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Monday, June 30, 2014

Oscar Zanetti sobre Manuel Moreno Fraginals

Y después, en 1994, fue la partida; un acto que muchos todavía lamentamos. En la prensa de Miami se ha afirmado que quienes en Cuba se sorprendieron con ese paso —y «le dieron la espalda»— no entendían cómo Moreno había tomado una decisión que habría de cerrarle las puertas de tantas instituciones culturales en el mundo. Como si determinación semejante pudiese obedecer a criterios de mercadotecnia académica. La cuestión no era de cálculo, sino de sentimiento. Por ello, aun admitiendo de su parte posibles discrepancias y hasta contradicciones —respetables, aunque no siempre respetadas—, el absurdo nos parecía evidente. Lo que no alcanzamos a comprender quienes apreciábamos a Moreno —y continuaríamos tratándolo con el afecto que merecen su obra y su caracter—, lo que se nos hacía inaceptable, es que este gran historiador dejase a su país en crisis, para irse, a Miami, a echar su suerte con la descendencia —si no económica, ciertamente ideológica— de la sacarocracia cuya gestión histórica tan profundamente censurara.
   La etapa final en la vida de Moreno no resulta especialmente fecunda en realizaciones científicas. Mal pudiera achacarse ello a circunstancias contextuales, pues a una edad tan avanzada se hace difícil concebir, y mucho más ejecutar, empresas intelectuales de envergadura. Un año después de marcharse al exilio, en 1995, se publica en Barcelona el que sería último de sus libros: Cuba/España España/Cuba. Historia común. No era este, como El ingenio, el producto de una investigación profunda y prolongada, sino más bien una suerte de balance de estudios y experiencias. En sus capítulos se plasman desde resultados parciales de la «Historia de la Cultura Cubana» que en los años ochenta emprendiera Moreno con los colaboradores de su cátedra en el Instituto Superior de Arte de La Habana, hasta datos preciosos, e incluso curiosidades, acopiados durante largos años de investigación. Se trata de un texto desigual —ya lo hemos dicho—, a mitad de camino entre el ensayo y la síntesis histórica, donde el autor entrelaza reflexiones profundas y anécdotas chispeantes, revaloriza procesos e ilumina páginas opacas en el pasado cubano... y también abjura de criterios por mucho tiempo sustentados. Pero, por encima de todo, esta obra postrera conserva el aliento vital, ese infatigable afán de renovación que alentó la trayectoria de aquel historiador magistral.

(Moreno; entre la historia y la leyenda, La Gaceta de Cuba, 2001)

Friday, June 27, 2014

René Depestre vs. Nicolás Guillén

En 1978 dejé Cuba, después de mi ruptura con la revolución castrofidelista. Al mismo tiempo tuve que romper también con Nicolás Guillén. Nuestra vieja amistad no sobrevivió a la crisis de identidad que la Seguridad del Estado cubano, convertida en policía de los sueños al estilo de la KGB, había abierto en mi vida dadas mis dificultades en hablar una lengua torpe y en ahogar bajo un pensamiento torpe (o, peor aún, plano y sin resquicios) mi libre jurisdicción de poeta y de ciudadano. En esos días Nicolás Guillén me llamó a su despacho de presidente de la UNEAC (la Unión de Escritores cubanos) para devorarme como un padre furioso. Me comunicó sin humor que alguien que no había luchado junto a Fidel –ni cuando el ataque al cuartel Moncada (1953) ni en el momento del desembarco de los rebeldes del Granma (1957)– no tenía derecho a emitir ningún juicio crítico sobre la conducta política de los funcionarios de la revolución cubana. Yo debía cerrar el pico y se acabó. Me recordó también mi origen extranjero. El “un cubano más” se hizo humo a través de su ventana.
   Me dijo que no podía ayudarme a salir del atolladero en el que me había metido. Convertido en una importante figura pública, instalado en uno de los pisos más lujosos de La Habana (en la planta 23ª del famoso edificio Someillan), con el golfo de México ante sus ojos, un Cadillac de funcionario (presidente de la UNEAC), con chófer y con la habilidad de reunirse, cuando lo quisiera, con uno u otro de los hermanos Castro, etc., nunca habría corrido el absurdo riesgo de caer en desgracia. Yo no daba crédito a mis oídos. Como, en el fondo sentía afecto por mí, después de tantos años de compartir nuestras más íntimas aristas, estaba sinceramente enfurecido y desconcertado: consideraba mi conducta como una falta de habilidad política. Esperaba de mí mayor prudencia y fineza en el análisis de la situación. Claro que –admitía– los métodos de la URSS habían influido en la revolución cubana; claro que era una infamia lo que había tramado la policía política contra el poeta Heberto Padilla; claro que todos estos comandantes incultos de la camarilla de Castro son un incordio, pero ellos, a diferencia de los poetas, habían estado en el Moncada en el 53, y en el Granma en el 57, jugándose su pellejo por Cuba. Eran ellos el poder de la revolución, ellos la conciencia crítica del proceso revolucionario, y no los Padilla, Arenas, Lezama Lima, Virgilio Piñera y otros hijos de la gran puta. Se sentía afligido al tener que mezclarme con aquellos que el “poder revolucionario” tenía razones para apartar como nocivos. Yo estaba consternado por descubrir semejante torpeza en un gran poeta tan celoso del buen uso que hacía, por otra parte, de la lengua de Machado y de Lorca. Me fui sin decir una palabra, contrariado profundamente por haberlo sorprendido en un día tan mediocre, y oportunista hasta la más flagrante cobardía. Había dos Nicolás: el autor de Sóngoro Cosongo, West Indies Ltd, El son entero, etc., y el poeta cortesano en el que se había convertido para preservar los privilegios que le brotaban por todos los poros de su arrogancia y fatuidad. Para mí fue una verdadera desgracia perder su amistad. En ningún momento tuve la idea de pedirle que intercediese por mí ante sus poderosos amigos del PC cubano. Habiéndosele informado a un alto cargo de mi “mala conducta”, y de los comentarios críticos que yo hacía libremente a mi alrededor, se dio prisa en tomar distancias y en soltar prenda a mis espaldas ante unos amos... a los que despreciaba tal vez aún más que yo, teniendo más a menudo la ocasión de codearse con ellos en los dorados bastidores del poder. Después de este encuentro, ya no habría posible entendimiento entre nosotros. Lamentablemente, se podía ser un poeta formidable, un artista cabal, y un cortesano consumado.

