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Thursday, July 30, 2020

Félix Cruz-Alvarez vs. Nicolás Guillén


Hijo de Nicolás Guillen Ossorio, senador por la provincia de Camagüey y miembro del Partido Liberal. Asesinado en 1917 cuando la rebelión liberal llamada “La Chambelona; su padrino fue el General Gerardo Machado, presidente de Cuba desde 1925 hasta 1933, también miembro del Partido Liberal. Fue censor de prensa en 1932 y protegido por su padrino, feroz anticomunista. A la caída de Machado, el 12 de agosto de 1933, y viéndose en la intemperie política, siendo ya poeta de prestigio internacional (hasta Unamuno, el filósofo español, lo celebró como una alta voz poética de la lengua española), se incorporó al movimiento comunista, en un giro de oportunismo que lo salvó de las represalias por su militancia machadista y que le abrió las puertas de la “fama” al ser utilizado (con su beneplácito) por el comunismo internacional como un icono literario. Nacio, vivió y murio como un gran burgués, viajaba con pasaporte diplomático extendido por todos los gobiernos cubanos hasta 1959, y desde 1959 hasta su muerte. Ni fue pobre, ni fue explotado, ni era arrabalero ni rumbero; toda la vida vivió en la abundancia, con chofer blanco inclusive. No fue el único caso entre los comunistas cubanos: su más brillante figura, intelectual de alto calibre y ensayista de primera, el Dr. Juan Marinello, nació y creció dentro de la aristocracia villaclarena, y fue propietario de un central azucarero.

(comentario publicado en Facebook, mayo 2020)

Monday, July 27, 2020

Antonio Rodríguez Salvador vs. un concurso “antimartiano”


Parece una orden: ¡Disparen a Martí! Lo mismo con balas reales, como la recibida por su estatua en la embajada cubana en Washington, que disparos de mugre: embadurnar con sangre de cerdo sus bustos en La Habana, o disparos de infamia, como el concurso que acaba de convocar la organización anticultural Puente a la vista, asociada a Diario de Cuba, en el que se pretende convertir en soporte de vulgar choteo los entrañables Versos sencillos del Apóstol.
   Según las bases de dicho concurso —divulgadas por radio televisión Martí y otros medios financiados por Estados Unidos en su “tarea” contra Cuba— para ser premiado no se precisa ni talento poético ni especial belleza del lenguaje; nada, tampoco de hallazgos formales o elevados sentimientos estéticos; solo escribir una cuarteta o redondilla que ponga en la grosera picota a alguien, o algo, vinculado con la Revolución.
   Se avisa que no basta parodiar libremente los versos, sino que es obligatorio expresar ciertas aptitudes para el odio y el vertimiento de fango: será la capacidad de insultar lo que más apreciaría el jurado; no la honda compenetración del poeta con virtuosas emociones. Para que nadie se salga del carril y se aparezca con indeseables propuestas románticas o bucólicas, se ofrecen de muestra dos ejemplos que destacan por su elevado espesor chancletero.
   ¡Venga, tire su excremento aquí!, es lo que en esencia proponen las bases. Pero, si bien parece cosa de borrachera exigir que las obras presentadas al concurso no podrán estar comprometidas para publicación ni participación en otro certamen (como si pudiese haber alguna editorial decente capaz de publicar semejantes bodrios), afirmar que va contra cualquier tergiversación del pensamiento martiano ya clasifica como severa esquizofrenia.
   Martí dijo: “El verso, por donde quiera que se quiebre, ha de dar luz y perfume”, de modo que jamás podrá entender al Apóstol quien del verso hace oscuridad y fetidez. Para hablar de Martí hay que hacerlo desde el conocimiento y la veneración, por tanto, lo que expongo a seguidas no estará seguramente al alcance del nivel “intelectual” de los promotores del concurso, menos de su turbio espíritu.
   ¿Acaso no es profundamente antimartiano lo que no solo va contra la Revolución, sino también contra la poesía y los más elementales valores humanos? Martí es un autor de talla universal, uno de los grandes de cualquier época. Precursor del Modernismo, movimiento literario de gran renovación estética, que destaca por el uso de un lenguaje refinado, que reacciona contra el retoricismo, el descuido formal del Romanticismo y cierta vulgaridad que caracterizó al Realismo y al Naturalismo.
   De modo que ese concurso es también una lanza contra la historia de la literatura, contra el decoro y el sentido común. Si cultura es palabra que significa “cultivar” (poner los medios necesarios para mantener y estrechar el conocimiento, el trato o la amistad), este concurso vendría a ser una suerte de defoliante, una lluvia ácida, un basurero tóxico contra el saber, la armonía o el amor. Semejante propuesta ofende hasta a la mismísima infamia.
(…)
   No es de extrañar entonces esta clase de ataques del “Norte revuelto y brutal que nos desprecia”, ni tampoco que para ello usen a los que Martí llamó “sietemesinos”: esos anexionistas que no tienen fe en su tierra porque les falta valor, “los hijos de carpinteros que se avergüenzan de que su padre sea carpintero”.
   Pero, como alguna vez dijo Quevedo: “La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió”. Así, este concurso también prueba lo que más duele a sus patrocinadores: que la Revolución sea Cuba, y sea alta expresión de humanismo, y de amor, y de cultura. Y que sea Martí.

