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Tuesday, May 31, 2016

Fermín Gabor sobre la Feria Internacional del Libro (2)

Febrero es el mes de los mejores cielos en La Habana, y es también el mes de los libros. Millones de ejemplares y centenares de títulos se ponen a volar en el cielo de febrero (abundan los papalotes empinados desde los fosos de la fortaleza), y es preciso entonces aprovechar la ocasión. Pasa con los libros lo mismo que con el pescado del tercer grupo o las almohadillas sanitarias para doncellas: cuando aparecen hay que correr a comprar.
   Porque luego sobrevendrá la sequía hasta el próximo febrero, y ni siquiera con dinero enviado desde Miami podrá hallarse en La Habana título que valga una lectura.
   Salvo febrero de feria, las librerías cubanas viven el año en tiempo muerto. Pero no vaya a creerse que el mes de gracia produce mucha azúcar. Literariamente hablando, en la feria  puede hallarse su clásico (Machado de Assis, reeditado), su extranjero contemporáneo (Juan Madrid o Thiago de Mello, dos infumables), los isleños de obligación, y algún que otro exiliado que vuelve por unos días, para congraciarse con las autoridades en la mayoría de los casos.
   The rest, ojalá que silencio, hace el mayor volumen de las publicaciones y corresponde a títulos que podrían tomarse por transcripciones de las mesas redondas de cada tarde en televisión.
   Noam Chomsky se asombró en una jornada de esta feria de que, acompañándole en su recorrido altas figuras del gobierno cubano, el grupo no se viera obligado a portar guardaespaldas. Según él, un jerarca taíno podía pasearse en confianza, sin miedos ni problemas, entre el público lector que abarrotaba el sitio.
   “Que te crees tú éso, viejito”, pensó la niña de ocho años que compraba un libro de colorear a unos pasos del intelectual estadounidense.
   Mirdalia Valdés Albarrán es, desde hace un par de años, la mejor agente infantil de la policía secreta cubana. Sin saberlo él, Noam Chomsky (Old Man and the Sea para los encargados de esa operación) se encontraba rodeado por muy jóvenes segurosos. Sindo Valcárcel Rabí, pionero de nueve años, hacía como que empinaba una chiringa. Laritza Jardines Román, once años de edad y ya teniente, sorbía una Najita mientras cuidaba a la mayimbería. Y el agente Javier Emeraldo Montes de Oca (Tigre Juan como nombre de guerra) pasaba por padre de Arisdalys Vega Arán, chivatica estudiante de tercer grado.
   Crítico de la política estadounidense y (tal vez) buen conocedor de ella, al tratar de problemas mundiales Noam Chomsky ha dado muestras de lo corto de su entendimiento. Recuérdese si no cómo, a fines de los setenta, él desmintió las primeras noticias dadas por The New York Times acerca de las masacres en Kampuchea. Puras invenciones de ese diario, afirmaba, groseras maquinaciones anticomunistas. Todo para que luego le cayeran arriba (en documental y en fotografías) pirámides de calaveras y restos humanos fabricados por el régimen de Pol Pot.
   Sin guardaespaldas se paseaba la española Belén Gopegui. Con melena a la Sontag (pero sólo, ay, la melena), viajó a La Habana para la presentación de la edición cubana de su novela El lado frío de la almohada, publicada con prólogo (aquí al que no le dan guardaespaldas le imponen prologuista) del actual presidente del Instituto Cubano del Libro, quien ha dado en esas páginas su primera batalla como escritor.
   Otro que pudo estrenarse literariamente fue el cantautor Amaury Pérez Vidal, hijo de la finada Consuelito Vidal y durante buen tiempo director artístico de las tribunas abiertas antimperialistas. (Pérez Vidal ha escrito algunas de las líneas más enigmáticas de la música cubana. Como éstas: “Porque un amigo / es un amigo / hasta tanto no te muestre lo contrario”.)
   Volvió de su puesto de embajadora cubana ante la UNESCO Soledad Cruz. Con poemario, eh. (Para quien no la conozca, Soledad Cruz fue, desde las páginas del diario Juventud Rebelde, la Pedro de la Hoz de los ochenta, igual que éste empecinada en meter jocico lo mismo en un concierto de la Sinfónica, en la telenovela de turno, en el estreno fílmico o en un libro.) (Para quien la tenga ya por conocida, vaya perla de su estancia parisina: deseosa de demostrar su intimidad con Beethoven, en el intermedio de un concierto la embajadora Cruz confesó a embajadores de otros países que la música del sordo tenía en ella la facultad de pararle los pelos... del pubis.)
   A esta edición de la feria, dedicada a Brasil, las editoriales brasileñas trajeron libros espléndidos. En generoso gesto, los donaron a instituciones cubanas. No vendieron ni un ejemplar y ahora esos volúmenes formarán parte del decorado por el que se pasea el director de la Biblioteca Nacional, doctor Eliades Acosta. U otro sesudo director, Roberto Fernández Retamar. (Su último título, Cuba defendida, se mosqueaba de lo lindo en los estantes de La Cabaña.)
   Editores de varias nacionalidades ofertaron muy poca obra de interés. Recorridas todas las celdas de la vetusta fortaleza, a uno le entraban ganas de variarle la palabra a Noam Chomsky para asombrarse de que, con dinero en los bosillos, pudiera dejarse atrás y sin compra alguna feria tan visitada, tan magnífica y tan grande.

   “Pues será el próximo febrero”, me consoló un amigo que salía, como yo, decepcionado.
Pero, ¿es que no sabía él a quiénes dedicarían la del 2006?
   “Como país, a Venezuela”, le informé.
   “¿Y a cuál autor del patio?”, preguntó ya con voz temblorosa.
   “Ángel Augier. Nancy Morejón.”
   Cada uno de esos nombres sonó como un martillazo en el ataúd de la literatura.
   “Oye”, se interesó de pronto, “¿tú compraste el libro de cuentos de Amaury Pérez Vidal?”
Le respondí que no.
  “Yo tampoco.”
    Con muestras de gran desasosiego, me pidió que volviéramos atrás. 
   “¿Otra vez a la feria?”
   “Es que, ¿tú sabes?, pensándolo bien, habría que ver, a lo mejor no son tan malos los cuentos de ese tipo.”

(La lengua suelta # 21. La Habana Elegante, segunda época)

Monday, May 30, 2016

Nicolás Aguila vs. Richard Blanco

Richard Blanco se ha convertido en el poeta de la corte de Obama. No por la trascendencia o el impacto de su obra, sino por ser un ‘latino’ (más que cubanoamericano) cuya lengua vehicular es el inglés; por ser progre y sociata (categoría política que, para confundir, en Estados Unidos suele identificarse demagógicamente con la etiqueta de ‘liberal’); por ser gay (en sentido militante, más que por su inobjetable preferencia sexual); mas, sobre todo, por su equiparación acrítica del ayer con el hoy cubano y por la forzada equidistancia política que traza entre la Isla y el Exilio, separados por un brazo de mar “cuyos lúcidos azules de nuestro horizonte compartido para respirar, juntos, para sanar, juntos” hubo de exaltar al leer su poema en la ceremonia de reapertura de la embajada americana en Cuba el pasado viernes.
   La composición, pujada por encargo y a la medida de la ocasión, se titula ‘Matters of the Sea’ y la han traducido, creo que atinadamente, como ‘Cosas del mar’, aunque el asunto nada tenga que ver con la riqueza de la fauna marina u otros temas marineros al uso. Se queda en la gastada metáfora rubendariana del caracol y el eco de las dianas marinas, muy demodé, del tipo: “Todos hemos apoyado caracoles a nuestros oídos. / Escucha de nuevo el eco”. ¿Caracolas dialogantes o dialogueras? No nos duermas con canciones de cuna, tricky Dicky.
   Lejos de lo vanguardista, lo posmoderno o lo ultimillo post-post, el poema de Blanco no puede ser más conservador en lo que respecta a lo técnico y formal. Diría más, es un texto ultraconservador y antediluviano en cuanto a la forma. Solo que esa es mi opinión radical, seguramente sesgada y apriorística. Pero pongamos que sea una genialidad, lo nunca visto, el non plus ultra, la hostia y la repera, y me seguirá pareciendo de lo más abominable.
   Que un cubanoamericano cante a ese mar con “horizonte compartido” por las dos orillas, o sea el estrecho de la Florida, es decir nuestro Estrecho por antonomasia, y que pase por alto olímpicamente los miles y miles de balseros que han perecido en el intento de cruzarlo en busca de libertad, es de una insensibilidad monstruosa. El Estrecho no es ese mar de “lúcidos azules” que pinta Blanco con su paleta daltónica. Es un cementerio líquido y gris repleto de náufragos que no llegaron a la meta. No intentes blanquear esos sepulcros, Richard, porque te queda muy corto el apellido.