(Palabra de noche sobre Nicolás Guillén. Encuentro de la cultura cubana, No. 3, 1997

Thursday, June 26, 2014

Ernesto Hernández Busto sobre Lezama traductor de Perse (Lluvias)

Más allá de todos los detalles puntuales —que hasta donde sé nadie se ha tomado el trabajo de confrontar, mientras, en cambio, comúnmente se celebra esta traducción como “obra maestra”— la evidencia del contraste es que Lezama no sabía suficiente francés e imaginó a Perse al mismo tiempo que lo traducía. En el fervor creado por un diluvio poético, creyó descifrar las imágenes más allá de los significados.
   Este recurso es particularmente equívoco a la hora de leer a Perse, un poeta de la precisión, con un extensísimo vocabulario, pródigo en sustantivos bien escogidos para bautizar una cosmogonía. Tengo la impresión de que bajo el aguacero poético de Perse, Lezama avanza al buen tuntún, intuyendo una grandeza que su propio oficio no alcanza y resumiéndola para los inexpertos como “configuraciones del azar concurrente”.

(Releyendo a Saint-John Perse a propósito de una (mala) traducción de Lezama. Blog Penúltimos Días, abril 2009)

Wednesday, June 25, 2014

Zoé Valdés vs. Diario de Cuba

DDC no sólo cobra, además se pretende el diario del exilio, y el de Cuba, y el de los cubanos, sin aclarar de manera transparente quiénes los subvencionan, con qué pagan a sus asalariados. ¿Como es posible que un diario como ése, en medio de la crisis que vive España, pueda pagarle salarios a empleados, y colaboraciones a personal que vive fuera de España, cuando diarios tan importantes como El Economista no puede pagar a sus periodistas y columnistas? ¿Cuáles son los privilegios de los que goza este diario, bajo cualquier gobierno, sea socialista o de derechas, que mientras otros periódicos más importantes deben cerrar y disminuir personal, éste no?

(Diario de Cuba debiera decir de una vez quién los paga antes de manipular mis palabras. Blog Zoé Valdés, septiembre 2012)

Tuesday, June 24, 2014

Luis Cino vs. “Sobre los pasos del cronista”, de Carlos Velazco y Elizabeth Mirabal

Los autores de Tras los pasos del cronista  apelan a  infiernillos de tertulia y habladurías de pasillo para revelar testimonios dudosos  que  hablan bastante mal de quien los refiere, tales como los chismes del cineasta Enrique Pineda Barnet acerca de que Cabrera Infante  envidiaba su talento narrativo (¿?),  Alfredo Guevara contando a su manera las querellas por la posesión de la cultura revolucionaria, o el poeta Pablo Armando Fernández insinuando  que el Infante difunto siempre estuvo enamorado de él (y mal correspondido, no faltara más).
   No hay que tener mucha imaginación para suponer cómo se sentiría Cabrera Infante,  siempre tan orgulloso de estar prohibido en Cuba. Lo entiendo perfectamente. En su lugar, la presentación del libro donde pretenden perder sus pasos, y todo lo que siga, ahora que los comisarios pretenden que vuelven a la normalidad, lo tomaría, más que como un homenaje, como un agravio. Otro más.

