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Thursday, April 30, 2020

Jorge Fernández Era vs. la Feria Internacional del Libro (2)


(…) No imaginan los lectores la vergüenza que sentí ayer al ver la Mesa Redonda y darme cuenta de que lo que asumí como Feria Internacional del Libro en el Complejo Morro-Cabaña era simplemente una suma trigonométrica de timbiriches de co(rey)midas, arte(in)sanías, (fe)afiches y otros demonios. La FILH se celebró en otro lugar y no me enteré. He aquí algunas de las cosas que se oyeron en Cubavisión entre siete y ocho. Son pruebas de mi infamia.
   «Crecimiento o estabilidad de la Feria». Lo de «estabilidad» debe referirse a los cimientos de la añeja fortaleza.
   «La Feria es un éxito cuando pasa totalmente inadvertida en los medios hostiles». Se infiere que el éxito de lo que hacemos depende de si lo mencionan o no nuestros enemigos. Es una excelente noticia, hay que tratar de que nunca se enteren.
   «Hubo unas mil quinientas acciones literarias». Yo conté mil cuatrocientas noventa y nueve. No sumo el libro que le censuraron (le restaron) a Alina Bárbara López Hernández, sobre lo cual nadie ha brindado una convincente respuesta (y debe darse una respuesta, ya no importa si convincente).
   «Algunos dijeron que la Feria se veía vacía respecto a otros años». Nótese qué fácil diluir la verdad en la conjetura.
   «Los extranjeros se asombran cuando ven libros con precios tan mínimos». Ese cuento lo oigo desde pequeño, ya es hora de que sea publicado.
   «El promedio de libros por visitante aumentó, y eso nos dice que los que fueron, fueron a buscar libros». Aquí los datos: 417 619 visitantes compraron 604 000 ejemplares (y 103 000 muslos de pollo). Yo adquirí nueve libros: ¿a quiénes les habré quitado el derecho a los suyos?
   «Es un hábito para las familias ir a pasar el tiempo [y a perderlo]. A veces van y no necesariamente entran en La Cabaña». En esto concuerdo.
   «Se ha ido limpiando de cosas no literarias el espacio de La Cabaña». ¡No jodas!
   Nada, que fue más fácil ver a un hermano de tu padre en La Cabaña engullendo un pollo chiflado que encontrar la novela «La cabaña del tío Tom», de Harriet Beecher Stowe (sobre el Tío Sam sí se publicó bastante). Hubo demasiadas ofertas con olor a choza, a cuarto de desahogo de cuanta mierda compramos a esa sociedad decadente que se llama capitalismo y que no queremos (eso decimos) para esos niños y jóvenes que las consumen con nuestra anuencia.
   Que alguien me diga, para no errar de nuevo, hacia dónde trasladaron el principal evento cultural cubano.

(La cabaña sin ton ni son, publicado en Facebook, febrero 2020)

Monday, April 27, 2020

Fermín Gabor vs. Luis Manuel Pérez Boitel (2)


Todavía no nos habíamos recuperado de que Luis Manuel Pérez Boitel fuera el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén de este año cuando nos llega la confirmación de que le han dado el Premio Amor Varadero.
   ¡Caballero, ¿hasta cúando?! ¡Tengan piedad y caminen pal fondo, que en el fondo hay espacio!
   Con alevosía y con reincidencia, Pérez Boitel ha ganado ese premio por tercera vez. Y eso que fue allí, en Varadero, donde El Benny encontró la paz.
   Pero, ahora, ¿qué paz podría haber en Varadero cuando la marea arroja por tercera vez sobre las blancas arenas al poeta boronilla de Remedios?
   Luis Manuel Pérez Boitel está que no deja nada para nadie. Hecho un Atila arrasante, y la hierba no vuelve a crecer en concurso al que él mande.
   Ya nos lo había avisado en uno de sus versos, que a él le parece bucólico descubrir al papirriqui que se esconde.
   Tan memorable verso pertenece a un poema escrito como si él fuera un poeta de la Generación Cero. El poema con el cual ha ganado el Premio Amor Varadero se intitula (ya habíamos dicho que la boronilla intitula y no titula) "Canción rusa para Delfín Prats".
   Pobre Delfín, acaba de caerle encima un chiforrober poético.
   Y en Varadero han tenido que empezar a sacar del agua a los bañistas extranjeros (no hay nacional que se respete en ella, a menos que sea de oficio salvavidas), porque el agua tiene demasiada turbulencia y resulta peligroso bañarse.

