que correr al baño para «complacer la llamada selvática de los instintos». El ridículo llega a extremos en los episodios de erotismo: se hace responsable a Heredia de «romper el candado divino de Lola Junco», o un cuerpo femenino ofrece «la rosa oscura de su ano».
   El autor de La novela de mi vida falla en los enfásis poéticos (éstos no abundan demasiado) pero triunfa en sus enfásis de narrador policial. Desperdicia epifanías (el episodio de Heredia en el ciclón, por ejemplo), pero sabe conquistar al lector con las maneras de un narrador de intrigas, con una trama efectiva. (No importa que nos obligue a soportar historia tan poco relevante como la amorosa entre Delfina y Terry.)
   De los novelistas cubanos en activo tal vez sea Leonardo Padura quien mejor se gane la amistad del lector. En una literatura donde escasean las biografías de escritores, nos ofrece en La novela de mi vida la de uno de nuestros mayores poetas. Y lo novelesco le ha permitido aventurar acusación contra Domingo del Monte y poner en entredicho la legitimidad de Espejo de Paciencia, dos expedientes que sólo muy delicadamente moverían los estudios históricos y literarios practicados entre nosotros.
   Padura ha escrito en este libro su ficción más ambiciosa. Suerte de Vidas paralelas, la comparación del par de biografías hace que descubramos diversas constantes de nuestra historia nacional, miserias y alegrías. De las primeras: delación, intromisión policial, exilio, censura gubernamental, sociedad paralizada por un temor —la rebelión de los esclavos negros, la vuelta de la gente de Miami o la llegada de los marines— que inclina al encanallecimiento.
   La novela de mi vida refiere asimismo lo que ha sido emblema de nuestros artistas y escritores: la censura propia. En una de sus páginas, Heredia se corona como iniciador, dentro de la literatura de la isla, de la autocensura. Desencantado total, presiente que su ejemplo va a tener, a lo largo de los años, multitud de seguidores.

(De lo que no puede hablarse. Encuentro de la cultura cubana, Nos. 26/27, otoño-invierno, 2002-2003)

Tuesday, January 26, 2016

Enrique Ubieta vs. Enrico Mario Santí y Rafael Rojas

Pero después que “terminó” el siglo y la historia en 1991, cesó momentáneamente la vergüenza de los hombres de derecha. Recuerdo que leí en 1994 un artículo de Enrico Mario Santí en Vuelta que desbancaba a la “vieja guardia” de los ideólogos de derecha, a esos señores atormentados por la mala conciencia, cansados de gritar en el desierto que José Martí estaría, de vivir hoy, en Miami. Santí, surfeando en la gran ola de la derecha finisecular, decía sin sonrojos visibles, parafraseando a Fidel: sí, Martí es el culpable de la Revolución cubana. Y concluía: eliminémoslo. En momentos como ese aparecen incluso libros como el denominado Manual del perfecto idiota latinoamericano, que acaban por proscribir la esperanza y por sugerir, entre líneas, no seas idiota, ocúpate sólo de ti mismo.
   Rafael Rojas hizo maletas y viajó más lejos: dividió el pensamiento cubano en dos bandos, el de los utópicos y antimodernos (allí estábamos nosotros) y el de los pragmáticos y modernos (allí estaba él). Pero en el primer bando incluyó a hombres como Varela, Luz y Caballero y Martí. Prescindir de ellos y de otros más recientes, era una propuesta suicida. En un libro posterior se rectifica: ay, dice, esa manía que tenemos los cubanos de dividir y oponer autores y tendencias... Y reconoce que el recontracanon de la derecha (frente al contracanon de la izquierda) suele ser totalitario y caprichoso. En sus artículos políticos, sin embargo, insiste en destruir el discurso revolucionario cubano y en reivindicar el concepto de la derecha. Un texto suyo de mayo pasado se titula precisamente así: El derecho de la derecha. 
   Ese artículo de Rojas me recordó otro  —en verdad más simple e ingenuo—  que encontré en la prensa guatemalteca. Su autor, Lionel Sisniega, identifica burdamente izquierda y comunismo. Rojas estudió filosofía marxista en la Universidad de La Habana y sabe, por supuesto, que la izquierda y la derecha son conceptos móviles, históricos. Su intención era más bien la opuesta: aceptar una izquierda no revolucionaria como alternativa, una izquierda en tránsito hacia la derecha. Por eso escribe: “La vergüenza de asumir la derecha, típica de la cultura política cubana, sin embargo, no es tan grave como el hecho de que la mayoría de nuestros izquierdistas fueron revolucionarios, es decir, autoritarios (...)”. Este hecho y la carencia de una verdadera tradición doctrinal cubana de matriz liberal o conservadora —afirmación que desprecia el desesperado esfuerzo de Montaner por inventarse una tradición liberal que le ampare—,  son las razones, afirma, de “la ausencia virtual de una oposición” en Cuba. Estoy casi de acuerdo. Frente al ideal revolucionario puede haber escepticismo, no un ideal alternativo. Pero —y aquí lo traiciona el mismo “vicio” de conciencia que critica—, La Habana ya no es la izquierda, sino la derecha y Miami, ah Miami ahora es la izquierda. Aunque perdón, el punto a tratar no es ese: Miami sigue siendo el lugar simbólico de la derecha y ese “estereotipo negativo”, dice, la convierte en la ciudad ideal para pensar una nueva derecha cubana, sin la presión de una mala conciencia.
   ¿Qué personaje intenta representar Rafael Rojas? Si Enrique José Varona, ilustre ideólogo burgués nacionalista comprendió que su proyecto político había ya fracasado en Cuba y lo reconoció con honestidad intelectual ante la juventud revolucionaria de la llamada “década crítica” (1923-1933), si Jorge Mañach, ante el espejismo de la relativamente amplia clase mediacapitalina, intentó sin éxito ser el representante intelectual de una burguesía nacional inexistente, ¿qué pretende Rafael Rojas, un intelectual que anda buscando fuera de su patria un lugar donde no lo agobie la mala conciencia de pertenecer al Tercer Mundo y de haber nacido en un país de revolucionarios y haber estudiado en la Universidad habanera de los ochenta? ¿A quién pretende representar, a la burguesía norteamericana, a los directivos de la Fundación cubano americana?, ¿quiénes serían los inversores de ese “nuevo” capitalismo “cubano”? No es casual que nos inste con frecuencia a adoptar un “nacionalismo suave”, pero ese sería tema para otro artículo. El fantasma de la izquierda, en un mundo salvajemente injusto, sigue atormentando a Rojas y a los buenos señores de la derecha.

(El fantasma de la izquierda. La Jiribilla, julio 2001)

Monday, January 25, 2016

Carlos Fuentes vs. Roberto Fernández Retamar

Yo mantengo la línea que me impuse desde que, en 1966, la burocracia literaria cubana, manipulada por Roberto Fernández Retamar para apresurar su ascenso burocrático y hacer olvidar su pasado derechista, nos denunció a Pablo Neruda y a mí por asistir a un Congreso del PEN Club internacional presidido a la sazón por Arthur Miller. Gracias a Miller, entraron por primera vez a los EE UU escritores soviéticos y de la Europa central para dialogar con sus contrapartes occidentales. Neruda y yo declaramos que esto comprobaba que en el terreno literario la Guerra Fría era superable. La larga lista de escritores cubanos compilada por Fernández Retamar nos acusaba de sucumbir ante el enemigo. El problema, nos enseñaba, no era la Guerra Fría sino la lucha de clases y nosotros habíamos sucumbido a las seducciones del enemigo clasista.
   No fueron tan débiles razones las que nos indignaron a Neruda y a mí, sino el hecho de que el Zhdanov Retamar hubiese incluido en la lista, sin consultarles siquiera, a amigos nuestros como Alejo Carpentier y José Lezama Lima. A este hecho se fueron añadiendo otros que claramente arrogaban para Cuba el derecho de decirles a los escritores latinoamericanos a dónde ir, a dónde no ir, qué decir y qué escribir. Neruda se carcajeó de “El Sargento” Retamar, yo lo incluí en mi novela Cristóbal Nonato como “El Sargento del Tamal” y mantuve la posición que conservo hasta hoy.