(Richard y sus cosas del mar. Diario de la Marina digital, agosto 2015)

Friday, May 27, 2016

Jorge Luis Arcos vs. Ernesto Baquero

He leído con interés y consternación el artículo Descenso a los infiernos, de Ernesto Baquero. Con interés, porque la poesía cubana siempre ha sido mi pasión como crítico y como lector. Con consternación, por sus peligrosas inferencias y generalizaciones que transfieren las innegables estrategias de manipulación y representación de la política cultural cubana a la imagen y calidad de un género literario. Y, por si fuera poco, porque pone como ejemplos de "pésimos poemarios" y como reflejo de aquella estrategia oficial al menos a tres excelentes poemarios de tres notables poetas insulares: Figuras de tormenta, de Mario Martínez Sobrino, El maquinista de Auschwitz, de Víctor Fowler, y Esta tarde llegando la noche, de Luis Lorente —también cita Cántaro inverso, de Pedro Péglez, que no conozco.
   Al ser tres libros premiados, el autor infiere que lo fueron "en detrimento de otros cuadernos donde sus autores hacen gala de un verdadero discurso poético o esgrimen el estilete de la crítica social para diseccionar una realidad que los excluye". Inferencia esta de Ernesto Baquero muy grave de ser cierta —aunque no dudo que pueda suceder—, pero muy vulnerable porque esos tres libros de poesía, que corresponden a tres generaciones y a tres poéticas diferentes, son precisamente ejemplos de libertad creadora; el de Víctor Fowler, incluso, para nada ajeno a una muy profunda crítica social.
   Ninguno de estos tres poemarios contiene alabanza a política alguna. Tampoco se les puede exigir que contengan denuncias políticas. Sólo se plantean ser fieles a sus proyectos poéticos y cosmovisivos, en los cuales algún lector sagaz podrá constatar cuánto infierno portan.
   No creo que sea necesario recordar que ninguna poesía es mejor o peor por esgrimir o no "el estilete de la crítica social para diseccionar una realidad". Pero, además, por paradójico que resulte, mucha de la poesía de más calidad publicada en Cuba desde fines de la década de los ochenta hasta el presente, y sobre todo por las promociones más jóvenes de poetas, no sólo produjo un cambio cosmovisivo en la norma poética hasta entonces vigente, el conversacionalismo, sino que ofreció uno de los testimonios más complejos de una realidad en profunda crisis de valores, a la vez que expresó diversos registros estilísticos.
   Comparto con Ernesto Baquero sus preocupaciones ideológicas, que hace muy bien en expresar valientemente desde Cuba; pero no puedo compartir, al menos en este caso, sus inferencias literarias particulares. Ninguna historia, por terrible que sea, "reduce a escombros (…) la poesía cubana". Ello no sucedió en la Colonia ni en la República, ni afortunadamente en la revolución.
   Lo más que puede hacer, como sucedió en la década del setenta, es silenciarla un tiempo. Pero ella se sigue escribiendo y esos tres libros son, al menos para este crítico, lector y poeta, ejemplos de "un verdadero discurso poético". Al menos sobre dos de ellos he escrito sendos comentarios críticos que deben publicarse próximamente en la revista Encuentro. A ellos, y sobre todo a aquellos libros, remito al lector interesado.
   Pero, además, ¿toda verdadera poesía no comporta necesariamente un órfico "descenso a los infiernos"?
   Por último, esa mezcla de acertada crítica social y política con una desafortunada crítica poética no favorece para nada a aquellos creadores y poetas que dentro de la Isla —e incluso desde el infierno— intentan expresar con libertad, dignidad y, sobre todo, calidad poéticas su palabra dada. Recuerdo ahora lo que le confesaba Kafka a Milena: "Nadie canta con voces más puras que aquellos que lo hacen desde el más profundo infierno. Lo que tomamos como cantos de ángeles es su cantar".

 (Voces desde el infierno. Cubaencuentro, enero 2006)

Thursday, May 26, 2016

Félix Luis Viera sobre “Temporada para suicidios”, de Manuel A. López

Desde ahora aviso que este libro pudo ser mejor. Últimamente se nota en ciertas publicaciones que, antes de ser dadas a la luz no pasaron por una confrontación con editores; o con un editor, o varios, que metieran la mano a fondo, letra por letra, como debe ser.
   Digo lo anterior porque en este conjunto de relatos, que leemos con placidez, y avidez, y que nos muestra asimismo ciertas vertientes singulares del vivir, notamos que algunas piezas pudieron ser mejor trabajadas, sacarles más jugo, que pudo economizarse lenguaje en otras, y algunas debieron ser, quizás, retiradas del conjunto para darles luego más horno.

(‘Temporada para suicidios’. Diario de Cuba, agosto 2015)

Wednesday, May 25, 2016

Angel Santiesteban vs. Abel Prieto

El ex ministro de cultura Abel Prieto, asesor del “Presidente” Raúl Castro, se ha alejado tanto del ámbito del arte que hoy podría ser Ministro del Interior pues desde hace años, se ocupa de perseguir a las ovejas creadoras que osan desafiar o abandonar el redil que la dictadura construyó para tener doblegados a los artistas e intelectuales.
   Aquel afable editor, estudioso de la obra “lezamiana”, político de base sindical, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), Ministro de Cultura, y finalmente asesor presidencial, se ha alejado tanto de los asuntos de sus colegas que hoy solo responde a los imperativos de la dictadura.
   Cómo olvidar la persecución que emprendió contra el intelectual Antonio José Ponte, del que se ocupó personalmente de acusarlo en público, de expulsarlo de la UNEAC y de cerrarle las puertas en el ámbito de la cultura, al punto de hacerlo abandonar una reunión de escritores. Que hoy Ponte se encuentre en el extranjero, en gran parte se lo debe a él.
   Igual sucedió con el escritor Amir Valle: también sufrió su acoso y su nombre no se podía pronunciar en su presencia. Ordenó que lo excluyeran de todos los eventos culturales en el territorio nacional. También le agradece en gran parte, o en casi toda, que le prohibieran la entrada al país a su regreso de Madrid, a donde viajó en 2005 para presentar una novela.
   Recientemente, ha trascendido la agresividad con que Abel Prieto desafió a la directora de cine Rebeca Chávez durante el último congreso de la UNEAC, cuando ella y algunos directores quisieron que se aprobara una ley de cine que beneficie a los realizadores y al arte cinematográfico en general. Ni siquiera le importó que la dama en cuestión haya apoyado a la dictadura por décadas; tampoco le interesó que sea la esposa del escritor Senel Paz, intelectual de prestigio, en ese entonces funcionario de la UNEAC –luego renunció al cargo–, compañero de generación y, hasta donde se conoce, su amigo. Para la mayoría de los asistentes, la agresividad y la falta de caballerosidad de Abel Prieto –quien perdió por completo los papeles– dejaron al descubierto su verdadero carácter y su compromiso con el sistema, dando la espalda a la problemática cultural y a los artistas.
   En mi caso, también hizo su parte: organizó aquella “espontánea” campaña de recogida de firmas en mi contra entre las mujeres de la UNEAC. Denunciando la violencia de género, me pusieron a mí como paradigma del maltratador sabiendo que era inocente, pero simultáneamente –y es lo más doloroso- se convirtieron en cómplices de la violencia de Estado contra las Damas de Blanco, quienes sistemática y públicamente son objeto de golpizas los domingos a la salida de misa en la iglesia Santa Rita. Igual actitud asumieron cuando a la actriz y activista de derechos humanos, Ana Luisa Rubio, una horda que respondía a la Seguridad del Estado, le desfiguró el rostro a golpes.
   Abel Prieto, en presencia de otros artistas, expresó que yo cumpliría los cinco años de prisión a los que me habían condenado. Luego, cuando en abril de 2015, se cumplió el plazo para que me otorgaran la Libertad Condicional y me la negaron, comprendí que no mentía, que eso de ser Asesor del Presidente no era mera investidura.
   Desde hace muchos años, aquel jocoso intelectual que traicionó a sus colegas, fue asumiendo el rol de jefe de sector policial; fue mutando hasta convertirse en otro Papito Serguera en la era del Pavonato. En definitiva, el suyo es el modelo a seguir si se quiere estar aupado por la dictadura. Quizá sea cierto aquello de que cuando las personas se acostumbran al poder, luego no saben vivir sin él, y por mantenerse allí, aceptan las bajezas y contradicciones más desesperantes y profundas.
   Pues ahí lo tiene el dictador. Entonces que lo use como lo que ya es: un cuadro del Ministerio del Interior. Y que le aproveche.