(Publicado en Facebook, febrero 2020)

Thursday, April 23, 2020

Guillermo Cabrera Infante vs. Nicolás Guillén (3)


Nicolás Guillén es un viejo ruiseñor de emperadores. Comenzó como censor de Prensa de Machado en 1932 y desde entonces no ha dejado de servir a todos los tiranos: con su pluma alegre: encomendó Stalin a la protección de sus dioses afrocubanos, regocijaba a Batista con cuentos verdes narrados en su voz congolesa en los años cuarenta, escribía para Aníbal Escalante y todavía compone letras de guarachas en loa a Fidel Castro. Esto último, sin embargo, no le impidió decirme, en el verano de 1965, en el patio de la Unión de Escritores, bajo un mango en flor, reaccionando a la denuncia que le hizo Fidel Castro en la Universidad cuando frente a los estudiantes lo llamó poeta haragán, acomodado y amigo de la dolce vita, me dijo sotto voce: «Chico, ¡este tipo es peor que Stalin! Porque Stalin se murió y lo enterraron, ¡pero éste nos va a enterrar a todos! Un día se para ahí en la Plaza Cívica y dice que yo soy un contrarrevolucionario, ¡y viene una turba a sacarme de mi casa!»

(Mea Cuba, Plaza y Janés, Madrid, 1992)

