Entre 1995 y
1998 —o 1999, según sea la fuente—, Garrandés fue editor jefe de la redacción
de narrativa de la editorial Letras Cubanas del Instituto Cubano del Libro. En
1997 fue censurada en esa editorial, por razones políticas, Naturaleza
muerta con abejas. La mera cronología indica responsabilidad de Garrandés
en tal prohibición, aunque su grado de responsabilidad resulte discutible.
Según versión suya, fue la presidencia del Instituto del Libro quien determinó
que no se publicara la novela, mientras que él mostró cierta resistencia a tal
prohibición.
Omar González presidía el Instituto del
Libro. Aire de luz, publicada en 1999, seguramente fue preparada
uno o dos años antes. Es decir, recién ocurrida la censura de la novela de
Atilio Caballero. Llama la atención entonces que, entre los mejores cuentistas
del siglo XX, aparezca antologado allí Omar González.
El breve prólogo, donde se reconoce que
tuvieron que quedar fuera muchos autores, menciona “la mirada original” del
cuentista Omar González. He consultado diversas antologías del género sin
encontrarlo representado en ellas, y estoy seguro de que, fuera de Aire
de luz, no habrá ninguna que lo ubique en lugar tan meritorio. Adular al
escritor encontrable en el comisario Omar González tuvo que serle útil a
Garrandés para conservar su puesto de funcionario y hacerse perdonar su tibio
desempeño como censor. Aprovechó también la ocasión para adularse a sí mismo y
colar en la antología un cuento propio, mientras que desestimó a Atilio
Caballero, a quien antologaría una década más tarde, cuando hubiera pasado ya
el peligro.
Garrandés se ha referido a las negociaciones
con censores que se viera obligado a entablar en Letras Cubanas. A la luz de
este ejemplo, donde la novela de Atilio Caballero termina prohibida y no
aparece cuento suyo en la antología de cuentística del siglo XX, mientras que
Omar González es tomado en serio como narrador y Garrandés consigue
autoantologarse y proteger su puesto, me pregunto si el principal beneficiario
de tales negociaciones no sería, antes que cualquier autor o libro en aprietos,
su propia persona.
Las primeras
entregas de sus memorias se resistían a mentar a Omar González: era el odio que
no osa decir su nombre. Al final terminan mencionándolo como némesis, aunque no
dan noticia del narrador a quien, en un gesto tan infrecuente, antologara.
Garrandés procura quedar, no como el subordinado servil que mostró ser, sino
como un objetor de conciencia ante sus superiores.
En 2008, la
editorial Letras Cubanas publicó la “Colección Conmemorativa 50 Aniversario de
la Revolución”. Tal colección supuso, entre otros títulos, un compendio de
discursos de Fidel Castro, la reedición del libro de Marta Rojas sobre el
juicio del Moncada, un tomo de semblanzas de Vilma Espín, una antología de
cuentos de ciencia ficción compilada por Yoss, otra de Marilyn Bobes de cuentos
escritos por autoras, más La ínsula fabulante. El cuento cubano en la
Revolución (1959-2008), antología preparada por Garrandés.
Abre este último
volumen el cuento “En el gran ecbó”, de Guillermo Cabrera Infante. Ya en ocasión
de Aire de luz, Cabrera Infante se había negado a ser antologado en
Cuba, pero en 2008 llevaba tres años de muerto y el riesgo de publicarlo en
contra de su voluntad debió resultar asumible para Letras Cubanas. Asimismo,
Garrandés incluyó un cuento de Reinaldo Arenas que había utilizado ya en Aire
de luz.
La editorial
Letras Cubanas se arroga los derechos sobre ambos textos en un acto innegable
de piratería. Preguntado por la publicación de ambos autores, Iroel
Sánchez reconoció que los herederos de Arenas no habían protestado, en tanto
Miriam Gómez amenazaba con litigiar. Iroel Sánchez sucedía a Omar González en
la presidencia del Instituto del Libro.