(Tras los pasos de los saqueadores de tumbas. Cubanet, septiembre 2011)

Monday, June 23, 2014

René Cifuentes vs. Miguel Barnet

Asistí a la conferencia de Miguel Barnet por una razón personal: durante un tiempo, en Cuba, nos unió una íntima amistad. Miguel habló de las religiones africanas y tuvo que reconocer la existencia de Lydia Cabrera –de no haberlo hecho, no hubiese podido reconocer su propia existencia, ya que, él se alimenta (y viaja) gracias a la obra de Lydia Cabrera. De todos modos, la Universidad de Nueva York parece que prefiere las copias en lugar de los originales, aún cuando estos estén más cercanos ... ¿ Ironía? ¿Estupidez? ¿O algo peor por parte de la Universidad de Nueva York?
   Antes de la conferencia, Miguel Barnet me insinuó que no le hiciese preguntas conflictivas. –“No me hagas preguntas malas” – No pude menos que sonreirme. Una terrible barrera nos separaba. Yo era ya un hombre libre, y Miguel, acosado por Sandra Levison, de la cual él mismo en Cuba se cuidaba a la vez que se veía obligado a recibirla, apenas si podía abrir la boca. Ahora yo mismo comprobaba lo que Miguel me había confesado en Cuba no hace tantos años: “Cuídate de Sandra Levison es capitana de la Seguridad del Estado”... Comprendí que de aquella amistad nuestra ya sólo quedaba un cadáver. Un hombre lleno de miedo vigilado por la policía secreta, aterrorizado hasta el punto de casi no poder saludar a un amigo; en tanto que yo era libre y podía decir y hacer lo que quisiera, él tendría que redactar un informe sobre todos sus pasos en el extranjero.

(Dudoso homenaje, Revista Mariel #1, 1983)

Friday, June 20, 2014

Néstor Díaz de Villegas vs. Alejandro Armengol y Cabrera Infante

Alejandro Armengol, en artículo reciente, cita a Cabrera Infante, y tal vez de carambola, al Citófilo volteriano: víctima y victimario, según sus cándidos cálculos, se cruzarán un día en un Miami idealizado, agradecidísimos de no tener que airear ya más antiguas querellas. El cuento de camino, y su moraleja, están tomados de Vista de un amanecer en el trópico, obra menor del corpus cabrerainfantil, que, últimamente, gracias a relecturas historicistas ha expulsado eso que el autor de Tres tristes tigres llamaría sarcásticamente un second wind.
   Por pura inercia intelectual regresamos a Cabrera Infante en busca de cordura política, pues la carrera del gran escritor, en este acápite, es espejo de veleidades. Se sabe que la revolución cultural cubana, en su primera época, lleva la marca de Caín, y que en la cuentística que Armengol comenta se originó más de un estereotipo del canon castrista. Guillermo Cabrera Infante, y su reparto de personajes, ayudaron a instaurar como norma taxativa el simulacro de una Cuba en blanco y negro donde, en vez de policías y ladrones, los batistianos persiguen a los revolucionarios. De esa regla falseada que, con la canonización del autor llegó a insertarse en nuestro registro histórico, se vale Armengol para adelantar su tesis de consolación filosófica en la que los batistianos seguirán siendo siempre los malos de la película.
   Atacar el problema cubano desde la perspectiva del cabrerainfantilismo contribuye al enredo en vez de resolverlo. Habría que descartar en bloque la narrativa modernista revolucionaria —y botar al bebé, por así decirlo, con el agua sucia— con tal de salirnos de sus engañosas categorías. Un Miami repleto de ex colaboradores, antiguos segurosos, policías tapiñados y culpables de toda calaña prueba que la conciliación no sólo es factible, sino un hecho ridículamente consumado. En el exilio cualquiera puede pedirle cuentas a su vecino, aunque cobrárselas resulte más difícil.
   También en Cuba se las han arreglado para coexistir con el enemigo, y a esa cohabitación llamamos “transición”. En su novela Contrabando de sombras, Antonio José Ponte muestra cómo los tirapiedras de antaño se codean hoy con los que recibieron los terribles cantazos durante el éxodo del Mariel: el resultado es un tipo de conciliación arrestada. No cabe duda de que, en tales circunstancias, hasta el mismo Tiempo puede llegar a desconsolarnos.
   Poner el énfasis en la reconciliación: he ahí el problema. Debemos pedirle cuentas primero al Tiempo mismo, al consolador; o lo que es igual, a la historia, esa “gran puta” padilleana. Cuestionar primero la gesta amañada, el cuento de la revolución como un hecho inevitable y la necesidad del castrismo implícita en nuestra historia del Tiempo. Debemos volver sobre nuestros pasos, en lugar de abalanzarnos hacia el nuevo 1 de enero que vislumbramos ya al final de un sendero amarillo de transiciones y conciliaciones. Dados los resultados de la insurrección antibatistiana —una familia oriental y una microfracción de la burguesía que se apoderó de la república—, ¿no estamos obligados desmontar los mecanismos mitohistóricos de la revolución antes de adelantarnos a decretar su clausura?
   Armengol habla, finalmente, de lo provechoso de “conocer la verdad”, sin explicar a qué verdad alude, para enseguida concluir: “En cualquier caso, lo mejor para una nación es llegar al momento en que los hechos ocurridos durante dictaduras y guerras de cualquier índole son temas de libros y películas. Contribuir a no demorar su llegada merecía hasta un calificativo muchas veces distorsionado: es un deber patriótico”. Para el Che y Fidel Castro ya llegó ese momento libresco que reclama el cuentista, ¿pero cuánto deberemos esperar aún antes de ir al cine a ver la película de Fulgencio Batista?