(#Cuba Abel Prieto, Ministro del Interior. Blog Los Hijos que nadie quiso, noviembre 2015)

Tuesday, May 24, 2016

Néstor Díaz de Villegas vs. el artículo “Represión y diplomacia en Cuba”, La Razón, julio 2015, de Rafael Rojas

Si de algo debería estar seguro Rojas es de que la oposición en Cuba, la oposición silente, es mayoritaria, pues hasta él mismo es parte de ella. Que esté dividida –como divisivas son sus opiniones en este y otros temas– no significa que no haya crecido en número y fortalecido ideológicamente en las últimas décadas. Dadas las características del castrismo, el proceso de concientización y proselitismo ha sido especialmente arduo.
   Sin embargo, el problema castrista, su misma esencia, es ser el gobierno de una minoría, y esto, aún en la época de los “grandes logros” que Rojas analiza en su último libro. La imposibilidad de medir esa presencia fantasma es característica de los regímenes totalitarios. Y si la oposición organizada se ha hecho eco de lo que Rojas llama “mecanismos de boicot y obstrucción de la normalización diplomática” es porque sus planteamientos coinciden con las objeciones de la mayoría silenciosa, y no únicamente con la “línea política de los congresistas cubano-americanos y de una parte de la derecha republicana”.
   Desvirtuar la opinión de los que piensan que la normalización es una mala idea, es, justamente, el dispositivo de “boicot y obstrucción” en que se basó la negociación. Los obstruccionistas fueron eliminados, dejados fuera de la componenda. Eran demasiado numerosos, y su experiencia política tenía un peso considerable: ellos, que habían fracasado en cada iniciativa de acercamiento y que cargaron hasta ahora con el costo de la dictadura –su suspicacia no es gratuita. El mecanismo de exclusión liberal, que funciona a las mil maravillas en otros sectores, dejaba fuera a la disidencia y a la Diáspora, o mejor, a aquellos grupos que no coincidían “con una parte de la izquierda socialista”.
   Lo que se combina, más bien, en el actual “cruce de posicionamientos públicos sobre democracia y derechos humanos” (sic), es la tendencia cada vez más pronunciada de la administración Obama a legislar por decreto, a dirigir la política exterior desde la prensa, en conversaciones secretas y pactos unilaterales, sin consultar al Congreso, unida a la experiencia de un régimen unipartidista con potestad de decidir por la totalidad de sus ciudadanos. Ahí está el cruce.
   Es en esa coyuntura donde empalman la fantasía de la administración demócrata y la disponibilidad raulista. Se esperó 56 años por la aparición de un Presidente que hubiera leído a Frantz Fanon y “nos entendiera”, y los Castros tenían todo el tiempo del mundo. Finalmente, la Providencia los premió. Ahora sabemos que el castrismo fue una ruleta, de ahí la sensación de haber ganado en grande, de que se trata de la “obstrucción” convertida en victoria.
   El argumento de los “dineros de la USAID” está sacado del manual del perfecto alcahuete latinoamericano, y por eso no debió ser esgrimido por un analista serio. Este es el tipo de ataque que esperamos de John Kerry, o de un discípulo de Saul Alinsky; a no ser que Rojas utilice las técnicas de Tratado para radicales y pretenda tratar las páginas de La Razón de México como si fueran el Granma. Aparece allí con exclusividad, como la única voz digna de emitir comentarios, aún cuando ejerza su opinionismo con absoluta arbitrariedad: “Así como la oposición subordina su activismo al boicot de la normalización diplomática, el gobierno cubano reprime para afirmar su soberanía en medio de las negociaciones con su enemigo histórico.”
   La acusación reiterada de que algunos de los líderes de la disidencia “dependen financiera y políticamente de organizaciones del exilio” es oportunista y malintencionada. La Cuba actual no cuenta con una Naty Revuelta que extienda un cheque por 5 mil pesos para ir a asaltar un cuartel, y mucho menos con una clase empresarial empeñada en subvertir el orden, ni con una burguesía con los bolsillos profundos.
   La financiación de la disidencia debe ser bienvenida y alentada con independencia de las fuentes. La última persona de la que esperaba una protesta de injerencia foránea, un ataquito de jingoísmo, es un académico capaz de rastrear los oscuros resortes económicos de cualquier oposición digna de ese nombre.

(Rafael Rojas contra la oposición. Blog N.D.D.V., julio 2015)

Monday, May 23, 2016

Roberto González Echevarría vs. literatura y escritores castristas

Casi cincuenta años de propaganda denigrando la Cuba precastrista no han logrado borrar un hecho innegable: la calidad de la literatura cubana de 1959 para acá ha sufrido un bajón enorme en comparación con la de la Cuba republicana. Hagamos un recuento selectivo de escritores mayores que llegaron ya formados a 1959: Alejo Carpentier, Lidia Cabrera, José Lezama Lima, Nicolás Guillén, Fernando Ortiz, Virgilio Piñera, Juan Marinello, Raúl Roa y, paremos aquí, Eliseo Diego. Añadamos a esa lista los que venían ya casi hechos a ese año y publicaron sus obras más significativas en la década de los sesenta: Reinaldo Arenas, Miguel Barnet, Guillermo Cabrera Infante, Calvert Casey y, para ser severos dejémoslo aquí, Severo Sarduy. Cruel sería hacer una lista de los surgidos plenamente dentro del proceso de burocratización estalinista, o los que se plegaron a él, para compararla con las anteriores. Conozco a muchos de esos escritores personalmente y prefiero no ofenderlos (aunque algunos se lo merecen), así que no voy a nombrarlos. Ellos saben quiénes son y también qué valen. El único en descollar en el nuevo ambiente fue Antonio Benítez Rojo, pero éste tuvo que exilarse en 1980 para poder continuar su obra. Entre los demás, ha habido alguno que otro que ha dado una obra de cierto interés, y que parecía prometer cosas mejores, pero no hay ninguno que se pueda comparar con las figuras antes mencionadas, dignas todas de ser incluidas en cualquier antología exigente de la literatura latinoamericana, y algunas que son parte ya de la literatura universal.
   El triturador proceso cultural y político que nos ha traído a esta infeliz situación es fácil de describir porque se rige por un precepto muy simple: la fidelidad (valga la palabra) al régimen es lo que determina la publicación y circulación de una obra y la supervivencia de su autor. Ésta, no la calidad, es lo que consigue prebendas y privilegios, algunos tan elementales como poder salir del país a recibir algún reconocimiento. La sumisión hace posible la subsistencia. En la Cuba postrevolucionaria el premio literario más sincero ha sido la persecución política. El caso de Arenas es el más notorio, pero no el único. A Arenas se le persiguió, bajo el pretexto de su homosexualismo, porque sus relatos y novelas eran infinitamente superiores a los de los burócratas que detentaban el poder. Mientras que Arenas ocultaba sus manuscritos de los agentes de seguridad del estado, poemarios, novelas y colecciones de relatos de los comisarios se publicaban y distribuían gratuitamente en Cuba y en el extranjero, sobre todo en América Latina. Tenía que ser así porque ni regalados se han leído esos libros, a pesar de los oscuros premios que sus autores se hacen dar por amigos y adeptos al régimen cubano cuando la coyuntura es propicia, como lo fue en la Nicaragua sandinista. Me temo que pronto habrá cosecha de premios venezolanos para estos “autores” cubanos. Antes, durante las dictaduras de Pérez Jiménez y Batista, el intercambio de escritores entre Cuba y Venezuela (Carpentier y Gallegos) era de mucho mejor nivel.
   En Cuba, a la literatura “revolucionaria,” es decir a favor del régimen y por lo tanto todo menos eso, se le consideró comprometida. Así se formuló desde el principio con la tristemente célebre consigna del Máximo Líder: “dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada.” La lapidaria frase, pétrea y petrificante en su esencia misma, quería decir simplemente “conmigo todo, contra mí nada.” Solícitos comisarios se encargaron de hacer el comentario y desglose de las palabras del mesiánico orador, dándole como era de esperar un sesgo estalinista. Se promovió el realismo socialista y la literatura de propaganda, y se persiguió y encarceló a Heberto Padilla por un poemario desencantado de las maravillas de la nueva Cuba.
   Pero la censura y las recetas fueron aplicadas de forma selectiva, obedeciendo al principio de fidelidad antes mencionado. Carpentier, que se sometió a todas las reglas del juego, y medró con ello, no se plegó al mandato de escribir literatura “comprometida” o afín al realismo socialista y, salvo algún regaño de Marinello, nadie se lo tuvo a mal. Su obra siguió por los mismos cauces que antes, se publicó en el extranjero en lucrativas ediciones, y también en Cuba. ¿Qué tenían de realismo socialista o literatura comprometida novelas como Concierto barroco, El arpa y la sombra, El recurso del método o El derecho de asilo? Nada. Carpentier siguió tan barroco como siempre. Cuando al final de su vida, en un acto que tuvo más de senil que de sumiso (aunque puedo equivocarme), se propuso escribir la novela de la revolución, le salió La consagración de la primavera, un engendro que tuvo muy mala recepción y que no alcanzó, tan siquiera, traducción al inglés. Pero Carpentier pudo campear por sus barrocos fueros hasta el final, mientras que otros escritores, como el propio Lezama, sufrían un ostracismo y hostigamiento que han sido ampliamente documentados, y Paradiso necesitó el permiso del propio Fidel Castro para ser publicada. De todos modos, ambos Carpentier y Lezama, sobre todo el último gozan del respeto y la admiración de los jóvenes escritores cubanos dentro y fuera de la isla, y nadie se acuerda, sino para maldecirlos, de los comisarios culturales que empobrecieron con su resentimiento de escritores fracasados la literatura cubana.
   Es cierto que Carpentier se tuvo que pagar de su bolsillo las ediciones de El reino de este mundo (1949) y Los pasos perdidos (1953), en una época cuando la literatura latinoamericana no estaba muy cotizada, y en Cuba, y Venezuela, donde residía, se publicaban muy pocas novelas. Pero tuvo la libertad de escribirlas como le dio la gana y de negociar traducciones en Francia y Estados Unidos que le trajeron premios y reconocimientos muy merecidos que lo convirtieron en una figura de relieve internacional. Un escritor cubano residente en la isla no tiene esa libertad, y si logra publicar fuera y descollar, tiene que temerle a la jauría de burócratas envidiosos que lo hostigarán, como está pasando con Antonio José Ponte, expulsado de la Unión de Escritores, y Abilio Estévez, que ha tenido que optar, como tantos otros, por el exilio. Sin criterios de calidad independientes de las ideologías manipuladas por los burócratas culturales que protegen sus privilegios la literatura cubana seguirá sumida en la mediocridad. Son los gajes de la literatura “comprometida” erigida en política estatal.
   Pero el envilecimiento ha descendido a niveles insospechados. Durante la crisis provocada por el niño náufrago Elián González, varios “poetas” fueron llamados a escribir poemas sobre él y a declamarlos por televisión. Algunos de mis amigos, no sé si por miedo o porque la abyección es contagiosa en un ambiente represivo, comparecieron ante las cámaras y recitaron sus porquerías. ¿Lo habrán hecho sin sentirse humillados y ridículos? Pero ha habido cosas peores. Tengo noticia de por lo menos dos escritores que han sido miembros del Consejo de Estado, organismo que dócilmente ratifica fallos jurídicos, inclusive las condenas a la pena capital. Varias sentencias de muerte, tal vez la de los tres jóvenes negros que intentaron secuestrar un trasbordador hace tres años para escapar de la isla, ostentan firmas muy conocidas en círculos culturales. No creo que se hayan registrado jamás actos más viles en la historia de la literatura latinoamericana.