(Infidelidades. Reforma, abril 2003)

Friday, January 22, 2016

Duanel Díaz vs. Jorge Camacho y su propuesta foucaultiana de Martí

"Que se siga pensando a Martí desde las antípodas de las principales corrientes ideológicas de finales del siglo XIX (positivismo, liberalismo, cientificismo, etcétera) es tan simplista como ingenuo. La revolución de Martí, si bien se apoyó en una masa heterogénea de obreros y burgueses, no tenía previsto cambiar radicalmente el país, y la mayor muestra de ello es que nunca lo hizo. Martí combatió el anexionismo y el autonomismo porque pensaba que Cuba debía ser libre. Pero en lo que se refiere a la 'cuestión social', apostaba por la 'evolución' lenta a través de la historia", afirma Jorge Camacho.
   Como en un par de artículos recientes he "pensado" así a Martí, destacando el contraste entre su pensamiento y el de Francisco Figueras, y la posible actualidad de aquella controversia entre el independentismo y el autonomismo, me veo en la obligación de intentar explicar por qué este acercamiento no es tan simplista e ingenuo como Camacho supone, y por qué me parece que la alternativa que él propone, la de la teoría foucaultiana, no resulta del todo productiva para estos debates cubanos.
   Decir que el hecho de que la revolución de Martí no logró cambiar radicalmente el país evidencia que este no estaba entre sus propósitos, me parece, eso sí, bastante ingenuo: ya se sabe que una cosa son las intenciones y otra los resultados, y así es claro en este caso, pues la guerra no hizo sino propiciar aquella intervención norteamericana que Martí buscaba evitar a toda costa.
   En el discurso martiano no es marginal la idea de un cambio radical del orden social de la Colonia. Mientras los autonomistas pretendían evolucionar desde este orden hacia la independencia, pasando por la autonomía; para Martí, que veía cómo en las "repúblicas de papel" las formas coloniales habían sobrevivido, se trataba de la fundación de una nueva comunidad nacional. Como Manuel de la Cruz, a la guerra le atribuía ese papel creador y redentor: decir que Martí combatió el autonomismo simplemente porque pensaba que Cuba debía ser libre es perder de vista su idea romántica de la revolución, tan cercana a la sensibilidad de un Michelet.
   También muchos autonomistas pensaban que Cuba debía ser libre, pero temían los efectos devastadores de la revolución, y no creían que la nación —ese nuevo absoluto que en la revolución francesa sustituyera al poder del soberano— tuviera necesariamente que encarnar en un Estado para que fuera posible el ejercicio de determinadas libertades políticas. El autogobierno era, para ellos, suficiente como espacio mínimo para comenzar a desarrollar un proyecto de sociedad; a esto oponía Martí no un simple deseo de libertar a Cuba del despotismo español, sino una concepción sacrificial del patriotismo, presente ya en El presidio político en Cuba.
   Ese apunte sobre la raza citado por Camacho muestra que en su fuero interno Martí podía estar muy cerca de los positivistas, pero lo cierto es que en sus discursos de propaganda su posición era la otra, la retórica de la fraternidad racial, que era también una retórica de la utopía. La contradicción entre el apunte privado y el discurso público evidencia, acaso, el costado demagógico, populista, del independentismo martiano; pero, en todo caso, oponer aquella retórica del "no hay razas" a las constataciones positivistas de Figueras no es reproducir el énfasis que en ella ha puesto el castrismo, sino comprender la especificidad, e incluso la profunda originalidad, del discurso martiano.
   Al poner énfasis en sus comunidades con el liberalismo decimonónico, es Camacho quien simplifica, en tanto escamotea la resistencia fundamental de Martí al discurso civilizador representado por Saco, Sarmiento y tantos otros. "Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza", dice Martí en Nuestra América. La reivindicación de la autoctonía y de la naturaleza comporta en este panfleto una inequívoca inversión de la perspectiva civilizadora, letrada, y esta ruptura con aquella tradición ilustrada está estrechamente ligada, como ha visto Julio Ramos, a la adopción de una autoridad literaria.
   "Crear es la palabra de pase de esta generación", dice también allí Martí. La dicotomía de la creación y la crítica, de la revolución y la reforma, estaba ya, y desde luego tiene que ver con la fundación de una Cuba nueva. En ese punto Martí ya no es un liberal. De los que veían la incapacidad de los pueblos —que son, en el caso cubano, los anexionistas y autonomistas—, llega a decir: "Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre". Anteponiendo la patria a las libertades del individuo, pues ella representaba para Martí un reducto de sacralidad en ese mundo desencantado, vacío de grandeza y hazaña, descrito en su prólogo al Poema del Niágara.
   Desde luego, estas diferencias se reducen si pensamos a Martí, como quiere Camacho, desde Foucault; como se reducen si las pensamos desde el marxismo. Como tanto pensamiento radical que hace su agosto en la academia norteamericana, el de Foucault tiende a reducir lo que, desde una posición más modesta, resulta irreductible: igual que Adorno y Horkheimer comprenden el sadismo como expresión de esa dominación del sujeto burgués sobre la naturaleza y los hombres que habría de conducir al totalitarismo, Foucault desarrolla una percepción apocalíptica de la modernidad liberal.
   Donde el pensamiento liberal celebra una progresiva liberación de las autoridades de la tradición y la monarquía, Foucault percibe el progresivo aumento del control del Estado. Según esta perspectiva, las sociedades modernas son, ante todo, disciplinarias, y la democracia, formal. Ese milagro de la historia de la humanidad no tiene demasiado valor.
   El problema de esta teoría es que tiende a borrar esa diferencia entre la democracia burguesa y el totalitarismo, que para quienes conocemos en carne propia este último, resulta preciosa. De hecho, Foucault apenas habló del totalitarismo; su concepción de la biopolítica define, sobre todo, la época moderna, donde lo que antes quedaba fuera de la esfera política —eso que Agamben, siguiendo a Benjamín, ha llamado "vida desnuda"— ha sido politizado, en un dispositivo de saber y poder que en el siglo XIX convirtió el cuerpo y la población en objetos de control del Estado burgués.
   Pero adoptar semejante radicalismo, ¿no llevaría a perder de vista la diferencia no sólo de grado, sino de esencia, que desde una perspectiva liberal hay entre la democracia y el totalitarismo, entre los dispositivos del Estado liberal y las represiones del Estado totalitario?
   La sociedad burguesa produjo, ciertamente, una gran cantidad de discursos sobre la sexualidad y la raza, pero sólo los regímenes totalitarios intentan en gran escala regenerar o exterminar a los "degenerados".
   En Cuba existía una tradición de letrados que, desde Saco hasta Ortiz, criticó la vagancia, entre otros "vicios" como el juego y las lidias de gallos, pero sólo el totalitarismo comunista criminaliza el ocio, convirtiendo el hecho mismo de no trabajar en delito contrarrevolucionario. Se diría que es justamente la destrucción de la separación de lo público y lo privado en que se fundamenta el orden burgués, lo que hace posible la "biopolítica" totalitaria.
   Creo, por tanto, que la "linealidad preocupante" entre la revolución de 1895 y la de 1959 no hay que buscarla en las prácticas represivas del Estado republicano, ni en aquello que el independentismo compartía con el liberalismo decimonónico, sino más bien en lo que en el discurso martiano se resistía al prosaísmo liberal. Es aquella dimensión sacrificial, patriótica y al cabo estética del independentismo martiano, que oponía la autenticidad de lo autóctono al exotismo de los "letrados de librería", lo que ha nutrido esa nueva "reivindicación de Cuba" que ha sido castrismo.

(Foucault y el debate cubano. Cubaencuentro, junio 2008)

Thursday, January 21, 2016

Reinaldo Arenas vs. Miguel Barnet

Burlesca y aburguesada en un bar de Varna, la avernal Barniz, cual avara batávara, hiperbórea e híbrida, abordó barbada a un burdo borbón berebere, absorbiéndole al imberbe –por arte de birlibirloca– burbujas verdes de su bárbara vara.

