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Friday, June 8, 2018

Carlos Olivares Baró sobre “La transparencia del tiempo”, de Leonardo Padura

Hay muchos seguidores de las andanzas de este detective habanero (“Mario Conde es una metáfora, no un policía”, ha precisado su creador, Leonardo Padura) que tanto le debe a Raymond Chandler-Philip Marlowe (El Largo adiós), quien ahora regresa en una fábula en que se empalman episodios de los bajos fondos de La Habana, la compraventa de objetos artísticos y circunstancias históricas de España y la Cataluña gótica. Mismo talante del leitmotiv de Herejes: un pequeño lienzo de Rembrandt, Mario Conde, La Habana de 2007, Ámsterdam y los ambientes judíos del siglo XVII.
   Proyecciones temporales-espaciales en mudanzas entre el presente (La Habana, Conde, Bobby Roque, Flaco Carlo, Yoyi el Palomo, Tamara, 17 de diciembre: Día de San Lázaro, 8 de septiembre: día de la Virgen de la Caridad del Cobre…), y el pasado (Guerra Civil española, tráfico de objetos artísticos, Cataluña, Antoni Barral…). ¿Tributo, homenaje a Dashiell Hammet-Sam Spade y El halcón Maltés (1930)? Son muchas las coincidencias. El Halcón Maltés: estatuilla con silueta de ave rapaz empotrada de piedras preciosas que los miembros de la Orden de Malta dispensaron al soberano Carlos V en 1530 en pago por la isla. San Francisco, California, un grupo de maleantes sigue frenéticamente las huellas de la joya del siglo XVI.
   Virgen negra robada a Bobby Roque: la escultura llegó a Cuba traída por el abuelo de éste, quien huye de la Guerra Civil española. Pieza de una ermita ubicada en los Pirineos de Cataluña. / Sam Spade/Mario Conde. Leonardo Padura/Dashiell Hammet. San Francisco/La Habana. Halcón Maltes/Virgen Negra. La trama se redunda. Mario Conde no tiene el hechizo, el carisma ni el plante que lo caracterizan en Herejes Máscaras. La Habana arruinada por el tiempo. La ciudad deshecha y un Mario Conde con fricciones ideológicas con el régimen (Padura no escarba en las motivaciones de tales roces). La novia-amante de Conde (“Le costaba trabajo concentrarse teniendo frente a sí la desnudez traslúcida de Tamara”). ¿Un personaje desilusionado?: en realidad, este ‘policía-metáfora’, como lo define el novelista de Mantilla, nunca ha convencido del todo. ¿Quién es en realidad Mario Conde? Sus gestos ambiguos no permiten definirlo cabalmente.
   Después de leer La transparencia del tiempo (¡440 páginas!) el lector se queda con una sensación de cansancio: ¿era necesario remontarse a los vericuetos históricos de los orígenes de la estatua de la Virgen negra? (Antoni Barral, 1472; Antoni Barral, 1314-1308…).
   De momento acude la tentación de saltar páginas para llegar a los capítulos de esa Habana de 2014 alucinante, sugerente, sensual, imprudente, bulliciosa, abandonada, sucia, derruida (“En cada ocasión que recorría las calles del centro de La Habana, cada vez más degrada por la pobreza y el abandono histórico, Conde se empeñaba en encontrar bajo las capas de suciedad, años y precariedades de todas las especie y géneros, los posibles, o imposibles, encantos sobrevivientes de una zona de la ciudad que floreció cuando las viejas murallas coloniales fueron incapaces de contener el crecimiento de una villa potente y pretenciosa”). Un Padura por momentos incitador y provocativo y, asimismo, un relator, a veces, de pasajes en aristas abrumantes y ampulosas.

(Mario Conde reaparece en un viaje en el tiempo y la historia de La Habana. Cubaencuentro, marzo 2018)

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