(Literatura comprometida. Revista Otro Lunes, diciembre 2007)

Friday, May 20, 2016

Reinaldo Arenas vs. Pablo Armando Fernández

Esos informes, informes con que informas y firmas, por deformes, no sólo deforman lo que informan, sino que como informas para una entidad deforme, hasta la forma informe de tu informe se deforma, y te conforma y afirma aún más deforme que el mismo inconforme informante al que le informas.

(El color del verano. Tusquets, 1999)

Thursday, May 19, 2016

Duanel Díaz vs. “Cuba hoy…”, de Jorge I. Domínguez

En las conferencias y artículos reunidos en ese grueso tomo, Domínguez se equivoca a menudo en los hechos y, por si fuera poco, no demuestra mucho profesionalismo como científico social. Poco agradables de leer debido a su mediocre prosa, estos escritos no entregan ni siquiera el rigor que se espera de un renombrado académico.
   Sin llegar a ofrecer nunca una definición rigurosa de autoritarismo y totalitarismo, Domínguez afirma en algún momento que en los setenta el régimen era “autoritario” (p.92), pero en otros dice en cambio que era totalitario y sugiere que en los noventa se ha producido un tránsito al autoritarismo; y aun en otro llama “regímenes marxistas-leninistas autoritarios” a la Unión Soviética, China, Viet Nam Yugoslavia y Cuba (p.140) Más allá de este embrollo, lo que queda claro es la tesis según la cual en el hecho de que “el totalitarismo en Cuba siempre fue incapaz de lograr sus plenos objetivos y por tanto fue imperfecto o defectuoso” radica una diferencia distintiva con respecto a otros regímenes comunistas; a lo que cabría objetar que esa diferencia, de ser tal, no hace al castrismo menos totalitario, como no hace a la dictadura castrista menos unipersonal el hecho de que el dictador, incapaz de cumplir personalmente todos sus dictados, deba forzosamente delegar en otros algunas funciones. Según el estrictísimo criterio de Domínguez, tampoco los regímenes de Stalin o Mao serían, en rigor, unipersonales, pues el papaíto de acero no instaló él sólo el GULAG, y otras manos además de las del camarada de El libro rojo intervinieron en el exterminio de los gorriones de China.
   Domínguez sostiene que el régimen castrista es una “oligarquía consultiva”, donde “el grupo gobernante consulta ampliamente en el ejercicio de su poder”. Afirma que “el sistema político cubano se apoya en la extensa participación política de los ciudadanos” y que esa “consulta extensa” distingue a Cuba de los regímenes autoritarios que no involucran a sus ciudadanos en asuntos políticos aun de esta manera limitada.” “No es una dictadura de un hombre solo. No es simplemente impuesta a un pueblo que no participa. (...) No es persistentemente represivo, física o violentamente, contra sus críticos internos.”(p.136) De las “consultas populares” de los ochenta dice que “este espacio político, modesto en tamaño, pero importante, ha sido siempre la válvula de escape del gobierno cubano”(202).
   ¿Quién no sabe que la válvula de escape no han sido esas ridículas rendiciones de cuentas donde no se podía ir más allá de quejarse del salidero de la alcantarilla de la esquina, sino la emigración? Errores así no son difíciles de encontrar en estos escritos de Domínguez, cuya falta de vista lo lleva a magnificar los triunfos del ejército cubano en Angola y Etiopía (que contrasta, en mi opinión erróneamente, con las derrotas de estados Unidos en Viet Nam y de la Unión Soviética en Afganistán) mientras apenas tiene en cuenta el estrepitoso fracaso de las guerrillas apoyadas por Cuba en América Latina.
   A pesar de que reconoce la existencia de leyes antidemocráticas y de los presos políticos, Domínguez escamotea no poco la esencia represiva del sistema: “Los cubanos han estado en el curso de los años en desacuerdo con algunas de las directivas de su gobierno, de modo que existe un terreno fértil donde plantar las semillas de una oposición a aquel. Mas para comprender por qué el régimen se ha mantenido, es importante centrarse en hechos sobre los que pocas veces se habla fuera de Cuba, y es que, incluso entre sus críticos, el régimen puede ser visto como inepto en mucho de lo que hace pero no en todo lo que hace; ni tampoco es opresivo en todos los terrenos, en tanto que muchos miembros del partido son buenas personas.” (pp.202-203) Y en otro lugar: “No es una dictadura de un hombre solo. No es simplemente impuesta a un pueblo que no participa. No es ininterrumpidamente lo mismo que fue en la década de su fundación. No es persistentemente represivo, física o violentamente, contra sus críticos internos. En cambio, es un sistema político jerárquico y burocrático en donde el poder personal de Fidel Castro importa enormemente, pero mucho menos que en un régimen unipersonal. Ha habido cambios importantes que hacen que algunas características consultivas de la participación política sean significativas para los ciudadanos, quienes pueden quejarse y se quejan ahora respecto a casos de mediocre desempeño público o de defectuosos bienes de empresas estatales y servicios en las municipalidades.” (p.136)
   Pero no es mi intención reseñar Cuba hoy; sino sólo dar a conocer un poco algunas de sus tesis, pues no todos han tenido acceso a ese libro ni a las publicaciones académicas donde aparecieron originalmente la mayoría de los trabajos que reúne.

(Algunas tesis de Jorge Domínguez. Blog Cuba: la memoria inconsolable, febrero 2007)

Wednesday, May 18, 2016

Félix Luis Viera vs. Miguel Barnet (2)

