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Friday, December 30, 2016

Angel Santiesteban vs. Roberto Fernández Retamar y Laidi Fernández de Juan

Se sabe de intelectuales que han vendido sus almas al diablo. Ese es el caso de Retamar. Y quizá lo que no supieron quienes leyeron aquel primer post, fue que expresé mis críticas con dolor, porque una vez me dijo que, desde hacía años, heredaba las amistades de sus hijas, y que me consideraba su amigo. Pero, una vez que publiqué en mi blog lo que pensaba al respecto, fui tachado de la lista de “bienvenidos” a sus fiestas familiares, algo que acepté con orgullo porque no quería compartir con asesinos.
   A su vez, cuando en la UNEAC comenzaron a recoger aquellas firmas de apoyo al fusilamiento, como suele suceder ante esos llamados oficialistas, muchos, casi la mayoría, fueron a estampar su nombre en aquel cobarde documento, aunque luego, en la sala de mi casa, dijeran que no deseaban firmar, pero que el miedo a que “nos enseñen los instrumentos” (el modo en que estos “intelectuales” se refieren en silencio a la represión oficial), los inducía a traicionar sus pensamientos, sus verdaderos credos. Negarse a estampar su firma de apoyo a tan sádico crimen era, para ellos, algo similar al suicidio. Por mi parte, es obvio, cuando me hicieron la respectiva llamada desde la oficina de la Asociación de Escritores solicitando mi firma, dije que me negaba y recuerdo que la funcionaria escuchó en total silencio mi desacato a la dictadura, seguro que para informarlo después; o, al menos, para no verse involucrada en mi diatriba en caso de ser escuchada.
   Todos los que conocemos a Laidi Fernández de Juan, sabemos que idolatra a su padre, como corresponde hacer a los buenos hijos, por supuesto, y en este caso, a partir de que publicara yo dicho post criticando a su padre, comenzó desde su pináculo oficialista una persecución implacable contra mi persona. Se olvidó de los cumpleaños sorpresivos que me dedicó, de sus cartas de amor por el correo Cubarte ─antes de que me lo clausuraran─, de sus dedicatorias en los libros en las cuales me exaltaba como uno “de los pocos caballeros que conoce”, entre otros lances que “no quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido”, cuando quiso que la llevara al río.
   Lo cierto es que, como la dama soez que hoy encarna ─y quienes la conocen me darán la razón, pues saben que fuma, bebe y dice palabrotas como un arriero─, trepadora del oficialismo y ventajista que siempre ha sido, comenzó su labor de sátrapa en mi contra, en contubernio con la Seguridad del Estado, Abel Prieto y Retamar, quienes fueron en mi caza y esperaron el mejor momento. Querían más sangre, la mía ─en alguna parte leí que, una vez que se prueba, se sufre un síndrome de vampirismo, e imaginé a Retamar deleitándose con la mía─. Pero más allá de cualquiera de mis imaginaciones, ese absurdo proceso me hace recordar siempre las acusaciones y persecuciones contra Hannah Arendt, cuando cuestionó el papel de los “consejos judíos” en el holocausto. Y, como ha he dicho, Laidi Fernández comenzó a intrigar en mi contra. Y, junto a ella, hasta los amigos y conocidos, temerosos, pues por salvar sus traseros o hacerle la corte al régimen, son capaces de denunciar a sus propias madres.
   A los pocos días de que la dictadura me llevara a prisión, ya tenían previsto un “Encuentro contra la Violencia de Género”, que estaba ubicado en el mejor lugar del guión: una vez que terminó la Feria Internacional del Libro en La Habana y partieron los extranjeros, me citaron para que ingresara en prisión, y justo en ese momento, cuando comenzara la protesta internacional contra mi encarcelamiento, salían aquellas “Damas de la UNEAC”, como se les llamó, recogiendo firmas para apuntalar esta injusticia perpetrada por el régimen.
   El clan de los Retamar, como he denunciado en ocasiones anteriores, fue el gran promulgador de aquella recogida de firmas en mi contra. El viejo, instigó en los predios de la Casa de las Américas, donde funge como Director vitalicio, ─algo tiene que cobrar por ensuciarse las manos, además de estar emulando con los Castro, como si fuera una apuesta de quién dura más en sus poderes. También es sabido que usó a esa institución cultural para convencer a algunos intelectuales extranjeros, que sí se dejaron engañar y los acompañaron en aquella campaña injusta, pese a que en internet estaban (colgadas en mi blog y circulando en cientos de sitios webs y medios sociales) todas las pruebas de mi inocencia.
   Y hubo también, triste es decirlo, personas que firmaron sin conocer nada sobre el asunto, y siguiendo ciegamente solo el rumor de la oficialidad, que en realidad a cualquier costo político necesitaba acallar mi voz luego de las dos Cartas Abiertas que escribí al dictador Raúl Castro, y de mis acciones públicas en defensa de los derechos y libertades que deberíamos tener según se establece en la Carta Magna de Derechos Humanos de la ONU.
   Esas “Damas” eran mujeres que nunca han condenado las golpizas salvajes que asestan los órganos represivos de la dictadura a las Damas de Blanco, pero el colmo es que tampoco defendieron a Ana Luisa Rubio, cuando fue golpeada salvajemente y sus fotos con el rostro desfigurado fueron exhibidas en todas la redes del mundo, incluyendo la cubana: no se conmovieron ni siquiera porque era miembro del gremio al ser una actriz popularmente conocida. Volvieron a callar, en un acto de vergonzoso cinismo, porque para ellas los abusos del gobierno no son violaciones. Ellas solo funcionan cuando la dictadura le da luz verde, como animales amaestrados para agredir al recibir la orden de atacar.
   También son públicamente conocidos los miedos del viejo lobo cuando Fidel Castro lo mandaba a citar para que acudiera a Palacio. Dicen que Retamar se enfermaba del estómago. No era para menos, seguro temeroso de que el tirano hubiera decidido infringirle algún castigo. Estoy seguro de que la vida y la historia le pasará la cuenta al poeta, sobre todo por su cobardía, que es su gran enfermedad; la misma enfermedad de todos aquellos que se alían al poder para salvaguardar sus traseros.
   Alguien me comentó hace pocos días que había visto en la calle a Laidi Fernández y que cierta maldad se le estaba reflejando ya en el rostro, al punto de parecer una bruja. Ese, estoy seguro es el resultado devastador del peso de conciencia, en caso de poseerla, por todos los planes sucios que se cocinan en su casa.
   También puede ser consecuencia de saberse una escritora inflada, inventada, pues ha ganado los premios literarios que ostenta en su currículum únicamente por la presión de su padre a los jurados. Eso es conocido públicamente por el gremio de escritores. Y todos aquellos que han participado junto a ella en esos concursos, lo sufrieron, aunque prefieran callarlo porque sería enfrentar a todo el poder de ese apellido y la oficialidad que representan y ejercen. Además de las presiones de su padre para que su Laidi fuera aceptada en los medios culturales cubanos, a la oficialidad le convenía la cuota de cobardía que llevan en sangre, pues inferían que sería una aliada más para sus actos ruines, como efectivamente luego ha sido. Pero si ella tiene algún talento es el de conseguirse algunos beneficios extra, brincando de cama en cama de funcionarios y de cuanta persona con poder se le pare delante, si ese poder le interesa a ella para su autopromoción.
   Conozco una anécdota convincente, contada en primera persona. Alguien que aún trabaja en la Casa de las Américas hizo una antología de mujeres que escribían el género de cuento. Y, cuando se supo la noticia, fue convocado a la oficina de Retamar. El crítico, sin saber de qué se trataba aquella convocatoria, acudió presuroso pues de todas maneras era su jefe y fue recibido por la secretaria. Apenas segundos después, se vio, intrigado, frente al Director.
   ─Me han dicho ─comenzó Retamar─ que estás preparando una antología de mujeres narradoras.
   El hombre movió la cabeza, confirmando, aún extrañado, pues no tenía la más remota idea del interés de su jefe.
   ─También me han dicho que usted no escogió ningún cuento de Laidi ─dijo, con cierta suspicacia─. En cambio, sí seleccionó un cuento de la escritora Mylene Fernández ─y lo miró con arrogancia─; ellas son muy amigas, ¿sabe?
   El antologador no entendía qué estaba sucediendo. De hecho, no sabía quién era la tal “Laidi” que a la sazón Retamar mencionaba, pues recuerden que en el inicio de su “carrera literaria” utilizaba su verdadero nombre: Adelaida.
   ─Pues mi hija no tendrá ningún inconveniente ─le hizo saber Retamar con la mayor autoridad─ en que usted sustituya el cuento de Mylene y ponga el suyo… Ni Mylene tampoco, se lo aseguro; son muy amigas, ya le dije.
   Me contó el antologador que, de inmediato, a su cabeza llegó, silenciosa, una pregunta: en aquellas condiciones ¿continuaba su interés por seguir laborando en la Casa de las Américas?, y se respondió que sí, con lo cual sólo le quedaba un camino: remplazar los cuentos o pedir la baja de la institución.
   Todo terminó con un movimiento afirmativo de cabeza y se retiró. Y así fue que apareció un cuento de Laidi Fernández en aquella antología.
   Pero esto es solo una de las tantas maniobras de papá Retamar para que reconozcan a su niña. Nadie olvida tampoco lo ocurrido en el concurso David y el disgusto entre los participantes, cuando en realidad el premio, según la calidad del libro, lo merecía Michel Perdomo, que luego descubrió que su libro ni siquiera había sido leído por el jurado amigo del viejo poeta. Esa vez, por suerte, no le admitieron sus fullerías para potenciar a su Laidi.
   El viejo poeta no fue capaz de protestar ante los otros miembros del Consejo de Estado, al que pertenecía, y no se negó a estampar su firma de muerte para aquellos jóvenes que merecían vivir, que eran hijos de otras madres y padres que luego sufrieron y padecen hasta lo indecible aquel horrible acto. Manchó así su imagen para la posteridad. En lo particular, no creo que unos buenos versos borren el color de la sangre.
   No hay que olvidar que cuando unos vándalos agredieron a su hijo en la barriada de El Vedado, donde viven, Laidi se olvidó de los lazos de intereses que la unen a la dictadura y saltó como una loba escribiendo una declaración de ataque al sistema que hizo pública sabiendo que su sangre es intocable. Como ya es costumbre, la gente apoya al totalitarismo mientras no se siente perjudicado directamente, sin importarle que otros sí lo sean. Pero luego, a los dos días, cuando bajó el nivel de enervación y lo releyó, pues ya los funcionarios que ella bien conocía le habían conversado al respecto sobre su mala decisión de criticar al Estado, rescribió el texto para aflojarlo, y volvió a publicarlo con la nueva versión.
   Esta es la calidad de mis enemigos. Estos son los sabuesos de la tiranía que me tocaron. Cubiertos de bajeza, de falta de amor propio que presionaron cuanto y a cuantos pudieron por dañarme. Solo por expresar mi pena ajena con la poesía de Retamar, al caer sobre un artista la culpa de haberse cubierto las manos, y el alma, de sangre joven e inocente.