(El color del verano. Tusquets, 1999)

Wednesday, January 20, 2016

Fermín Gabor vs. “El envés de la trama”, de Antón Arrufat

El título parece una mala traducción de El revés de la trama de Graham Greene y lo que se cuenta huele a Henry James, a una de esas solemnidades donde un primerizo se acerca a un escritor venerado. Pero lo que en el narrador inglés (o estadounidense, según se prefiera) queda como solemne, en el cuentista habanero (o santiaguero, según se prefiera) resulta solemnemente ridículo. Por James habla un muy sólido agente de pompas fúnebres; por Arrufat, el Doctor Chappotín, dueño de La última noche que pasé contigo, funeraria de San Nicolás del Peladero.
   Los hechos que cuenta El envés de la trama suceden en La Habana de nuestros días donde circulan varias monedas y hay casas de cambio. Un joven ha publicado su reseña de la última novela de un viejo escritor, al joven lo apasiona la obra de éste, llega a entrevistarlo, y en esa entrevista el viejo escritor le suelta una perlita de sabiduría para que vaya tirando en la larga y árida vida literaria.
   ¿Ya?
   Ya.
   ¿Eso es todo?
   Y con menos se hace una comida.
   Hipólito Mora (desde que vivió en Tebas, a Arrufat le chiflan los nombres griegos y es de agradecer que a éste no le haya puesto Moira de apellido) anda retirado del mundanal ruido, es un Salinger habanero. El joven protagonista, al que un amigo apoda Tertuliano el Apologético, lo ha visto alguna vez salir de las librerías o sentado en el Parque de las Misiones. Sin atreverse a hablarle.
   Quien haya leído acerca del acercamiento temeroso de las hermanas García Marruz a José Lezama Lima podrá hacerse una idea. Pero lo que parece candoroso en el comportamiento de dos muchachas de los años cuarenta es, sesenta años después, Tertuliano frente a Hipólito, la picuencia arrancapescuezos. O al menos así logra comunicarlo un prosista de la talla de Antón Arrufat.
   En descargo del joven protagonista habría que considerar lo imponente que luce el Magister Mora “vistiendo su guayabera (...) como la armadura de una tropical Edad Media”. Y está, para causar más aturdimiento, la calidad de su último libro publicado, de su obra toda: “como una piedra más, su reciente obra se unía –armoniosamente- a la hermosa catedral enigmática que su genio y su voluntad habían edificado”. ¿No corta el hálito ese hombre enfundado en una armadura y fabricante de una catedral?
   Dos viejos carcamales se alzan en el camino del joven a quien apodan Tertuliano: la poetisa Ana Morales (qué alivio un nombre común) y el buscado Mora. Si el segundo viste una armadura, la primera lleva un traje de los años veinte. Pero lo más raro no es su vestimenta, sino el ambiente en que se desarrolla su tertulia (juegos florales, la llama el autor). Pasa trabajo el protagonista para atravesar “la exclusividad masónica que rodeaba las reuniones de la poeta”, y se presenta allí sólo para conseguir el número telefónico de Hipólito Mora. (En un mundo medieval cuesta averiguar un teléfono. A esa antigüedad podrá achacarse la imprecisión verbal al lidiar con aparatos modernos: para oír los mensajes se “abría el contestador automático”.)
   Sentada la gente de la tertulia en sillas arrimadas a las paredes, procédese a apagar todas las luces y a encenderse un reflector azul. A esa luz llega el primer poeta de la noche y, terminada su lectura, se apaga el reflector, oscuridad total, y vuelve a encenderse el haz azul para que el próximo invitado lea.  ¿Cómo no va a prestarse a florituras un ambiente tan exquisitamente planeado? (Así habrían sido las tertulias de Arrufat de llamarse Dulce María Loynaz o Reina María Rodríguez.) “Abandonó la idea como un exordio sin completar”, puede leerse. O esto otro: “Él no era un simple invitado, era el ángel guardián que el poeta espera antes de morir”.
   Una convicción no menos alta que la de las voces que narran en las radionovelas le permite escribir: “Si la vida no fuera tan turbia. Una fracción de su naturaleza respondía a estos estímulos y aún estaba hipnotizado por la presencia de la Morales”. O lanzarse desde el más alto trampolín a la piscina filosófica sin agua: “Un tiempo sin espacio, completamente interior...”
   Luego de algunos escarceos con la poetisa momia y de una erección a la que se presta atención minuciosa (¡una erección puede ser tan moderna como un contestador automático!), llega el clímax, el encuentro entre Hipólito y Tertuliano. Este último se afila los colmillos: “Los inexplorados enigmas que lo inquietaban en la escritura de Hipólito Mora y en su vida personal, requerían de las páginas de un libro exhaustivo”. (Antón Arrufat recurre al enigma y a lo enigmático para abrirnos el apetito por ese encuentro. Y no hay que ser un bicho hermeneuta para comprender que él se cree cosas: ha de verse a sí mismo en el papel del Magister Mora, y deseará para sí la atención de una tierna criaturita que lo reseñe y le construya mausoleo.)
   El escritor buscado a lo largo de todo el cuento calza tanto coturno como la poeta de las tertulias. La vida literaria consiste en una sucesión de ademanes operáticos, y el joven Tertuliano va de Eleonora Duse a Sarah Bernhardt: “Hipólito Mora se hallaba reclinado en una especie de diván color morado desvaído que le recordó el color de los labios de la poeta, estiradas las piernas sobre el mueble y semejante a la de un antiguo busto romano, erguida la cabeza completamente rapada, ancho el cuello y acusado el perfil que sobresalía de la penumbra en la que se encontraba”. A espaldas suyas resplandece la luz del atardecer en un ventanal. Los muebles son de laca negra con incrustaciones de marfil. Brillan lámparas rojas y jarrones azules, y pueden encontrarse, por aquí y por allá, abanicos de papel y preciosas dagas. Para completar el cuadro, Catana pare un amante chino que responde al nombre de Li.
   Ay, una de las mayores dificultades de la televisión cubana actual estriba en convencernos de que la casa en la que viven los ricos de la telenovela es realmente una mansión... Tampoco logra situar personajes en el extranjero con cierta verosimilitud... Tales son, al parecer, los límites del audiovisual ñángara. De modo no muy distinto, El envés de la trama declara los límites de la imaginación del compañero Arrufat. La visita a un escritor que él nos vende como eminencia termina siendo tan picúa como la tertulia que antes ridiculizara. No importa los esfuerzos que haga por diferenciar una de otra, lo ridículo y lo sublime no encuentran en su escritura diferencia de registro. Y si, tal como se afirmaba en la tertulia, la vida era turbia, para el decisivo encuentro entre Hipólito y Tertuliano el autor ha guardado esta otra definición: “Así de pegajosa es la vida”.
   Me temo que Henry James se reservaba algún tesorito, al menos una chispita de brillantes, para ocasiones como éstas. Coreografiado por Arrufat, el hierático Hipólito Mora juguetea con una daga que tiene menos filo que sus parlamentos, y lo que entrega al joven es fricandel de bagazo enriquecido con soya. Más tarde, para conseguir algo que suene como un final, a Hipólito Mora no le queda otro remedio que estirar la pata más de lo que la estiraba en su diván color labios de poeta.
   Mucha de la actual ficción cubana suele regodearse en la miserabilia. Arrufat, a diferencia, pinta como un cronista social la vida selecta. La revista donde el protagonista publica su reseña es la mejor revista literaria habanera, una guayabera es impoluta, el té verde que beben es regalo del Agregado Cultural de Japón, las tertulias no por ridículas dejan de ser exclusivas, y léase cuánto preparativo se gasta el Tertuliano para asistir a una: “Se afeitó y se bañö con lentitud ritual. Lustró los zapatos y se vistió su [sic] mejor ropa: una camisa blanca hecha a mano en la India, un pantalón de lino puro”. (En medio de tanto despliegue de estilo de vida, siente uno la tentación de preguntar si Mora y Morales firmaron las últimas cartas públicas oficiales que signara Arrufat. ¿Viajaron a Caracas? ¿Mora es ya Premio Nacional de Literatura o hace alianzas para serlo? Ninguna de estas presiones parecen existir en la vida literaria habanera de El envés de la trama.)
   A la ficción cubana que circula por la acera del sol la llaman, con relativa impropiedad, realismo sucio. Antón Arrufat, que no se suda y camina por la acera de la sombra, ha escrito con El envés de la trama una pieza de realismo chichí, bomboncito de flema. Con este último cuento suyo demuestra ser tan chichí como los ambientadores de la televisión cubana al emprenderla con gente rica o países extranjeros.
   Y no es que él sea el único chichí. Su generación podría ser llamada Generación Chichí. Provincianos y pobretes de origen, muchos de ellos han cumplido sus sueños clasistas gracias a la revolu. Así, el que no colecciona chinerías, colecciona abanicos, se acoge a un ceceo de hidalgo español, alardea de una bañadera de mármol negro o no escribe poema que no transcurre en sitio bien lejano... Diplomáticos retirados, cuidan entre todos la entrada de la Academia de la Lengua o del Premio Nacional de Literatura pues éstos son sus Country Club y su Club de Rotarios.
   Es de suponer que cualquiera de ellos que intentase escribir la figura de un maestro no se habría apartado mucho de la fumanchunesca descripción propinada por Arrufat. Cercanos en sus juventudes a los grandes de la cultura cubana del siglo XX, cuando les toca imaginarse en el papel de maestros caen en la chochera del más reciente Premio Cortázar: empolvan pelucas dieciochescas o se disfrazan de mandarines. (Espérese por el cuento donde Miguelito Barnet explicita su asombro ante un travesti habanero que leyó su Canción de Rachel. Historia chichí donde un travesti chichí lee un libro chichí y se encuentra con el chichí que lo escribió, ha poco fue paladeada por quienes asistieron al Centro Cultural Dulce María Loynaz.)   
   Creo que los amigos de Antón Arrufat, si es que existen de veras y de veras creen en una vida después de la vida, no supieron interpretar el gesto de Cortázar. No era un saludo, no. Lo que decía el autor de Rayuela con su mano era más bien: “¡Borra, borra! ¡Tacha, tacha!”. O avisaba al jurado de lo que les va a caer encima el año próximo. Porque, corrida ya la especie, enterados de que en el Premio Iberoamericano de Cuento los muertos concursan y ganan, gente como Manuel Cofiño y Noel Navarro (entre otros) empiezan a revisar esperanzadamente sus inéditos.