Barnet, como si fuese cándido y no cínico, tuvo a bien traer al recuerdo de los presentes lo que se ha dado en llamar “Las palabras de Fidel a los Intelectuales”, terrible momento para la historia de la cultura cubana.
   Recuerda el versátil Miguelito —el más joven en aquella reunión en 1961, en la Biblioteca Nacional—, según la nota aparecida en Granma, que Fidel Castro, en la reunión dicha, no obstante hallarse “en un contexto en el que se encontraba impulsando proyectos de gran importancia como la Reforma Agraria (lo cual no sirvió para nada, pudo aclarar Barnet, pero de cualquier manera lo aclaramos nosotros) y también enfrentando las primeras agresiones del imperialismo norteamericano, supo dar la máxima prioridad al tema de la cultura”.
   Barnet sabe que es mentira. Miente. Es un mentiroso, un arribista.
   Sabe él que Fidel Castro armó aquella reunión para torcerles las clavijas a aquellos que pudieran pensar que habría libertad de expresión en el arte y la literatura, si no, recordemos: “Con la Revolución todo, contra la Revolución, nada”, la más terrible máxima castrista de la citada reunión. Es decir, quien no esté conmigo, está contra mí.
   Sin embargo, curiosamente, la frase antes citada no es incluida por Miguel Barnet en su vibrante alocución en la asamblea aludida.
   Afirma asimismo el presidente de la Uneac que, gracias a aquella “presentación” del Comandante, hubo muchos logros para los escritores, por ejemplo: “para publicar un libro en el capitalismo, un escritor tenía que sacar los fondos de su propio peculio, o buscarlos por aquí y por allá, haciendo concesiones”.
   No es mentira, pero tampoco es verdad. Muchos escritores recibían derechos de autor, pocos, sí, por la publicación de su obra, pero más que todo por las publicaciones periódicas. Los escritores entonces, en la República, debían realizar dos trabajos, lo mismo que en el castrismo.
   Buena pregunta para el lánguido y a la vez proteico Barnet, sería: “¿Dime si la Uneac estaría de acuerdo en publicarnos a los escritores exilados algún libro contestatario al castrismo y hacerlo circular en la Isla, aunque debiéramos pagar por ello? Yo estoy dispuesto a pagar y sé que muchos otros harían lo mismo.
   Pero ya lo sabemos, la respuesta es No. ¿Entonces, Miguelito, de cuáles ventajas estamos hablando?
   “Hoy tenemos tantas figuras, tantos grandes artistas que jamás hubieran tenido la posibilidad de desarrollarse, como ocurrió a partir de las palabras a los intelectuales, y la idea del Comandante de democratizar la cultura y estimular la búsqueda de nuevos valores en los lugares más remotos del país”, añade Barnet en la nota referida.
   Dice que el Comandante “democratizó la cultura” y fue estimulada la búsqueda de “nuevos valores”.
   Miente. Sabe que miente y ni siquiera traga en seco. Miente, lo sabían él y quienes lo escuchaban, pero ya la Isla se ha convertido en un sitio donde mentir a favor del castrismo es un convenio tácito entre quien dice y quien oye. Agua de sentina.
   Creo que es esta buena pregunta para Barnet, ¿No hay un grupo inmenso de artistas, intelectuales, creadores en general que habitan fuera de la Isla, porque allá no pudieron, no podrían expresarse con libertad?
   ¿No hay dentro de la Isla intelectuales sancionados, censurados, encarcelados, por dar a conocer su verdad acerca de la “política”, como es el caso de Ángel Santiesteban?
   ¿Tiene destino en Cuba un joven creador que intente violar las reglas de la dictadura en cuanto a lo que no debe tratarse en una obra?
   No.
   Así vemos que cada día se arrastra más Miguel Barnet. Y uno de sus cómo es mesarle la barba al Comandante siempre que tenga un micrófono a mano.
   Qué lastimero.
   Sabes, Miguel, nadie te querrá, ni los que te escuchan allá esas falacias ni los que, por encima de ti, fingen regocijarse con tu “revolucionaridad”.
   Unos y otros te desdeñan, porque saben que sabes que es falso lo que afirmas; que estás hecho de otra madera y por tanto resultas un pésimo actor. Ya lo verás, ya lo verás el día que las campanas toquen a rebato.

(Ya no sabe cuánto mentir para proclamar lo que no es: un castrista, un “revolucionario”. Cubaencuentro, julio 2015)

Tuesday, May 17, 2016

Guillermo Rodríguez Rivera vs. Haroldo Dilla

El señor Alfonso Dilla increpa la factura de cartas abiertas, dirigiéndome lo que parece ser una.
   Yo no escribí una carta abierta a Rubén Blades sino apenas un artículo sobre lo que considero una desafortunada intervención del cantautor en la pelea que Venezuela libra por mantener una revolución pacífica que representa a la mayoría de su pueblo, y a la que sus enemigos satanizan, y acusan diariamente, en la televisión y en los periódicos, de secuestrar la libertad de expresión. Dilla exalta la Mesa Democrática que combate la Revolución Bolivariana, pero su jefe, Henrique Capriles fue de los que, con impulso ateniense, intentó asaltar la embajada de Cuba en Caracas, en los días del fallido golpe de abril de 2002.  Publiqué el artículo en el blog de mi amigo Silvio Rodríguez y algunos le atribuyeron la autoría, tal vez para así tener un motivo para atacarlo. Parece no haber nada peor que la ira autoritaria de un “enemigo” del autoritarismo.
   Dilla se revuelve airado contra mi artículo  y, en unas pocas cuartillas, me llama autoritario, sin veracidad en lo que afirmo ni coherencia en lo que argumento, autor de un “ verdadero monstruo de esos que genera la razón autoritaria” y que será un escollo para la república democrática que Dilla augura que aparecerá en Cuba.
   Claro, que en ese paraíso libre e idíllico, no tendrá espacio “una franja de la intelectualidad cubana que ha decidido chapotear en la pobreza de la pobreza”. Además de señalar la hemorragia de adjetivos y descalificaciones que Dilla acumula en unas pocas páginas sin argumentos, no me parece que esta carta electrónica merezca mucha más impugnación.
   En los últimos párrafos, Dilla habla más claro y muestra su voluntad de desacreditar a la Revolución Cubana, en la que sus más cincuenta años han evidenciado los defectos, las carencias. Tanto,  que está revisando a fondo su modelo económico y muchos criterios políticos. Pero esa revolución de los humildes fue el único proceso político latinoamericano que, en los sesenta, contra viento y marea, cuando la República Dominicana fue “democráticamente” ocupada por los marines, resistió el ataque de los patrocinadores de Dilla. Salvador Allende fue derrocado en los setenta por una jefatura del ejército chileno que respondió a las órdenes del ideólogo Kissinger, gran patrocinador del fascismo.
   La izquierda, señor Dilla, no es esa entelequia que usted proclama demagógicamente para enseguida hacerle el trabajo a la derecha, como los carteristas que gritan “al ladrón” mientras ponen el botín a buen recaudo. La izquierda latinoamericana son esos gobiernos democráticamente electos –de Venezuela, de Bolivia, de Ecuador, de Brasil, de Argentina, de Uruguay, de Nicaragua, como lo fueron los derrocados Mel Zelaya y Fernando Lugo, en Honduras y Paraguay–, que saben que la Cuba revolucionaria fue el punto de partida para este cambio de época, la de la segunda independencia. 
   Dilla, arúspice de nuestra futura democracia, afirma que “toda propuesta política –revolucionaria, reformista o conservadora, es susceptible de ser impugnada”. Me imagino que, entre esas impugnaciones Dilla reconoce que, cuando no se pueda ganar en unas elecciones transparentes, se salga a la calle a incendiar y matar. Eso se llama, señor Dilla, “fascio di combatimento”, puesto en acción hace casi un siglo por un viejo demócrata italiano llamado Benito Mussolini y más recientemente por sus alumnos de este lado del mundo. Apoyar eso, así sea lateralmente, es lo que le impugnaba a Blades, que se dirigía a las autoridades venezolanas como si ese no fuera un país en el que esos violentos aspiran  a un poder que no consiguen ganar en elecciones.
   A usted, no cometeré la tontería de impugnárselo: siga tranquilo en su guarimba ideológica. Acaso lo haría si hubiese usted compuesto unas salsas como “Plástico” y “Pedro Navaja”, pero sin tener swing… ¿para qué?
   Hay muchos “demócratas” que lo son hasta que pierden con la democracia. No creo que su libelo abierto merezca mucho más: solo terminar diciéndole que creo que en Cuba, y  también en Venezuela, el pasado  lo van siendo usted y sus poderosos patrocinadores.

(Sobre un libelo abierto. Blog Segunda Cita, marzo 2014)

