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Friday, June 29, 2018

Manuel Sosa y sus 99 estigmas de la literatura cubana (selección: del 10 al 1)

10=La degeneración de la décima como género independiente, y su subproducto: los decimistas. “Hay una mano caníbal/desaletrando mi halago/(Ciudad de papel -Cartago/rota otra vez) pobre Aníbal/Hay una mano caníbal/y autófaga -Qué Escipión/en paños menores -¿Son/torpes ecos del rey Prusias/de Bitinia? Qué de argucias/Dido –qué desolación”.

9=La agenda teleológica insular de Cynthio Citier a partir de Lo cubano en la poesía,  desterrando a la Avellaneda por su peninsularidad, y a Virgilio Piñera por exceso de antillanismo: “Trópico de inocencia pervertida, huit clos insular radicalmente agnóstico, tierra sin infierno ni paraíso, en el sitio de la cultura se entronizan los rituales mágicos, y en lugar del conocimiento, el acto sexual. Pero ni siquiera los valores de la carnalidad sobreviven, porque los copuladores son imágenes vacías, contornos de sombras. Retórica, pulpa, abundancia podrida, lepra del ser, caos sin virginidad, espantosa existencia sin esencia.”

8=La Guerra de los E-mails de 2007, que sirvió para demostrar que toda la represión cultural de las décadas anteriores provino únicamente de dos funcionarios.

7=El berrinche de José Rodríguez Feo con Lezama Lima y el fin de su financiamiento de Orígenes.

6=La publicación del panfleto Nuestra América, por José Martí, cúmulo de histeria verbal: “trincheras de ideas”, “los árboles se han de poner en fila”, “el gigante de las siete leguas”, “la hora del recuento, y de la marcha unida”, “sietemesinos”, “el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera”, “esos insectos dañinos”, “danzando y relamiéndose”, “vino de plátano”; y que remata con la imagen del Gran Semí, sentado en el lomo del cóndor regando la semilla de la América nueva.

5=Los dos siglos sin literatura (XVII, XVIII) antes de que alguien escribiese una oda a la piña.

4=El Coloquialismo, el Conversacionalismo, o lo que fuera: “Mujer,/tú no eres el comunismo,/pero te le pareces”.

3=El Caso Padilla, y la retractación pública del poeta: “Y yo inauguré –y esto es una triste prioridad–, yo inauguré el resentimiento, la amargura, el pesimismo, elementos todos que no son más que sinónimos de contrarrevolución en literatura…”

2=El ostracismo y la muerte oficial (“cerco de silencio”) de José Lezama Lima y Virgilio Piñera.

1=La Preceptiva ideológica, dictada por el Primer Ministro, en 1961: “Creo que esto es bien claro. ¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución ningún derecho. (APLAUSOS)”

(Retrato de crítico con espejo roto. Editorial Hypermedia, 2018)

Wednesday, June 27, 2018

Ibrahim Hernández Oramas vs. Duanel Díaz

En el primero de sus textos, ha usurpado las que hasta ahora parecían funciones exclusivas del aparato profesoral del Centro Onelio o del departamento ideológico del Comité Central: ha prescrito cómo deben leer lo jóvenes escritores, ha alertado a la nuevas generaciones de los peligros que encierra una lectura de Los años de Orígenes que no tome en cuenta lo poco oportuno, para el momento histórico, de lo que entiende en este libro como crítica de la tradición republicana (en gesto de suma condescendencia, ha exhortado a los posibles lectores apurados de este libro a la relectura atenta, a la rectificación). Preocupado por la correcta formación de las juventudes, ha hecho, con Los años de Orígenes, proselitismo negativo, crítica en situación.
   En relación con esta nueva lectura frívola, la de Juan Manuel Tabío, DD ha objetado pobreza documental, escasez de citas pertinentes. La suya, por el contrario, escalpelo en mano, ha preferido venir a ocuparse de la parte ensayística de Los años…, ha decidido intervenir, desmembrar, leer eso que llama, a falta de mejor definición, libro híbrido, en tanto documento histórico (lo demás le parece cosa confusa, inverificable, rasgo de estilo). De esta manera, ha emprendido una lectura donde la así llamada parte ensayística de Los años de orígenes se razona indiscriminadamente junto a algunos de los otros ensayos de LGV en pos de un propósito mayor: develar el constructo ideológico, la amenaza latente que subyace a esto que esos cantos laudatorios de la contracultura llaman con poco juicio “la poética de Lorenzo García Vega”. Apelando a distintos órdenes del despropósito, lee fuera de lugar tanto una frase de Los años de Orígenes como uno de sus capítulos: la primera la convierte en proclama, el segundo –“La opereta cubana en Julián del Casal”– le parece, ajeno a las sutilezas de la ordenación del material, ensayo llano. En la creencia de que la única lectura válida sobre un autor es la que este en apariencia modela sobre sí, se pregunta si la lectura de Tabío hará justicia a la letra y el espíritu de LGV.
   En el segundo de los textos, DD reincide en las críticas a Tabío y se permite responder a los nuevos comentaristas de su texto. Ante las acusaciones de ortodoxia, de talante exhortativo, arguye falta de poder, modestia de catedrático. En LGV, lo que era crítica a la República se convierte, además, en resentimiento sistémico. Le exige a sus nuevos críticos transpiración: la preeminencia de su lectura aspira sobre todo a ser preeminencia referencial, enarbola su superioridad arqueológica: ha visto lo que nadie ve porque puede citar lo que nadie cita.
   DD es un pintor de frescos. Sus trabajos se han dedicado con relativa buena fortuna a la historia de la ideas, a analizar el devenir de los períodos culturales. Para la historia de la literatura cubana, su obra tiene un sentido equivalente al que tendría, para la de la navegación, la de Sebastián de Ocampo: lo suyo es el mapeo, el dibujo de contornos, el rodeo. La literatura le interesa en tanto sustancia de constructo, materia de bojeo. Ahora, cuando ha querido añadir a sus intereses habituales –por otra parte, del todo legítimos– el de la crítica y el ensayo literarios, el resultado ha dejado mucho que desear. Su bojeo ideológico a la obra de LGV es el producto de una lectura literal, rudimentaria, de una parcialidad que asombra: leer la parte ensayística o la parte anecdótica de Los años de Orígenes no es leer Los años de Orígenes o, en todo caso, es leerlo con vocación instrumental. Tan preocupado por encontrar su nombre entrelíneas no se ha permitido meditar en la glosa y advertencia meridiana que enuncian los primeros párrafos del texto de Tabío. La suya es, en lo que al texto de Tabío se refiere, una lectura prevista y desmontada.
   En el transcurso de este intercambio, DD ha eludido algunos reparos echando mano a citas que no vienen al caso, ha ignorado soberanamente otros un tanto más difíciles de rebatir, ha querido convertir la discusión en torno al imperativo implícito en sus textos en asunto de más o menos poder real. (No importa, en este último punto, si la escritura de su texto esconde una voluntad comisarial: en tanto sólo comisario en potencia, la imposibilidad de corresponder a sus ideas con actos puntuales lo exime de cualquier responsabilidad. En DD, todo argumento se reviste de una literalidad que casi siempre alude a la sustancia de lo verificable.)
   Pero si un señalamiento le ha interrumpido el habla, ha logrado epatarlo, lo mantiene al borde de la apoplejía, es el que entiende sin rodeos a Los años de Orígenes como una novela. Lector literal donde los haya, aferrado al subtítulo que en la edición de Bajo la Luna del libro de LGV reza “ensayo autobiográfico”, DD ha decidido pensar este libro como un texto híbrido, más particularmente como la mezcla de dos componentes: el que tiene que ver con las ideas, con la articulación de varias tesis sobre la historia, la literatura o la psicología colectiva cubanas, y el que condensa con un sentido complementario el flujo de lo testimonial, el exemplum autobiográfico. Estos supuestos, claro está, se presentan revestidos de la corteza del estilo, del fraseo y los giros propios de LGV que acaso contagian al conjunto de una cierta peculiaridad accesoria.
   Sin miramientos, DD se ha propuesto descomponer Los años de Orígenes en verdades exclusivas y fragmentarias que adquieren mayor o menor importancia dentro de un interesado régimen valorativo. Lo que en este intercambio, por el contrario, Tabío ha llamado “la propia urdimbre del texto” no se equipara, en la escritura de LGV, a la apodíctica arbitraria de lo ensayístico, lo autobiográfico o, incluso, al cascarón del estilo. En su singularidad, Los años de Orígenes apunta una verdad que se sitúa un tanto más allá de esas verdades parciales: la particular verdad de lo fictivo.
   Juan José Saer, para diferenciar esta verdad de las que pretenden hacer pasar por ficciones el minucioso registro de los hechos –la aspiración a que lo novelable sostenga el reflejo sin vacilaciones de una certeza empírica– (Solzhenitsin, por ejemplo, a quien DD parece haber leído con detalle) o la farsa de lo imaginario (Eco), nos habla de una “forma especial de verdad” o, en otro sentido, de una “antropología especulativa”. Estos me parecen, si se nos permitiese una lectura ajena al supuesto espíritu y letra de LGV, subtítulos más adecuados para grabar sobre Los años de Orígenes.
   En una nota publicada hace ya algún tiempo en Diario de Cuba, he tratado de meditar sobre el lugar de Los años de Orígenes para quien, en la literatura cubana contemporánea, crea entender la escritura –la tradición– como problema. En comparación a Paradiso (o, si viene al caso, las novelas de Severo Sarduy), reivindicaba la fuerza dinámica de Los años…, la vigencia de su señorío en relación al desafío ético –y ahí hablaba, no podría ser de otra manera, en términos de ética de la escritura– que comporta hacer anclados al páramo de la así llamada “nuestra realidad” (formulaba, en estos términos, la que me parecía pregunta de primer orden para quien atisbase la tradición como dificultad y contienda: ¿cómo escribir después de Lorenzo García Vega?). Un desafío que, en lo que se refiere sobre todo a Los años de Orígenes, se sostiene, me parece aún, en la grandiosa indivisibilidad de su verdad fictiva.