(La lengua suelta # 26. La Habana Elegante, segunda época)

Tuesday, January 19, 2016

Víctor Fowler sobre Diáspora(s)

El principal error/limitación fue no entender o no haber sabido captar el enorme potencial transformador del lenguaje de la poesía que hay en el intersticio de las diferencias de identidad; o sea, en las escrituras provenientes de los sub-campos gay y lesbiano, organizados según raza, género o creencia religiosa. La ceguera/sordera de los Diáspora(s) para esto los convierte, contra su propia voluntad, en reproductores del mismo poder al cual tan agudamente combaten en sus formulaciones centrales. El segundo gran error (y aquí jugaron importante papel los prejuicios típicos de los intelectuales capitalinos) pienso que fue no haber hecho prácticamente nada para encontrar aliados en las provincias del país; o sea, para desenclaustrar el movimiento mediante la puesta en práctica de un programa de activismo no-habanero. El tercer error grande, y aquí termina mi lista mínima, fue no haber entendido (tanto por prejuicios nacionalistas como por ignorancia) el tipo de beneficio que para ellos significaba la adhesión al grupo de un poeta de dimensión continental como José Kozer (quien, además, constituía un puente hacia el neobarroco). Según lo anterior, Diáspora(s) es más la reacción a una neurosis nacional, una voluntad de fuga del poder (en el ámbito de la literatura) antes que la puesta en práctica de un proyecto cosmopolita concebido desde su inicio como imantador (de los actores del campo literario cubano) y enfilado a fabricar alianzas en el ámbito de la lengua o el continente.

(Ratas, líquenes, insectos, polímeros, espiroquetas. Grupo Diáspora(s) 1993-2013)

Monday, January 18, 2016

Arturo Arango vs. el prólogo de Eduardo López Morales a “La generación de los años 50”

Tengo la impresión de que, luego del Coloquio, muchos de los escritores que ya podían ser considerados mayores, aquellos que, además, habían sido peor tratados durante los arduos 70, comenzaron a gozar de un reconocimiento que los fue instalando en el reino de los intocables. Como parte de esa estrategia de recolocación leo la antología La generación de los años 50, preparada por Luis Suardíaz y David Chericián, y, sobre todo su prólogo, debido a Eduardo López Morales. Presentada como acto de consolidación generacional, resulta un gesto tardío, a destiempo. El afán legitimador, en cambio, es claro en la insistencia de López Morales por deshacer algunos de los argumentos desde los que había sido juzgado ese conjunto heterogéneo de poetas: lo improcedente del sentido de culpa por la no participación directa en la lucha revolucionaria (“este análisis no puede afrontarse con simplificaciones pseudopolíticas, con sospechosos complejos de culpa o con demagógicas lamentaciones”)y lo inadecuado de oponerles el ejemplo de quienes entregaron su vida o renunciaron al ejercicio de la literatura (“La Revolución no exige en absoluto esta renuncia, salvo en aquellos que desempeñan un papel imprescindiblemente protagónico en la conducción política”); la revaloración de la labor intelectual como trabajo (“el arte es un trabajo concreto que se materializa en un tiempo de trabajo concreto con un producto concreto para un tipo particular de consumo espiritual”), y, por último, la defensa ante los ataques de la generación de El Caimán.
   Situado en esa perspectiva, no es extraño que el prólogo insista en descalificaciones sobre la poesía de los autores agrupados en torno a Orígenes (“algunos de los [poetas] mayores en calidad y edad, asqueados por la corrupción republicana y alienados por sus limitaciones de clase e ideológicas, se esforzaban en conservar una tradición nacional cada vez más mitificada en una metapoesía que tarde o temprano se convertiría en su contrario, porque no se puede inventar un país y una cultura divorciados de las realidades que los nutren”); y también contra los de Lunes... (“No por azar quienes propugnaron desde Lunes de Revolución esta guerra aventurera y demagógica bajo la cobertura de la palabrería izquierdista traicionaron más tarde, para convalidar de nuevo el apotegma leninista que describe la esencia del oportunismo”), desconociendo que, al contrario de lo que asegura, de los escritores que trabajaron en el suplemento o colaboraron asiduamente en él permanecían en Cuba, o murieron aquí, señaladamente, su jefe de redacción, Pablo Armando Fernández, Antón Arrufat, José Álvarez Baragaño (incluidos en la antología), Virgilio Piñera, Oscar Hurtado, Humberto Arenal, y Raúl Martínez, su director artítico, entre otros. Si invirtiéramos como el consabido guante la aseveración de López Morales, todo el mal de Lunes... estaría concentrado sólo en dos personas: Cabrera Infante y Padilla, los únicos del “cogollito”, como lo llamaba Virgilio, que murieron en el exilio.
   También, como se hizo habitual en este tipo de ensayos, se expone un conjunto de deberes y normativas, ya desde lo que se ofrece como el canon para la poesía cubana anterior a esta generación: Villena, Guillén, Pedroso, Félix Pita, Navarro Luna (no Lezama, no diego, jamás Piñera), pueden brindar “un asidero espiritual, literario y político para [los poetas de la Generación del 50]”; ya desde la expresión misma de obligaciones y renuncias: “La búsqueda de la comunicación [...] debe ser la divisa fundamental de nuestra literatura”, así como “para humanizar la poesía”, es necesario abandonar “las búsquedas crípticas de una nacionalidad remisible a camafeos geográficos, telúricos o supuestamente ubicados más allá de las contingencias ‘políticas’ (o sea, adscritas a una política particular de alienación pequeño y medioburguesa)”.
   En este ensayo introductorio se cita, y admite, aquel dictamen del prólogo a Poesía joven de Cuba: “toda generación está obligada no sólo a continuar, sino a reempezar la poesía”. Sin embargo, él mismo asigna a la que llama segunda generación de la Revolución deberes que, además de mostrar un paternalismo intolerable, parecen salidos de un programa educativo o político, y no de un ensayo sobre la poesía contemporánea cubana:

   consolidar y superar dialécticamente lo logrado, someter a examen y análisis sus propias proyecciones, estudiar el proceso cultural de nuestra nación para asumir críticamente las líneas nodales que se corresponden con sus leyes constitutivas, [...], y aprender, como ya han hecho sus más prometedores y valiosos integrantes, que esta nueva sociedad en la que viven día a día concita y exige los esfuerzos y heroísmos colectivos, porque cada generación puede exhibir en nuestro país las realizaciones que ha contribuido a materializar, y se requiere la interacción enriquecedora de jóvenes, maduros y “viejos”