(Asesinos, cómplices y víctimas. Blog Los Hijos Que Nadie Quiso, mayo 2016)

Thursday, December 29, 2016

Luis Cino vs. intelectuales oficialistas y el discurso-panfleto “Palabras a los intelectuales”

Aquellas reuniones se convirtieron en un farragoso monólogo del Comandante, que aunque trataba de mostrarse distendido, no lograba disimular su disgusto por tener que dedicar su tiempo a disciplinar a molestos escritores y artistas, que con sus majaderías,  no acababan de acatar las órdenes de los comisarios aferradamente estalinistas del Partido Socialista Popular (PSP) en metamorfosis.
   Así que para no demorarse en algo que ya duraba demasiado, con la pistola sobre la mesa y Alfredo Guevara a su vera, el Máximo Líder, impuso sin cortapisas las reglas del juego: “Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada.”
   Los asistentes, fascinados algunos pocos, desprevenidos o atemorizados los más, solo atinaron a aplaudir las palabras del Jefe. Y todavía la cultura cubana está pagando las consecuencias.
   El Comandante fue lo suficientemente ambiguo para no precisar el límite exacto entre lo que estaba dentro o fuera de la revolución. Los comisarios se encargarían celosamente de delimitar la frontera en cada caso particular, con grueso creyón de censores y siempre con amplio margen a favor de la paranoia del Jefe o de cualquiera de sus muchos jefecillos, más o menos severos y cultos: Alfredo Guevara, Edith García Buchaca, los tenientes Pavón y Quesada, “Papito” Serguera, Ana Lasalle, Fernando Portuondo,  Roberto Fernández Retamar, Carlos Aldana, Abel Prieto, Iroel Sánchez, Luis Morlote, o la mismísima Prima Ballerina en Jefe, Alicia Alonso, quien hace solo unos días, usó sus influencias para impedir la presentación en el Sábado del Libro de las memorias del bailarín radicado en el exterior Carlos Acosta.
   Desde hace varios años, algunos testaferros intelectuales de la dictadura —intelectuales orgánicos, como suelen ser llamados—, como Abel Prieto, se afanan por explicar que la ordenanza del Comandante del último sábado de junio de 1961 no era tan estricta y dejaba bastante campo a la creatividad artística, ya que según ellos, no era  precisamente “fuera de la revolución”, que es como se recuerda y se cita, sino “contra la revolución”. ¡Como si eso variara en algo los resultados! ¿Se podía estar “fuera de la revolución” sin ser considerado un enemigo y tratado como tal?
   Más de medio siglo de aberradas “políticas culturales” han generado un medio intelectual, donde amén de ciertas poses contestatarias que no van más allá de donde dice peligro y alguna que otra tormenta en un vaso de agua, impera, como en el resto de la sociedad cubana, el miedo, la hipocresía, la simulación y el doble discurso.
   El difuso límite entre el dentro y el fuera de la revolución ha permitido al régimen, además de la censura, la proscripción y la condena al ostracismo de los más rebeldes, su recuperación después de muertos (los casos de Lezama y Piñera), engatusar a ciertos autores exiliados, y también  cooptar para el sistema, siempre que no se pasen de rosca, a ciertos críticos como los directores de cine Sara Gómez, Fernando Pérez y Tomás Gutiérrez Alea —a quien Alfredo Guevara, su principal hostigador, calificó cínicamente, después de muerto, como “un revolucionario difícil”—, los represaliados del Decenio Gris a los que les han concedido como muestra de su rehabilitación  el Premio Nacional de Literatura (Lina de Feria, Pablo Armando Fernández, Antón Arrufat, César López) los tolerados a regañadientes cantautores Pablo Milanés y Carlos Varela, los escritores Leonardo Padura, Pedro Juan Gutiérrez, etc.
   ¿Ya no se acordará el muy fiel Miguel Barnet,  hoy presidente de la Unión Nacional de Escritores Artistas Cubanos (UNEAC), cuando la jauría licantrópica le cayó encima por escribir La canción de Rachel, en vez de algo como Biografía de un cimarrón, que fuera útil a la revolución?
   Cuando hablan de “las políticas culturales de la revolución” uno no puede dejar de evocar, entre otras barbaridades, los intentos de implantar el realismo socialista en el cine y la literatura, el cierre de Lunes de Revolución y de Ediciones El Puente, el éxodo de los mejores escritores y artistas, el caso Padilla, los grises años 70,  la época en que las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) eran las que premiaban los concursos literarios y los poetas se veían obligados a escribir novelitas policíacas donde los héroes eran los agentones del Ministerio del Interior (MININT) y los chivatos de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR)…

(A 55 años de las Palabras a los Intelectuales. Cubanet, junio 2016)

Wednesday, December 28, 2016

Heriberto Hernández Medina sobre los “elogios a la nada”

Puede que estemos pagando, con una larga cadena de equívocos, que dura ya más de un siglo y pareciera no tener fin, el equívoco genésico que sembrara José Martí, como una banderilla en el lomo de la poesía cubana. Escribía el maestro en el prólogo al libro Los poetas de la guerra (Nueva York, Patria, 1893): “Su literatura no estaba en lo que escribían, sino en lo que hacían.” Nos pone el poeta frente a los ojos el argumento que hemos de usar para negarle razones, reafirmándose en él con todo el peso de su prosa enorme. Ya en unas líneas anteriores se había referido a estos versos, escritos “en los días en que los hombres firmaban las redondillas con su sangre", haciendo ridículo énfasis en una imagen del arsenal simbólico romántico; para por fin aceptar que “rimaban mal a veces” e inmediatamente descalificar a todo el que así los viese argumentando que “sólo pedantes y bribones se lo echarán en cara: porque morían bien.”
   ¿Quien recuerda o lee hoy a “Miguel Jerónimo Gutiérrez y Antonio Hurtado del Valle, y José Joaquín Palma y Luis Victoriano Betancourt, y Antenor Lezcano y Francisco la Rua, y Ramón Roa", como no sea un estudioso, o alguien para constatar cuán mal rimaban (escribían) realmente? ¿Cuántos que no “murieron bien”, en el decir de Martí, son hoy lectura obligada? Juan Clemente Zenea, sobre quien pende la duda de la traición, que ni siquiera Cintio Vitier pudo borrar en su afán de rescatarlo para el panteón de los héroes, es un ejemplo de la inutilidad de los argumentos extraliterarios a la hora de sustentar el merecimiento de los simbólicos laureles.
   No hay que olvidar los falaces ataques desde Lunes de Revolución a los autores de Orígenes, en que se disfrazaba de "lógico conflicto generacional" una crítica encausada en parámetros extraliterarios y se justificaba el resentimiento, la devaluación artera, mezquina y la falta de obra y talento para hacerla (como demostraría el tiempo en muchos casos), escudándose en “el interés público". Tal es el caso de Baragaño, que se suicida poéticamente, ahogado en el lodazal de la retórica revolucionaria, o del olvidable César Leante, que exhibiendo una precariedad multifacética afirmara: “Muchos de nosotros no tendremos una obra, es verdad. Pero, ciertamente, la que poseen la generación de Orígenes está a distancias estelares de ser modelo para otras generaciones."
   La lista sería larga, de casos similares en que se pretende ir a buscar fuera los que no se encuentra dentro, pero en tal trance, resulta insoslayable la habilidosa salida de Roberto Fernández Retamar en el prólogo a Desde mi altura (Editorial José Martí, 2001) de Antonio Guerrero, el “héroe poeta", juzgado, hallado culpable y condenado en el 2001 a prisión perpetua por espionaje en los Estados Unidos. Escribe Retamar, con evidente intención de no meterse en aguas muy profundas y eludiendo comprometer opinión propia en causa de tan poco valor, “…me vinieron de inmediato al recuerdo: "Los poetas de la guerra"(…), que prologó José Martí…", y siguiendo la pauta martiana, útil en grado sumo, cede una vez más a la tentación de descalificar, como Martí, a quien pudiese juzgar su dejadez de la lealtad a la literatura para privilegiar intereses subalternos.
   Pero no sólo se abona el cardo desde el poder, se trenzan muérdagos por laureles en los rincones de la iniquidad personal cada día, cada hora. La historia de la literatura cubana está llena de elogios de la pequeñez, de la intrascendencia, de la falta de talento agazapada detrás de la ausencia de pretensiones, de la libertad de expresión, o de ser sencillo o auténtico. Bajo este proceder, podría justificarse cualquier cosa. Podrían acuñarse argumentos ad hoc para reconocer dones líricos a un batracio, transfigurándolo, melena y espadín incluidos, en un docto príncipe renacentista. Ser un hombre entraña la grandeza (basta de falsas modestias rastreras) de reconocerse parte de una civilización que se levantó definitivamente de la tierra en que intercambian venenos las alimañas. Ser poeta puede incluir un grado más de responsabilidad, pues hacia él han de volverse los hombres, descreídos de dios, del poder, y de la existencia, en busca de una palabra, la primera o la última, no importa, que les aliente para no retroceder a la miseria en que sobreviven las bestias.