“Nos amenazó”,
dijo de Miriam Gómez. “Solo es un cuento, ¿qué daño puede hacer un cuento?”.
Incluso en su infamia, él podría tomarse por
un comisario poco prejuicioso. Cualquiera antecesor suyo en el Instituto del
Libro habría aportado una lista de daños a considerar por la publicación de
solo un cuento de Arenas o de Cabrera Infante. Pero ahora la censura cambiaba
sus procedimientos: se dejaban de tachar autores y obras en pleno, y el poder
de exclusión se reservaba para determinadas obras problemáticas. No existía,
por tanto, nada en contra de Cabrera Infante, sino de cierto Cabrera Infante.
Y sí, las cosas habrían cambiado, pero los
nuevos comisarios no ofrecerían la más mínima oportunidad para reclamaciones.
No iban a explicarse. Aprovecharían las negativas de los autores exiliados,
teatralizarían ese desdén, harían un melodrama del acto de alcanzar al público
lector. Era el momento de que los comisarios forjaran su telenovela.
Durante
una entrevista radial miamense, Iroel Sánchez se sirvió de Aire de
luz para oponer el empecinamiento rencoroso de unos escritores
exiliados a la generosidad institucional revolucionaria. Eran aquellos autores
quienes se negaban a publicar dentro de Cuba, no las instituciones quienes les
negaban tal derecho. Décadas de censura institucional se transformaban,
mediante esta argucia, en cuestión de autocensura del escritor. Los comisarios
políticos lavaban sus tijeras, y a partir de ahí cualquier responsabilidad por
ausencia sufrida caería sobre los autores.
Una segunda
antología de Alberto Garrandés, La ínsula fabulante, valió a Iroel
Sánchez para mostrar cómo la generosidad de las editoriales estatales se
imponía al rencor de los autores exiliados, llegando incluso a pasar por encima
de albaceas y herederos con el fin de publicarlos. Letras Cubanas ejercía la
piratería editorial movida por un desaforado respeto a la literatura.
Al presentar la
“Colección Conmemorativa 50 Aniversario de la Revolución”, el presidente Iroel
Sánchez declaró: “Nosotros pensamos, viendo las selecciones que los compañeros
hicieron, cuánto le deben a la Revolución incluso aquellos que han renegado de
ella, aquellos que sin la Revolución no hubieran alcanzado la relevancia que
han tenido, incluso no estarían hoy en el lugar al que algunos han llegado por
mucho que renieguen de esa obra”.
Se refería a
Arenas y Cabrera Infante, a quienes antes vejaran con prohibiciones y, ahora,
con inclusiones forzadas. Garrandés no los antologaba, los implicaba. Los
hundía en el homenaje a un régimen tan totalitario que exigía la solidaridad de
sus antagonistas. Arenas y Cabrera Infante aparecen allí como los cabecillas
enemigos capturados en los trionfi romanos: contra sus
voluntades y esclavizados, convertidos en símbolos a mayor gloria del Imperio.
“50 Aniversario
del Triunfo de la Revolución”, reza un cintillo en la portada de La
ínsula fabulante. A inicio y final de ese cintillo, a izquierda y derecha,
asoma la estrella que llevaba en sus charreteras el comandante en jefe Fidel
Castro. Es de suponer que, en tanto escritor, Garrandés sintiera un respeto
filial, cuasi confuciano, por estos dos maestros, Arenas y Cabrera Infante.
Pero pudo más en él su vocación de auxiliar de limpieza para comisarios
políticos, y dejó asentado que, no importaba a dónde hubiera ido a parar,
embajada española o retiro hogareño, seguiría a las órdenes del Instituto del
Libro y la censura política.
Iroel Sánchez se
mostró tan orondo como si le hubieran antologado un cuento. “No hay uno solo de
los compañeros a los cuales acudimos para que trabajaran en esta colección que
haya puesto un pero, o que no lo haya acogido como un honor”, confesó.