(Cabrerainfantilismo histórico. El Nuevo Herald, noviembre de 2007)

Thursday, June 19, 2014

Enrique Ubieta vs. Camilo Venegas

Camilo Venegas ¿quiere debatir o quiere ganarme la pelea con ofensas, que son una forma primaria de violencia? ¿Quiere develar la “verdad” o quiere tomar el poder? En algún momento de su vida cumplió sin percatarse su sueño: es el fogonero de un tren que ya marcha muy lejos, tan lejos, que él apenas recuerda la vieja estación del pueblo. Y entre los anuncios efectistas de la “gran” prensa y sus exacerbados deseos, olvida que en Cuba existe una Revolución, porque existe un pueblo revolucionario (y viceversa).

(El fogonero envía una postal didáctica. Blog La Isla Desconocida, noviembre 2009)

Wednesday, June 18, 2014

Heriberto Hernández Medina vs. Angel Velázquez Callejas

Creo que me he apresurado al decidir, apenas el martes 27 de diciembre, concederle el título de la “frase del año” a Carlos Alberto Montaner. Faltaban cuatro días y han sido suficientes para que alguien exceda sus excesos (valga la redundancia). No por casualidad en el mismo sitio, alguien que firma con el seudónimo Ángel Velázquez Callejas, nos asegura que Sigmund Freud consideraba “que Charles Chaplin no era un gran actor”, o que “al menos a Freud no le gustaba”. Para sustentar esta afirmación menciona una supuesta carta, de la cual no da referencia bibliográfica alguna y ni siquiera menciona el destinatario, para que los neófitos en tales materias podamos encontrarla en el extenso epistolario del autor.
   Sin escatimar citas no constatables y una generosa ensalada de conceptos vacíos, dice: “Charlot era un fracaso para el psicoanálisis. Charlot negaba a Freud”; y se contradice: “De modo que esa aptitud de Freud ante Charlot, de negarlo constantemente, produjo un gran desacuerdo con el psicoanálisis”. ¿Quién negaba a quien? No hay que apresurarse. Según el disertante, esta supuesta animadversión de Freud por Charlot produjo un cisma entre sus seguidores y “L. H. Lawrence (¿? perdonen mi ignorancia pero no aparece ni en Google) fue uno de los que se opuso coherentemente al psicoanálisis a partir de ese entonces”. Al parecer se opuso con tal fuerza que renunció al psicoanálisis y se dedicó a la ingeniería, no sin antes sustentar que “Freud era un retrasado mental”, con tal fuerza que ha logrado entusiasmar al docto Callejas al punto de hacerle exclamar: “Y yo estoy de acuerdo”.
   No sé que ha sido peor, “mi premura” o “el retraso de Callejas” al pronunciar su frase.

(Sobre la premura y el retraso: una rectificación. Blog La Primera Palabra, diciembre 2011)

Tuesday, June 17, 2014

Alberto Edel Morales vs. Eliseo Alberto, Zoé Valdés, Daína Chaviano…

Ahora cabe reiterar una pregunta cuya respuesta casi todos los escritores y críticos cubanos conocemos: ¿Por qué ese thril!er con aires garciamarquianos –por otra parte, aceptablemente escrito, como haría Stephen King– que viene a ser el Caracol beach de Eliseo Alberto, obtuvo el primer Premio Alfaguara de novela? ¿Pero por qué una novela tan evidentemente mala como Te di la vida entera, de Zoé Valdés, se alza con la primera mención del Premio Planeta y publica de inicio 60 000 ejemplares en esa editorial? o ¿Por qué una novela casi tan insostenible como la anterior –El hambre, el hombre, la hembra, de Daína Chaviano– recibió el Premio Azorín y pasó a engordar el catálogo de libros de esa propia editorial? Y lo que –para mí– es pregunta más importante: ¿Por qué Zoé Valdés, Daína Chaviano y hasta Eliseo Alberto escriben esos y otros libros que –quiero creer– saben distantes de la literatura que en verdad desearían escribir? ¿Por qué otros autores cubanos –dentro y fuera del país– se lanzan a escribir unos productos tan obviamente dirigidos al consumidor, a modo de mercancía? ¿Qué los obliga a eso? Puedo encontrar algunas respuestas con más rapidez de lo que tecleo en el ordenador, pero prefiero que tú, avezado lector, me permitas esta vez sólo formular las preguntas.
   En un artículo publicado en una revista mexicana –de cuyo nombre no logro acordarme– Arturo Arango adelanta la idea de que por ahí interesa más leer sobre cómo se vive en Cuba que leer qué se escribe en Cuba. Y es que esas –imprecisamente– llamadas literaturas de urgencia (malos panfletos, ni tan literarios ni tan urgentes, pues varios de esos autores sobrepromocionados, por ejemplo, ya no logran imaginarse la vida cubana después de la despenalización del dólar, en 1993, y la crisis de los balseros, en 1994), están por lo general muy lejos de pasar de la epidermis –bastante lastimada– del país y pocas veces se adentran en lo que considero que es –si no ha cambiado en estos años, hasta hacerse otra– la sustancia misma de la literatura y el arte: vidas humanas en conflicto que intentan encontrar sentido a su existencia en un espacio estético.
   Quien haya (h)ojeado las páginas de mucho de lo que ese afanoso mercado exterior del libro quiere proponer y jerarquizar como la literatura cubana de ahora mismo, compartirá conmigo la duda cardinal de cuáles intenciones animan tales promociones. No literarias, está claro: más bien parecen correrías contra el tiempo de mercaderes que se mueven sobre un horizonte móvil –muy alta venta hoy, cotidiana, mañana estará en la nada–, financiadas con un objetivo más bien político que, por demás, parece un empeño inútil –si no fuese tan bien remunerado- de cara al consenso social, la estabilidad política, y esa pobreza irradiante que comparte la mayoría de los ciudadanos del país real.