(La verdad de la ficción. Rialta magazine, diciembre 2017)

Monday, June 25, 2018

Carlos Manuel Alvarez vs. Esteban Morales

No se le puede responder a Esteban Morales (o a la filípica que circula con su nombre), como no se ha podido ni se le va a poder responder nunca a ningún artículo que venga de la militancia gubernamental o sus alrededores, ni podría nadie con un mínimo de respeto por las ideas tomarse en serio los preocupados y ridículos debates por el futuro de Cuba que de tanto en tanto protagonizan en FB y en blogs de poca monta los distintos grupos iletrados que conforman la falsa izquierda nacional (de izquierda no tienen nada), desde los talibanes del patio hasta el exilio amistoso, pasando por los dizque alternativos, gramscianos del copia y pega, filósofos ilustres del wordpress. Es, cuando te mencionan, como si te arrastraran a una pocilga, como si tú estuvieras estudiando cálculo diferencial y viniera un pionero que multiplica con los dedos, con toda su aula detrás, un aula que, de más está decirlo, también multiplica con los dedos, a discutir de matemáticas. Para que tal cosa sucediese, para que pudiera yo tomarme alguna vez el tiempo de responder un ataque disfrazado de artículo como el que ha pergeñado Esteban Morales contra mí y contra mi oped del NYTes, tendría primero Morales que cruzarse de casualidad en su camino con alguna idea mínimamente aguda, algo que, después de tantos años de intento, evidentemente está fuera del rango de sus posibilidades. Y, más alarmante aún, tendría este señor que aprender un par de normas básicas de redacción. No volverse un estilista, que es pedirle demasiado, sino, simplemente, aprender a colocar los signos de puntuación, no poner comas delante de los verbos, controlar el uso desmedido y equivocado del gerundio, acentuar los pronombres interrogativos y no acentuar las conjunciones átonas. O sea, que si le pusiesen delante un examen elemental de Lengua Española, fuese al menos capaz de aprobarlo, y entonces sí, luego, dedicarse a defender a Cuba, o a lo que él entiende por tal. Esa triste enemistad con las palabras, con la gramática y la sintaxis, es algo que a edades tempranas todavía puede encontrar remedio, pero que, y aquí viene la mala noticia para el señor Morales, pasada la adultez ya no tiene solución.

(publicado en la red, mayo 2018)

Friday, June 22, 2018

Antonio José Ponte vs. Leonardo Padura (2)

En mi libro [Villa Marista en plata. Arte, política, nuevas tecnologías] hice notar la aparición de la figura del policía político, de la Seguridad del Estado, en la obra de algunos artistas. Era esperanzador ver cómo esos artistas incluían la vigilancia y la represión y la tortura en sus ecuaciones de las circunstancias cubanas.
   Hablaba allí de Carlos Garaicoa, de Eduardo del Llano, y de la pareja de artistas plásticos Yeny Casanueva y Alejandro González. Pero hoy puede comprobarse que la gran mayoría de los artistas y escritores, aun cuando historian la vida cotidiana en Cuba, siguen sin atreverse a mencionar ese factor. Leonardo Padura, por citar un ejemplo, alude a la Seguridad del Estado lo menos posible y, cuando lo hace, es para eximirla de responsabilidades y culpas. No solamente en sus novelas: en Regreso a Ítaca, la película de Laurent Cantet para la que él escribió el guion, la represora que empuja al protagonista al exilio pertenece, no a la Seguridad del Estado, sino al Ministerio de Cultura. Así se dice varias veces en la película: Ministerio de Cultura.
   Y cuando el protagonista tropieza en Madrid con esa funcionaria, que para entonces se ha exiliado, saca como conclusión que ya él puede regresar a Cuba y volver a vivir en su país. Porque el ataque que él sufrió en Cuba debió venir únicamente de ella, que ya no resulta un problema… Así que en la ecuación oportunista de Padura no es la Seguridad del Estado, sino el Ministerio de Cultura quien se encarga de vigilar y reprimir, y ni siquiera ese ministerio, sino una funcionaria tan hipócrita que ha terminado por exiliarse… Todo lo cual me lleva a pensar en lo extraño de que sea tomado por novelista policial un escritor de cuentos de hadas como Padura.

(Como Bartleby, el cuervo de Melville… Entrevista por Jorge Enrique Lage, Hypermedia Magazine, noviembre 2016)