Monday, April 20, 2020

Alejandro González Acosta sobre Roberto Fernández Retamar


Retamar fue un hombre de certezas, sinceras o no, pero siempre rotundas. Como le dijo hace muchos años un cierto Re(c)(p)tor de la Universidad de La Habana a un pariente mío muy querido: “Entre la duda y la Revolución, me quedó con la Revolución”. Y por eso lo expulsó de la Universidad.
   Retamar actuó igual: nunca dudó en una disyuntiva similar. Fue monolítico en su fidelidad, sin titubeos ni vacilaciones, sin una mínima fisura, ni un escrúpulo de conciencia. Cuando tuvo que despedir a un antiguo y querido alumno suyo como Arturo Arango, quien ya se había convertido en amigo y cercano colaborador, lo hizo, “aunque con dolor de su alma”: lo sacó de la Revista Casa porque osó burlarse del mediocre Luis Sexto al adornar su cabeza con un risible y justo gorrito de payaso (el muy añorado Fermín Gabor no me dejará mentir), en un collage destinado a ilustrar la publicación. Dicen que ni lo quiso recibir a pesar de una larga y penosa antesala, y que le negó su real gracia sin siquiera escucharlo. Fue irremediablemente expulsado del paraíso casiano. Posiblemente, después de pasado un tiempo prudencial se hayan arreglado, aunque a “la Casa que es la casa de todos” como le gustaba decir, nunca regresó como funcionario. Fue desterrado a La Gaceta de Cuba, lo cual era una palmaria degradación escalafonaria, y hoy se presenta, entre otras cosas, como script doctor (por lo que he indagado, esto parece ser una combinación de corrector de guiones y ghost writer, pero con más categoría y supongo que mayor sueldo). Pero nada de eso le sirvió con Sexto ni Retamar: La Casa, como Moscú, no cree en lágrimas.
   Porque Retamar fue amigo de sus amigos… siempre y cuando no se apartaran (“desviaran”) del canon revolucionario. Ahí sí desconocía a cualquiera como Pedro a Jesús, tres veces antes de cantar el gallo… y hasta sin gallo.
   Roberto González Echeverría recuerda que al inocuo Severo Sarduy, por el solo hecho de negarse a regresar a Cuba y quedar en modo de mutismo en París, aprovechó para lanzarle varias puyas hirientes en su Calibán (años después autocalificado por él mismo con el propio crítico como “un montón de palabras más o menos airadas”, semejante al mea culpa de Galeano con Las venas abiertas…), que aludían con poco velada homofobia a su “mariposeo neobarthesiano” (en Cuba, se sabe, “mariposa”, “plumas” y “pájaro” son sinónimos de homosexual, como nos apunta RGE).
   Dijo Daniel Bell que “a todos los revolucionarios, tarde o temprano, les llega su Kronstadt”; pero a Retamar no. Nunca dudó, nunca vaciló, nunca tuvo ni la menor dubitación en apoyar decidida y muy combativamente cuanta medida tomara la “revolución” (es decir, su Mandamás Supremo). Fue un perfecto ejemplo de lo que en la Cuba de Castro es un concepto deontológico: la intransigencia revolucionaria, es decir, la miopía o ceguera voluntaria, contra toda lógica y razón, al servicio incondicional de lo que diga el omnímodo y uniquísimo partido. A Retamar no le llegó ni la Lanchita de Regla ni el Remolcador Trece de Marzo: él se quedó firmemente anclado y aferrado en el crucero Aurora y el yate Granma.
   Mientras un escritor o artista mordiera pacientemente el cordobán y acatara las órdenes “de arriba”, “como un escolar sencillo”, y no se metiera en problemas (por ejemplo, pensar y escribir creyéndose libre), ahí estaría él, con la absolutoria palmadita en el hombro, la voz suave y el abrazo protector. Pero si surgía una nube de duda ideológica, por tenue y vaporosa que fuera, si brotaba un gesto incontenible de una cierta rebeldía, aunque fuera muy modosita, o hasta un humor mal orientado e inoportuno (como el suceso del gorrito de Sexto), él se esfumaría, se desvanecería, se fugaría, “rápido y veloz como el celerípede Aquiles”, en un acto de magia escapista: una simbiosis criolla de Fumanchú con Houdini. De ahí el asombro de Lezama por aquel abrazo público, porque sabía que en caso de urgencia ni lo buscaran ni preguntaran por él, como dijo el gran poeta Emilio Ballagas (miembro del jurado que le otorgó el primer premio de su vida, convocado y sostenido económicamente por el gobierno de Batista):
   Si pregunta por mí, traza en el suelo una cruz de silencio y de ceniza sobre el impuro nombre que padezco.
   Si pregunta por mí, di que me he muerto y que me pudro bajo las hormigas…
   Pero debe recordarse que tampoco la vida política cubana resultó para él después de 1959 un valle de rojinegras rosas revolucionarias, y como no fue “monedita de oro”, despertó entre las filas de los viejos comunistas profundas pasiones adversas. Algunos de los más “combativos ñángaras” no le perdonaban su reciente pasado pequeño-burgués y católico. Esto, sumado con la velada amenaza expuesta por el Che Guevara sobre el “pecado original de los intelectuales cubanos”, que —en efecto— no habían hecho nada por la revolución, le hizo buscar prontamente un cobijo protector, que encontró en Haydée Santamaría, quien, a su vez, necesitaba alguien realmente pensante para regentar la empresa de inteligencia transnacional que le había vendido a Fidel Castro, en la forma de una institución llamada Casa de las Américas, ubicada, precisamente, donde antes estuvo el Instituto Cultural Benjamín Franklin de la Embajada de Estados Unidos, que fue desalojado para darle lugar a la flamante entidad revolucionaria.
   Corría un sordo murmullo por los pasillos de la antigua Escuela de Letras, comentando que Mirta Aguirre, la severa, ortodoxa y veterana luchadora comunista, no lo soportaba, a pesar de todos los esfuerzos que hizo Retamar por conquistarla. Lo masticaba, pero no lo tragaba: no le perdonaba, como le comentó a alguien muy cercano, que cuando en Cuba se combatía a Batista, él se fuera a Estados Unidos y Europa en 1955, con una beca oficial (ganada en un concurso presidido por el Ministro de Educación), para vivir “la dolce vita”. Y llegó a jurar (dicen) que mientras ella viviera él nunca ingresaría al Partido Comunista. Y así fue: una vez que murió el 8 de agosto de 1980, cuando se bañaba en Santa María del Mar con una amiga íntima, el paciente objeto de sus iras por fin recibió su anhelado carné rojo que lo certificaba como “comunista diplomado”.