(Elogios a la nada. Blog La Primera Palabra, enero 2010)

Friday, December 23, 2016

Enrique del Risco sobre Leonardo Padura

Lo realmente interesante en la carta del compañero Padura es su mención a un incidente ocurrido hace casi dos siglos entre el crítico y promotor cultural Domingo del Monte y el poeta José María Heredia. Heredia, “desterrado en México por sus ideas independentistas, pidió un permiso a las autoridades coloniales para realizar la que sería su última visita a Cuba, deseoso de ver a su madre antes de morir” y del Monte, residente en la isla, le afeó la conducta por haber escrito una carta que le pareció servil. Padura insinúa que él es algo así como un Heredia policiaco aferrado al carapacho de la Mantilla de sus amores mientras que los que han rechazado la invitación serían del Montes que por vueltas que da la historia se han quedado en la parte de afuera de la isla. La insinuación llega un tilín más lejos y tal parece que sus contradictores se las han arreglado para delatar la conspiración de la Escalera hacia 1844. La maldad no conoce límites, ni siquiera los que impone la irreversibilidad del tiempo.
   Pero si se quiere que el ejemplo que propone el compañero Padura tenga validez en estos días debería hacérsele ciertos ajustes. Primero, por muchos esfuerzos que haga nuestro querido Padura no hay manera que le sirva el traje de Heredia: ni por su empeño en aferrarse a su residencia en Mantilla (un detalle que en mi opinión lo enaltece, al menos en su capacidad de encontrar alquileres bajos) ni por un éxito editorial que supera en mucho al que tuvo en vida el autor de la “Oda al Niágara”. Padura, compañero o escritor, deberá reconocer que en sus circunstancias geográficas y políticas anda más cerca del Domingo del Monte de 1836 que de Heredia. Es sin embargo un del Monte que ha optado por no recriminar a los desterrados de este mundo que visiten su país ya sea para ver a su madre moribunda o presentar una edición de su último libro sino que en cambio los insta a hacerlo. (Si cursa la invitación a nombre propio o en el del capitán general de la isla ya es otra discusión).
   Si adoptamos una visión circular y budista de la vida y no toscamente anclada en la Historia y la Política, entenderemos que esa actitud indulgente en verdad honra al autor de la “Oda a Párraga”, nuestro estimado Padura. Pero también habrá que aceptar que si los tristes colegas de Heredia que andan regados por medio mundo se niegan a transformar el “Himno del Desterrado” en el “Himno del Poeta Residente en el Exterior” acusarlos de profesionales del odio o jornaleros de la envidia es una banalidad y un  exceso. Un exceso y una banalidad que calumnian los esfuerzos de Padura por dominar el arte de la reconciliación, arte más complejo –y menos rentable- que el de producir libros como “La novela de mi vida”.  

(Dilema 2012: Heredia, del Monte o el Himno del Poeta Residente en el Exterior. Blog Enrisco, marzo 2012)

Thursday, December 22, 2016

Pío E. Serrano sobre Luis Pavón

La selección de Luis Pavón (1930) para que hiciera el trabajo sucio no fue casual. Se escogió para la jefatura del Consejo Nacional de Cultura a una persona que ni por su cultura ni por una destacada posición política respondía a las responsabilidades del cargo. Pavón era un menesteroso cultivador de la poesía, digamos, épica, con un libro perfectamente prescindible, publicado en 1960 (en 1967 publicaría el segundo). Su militancia política se había alimentado en las filas del Ejército. Pero era un joven flexible que cultivaba el peculiar género de la ambición que desborda al afanoso. Quizás fuera esta falta de condiciones lo que favoreciera su nombramiento. El régimen deseaba un ejecutor gris, alguien fácil de olvidar después del crimen. Ninguna virtud singular permitiría su perseverancia en la memoria pública. Como en el Ejército debió aprender una cierta disciplina, estaba dispuesto a obedecer. Tampoco creo que fuera excesivamente perverso. Su conciencia debió acogerse a la obediencia debida. Los jerarcas del régimen habían encontrado el rostro, el instrumento desechable y, como al Golem, lo echaron a andar. En ello, hay que reconocerlo, fue escrupuloso. Fue la primera vez que lo traicionaron.

(Discurso en defensa de Pavón. Revista Otro Lunes, mayo 2007)

Wednesday, December 21, 2016

Roberto Madrigal vs. Guillermo Rodríguez Rivera (2)

Como aterrados copistas medievales, han saltado en defensa de la identidad cultural y de una confusa cubanidad, distinguidos amanuenses oficiales como Graziella Pogolotti, Ambrosio Fornet, Aurelio Alonso y Abel Prieto, entre otros pesos completos de la burocracia cultural. Son los que más destaca la prensa de allá y la de acá, sin embargo, me resultó de gran interés un reciente artículo del profesor Guillermo Rodríguez Rivera, aparecido en el blog Segunda Cita, del cantante Silvio Rodríguez, del cual es colaborador habitual el docente, titulado La cultura en los tiempos que corren, en el cual va más allá de defender la cultura con definiciones abstractas y términos grandiosos, como hacen los anteriormente mencionados, aquí se dedica a redefinir el papel del censor y de la censura en esta batalla.
   Es un artículo que no puede pasarse por alto por varias razones. En primer lugar por aparecer en el blog de Silvio, lo cual le da un carácter de siniestro prestigio y autoridad crítica, ya que se sabe que este es un blog maquillado de aperturista, pero siempre dispuesto a la defensa frontal e inequívoca del sistema, y porque además es probablemente el blog más leído, de todos los blogs apoyados y permitidos por la nomenclatura, dada la inconcebible y persistente popularidad del cantante.
   En segundo lugar porque Rodríguez Rivera, aunque muy olvidado en el parque Jurásico de la isla, es todavía un dinosaurio que ruge con utilidad y que se ha vuelto una especie de ortodoxo racional. Además, el profesor es mucho mejor escritor que Fornet y Prieto, aunque injustamente no goce del mismo prestigio. Fundador de El Caimán Barbudo, fue por un tiempo un buen poeta y un hombre lúcido por cuyas gracias sufrió censura. Fue también, mucho antes que Padura, un exitoso escritor de novelas policiales.
   Después de tener que abandonar la nave caimanera, se sabía en La Habana que tanto él como Luis Rogelio Nogueras, Raúl Rivero y otros, eran los autores de unos epitafios apócrifos de los escritores cubanos. Muy bien escritos y muy mordaces. Pero parece que para poder salir del fango ha tenido (o ha optado), que vender su alma al diablo y enmascararse con las ajenas convicciones del poder.
   En el artículo que me ocupa, comienza recordando el período heroico de la fundación de El Caimán Barbudo, elogia la figura de Haydée Santamaría y obvia mencionar muchos de los fatales episodios represivos del período para saltar al llamado “quinquenio gris” (que ahora tiene la culpa de todo y lo quieren presentar como un traspiés histórico ya superado).
   Tras mencionar la censura sufrida por él y otros caimaneros, durante ese período, pasa a rescatar el “carácter inclusivo de la orientación cultural de 1961”, o sea del famoso discurso de Fidel Castro, conocido como Palabras a los intelectuales. Culpa el “caso Padilla” a la funesta ejecutoria del teniente Luis Pavón como presidente del Consejo Nacional de Cultura, sin mencionar que Pavón no solamente fue nombrado a ese puesto por las máximas autoridades del gobierno, sino que era un hombre de confianza y un favorito de Raúl Castro. Convenientemente olvida mencionar que el caso Padilla había empezado mucho antes de la confesión, en realidad en 1968, cuando fue premiado. Eso sucedió a raíz de la Ofensiva Revolucionaria de ese año, cuando Castro y su pandilla se habían consolidado en el poder, un poco después de los juicios de la Microfracción, sucedido en el otoño de los comunistas viejos, en 1967. Además, el presidente del Consejo Nacional de Cultura en ese momento era Eduardo Muzio, afectuosamente conocido como Muzziolini.
   En su diatriba, culpa a la confesión de Heberto Padilla por el destino sufrido por Lezama Lima, aunque menciona lo injusto de ello, que por supuesto fue culpa del ambiente cultural del “quinquenio gris”. Por cierto, que entre los epitafios cuya posible autoría puede atribuirse al profesor, hubo uno sobre Lezama que decía: “Jamás viajó ni a Nueva York ni a Roma/ José Lezama Lima, vida vana,/entre nosotros, en su vieja Habana/se dedicó a escribir, mató el idioma”. No tiene por qué abochornarse de ello, pero no hay dudas que fue una pequeña contribución a la penosa situación del poeta.
   Luego salta a los problemas creados durante el concierto reclamando la liberación de los Cinco, en el Protestódromo del malecón, causados por las alocuciones “fuera de lugar” de Robertico Carcassés. Tras lo cual salta al más reciente caso del cineasta Juan Carlos Cremata, censurado con motivo de la puesta en escena que dirigió de la adaptación de la obra “El rey se muere”. Una obra de Eugene Ionesco, escrita y representada por primera vez en 1962, pero en la cual los gobernantes cubanos se sintieron aludidos. Comenta incluso el “inaceptable exilio” de Cremata, como si este no tuviera derecho a hacer con su vida lo que le venga en gana. Claro, allá ese derecho no existe todavía.
   La receta del profesor Rodríguez Rivera no es la flexibilización ni la eliminación de la censura, sino su refinamiento. Ofrece el consejo de que todo eso (lo de Carcassés y lo de Cremata) se pudo haber evitado con medidas de censura profiláctica. Se pregunta la razón por la cual se dejó participar a Carcassés en el evento y por qué nadie se dio cuenta del problema de la obra teatral antes de que se estrenara.
   Culpa de lo anterior a la incultura de los encargados de la censura, a quienes llama “funcionarios encargados de aprobar el hecho cultural”. O sea, propone la formación de censores cultos y políticamente probados que puedan utilizar los bozales con eficiencia.
   Tras cincuenta y siete años de castrismo, y ya todo un decenio de raulismo, lo que propone la intelectualidad oficial cubana es un “quinquenio gris” refinado, la censura con efectividad, la censura profiláctica. Es lógico, cuando los represores de ese ayer siguen siendo los gobernantes de hoy. Esos parecen ser los cambios que se piden en el campo cultural.