(Martí y los nuevos sietemesinos. La Jiribilla, mayo 2020)

Thursday, July 23, 2020

Harold Alvarado Tenorio vs. Roberto Fernández Retamar


Ha muerto Roberto Fernández Retamar (La Habana, 1930-2019), el intelectual cicatero del castrismo, en una capital que perpetúa el Periodo Especial tras el colapso de la Unión Soviética y el recrudecimiento del embargo al comienzo de la década de los años noventa.
   Una “ciudad” de moteles y bares saturados de chicas y chicos, que ejercen la trata como un deporte ecuestre, con pudientes viejos y longevas izquierdistas del mundo capitalista y recienvenido que buscan un poco de carne lozana a cambio, no de una plática sobre el marxismo leninismo o la invasión de Bahía de Cochinos, sino de una prenda nueva o unas bragas de playa, o si la carne no está afeada por el hambre y la bareta, 10 euros que alivien la vida triste y fétida, o una cena con pollo en algún Paladar o cien gramos de marisco, o unas zapatillas o si fuera posible un móvil, algo que no esté en la cartilla de racionamiento.
   Ha muerto tras una larga vidorria de viajes, sumisiones, bajezas y persecuciones. Alto, demacrado, con una barba de tres días y la perilla de siempre, la eterna guayabera de la casta tiránica, manchado el rostro por los tropiezos del destino, con paso cansino, como corresponde a un ejemplar de su especie.
   Y el cielo ha llorado. Díaz-Canel, Maduro y Evo, Granma, Sierra Maestra, Prensa Latina, Radio Habana, Bohemia, Trabajadores de Cuba, la Unión de Periodistas con sus directores, vicemandatarios, primeros secretarios y consejeros del despacho han exaltado las virtudes del difunto, elevándole, así, a los altares insignes de la revolución proletaria y la cultura nacional, científica y de masas.
   Otro tanto sus corifeos en la prensa del continente, la primera de todas, la revista Arcadia, órgano oficioso del Ministerio de Cultura de Colombia, en representación de las huestes culturales de FARC/Santos y sus compañeros de viaje Arturo Alape (Premio Casa de las Américas), Álvaro Castillo Granada (Premio a la importación de libros de viejo, lámparas art nouveau y deco, óleos, grabados, vajillas y cubertería de apestados cubanos), Carlos Bastidas (Premio Casa de las Américas), Carmiña Navia (Premio Casa de las Américas), Fernando Rendón (1550 lecturas de sus poemas en 90 países), Hugo Niño (dos veces Premio Casa de las Américas), Isaías Peña Gutiérrez, Jaime Mejía Duque, José Luis Díaz Granados, Juan Cárdenas (Premio Casa de las Américas), Juan Manuel Roca (dos veces Premio Casa de las Américas), Margarita García Robayo (Premio Casa de las Américas), Nelson Romero (Premio Casa de las Américas), Oscar Collazos (empleado de Casa de las Américas, donde escribió calumnias políticas contra Lezama Lima, Cortázar, Vargas Llosa y trató de enlodar a GGM tras la obtención del Rómulo Gallegos), Pablo Montoya (Premio Hugo Chávez y Casa de las Américas), Patricia Ariza (Medalla Haydée Santamaría), Piedad Bonet, (Premio Casa de las Américas y Mariana Garcés, progenitora de un tratado donde una señora empuja a su hijo al suicidio a fin de conceder una entrevista a El Mundo de Madrid), Roberto Burgos (Premio Casa de las Américas), Rodrigo Parra (dos veces Premio Casa de las Américas), Rómulo Bustos, Santiago Gamboa, Santiago García (Medalla Haydée Santamaría) o don Vito Apushana (Premio Casa de las Américas).
   Nómina que estaría inconclusa sin sus peones de brega venezolanos Alberto Rodríguez Carucci, Eddy Rafael Pérez, Edmundo Aray (Medalla Haydée Santamaría), Enrique Hernández d‘ Jesús, Gustavo Pereira, Luis Alberto Crespo, Luis Britto García (cuatro veces Premio Casa de las Américas), Miguel Márquez o William Osuna. Algunos más muertos que vivos. Menos premiados, que mal atendidos, durante los 58 años que estuvo Retamar al frente de esa agencia de sometimiento estalinista que es Casa de las Américas.
   Todavía hay quienes creen que el advenimiento del boom de la literatura de América Latina fue una secuela de la Revolución cubana, la Casa de las Américas y las rediciones de Calibán, el tratado doctrinario de Fernández Retamar. Pero no es cierto. Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma habían premiado con el Formentor, en 1961, a Borges y premiarían o divulgarían, con el Biblioteca Breve de Seix Barral a Carlos Droguett (1959), Carlos Martínez Moreno (1961), Mario Vargas Llosa y Manuel Zapata Olivella (1962), Vicente Leñero, Mario Benedetti y Jorge Edwards (1963), Guillermo Cabrera Infante (1964), Manuel Puig (1965), Carlos Fuentes (1967), Adriano González León (1968), José Donoso y Alfredo Bryce Echenique (1971).