   En realidad, siendo justos, Retamar usó del poder, pero no abusó demasiado de las formas externas del mismo, ni de aquello que el Zángano Mayor definió, con pleno y goloso conocimiento de causa, como “las mieles del poder”. Fue siempre un hombre austero, nada ostentoso, que vestía con sencillez y pulcritud, aunque disfrutaba de una natural distinción, y vivió toda la vida siempre en su misma casa —frente al agradable parquecito vedadense dedicado a Víctor Hugo— y no sé si ésta fue herencia por parte de su esposa Adelaida de Juan, proveniente de una familia pudiente, de origen hispano-belga. Con un porte elegante y dueño de una hermosa voz profunda, tenía una figura quijotesca que acentuaba su cuidada barba de madurez. No decía groserías ni palabrotas, al menos en público, y era de habla suave y persuasiva. En una de las notas necrológicas publicadas ahora en la Isla, la periodista delicadamente advirtió el detalle de su raída guayabera —quizás la única de su ropero— de desvaído color azul, ya casi blanca por tantas lavadas.
   El muy joven y talentoso escritor cubano Carlos Manuel Álvarez, autor de otra nota incisiva de un tono que para algunos será un poco ríspido (El País, Madrid, 28 de julio de 2019), lo recuerda con un retrato bastante decadente y casi decrépito, pero quizás lo conoció al parecer ya muy viejo y achacoso, cuando tenía cerca de 80 años, y no en su época de gloria mundana, que en verdad sí la tuvo.
   Como a todo poeta, la atrajo la gloria, ese intento astuto de algunos para vencer la muerte. Quizá por eso vio en Fidel Castro y Ernesto Guevara sus modelos de eternidad.
(…)
   A pesar de esto, el crítico comunista chileno Hernán Loyola calificó después como un “descarado” a Retamar, por aceptar en 2007 participar como jurado en el premio que lleva el nombre de Neruda. Pero tampoco el agraviado esperó para devolver el golpe en sus memorias Confieso que he vivido (título que otro aludido en ellas, Nicolás Guillén, acotó sabrosamente como Confieso que he bebido), donde se refirió a “la célebre y maligna carta de los escritores cubanos”, un “costal de injurias” y “malversaciones ideológicas”, “engrosado por firmas y más firmas que se pidieron con sospechosa espontaneidad”, por “los comisionados”, “muchos de ellos recién llegados al campo revolucionario”, “remunerados, justa o injustamente por el nuevo estado cubano”, erigidos en “profesores de las revoluciones” y en “dómines de las normas que deben regir a los escritores de izquierda”, redactada “con arrogancia, insolencia y halago”, poniendo “en duda, falsificando o calumniando” contra él, un comunista de solera y con blasones dorados en su preclara, incuestionable, refulgente y prístina ejecutoria revolucionaria:
   …No me toca a mí indagar los motivos de aquel arrebato: la falsedad política, las debilidades ideológicas, los resentimientos y envidias literarias, qué sé yo cuántas cosas determinaron esta batalla de tantos contra uno. Me contaron después que los entusiastas redactores, promotores y cazadores de firmas para la famosa carta, fueron los escritores Roberto Fernández Retamar, Edmundo Desnoes y Lisandro Otero. A Desnoes y a Otero no recuerdo haberlos leído nunca ni conocido personalmente. A Retamar sí. En La Habana y en París me persiguió asiduamente con su adulación. Me decía que había publicado incesantes prólogos y artículos laudatorios sobre mis obras. La verdad es que nunca lo consideré un valor, sino uno más entre los arribistas políticos y literarios de nuestra época.
   Ya dije antes que Retamar le obsequió a Neruda algunas de las más hermosas páginas exegéticas en la lengua, y el chileno en realidad fue bastante mezquino con el cubano: Pablo, que cuando le convino lo mismo le cantó a Fulgencio Batista (según comprobó documentalmente Enrico Mario Santí para muchos que lo negaban), entonces apoyado por el Partido Comunista Cubano, que a José Stalin (ya después de los Procesos de Moscú), y a Fidel Castro, llamó “sargento” a Retamar cuando entre las huestes comunistas Neruda sería todo un “mariscal de campo”; él, que traicionó y hasta golpeó a sus mujeres y abandonó a una hija con taras congénitas, a la que negó su manutención, fue un consumado cortesano y lucró con el poder como nunca llegó a serlo ni hacerlo el mismo Retamar, y quien sí supo sacar provecho material abundante de sus servicios poético-políticos… Neruda fue, aunque nos pese admitirlo, un sujeto realmente vil y miserable; y, sin embargo, también fue autor de poemas inmortales… Así es la poesía y así son los poetas: quizá debido a ello, por las dudas, Platón los desterró de su república.
   Retamar escribió algunos poemas hermosos de versos perdurables y mucha hojarasca de lo que él mismo llamó poesía circunstancial en su “circunstancia de la poesía”. Líneas como “con las mismas manos de acariciarte…”, “fechas que veremos arder…” “En su lugar la poesía…” no sólo las tengo presentes, sino las he empleado a veces como guiños cómplices de grato reconocimiento.
   Pero siendo tan talentoso y culto, es una pena que casi siempre le ganó la ideología: en él, la consigna prevaleció sobre la inteligencia. No fue “un cubano universalmente sencillo”, como dijo de él con gran generosidad Lezama Lima, sino todo lo contrario: complejo y contradictorio, dirían algunos; retorcido, afirmarían otros. Retamar acomodó su pensamiento a la práctica circundante y no al revés, y eso fue desde temprano: promovió el concepto de la “poética trascendentalista” y se arrimó a Heidegger, en La poesía contemporánea en Cuba (1927-1953), publicado en 1954 (y lo continuó en Idea de la estilística, de 1958). Sobre este concepto, Monseñor Ángel Gaztelu, “El Sacerdote de Orígenes”, me dijo muy divertido en alguna oportunidad: “¡Qué trascendentalismo ni qué nada! Eso es un invento de Bobby: hacíamos poesía existencial cristiana; nuestro referente inmediato era Jacques Maritain y los orígenes hay que buscarlos en San Agustín, Santo Tomás de Aquino, y en Pascal”.