(Redefiniendo al censor. Blog Diletante Sin Causa, mayo 2016)

Tuesday, December 20, 2016

Juan Bonilla vs. José Lezama Lima

Se caracteriza la obra poética de José Lezama Lima por el dominio de una retórica grandilocuente, tal vez inútil y pretenciosa, por un lenguaje culto y refinado, mendazmente poético, y por el abuso de asociaciones llamativas de palabras –como mandan los cánones gongorinos– y por los frecuentes deslices rítmicos –como desaconsejan los cánones gongorinos.
   No en vano se le ha concedido al cubano el título –nada envidiable– de heredero de la poesía de Góngora. De ahí su apariencia de gran poesía que –lo reconozco– da el pego. No hay peor gran poeta que Góngora, que el Góngora oscuro denunciado por Cascales. A pesar de que el profesor Dámaso Alonso se empeñara en hacer digerible al retórico cordobés y ponerlo al alcance de los alumnos y de los profesores de bachillerato, intentando hacernos creer que Góngora era claro, los medios utilizados por el autor de Hijos de la ira ponían en evidencia que eso de la claridad gongorina no se lo creía ni él mismo. Porque si en efecto Góngora era tan claro ¿para qué perdió Alonso el tiempo en paráfrasis, traduciéndolo en prosa? Se trataba, evidentemente, de una excusa. Góngora era oscuro y sombrío. Los poetas que en su árbol genealógico literario tienen a Góngora como antepasado son tan oscuros y sombríos como él. Lezama Lima es uno de esos poetas.
   El poeta no puede ser sólo un jugador de palabras, ni un ser aburrido que se entretiene barajando las palabras y lanzándolas al aire. El poeta juega solitario delante de los lectores; y ha de atenerse a unas reglas que sólo podrá transformar justificando las innovaciones, desdeñando la gratuidad de una fullería al no sentirse observado, o al despreocuparse de que los que le observan –le leen– también son parte –pero siempre pasiva– del juego.
   No estoy postulando una nueva poesía comprometida. Estoy abominando de una poesía que se jacta de ser artificiosa y que en sus simples artificios yergue su consistencia. Precisamente porque la naturaleza de la poesía le impone artificio, no se ha de empeñar en demostrarlo, excediéndolo, sino ha de buscar lo contrario: tender a la difícil naturalidad para singularizarse. Exceder el artificio está al alcance de cualquiera que se arme de la suficiente dosis de paciencia para aburrir al prójimo y cuente con un mínimo de cultura y con dos o tres diccionarios de sinónimos. Sin claridad no hay naturalidad. Y los versos evanescentes –los de Lezama lo son– no son claros ni naturales.
   A poetas como Lezama Lima –que encima no dominan el ritmo del poema– se les nota demasiado la técnica que utilizan. Y se les nota además que cojean de aquello que hace irresistible a un poema: la autenticidad. Auténtico se puede ver desde la ficción o desde la experiencia: en cualquier caso al lector ambas alternativas se reducirán a un resultado. Depender de recursos meramente retóricos hace que el poema se convierta en un simple ejercicio de fabricación. Poemas en serie, como zapatos o coches.
   Cuando los recursos retóricos privan sobre los demás: abur poesía. Lo peor que le puede suceder a una obra poética (después de que esté influenciada por los novísimos o por la poesía del silencio) es que se le note desde lejos que fue compuesta por mero afán de sorprender. La sorpresa no se busca en poesía, se encuentra. Recursos meramente artificiales difícilmente pueden sorprender. Lezama, un tipo muy culto, fue un jugador de oscuridades, un experimentador del lenguaje. Mas los experimentos sólo sirven en el arte de los cócteles y en la química. En poesía más bien poco. ¿Góngora el gran experimentador? Quizá por eso sea intragable. Juan de Jáuregui, en el Discurso Poético en el que torteó al gongorismo, dijo que “la ciega plebe se alarga en llamar cultos los versos más broncos y menos entendidos”. Lezama no busca que entendamos su poesía, pero pocos lectores habrá que no busquen entender lo que leen (a no ser que esos lectores sean poetas de la estirpe de Lezama). Lo que hoy en día se denomina finústicamente “poesía culta” no suele ser más que un ejercicio vanidoso de pedantería y ostentación repugnante.
   Lezama ¿un maestro? No sé. Más bien un gran vasallo de un vacuo señor. Dos volúmenes contienen todo el plomo de su poesía, de su “gran poesía”. Un festín para profesores con aspiraciones exegéticas, y un coñazo para todo el que busque divertirse, pasarlo bien o emocionarse con la lectura.

(El plomo de la gran poesía, Revista Renacimiento Nº 2, invierno 1989. Visto en Neorrabioso Blog)

Monday, December 19, 2016

Yoandy Cabrera vs. “Distintos modos de evitar a un poeta”, antología preparada por Lizabel Mónica