Enumeró la tropa a su servicio: “Me refiero a Alberto
Garrandés, Yoss, Pedro de la Hoz, Radamés Giro, Marilyn Bobes, Omar Felipe
Mauri, Félix Julio Alfonso… entre otros. No hubo uno solo de ellos que no
trabajara con pasión e intensidad para cumplir su compromiso con las
editoriales, y que no le pusiera a este trabajo la mayor seriedad y el mayor
empeño. Creo que eso es una muestra también del compromiso que tienen nuestros
intelectuales con la Revolución y con la obra de la Revolución, de la cual
indiscutiblemente son parte”.
No me cuesta imaginar una sonrisa cortesana
en el rostro del Garrandés que escuchara desde el público estas palabras.
Preveo la coartada a la que vendría a acogerse para justificar sus trapicheos.
¿Acaso no ha afirmado que publicaba en La Jiribilla completamente
desentendido de los vulgares ataques de esa publicación? Sostendrá entonces
que, al conformar una antología, él se concentra únicamente en el valor
literario de los autores, hasta perder de vista la efemérides que dicha
antología celebre, e incluso el espinoso asunto de los derechos de autor.
(Lástima que esa misma concentración no lo asistiera a la hora de leer a Omar
González, que no aparece en La ínsula fabulante porque ya no
era el jefe).
Durante cinco y más décadas, el
funcionamiento de la censura política en Cuba ha necesitado de personeros como
Alberto Garrandés. Y, por descontado, de convencidos comisarios políticos como
Luis Pavón, Omar González, Iroel Sánchez, Abel Prieto y Basilia Papastamatiu,
por solo citar aquellos que han ido apareciendo en estas discusiones.
Luis Pavón alegó que él cumplía órdenes.
Garrandés, con una hoja de servicios mucho más modesta, alardea de su “negativa
total a la censura” sin por ello resistirse al encargo de homenajear a un
régimen basado en la censura y la persecución del pensamiento. Escribe unas
memorias para ser felicitado por su honradez y dignidad intelectual, y de algún
modo parece haberlo conseguido cuando Atilio Caballero tilda de “hombre cabal” a
quien mantuvo su puesto político de editor jefe en una editorial donde se
censura, se apea ahora con que luchaba contra la censura y oculta cómo premió
al comisario jefe.
Atilio Caballero menciona la cabalidad de
Garrandés y este se apura a aportar avales: “estoy seguro de que sigo siendo
(lo sé desde hace mucho, así que no me sorprende volver a enterarme) el hombre
cabal que Atilio Caballero cree que soy”. Le falla el ingenio, se le sale
la pomposidad que un memorialista tendría que evitar, pero me ahorraré tratar
de sus méritos literarios…
O es José Prats Sariol quien habla de la
dignidad y del talento literario de Garrandés y, en su defensa, recomienda
dejar “restas y divisiones” a los “fanáticos y mercenarios de la dictadura”.
Dada su propuesta, Prats Sariol pareciera interesado en promover la inexactitud
y la flojera de pensamiento. Por amistad o agradecimiento por haber sido
recordado, prefiere no colegir que quien se presta a componer una antología
para la “Colección Conmemorativa 50 Aniversario de la Revolución” no hace otra
cosa que desenvolverse, precisamente, como un “mercenario de la dictadura”.
Los hechos están a la vista de todo el que
hojee estas dos antologías. Contrario a la cabalidad que le regala Atilio
Caballero o a la dignidad que le adjudica Prats Sariol, yo creo que Alberto
Garrandés es un canalla. Era un canalla antes de empezar a entregar sus memorias
y ahora, gracias a ellas, se ha convertido en un canalla hipócrita.
(Garrandés, siempre
al servicio de la censura. Hypermedia magazine, octubre 2017)