(Literatura y mercado, Revista del Libro Cubano, 1998)

Monday, June 16, 2014

Aurelio Mitjans vs. José Jacinto Milanés

Pero ¿basta dar un curso de moral para ser un gran poeta? No por cierto. Y preciso es confesarlo: Milanés careció de la fuerza, vigor y brillantez en la expresión que requiere la pintura de los vicios que se propone hacer el censor de las costumbres. Es indudable que el realismo literario que tiende á reproducir  “los horrores del mundo moral”, como decía Heredia, tiene dificultades esenciales que no superan sino plumas diestras; todo lo que falta al vicio de belleza intrínseca hay que suplirlo con el encanto de la frase; y para desgracia del poeta, en este género, algo más difícil que la poesía erótica ó descriptiva, no se encuentra á mano el vocabulario casi familiar, tan abundante y rico de galas y de adornos, con que nos proternamos delirantes de cariño ante la amada, ó llenos de admiración y gratitud ante el creador de los campos, las flores, las brisas y los mares.
   Y tras de carecer de la frase acerada y vibrante del satírico, impregnada de indignación, sarcasmo ó amargura, y tras de ser incorrecto y desaliñado en los detalles, adoleció Milanés de la falta de condensación que Macaulay tachaba á la escuela de Petrarca, de la cual dijo que no renumeraba la fatiga de la lectura de sus versos, sino con alguna frase cadenciosa. Nótese con qué poca fortuna ha escrito sus sonetos. Y es que el soneto pide, más que otra forma cualquiera de la métrica, esa condensación del pensamiento que el gran crítico inglés echaba de menos en los petrarquistas; es que el soneto no se alimenta de ideas sueltas traídas al azar, por mero capricho de la mente ó por exigencia de los consonantes, y será locura querer reducir á sus estrechos moldes la primera inspiración que nos asalta, si no hemos resuelto con feliz estrella el problema previo de su unidad indispensable y encontrando afortunadamente el broche de oro que ha de cerrar su último terceto.

(Estudio sobre el movimiento científico y literario de Cuba, La Habana, 1890)

Friday, June 13, 2014

Enrico Mario Santí vs. “Sobre los pasos del cronista”, de Carlos Velazco y Elizabeth Mirabal

Las distorsiones bibliográficas, el torpe recorte de citas, el silenciamiento de fuentes claves, la retórica burocrática (“dictadura”, “Revolución”, “Fidel” son términos por antonomasia) contrastan en cambio con la pericia con que los autores leen los contextos en que se movió GCI. El libro describe en detalle las correderas de Nuestro tiempo, los líos de la Cinemateca, los episodios de Ciclón y El Puente, la polémica de Lunes, la bronca de P. M. y del ICAIC, las peleas en Revolución y la debacle de las llamadas “Palabras a los intelectuales”. Es aquí donde el entrenamiento periodístico de los autores nos lleva a buen puerto. La narración fluye mejor en esos capítulos, aun cuando la pertinencia de algunas secciones resulta cuestionable. GCI no fue un actor importante, por ejemplo, ni en Ciclón ni en El Puente y por tanto esos capítulos suenan a relleno; o mejor dicho, a más pretexto. En cambio, el mayor espacio, y el mejor análisis, aparece en los capítulos sobre el ICAIC, Revolución y las llamadas “Palabras” (pp. 189-278), casi cien páginas, donde GCI desde luego está muy involucrado pero no juega un papel necesariamente central. Sí lo juega, en cambio, y con un papel nefasto, quien pudiéramos llamar el “anti-Guillermo” de estas páginas, Alfredo Guevara, el Gorki de La Habana, aun cuando los autores se abstienen de mencionar quién verdaderamente fue el responsable de todo el desastre ideológico y moral de la época: Fidel Castro. Por eso, si a la impericia del análisis sobre la obra de GCI añadimos el evidente esmero que los autores dedicaron a estas secciones llegamos a la conclusión de que, en efecto, el quehacer intelectual de GCI fue el pretexto –un pretexto desde luego importante– para abordar un tema mucho más caro a las élites intelectuales cubanas: las guerritas intelectuales de La Habana, la lucha por el poder. Aunque no me refiero a las guerras de hace cincuenta años sino a las de hoy. No podría identificar a los actores de esas guerras actuales, que tal vez sea sencillamente una lucha generacional en tiempos de larga, interminable, transición. Pero una lucha de grupos es lo que se desprende de la narración del libro, que usa a GCI, y las antiguas guerras que ocurrieron alrededor suyo, sombra de las de hoy, como pretexto de discusión, como chivo expiatorio de un ritual de poder.