Hay una serie de líneas temáticas, poéticas, escriturales vivas hoy mismo en Cuba que no aparecen en las muestras o en  lo que supuestamente el concepto “generación cero” abarca. Esa parcialidad apunta más a grupo e impide que podamos hablar de generación, pues, como argumenta el poeta Michael H. Miranda, en “la antología Distintos modos de evitar a un poeta, preparada por Lizabel Mónica […] lo que leemos creo todavía no alcanza para definirlo como generación”.
   En el prólogo de Lizabel Mónica a su propuesta de antología (titulada Distintos modos de evitar a un poeta), la propia autora afirma que dicha “antología recoge piezas de los exponentes más notables de entre los poetas jóvenes que comenzaron a publicar a partir del año 2000” (Mónica 6), exponentes más notables entre los que la propia autora se incluye. Semejante afirmación tan rotunda no cuenta con la justificación analítica necesaria en el difuso texto de Mónica. La yuxtaposición de autores en un volumen que no llega a justificarse crítica ni conceptualmente es el resultado de una ya larga tradición en el ámbito insular de acumular textos y nombres sin exponer o justificar consecuente y coherentemente la muestra.
   Falta ese grupo de estudiosos que vaya más allá de lo que repiten dos o tres autores y encuentren, dentro del cúmulo de publicaciones del momento, las líneas temáticas y formales que caracterizan a la lírica cubana escrita entre 1990 y el presente, y que no se conformen con los catálogos casi interminables que desde hace lustros las editoriales cubanas suelen presentar.
(…)
   Las antologías que recogen a los poetas nacidos en la isla a partir de 1970 son más bien catálogos interminables donde no se persigue en absoluto la emisión de un criterio, de una línea temática o investigativa, sino más bien incluir indiscriminadamente a todo aquel que escriba versos y haya nacido en cualquier rincón de la isla. Ha faltado la selección representativa, el análisis, la decantación y en general sigue siendo esta una carencia.
(…)
   El volumen Distintos modos… (que no llega a ser siquiera una antología orgánica ni una propuesta funcional en tanto libro) pudo haber sido “ese gesto”, pero no lo fue. No es cierto que estos autores “permanecen al margen de revistas oficiales y medios de prensa” (según Mónica en la entrevista de Enrisco) ni que los narradores antologados por Orlando Luis Pardo Lazo en Nuevarrativa de la literatura cubana e-mergente sean unos “expulsados o auto-excluidos de algunas instituciones cubanas según sus bizarras biografías”, como asegura Pardo Lazo en su prólogo; todo lo contrario, muchos de ellos aparecen de forma continua y reiterada en las publicaciones periódicas cubanas, que además se hacen eco de sus premios y sus presentaciones. Que sea esta una muestra de “los que han escrito algo en la última pena que valga la pena recordar” no se demuestra con los argumentos contradictorios de Lizabel Mónica. Una afirmación como esta parece más bien apresurada, pueril e imprudente. En realidad, al leer el texto que debió funcionar como prólogo, uno tiene la impresión de que, en lugar de los autores de la muestra, Mónica se refiere a la “generación” que ella desearía o que imagina para el futuro.
(…)
   Aunque algunos estudiosos como Walfrido Dorta declaran que no les interesa el aparataje crítico que se mueve alrededor de estas antologías, a mí sí me preocupa, sin embargo, el modo en que las selecciones son presentadas y explicadas. No por saber quiénes o por qué aparecen o no, algo que a estas alturas considero secundario; sino para constatar hasta qué punto el criterio del antologador se relaciona con su selección. Sigo creyendo que  la principal limitación de estas antologías y muestrarios es querer hacer creer que es una generación lo que es o persigue ser un grupo, o que estos autores son los más representativos de los últimos veinte años (Mónica 6). Esas no me parecen estrategias de promoción válidas ni dignas de tomar en cuenta, en tanto faltan a la verdad y desvirtúan una realidad poética que desborda los gustos y los intereses de unos cuantos. Generalizar toda una promoción en dos o tres características de unos cuantos y reducirlas a “una literatura que se acerca a los nuevos medios” (Mónica 8) sin tener en cuenta la amplísima variedad de intereses formales y conceptuales en el ámbito escritural cubano no me parece un procedimiento analítico atendible, más bien es ese un gesto totalitarista que refleja el mismo totalitarismo que combate.
(…)
   Por otra parte, aglutinar “a los autores, a sus miembros no por edad sino por el año en que estos empiezan a publicar: el 2000” (Mónica en entrevista de Enrisco) es una justificación poco convincente, pues sin duda puede haber y hay autores que comenzaron a publicar en los años noventa y que se relacionan con los que publican a partir del año 2000 tanto formal como temáticamente y de ese modo quedan fuera. Un ejemplo más que ilustrativo de exclusión  por haber publicado su primer poemario en los noventa y no después de 2000 es Javier Marimón, con una fuerte presencia lírica en medios digitales como Facebook, en donde ha publicado directamente muchos de los textos de dos de sus libros en proceso de creación (uno de pequeñas prosas llamadas sinalectas y otro de poemas breves). Marimón explica que “absolutamente todo lo que he escrito en más de un año ha sido escrito directamente en Facebook, a veces los guardo en drafts y los termino luego”. El escritor cubano radicado en Puerto Rico confiesa que “en su casi totalidad los poemas se escriben en el momento” y, gracias a la posibilidad de edición de los post y comentarios en Facebook, “siempre edito los textos una vez publicados, varias veces incluso”. Al pasar unos meses, “recopilo entonces desde Facebook todos los textos y los pego en un documento de word, y a veces los edito de nuevo un poco si es necesario. Así que el proceso es como al revés”. No tener en cuenta a un poeta como Marimón en un análisis poético que priorice lo visual y los mass media dentro del ámbito cubano actual por haber publicado su primer libro antes de 2000 no es nada producente.
   La otra contradicción sustancial que encuentro al confundirse generación con grupo es que se pueda interpretar que dentro de toda una generación “en algún punto de sus meteóricas carreras se han llamado a sí mismos así: Generación Año Cero. Siendo un fenómeno ante todo urbano” (Pardo Lazo en su “Prólogo”). Esta confusión se aclara (o continúa) cuando Jamila Medina se distancia de las posturas que hemos señalado y se refiere a los “años cero” (y no a generación o a grupo) diciendo que no cree “en r/de-generaciones sino en estados poéticos” (Medina 12), además de considerar el fenómeno literario desde los noventa hasta el presente de alcance nacional, diaspórico, sin límites geográficos tampoco (Encinosa) y no “ante todo urbano”, como afirma Pardo Lazo.
   Lizabel Mónica insiste una y otra vez en la importancia de los mass media y su influencia en la literatura cubana actual, y llega a decir que “en los últimos diez años [2002-2012] los jóvenes cubanos han estado expuestos a las mismas referencias globales a que han estado expuestos los jóvenes en otros lugares del planeta” (Mónica 9), a lo que un autor que se encuentra dentro de los antologados como Michael H. Miranda acota: “¿cómo hablar de lo post-mediático en los casos de poetas que viven en el oriente de la Isla en una condición pre-mediática? ¿Y de lo digital, si no se tiene acceso a una computadora o un teléfono celular todavía, no digo ya a un kindle?” Este es un ejemplo del divorcio que evidencio entre algunos de los propósitos programáticos de Lizabel Mónica para hablar del “cansancio de la poesía” y tender a una supuesta hibridez performática entre las distintas artes, que para nada es hoy mismo generalizada en Cuba.
   Michael H. Miranda, además, menciona (con respecto al grupo que pretende englobar el término “generación cero”) que “en cuanto a los peligros, el principal es lo que deja fuera, lo que no se acomoda a los presupuestos fijados y queda en un no-lugar cuando esa propuesta de generación intenta ser canónica. Y el otro es las generalizaciones que terminan entrando en contradicción con los rasgos de esa generación.”
   Las posturas generales de la crítica ante la nomenclatura que debatimos son esencialmente (1) asumir el término “generación cero” sin cuestionarlo o definirlo previamente y, por tanto, sin saber a ciencia cierta a qué se refieren (pues ni los antologadores ni los autores lo tienen claro); o (2) desestimar toda taxonomía y dedicarse a analizar a los autores jóvenes cuyas obras recientes les parecen valederas por sus planteamientos y sus contenidos.
   Pero en cuanto a la taxonomía, creo que los textos de Jamila Medina y Yanelys Encinosa (ya citados) son capitales. En el primer caso, por hacer un amplio y a la vez rápido repaso a las diferentes líneas temáticas y formales de la poesía cubana de los últimos años, y en el segundo por cuestionar la existencia de una “generación cero” con argumentos detenidamente razonados y por dedicarse más bien, no a limitar sectariamente un amplísimo panorama, sino a tratar de establecer un diálogo intergeneracional y a detectar los grandes núcleos de interés de los autores que han comenzado a publicar en las últimas décadas en Cuba.
   La  conclusión a la que personalmente he podido llegar al entrevistar a algunos de los autores que suelen ser englobados en este rubro y al leer los prólogos y paratextos más o menos programáticos que abordan el término “generación cero”, es que no se trata de una generación (si somos rigurosos al utilizar los términos) sino más bien de un grupo hecho a partir de afinidades formales, temáticas o arbitrarias a partir de los propios gustos de los antologadores o con el propósito de dar a conocer fuera de Cuba a una serie de autores que consideran merecen reconocimiento y lectura. Un grupo, eso sí, cuyos integrantes a veces no se identifican como parte del mismo, o les da igual pertenecer o no a él, o consideran los asuntos generacionales “bobadas” y “tonterías”. Quizá, como ha sucedido con el grupo Orígenes, dentro de algunas décadas se utilice el término para hablar de una supuesta y hoy cuestionable “generación cero”, pero actualmente, a partir de lo que piensan los autores y lo que argumentan los prologuistas, el uso del término es ambiguo y difuso, se refiere tanto a un supuesto grupo de autores y amigos (según Pardo Lazo, Amhel Echevarría, entre otros) como a una serie amplísima de “estados poéticos” en época de descentralización y desclasificaciones (según Encinosa y Medina). Estas últimas autoras, cuando quieren dar una mirada panorámica, inclusiva y más amplia de la literatura cubana escrita en las dos últimas décadas se alejan y evitan el término “generación cero”, prefieren hablar de “naturaleza inasible: una fractura que rechaza ser mirada como composición” (Medina 13) o de “multiplicidad” en “sus atmósferas y ambientes, que [de] las definiciones claras de sus actores” (Encinosa).
   La amplia comunidad de autores cubanos pretende indagar, buscar caminos, transitar viejas y nuevas vías, expresarse de distintos modos. No dan nada por encontrado, por absoluto, por verdadero. La propia historia como constructo, su canto mítico, las supuestas “verdades” que en los sesenta parecían incuestionables han caído solas, una a una. Y entre los escombros se mueven, nos movemos, revisamos, cada uno de forma individual muchas veces, dentro y fuera del país. Pues, como asegura el poeta Michael H. Miranda, “la dispersión es completa e in crescendo”.

(Sobre exégesis y “años cero”: distintos modos de evitar el rigor. Blog El Jardín de Academos, febrero 2016)

Friday, December 16, 2016

Gilberto Padilla Cárdenas sobre la literatura “selfie” (Wendy Guerra, Pedro Juan Gutiérrez, Leonardo Padura)

La “fotografía de escritor”, un género con el mismo grupo sanguíneo del retrato, facilita también una posible hermenéutica del texto. Parece descabellado y extraliterario, pero funciona. Pensemos en las imágenes de Wendy Guerra desnuda —made in Mordzinski— como una anticipación de su literatura selfie. Vemos esas fotos hermosísimas en Soho y luego tenemos la herramienta precisa para leer Ropa interior. Esos desnudos tienen el rol de asegurarnos un protocolo de lectura. Es más, en algunos casos creo que la literatura de Wendy no es más que un intento desesperado de lucir a la altura de sus propias fotos, de poder habitar aquel imaginario que no se consolida del todo en su prosa. Wendy Guerra escribe con la cámara frontal del iPhone como si su smartphone fuera el espejo de Stendhal.
   Pienso en un escritor como Pedro Juan Gutiérrez, concentrando pavorosamente sus fetiches cosméticos: el ron, el tabaco, los collares religiosos, su tatuaje, la azotea de un país en ruinas (Cartier Bresson habría hecho una fiesta con este muchacho), para fundirse con aquel universo de mártires y héroes amalditados de su Trilogía sucia de La Habana.
   En Leonardo Padura fotografiado en Mantilla, tratando de ser un escritor empático, alguien que escribe desde un barrio parecido al nuestro.

(Literatura selfie. Revista El Estornudo, mayo 2016)

