Hay muchos seguidores de las
andanzas de este detective habanero (“Mario Conde es una metáfora,
no un policía”, ha precisado su creador, Leonardo Padura) que tanto le debe a
Raymond Chandler-Philip Marlowe (El Largo adiós), quien ahora regresa en una fábula en
que se empalman episodios de los bajos fondos de La Habana, la compraventa de
objetos artísticos y circunstancias históricas de España y la Cataluña gótica.
Mismo talante del leitmotiv de Herejes: un pequeño lienzo de
Rembrandt, Mario Conde, La Habana de 2007, Ámsterdam y los ambientes judíos del
siglo XVII.
Proyecciones temporales-espaciales en mudanzas entre el presente (La
Habana, Conde, Bobby Roque, Flaco Carlo, Yoyi el Palomo, Tamara, 17 de
diciembre: Día de San Lázaro, 8 de septiembre: día de la Virgen de la Caridad
del Cobre…), y el pasado (Guerra Civil española, tráfico de objetos artísticos,
Cataluña, Antoni Barral…). ¿Tributo, homenaje a Dashiell Hammet-Sam Spade
y El halcón
Maltés (1930)? Son muchas las coincidencias. El Halcón
Maltés: estatuilla con silueta de ave rapaz empotrada de piedras preciosas que
los miembros de la Orden de Malta dispensaron al soberano Carlos
V en 1530 en pago por la isla. San Francisco, California, un grupo de
maleantes sigue frenéticamente las huellas de la joya del siglo XVI.
Virgen negra robada a Bobby Roque: la escultura llegó a Cuba traída por
el abuelo de éste, quien huye de la Guerra Civil española. Pieza de una ermita
ubicada en los Pirineos de Cataluña. / Sam Spade/Mario Conde. Leonardo
Padura/Dashiell Hammet. San Francisco/La Habana. Halcón Maltes/Virgen Negra. La
trama se redunda. Mario Conde no tiene el hechizo, el carisma ni el plante que
lo caracterizan en Herejes y Máscaras. La Habana arruinada por el tiempo. La ciudad
deshecha y un Mario Conde con fricciones ideológicas con el régimen (Padura no
escarba en las motivaciones de tales roces). La novia-amante de Conde (“Le
costaba trabajo concentrarse teniendo frente a sí la desnudez traslúcida de
Tamara”). ¿Un personaje desilusionado?: en realidad, este ‘policía-metáfora’,
como lo define el novelista de Mantilla, nunca ha convencido del todo. ¿Quién
es en realidad Mario Conde? Sus gestos ambiguos no permiten definirlo
cabalmente.
Después de leer La transparencia del tiempo (¡440 páginas!) el
lector se queda con una sensación de cansancio: ¿era necesario remontarse a los vericuetos
históricos de los orígenes de la estatua de la Virgen negra? (Antoni Barral,
1472; Antoni Barral, 1314-1308…).
De momento acude la tentación de saltar páginas para llegar a los
capítulos de esa Habana de 2014 alucinante, sugerente, sensual, imprudente,
bulliciosa, abandonada, sucia, derruida (“En cada ocasión que recorría las
calles del centro de La Habana, cada vez más degrada por la pobreza y el
abandono histórico, Conde se empeñaba en encontrar bajo las capas de suciedad,
años y precariedades de todas las especie y géneros, los posibles, o
imposibles, encantos sobrevivientes de una zona de la ciudad que floreció
cuando las viejas murallas coloniales fueron incapaces de contener el crecimiento
de una villa potente y pretenciosa”). Un Padura por momentos incitador y
provocativo y, asimismo, un relator, a veces, de pasajes en aristas abrumantes
y ampulosas.
(Mario Conde reaparece en un viaje en el tiempo y la historia de La
Habana. Cubaencuentro, marzo 2018)
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