Wednesday, June 20, 2018

Zoé Valdés vs. Orlando Luis Pardo Lazo

Entiendo que debe de ser muy tormentoso para una persona con tantas ambiciones acumuladas el haber empezado a escribir tarde inducido por las premuras de los segurosos castristas en Cagonia. Comprendo además que empezar a escribir con casi cincuenta años en las costillas, mientras todavía se estudia en una universidad norteamericana con todo pagado, sin trabajar como debiera ya trabajar con tantas canas en los huevos, seguramente es muy frustrante. También es frustrante que pese a los empujones de Yoani Sánchez, y los de Rosa María Payá, la otra mujer tablita de salvación a la que le dieron la orden de asirse para que no se hundiera él sino para que hundiera al MCL, y sus mediocres libros plagiados de los juegos de palabras de Guillermo Cabrera Infante, y sus intenciones de parecer un intelectual en los programas televisivos mayameros, es frustrante, repito, que pese a todo ese empuje de tantos politiqueros en Washington y un etcétera y demás bien largo, no venda ni un libro y sea un perfecto desconocido impulsado solamente por el cariz politiquero y mediocrón de sus oportunistas acciones vinculadas a la realidad cubana, al Cuba INC.
   Tanto a Rosa María Payá, su entrampada (ya no tanto) mujer, como a Ofelia Acevedo, su madre, las recibí en mi casa en París. A la primera le di mi cuarto y a la segunda le di el cuarto de mi hija. Yo me fui a dormir al sofá de la sala, con mucho gusto. A la hora de mencionar en una entrevista quién le había dado apoyo en París, la señora Rosa María Payá, en un periódico muy sospechoso del exilio, declaró que "una escritora muy conocida", sin mencionar mi nombre en ese diario que siempre me ha hecho la guerra por una sola cosa, porque su jefe de redacción me tendrá que agradecer eternamente que la primera vez que recibió una beca, la del Parlamento Mundial de Escritores, la recibió gracias a mi, renuncié a ella para cedérsela a él, y no gracias a su querida amigueta Reina María Rodríguez, la poetisa oficial del castrismo.
   A OLPL lo conocí también en París. Desde Islandia, donde estuvo becado durante un año, por el mismo Parlamento Mundial de Escritores, y desde donde según él resistía, con todo el peso del verbo 'resistir' desde los maravillosos parajes islandeses, me escribía a cada rato por Twitter, como he podido probar por este medio, y me suplicaba que nos encontráramos en París, en uno de sus viajes, invitado por la Alcaldía de París, cosa rara, después de que Raúl Castro fuera invitado y su séquito dejara sus huellas y sus instrucciones.
   Tras tanta insistencia de su parte vi a OLPL en París, fue él quien quiso conocerme y no a la inversa. Me 'invitó' a un café que fue más que un café, le di cita en el café Hugo de la Place de Vosges, uno de los más 'branchés' del momento. Hablamos, digo, hablé yo, él se quejó, no paró de quejarse, y por ahí lo calculé. Pagué yo. Y hasta el día de hoy. En aquel entonces pude comprobar mis sospechas y no tuve que apartarme, porque yo vivo apartada, sólo decliné, por usar el mejor verbo. No quise cortarle el agua y la luz para observar hasta dónde llegaba. Y llegó todavía más lejos que meterse en la cama de la hija de un opositor verdadero asesinado, hizo uno de sus juegos maléficos y malabarispatético y soltó una de sus graciesitas en contra de Estados Unidos, y de alguna manera alabó el terrorismo perpetrado por Al Qaeda contra las Torres Gemelas, para enseguida recurvar y escribir un artículo extenso con la intención de mostrar que no había sido así como los pobres 'idiotas' que somos lo habíamos entendido, que él lo que había querido expresar era todo lo contrario a lo manifestado en el post original, entonces soltó horrores en contra de prestigiosos periodistas de Miami, e inclusive los acusó de lo que probablemente sea él, de agentes de la seguridad del Estado Cubano.
   Esa acusación de agente, sobre su persona, emergió a la palestra pública a través de varias personalidades de renombre del exilio que hoy callan, pero que aseguraban lo siguiente: "A Rosa María Payá le han sembrado a un seguroso en el mismísimo colchón". Pese a esas sospechas, este poetastro de baja estofa, este escritorzuelo inventado por Yoani Sánchez y su séquito que fue la que lanzó su primer librejo en La Cabaña, durante una Feria del Libro oficial castrista, para probar que la bichidisidencia 'light' desafiaba al régimen -¡a esta hora con ese recado!-, pese a ese Curriculum 'Mortae' y siendo ya un viejo con canas en el ojete, este mediocre sigue yendo por la vida de joven escritor cubano, de disidente, y de lo que es peor, de valiente e inmune, cuando no es más que un cobarde.
   Allá se daba la lengua con los hijitos de los criminales que vivieron como Carmelina, y se la sigue dando desde Radio Martí, donde hoy trabajan esos mismos hijitos de criminales, que para colmo también redactan o les redactan libros-desmemorias.
   Continuaré repitiendo lo que ya he dicho. Mi vida es un libro abierto. Todo está publicado. No me arrepiento de nada de lo escrito. A mi madre la saqué de Cuba en cuanto se lo permitieron, y no hice como hizo él con la suya, no la devolví a Cagonia a que se hacinara entre la mierda. Porque a mi madre, entre otras cosas, le hicieron cientos de mítines de repudio solamente por el mero hecho de que su hija editaba libros en contra del régimen.
   Aunque sí, por otro lado, me arrepiento de algo, de mi estúpida bondad, de haber recibido a toda esta chusma en mi casa, de haberles dado espacio en mi valioso templo, y de haberles regalado mi tiempo. No lo merecían ni lo merecen.

(Volver sobre lo trillado. Publicado en la red, febrero 2018)

Monday, June 18, 2018

Carlos Ferrera vs. los “martianos”

Sigue habiendo isleños del Caimán, más marianos que la Virgen, que caen en coma cuando, por ejemplo, se les mencionan pasajes escabrosos de la vida de José Martí. Se niegan a asumir la humanidad del Apóstol y enseguida les tiembla un párpado cuando leen algo que les produce interferencia en la vida prístina del cubano más excelso.
   En su estulticia, estos guardianes de la moral histórica creen que es mejor “no saber”, antes de asumir que Pepe era un hombre especial, pero imperfecto como todos los hombres, y que mostrarlo con sus defectos y miserias, no deteriora ni menoscaba su imagen de mártir patrio incuestionable, ni quita valor a su obra literaria, ni ensucia su legado humanista. Por el contrario, lo enseña como lo que fue; un mortal, y desenmascara la imagen perfecta -y en consecuencia, falsa-, que desde pequeños nos formaron de él.
   Es como poco estúpido pretender emular en todo a un señor del siglo XIX, por brillante que fuera su pensamiento. Entiendo que “ser martiano” significa comulgar con las ideas más nobles de José, un hombre indudablemente adelantado a su tiempo. Pero Pepe tenía otras costumbres y formas de ver la vida, propias del momento en que vivió, arraigadas en su moral, e imposibles de calcar al carbón por un hombre del siglo XXI. No son estas, manchas que empañaran su herencia inmensa e innegable; simplemente eran otras maneras de pensar, algunas de ellas con 100 años de atraso a día de hoy.
   Ni nosotros, ni la sociedad en que ahora vivimos, pueden ajustarse a muchos de los principios morales y éticos que tenía Martí. Poco (o nada) se habla por ejemplo, de su promiscuidad sexual inconfesable, su querencia calenturienta por las féminas, -aunque fueran de otros-, su persistente infidelidad a Carmen Zayas-Bazán, o su opinión machista y bastante misógina sobre el sufragio femenino y el papel de la mujer en la sociedad, totalmente atrasado y retrógrado, paternalista y complaciente con el sexo "débil". No adhiere a la mujer de hoy. También se pasa de puntillas sobre su amor a las niñas, como para evitar un cataclismo pederasta, cuando posiblemente ese amor fuera "limpio" y sincero. O no, ¿quién sabe? Pero dile eso a un martiano sanguíneo y pondrá lo ojos en blanco, o intentará sacarte los tuyos. Ni siquiera se prestan al debate, porque les duele.
   La palabra “apóstol”, ya de por sí maniquea y lastrada con un claro carácter religioso, me ralla, porque no me lo define, tergiversa su esencia verdadera, lo ubica en un lugar celestial, no humano, inalcanzable e imposible. Ni el propio Pepe se habría sentido a gusto con ese apelativo, creo yo.