Monday, May 16, 2016

Néstor Díaz de Villegas vs. Leonardo Padura

Digamos de entrada que Padura es un rezago del pasado, un zombi de la época de los Formula V cuyos guiones requieren locaciones remotas cubiertas de telarañas (reales e ideológicas). Cuando sus personajes hablan –en lo que, para Padura, pasa por libre expresión– es como si hubieran viajado sin escala, durante cinco décadas, en un buque fantasma. La situación es macabra (Regreso a Ítaca viene a ser secuela de The Others), sobre todo si se considera la insistencia del novelista en llevar la nave del olvido a puerto seguro.
   Como un Chandler habanero, Padura recreó en Mario Conde la entelequia del policía sucio con el corazón de oro. Cuando el mono engordó y se explayó en otras muchas novelas, se hizo necesaria la construcción de un parque temático. En Regreso a Ítaca, Padura crea por fin una Habana poblada de tontos sentimentales, un reino mágico donde la furia de los tracatanes no los afectará mientras se mantengan hablando de melenas, de libros prohibidos, e incluso, de las nostálgicas Unidades Militares de Ayuda a la Producción. Será cuando dejen de hablar, cuando por fin se callen, que las cercas eléctricas soltarán chisporrotazos y que se dispararán todas las alarmas. Habrá llegado la contrarrevolución, o la democracia, da lo mismo.
   Las UMAP y las escuelas al campo (“¡No eran tan malas ná!”, exclama el personaje de Aldo, el negro bueno), las recogidas y el destierro, son, hoy por hoy, parte integral del canon: Tapies, Serrat, Eva María y Stalin dan un salto dialéctico, se integran al proceso y se acogen al método de conversión y reciclado que ofrece la narrativa histórica de Leonardo Padura.
   Curiosamente, el método Padura tiene mucho en común con un extraño fenómeno de la radiodifusión cubana en la década de los cincuenta. Cuando Laureano Suárez, director de la antigua Radio Cadena Suaritos, cuqueba a sus oyentes con el famoso: “Señora, póngase en cuatro. . .”, estaba hablando en puro Padura; pero el novelista sabe que “. . .en cuatro horas de La Habana a Nueva York” lo salva de la suerte que corren los disidentes. Los censores, ya sean batistianos o castristas, adoran los juegos de palabras, y los personajes de Regreso a Ítaca son maestros del retruécano, parlanchines extraordinarios, viejos camajanes cujeados por medio siglo de teque.
   El que regresa es Amadeo (Néstor Jiménez), un escritor frustrado que no ha escrito una línea desde que emigró a España. Tuvo que luchar a brazo partido por la sobrevivencia y sus reservas morales se agotaron. Una obra de teatro y tres novelas inconclusas aguardan en una gaveta por el retorno de aquella savia que, a pesar de todo (éxodo, cárcel, ostracismo), la dictadura ofrecía exuberantemente.
   No es difícil adivinar aquí la coña del novelista exitoso (nada menos que el autor de El hombre que amaba a los perros) regodeándose en la mala estrella de los artistas del destierro. Pero, ¿no es cierto que la gran literatura cubana, desde Villaverde y Martí hasta Virgilio, Cabrera Infante, Arenas y Severo, se creó en el exilio, y en las circunstancias más adversas? Amadeo es, sencillamente, un escritor mediocre; y hay más de un escritor malo que se quedó en La Habana a sabiendas de que su obra descansaba en una confusión sociopolítica. También el ascenso meteórico de Leonardo Padura se debe a un malentendido.
   Amadeo regresó para quedarse; la aguafiestas de Tania (Isabel Santos), le echa en cara el cáncer de una esposa abandonada; Rafa (Fernando Hechevarría), el típico pepillín avejentado, sigue dándole vueltas a The Mamas and the Papas; Eddy es solamente Jorge Perugorría en el papel de Pichy, citándose a sí mismo, tanto, que en algún momento vuelve a entonar el “Tomen una foto de esta mierda antes que se la trague el blah, blah”, de Fresa y Chocolate (1993). Todos tienen algo que avisarle, aconsejarle o rebatirle al pobre escritorzuelo que espera recuperar la musa. . . ¡en La Habana! Alguien mata un lechón en una casa vecina; otros se lanzan insultos en un solar lejano; amenazantes tumbadoras permean el aire de la urbe y hacen que el escritor se queje: “¡Ay, qué bulla!” Sus compatriotas le avisan: Welcome to the jungle!
   Pero los personajes de Regreso a Ítaca se van de lengua y rozan, sin querer, los problemas de la candente actualidad. Cuando Amadeo confiesa que no había venido antes porque “tenía miedo de entrar y que no me dejaran salir”, Rafa le suelta una carcajada en la cara: “¡Pero, qué mierda estás hablando! ¿Tú conoces a alguien que entró y que no lo dejaron salir?” (“¡Tania Brugueraaaa!”, pudo haber gritado alguien desde la última luneta del Yara).
   El guión del binomio Cantet-Padura nos presenta la perfecta Mesa Redonda: se habla de pelota; del equipo de los Industriales; se come arroz y frijoles; se fuman Populares; se recuerda el Período Especial, Angola y el caso Ochoa. Hay un adentro y un afuera militarmente delimitados. Fidel tomó las azoteas y no se discute ya nada que Fidel no haya tratado en sus Reflexiones: la azotea misma deviene un zócalo reaccionario, asiento del brete y plazoleta ubicua para una variedad de jingoísmo mucho más perniciosa, por interiorizada: “Tenía miedo de parecerme a otros. Gente que no era nadie aquí, que de pronto se fueron (sic) y cuando llegaron al extranjero se empezaron a inventar historias que ni siquiera les tocaban de cerca. Que este era el país de la humillación, de la miseria, que aquí eran perseguidos. . .”
   Este discurso, y el cobarde que lo escribe, no se habían dado nunca, ni en el Chile de Pinochet, ni en la Argentina de Videla, ni en la Bolivia de Banzer. La transición política, en esos países, no estuvo comprometida por la melancolía de sus intelectuales. Allí las cosas estaban claras: la dictadura debía conducir inexorablemente a la democracia. Si la humillación, la miseria y la persecución hubieran sido puestas en duda por un momento, cincuenta años después los chilenos, los argentinos y los bolivianos todavía estuvieran hablando mierda, mirándose el ombligo y añorando a los Beatles.

(‘regreso a ítaca: inventando historia. Blog N.D.D.V, mayo 2015)

Friday, May 13, 2016

Francisco Morán vs. Luis Toledo Sande

En Petimetres contra Martí, que publicó en Cubadebate, en el portal de la cultura cubana y en su propio blog, Ud. —que es Premio Nacional de la Crítica y Doctor en Ciencias Filológicas— ha dado muestras del depauperado estado de la crítica cubana, puesto que su barrabasada no solo ha sido ampliamente publicada, sino que tampoco ha suscitado ningún rechazo. No hay más que ver —gracias a la información que nos ofrece— los melindres de Ambrosio Fornet que reaccionó al ensayo de Antonio José Ponte con esta sonsa pregunta: “¿Cómo es posible ofender de esa manera a Martí?”
   En su artículo —llamémoslo así— usted alude a “alguien nacido en Cuba” que “pretendió convertir a José Martí en aire.” A nadie puede escapársele su intención de negarle la cubanía al autor a que se refiere, y —como si a lo uno siguiera lo otro— ningunearlo: “alguien”. Todos sabemos que se refiere al ensayo El abrigo de aire, de Ponte. Quiero recordarle que Casal mismo, cuya cubanía —bien que le pese— es innegable, en su poema “Autobiografía” también se presenta, no como cubano, sino como nacido en Cuba. En definitivas, es lo que es cualquier cubano: ALGUIEN que nació en Cuba, y eso lo incluye a Ud. mismo, y al propio Martí. Por otra parte, usted, además de pésimo, es también un vil lector, puesto que el argumento de Ponte no es que Martí es —como usted pretende— el aire que “simboliza inutilidad y desarraigo,” sino que las ideologías habían inflado de aire a Martí. De manera que mostrar el funcionamiento de la ideología exigía vaciar a Martí. Pero usted dice algo que resulta revelador. Al significado del aire que le atribuye a Ponte, opone el otro, el suyo, el aire que hace de Martí “necesario para la vida.” Usted debería —si es que puede— explicarnos cómo funciona ese aire, y sobre todo, a qué vida —o vidas— le es necesario? Porque en todo caso, las vidas que han vivido de ese aire, las que han usado a Martí como life-support, son las de los que han vivido de Martí, y lo han trajinado para hacerse de cargos, de posiciones, de autoridad, y de salarios. Dice usted: “Es justo reconocer que, cualquiera que sea la cifra, los mayores y más rabiosos denuedos contra Martí han venido de la derecha en servicio a fuerzas y designios del imperio o cómplices suyos. Una cosa y otra acaban siendo lo mismo, medie o no medie pago contante y sonante de tal servicio”. ¿Puede decirnos, señor Sande, ¿quién le paga a usted su salario? ¿O es que lo recibe de Martí? ¿No le pagan a Ud. para que escriba y publique sandeces como el artículo de marras? Usted es más asalariado que nosotros, porque en definitivas al gobierno de Estados Unidos le tiene sin cuidado lo que yo escriba o piense de Martí. Pero usted no puede ser lo mismo de las autoridades cubanas, porque usted mismo es la prueba más palpable de lo que digo.
   Ahora bien, usted procede conmigo de la misma manera que con Ponte. Y si no puede encasillarme en la derecha, alude a mi estudio Martí, la justicia infinita, sin mencionarlo, y por supuesto, sin mencionar mi nombre. El argumento para no discutir con los autores y obras que ningunea es este: “No será sensato discutir con quienes, lejos de vivir bajo la sospecha de estar equivocados, actúan de mala fe, y, como diría Martí en un discurso de Tampa que citaremos, ¡mienten!”. No es necesario discutir porque la discusión implica, en primer lugar, reconocer la existencia del otro. Pero eso no puede hacerse desde un estado de guerra. Lo más importante, sin embargo, es otra cosa: usted no discute, porque usted es el que miente y esconde los hechos. Y lo hace de una manera tan burda que francamente solo puede inspirar lástima y risa. Eso explica que su artículo no sea sino, como dije antes, la rabieta del que ha sido sorprendido desnudo, y ni siquiera tiene la excusa de ofrecer algo agradable a la vista. En alusión a la discusión de los textos martianos de Marinello en mi estudio —discusión que Carlos Ripoll había empezado mucho antes— Ud. comenta lo ve como “despropósitos cometidos desde la izquierda pudieran considerarse piezas arqueológicas, y hasta ser parte de la prehistoria de algún autor, como Juan Marinello, cuyos desfoques juveniles sobre Martí se ha puesto a veces de moda citar como descubrimientos, a despecho de la obra fundamental con que él los dejó atrás”. ¿Desfoques juveniles? ¿Juveniles dijo usted? Marinello nació en 1898, y cuando publicó “Martí y Lenin,” —y también el comentario sobre la lectura de Martí de Marx en 1935— tenía… 37 años. ¿A eso lo llama Ud. desfoques juveniles? ¿Olvida o ignora Ud. que el artículo de Marinello fue duramente criticado, y que no solo no se retractó, sino que se mantuvo en sus trece? No, señor Sande. Usted, y solo Ud. —Ud. que vive del aire de Martí— es quien ¡MIENTE!
   Igualmente en referencia a mi estudio, usted comenta: “Solo así se puede tratar de presentar a Martí como un hipócrita, como un taimado enemigo de los obreros, como un servidor de la burguesía, poco menos que como un agente de las fuerzas políticas y sociales contra las que luchó”. Le esconde a los lectores mis argumentos y mis evidencias, la discusión minuciosa de los textos que llevo a cabo. Pero, claro, usted no discute. Eso lo hace un crítico, un intelectual. Usted solo puede acudir a la pataleta. Usted ha demostrado que no tiene un ápice de dignidad, ni de valor. Los autores que ataca sin mencionar seremos petimetres, pero usted no tiene ni el valor, ni el permiso, ni con qué discutir con nosotros. No en vano, a pesar de las letanías que eran de esperar, a muchos de los lectores no se les escapó que su artículo está prácticamente vacío, que es puro aire.
   No es sorprende que Ud. defienda sin ambages el juicio de Martí —que considera “un llamamiento, de naturaleza ética”— de que “Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre”. Niega que esto fuera una defensa de “la inaceptable práctica del destierro forzoso”. Pero, como tanto otros vividores de Martí, no nos explica cuál es la ética de ese juicio, ni cómo puede no ser esto un llamado y legitimización de destierro forzoso. ¿Acaso no es eso lo que desde hace mucho tiempo se ha venido practicando en Cuba a través de diferentes vías como excluir —desterrar— del diccionario de la literatura cubana, y por ende de la literatura cubana, obras y/o autores molestos? ¿No fue esa frase de Martí la que invocó un noticiero ICAIC en 1980 sobre la salida —acompañada del destierro forzoso— de la “escoria”? ¿No representaba esa “escoria” los “insectos dañinos” de que había hablado Martí? ¿No es destierro forzoso lo que usted quiere imponerles a los estudiosos de Martí que ningunea y niega su cubanía? ¿Puede explicarnos, Señor Sande, cuál es el sentido ético de esa violencia institucionalizada desde el poder y la censura? Es por eso que convenientemente Ud. pasa por alto que hay un punto en que los dos estamos de acuerdo: la Revolución Cubana es la prueba más evidente de a qué conduce la realización del pensamiento martiano.