(“Con tantos palos que te dio la vida...”, conferencia publicada en la red, 2007)

Friday, January 15, 2016

Orlando Luis Pardo Lazo sobre Rufo Caballero

Habíamos publicado un texto de Duanel Díaz donde se le daba cuero conceptual sabrosón al caballero Rufo. Se lo merecía. Era, además, un ensayito delicioso donde Duanel Díaz violentaba teorías para dejar un poco desnudo al rey Rufo, que por esos años comenzaba a pasarse de engreído y despótico a la hora de legitimar o estigmatizar la más mínima recontrapelusa que tuviera que ver con arte. Era además, por supuesto, un texto brillante, como todo lo de DD desde que era estudiante en la Universidad de La Habana, para enojo y envidia hasta del claustro profesoral más mediocre y marxistodoxo.
   Rufo se encabronó. Fue a varias librerías de la capital y compró tantos números como pudo de aquella edición paupérrima de la revista ExtramuroS. Se convirtió en un censor gracias a su creciente poder adquisitivo. Después, se convirtió en un policía literario, cuando le escribió una carta de queja patria nada menos que a Iroel Sánchez, presidente del Instituto Cubano del Libro, donde nos acusaba de “amarillismo” y de “atacar a figuras de la cultura nacional”. Aún después, se personó en el Centro Provincial del Libro de Ciudad de La Habana, con el objetivo de sancionar laboralmente al staff de ExtramuroS de cara a nuestra más o menos inculta y aterrada directora (no quería perder su cargo como al cabo lo perdió).
   Era una máquina de muerte. RC quería sangre. DD reía y se frotaba las manos allá en su refugio de Lawton (es mi vecino, aunque ahora vive en USA). Creo que todo el mundo debió aplaudir como en un ring de boxeo, si es que el campo literario cubano conservaba al menos una pizca de beligerancia. Rufo Caballero hizo entonces el ridículo de un radical (no era ni remotamente nuestro objetivo). Incluso convocó una especie de subasta privada para que sus amigos escribiesen contra Duanel Díaz (varios lo hicieron, de manera muy torpe). Lo cierto fue que, en el colmo de mi ingenuidad civil, yo quería aprovechar aquella entrevista enrarecida para conocer a uno de los críticos más inteligentes e iconoclastas de los años 90 en Cuba, pero sólo pude espantarme ante el ogro herido de su ego engordado.
Tuvimos que defendernos como peor pudimos. Rufo rabiaba. Nos apabulló con su sapiencia, pero nosotros nos apoyábamos en el Consejo de Redacción de ExtramuroS, que hizo votos a favor de la decisión de haber publicado aquella crítica de DD versus RC. A la postre perdimos la confianza de nuestra directora general, que a partir de entonces nos vio a Margarita Urquiola, a Norge Espinosa y a mí como a una cuadrilla de forajidos colados en el corazón editorial del sistema de revistas provinciales.
   Nunca más interactué con RC. Tuve suerte para topármelo de tú a tú, siempre por las aceras de El Vedado y de la colina de San Lázaro abajo. Tal vez habitaba por esa zona. Cada vez que lo vi estuve tentado de saludarlo y comentarle en paz aquella anécdota inquisitorial. Pero la mirada en el infinito de Rufo Caballero ni siquiera se acordaba de mí. Estoy seguro que jamás me leyó (al contrario de ustedes, él sí se salvó de mí). OLPL había sido apenas un episodio de odio, como otros tantos para él. Una mosca merodeando sobre el pastel docto de su fama. Una mierdita mediocrísima molestando al maestro. Y, en más de un sentido, fue literalmente así. Perdón, si cabe, pero no me arrepiento. Porque nunca hubo inquina de nuestra parte, pues sólo pretendíamos provocar la polémica dentro de nuestra pacificada intelectualidad cubanesca.
   Adiós ahora de verdad, querido Rufo de la retórica. De un modo que ni yo mismo entiendo tu muerte ajena me llena de pronto de dolor.
   Contaba secretamente contigo para el desmontaje de la demasiada cubanidad cultural. Te leía todavía con humor y respeto, con atención y ganas de replicar si tuviera las herramientas estéticas para mandarriarte. Eras de los buenos, no importa en cuántas canalladas puedas haberte visto involucrado como parte del flotar en las aguas revueltucionarias del aquí y ahora. No importa las cuotas de poder con las que soñaste investirte para proyectar desde adentro del monstruo tu vehemente voz. No importa en qué pudieras haberte convertido de tener un alto cargo político en esta Cuba de los cambios donde nada cambia.

(Rufo RIP. Blog Penúltimos Días, enero 2011)

Thursday, January 14, 2016

Reinaldo Arenas vs. Delfín Pratts (2)

Mientras los pájaros continúan con sus falsos arrumacos, déjenme decirles a ustedes, millares o millones de pajaritas que me leéis (y si no me leen apúrense a hacerlo, que el tiempo apremia), que la Reina de las Arañas, al igual que la Tétrica Mofeta, era oriunda de Holguín, o mejor dicho de los arrabales de Holguín, y que también, como la Tétrica, tenía tres nombres, o mejor dicho, casi cuatro. Su nombre verdadero era Hiram Prats, su nombre literario y social era Delfín Proust (a este nombre, en caso de emergencia, le agregaba un segundo apellido que era Stalisnasky) y su nombre de guerra era desde luego el de la Reina de las Arañas. De esa manera el pájaro protegía sus diversas identidades de acuerdo con el círculo en que se desenvolviera. De manera que ni el mismo Coco Salas, que como todas las locas más fuertes de la Tierra era también de Holguín, había logrado meter a aquella loca en la cárcel, pues legalmente la misma no existía. Con el segundo apellido se hacía pasar por extranjera y también le servía para espantar a los policías prosoviéticos. Además era cierto que Hiram, o Delfín, o la Reina de las Arañas o como diablos quieran llamarla, había estado en la ex madre patria, incluso se comentaba que chapurreaba el ruso y que en esa lengua muerta rendía largos informes a la KGB.
   La verdad es que, siendo muy niño, aquella ninfa campesina había sido becada por Fifo en la entonces URSS para que aprendiese el ruso en la Universidad de Lomonosov, con el académico Popov. Sí, mi amiga, a Lomonosov fue a parar la loca holguinera cuando era todavía una benjamina inconstante, pero muy pronto, en la entonces supersagrada madre patria, la loca dio señales de su superpajarería. Un día casi todo Moscú se estremeció ante el espectáculo sin par otorgado por esta loca rural. Como becado cubano, Hiram había tenido el honor de ser invitado al teatro Bolshoi para que viera El lago de los cisnes. Aún no se sabe de qué artimañas se valió la loca para calentar a un militar ruso de alta graduación que estaba sentado a su lado; quizás el pobre ruso pensó que se trataba de una mujer. El caso es que, en un entreacto, Hiram cargó con el rotundo militar, que era un campesino de Georgia con un bulto gigantesco, para los cortinajes del teatro. Y tras aquellos gruesos cortinajes, la loca empezó a mamar. Retumbó la orquesta, en la escena apareció Maya Plisezcaya bailando el cisne blanco; las cortinas siguieron corriéndose. Al final se descorrieron completamente y todo el público pudo ver a un costado del gran escenario a Hiram Prats mamando enardecidamente el falo del militar georgiano mientras la Plisezcaya batía sus brazos descoyuntados y todo el cuerpo de baile irrumpía en el escenario. Tan imbuidos estaban el militar y la loca en su éxtasis que no se habían percatado de que la cortina se había descorrido y de que estaban ahora en un escenario y ante más de diez mil personas, entre ellas Nikika Kruchov y su esposa, Anastasia Mikoyana. Unas manos de hierro sacaron a toda velocidad a los insolentes. El militar fue fusilado al instante. El pájaro cubano fue deportado para que fuese ejecutado por Fifo. En el barco ruso, que se demoró más de seis meses para llegar a Cuba, la loca cambió de nombre, de voz, de manera de caminar, falsificó setenta documentos oficiales, se arrancó las pestañas, que nunca más le volvieron a salir, y con su nueva cara de majá asustado llegó a Cuba convertida en Delfín Proust Stalisnasky. La versión que ella misma dio al mundo y que la KGB y Fifo acogieron con beneplácito era que Hiram Prats, lleno de arrepentimiento y vergüenza revolucionarios, se había tirado al Mar Negro. La misma Reina de las Arañas contaba, con lágrimas en sus ojos de serpiente, cómo había visto a la loca tirarse al agua mientras entonaba “La internacional”... Con el nombre de Delfín Proust, la loca asistía a las tertulias de Olga Andreu, donde reinaba Virgilio Piñera. Como Reina de las Arañas era conocida por casi todo el mundo en Coppelia, desde Mayra la Caballa hasta la Triplefea. Traquimañera, astuta, horrorosa, siempre dando saltos y moviendo pies y manos al mismo tiempo, no sólo recordaba a una araña sino que cuando era ensartada giraba de tal modo y hacía tales contorsiones que se convertía en una auténtica tarántula. Como si eso fuera poco, el hecho de haber sido descubierta mamándosela tras una tela a un alto militar soviético era prueba de que el pájaro, la terrible araña, tejía unas redes capaces de enredar en ellas hasta un mismo héroe de la gran ex madre patria, Dios mío, y nada menos que de la provincia de Stalin. Stalinista era el pájaro, ya lo veremos más adelante... Por otra parte, y eso es entre tú y yo, mi amiga, la loca era también chivata, además de chismosa, enredadora, bretera, maligna y tejedora de chanchullos. Sus hilos no se sabía a dónde podían llegar. Cuídese de ese pájaro, comadre. Si lo ves, haz la señal de la cruz y huye.