([Per]versiones de Cabrera Infante. Letras Libres, marzo 2012)

Thursday, June 12, 2014

Fermín Gabor vs. Ambrosio Fornet (2)

De haber sido bailarín de profesión, lo suyo habría sido el danzón sin salir del ladrillito. Si artista plástico, algún conceptualismo que desaconsejara el caballete. Dedicado a diseñar edificios, la coartada de Mies van der Rohe: "Less is more". Como chef, la cocina al vacío. Modisto, la doctrina de Diana Vreeland en Harper's Bazaar: "La elegancia es negación". (No resulta díficil, dado lo poco practicado de su arte, imaginarle cualquier otro destino: Ambrosio es la cuquita perfecta.)
(…)
   Desde hace varios años la consigna oficial privilegia el ahorro de papel: luego de un Jaime Sarusky, de una Graziella Pogolotti, de un Leonardo Acosta, de un Humberto Arenal, de un Luis Marré, premian a Pocho. No es descabellado suponer que la gente del Ministerio (no me refiero al de Cultura ni al del Interior, sino a la sinergia entre ambos) procura establecer una mitología del silencio.
   No perdamos tiempo, pues, en disquisiciones (que si Sarusky no es mal periodista... que si Pogolotti fue excelente profe... que si Acosta tocaba la batería o el saxo... que si Arenal tiene una hija actriz... que si Marré fue interés erótico de Virgilio Piñera... que si Fornet es buen consejero editorial...). Preguntémonos, mejor, qué se ha premiado en la ausencia de obra del último galardonado. Preguntemos por le silence de Ambroise.
   De entrada, queda descartada la hipótesis del estilismo y el rigor que castra. ¿Estilista él? Cualquier página suya podría publicarse como artículo de Pedro de la Hoz (por citar un ejemplo), sin que nada ocurriera.  A nadie la daría un yeyo, ni siquiera a Pedro de la Hoz.
   Tampoco es de creer que la mucha lectura le haya pasmado obra. Quien habla de lo muy leído que es Ambrosio no ha tenido nunca un modesto armarito con volúmenes ni gastó foto suya en carné de biblioteca. Fornet va por la vida tan apertrechado de lecturas como cualquier mortal puede estarlo de música: unos estribillos heredados de los padres, buena parte del cancionero de la edad pepilla y dos o tres éxitos posteriores escapados del cuarto de los hijos. Lo suyo es de temboteca: Flaubert, Faulkner, Carpentier, los muchachones del Boom, los becaditos Seneles, y paren de contar.

(La Lengua Suelta # 57. La Habana Elegante, segunda época)

Wednesday, June 11, 2014

Luis Ortega vs. Jorge Mañach (2)

Mañach como todos nuestros profesionales del intelecto, adolece de un cierto defectillo de vanidad. Les es más importante sobrenadar en la cultura que la cultura misma. Son como señoritos del arte. Lo fundamental es la exhibición. Ignoran la soledad. El modo como Mañach acomete los problemas, deja entrever siempre el rasgo característico de una generación que ha vivido volcada sobre los cargos públicos. Su mismo estilo es terso, elegante, distinguido, insincero. Nunca ahonda. Pero siempre se mantiene en el ápice del tema, en una pose algo circense.

(Coquetería intelectual. Prensa Libre, octubre 1949)

Tuesday, June 10, 2014

Raúl Hernández Novás vs. Bernardo Callejas

Oh, Bernardo que no dejas
de gruñir aunque te calles,
tú que aspirabas a calles
y te quedaste en callejas:
el verte vivir sin quejas
de tu amo a buen resguardo,
en lamerle nunca tardo
y cuidándole sus yerros,
ya comprendo que haya perros
llamados de San Bernardo.

(Blog Efory Atocha)

Monday, June 9, 2014

Duanel Díaz vs. Ernesto Hernández Busto (3)

Mientras en su curiosa excursión por la tangente mi adversario ha recurrido a un buen número de hipótesis contrafácticas, hay una, la que más viene al caso, que significativamente evitó explorar. Si Hernández Busto fuera Duanel Díaz no hubiera plagiado a un colega, no hubiera desconocido a quienes escriben desde la Isla con el falso argumento de que sólo los que viven en el exilio han participado en el debate del canon cubano, no hubiera realizado un inventario tan parcial con el único objetivo de inflar el trabajo propio.

(Duanel Díaz sobre la entrevista a Hernández Busto, III y final. Cubaencuentro, agosto 2005)

Friday, June 6, 2014

Carlos Ripoll vs. “Diccionario del pensamiento martiano”, de Ramiro Valdés Galarraga