   Entre 1967 y 1976 Barral y Carmen Balcells, que empezó trabajando para él, profesionaliza a los escritores de este lado del mundo y logra excelentes contratos o mudándoles a Barcelona. Un movimiento de varias voces, cruce de solidaridades turbulentas que sucedieron en la ciudad condal, merced al trabajo de editores y agentes literarios que, ante la fragilidad cada vez mayor de la cultura franquista, hizo que cruzaran el Atlántico a la búsqueda, en México, Buenos Aires, La Habana, París y Nueva York, de las voces que había anunciado en 1966 Into the Mainstream: Conversations with Latin American Writers, un libro de Luis Harss con Alejo Carpentier, João Guimarães Rosa, Carlos Fuentes, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Miguel Ángel Asturias.
   Casa de las Américas y su cacique Retamar premiará, mientras tanto, entre 1960 y 1976, por dar un ejemplo, a publicistas que conocerán o conocieron el olvido como Alí Lameda, Armando Tejada Gómez, Carlos Bastidas Padilla, Carlos José Reyes, Carlos María Gutiérrez, Daura Olema, Dora Alonso, Félix Grande, Fernando Medina Ferrada, Hernán Miranda Casanova, Jorge Boccanera, Jorge Enrique Adoum, José Soler Puig, Lisandro Otero, Luis Britto García, Manuel Cofiño, Manuel Orestes Nieto, Marcos Yauri Montero, Mario Trejo, Noé Jitrik, Omar Lara, Pablo Armando Fernández, Pedro Shimose, Poli Délano, Roberto Ibáñez, Roberto Sosa, Rolando Hinojosa, Rubén Bareiro Saguier, Tutuna Mercado, etc., pura literatura proletaria, científica y de masas. Por esa razón, nunca les pagaron un centavo por sus libros, como ha seguido haciendo Chus Visor en nuestros días.
   Los encargos de Fernández Retamar tuvieron su principio con la censura oficial de un filme de 14 minutos la primera semana de marzo de 1961. Una película experimental que indignó a Castro y dio pie a la interminable represión contra la cultura y los intelectuales cubanos. Se llamó PM y fue perpetrada por dos jóvenes periodistas a quienes, ante los rumores de una inminente invasión norteamericana a la isla, se les encargó ir en búsqueda de material fílmico que demostrara que el pueblo estaba enfurecido y alerta contra el posible invasor. Regresaron con cuatro minutos que mostraban lo contrario: el pueblo seguía de rumba, La Habana ni era patriótica ni tenía miedo a los yanquis. Decidieron, por tanto, filmar la noche, los paisajes del fandango etílico y la putañería, una pequeña obra maestra del free cinema, tan de moda entonces. La notte y la dolce vita habanera, la fiesta vigilada de las victrolas, las nuevas orquestas y ritmos, con gentes disfrazadas para la fiesta, una ciudad artificial y mundana, de casinos y clubes sociales que desaparecían esos primeros años de comunismo y parecía una secuencia de Soy Cuba de Mijaíl Kalatozov.
   Cuando fueron a exhibirlo en salas de cine dijeron que estaba prohibido y había sido, además, confiscado. Y como protestaran, Castro gritó, poniendo la pistola sobre la mesa del auditorio de la Biblioteca Nacional: Con la revolución todo, contra ella, nada. Filmes, poemas, novelas, pinturas, partituras, coreografías, ensayos debían ser revolucionarios, o al menos parecerlo como la mujer del César. PM no glorificaba al hombre según la estética del realismo socialista; era, más bien, un surrealismo decadente. Y vendrían el Caso Padilla, el ostracismo de Lezama Lima, el exilio de cientos de artistas y escritores, la censura a Neruda, el veto a Borges, la firma de penas de muerte por intentar dejar la isla de cualquier manera, el fomento de la guerra de guerrillas en todas partes, la publicación de biografías de los criminales de guerra latinoamericanos, los chantajes a García Márquez, el veto a todo aquello que no obedeciera al testaferro, etc.
   Roberto Fernández Retamar recibió con agrado el premio de poesía que le ofreció el régimen de Fulgencio Batista en 1952 a los jóvenes intelectuales que escribían una poesía apolítica; graduándose de doctor en Letras y viajando a París, Londres, México y Nueva York, luego que Cintio Vitier, del grupo católico de la revista Orígenes, le incluyera en una lujosa antología pagada por el Ministerio de Educación del tirano.