(El color del verano. Tusquets, 1999)

Wednesday, January 13, 2016

José Lezama Lima vs. José Rodríguez Feo

Habían pasado ya algunos días que la revista había aparecido, cuando a principios de este abril, el señor José Rodríguez Feo, que es el otro editor de la revista, irrumpe en mi casa, manifestándome que la inserción de sus páginas, le habían producido a él en España, principalmente con Vicente Aleixandre, al que había conocido en un viaje que había hecho últimamente, una situación molesta, y que había que resolver esa situación. Y que, o bien yo escribía en la revista diciendo que él no había conocido sus páginas, o si no él se quedaba con la revista. Es decir, añado yo, que por el hecho de que él ha solventado la parte económica de la revista, se creía con derecho a ponerme fuera de la misma. Comoquiera que ese deseo que él manifestaba no era cierto, pues todo el material de la revista ya lo conocía, le contesté que me negaba a eso, pues era absolutamente falaz ese desconocimiento por él alegado. Y en cuanto a quedarse con la revista le negaba toda autoridad para ello. Pues Orígenes, como usted sabe, no es tan sólo una revista paga por ese señor, sino un movimiento de poesía y cultura, que desde hace años agrupa a escritores nuestros y extranjeros.

(Cartas [1939-1976]. Editorial Orígenes, 1979)

Tuesday, January 12, 2016

Roberto González Echevarría vs. Guillermo Cabrera Infante

Para honra suya, no se dejó Sarduy envenenar ni por el odio ni por el deseo de venganza. Tampoco permitió que Cuba y sus problemas monopolizaran su atención y saturaran su obra, como otros escritores cubanos. De éstos, Guillermo Cabrera Infante es el más patético. Paradójicamente la ruptura con el régimen es lo único capaz de dar a su obra la vigencia que podría hacer posible un éxito de librería. Pero el tiempo es cruel, y los escándalos políticos de hoy no interesan a nadie mañana. Así, Mea Cuba (1992), está lleno de desplantes, desatinos y disparates sobre incidentes y personajes felizmente olvidados. Este vivir de lo que se odia no se lo permitió Sarduy jamás. El resentimiento no ha producido gran literatura...

(Citado por Lisandro Otero en La Gaceta de Cuba, junio 1994)

Monday, January 11, 2016

Jorge Camacho sobre el Martí “biopolítico”

En el Nacimiento de la Biopolítica, Foucault pone la política económica liberal del siglo XIX como origen de esta forma de gobernabilidad. Para los juristas, doctores y economistas de entonces, dice Foucault, la pregunta no era ¿cuáles eran los derechos originarios de las personas y cómo podían obtenerlos?, sino ¿en qué medida las instituciones viejas o modernas eran útiles, inútiles, o partir de qué punto se tornaban nocivas?
   Martí, al igual que otros intelectuales de su época, formulaba sus argumentos desde esta perspectiva y exigía que se encausara la vida de las minorías étnicas (indígenas, negras o inmigrantes) en términos de ganancia para el Estado y la Nación.
   Según Foucault, el caldo de cultivo para esta forma de pensar fueron las nociones que produjo la teoría darwiniana en el siglo XIX: "jerarquía de las especies en el árbol común de la evolución, lucha por la vida entre las especies, selección que elimina los menos adaptados", etcétera. Esto quiere decir que cada uno de los problemas a los que se enfrentaba la sociedad (guerras, enfermedades mentales, criminalidad, etcétera), se pensó en el marco del evolucionismo y la ganancia política. En cada caso, el Estado se veía a sí mismo como el encargado de controlar y encontrar un "remedio" para los desajustes de la nación.
   La biología o las supuestas características de cada raza entraron a formar parte de la razón de Estado. ¿Cómo se conjugan ambas cosas en Martí? El apunte que mejor expresa este enlace aparece en uno de sus cuadernos íntimos (publicado después de su muerte), donde el cubano afirma que el negro en Cuba era un peligro por su "herencia".
   Dice Martí: "Me desperté hoy, 20 de Agosto formulando en palabras como resumen de ideas maduradas y dilucidadas durante el sueño, los elementos sociales que pondrá después de su liberación en la Isla de Cuba la raza negra. No las apariencias, sino las fuerzas vivas. No la raza negra como unidad, porque no lo es, ―sino estudiada en sus varios espíritus o fuerzas, con el ánimo de ver, si no es cierto como parece, que en ella misma, en una sección de ella, hay material para elaborar el remedio contra los caracteres primitivos que desarrollarán por herencia, con grande peligro de un país que de arriba viene acrisolado y culto, los sucesores directos o cercanos de los negros de África salvaje, que no han pasado aun por la serie de trances necesarios para dejar de revelar en el ejercicio de los derechos públicos la naturalidad brutal correspondiente a su corta vida histórica―" (OC XVIII, 284).
   Si se lee bien, en este fragmento Martí habla nuevamente del "signo de propiedad" que traía la raza negra en la sangre. Esta estaba llamada a reproducir ciertos males que heredaron del "África salvaje". De modo que en este fragmento, Martí no sólo deja entrever su temor por lo que el otro "desarrollar[ía] por herencia", sino que además mostraría su angustia por lo que llama "naturalidad brutal" del negro, dada su "corta vida histórica". En términos del discurso político, Martí cree entonces que había que reformar la raza si se quería mantener la paz. Piensa que al hombre no lo hace su experiencia de vida, sino las fuerzas que lo atan a sus ancestros a través de la sangre, la psicología y el cuerpo.
   Martí, por tanto, ubica a los negros, ya sea si son "sucesores directos o cercanos de los negros de África salvaje", en un tiempo distinto al suyo, en la premodernidad, fuera de la civilización y del progreso, cosa que hizo repetidas veces el discurso positivista, etnográfico y cientificista del siglo XIX. Y lo hace con un marcado horror, ya que ve que ese "otro", alberga elementos abyectos y fatales, que según afirma pondrían en "grande peligro" el país donde piensa hacer una revolución.
   Al decir esto, Martí toma distancia y marca a los negros, ya de por vida, como elementos sospechosos dentro de la comunidad blanca a la que se venían a unir. Si el discurso del "miedo al negro" se mantuvo hasta finales del siglo XIX como un temor al alzamiento de los esclavos, en Martí este miedo adquiere un carácter "hereditario"; se convierte en un problema pertinente a lo que Michel Foucault llamó la "biopolítica", y para el cual Martí siente que debe y puede hallar un "remedio".
   De nuevo, la pregunta que se hace Martí no es qué derechos tienen los negros después de su liberación, sino qué debe hacer el Estado para eliminar esos aspectos nocivos que trae el negro con su herencia africana. Después de todo, como dice Foucault, la divisa del liberalismo es "vivir peligrosamente", esto es, que las personas sientan que están en un peligro constante (de perder los ahorros o la salud), que su propia vida (presente, pasado y futuro) sea un portador de ese temor, ya que como se sabe, el liberalismo, además de crear una serie de libertades, produjo un férreo sistema de vigilancia, control y coacción.
   Martí, hombre del siglo XIX, y firme defensor del liberalismo burgués, hereda estos miedos y prejuicios de su clase, y aun en crónicas como las de Patria, cuando escribe sobre la "orden secreta de africanos", no los deja de manifestar de una forma dramática. En tal sentido, Martí podía ser tan "determinista" como "optimista", y tan "revolucionario" como "evolucionista".
   El único camino que ve para una Cuba posible es reformar y educar a los negros (en la medida en que la biología lo permita) dentro de las convenciones de la cultura occidental (católica, heterosexual, blanca, letrada). Nada de "ordenes secretas", ni de "brujería", ni de "choteo". Nada de abolición de clases, ni de cambio de sistema social capitalista. Educar y reformar es su convicción más profunda, como la de todo positivista y pensador liberal. Especialmente, cuando se trata de un país que de arriba viene "acrisolado y culto" y donde abajo había una enorme masa de iletrados negros, chinos y mestizos.
   Que se siga pensando a Martí desde las antípodas de las principales corrientes ideológicas de finales del siglo XIX (positivismo, liberalismo, cientificismo, etcétera) es tan simplista como ingenuo. La revolución de Martí, si bien se apoyó en una masa heterogénea de obreros y burgueses, no tenía previsto cambiar radicalmente el país, y la mayor muestra de ello es que nunca lo hizo. Martí combatió el anexionismo y el autonomismo porque pensaba que Cuba debía ser libre. Pero en lo que se refiere a la "cuestión social", apostaba por la "evolución" lenta a través de la historia.
   En ese proceso, el Estado iría desechando lo que no servía, esto son, las prácticas culturales ajenas a la tradición occidental, y aquellos individuos que supuestamente desarrollarían por herencia el bicho fatal del "África salvaje". En otras palabras, si la biología se convierte en una justificación para las políticas del Estado desde finales del siglo XIX, quienes toman el poder en 1902, República de "generales y doctores", no van a pensar distinto.
   La revolución de 1959, al apropiarse de la figura de Martí, "limpió" su filosofía de estos lados agresivos y preocupantes, haciendo énfasis en su retórica de la fraternidad racial (completamente distinta a lo que he dicho y que hoy día sigue siendo la "versión de la escuelita"), al mismo tiempo que puso en práctica las peores manías de un régimen diseñado para reprimir.