(Roberto Fernández Retamar: el escritor demediado (II). Cubaencuentro, septiembre 2019)

Friday, April 17, 2020

Yoandy Cabrera vs. José Ramón Sánchez y Oscar Cruz


Malabaristas de la metáfora cuando se trata de hablar de sus genitales.

Aparentemente crudos y directos solo cuando se expresan en los límites de lo poético más convencional. Límites que, pareciera, ellos mismos rompen.

Prologantes y antologantes de su propia poesía.

Catalogados por sus amiguetes critiquísimos como los guapos de la lírica cubensis.

Les escriben el prólogo de sus vidas y terminan preservando todo el descolocado valor genitalérrimo solo para los versos irreverentísimos que escribirán en el futuro.

O para el cajón convencional de lo poético. ¿No lo habían roto?

Superpolitiquísimos en sus versos, mas descartan un prólogo por alusión política.

Política y poética... Y ¿crítica y política?

Parece que la libertad de expresión solo tiene sentido para ellos en el juego erecto y ambiguo de sus poemetos.

Falsos clandestinos que se acaban de derramar sobre sí y sus metafóricos genitales de yeso la caldera de sangre de cerdo.

En el presente, ante el valor del verso nunca escrito, la cosa sigue estando, también para los guapos de la poesía cubana, entre el aplauso y la censura.

(publicado en la red, enero 2020)

Wednesday, April 15, 2020

Gilberto Padilla Cárdenas sobre la Generación 0 (2)