(publicado en la red, abril 2018)

Friday, June 15, 2018

Amir Valle regaña a los escritores desvergonzados

Había jurado no volver a escribir sobre la desvergüenza intelectual de mis colegas escritores en la isla (y en el exilio). Y lo había jurado porque, mientras vivía en Cuba, supe lo que es el miedo al represor, me tuve que imponer a ese miedo y, como dijo recientemente el escritor Ángel Santiesteban en una entrevista, eso me condenó a vivir en un ostracismo que afectó mi salud, mi vida familiar, las relaciones con mis amigos (que cada vez fueron menos), pero curiosamente hizo crecer mi respeto por la coherencia y la libertad personal.
   ¿Quién eres, Amir Valle, para cuestionar que otros no puedan todavía zafarse de las cadenas del miedo con que los atenazan en Cuba?, me he repetido constantemente todos estos años de destierro forzado. ¿Quién soy yo para exigir a un colega en la isla que suelte la careta de la doble moral, si hacerlo podría costarle el alimento a su familia?
   Eso me contuvo. Pero hay desvergüenzas que le hacen a uno romper hasta los más empecinados juramentos.
   Ahora mismo, en Cuba, mis colegas Ileana Álvarez y Francis Sánchez son reprimidos en su derecho a viajar fuera de la isla y sus proyectos culturales son atacados por la cultura oficial. ¿Cuántos de esos colegas que se dicen sus amigos, sus “hermanos” han protestado contra ese atropello? Ahora mismo, a la joven escritora y activista Lía Villares se la reprime y se le impide viajar. ¿Cuántos de sus colegas de la llamada “Generación Cero”, que han recibido en los últimos años una enorme publicidad internacional como “contestatarios”, han levantado la voz contra esa violación? Hace apenas unos días, el escritor Ángel Santiesteban casi no pudo asistir al Festival Vista que organizó NeoClub Press en Bogotá, porque estaba “regulado”, que es la palabrita que han utilizado para quitarle a Ileana, a Lía, a Francis, su derecho a salir y entrar del país. En la isla tampoco nadie levantó la voz contra esa represalia y fue la impresionante condena internacional que se hizo en las redes sociales lo que empujó a la dictadura a “reflexionar” y dejar salir a Ángel. Y que conste, menciono sólo autores que son muy conocidos en la isla; colegas a los que nadie puede decir “no lo conozco, ¿cómo podría apoyarlo si es un desconocido?”.
   ¿Hasta cuándo, queridos colegas escritores de la isla, van a seguir callando antes estos atropellos a escritores que ustedes bien conocen por la calidad de su obra? ¿Hasta cuándo eludirán su responsabilidad ética los jefes de esas instituciones oficiales -que curiosamente en las redes sociales dicen ser amigos de estos escritores represaliados? ¿Hasta cuándo estos colegas tendrán que soportar los mensajitos enviados en secretos de “estamos contigo, pero sabes que no puedo hacer nada”, que le envían esos mismos desvergonzados que son incapaces de unirse por una vez para defenderse unos a otros de tanta coacción, que existe porque los represores saben que están muertos de miedo?
   Así no, colegas… la desvergüenza, aunque algunos lo nieguen, es al final también parte de esa obra literaria que pretenden ustedes legar a la Cultura Cubana.

(Así no, colegas… ó la desvergüenza. Blog A título personal, mayo 2018)

Wednesday, June 13, 2018

Oscar Cruz vs. el “delirio lezamiano”

Hay un poema breve en La Maestranza, titulado “Lezama / El pacto”, donde queda respondido esto de la relación Poesía-Imago-Historia. Solo decirte que Lezama es y será para siempre un gran maestro, solo que su sistema, tal y como lo planteó y desarrolló en su momento, no me interesa. En la isla existen fundamentalmente dos tipo de delirios: el “delirio Lezamiano” y el “Delirio Habanero”. El segundo es por supuesto, más divertido, más contemporáneo. Se presta más a la descarga. Cientos de cubanos lo prefieren. El primero, es el responsable de que se escriban en toneladas crecientes, tantos malos poemas. Lezama tiene un don importante, y es que anima a las personas a escribir malos poemas, es un estimulante tremendo. Estas personas que al escribir poemas enrevesados, atestados de asociaciones locas y de palabras museables, califican su trabajo como neobarroco y que —hago una aclaración—, nada tienen que ver con el Neobarroco de verdad, véase Severo, Perlonguer, Lamborghini et. al., deberían multarse entre ellos y hacerle una gran escultura al gordo, mínimo en platino, por toda la vida que les ha dado después de muerto. El santo padre los ha cobijado y cobijará de por vida y les servirá de resguardo ante los realismos y todo tipo de experimentación formal o de lenguaje.  En otras palabras, una bendición: Lezama.

(…)

en un panel sobre Lezama
los sabios comenzaron a decir sus naderías:
naderías sepias, naderías
rosas, naderías.
Lezama,
el más gordo que ha vivido
en Trocadero.
Lezama, el más grande que ha roncado
en Trocadero.
Lezama,
el eterno comelón de las perdices.
la obra del occiso
quedaba reducida a sus esfuerzos.
en un panel sobre Lezama
los sabios terminaron de decir sus naderías.
estábamos a siete, lo recuerdo.
las sillas de la sala eran grises.

(Reescribir la historia desde escenarios podridos, entrevista. Hypermedia Magazine, mayo 2016)

Monday, June 11, 2018

Ramón Fernández-Larrea sobre Alejo Carpentier

Pasemos por alto que fuera a un par de bembeses con puro espíritu científico, entre cartesiano y pasteurino. Su carácter se había templado allá lejos, y eso, ya de grandecito, no se arregla ni con prótesis. Resultó ser un observador despasionado, lúcido, como frígido. Una especie de Open the house tirando más para open the home. Quizá por ello cayó como Timba, en la trampa que trazó, como tarántula entusiasta, el jefe Guarapachango —el Guara—, siempre verdecito por fuera y luciferino por dentro, vegetal hidropónico, que crece y se hincha con su propia agua. Se hechizó usted con Guarapachango, su energía —los desórdenes mentales son así— y su densidad tropológica. Es posible que adivinara en el personaje la honda influencia del francés Derrida, porque el Guara ha vivido decontruyendo.
   Eso me asombra de usted, acostumbrado hasta entonces a fluir, a saltar, a atravesar grupos y fronteras. Se pasmó con un gobierno cuya principal leña de identidad era repartir parejo, con sus héroes y tumbas, donde sobresalía aquel médico argentino que curaba la gripe fusilando a los pacientes, y a quien no le hacían mucha gracia los intelectuales cubanos del modelo suyo. Pienso que el imán no era tal, sino que venía cantado, como fatal profecía, por aquel viejo refrán que menciona la calle que daba como natal: "Guarda pan pa' mayo, y Maloja pa' tu caballo". Así rodó bajo el equino.
   Mas, cuando se olió el curso de los acometimientos, sacó una mano y pidió botella estatal, y no paró hasta la Ciudad Luz nuevamente, enfundado ya en crudo dril gubernamental. Croissant con guarapo. Allí la chaúcha no faltaría por culpa de Pato Macho, a pesar de que, según un menestro actual, la cosa mejora en el país donde ya no está: "se alcanza un consumo de nutrientes estimado de unos 3.305 kilocalorías y 85,5 gramos de proteínas diarias… por encima de las normas mínimas de la FAO". Para adivino, Dios. No esperó a eso, que a veces es bolo y FAO, pero a las mallas, que inca muchísimo.
   Pasemos también eso por alto —yo, me bajo—, que ya han hablado en su centenario de que toda su obra parecía construida gracias a su desmesurado apetito. Intelectual, por supuesto. Demos agua a consagraciones y primaveras, y a otros recursos de meticulosos métodos —y de paso me perdonará que yo siempre le dije a una obra suya "El herpe me asombra"—.
   Corramos también un tupido pelo sobre ciertas racanerías, y la erre arrastrada, que pudo ser también implante, creación arquitectónica personal, o una patología conocida como dislalia orgánica. Con un par de décadas en Santiago de Cuba, o de los Caballeros, se habría corregido. El defecto digo. Pero Alejo, el deslumbre con Guarapachango… uf, está oscuro y sigue oliendo a queso. Y no a Camembert precisamente.
   Máxime cuando ya le habían preguntado, unos metros antes de irse en la corriente del Orinoco total, lo siguiente: "¿Cómo explica usted el hecho de que la América Latina haya producido tantos dictadores?", y sin que le temblara la tenue maloja respondió: "Simplemente: la Amégrica Latina es un continente que se encamina implacablemente hacia las forgmas sociales más avanzadas, hacia el socialismo". Eso sí era real, pero nada tenía de maravilloso.
   Y mire qué barroco se había vuelto: tenía a uno de ellos, ejemplar espléndido, pegado al sobaco. No me extraña que el mismo Guarapachango, agradecido, lo hiciera patrimonio ahora. Es una pura y simple operación militar, como si hubiera nacionalizado otra bodega. Una de lujo, repleta de vinos franceses.