(Carta abierta a Luis Toledo Sande. Cubaencuentro, abril 2015)

Thursday, May 12, 2016

Leonardo Padura vs. Domingo del Monte (2)

“Encerrado en mi casa estuve por más de una semana, temiendo me sorprendiera una crisis de mi enfermedad, cuando me llegó una carta de Domingo y supe que toda la historia casi increíble que me contara Osés era tan cierta como la salida diaria del sol. En la carta, fechada el 28 de noviembre, en La Habana, él me llamaba ‘Mi querido José María’, y me comentaba que pronto pensaba pasar por Matanzas, aunque no tendría tiempo para verme, pues aunque su palacete quedaba apenas a tres cuadras de mi casa, acá lo aguardaban su esposa y su suegra para ir por una temporada a uno de los ingenios de la familia. También me decía que no era el actual momento el mejor para publicar mis poesías en España, con lo cual se desentendía del trabajo de edición que antes había aceptado. Y, sin explicarme nada de lo que había ocurrido el día de mi llegada, me expresaba: ‘No son menos vehementes los deseos que tengo de hablarte, pues para ello nos darán amplia materia, aunque no sea más que tu malhadado viaje a esta isla, bajo los funestos auspicios que lo has hecho’, y se despedía de mí, clavándome un cuchillo en el corazón: ‘Ángel caído: siempre te quiere con caridad y cariño sin igual, tu constante amigo, Domingo’…¿Debo confesar que lloré, como un niño, al leer aquella carta? Ni siquiera el piadoso insulto de llamarme ángel caído, ni la caridad en que se había convertido su cariño fueron bastantes para que el odio se impusiera al dolor. Ni siquiera su tono de triunfador, o la vanidad de restregarme en la cara sus vacaciones de rico a la sombra de la gran riqueza. Porque aquella misiva estampaba el fin de una turbulenta amistad, que en épocas mejores él luchó por sostener, que en otras yo procuré salvar con mis perdones, pero que ahora, envuelta en una trama mayor, era sacrificada por el potentado Domingo, nuevo dictador y diseñador de destinos, al dios de unos mezquinos intereses políticos ocultos tras cifras de seis y siete ceros. ¿Escribía aquella carta el mismo Domingo que siempre escondió su protagonismo detrás de otros nombres?; ¿el mismo que se jugaba el dinero, la ropa y hasta la vida en una mesa de cartas, una valla de gallos, un juego de dados?; ¿el mismo que repetía las frases de Varela y las hacía pasar como suyas?; ¿el mismo que estaba fundando una literatura sobre una superchería mayúscula y corrompía el talento de quienes lo rodeaban?; ¿el mismo que persiguió a mis mujeres, como un perro sin suerte?; ¿el mismo que acababa de publicar una diatriba contra el Gobierno de Tacón, pero otra vez sin su firma?; ¿el mismo que nunca había sufrido destierro, ni cárcel, ni persecución, porque nunca se atrevió a hacer de frente nada que implicara un riesgo?; ¿el mismo que, en memorial dirigido a la reina de España, se refirió al ideal independentista como ‘ese espantable monstruo’? ¿Era o no el mismo Domingo que veinte años atrás me cedió el paso hacia la cama de una prostituta porque no se atrevía a ser el primero ni siquiera en el amor, y el mismo que un día remoto perdió el control de sus emociones y se lanzó a besarme en los labios? Ángel caído: así me llamaba aquel perpetuo habitante del infierno del miedo, la intriga y la mediocridad. Entonces me enjugué las lágrimas, pues supe que nada podía hacer: ¿era tan terrible mi falta? Eso no importaba ya, porque mis razones no serían oídas y la voz de Domingo era la de los dueños de la historia y mi condena ya estaba decretada. Muchos años tendrían que pasar para que las verdades volvieran a serlo (si tal milagro es posible) y para que la justicia de la historia cayera sobre nuestras pobres cabezas. Y a esa justicia y a la de Dios me remito ahora, confiando en que tal reparación de mi memoria alguna vez sea posible".

(La novela de mi vida. Ediciones Unión, 2008)

Wednesday, May 11, 2016

Haroldo Dilla vs. Abel Prieto y Miguel Barnet

El gobierno cubano nunca ha estado interesado en que se fomente diálogo alguno fuera de sus cuarteles. Por eso armó una tropa de condotieros dispuestos a reventar el propio funcionamiento de la Cumbre, y programada para apalear opositores, sea en Atlapa o en el Parque Porras. La intención nunca fue otra: entraron en zafarrancho de combate con las mismas cantaletas autoritarias y desfasadas de siempre.
   Técnicamente casi nadie de esta gavilla de gamberros sin historia puede considerarse sociedad civil, pues son funcionarios estatales, o viejos informantes del MININT que han jugado por décadas a ser sociedad civil con organizaciones protegidas, como es el caso del CIERI, cuyo director por 30 años aparece llamando mercenarios a los opositores y agitando un panfleto con la cara desencajada y la mirada estrábica. Estaban encabezados por uno de los escritores cubanos más frívolo y aparatosamente mediocre, Abel Prieto, cuya filiación estatal es explícita como asesor cultural del General/Presidente Raúl Castro. Las fotos muestran a Miguel Barnet, sobre el cual huelgan los comentarios, empujando una puerta y gritando consignas, cosa que, por cierto, nunca hizo cuando en Cuba se perseguía y encerraba homosexuales en nombre de la moral revolucionaria.
   No es la primera vez que hacen esto. Lo han hecho en LASA en cada congreso, secuestrando un Grupo Cuba que se ha convertido en caja de resonancia de todas las aberraciones oficialistas con el beneplácito asustadizo de todos sus participantes. Lo han hecho en eventos como ferias del libro y presentaciones de intelectuales emigrados. Pero reconozcamos que lo que han hecho ahora rompe con todo lo que quedaba —si algo— de dignidad y decoro.

(La inmundicia cubana en Panamá. Cubaencuentro, abril 2015)

Tuesday, May 10, 2016

Jorge Ferrer vs. Richard Blanco

(¡Qué viva la ñoñería!): Acaban de avisarme de que Richard Blanco, ese juntaversos pericubano que le gusta a Obama tanto como (a) Michelle, lleva meses escribiendo en secreto y por encargo del Departamento de Estado, un poema que leerá este viernes en la ceremonia de inauguración (¿?) de la Embajada de EEUU en La Habana. Este Blanco, a juzgar por los versitos que le llevo leídos, su proyecto de romper el embargo dizque sentimental, ¡qué hay que ser cursi e idiota, por tu madre!, y el criptoñangarismo básico de cada una de sus manifestaciones respecto a la dictadura de La Habana, parece ser una suerte de proyección holográfica del intelectual revolucionario castrista, una criatura que nació lejos de la UNEAC y daría lo que fuera por sentirse útil, por trabajar para un gobierno, o dos, por sentir en sus nalgas la caricia áspera del cheque abonado con desdén. "Poeta inaugural", dicen... ¡Como Silvestre de Balboa levante la cabeza, se van a enterar!