Ay, como ven todo esto de la Generación Cero resulta apestosamente romántico: un grupo de escritores que saben que no van a vender más de cincuenta ejemplares —a pesar de intentarlo con muchas ganas— y algunas editoriales que no tienen empacho en publicarlos. Por ejemplo, Abril, Ediciones Loynaz, Extramuros, Unicornio, Oriente, Ediciones Matanzas, etc.: que levanten la mano aquellos que hayan comprado alguna vez un libro de Extramuros. Pues eso. Ya sabemos que las editoriales cubanas son como el Titanic, con la diferencia de que aquí nadie huye, todos siguen y siguen publicando, aunque el barco se hunda.
   Pero necesito unos segundos de reflexión para tratar de explicarles qué diablos pasa con los narradores de la Generación Cero y por qué muchos de sus libros me parecen de una ridiculez inenarrable. Digamos para empezar que se trata de textos que no tienen o no conducen al clímax. O como también se le conoce en el CENESEX: “templar sin venirse”.
   Lo de la Generación Cero es la narrativa tántrica.                                                                 
   “Hay que recordar que la meta del sexo tántrico”, advierte Wikipedia, “no es la eyaculación o el orgasmo, sino potenciar los sentidos mediante besos, caricias y miraditas para que fluya la energía sexual”. Les voy a explicar cómo funciona esto: no funciona. Como dar clases de yoga con una cabra.
   Sin embargo, la crítica literaria cubana lee libros que te empujan a la llamada “eyaculación interior” y cree —salvo raras excepciones: Atilio Caballero (“La Cuban X Generation según Osdany Morales”), por ejemplo— que no hay nada que decir al respecto. No lo comentan Walfrido Dorta & Mónica Simal en su dossier para la Revista Letral; no lo menciona Duanel Díaz en Una literatura sin cualidades; Caridad Tamayo cacheó más de cincuenta escritores cubanos “nacidos a partir de 1977, es decir, de hasta treinta y cinco años” a la hora de preparar Como raíles de punta, y sobre esto ni pío; ni siquiera lo apuntan las yumas Emily A. Maguire y Rachel Price; tampoco dice nada Pardo Lazo en su prólogo, ni una sola palabra sobre no eyacular.
   Me he imaginado a un lector de Cuba in Splinters yendo a por las novelas de la Generación Cero, buscando esa “nuevarrativa” que dice el otro, y encontrándose lo de eyacular en la mente. ¿Qué pensará ese lector? ¿Que la literatura cubana es esta bonhomía?
   El caso es que me puse a buscar en mi biblioteca, con aquellos comentarios y estas reflexiones en la cabeza, un término más adecuado para describir buena parte de la narrativa cubana contemporánea. Un término mejor que aquello de “narrativa tántrica”. Se me ocurrió enseguida la palabra “posdrama”. ¿Qué es el posdrama? Pues si pensamos en una novela como si fuese una maleta (“¿Cómo sabemos lo que tenemos que meter en una maleta?”, apunta David Mamet en Verdadero y falso, “La respuesta es: depende de adónde tengamos que ir”), lo posdramático consiste en narrar todo aquello que no está en función del viaje; lo que dejamos fuera…
   Era eso, en efecto, una literatura jodidamente sinflictiva, inargumental, que no va de nada —más dietario abierto que otra cosa— y que apenas se puede subrayar. Una literatura de escenas, no de argumentos, como un praxinoscopio roto. Porque lo posdramático no aporta nada al panorama literario cubano, al menos no en la Generación Cero; nada que no se pueda describir con palabras como “fracaso”, “aburrimiento”, y, por supuesto, “mediocridad”. Solo entonces es posible entender por qué los narradores cubanos consiguen plata más fácilmente agitando una lata vacía en la puerta del baño de hombres del Sauce, que publicando libros; cuando luego es imposible decir de qué se tratan.
   Qué rompecabezas, ¿no?
   Supongamos que en el siglo XX cubano la novela alcanzó la perfección. Era así como debía hacerse una novela. Capítulos y partes, descripciones y atención a los detalles, casi siempre un narrador en tercera persona que se deja llevar por el estilo indirecto libre; planteamiento-nudo-desenlace, generalmente pocos diálogos y un final climático. Alejo Carpentier, en suma.
   Ahora bien, llega el nuevo milenio. Rostros nuevos entran en escena. Publican libros. Pero, ¿cómo diferenciar a un escritor de la Generación Cero, ya que estamos, de Alejo Carpentier, si ambos tuviesen que narrar la misma fiesta? Carpentier se ocuparía de la fiesta en sí: el ambiente y la música, del ecosistema de la farándula, con los más elaborados protocolos: “de plata los delgados cuchillos, los finos tenedores; de plata los platos donde un árbol de plata labrada en la concavidad de sus platas recogía el jugo de los asados; de plata los platos fruteros, de tres bandejas redondas, coronadas por una granada de plata; de plata los jarros de vino amartillados por los trabajadores de la plata; de plata los platos pescaderos con su pargo de plata hinchado sobre un entrelazamiento de algas…”, algo por el estilo. Un narrador de la Generación Cero, en cambio, narraría no la fiesta en sí, sino cómo se preparó para el dichoso party: los preliminares. Todo ello entreverado con el relato de sí mismo.
   Personalmente, no puedo ya más con tanta gente en Cuba hablando de sí misma. No puedo más con esos personajes que se llaman como el autor, ni con esos cameos generacionales en los libros. Esto ha llevado a que existan novelas cubanas donde la auténtica trama emula la estructura dramática del “Amigo secreto”. Ejemplo al azar: en Papyrus (Osdany Morales) hay cameos de Jorge Enrique Lage y Raúl Flores; en El color de la sangre diluida (Jorge Enrique Lage) asoma la cabeza Adriana Zamora; en Días de entrenamiento (Ahmel Echevarría) sale Orlando Luis Pardo Lazo; en No sabe/ No contesta (Legna Rodríguez Iglesias) entra Jamila Medina; Oscar Cruz y José Ramón Sánchez también se han dado palmaditas de un libro a otro… y que pase el que sigue. Nunca antes las letras cubanas fueron tan claramente un patio de colegio.
   Los libros de esta época son como el juego de las sillas musicales, que se dejó de jugar cuando un puñado de nombres se largó del país, otros ocuparon escaños en la institucionalidad, y un grupo menor se convenció de lo patético de esa conflagración y decidió que con ellos se terminaba la melodía.
   Ahora la Generación Cero lo que celebra es el día del Egresado.
   Los rasgos de esta autoficción narrativa son muchos:
   1) El uso de “lo cubano” como impedimento. Si estos autores fueran de Chicago o de Roma, tendrían más traducciones que ahora lectores. Pero los pobres son de Lawton, de Oriente, de Mayabeque…
   2) ¡Sacar a tu novia por su nombre de pila!
   3) Hacer un crucigrama con tu vida y la de tus amigos.
   4) Ordenar la historia de la literatura cubana de tal modo que la propia obra se vuelva inevitable. Porque ninguno de estos narradores de la Generación Cero tiene demasiados problemas en buscarse abuelo en Guillermo Cabrera Infante, tío en Guillermo Rosales, fratría en Reinaldo Arenas.
   5) Transformar cualquier verbo de acción en tinglado egomaníaco, en fin, en esa tontería que hoy se resume en un selfie.
   Cry me a river!
   Me he imaginado en el futuro perdido dentro de una librería buscando un libro cubano, un poemario o una novela minoritaria; me he imaginado recurriendo al librero para localizarlo, y que me diga, después de cubrir con un ademán medio establecimiento: “Todo esto es Generación Cero, el resto es literatura”.