Thursday, December 15, 2016

Luis Manuel García Méndez vs. Abel Prieto

Pero las servidumbres del poder son implacables. Liman las virtudes como esmeril del ocho. Comentan que has estado enfermo, incluso que has enfermado de poder e intentado dimitir; pero te enrolaste en una tripulación que no admite deserciones. Cuando se sirve a un Dios omnívoro y omnímodo, el sacerdocio es irreversible. Aunque se hagan votos de fe, abandonar los hábitos es herejía, y ser excomulgado en un Estado confesional es peor para la salud que el tabaco, aunque la cajetilla del cargo no lo advierta.
   Te deseo sinceramente que recuperes la salud, incluso la política, aunque de lo segundo me quedan pocas esperanzas. Me temo que tus palabras recientes en Madrid sean síntomas irreversibles, terminales.
   Una cosa, Abel, son esas mentiras, promesas incumplibles, adulaciones huecas y fervores plásticos que todos los políticos pronuncian sin ruborizarse, y otra muy diferente es tratar como imbéciles al personal a golpe de patraña, o alcanzar la infamia afirmando que Raúl Rivero y los otros disidentes “hubieran sido asesinados en la cuneta en otro país”.
   ¿Por qué no reconocer que en otro país Raúl Rivero y sus compañeros habrían ejercido la oposición y el periodismo sin sobresaltos? ¿O Cuba ha caído tan bajo que debemos vanagloriarnos de pasar menos hambre que en Rwanda y asesinar menos periodistas y opositores que en Colombia?
   Si no fuera infame, esa afirmación sería francamente patética. ¿Cómo se puede afirmar sin rubor que en Cuba Cabrera Infante no ha sido prohibido, que consta en los diccionarios y en las bibliotecas públicas? ¿No habría sido más elegante reconocerle el carácter de antagonista político y sus méritos literarios, sin mayores apostillas?
   A veces el silencio es muy recomendable, Abel. No se puede hablar impunemente de Cuba como plaza sitiada en “guerra terrible” contra Estados Unidos, primer suministrador de alimentos de la Isla, cuando el propio Fidel Castro ha reconocido la utilidad política del embargo; y menos tildar a los 75 de la primavera de 2003 como agentes extranjeros, habiendo sido publicadas las actas de los juicios, documentación para la próxima historia universal de la infamia.
   ¿Era necesario, además del escarnio a que fue sometido, mancillar la memoria de Heberto Padilla, un poeta más merecedor del Premio Nacional de Literatura que muchos a los que has agraciado con el Gordo de la Lotería Literaria? ¿O tildar de “ignominioso” a Gastón Baquero, uno de los grandes poetas cubanos de todos los tiempos, quien murió sin rencor en Madrid, memorando lo que nos une, obviando lo que nos separa? ¿Cómo se puede asegurar que en Cuba no existe el delito de opinión cuando está explícitamente recogido en la Ley Mordaza, o que “el nuevo escenario cultural no excluye a los disidentes”, sin aclarar que te refieres a los talleres literarios que se celebran en el Combinado del Este?
   Hablar de que no existe censura en la Isla, sino un “canon literario cubano”, es tan cínico que roza lo ingenioso. Tenemos que reconocerlo, Abel, en Cuba el arte del eufemismo ha alcanzado un grado de virtuosismo que no se veía en esta lengua desde el Siglo de Oro: la crisis se llama Período Especial, a un Estado monoteísta y confesional se le llama democracia participativa (sin aclarar que sólo uno participa), la censura es canon, los disidentes son agentes y los agentes son héroes, el picadillo es “enriquecido” (no con más picadillo) y la masa cárnica es “ampliada” (no con más carne).
   Ahora nos ofreces la noticia, Abel, de que en Cuba han logrado separar el talento de la política. Si te refieres al canciller cubano y otros talibanes de su camada, me alegra que coincidamos. Pero no. Tu buena nueva es que en la Isla a los creadores no se les juzga por sus ideas políticas; es decir, que ahora “dentro de la revolución, todo” y “fuera de la revolución”, todo también. Deberías comunicar la primicia no sólo a los madrileños, sino a los habaneros. Y diles también que “la cultura cubana se ha recuperado de la crisis”, aunque ahora mismo no recuerdo cuándo anunciaste que estaba en crisis. En eso el diccionario de la RAE es categórico: no se puede salir de un sitio sin antes haber entrado.
   Es curiosa tu afirmación, Abel, de que existe una “censura literaria” que prohíbe a Zoè Valdés no por razones políticas, sino de calidad. En ese caso, imagino que los censores literarios, antes de pasar por sus filtros a los escritores de allende los mares, hayan practicado con los del patio. Por eso, tras revisar en mi memoria muchas ediciones Manjuarí y Contemporáneos, por ejemplo, me inclino a sospechar que se trata de libros apócrifos publicados por la mafia de Miami para desacreditar la solvencia estética de los censores cubanos. E incluso, que los nombres de algunos autores que se repiten en la bibliografía de la Isla no sean sino seudónimos de agentes de la CIA echados a rodar por el Imperialismo.
   Perdona si tiro a relajo algunas de tus afirmaciones, Abel, pero es que a veces me da la impresión, por los discursos de los funcionarios cubanos en Europa, que no son suficientes las nueve horas de vuelo para percatarse de que han arribado a otra realidad, que los noticiarios y los periódicos aquí escarban la noticia desde diferentes perspectivas, que no existe un Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR) que tamice las noticias aptas para todos los públicos, y que la gente tiene acceso libre a Internet, no sólo a una intranet perfectamente esterilizada.
   Al hablar ante un público libre, Abel, hay que ajustar el calibre de las mentiras. No se le puede aporrear con la misma retórica que a una audiencia cautiva. Quizás por esa razón Joaquín Sabina, que jamás se ha atenido a la consigna, hizo mutis por el foro a mitad de tu intervención.
   Comprendo, Abel, que el poder exige inexcusables servidumbres. Incluso comprendo que los cubanos de nuestra generación, que crecimos aceptando como natural una retórica hueca, practicando la doble moral, estableciendo compartimentos estancos para la verdad íntima y para la pronunciable, podemos adaptarnos mejor a esa política adivinatoria, meteorológica, donde la tasación del político depende de su capacidad para predecir con un buen margen de antelación los deseos inconfesos del amo. Más preparados, desde luego, que la generación adulta en 1959, que venía de una tradición republicana, habituados a ser dueños de sus ideas, rebelarse si les castraban sus derechos, asumir las consecuencias de sus actos y ganarse la vida por su cuenta y riesgo.
   Quiéraslo o no, Abel, a nosotros nos criaron como animales de granja. Y cualquier vaquero te confirmará que es más fácil ensillar a un potrico de batey que a un caballo salvaje de los que había en Cayo Romano antes que se inundara de turistas importados.
   Aun así, no logro alejar esta tristeza letalmente mezclada con una buena dosis de lástima, ni la idea de que la literatura cubana está sufriendo cuantiosas bajas: tras Benítez Rojo y Cabrera Infante, quien firmaba sus crónicas cinematográficas como Caín, se nos está muriendo Abel. Al menos el Abel que un día conocimos.

(Abel después de Caín. Blog Habaneceres, junio 2005)

Wednesday, December 14, 2016

Luis Marcelino Gómez vs. César López

Tú, sin embargo, me dijiste que viajas con frecuencia. Has estado muchas veces en Poitiers, me confesaste. Con orgullo hablaste de una hija, no para decirme que trabajaba en un pueblo perdido de Moa o de Nicaro, sino en Suecia o Suiza, no recuerdo bien. Además, mencionaste que tenías familia en Miami, aunque usaste palabras muy duras para referirte al exilio. Como si no fueran cubanos como tú, de todas las esferas, tus hermanos, el pueblo sufrido de Cuba que vive y trabaja en el extranjero y mantiene a la mayoría de los cubanos en la Isla: los calza, los viste, les envía medicinas, espejuelos y, además, les ofrece la esperanza de una reunificación en un país democrático, el nuestro, sin Castro ni comunismo. En fin, los provee de todo lo que el gobierno que defiendes es incapaz de procurarles. Y tú, sin embargo, tuviste palabras ofensivas para ese exilio y me llamaste a mí «fundamentalista». ¿Cuál es mi pecado? ¿Que me negué a ser una oveja que cumple lo que se le antoje al dictador? ¿Que, por amar la libertad, me decidiera a buscarla en otro país, como aprendí desde mi infancia de ese Martí que me enseñó a hablar sin hipocresía. Hipocresía que constantemente tienen que utilizar nuestros compatriotas en Cuba so pena de ir a la cárcel o de ser calificados de traidores a la patria? ¿Es pecado que en vez de revalidar mi título de médico, y convertirme en millonario ¿y por qué no? prefiriera dedicarme a la literatura y hacer un doctorado en letras, gracias a lo cual ahora soy profesor en una prestigiosa universidad norteamericana? Yo les echo abajo la propaganda de que salimos a explotar y a volvernos ricos. Soy hijo de una familia humilde, me he pasado la vida estudiando y me he hecho a mí mismo. Un profesional que en vez de andar detrás del «poderoso caballero», decidió dedicarse a las letras y seguir una vida simple de escritor. ¿O es mi pecado haber publicado cinco libros y tener ya, al fin, una editorial que me paga las regalías de derecho de autor, que no pertenecen a estado alguno, sino al individuo? ¿O que viajo a Francia, no enviado por gobierno alguno, sino porque escogí ir como académico, a presentar un trabajo sobre un cubano célebre a pesar de Castro, Reinaldo Arenas? Soy un escritor cubano, un coterráneo proveniente de una familia de campesinos pobres. Cualquier país se sentiría orgulloso de un hijo así. Ustedes no, porque tienen que seguir el férreo lema de «con la revolución todo». Es decir, no disidencia. Como si todo el mundo pensara igual, como modelos sacados de una fábrica, como autómatas. Nunca olvidaré en mis años en la escuela de medicina de la universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, la expulsión de dos excelentes alumnas porque se comentaba que eran homosexuales, tampoco olvido la soledad de una muchacha y de un muchacho a quienes nadie se acercaba en la misma escuela por la homofobia reinante. Al muchacho lo conozco muy bien. Nada ha cambiado. En estos días han vuelto a llevar a la cárcel a los homosexuales. La UMAP no quedó atrás. Tú que eres médico ¿desconoces la encarcelación de los pacientes que poseían el síndrome de inmunodeficiencia en las clínicas de Cuba? ¿Desconoces que se culpó a los homosexuales y jamás se habló de las cepas del virus traídas desde África por los soldados cubanos? Eso se llama mentir, ocultar, tergiversar. Y qué de la situación de vida o muerte a que han llevado a nuestros ciudadanos, que prefieren morir una y otra vez en el Estrecho de la Florida, que continuar haciéndolo por inanición y falta de libertades en Cuba. Es muy triste todo esto. Confieso que me dolió el epíteto que me endilgaste en Francia, a mí que soy el más pacífico de los hombres, cuando te pregunté por la suerte de Raúl Rivero. A mí me da pena que ustedes digan una cosa y hagan otra. No sé si pena, o vergüenza, de que haya cubanos como tú, tan inmersos en la única voz del régimen, que no ven o no hayan querido ver (por no sé qué oscuros intereses) el derrumbe total y definitivo del comunismo mundial y el fracaso del castrismo en Cuba. ¿O es que les molestan nuestros triunfos? ¿Les molesta que nosotros, a pesar de ser exiliados, ganemos un prestigio fuera de la tierra que amamos y por la que sufrimos? José Martí, Gertrudis Gómez de Avellaneda, José María Heredia, entre nuestras más grandes figuras, sufrieron del exilio, escribieron las más famosas y reconocidas de sus obras en el exilio, y ahora son parte indisoluble de la cultura de la Isla. También pasará con nosotros si nuestra obra es de valor y así lo amerita. En el fondo, son ustedes lo que tienen miedo. En Poitiers me sugeriste que no tuviera miedo de hablar. También recuerdo que te comenté que yo era un hombre libre, que no sentía miedo ni tenía por qué experimentarlo. Eras tú César López, el que sentías pánico de hablar con un cubano como tú, con un médico como tú, con un oriental como tú, con un escritor como tú, con la única diferencia de que yo soy un hombre libre y tú no, y de seguro te han prohibido, como nos lo prohibían a quienes marchábamos al extranjero, hablar con los ciudadanos de los países donde trabajábamos. Y ya se sabe lo que el opresor dice de nosotros. Me imagino que te molestó mi presencia, la cual hizo que te percataras de lo abominable de tu condición: un hombre que encubre a un déspota y que lo defiende, como tú aquella tarde, cuando te negaste a hablar mal de él ante mis preguntas. Seguramente te sentiste muy mal al verme por los pasillos de la Universidad de Poitiers representando a una institución cultural estadounidense cuando pudiera estar poniendo en alto la bandera de Cuba. Ese momento llegará. Nadie, ni la UNEAC completa, podrá evitar que nos lean en Cuba, ni que, en su momento, regresemos, porque eso es negar la historia. ¡Qué triste que sigas apoyando los métodos carcelarios de tortura, de represión y apartheid que ha impuesto el sistema fascisto-comunista y su máximo títere! ¿Cómo es posible que aplaudan las ideas de un ególatra tirano? ¿Pero es que no pueden pensar por cuenta propia? ¿O es que no poseen la valentía de seres como el poeta Raúl Rivero o el médico Oscar Elías Biscet o de mujeres como Martha Beatriz Roque, por sólo mencionar tres héroes de un bloque cada vez más enorme de dignos ciudadanos cubanos que perdieron el miedo? ¡Qué triste! Por fortuna queda poco. Todo se derrumba. Sí, César López, todo se derrumba, y el desgobierno comunista de Castro también. El castrismo ocupará su lugar (como el fascismo) en la inmundicia de la historia. Y un futuro de amor, de justicia y de esperanza nos unirá a todos. Atrás quedará esta política de ustedes de querer separar a los miembros de un mismo cuerpo, porque en esta anatomía que es Cuba, todos somos parte de ella: somos sus ojos, su corazón roto, sus manos, sus dedos. Sus hijos, César López. Cuba es de todos. Y todos, tenemos el mismo derecho. Mi aspiración como psiquiatra, como escritor cubano, como el más simple de los seres humanos, como exiliado, es que mañana podamos abrazarnos y que tu literatura, si vale, la mía, si vale, y las de otros, si conforman una obra de arte, se lean para el bienestar y el desarrollo de nuestra nación. Entonces, sólo entonces, se le podrá llamar culta a Cuba, cuando sea ella quien escoja qué quiere leer y cuando no les impongan a nuestros compatriotas qué leer y qué no, como hace en estos momentos un déspota. Mientras, no será un pueblo culto. No puede serlo. ¿Cómo llamarlo ahora, cuando desconocen la mitad de la cultura no sólo cubana, que somos nosotros, sino también la universal? Eso sólo cabe en los delirios del autócrata a quien, por desgracia, o ceguera, o pánico, ustedes siguen aplaudiendo.