(Publicado en la red, agosto 2015)

Monday, May 9, 2016

Fermín Gabor vs. Eliades Acosta Matos


Vicedirector de la Unión de Historiadores de Cuba y actual director de la Biblioteca Nacional, me cohibiría en grado sumo tratar al primero de estos autores con título que no sea el de doctor. Yo conocía ya algunas de sus opiniones gracias a una antología preparada por Enrique Ubieta (Vivir y pensar en Cuba. 16 ensayistas cubanos nacidos con la Revolución reflexionan sobre el destino de su país, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2002), donde el doctor Acosta Matos atacaba unos intentos de revaluación del autonomismo cubano a la par que acometía la defensa del realismo socialista.
   En esa misma antología un pensador de la agudeza de Fernando Rojas (siempre que le adjudiquemos por error alguna obra de su hermano Rafael) añoraba la gama de productos lácteos que su infancia consumía en paseos por el habanero Parque Lenin. Fernando Rojas destilaba nostalgia de cuño semejante a la de esas viejas tías abuelas recontadoras de meriendas de Ten Cents. “El vaso valía veinticinco centavos, y en los primeros setenta allí vendían la leche sólo por vasos”, rememoraba. (La boca se nos hace agua de pensar en los primeros setenta, recién fracasada la Zafra de los Diez Millones y celebrado el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura.)
   También a Víctor Fowler, presente en dicha antología, lo desvelaban preocupaciones líquidas. No se trataba en su caso del vaso de leche servido en el Parque Lenin, sino de la “Pepsi Light” para la cual, en un día futuro de capitalismo habanero, no le alcanzaría la plata. (¡Qué tortuosa nostalgia la suya capaz de proyectar imposibilidad actual hacia el futuro!)
   La historia nacional cabía entre el vaso de leche de Fernando Rojas y la “Pepsi Light” de Víctor Fowler. A juzgar por los 16 ensayistas nacidos con la Revolu el destino del país consistía mayormente en la añoranza. “¡Ay, qué mal va la cosa”, recuerdo haber dicho, “cuando los ñángaras empiezan a sufrir de nostalgia!”.
   Pero no hagamos esperar más al doctor Acosta Matos, para quien el realismo socialista es un quesito crema del Parque Lenin. En la antología ubietánea el actual director de la Biblioteca Nacional se dolía del saqueo sufrido por los antiguos países comunistas europeos luego de la caída del Muro de Berlín. Según él, el video-clip (“las tambaleantes industrias del video clip”) y la decoración de interiores venían a apropiarse de los códigos visuales del realismo socialista, hurtaban longevidad a la estética favorita del camarada Stalin.
   (Su planteamiento abre diversas interrogantes: ¿por qué entender la apropiación estética como saqueo?, ¿o cómo no admitir entonces que es saqueo a Occidente toda la arquitectura moscovita de la época de Stalin, de un neoclasicismo facilón?, ¿por qué, en lugar de emprender la defensa del constructivismo soviético, cuidarle el culo al realismo socialista?, ¿cómo éste, tan vigoroso, llegó a ser absorbido por lo tambaleante?, ¿y por qué la suma de los artistas eméritos de las repúblicas soviéticas no alcanzó a imaginar ni una emisión de Colorama?)
   Graduado universitario en una alejada república soviética, el doctor Acosta Matos defendía el pundonor bolinski. Autonomista como fue frente a Moscú (ni independencia ni anexionismo), no aguantaba a los que quisieran recordar el autonomismo frente a España.
   Y ahora el penúltimo número de La Gaceta de Cuba publica un texto suyo donde arremete contra todo el que procure algunos rasgos positivos para la República. Responde a una reseña publicada por el investigador Jorge Domingo Cuadriello en número anterior de esa misma revista y, para entender su alcance, es preciso hacer un poco de historia. Dejénme que les cuente, limeños.
   Julio Rodríguez publica a los sesentinueve años de edad un primer libro, una cronología: Noticias de la República. Matrimoniado con la bibliógrafa Araceli García Carranza, Rodríguez recibe ayuda de su esposa para el libro. Y el doctor Acosta Matos, quien se brinda a prologarlo, asegura que el volumen es obra de indudable valor y se deshace en alabanzas del trabajo investigativo efectuado por su autor.
   Luego Jorge Domingo Cuadriello reseña ese primer tomo de Noticias de la República (hay otros por venir) y descubre que en él abundan las imprecisiones, los errores y las meteduras de pata. Y que el tan alabado viaje de su autor a las fuentes bibliográficas resulta muchas veces dudoso.
   Quien recorra las páginas de esa cronología podrá asistir al nacimiento apócrifo de Julio Antonio Mella, verá regresar de la muerte a Aurelio Mitjans, y va a ser testigo de la doble muerte del general Carrillo o del nunca ocurrido asalto y destrucción del periódico Heraldo de Cuba.
   Muchas otras pifias señala el reseñista y descubre además la poca imparcialidad de un acopio en el cual no aparece mención del mayor período de bonanza económica republicana. Es en este punto donde el reseñista Domingo Cuadriello topa con el malhumor del doctor Acosta Matos. ¡Mira que exigir noticia favorable de una edad histórica donde la gente nacía en días equivocados, volvía de la tumba o moría dos veces!
   Incapaz de objetar la mayor parte de las acusaciones del reseñista, el doctor Acosta Matos acude en su defensa a lo melodramático. Varias son las objeciones sentimentales que hace a Jorge Domingo Cuadriello. Que si éste ha atacado en público a una mujer como Araceli García Carranza (¿en privado le hubiese estado permitido?), que si abusa de un hombre que a los sesentinueve años publica su primer libro. Con la conciencia de un asiento de guagua para embarazadas, el doctor Acosta Matos se desvela por mujeres y ancianos. (Vista la edad de su prologado, uno llega a preguntarse por qué éste no esperó a ser aún más defendible, qué lo ha impulsado a tanta precocidad. Pues, publicado a los noventinueve años, su primer libro habría sido más erróneo y disculpable.)
   Por supuesto, donde hay novelón indígena no falta la figura del Apóstol, y el doctor Acosta Matos nos recuerda el martiano apotegma “Criticar es amar” y el sofisma martiano de que cuando se va a morir bien cabe licencia para rimar del peor modo. Vistas así las cosas, un chapucero de 69 años casado con concienzuda bibliógrafa emprende el primero de sus trabajos, mete la pata sin compasión, y es preciso amarlo martianamente.
   Por último, el doctor Acosta Matos no alcanza a comprender a esos críticos que “pudiendo ventilar entre compañeros sus señalamientos escogen la páginas de una revista”. Y de aquí puede sacarse tal vez el más importante precepto entre los suyos: la crítica no tiene por qué llegar a las revistas, no hay por qué publicarla. Cualquier diferencia estética ha de ser ventilada en reunión a puertas cerradas. (De la crítica literaria como asamblea sindical manicheada por la administración.)
   Pacienzudo para examinar las virtudes de una cronología, el investigador Jorge Domingo Cuadriello ha tenido también la cachaza de responder a cada una de las reclamaciones del doctor Acosta Matos. Y en respuesta a las peticiones de crítica amorosa hechas por éste se ha encargado de exhumar la nada cariñosa reseña con que, en 1988 y desde una revista santiaguera, Eliades Acosta Matos (entonces no doctor) saludara la aparición de un libro póstumo de Virgilio Piñera.
   (De esa vieja reseña vaya un cacho: “¿En nombre de qué supuesta libertad de expresión o de creación puede un intelectual aislarse de un mundo en ebullición que diariamente golpea a su puerta clamando también por su aporte en su eterna lucha por la perfección? ¿Puede aceptarse como lógica la autocondena de Piñera al ostracismo, al autoexilio al mundo de la fabulación, suponiendo incluso que no hayan podido ser aceptadas sus propuestas estéticas, en una coyuntura política muy concreta y por todos conocidas?” Fuera cuestión amorosa, el joven Acosta Matos tiene el descaro de tratar de autocensura lo que fue castigo oficial dictado contra Piñera. Y considera búsqueda de perfección a los golpes en la puerta del viejo escritor prohibido. Al parecer, los estetas de Villa Marista venían a pulir alejandrinos al apartamento de Piñera.)
   La Gaceta de Cuba, que publicó la reseña escrita por Jorge Domingo Cuadriello y luego la reseña de reseña a cargo del doctor Acosta Matos, ha decidido interrumpir la polémica cuando estaba poniéndose mejor. Bajo el pretexto de que no agrega nada nuevo, deja sin publicar la respuesta de Domingo Cuadriello.
   Sin revista que la acoja, la entrega última de esta polémica viaja de uno a otro correo electrónico, corre el destino de una nave espacial ida de órbita. Jorge Domingo Cuadriello asegura en ese mensaje electrónico que ya no volverá sobre el tema. Aunque ha pedido al presidente de la Unión de Historiadores de Cuba que se nombre una comisión de historiadores, suerte de cascos azules de la ONU, que sirva de árbitro en la pelea.

(La Lengua suelta # 17. La Habana Elegante, segunda época)