(Carta a Alejo Carpentier. Publicada en Cubaencuentro)

Friday, June 8, 2018

Carlos Olivares Baró sobre “La transparencia del tiempo”, de Leonardo Padura

Hay muchos seguidores de las andanzas de este detective habanero (“Mario Conde es una metáfora, no un policía”, ha precisado su creador, Leonardo Padura) que tanto le debe a Raymond Chandler-Philip Marlowe (El Largo adiós), quien ahora regresa en una fábula en que se empalman episodios de los bajos fondos de La Habana, la compraventa de objetos artísticos y circunstancias históricas de España y la Cataluña gótica. Mismo talante del leitmotiv de Herejes: un pequeño lienzo de Rembrandt, Mario Conde, La Habana de 2007, Ámsterdam y los ambientes judíos del siglo XVII.
   Proyecciones temporales-espaciales en mudanzas entre el presente (La Habana, Conde, Bobby Roque, Flaco Carlo, Yoyi el Palomo, Tamara, 17 de diciembre: Día de San Lázaro, 8 de septiembre: día de la Virgen de la Caridad del Cobre…), y el pasado (Guerra Civil española, tráfico de objetos artísticos, Cataluña, Antoni Barral…). ¿Tributo, homenaje a Dashiell Hammet-Sam Spade y El halcón Maltés (1930)? Son muchas las coincidencias. El Halcón Maltés: estatuilla con silueta de ave rapaz empotrada de piedras preciosas que los miembros de la Orden de Malta dispensaron al soberano Carlos V en 1530 en pago por la isla. San Francisco, California, un grupo de maleantes sigue frenéticamente las huellas de la joya del siglo XVI.
   Virgen negra robada a Bobby Roque: la escultura llegó a Cuba traída por el abuelo de éste, quien huye de la Guerra Civil española. Pieza de una ermita ubicada en los Pirineos de Cataluña. / Sam Spade/Mario Conde. Leonardo Padura/Dashiell Hammet. San Francisco/La Habana. Halcón Maltes/Virgen Negra. La trama se redunda. Mario Conde no tiene el hechizo, el carisma ni el plante que lo caracterizan en Herejes Máscaras. La Habana arruinada por el tiempo. La ciudad deshecha y un Mario Conde con fricciones ideológicas con el régimen (Padura no escarba en las motivaciones de tales roces). La novia-amante de Conde (“Le costaba trabajo concentrarse teniendo frente a sí la desnudez traslúcida de Tamara”). ¿Un personaje desilusionado?: en realidad, este ‘policía-metáfora’, como lo define el novelista de Mantilla, nunca ha convencido del todo. ¿Quién es en realidad Mario Conde? Sus gestos ambiguos no permiten definirlo cabalmente.
   Después de leer La transparencia del tiempo (¡440 páginas!) el lector se queda con una sensación de cansancio: ¿era necesario remontarse a los vericuetos históricos de los orígenes de la estatua de la Virgen negra? (Antoni Barral, 1472; Antoni Barral, 1314-1308…).
   De momento acude la tentación de saltar páginas para llegar a los capítulos de esa Habana de 2014 alucinante, sugerente, sensual, imprudente, bulliciosa, abandonada, sucia, derruida (“En cada ocasión que recorría las calles del centro de La Habana, cada vez más degrada por la pobreza y el abandono histórico, Conde se empeñaba en encontrar bajo las capas de suciedad, años y precariedades de todas las especie y géneros, los posibles, o imposibles, encantos sobrevivientes de una zona de la ciudad que floreció cuando las viejas murallas coloniales fueron incapaces de contener el crecimiento de una villa potente y pretenciosa”). Un Padura por momentos incitador y provocativo y, asimismo, un relator, a veces, de pasajes en aristas abrumantes y ampulosas.

(Mario Conde reaparece en un viaje en el tiempo y la historia de La Habana. Cubaencuentro, marzo 2018)

Wednesday, June 6, 2018

Antonio José Ponte vs. Alberto Garrandés (2)

En sus memorias, Garrandés menciona 1998 como el año en que renunció a su jefatura en la editorial Letras Cubanas. Ecured y Wikipedia declaran todavía más lentas sus reacciones, y fijan la fecha de su salida un año después, en 1999. En cualquier caso, tuvieron que pasar meses, uno o dos años, para que él se decidiera a actúar. “Los días pasaron y mi compromiso contra la censura se acentuó”, escribe épicamente.
   No fue expulsado. Su renuncia, cuando al final la decidió, fue discreta y sin reclamaciones. De haberse atrevido a tratar el tema en carta de despedida a sus superiores, ya estaría preciándose de ello. No hubo ningún gesto suyo ejemplarizante. Se marchó de allí, no con la indignación de intelectual que ahora imposta, sino como cualquier empleado en busca de mejores condiciones. Él ha prometido ya contar su reencarnación como bibliotecario en el Centro Cultural de España de La Habana…
   Poco después de abandonar Letras Cubanas, llegó a establecerse como columnista fijo de La Jiribilla. No colaborador esporádico, sino columnista fijo. ¿Qué lección valedera pudo sacar de sus años de editor salpicado por la censura —en la versión de los hechos que más lo favorece—, cuando luego abre tenderete en una publicación que tilda de mercenarios y otras lindezas a escritores y artistas, apela a detalles de la vida privada como hizo contra Raúl Rivero o publica un retrato de Rafael Rojas con los ojos inyectados en sangre y, por sobre todo, niega a los que calumnia y difama el derecho a réplica?
   Su paso por el Instituto de Literatura y Lingüística no le valió a Alberto Garrandés para entender qué ambiente iba a encontrarse dentro del Instituto Cubano del Libro. Lo sucedido en el Instituto Cubano del Libro no consiguió disuadirlo de gozar de una columna fija en La Jiribilla, y ninguna de estas peripecias le impedirían aceptar —en 2005, según Ecured— la Distinción por la Cultura Nacional, otorgada por el ministerio que antes lo introdujera en la prohibición de literatura.
   Es difícil suponer que lo hubieran premiado, tan solo ocho años después, en caso de protestar contra sus superiores del Palacio del Segundo Cabo. Si acaso las autoridades lo distinguían, era por la docilidad mostrada.
   Hay un momento de una entrevista de 2008 de Iroel Sánchez, entonces presidente del Instituto Cubano del Libro, en el cual Garrandés es mencionado a propósito de la censura. Edmundo García, antiguo presentador del programa televisivo “De la Gran Escena” y más tarde anticastrista y luego castrista radial en Miami, entrevista al comisario político. Le pregunta si es cierto que Guillermo Cabrera Infante se negó a publicar en Cuba.
   “¿Es cierto que hay una edición de antologías de cuentos [sic] donde Guillermo se niega y pone su nombre pero al negarse se dejan las páginas en blanco?”, averigua.
   A lo que el entrevistado contesta: “Alberto Garrandés preparó esa antología”.
   No menciona el título, pero añade: “Yo no recuerdo la cantidad de páginas en blanco pero tiene una nota que lo explica…”.
   Iroel Sánchez no parece completamente al tanto de las páginas en blanco, aunque sí de la existencia de una nota explicatoria. Esa nota —por no hablar de las hipotéticas páginas en blanco— demuestra la capacidad de Alberto Garrandés para desplegar en  público, para hacer explícita, la tensión entre autores e instituciones.
   Mediante esa nota dejó en claro su propósito de incluir al cuentista Cabrera Infante, que se negaba. A partir de ahí, la editorial, el instituto y él quedaban a salvo de cualquier acusación de censura que se les hiciera.
   Lamentablemente no tengo conmigo un ejemplar de dicha antología (supongo que se trate de Aire de luz. Cuentos cubanos del siglo XX, publicada en 1999), porque estoy preguntándome si la nota de Garrandés incluye alguna referencia a la prohibición gubernamental dictada durante décadas contra Cabrera Infante. Apuesto a que no.
   En caso de existir dentro de esa antología, las páginas en blanco mencionadas en la entrevista van más allá de la necesaria aclaración editorial, hasta monumentalizar la no-censura. Teatralizarían una nueva permisividad, constituirían el escenario donde por esa vez no iba a producirse la tragedia. Ese blanco serviría de recordatorio de la responsabilidad del escritor exiliado en negar su obra a los lectores en Cuba.
   Todo esto da la medida de cuán capaz de rendir cuentas públicas sobre la censura puede mostrarse Alberto Garrandés, siempre que el episodio no vaya en contra del oficialismo. Capaz de emplazar a Cabrera Infante hasta el punto de satisfacer a un sujeto como Iroel Sánchez, todavía dos décadas después diluye la explicación pública que le debe a Atilio Caballero y que se debe a sí mismo, aun cuando su vergüenza de intelectual no le alcance para entender esto último.
   Véase, por el contrario, cómo habla sobre aquella novela censurada bajo su mando: “Y fue censurada… al menos por uno o dos años, hasta que la propia editorial la publicó”. La censura tiene, para él, un al menos. Todo es cuestión de tiempo, como bien debieron haber comprendido los narradores Cabrera Infante y Caballero. En realidad, parece sugerir, la censura no es más que dilación. No desesperar, no desesperar, que a la larga todo queda resuelto…
   En las memorias de alguien como Alberto Garrandés, los hechos pierden aristas y se afelpan. El narcisismo es cursi, ñoño, y un treintiañero puede achicarse hasta volverse un aprendiz. Algo semejante procuró Abel Prieto con su última novela, tal como observé al reseñarla. Hay en la escritura de ambos igual intento de restarle conflictividad al pasado reciente, el mismo aniñamiento para quitarse de encima responsabilidades.
   En Garrandés no se trata únicamente de la disparidad entre lo hecho y lo rememorado, sino también entre lo que alcanza a leer y lo que afirma haber leído. Únicamente así puede citar a Brodski sin dejar de engordar una columna fija en La Jiribilla, o prohibir un libro en nombre de una dictadura comunista y pretender tomar partido por Ajmátova frente a Stalin.
   A esta trivialización de autores habría que añadir su anticuada comprensión del hecho literario. Cita al Brodski que apela al derecho de la literatura a meterse en los asuntos de la política y el poder pero, apenas se siente amenazado por unas objeciones, niega a la literatura cualquier posibilidad que no sea la de las bellas letras. Entonces se refugia en la composición de libros, contrapuesta a todo aquello que pueda brindar una “espuria notoriedad”. Descalifica así algo esencial de la literatura desde fines del siglo antepasado: el activismo público. Y en esto viene a coincidir con los comisarios que en Cuba animan a escritores y artistas a ocuparse únicamente de las bellas letras y las bellas artes.
   A mí, por el contrario, me resulta difícil pensar que hago obra literaria solamente cuando escribo libros. Estas líneas son también parte de una obra literaria. De ninguna manera creo perder el tiempo en ellas, como supone el Garrandés antigualla. Pues no se trata de cuestión de tiempo, sino de espacio. Del espacio literario, y de un espacio literario como el cubano,  en el que se mueven, en antagonías y negociaciones y acuerdos tácitos, escritores y comisarios políticos, y escritores que son comisarios.
   Yo apuesto y he apostado por una mayor limpidez de ese espacio, si bien comprendo que esto tenga que resultar insoportable a un oportunista como Garrandés, necesitado de confusión para seguir medrando.