(Con dos que se quieran… ya tenemos Generación Cero, Hypermedia Magazine, enero 2020)

Monday, April 13, 2020

Zoé Valdés vs. Leonardo Padura


Todos cobardes, recuérdenlo, y el cobarde mayor es Leonardo Padura Fuentes. Al que le dieron, vaya usted a saber por qué, por mediocre y chivato, el premio Princesa de Asturias, y allá se subió a recogerlo con una pelota de beisbol en la mano. No, no fue con un libro de José Martí o de Gertrudis Gómez de Avellaneda. No, fue, como el cheo que es, con una pelota de beisbol; ojo, cuando ya el beisbol cubano no sirve ni para sacar los perros a mear.

(La cobardía de Leonardo Padura Fuentes. Blog de la autora, noviembre 2018)

Wednesday, April 8, 2020

Teresa Melo defiende un “poema” de Miguel Barnet y su viaje a un festival


Es curioso que faltando pocas semanas para el Congreso de la Uneac los “críticos” ¿estudien y denigren? ahora el poema de Miguel Barnet “La política”, publicado en el periódico Granma, como lo hicieron antes con el texto “Empujando un país”.
   Qué patético, por favor, qué falta de rigor acosar a un poeta, leer con anteojeras y estrechamente la poesía, negarle a un texto su polisemia, sus interpretaciones, que dependen, como todo hecho artístico de cada persona viviente que lo consume.
   Siendo una de las escritoras cubanas (pero no l@ únic@) que sufre el fenómeno del bullying literario en mi ciudad hablo con conocimiento de causa. Porque ¿cómo se construye un acosador literario si eres de los escritores que vive en Cuba o en cualquier horizonte y escribe y defiende la política (esa palabra) cultural de nuestro país?:
   Tome un escritor con calidad literaria inicial, una ubicación en instituciones que no respeta pero necesita y usa, sobre todo centros del Libro, Uneac y Ahs; discípulos que comiencen a escribir igual, olvidando su inicial palabra auténtica y propia, algo que veo cada día con tristeza; como no se regalan ni participan en las redes necesitan un vocero que es quien publica sus criterios literarios y de vida que se parecen mucho a la frustración y la envidia. Un poquito de amargura porque hayan existido los escritores del quinquenio, decenio, etc., que creyeron en que era posible CAMBIAR. Otra cosa que no perdonan a Barnet. Y de paso, porque hayan existido los Ochenta. Así escriben contra ganadores del Guillén, del Casa de las Américas y otros, cuando no son de su estética y política. Por cierto, tampoco se han ganado estos premios.
   Así logran manipular a personas que a lo mejor (y habla mi optimismo y mi fe) ni saben que son manipuladas. Contaminan un evento cultural, deprimen a poetas jóvenes a los que dicen que no sirve lo que escriben, exhiben una “Libertad de palabra” que lo es si es para ellos, y sobre todo, dejan de ser únicos y experimentales al no admitir que existen nuestras OTRAS voces. Lo siento, por ellos porque la poesía es una. Gracias Miguel Barnet por acompañarnos y nos vemos, sin Bullying, en el Encuentro de Poetas del Festival del Caribe. Por la voz múltiple que nos une.