Agotada, o al menos reducida aquella “ofensiva revolucionaria” que quiso convertir a Martí en un precursor del marxismo-leninismo, ante el fracaso de la torpe falsificación que llevó a tantos disparates, los esbirros a cargo de la cultura en Cuba parecen haber decidido una nueva estrategia para limitar el alcance de Martí y preferir en su estudio las más inofensivas trivialidades, y diluir lo que más les molesta de su doctrina en torrentes de palabras sin contenido ideológico.
   Habían pasado los tiempos de aquella afirmación de Marinello en la que, escondiendo lo dicho años antes por él, de que Martí había sido “un gran fracasado”, y que lo correcto era “dar la espalda de una vez a sus doctrinas” ya que sus ideas no podían “servir más que como trampolín de oportunistas”, escribió en el “Prólogo” de las Obras Completas, en 1963: “La postura martiana empalma con toda transformación igualitaria y es un antecedente poderoso y legítimo de nuestra etapa socialista”. Habían pasado los tiempos en que José Antonio Portuondo afirmaba que Martí y Lenin coincidían “en la organización celular” del Partido Revolucionario Cubano y del Partido Comunista, en el llamado “centralismo democrático” que excluía el multipartidismo. Habían pasado los tiempos en que Fidel Castro afirmaba que las relaciones entre Martí y Carlos Baliño (antes de que se descubriera que entonces Baliño era un fervoroso anarquista) simbolizaba “la conexión directa entre el Partido Revolucionario Cubano, de Martí, y el primer Partido Comunista de Cuba”. Habían pasado los tiempos en que Armando Hart, como Ministro de Educación, le impuso al Centro de Estudios Martianos la tarea de “exponer, con información y datos concretos, los lazos que unen el movimiento democrático revolucionario del Maestro con el ideario socialista de Marx, Engels y Lenin”. Habían pasado los tiempos en que Roberto Fernández Retamar, con un poeta ucraniano, llegó a imaginar a Martí cargando en el hombro a Fidel Castro como si fuera “Ismaelillo”. Habían pasado los tiempos en que Cintio Vitier veía en el “julio y enero” de Martí, de sus Versos Sencillos, el anuncio del 26 de julio, del ataque al Cuartel Moncada, y del primero de enero de 1959, del triunfo de la revolución. Habían pasado los tiempos en que los marxistas de Cuba, ante el colapso del comunismo, en 1992 se vieron obligados a incluir en la Constitución de 1976 el nombre de Martí: donde antes citaban sólo a Marx y a Engels, y afirmaban estar “guiados por la doctrina victoriosa del marxismo-leninismo”, después dijeron “estar guiados por el ideario de José Martí”; y en el Artículo Quinto, donde decían que el Partido Comunista era nada más ni menos, que “marxista-leninista” lo cambiaron para que dijera que era “martiano y marxista-leninista”. Habían pasado los tiempos, en fin, de esas mentiras, falsificaciones y torpezas, y de otras semejantes, con sus correspondientes fracasos, y entraron en la etapa actual de trivialidades y diluciones para dejar del mensaje de Martí sólo lo que menos perjudica sus intereses, o esconderlo.
   La falta de honradez intelectual llega en el autor de este Diccionario del pensamiento martiano a extremos de difícil disculpa. Como de Martí lo que prefieren hoy los que gobiernan en Cuba es su postura antiimperialista, también para así esconder las ideas de Martí sobre la libertad, la justicia, la política, los derechos humanos, entre otras vertientes de su doctrina (…)

(Martí secreto, Web de Carlos Ripoll)

Thursday, June 5, 2014

Lourdes Gil vs. Belkis Cuza Malé

Ya dije que en el amor se interioriza al otro; también se heredan venturas y desventuras. Vivimos dentro del antagonismo agresivo y feroz de sus hijos y ex mujeres a partir de febrero de 1997, cuando Heberto sufrió dos infartos seguidos y pasó dos años y medio sin trabajar. Situación que se recrudeció después de su divorcio. El silencio que mantuvimos al respecto ya no tiene sentido y si he decidido romperlo ha sido motivado por el crimen cometido con el patrimonio literario de uno de los escritores cubanos más importantes del siglo XX.
   En el verano del 98 Heberto hizo arreglos con un anticuario de libros de Boston para que lo representara a la hora de disponer de sus libros, papeles, manuscritos, correspondencia, etc. Heberto le explicó que Belkis, durante la separación, le había escondido doscientas cajas con sus libros antes de marcharse a Texas y nadie sabía donde estaban. Tenía todos los derechos legales para recuperarlas, pero desafortunadamente en esas fechas le sobrevino el ataque al corazón que lo colocó al borde de la muerte. Heberto ya no tendría fuerzas sobrantes para una lucha familiar interna.

(El invierno del poeta, Encuentro de la cultura cubana, No. 19, 2001)

Wednesday, June 4, 2014

Leonardo Padura vs. Andrés Reynaldo

1. Resulta verdaderamente revelador que mi comentario “Los profesionales del odio” haya motivado su ataque a mi persona, cuando yo no menciono jamás su nombre. Es usted, entre todas las personas posibles, el que se ha sentido aludido, como si fuese la encarnación en el presente del espíritu de Domingo del Monte. Eso advierte a las claras que le sirvió el sayo. Y que la viscosa sustancia delmontina es como los bichos malos: nunca muere. Usted es el más lamentable y fiel ejemplo.

2. No responderé a sus insultos personales. No puedo dedicar un segundo a pensar en ellos, pues no son otra cosa que la expresión del odio y la envidia a que aludo en mi antes mentado comentario que tanto le picó. Sus sandeces, por demás, están más que respondidas por mi actitud ante la vida y la literatura.