(Garrandés, confusión para medrar. Hypermedia Magazine. Agosto 2017)

Monday, June 4, 2018

Duanel Díaz vs. Lorenzo García Vega (y Juan Manuel Tabío, Ibrahim Hernández Oramas y Waldo Pérez Cino)

Yo carezco de poder, de influencias. No pertenezco a ningún cenáculo o grupo, no soy catedrático de una universidad de élite. Voy, en este caso, contra lo que parece ser el criterio mayoritario, que tiende a celebrar sin reservas Los años de Orígenes. Ocurre, además, que tanto “La persistencia del origenismo” como “Los años de Orígenes: visión y ceguera” son reacciones, a Kaleidoscopio, donde Arcos arremete directamente contra mi lectura del libro de García Vega, y al prólogo de Tabío, que sin nombrarme la deslegitima. La polémica, en ambos casos, no la he empezado yo, aunque ciertamente me ha servido para abundar en aquellas ideas que publiqué primero en Límites del origenismo. Gracias a los detractores de mi crítica a Los años de Orígenes, he ido profundizando en ella, pero todo estaba ya ahí, en ese libro de hace más de una década, así que los que ahora se sorprenden por lo que ven como un brote de dogmatismo no parecen estar muy al tanto de la bibliografía en torno a Los años de Orígenes. Alegar ahora que esta lectura mía equivale a pedir que el libro sea puesto en una lista negra, o que su autor deba ser expulsado de futuros diccionarios de la literatura cubana, mueve a risa. P.M. fue censurado; yo critico Los años de Orígenes –para ser exactos, una parte de este libro híbrido, la que tiene que ver con cierta idea de la literatura cubana, y de lo cubano. Llamo la atención sobre el fundamento marxista de “La opereta cubana de Julián del Casal”. Cito otros ensayos de García Vega, menos conocidos que Los años de Orígenes. Trato de encontrar el sentido que hay detrás de esa retahíla de noes que conforman su visión de la tradición cubana.
   Mis nuevos críticos, en cambio, no sudan. Apenas citan a García Vega. No aportan nada nuevo a la discusión. No se toman el trabajo de refutar mis argumentos. Les basta con deslegitimar mi crítica in toto, tachándola de crimen de lesa literatura. Ibrahim Hernández Oramas califica Los años de Orígenes de novela; no hay más que hablar. La literatura es la literatura es la literatura… Según Waldo Pérez Cino, mi lectura reproduce, aunque sea con signo contrario, ese tipo de crítica centrada en el discurso que padecimos durante décadas. Se diría que, para Pérez Cino, los años noventa y los años cero no existieron. Estamos aún en 1993, reivindicando la autonomía de la literatura frente a comisarios que nos tachan de formalistas y existencialistas… Es el mismo falso argumento que esgrimía Leonardo Padura en una entrevista con la revista Consenso en 2005, al afirmar: “el principal cambio que hace mi generación en la literatura de los 80 es precisamente sacar la ortodoxia política de la literatura, por eso no tiene mucho sentido que volvamos a meterla.” Esa sacralización de lo literario, que en nuestro contexto resulta cuanto menos ingenua, es justo la nueva ortodoxia a la que me refería al final de mi réplica a Tabío.
   Sé que no los voy a convencer. Pero hago mía aquella frase de Beckett que García Vega cita en Son gotas del autismo visual: “Vuelve a fracasar; fracasa mejor”. Sigan ellos en la posición cómoda, ociosa, del señor; defendiendo una literatura que está más que a salvo, que nadie ha amenazado. Vuelvo yo a la faena, a ensuciarme las manos. Un trabajo que no equivale, claro está, a subestimar la obra literaria de García Vega, su narrativa, su poesía y los libros híbridos que escribió después. Aunque no es de mis escritores cubanos favoritos, lo considero un autor importante, y entiendo por qué se ha convertido en una referencia fundamental, casi una figura tutelar, para tantos escritores contemporáneos. Pero lo que me interesa es justamente ese otro García Vega que no tiene que ver en principio con la ficción, el diario o las memorias, y que sus admiradores y aun sus estudiosos han desapercibido bastante: el García Vega crítico de la literatura cubana.
   Sarduy escribió par de ensayos sobre Lezama, presentándose como su heredero. Cabrera Infante escribió semblanzas de los autores que admiraba (Novás Calvo, Piñera, Carlos Montenegro, Lydia Cabrera), y de otros que había llegado a detestar, como Guillén y Carpentier. Arenas escribió “La isla en peso con todas sus cucarachas”, uno de los mejores ensayos que se han hecho sobre Piñera, y “La cultura popular en la actual narrativa latinoamericana”, donde elogió a Sarduy y a Cabrera Infante, y llamó a Carpentier “gran turista francés”. Carpentier escribió el prólogo de El reino de este mundo, polemizando con los surrealistas franceses, no con otros escritores cubanos. Vitier criticó duramente La isla en peso, pero reconoció la grandeza de “Vida de Flora”. Gastón Baquero escribió ensayos elogiosos sobre Casal, sobre Mariano Brull, sobre Lydia Cabrera, sobre Florit.
   Muy distinto, casi único, es el caso de García Vega. Ningún otro escritor cubano ha sido tan poco generoso con los demás escritores cubanos como él. Una explicación sería ese resentimiento que algunos de sus detractores han señalado. Pero no me parece que ello dé cuenta cabal de la visión suya sobre la literatura cubana. García Vega podía estar resentido con Mañach, porque dijo “no entiendo” en Bohemia y fue injusto con los poetas de Orígenes; con Sarduy, porque fue el intermediario de la lectura formalista de Lezama que hizo el boom, la cual a sus ojos, los de García Vega, lo privaba a él de su condición de discípulo del Maestro; podía estar resentido con los de Lunes, porque debieron reconocerlo y en su lugar lo machacaron; podía estar resentido con Carlos Enríquez, porque una vez lo miró con odio en La Habana Vieja. Pero, ¿cómo podría él estar resentido con Enrique José Varona, con Miguel de Carrión, con Julián del Casal? Y las críticas a estos que aparecen en sus ensayos son muy semejantes a las críticas a aquellos. Los contemporáneos reciben el mismo tratamiento que los autores del pasado.
   No se trata, entonces, de habituales recelos de los escritores hacia otros escritores, de los desencuentros propios de la vida literaria. Verlos así, como anécdota, restándoles importancia, es perder de vista su carácter sistemático, y su tendencia a la generalización. Incluso cuando se dirige a sus bestias negras, Virgilio Piñera y Carlos Enríquez, la crítica de García Vega tiende siempre hacia lo más general. No es Casal, es los escritores de La Habana Elegante. No es Miguel de Carrión o José Antonio Ramos, es la primera generación republicana. No es Mañach o Carpentier, es la segunda generación republicana. No es Sarduy o Padilla, es la “generación del areíto verbal”. Si convenimos en que es sólo a partir de la década de 1880, cuando en revistas como La Habana Elegante y La Habana Literaria la literatura emerge como cosa estética, diferenciada de la política y la crítica de costumbres, que existe tradición literaria en Cuba, habrá que reconocer que, con la excepción de algunos escritores de la generación de los ochenta, los del grupo Diáspora(s), García Vega impugnó a todas las generaciones que conforman esa tradición. Cambian los autores, los géneros literarios y las generaciones; el reparo es siempre el mismo: no superaron su circunstancia, no llegaron a conjurar el reverso, no pudieron ir más allá de lo puramente verbal…
   Por variar un poco, voy a citar ahora “José Antonio Ramos en el ensayo”, publicado en la revista Exilio en 1971. Hay en Ramos, dice García Vega, “una extraña imposibilidad para agarrar la circunstancia” (p.113). Insiste: “quedaba aprisionado en los vicios que pretendía erradicar de su circunstancia, así como no había en los narradores cubanos de su generación un serio intento por penetrar en la situación que pretendían describir” (p.114). Remata: el caso de José Antonio Ramos es “ejemplificativo de las limitaciones y vicisitudes de nuestra literatura” (p.118) Leer por vez primera estas frases tiene un cierto efecto de déjà vu: las hemos encontrado en otros escritos de su autor. Pero este ensayo sobre José Antonio Ramos, seguramente escrito en Cuba cuando García Vega trabajaba en el Instituto de Literatura y Lingüística, contiene un pasaje muy significativo, que vale la pena citar completo: “Ramos individualista. Héroes nietzscheanos… No podemos zafarnos de la tentación de acudir a un texto: se trata de los estudios sobre Literatura popular de Gramsci, donde se nos dice: "De todos modos me parece que se puede afirmar que una gran parte de la sedicente “superhumanidad” nietzscheana tiene como único origen y modelo doctoral no a Zaratustra, sino a El Conde de Montecristo de A. Dumas".” (p.117)
