Ah, pero Martí, como un Paul
McCartney empeñado en cruzar descalzo la cebra de Abbey Road, nos llevó
precisamente por ese largo y tortuoso sendero, hacia el destino de mierda que
señala con su dedo de mármol desde el pedestal del parque. Si quisiéramos
denostarlo realmente, lo llamaríamos “Mármolo”.
Porque Martí es, positivamente, el autor intelectual de cada desastre
ocurrido en Cuba desde el 59, el culpable de todas nuestras desgracias, desde
las Escuelas al Campo hasta la Batalla de Ideas. Martí es el escritor fantasma
del vademécum totalitario y de cada uno de sus acápites, hasta llegar al
capítulo culminante, que es ya el punto y aparte.
I’m with stupid, debería estar escrito en el pedrusco de Fidel, con una flecha que
apuntara al mausoleo martiano. I’m with stupid, debió ser el aviso enorme en la
pechera de un pulóver hecho a la medida del Martí de la Raspadura. Porque toda
estupidez cubana es martiana.
Querámoslo o no, admitámoslo o no, Martí y Fidel son un dúo, como Clara
y Mario, o Pototo y Filomeno. Por eso, cuando Roberto Smith le sale el paso a
la película, en realidad está defendiendo el legado de Manchae’ Plátano, y no
el de Ginebrita (hubo insultos peores lanzados contra Mármolo).
Porque lo que verdaderamente está en juego es la versión revisionista
del mojón martiano. No son “los símbolos patrios”, en plural mayestático, los
que peligran, sino el símbolo único, el que superó y pulverizó a todos los
otros, incluido Martí, hasta el punto de que la sola mención de “Cuba” provoca
en los extranjeros la respuesta automática “¡Castro!”.
(‘i’m with stupid!’: martí habla de su rol en “quiero hacer una
película”. Blog N.D.D.V., marzo 2018)