(Carta abierta al escritor cubano César López. Publicado en la red, agosto 2004)

Tuesday, December 13, 2016

Félix Luis Viera vs. Francisco López Sacha

CKA -Literatura cubana de fin de siglo, periodización del ensayista y narrador cubano, residente en Cuba, Francisco López Sacha… me llama la atención que te haya omitido. ¿Por el mismo patrón de censura que marginó en su momento a los poetas Heberto Padilla y Lezama Lima, entre muchos otros? ¿Qué piensas al respecto?

FLV -Ah, ya ese texto tiene unos cuantos años. No sé dónde se publicó originalmente. En su momento, varias personas, que al parecer lo tomaron de internet, me lo enviaron y me hacían la misma pregunta que tú ahora. Por aquí lo tengo impreso. Mira, a las periodizaciones y ensayos de Francisco López Sacha no hay que hacerles mucho caso. A veces hay ligereza en sus posiciones; poca profundidad, quiero decir. En no pocas ocasiones, según he visto, refríe sus textos anteriores, cambia, adiciona, resta, sin exponer un argumento sólido. Cuando leemos la periodización que nos ocupa, observamos que va hacia atrás y adelante y salpica con ejemplos que ya da por paradigmas y sigue por otra vía, en lo que se refiere a contenido digamos. Como, asimismo, el tono es de una prepotencia sublime, "de esto es así y para siempre"; es decir, si le hiciéramos caso, no hay duda: el camarada Sacha es Árbitro Supremo de la literatura cubana, o al menos de la de Fin de Siglo –un fin de siglo como de 50 años–. Pero creo que ya pocos son los que recuerdan este intento catequizador. Lo peor de todo es que cuando el camarada Sacha escribió y dio a la luz este texto, aún era presidente de la Asociación de Escritores de la UNEAC, lo cual le daba un viso oficialista a lo escrito. O, al menos, algunas personas así lo tomaron. Tamaña hazaña se propuso López Sacha: meterle a los tres géneros –poesía, cuento, novela– y afirmar lo que estaba bien –y, por omisión, lo que estaba mal– rotunda y definitivamente, para siempre, para siempre: la biblia de la literatura cubana del fin del siglo XX ha sido escrita, la escribió el camarada Sacha, nada más que hacer; no hay otra opción: el tono del escrito no lo permite. Yo creo que todos los que cita o incluye o enaltece en su texto, lo merecen, unos más y otros menos digamos. Si no "toca" mi obra en ninguno de los tres géneros, sus razones tendrá; lo que sí creo imperdonable es que omita a otros, casualmente residentes fuera de Cuba (algunos ya fallecidos), no sé si por ignorancia, por convicción, o por… No sé.

CKA -Eso no hay que analizarlo mucho, sabemos perfectamente la política cultural de la Isla, y también los cánones establecidos, muy bien asimilados por la intelectualidad, ya sabes que allí normalmente hay que seguir una metodología, mediatizada con el poder si quieres sobrevivir. Pero en este caso, ¿piensas que este señor siente algo así como una especie de inquina personal hacia ti, quizás celos porque has logrado escribir lo que a él le ha sido imposible, o sucede que a estas alturas le resultas molesto al gobierno de La Habana y han decidido censurarte?

FLV -No, al contrario, creo que Francisco López Sacha me tiene cariño. Es decir, si le preguntan, pienso que responderá que siente cariño por mí, un viejo cariño; no hay razón para que sienta inquina para conmigo por razones personales o profesionales; no sé si en el caso de la política, algún resentimiento, que no merezco. Esto último no lo puedo asegurar. Por otra parte, él ha escrito una obra cuentística muy importante. Yo no sería capaz de omitirlo si relacionara a los cuentistas destacados de la década de 1980.
   En el texto que nos ocupa, el camarada Sacha incluye a algunos autores residentes en el extranjero, pero es imperdonable que excluya, por ejemplo, a Luis Manuel García Méndez, Osvaldo Navarro, Carlos Victoria, Andrés Jorge o Sindo Pacheco. Esto nadie lo entendería. De nuevo: ¿amnesia?, ¿mala fe?, ¿mala leche? No sé. Pero estos olvidos hacen que su periodización quede invalidada.
   Otros ensayistas, a quienes considero más metódicos, más serios, menos venales que el camarada Sacha, han citado mi obra en sus textos. Claro, nada de esto, ni lo que suena a favor, ni lo que suena en contra, debe alterarte en algún sentido: el asunto es escribir y adelante. La vida dirá. Yo, de mí, no voy a hablar; quien quiera, que lea lo que humildemente he escrito y lo que, con verdadera imparcialidad, algunos han dicho sobre ello.
   Pero mira, te decía que Francisco López Sacha a veces resulta muy raro. Hace ya tiempo escribió un ensayo en la revista Literatura Cubana donde ponderaba positivamente mi libro de cuentos Las llamas en el cielo y desechaba En el nombre del hijo, del mismo género; ambos aparecidos en 1983. En el nombre del hijo había recibido el Premio de la Crítica de ese año, pero al camarada Sacha le parecía superior Las llamas en el cielo (voy a omitir los elogios que entonces y luego tuvo para este libro), de modo que su reacción contra el primero (¿o contra el jurado que lo premiara?) fue irracional. Afirmaba en el ensayo aludido que la deficiencia fundamental de En el nombre del hijo era la huella tan palmaria de Luis Felipe Rodríguez. Ésta era una de sus clásicas improvisaciones. Nada, ni remotamente, tenía que ver mi libro con la obra del autor con la cual lo comparaba. Daba risa. "Se volvió loco", me comentó alguien que leyó el ensayo. Luego, el camarada Sacha, en una exposición oral, se retractó.
   Otra de sus extrañezas. López Sacha ha demostrado ser un excelente cuentista. Sin embargo, al parecer se apasionó tanto con un cuento de Miguel Mejides, Mi prima Amanda, que lo llevó a escribir una especie de paráfrasis de esta narración que, la verdad, como muchos afirman, no hay nada más parecido a un inocente plagio.