   Esta crítica gramsciana de lo folletinesco parece ser una clave importante de Los años de Orígenes. En los Cuadernos de la cárcel leemos: “La novela de folletín sustituye (y favorece al mismo tiempo) el fantasear del hombre del pueblo, es un verdadero soñar con los ojos abiertos. Se puede ver lo que sostienen Freud y los psicoanalistas sobre el soñar con los ojos abiertos.” (Literatura y vida nacional, Lautaro, Buenos Aires, 1961, p.129) No es sólo, entonces, la idea del folletín de los años treinta, el romanticismo de los héroes comunistas como Martínez Villena, sino la idea de soñar con los ojos abiertos: eso, la crítica de eso, es fundamental en Los años de Orígenes. García Vega, a quien le interesaban los sueños con los ojos cerrados, lo propiamente onírico, arremete contra el ensueño característico del tipo de literatura popular que en Cuba tuvo su epítome en El derecho de nacer, pero que podría subyacer también, aunque no lo pareciera, en la “alta literatura”. Así como Gramsci desmitifica a muchos nietzscheanos, que en realidad estarían más influidos por Sue y Dumas que por Nietzsche, él desmitifica a Casal y a los origenistas como folletín culto, aunque no se trate en este caso del superhombre, sino de la “falsa grandeza venida a menos”, de la “mentira poética”, vista como equivalente del sentimentalismo compensatorio de la literatura popular, de ese tipo de mitos que las ficciones pulp manufacturan para consumo de las masas.
   “José Antonio Ramos en el ensayo” vuelve a situarnos, entonces, a García Vega en un marco de referencias marxista, el mismo que ya encontrábamos en “La opereta cubana de Julián del Casal”. Leídos juntos, el ensayo sobre Casal, el ensayo sobre Miguel de Carrión y el ensayo sobre José Antonio Ramos parecen esbozar un radicalísimo proyecto crítico que recuerda al que para la narrativa argentina llevara a cabo Viñas en Literatura y realidad política: “una lectura política de la literatura de nuestro país entendida como un texto único, corrido, donde la burguesía argentina habla”. (Literatura argentina y realidad política, Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1970, p.10) García Vega no era, desde luego, un marxista como Viñas, pero sí ofreció en estos ensayos críticos una idea de la literatura cubana como un texto continuo donde la pequeña burguesía cubana habla, o más bien fracasa en su intento de expresión. Fracasa por defecto o por exceso, pero siempre fracasa: no logra “agarrar la circunstancia”.
   ¿Qué hay detrás de este reparo sino la Revolución, entendida como la posibilidad –que no la garantía– de superar las “contradicciones” de la tradición literaria cubana? Es justo a comienzos de los sesenta que García Vega empieza a escribir ensayos; primero el prólogo a la Antología de la novela cubana y las notas que introducen los capítulos de novelas; luego “Miguel de Carrión en la metáfora”, publicado en 1961, “La opereta cubana de Julián del Casal”, escrito en ocasión del centenario del poeta en 1963, y finalmente “José Antonio Ramos en el ensayo”. Pero hay un cambio significativo, una solución de continuidad, entre el prólogo aquel y estos tres ensayos. Aunque termina con una larga cita de Sartre, el prólogo de la Antología es lezamiano: “sujeto metafórico”, “espacio contrapunteado”, “centro reminiscente”. En la línea de aquella crítica basada en el “razonamiento reminiscente” que preconizaba Lezama en su conferencia sobre Casal, García Vega ensaya “una manera de penetrar, por los momentos de indecisión, o de escaso relieve, que ha tenido nuestra literatura; salvando así, el dibujo que, a contrapelo de su insuficiencia, han trazado los que se han manifestado dentro de ella.” Intenta captar, a pesar de la pobreza o la escasez, “la tendencia o movimiento hacia una integración.” (Antología de la novela cubana, Dirección General de Cultura, Ministerio de Educación, La Habana, 1960, p.9)
   En los tres ensayos posteriores no se trata ya de hacerse una tradición a partir de fragmentos aprovechables, de llenar un vacío, sino de mirar de otro modo, exorcizar fantasmas, “liberarnos definitivamente de esas fuerzas oscuras que han tenido para nosotros el rostro de lo desvencijado y de lo roto” (“La opereta cubana de Julián del Casal”, Los años de Orígenes, Monte Ávila, 1979, p.58). Por lo que tuvo de radical novedad, de cosa intempestiva, la revolución de 1959 posibilitó a García Vega el distanciamiento, el shock necesario para tomar otra conciencia de la tradición, y verse a sí mismo desde fuera, al otro lado del espejo. Esa noción utópica de una literatura que pudiera agarrar la circunstancia y resolver las contradicciones, cortando de una buena vez el nudo gordiano, no se entiende sin el evento revolucionario, sin el horizonte abierto por el 59. Surge, como Pegaso de la sangre de Medusa, del radical cambio de circunstancia que fue la destrucción de la República.
   Si comparamos los tres ensayos en cuanto al grado de severidad en los reparos, de distanciamiento entre García Vega y el objeto de su crítica, quedaría primero el de Casal, luego el de Carrión, y por último el de Ramos. Pues bien, esta gradación coincide con el canon marxista, que percibía a José Antonio Ramos como una figura de transición desde un anarquismo y antimperialismo eclécticos, lastrado por influencias nietzscheanas, idealistas, al socialismo de inspiración marxista-leninista. García Vega reproduce, siempre con su peculiar estilo que nada tiene en común con la prosa funcional de los doctores marxistas, esta noción: “Pero ahí estaba el camino de Damasco por los últimos años de nuestro ensayista, así como su fe en los valores humanos de una nueva sociedad sin clases.”(p.122) De Casal dice que no hay nada aprovechable; de José Antonio Ramos dice, en cambio, que “conmueve esa humanidad que en él se muestra; esa humanidad que trata de vencer los fallos de su circunstancia con el pesado fondo de una tradición confusa y contradictoria.”(p.122)
   Porque Ramos, en sus últimos años, estuvo “a punto de comprender las palabras que hubieran podido borrar el confuso aparato de conceptos que la sombriedad de su circunstancia le había impuesto; las palabras que le hubieran dado, sin enquistamiento, la poesía de lo humano.”(p.122) Y García Vega concluye con una cita de la carta de San Pablo a los corintios, el célebre pasaje sobre lo imprescindible de la caridad. Este final recuerda, como el final de “La opereta cubana de Julián del Casal” donde llamaba a “conquistar la cristiana dignidad de la pobreza”, al Vitier contemporáneo, el de fines de los sesenta, que ya intenta una suerte de conciliación entre el marxismo y el cristianismo. Es justo la Revolución, la fe en la Revolución, ese huracán que habría venido a redimir una historia hecha de ruina, espejismos y folletín, lo que alienta la noción utópica de una literatura que pudiera captar la totalidad de lo humano.
   Al exiliarse, desencantado del régimen, esa utopía quedó atrás, el castrismo pasó a ser otro episodio más de la “churumbela onírica”, como antes lo había sido la revolución del 30 que entronizara a Batista. Sólo quedó la parte crítica, aquel no que había surgido de un sí. Los años de Orígenes vino a ser un nuevo capítulo de aquel proyecto de revisión radical de la literatura cubana, ya sin la esperanza de una sociedad sin clases, sin la odiosa pequeña burguesía, que lo había sustentado en los años sesenta. Luego el no se fue haciendo cada vez más retórico, previsible, caprichoso, en textos como “Entrevista con Lydia Cabrera” y “La carne de los héroes o en un jardín pasta René”. En este último ensayo reaparece así el reparo lanzado contra Casal, Miguel de Carrión y José Antonio Ramos: “Virgilio no llegó, pese a su Aire frío y, quizás por carecer de antecedentes, a revelar su circunstancia. Consecuencia de esto es que sólo llegara a ser el padre de una generación que se mantuvo en la superficie de un areíto verbal, pero aunque con ello estableció la posibilidad de que se pudieran obtener las piezas -texturas- que servirían para construir un paisaje, existió, y existe, el peligro de que esas piezas se vuelvan un apriori verbal.” (Collages de un notario, p.77)
   Hay aquí una noción fundamentalmente antiestética de la literatura, contraria a todo formalismo, a toda celebración del “placer del texto”. Para este García Vega (que acaso entre en contradicción con el autor de libros como Variaciones a como veredicto para sol de otras dudas y Erogando trizas donde gotas de lo vario pinto), los escritores deberían superar el mero juego de palabras, llegar a captar algo que está fuera del texto. Esta noción, que tenía sentido desde premisas marxistas, se vacía, convirtiéndose en una suerte de petición de principio, cuando no franco disparate, sin aquellas. Ojalá Rialta reedite también estos dos ensayos de la época de Escandalar, junto a “Miguel de Carrión en la metáfora” y “José Antonio Ramos en el ensayo”. Se vería mejor el dogmatismo que comparten, la insólita continuidad entre el García Vega revolucionario y el García Vega exiliado. Y cómo a su vituperio empedernido de la literatura cubana y de Cuba misma subyace, más que una crítica a fondo del castrismo, una imagen caricaturesca, retórica, de la República.