(Vigilar, temer y reformar. Cubaencuentro, mayo 2008)

Friday, January 8, 2016

Baltasar Santiago Martín vs. Senel Paz

Senel,
nuevo Ulises
que sucumbiste al canto de las hienas,
en tu viaje tras el pene de la gloria;
perdiste el bosque
debido al lobo viejo,
y ya no hay chocolate ni fresa en el Coppelia,
a no ser en pesos convertibles,
palabra muy a tono con tu historia.

(En Calentando el bate. ZV Lunáticas, París, 2008)

Thursday, January 7, 2016

Rafael Piñeiro vs. escritores oficialistas en Miami

Es cierto. Es un hecho factual. Las fronteras se han borrado. El ambiente cultural miamense, parece a ratos una réplica del de la Habana. El oficialismo castrista ha permeado a los creadores y a las instituciones del sur de la Florida. No necesito mostrar pruebas. Están a la vista, en cada esquina, en cada concurso o festival, en cada proyecto literario, en cada peña. Ya el dilema no se remite, como en el pasado, a publicar u otorgar espacios a escritores que alguna vez fueron oficialistas y que hoy crean desde la libertad, desde un asumido y digno anticastrismo. Si ello fue polémica por sus rígidos estándares en el pasado, hoy es asunto asumido y hasta olvidado. Las urgencias son otras.
   Resulta familiar, incluso, vislumbrar a editores y promotores culturales que se vanagloriaban de una ética de trabajo basada en una especie de “moral ideológica”, por otorgarle un término preciso, echando alfombra roja a escritores vinculados a la UNEAC, estableciendo nexos con el oficialismo orgánico de La Habana. ¡Que teatro bufonesco el que nos hemos montado! ¡Cuánto fariseísmo e hipocresía en aquellos que abanderaban la cruzada anticastrista de la literatura en Miami y que hoy se venden al mejor postor por aquello de que “el futuro nos trasciende”!
   Y no hablo de un hecho tan banal como que Leonardo Padura se presente en la Feria del Libro de la ciudad. No. Ese no es el problema que yo atisbo. Mi asombro parte desde otros lares más oscuros e inquietantes; de aquellos que aún siguen fingiendo una postura ideológica “estricta” y sin embargo se abrazan a dirigentes culturales del castrismo, o de esos otros que (aunque en sus discursos digan absolutamente lo contrario) tienden puentes a literatos plegados al castrismo, que no pertenecen a la intelectualidad independiente. Es la asunción del castrismo cultural a hurtadillas, en las sombras, como si de un contrabando sustancioso se tratase.
   Me he tropezado hace muy poco con alguien que no soporta a Padura, no por un asunto netamente literario (como podría ser mi caso) sino por diferencias “ideológicas” según proclama él mismo, y sin embargo, está encantado por la visita de una poetisa joven que jamás ha renunciado a ser miembro del establishment castrista o por esos concursos integradores tan de moda, debido a aquello del “acercamiento entre las dos orillas”. Hay una cultura de la hipocresía, generada por intereses monetarios y por ansias de figuración y de poder, que se impone aún entre los “duros” y que ha causado que las murallas de la ciudad sitiada se hayan venido abajo. La verdadera independencia creativa no proviene de discursos altisonantes o de fotografías con los políticos de moda. La verdadera independencia creativa proviene del no sostener ataduras de ningún tipo con intereses que pretendan dirigir o modelar el trabajo intelectual de los hacedores de palabras, parafraseando a Nozick. Pero el castrismo, por ejemplo, no solo es poderoso en términos de influencias, sino que tiene la capacidad de generar reconocimiento institucional, cosa preciada para algunos creadores y promotores culturales. Así como el anticastrismo militante se puede convertir en medio de vida y sobrevivencia. Ambos espectros, en el mundillo literario al menos, carecen de independencia y por ende se alejan de la honestidad más pura, que es el amor verdadero por el arte y la literatura y el pensamiento. Y en eso andamos…

(Nota publicada en la red, noviembre 2015)