(Publicado en Facebook, julio 2019)

Monday, April 6, 2020

Luis de la Paz vs. Abel González Melo


Cuando se gana un premio literario debe ser motivo para felicitaciones, pero si ese premio proviene de Cuba, donde la vida cultural se mide bajo el rigor de “dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”, y el monstruoso Decreto 349, entonces es motivo de tristeza. Abel González Melo acaba de ganar el premio Casa de las Américas de Teatro por su obra “Bayamesa”, ya estrenada en Miami. La nota del periódico Granma, Órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba, señala que el galardón se anunció en la “Sala Che Guevara de la Casa [de las Américas]” y que fueron entregados en presencia de Abel Prieto, presidente de la Casa de las Américas y “asesor” del dictador Raúl Castro y de Alpidio Alonso, ministro de cultura, señalado por el músico Gorki Águila en una de sus canciones, como un censor: “Alpidio Alonso no quiere que los Porno [banda Porno para Ricardo] toquen más”. Definitivamente el premio a “Bayamesa” en Cuba no es para regocijarse, es a todas luces un premio auspiciado y entregado por una dictadura. Después de todo, Abel González Melo no lo necesitaba.

(publicado en la red, enero 2020)

Thursday, April 2, 2020

Antonio José Ponte vs. Pablo Armando Fernández y Ambrosio Fornet


Pablo Armando Fernández es el ejemplo de un escritor censurado que, levantada su prohibición, muestra haber aprendido la lección de servilismo. No es un ideólogo ni un escritor atendible y su única contribución a esa formación del espíritu revolucionario por el que usted me pregunta sería figurar como un cortesano notable. Equivale a uno de aquellos escritores soviéticos con residencia en un moderno edificio moscovita, automóvil, dacha y vacaciones en el Mar Negro, todo ello proporcionado por el régimen.
   Ambrosio Fornet, a quien le han adjudicado una especialización bastante infundada en la narrativa cubana, anunció durante décadas el nacimiento de «la novela de la revolución». Ése fue su modo de servir a las autoridades y la cultura oficial. Su olfato de crítico literario, el que pueda tener, le avisaba de que tal novela vendría, y él estaría allí, en su puesto de partero. Sería el primero en saludarla. ¿No es ése el sueño más preciado para un crítico literario, asistir al nacimiento de un gran fenómeno que hubiera pronosticado?
   Sin embargo, Fornet se mostró como un pésimo pronosticador. Ya Miguel Barnet, dirigiéndose en un poema a Ernesto «Che» Guevara, había escrito: «No es que quiera darte / pluma por pistola, / pero el poeta eres tú». Pablo Milanés había retomado estos versos en una canción suya, y podrían citarse textos por el estilo de Roberto Fernández Retamar y de Cintio Vitier. En ese discurso de las armas y las letras, no sólo salían ganando los hombres de armas, sino que los letrados les cedían también la oportunidad de la escritura.
   ¿Qué era entonces eso de una novela de la revolución? Cualquier intento de escribirla no podría apartarse un ápice de la historia oficial. Un narrador metido en esa tarea no tendría margen ninguno, pues únicamente le correspondería confirmar a Fidel Castro. Y es que la novela de la revolución sólo podía escribirla el líder de la revolución. O, aun peor, la novela de la revolución era Fidel Castro.
   Ambrosio Fornet pedía un imposible: una obra de ficción plena de valores literarios que viniera a confirmar la ortodoxia revolucionaria. No me extraña que no alcanzara a saludarla. Tampoco me extraña que él terminara trasladando su curiosidad hacia las obras de algunos escritores exiliados. De exiliados que no cuestionan la legitimidad del régimen al cual él sirve.

(“El único conflicto: pasar de no escribir a escribir”, entrevista. Cuadernos Hispanoamericanos, febrero 2020)