CKA -De plagios está sobregirado el camino de la Literatura y el Arte, recuerdo el escándalo que hubo en Europa por El Jardinero y la Muerte, de Pieter van Eyck, que en realidad era un cuento breve de Borges, y éste a su vez lo había tomado de Cocteau, y al final resultó que su verdadero origen se encontraba en la Persia del siglo XIII. Como ese existen cientos de casos. ¿Lo más probable sea que el señor Sacha se haya inspirado en esa larga trayectoria de plagios históricos?

FLV- No, no lo creo, porque los plagios que mencionas son material para detectives. Y eso tan parecido al plagio que llevó a cabo el camarada Sacha, fue algo inocente, a la luz del día, sin ocultamiento; un plagio –si al fin lo es, para lo cual habría que buscar consenso– inconsciente, llevado por el amor, digamos.
   Ya que seguimos tocando el Tema Francisco López Sacha, quisiera decir algo que sí me ha dolido. Voces amigas, y de toda confianza, me hicieron llegar la detracción que, junto con otros elementos de la intelectualidad cubana de "adentro" –éstos sí oportunistas y en alguna medida "oficialistoides" a conveniencia, a cambio de migajas– llevó a cabo el camarada Sacha de mi novela Un ciervo herido. No quiero decir que la novela sea una genialidad, sólo que, desde su silla en la presidencia de la Asociación de Escritores de la Uneac, sonaba sospechoso que él diera opiniones despiadadamente negativas sobre una novela de las que llaman contestatarias, pues ya sabemos de qué trata Un ciervo herido.
Pero total, ya estamos en el socialismo del siglo XXI y, al final de éste, nadie se acordará de Sacha ni de mí ni de los que omite ni de los que menciona, ensalza o denigra. De nada. Somos unos pobres tipos y un manojo de cuartillas entrampados en el infinito.

(Conversación con un ciervo, entrevista por C. K. Aldrey.  La Peregrina Magazine,  diciembre 2008)

Monday, December 12, 2016

Amir Valle vs. Miguel Barnet (2)

Reinaldo Arenas, en su autobiografía novelada Antes que anochezca, llamó Miguel Barniz a quien, según declaraciones que hizo a sus amigos, consideraba “el más cínico de los escribidores cubanos”. Lo llamaba así, “escribidor” porque, haciendo gala de su fino humor: “los escritores, escriben; y los escribidores, perpetran”.
   La perfecta definición de Arenas: Miguel Barniz, ha estado presente en las casuales lecturas que he hecho en los últimos dos años sobre la proyección internacional de, en palabras de un muy reconocido escritor cubano, también Premio Nacional de Literatura, esa “vieja dama indigna, que ha metido sus uñitas afiladas en cuanto chisme, brete, enredo y jugada sucia contra otros escritores ha existido en la historia cultural cubana de los últimos treinta años”.  Y tuve que reírme entonces.  Como reímos ante aquella frase genial Jesús David Curbelo, Guillermo Vidal, Alberto Garrandés y Alberto Garrido, allí, en una de las presentaciones de La Gaceta de Cuba en la Sala Martínez Villena de la UNEAC. Pensé, era una conclusión bastante lógica, que aquellas palabras de uno de los intelectuales contra quienes la intolerancia se cebó en ese eufemismo llamado “período gris de la cultura” respondían a las normales guerritas que existían desde el Caso Padilla entre los más ilustres miembros de esa promoción.
   Un encuentro en vivo con el barniz de Barnet, una entrevista y una noticia después me obligan a darle la razón a Reinaldo Arenas, a ese otro viejo escritor que no menciono pero seguro muchos adivinan, y me obliga también a violar una de las normas que me he establecido: “aunque te revienten las venas, jamás hagas una crítica personal a otro escritor cubano”, me he repetido muchas veces cuando la tentación me ha rodeado.
   Hace dos años, en el Instituto Cervantes de Berlín, asistí a un conversatorio donde admiré más la ética a prueba de balas del cineasta Fernando Pérez, la profundidad analítica de Lichy Diego, que hicieron virutas las palabras intolerantes y superficiales de Barnet. Recuerdo que, saltando desde el público, un cubano lo llamó asesino porque su nombre aparecía en el listado de quienes habían firmado el apoyo a la condena a muerte de los tres cubanos que habían sido procesados en juicio sumario y fusilados en Cuba, en el año 2003. Entre otras superficialidades cínicas, ese día Barnet confesó al público que lo que más  le importaba de Cuba era estar con sus doce perros Chau Chau (conservo la grabación, por cierto). Lo dijo sonriendo, satisfecho, cínico. Y en ese preciso instante recordé a mis vecinos de Centro Habana y, especialmente, al poeta Pedro Oscar Godínez (uno de los más genuinos poetas cubanos de hoy) que estoy seguro quisiera tener la posibilidad de disfrutar un solo día del modo de vida de uno de esos Chau Chau, pero tiene que conformarse (o podrirse de tristeza) en su casucha miserable en pleno centro de la capital. No le importaba tampoco a Barnet la desesperación y la vida en la miseria de cientos de miles de cubanos; desesperación y miseria que le achacó solamente al bloqueo yanqui y no a esos otros bloqueos del gobierno cubano de los que hablaron, cada uno desde sus perspectivas, Fernando y Lichy. Le importaban más a Barnet los lujos que les da a sus perros. Y no sé porqué extraña asociación vinieron a mi mente las palabras de un discurso de ese político que rigió nuestras vidas hasta su enfermedad y retiro (por cierto, un ídolo para Barnet), cuando criticó duramente al capitalismo diciendo que mientras muchos no tenían qué comer en el Tercer Mundo, en los países ricos se vendían millones de toneladas de comidas para perros y otras mascotas.  
   Ese paraíso del cual escaparon Reinaldo Arenas, Guillermo Cabrera Infante, Antonio Benítez Rojo, Heberto Padilla, Lino Novás Calvo, Severo Sarduy, Gastón Baquero,  Eugenio Florit, Carlos Victoria, o más recientemente los muy jóvenes Juan Francisco Pulido, Michael H. Miranda y Ashley Mármol, por sólo mencionar algunos de los más de mil artistas y escritores que se han visto obligados a salir de Cuba, fue descrito con todos sus barnices falsarios por Miguel Barnet en una entrevista concedida a Edmundo García para una radio de Miami. Lo pedestre de sus respuestas, la mentira esgrimida como argumento, la intolerancia encubierta bajo un traje falso de mansa oveja me hizo recordar a otro escritor, también Premio Nacional de Literatura, que en su casa frente al mar un día me dijo: “igual que en la fábula del burro, ése tocó la flauta de milagro una vez con su libro Cimarrón, como lo demuestra el resto de su obra. El mérito que nadie jamás podrá negarle es su exquisito oportunismo”. Si existe ese paraíso en la isla, ¿por qué el único pensamiento de la inmensa mayoría de los cubanos es emigrar como lo demuestran incluso las encuestas hechas por el gobierno de Raúl Castro recientemente?, ¿por qué Cuba tiene más del 20 por ciento de su población viviendo en el exilio?
   Finalmente, el exilio cubano se conmueve ante una muestra descomunal de una mentira que se convierte, en las actuales circunstancias de la isla, en un cinismo sin precedentes. No hay otra palabra.
   “Todos los cubanos viajan. Sólo los presos no pueden hacerlo”, ha dicho Miguel Barnet en Panamá. Que lo diga el escribidor no cuenta. Pero ahora es, además de escribidor, un alto funcionario de la cultura: Presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Y es justo esto lo que me permite éticamente violar la regla de no escribir contra otro escritor: supuestamente, ya que aún Cuba no me ha expulsado de las filas de la UNEAC, Miguel Barnet es mi Presidente. Y en defensa de lo que considero una ofensa cínica contra mis colegas escritores y artistas en la isla, y contra el pueblo al que pertenezco, debo preguntar: ¿La doctora Hilda Molina o la joven periodista Yoani Sánchez no son cubanas? Menciono sólo los dos casos más notables de cubanos a quienes se les ha impedido visitar a su familia en Argentina o salir a recoger un premio a Europa, respectivamente. ¿Acaso las autoridades cubanas no tienen retenidos en Cuba a miles de familiares de cubanos que han decidido exiliarse? (El caso conocido más reciente es el hijo de dos cantantes muy queridos: Maggie Carlés y Luis Nodal, que acaba de reunirse con ellos en Miami luego de 20 AÑOS). ¿Acaso no se condiciona la salida del país, que puede ser (y ha sido miles de veces) denegada a quienes no pueden presentar los absurdos permisos de sus ministerios que, por cierto, pueden demorar hasta años en ser concedidos? ¿Acaso no se les prohíbe a profesionales de la salud, militares y algunos otros trabajadores de algunos sectores, salir del país si antes no han dejado de trabajar en esos sectores al menos cinco años?  Pero, aún si fuera cierto lo que dice, si sólo los presos no viajaran, se trataría de una prohibición descomunal si tenemos en cuenta que Cuba posee una de las poblaciones penales más grande de todo el mundo, calculada según diversas fuentes entre los 60 y los 100 mil prisioneros.
   Miguel Barnet sabe que miente. Y es una vergüenza.  Pero es hora de que entienda que no puede ir mintiendo por todas partes. ¿O es que, en realidad, él representa a un gobierno que ha vivido ya cincuenta años en la mentira y el cinismo y por eso se siente libre de mentir? ¿A quién representa Barnet?: ¿a ese gobierno intolerante que convierte en enemigo y cataloga de “mercenario” a cualquiera que piense distinto, o a los miembros de la UNEAC que, estoy seguro, al escuchar frases como esa: “Todos los cubanos viajan. Sólo los presos no pueden hacerlo”, pensarán, aunque sea para sus adentros, que su Presidente ha dicho una bochornosa y refutable mentira?  Hay una sola palabra, repito, que define su postura ante la realidad social que vive nuestro país: cinismo. ¡Cuánta razón tenías, Reinaldo Arenas!

(Miguel Barnet o Elogio del cinismo. Revista Otro Lunes, febrero 2009)