(La nueva ortodoxia, el marxismo, y la literatura cubana según García Vega. Publicado en la red, ref: incubadorista files, diciembre 2017)

Friday, June 1, 2018

Juan Abreu vs. Néstor Díaz de Villegas (2)

No pensaba decir nada más sobre el viaje turístico iniciático del poeta Villegas a Cuba. Pero. Su última crónica. A ver. Según Villegas, el resultado de cincuenta y siete años de dictadura y privaciones en Cuba es que los cubanos han alcanzado una especie de nirvana racial. Y de súbito, ¡epifanía!, Villegas descubre que él también pertenece a esa raza superior. “Ser cubano, como ser murciélago, es una experiencia intransferible, inmodificable, intraducible”. Dice Villegas, ya murciélago. ¡Aleluya! El lugar de nacimiento como arcadia y como piedra filosofal. Acto seguido, Villegas habla con dos seres que farfullan de esa forma ininteligible que caracteriza al Hombre Nuevo Cubano, y Villegas ¡San Lázaro bendito! descubre que aquel ulular simiesco (staccato, para Villegas) es en verdad un lenguaje superior ¡su amado lenguaje tribal! Ha regresado a la semilla, al luminoso corazón patrio y racial.
   Todo un poco nazi… ¿no? Pero deben ser cosas mías.
   Más tarde Villegas atraviesa la ruinosa pero imperial ciudad y llega a la casa de la ¿escritora? Wendy Guerra. Allí se encuentra con una editora catalana (¿de dónde si no?), con un “joven filósofo mexicano”, y con un periodista chileno que, por lo que dice, parece el clásico canalla que va a hozar en la tragedia ajena para sentirse importante. A este sujeto toda la miseria material y moral que lo rodea le parece edificante. Y para él la esclavitud que padecen los cubanos es apenas una “ muy alta restricción en la expresión intelectual”. Mientras el chileno parlotea, Villegas bebe su coñac y medita, y la catalana no se sabe qué hace, tal vez se ha encerrado en una habitación con su perra (una preciosa vizsla) y el joven filósofo mexicano. Todo esto, mientras la criada uniformada de Wendy Guerra sirve a los señores. ¿Le pagarán la seguridad social? Me pregunto, leyendo. Se la follará (sí, digo follará, y qué) el señorito (en este caso la señorita Guerra) como (dicen) hacían los señoritos de la corrupta república. Ya. Preguntas de mal gusto. Pero, ay, necesarias.

(Blog Emanaciones, agosto 2016)