3. No me llame amigo. Nunca he sido amigo suyo y, si alguna vez hubiera sido posible esa contingencia, desde ahora y para siempre le digo que no suelo tener amigos de la catadura moral que exhibe usted.

(Carta respuesta a un discípulo de Domingo del Monte. Blog Café Fuerte, marzo 2012)

Tuesday, June 3, 2014

Alberto Edel Morales vs. “Tumbas sin sosiego”, de Rafael Rojas

Estructurado en una introducción y tres grandes momentos, Tumbas sin sosiego nos propone una lectura de la memoria cultural cubana desde un principio interesado: el pensamiento liberal de la República, no decantado sino cancelado por la Revolución de 1959 y superior en si mismo a otras tradiciones (sean comunistas o católicas o en cualquiera de sus variantes nacionalistas) es visto aquí como la piedra angular de la reconstrucción intelectual poscomunista. Previamente se nos ha hecho ver (académicamente, se nos ha demostrado) que en la República todos los debates eran posibles (superiores) y se realizaban con total respeto por el otro y en pie de igualdad para su legitimación pública.
   Esa tesis de partida hace fallar a Rojas, en tanto lo sitúa en dos perspectivas equivocas: una de origen y otra de destino. Y lo lleva a cometer gazapos conceptuales en profundidad, intentando fundamentar su punto de vista.
   Un ejemplo, puntual y extremo: sus perfiles intermedios son más favorables a autores de importancia bastante relativa como Raúl Rivero, que a pensadores de significación indiscutida para Cuba (pero culpables, ante los ojos del autor, de mantenerse e incluso liderar intelectualmente el campo político opuesto), como Cintio Vitier o Roberto Fernández Retamar.
   Otro ejemplo, más en el entorno generacional del autor: pretende erigir en paradigma de nueva civilidad poética a recién llegados a trompicones del tipo de Pablo de Cuba Soria, desconociendo (¿por pecado de lesa ignorancia?) autores como Reinaldo García Blanco, Pedro Llanes, León Estrada o Rigoberto Rodríguez Entenza, por señalar solo algunos de los muchos nombres que los ochenta y noventa del pasado siglo aportaron a la poesía cubana en materia de conciencia ciudadana. O se esfuerza en consagrar desde su autoridad (poder) a refinados vocales entusiastas del parricidio intelectual, como Duanel Díaz.
   Porque el pecado original de Rafael Rojas, que en Tumbas sin sosiego adquiere categoría de escándalo (Kundera dixit) es derrochar su indudable capacidad de análisis y el alto nivel de información que siempre nos muestra, en sustentar una idea política preestablecida: la Revolución fracasó hace tiempo (finalmente en los noventa) y para Cuba no hay alternativa viable fuera de la transición al modélico pasado, tantas veces anunciada.
   Rojas escamotea hábilmente la presencia y peso específico de la política norteamericana en los proyectos de esa transición (por ejercicio del mando o por imposibilidad de contención a las fuerzas imperiales), el modo en que históricamente esa presencia se hizo injerencia, intervención y ocupación del espacio público cubano siempre que fue necesario y el hecho de que si algo tiene tradición intelectual y popular en Cuba es el rechazo mayoritario a la política intervencionista del gran vecino.
   Quizá ningún libro desarrolla mejor, en lo específico, la idea última que la revista Encuentro de la Cultura Cubana viene proponiendo desde hace diez años: la construcción intelectual de una memoria otra para Cuba, distinta y opuesta a la que las mayorías del país han percibido como su memoria desde el triunfo mismo de la Revolución de 1959, pero muy peligrosamente deslindada también de valores patrios arraigados en la memoria nacional previa a ese proceso histórico y que en mucho lo fundamentaron en sus orígenes y lo sostienen en su devenir actual.
   Más allá de esos improcedentes puntos de partida, el libro revela el engarce apresurado de ideas y textos quizá pensados o escritos en momentos cronológicamente cercanos, pero diferentes en su esencia. De modo que ciertos síntomas de la creación artística o de la realidad social, que podían ser manifestación de algo en un tiempo, ya no lo son, o no lo son exactamente como el autor los maneja, y utiliza largamente a su favor. Errata o gazapo menor, pensando en la distancia desde la cual escribe, pero que revela también que algunos otros de sus argumentos son traídos a empellones hasta las páginas que aquí se nos presentan con el gozoso lustre de academia.

(Examen de memoria, Rebelión, octubre de 2006)

Monday, June 2, 2014

Jorge Mañach sobre Enrique José Varona

La filosofía de Varona, tan nítida, tan ordenada y categórica, carece, por lo mismo, de trasfondo. Es toda luz y llanura como el paisaje camagüeyano. Todo se halla en primer término y en el mismo plano, ceñido por un horizonte evolucionista que no es sino la promesa indefinida de idéntico paisaje. Comprometida por su teoría relacional del conocimiento, esa filosofía metódica no se entrega jamás a la intuición, ni entiende los valores sino como transicionales ajustes. Sobre ese mediodía no brillan nunca las estrellas. Carece, por todo ello, de misterio, de poesía.

(Para una filosofía de la vida, Editorial Trópico, Madrid 1998)