Wednesday, January 6, 2016

Gilberto Padilla Cárdenas vs. “Diario (1951-1957)”, de Alejo Carpentier

(…) su Diario [Letras Cubanas, 2013] es uno de los peores libros que he leído en mucho tiempo. Lo recomiendo justamente por eso. Porque es tan malo que vale la pena leerlo: el ir y venir de un hombre enfrascado en algunas de las opiniones más mezquinas que he conocido; la cara B de un escritor que cambió la literatura cubana para siempre. El Diario de Alejo Carpentier es tan malo que es memorable.
   Lo sabe cualquier narrador: la belleza de la literatura de un gran autor no necesita ser casi descrita, con dos o tres trazos la imaginamos perfectamente; la fealdad en cambio, o la mediocridad, tiene que sernos descrita con precisión, con cuidado, para que la creamos. Eso pretende esta columna.
   Manos a la autopsia: hace más o menos dos años, Diario (1951-1957) irrumpía en nuestro panorama editorial con un cóctel de homofobia, algún que otro chisme de salón y, sobre todo, un montón de escombros deslizándose sobre el despeñadero. Ojo: Les aviso que gran parte de las psicologías interiores de Carpentier parecen sacadas del programa de Oprah: lo vemos lidiando con su ominosa homofobia (“lástima que a veces su humorismo”, nos dice a propósito de Sigi Weissenberg, “responda a un cierto espíritu homosexual que detesto cada vez más [… como] cuando toca el primer pasaje de la Rapsodia de espaldas al piano, con el culo sobre las teclas”); con una idea del amor gay digna de Walt Disney (“yo creía que, al menos, había una recompensa de tipo espiritual, por vías de una mayor comprensión posible entre dos seres más semejantes a lo que son la mujer y el hombre”); con dictámenes literarios que apestan y se descomponen solos (“¿cómo un escritor se permite la osadía de mover un personaje ciego sin haber estado ciego? […] Un escritor consciente solo debe hablar de oficios que ha practicado, de enfermedades que ha padecido, de idiomas que habla, de lugares que ha visitado, de personajes —mujeres sobre todo— que ha conocido íntimamente, lo demás es mala literatura”); subrayando a lápiz frasecitas de André Gide que bien podrían pertenecer a libros de autoayuda (“no es lo que hemos hecho lo que […] lamentamos; sino lo que no hemos hecho y que hubiéramos podido hacer”); y aquí viene lo más interesante de todo: su autocensura. Una mirada a los fragmentos escondidos bajo el colchón por Alejo Carpentier, resucitados gracias al puntillismo y la manía de exactitud de Rinaldo Acosta y los investigadores Armando Raggi & Rafael Rodríguez, es más que suficiente: “Si nos ponemos a ver, los comunistas de las nuevas hornadas negaron a Kafka, a Stravinski, a Schoenberg, a Berg, a Claudel, a Hindemith… A todo el que inventó algo en este siglo”. (Tachado en el mecanuscrito original.) Tiembla el Reino.
   Carpentier saltando la valla de la egolatría: todo el diario está infectado de ese “amor propio” que respiran los superdotados (no hay que olvidar que Alejo Carpentier pertenecía a una secta que se hacía llamar el “Sindicato de la Inteligencia”); cosas del tipo: “me asombra esta comprobación de mi sorprendente memoria”. O esta otra, para un perfil en Myspace: “dudo que muchos hombres de mi edad puedan haber pasado por tantas experiencias humanas, como yo”. También podemos pensar en aquella ocasión en que confiesa que su mayor júbilo —y aquí todos los clones carpenterianos deberían taparse los oídos— era estar desnudo y “sentirse existir” (lo que sea que eso signifique): “Ayer, Navidad. A las 12 y media, desnudo, al sol, junto a la piscina, conocí un momento de joie de vivre (…) Especie de borrachera de ser, de existir, de sentirme existir. Creo que (…) no había conocido un momento de tan absoluto amor a la vida, de tanta fe. Fue durante una hora…”. Da igual. Pero lo cierto es que —y tal vez sea una impresión mía— el Carpentier de Diario (1951-1957) no tiene mucho que ver con ese escritor de estampa, de santoral, que nos han dibujado los acólitos de lo carpenteriano o, incluso, él mismo. (Se sabe: Carpentier controló tanto sus memorias que se convirtió él mismo en un personaje arrancado de sus propias visiones.)
   Nada más sano que la desmitificación. Lo hizo Ricardo Palma con Simón Bolívar en Tradiciones peruanas (véase: “La pinga del Libertador”); Washington Cucurto en su novela 1810, donde José de San Martín baila música tropical, se acuesta indistintamente con hombres y mujeres, y termina desvirgando a su propia hija. En el Diario, Carpentier da perfectamente el casting para macho cabrío: “El 18 —la fecha es exacta— tuve la famosa alarma: se me creyó diabético por un tiempo (…). Los días de depresión moral que pasé durante esa crisis, fueron atroces. Y, sobre todo, porque me creí menguado en mi vigor sexual… Depuis alors, les choses se sont arrangées… et comment! (Desde entonces, las cosas se arreglaron… ¡y cómo!)”. Otro ejemplo pertinente: “…de los famosos amores de Gide solo quedan noches, escasas, dispersas, de voluptuosidad mecánica (algo semejante a lo que he ido a buscar, por higiene, muchas veces, a un prostíbulo)”. Un cortapalos. Cero hagiografía.
   El Diario está lleno de incoherencias: en una entrada del 26 de marzo de 1952, se lee: “soy adverso a la literatura onírica. (Recuerdo mi tremendo aburrimiento —pese a las razones de Desnos— ante las descripciones de sueños que se publicaban en La Révolution surréaliste)”. Pero, apenas unos párrafos después, nos desembucha —fascinado— un sueño húmedo pesadillesco: “… de súbito, comprendo que mi habitación está en tinieblas (…) y que la luz eléctrica se ha encendido en la de al lado. Segundo de terror. Pero, en el acto voy al frente del peligro —¿ladrones?— y encuentro, en la habitación contigua, una desconocida, trigueña, que está comenzando a desnudarse. Recuerdo que tiene los tirantes de las medias sobre los muslos (…) Se justifica con una sola frase: —`Acabo de regresar de los Balkanes´”.
   De numerología y ocultismo: “22—33—17—20. Esa es la ecuación. Con un fuerte acento   —prodigioso— en el 17. Y sin embargo, hay quiebra, interrupción, sobre el 20. Tal vez el ciclo se haya colmado. Raro mecanismo de los números en mi vida”.
   De oraciones que no conducen a ningún sitio: “Ahora comprendo la misteriosa necesidad que me hizo releer toda la picaresca española”.
   Y, por favor, dejemos eso de que no quería publicar su diario para los maestritos rurales: el tipo lo dejó escrito a máquina, con indicaciones al margen, corregido y actualizado y, para aquellos que quieran ir más lejos, pasado en limpio dentro de un sobre.

(El diario de Alejo Carpentier. OnCuba Magazine, junio 2015)

Tuesday, January 5, 2016

Fermín Gabor sobre el Taller de Eduardo Heras León

Aunque todo tiene su límite, y ese colmo fue alcanzado en la visita que hiciera Saramago al Taller de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Para empezar, arribó en medio de un apagón, gesto que no entendió como homenaje a su Ensayo sobre la ceguera.
   Tampoco contaban allí con agua corriente y, sin embargo, cincuenta jóvenes promesas esperaban por la palabra del maestro. Cincuenta jóvenes promesas y el Chino Heras, promesa no menor.
   Tomó éste la palabra y se puso a explicar en que consistía el trabajo que intentaban desde hacía ocho años: jóvenes bien seleccionados estudiaban concienzudamente las más novedosas técnicas narrativas. (Pío time para adivinar cuál podrá ser el alcance de tales estudios. Los televidentes que hace unos años siguieron el curso de apreciación de la narrativa dictado por Eduardo Heras León, recordarán su dictamen acerca de las novelas de Virginia Woolf. “En ellas no pasa nada”, afirmó, y es que el Chino echa de menos algún miliciano en las páginas de la inglesa. Algún obrero de avanzada.)
   Como guía de pioneros de la escritura, Heras León ocupó el tiempo del ilustre visitante en la enumeración de los premios obtenidos por gente de su taller. Y Saramago lo dejó que hablara bastante para, al final, echarle encima este jarro de agua fría:
   “Pues yo no conozco las técnicas narrativas”, dijo.
   Nerviosa risa del Chino y expectación entre sus estudiantes.
    “Ni quiero conocerlas”, sentenció.
   ¡Pasmante que el maestro declarara que no existía lección! ¿Habráse visto un viejo comunista que no crea en las virtudes de los talleres literarios?
   “Ni Shakespeare ni Cervantes ni Dostoievski asistieron a esta clase de talleres”, refunfuñó.
   Y, claro está, los pupilos del Chino no iban a aceptar que un Premio Nobel viniese a sopapearlos. De modo que le salieron al paso. Notificaron al visitante que, en caso de haber existido talleres como aquél en los países y épocas de esos señores, ahora podríamos contar con más Cervantes, más Shakespeares, más Dostoievskis.
   Pero ni aún así se mostró complacido el portugués. ¿Qué pretendían esos mocosos? ¿Adocenar al genio?
   La sesión ya estaba perdida a esas alturas.
   “¡Lo bien que me habría venido la bendición de Saramago!”, se dolía el Chino para sus adentros.
   Uno de los estudiantes, al salir de la recepción, fue quien dio la nota definitiva:
   “¿Y quién pinga se cree el viejo mamerto ése?”, preguntó.
   Para (viendo que ninguno de sus acompañantes respondía) agregar:
   “Él tampoco es Cervantes.”

(La lengua suelta # 25. La Habana Elegante, segunda época)