   Con la llegada de Castro al poder, Fernández Retamar se alejó a grandes pasos de sus vínculos con los escritores de “derechas” que le había patrocinado desde su juventud, como Lezama Lima y Virgilio Piñera, y entró a militar e intrigar seriamente con el proyecto castrista hasta hacerse con un puesto de privilegio dentro del aparato cultural y la política exterior de la nueva tiranía. Fue nombrado consejero cultural en París y de regreso trabajó en la revista Unión, de ahí a gobernar Casa de las Américas luego de urdir una trapisonda contra Antón Arrufat que la dirigía, y con sus propensiones homosexuales, había publicado textos de esa tesitura e invitado a Allen Ginsberg, que luego de varias orgías con drogas, criticó la represión de la mariconería en la isla, como había ocurrido bajo el estalinismo con la visita de André Gide, resumida en Retour de l’URSS, del año 1936. Roberto Fernández Retamar, que tenía buena amistad con el presidente (1959-1976) Osvaldo Dorticós, logró que solicitara a Haydée Santamaría, quien no podía ver al primer magistrado ni en pintura, lo nombrara en el cargo.
   A partir de entonces las libertades civiles y culturales fueron sometidas al creciente autoritarismo. Liquidaron primero Prensa Libre, Diario de la Marina, Bohemia, y más pronto que tarde El Caimán Barbudo y Pensamiento Crítico. Fernández Retamar se convierte en la punta de lanza del radicalismo izquierdista y guerrillero de los intelectuales latinoamericanos, denigrando de todo aquel que no obedece ni se somete al comunismo cubano; persiguiendo incluso, hasta la muerte, a sus enemigos ideológicos y destruyendo el Good Will de revistas como Cuadernos para la Libertad de la Cultura, Mundo Nuevo, Libre, Plural, Vuelta y muchas de las pequeñas publicaciones de los demócratas nacionales.
   En Colombia el principal comisario castrista fue un biógrafo de Tirofijo, que terminó, como le correspondía, en los brazos del santismo, invitado a cuanto convite se organizaba en los conventillos de la inteligencia bogotana, mejor conocida como los learned fools. Otro tanto con Collazos, cuya principal bibliografía son los cientos de fotos donde aparece con grupos de señoras muy entradas en años tomando el té del fin del mundo luego de haberles hecho bordados retratos literarios.
   Roberto Fernández Retamar pasará a la historia de la infamia por sus cientos de felonías: promovió una carta contra Pablo Neruda porque aceptó ir a una reunión del PEN Club norteamericano, presidido por el marido de Marilyn Monroe; pidió a Vargas Llosa que no aceptara trabajar en Princeton porque un escritor alemán notable pero fanatizado se había negado; hizo que se escribieran con seudónimos artículos en Verde Olivo contra Lezama Lima y otros narradores; participó activamente en la siniestra componenda contra Heberto Padilla, a quien obligaron a retractarse públicamente como traidor a la revolución, acusando a otros inocentes; colaboró de manera acuciosa en la transformación de José Martí en un marxista castrista; hizo lo imposible por imponer, desde Casa de las Américas, el concepto guevariano de “hombre nuevo”; obligó a escribir interpretaciones teosóficas de los discursos de Fidel Castro sobre la cultura o la invasión del Congo, Eritrea y Angola; justificó los desvaríos del presidente Allende y colaboró en su destrucción; firmó, como miembro que fue del Consejo de Estado, numerosas penas de muerte; prohijó los debates destructivos entre las varias tendencias de los pensadores de izquierda y persiguió, sin piedad, a todos aquellos escritores y artistas que abandonaron la isla durante los cincuenta años de su mandato.
   No existe, hasta la fecha, documento alguno en el que Roberto Fernández Retamar diga algo sobre los cientos de juicios sumarios y los fusilamientos que presidía Ernesto Guevara, y menos sobre las expropiaciones y las nacionalizaciones de empresas y los bancos norteamericanos, ni los 10.000 cubanos que se refugiaron en 1980 en la Embajada de Perú o los 130.000 que navegaron hasta Miami en las Flotillas de la Libertad, ni el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, el coronel Antonio de la Guardia, el mayor Amado Padrón y el capitán Jorge Martínez, condenados, según los investigadores, para borrar toda huella del tráfico de drogas de los Castro con la mafia colombiana a través del M-19; ni el hundimiento de un remolcador donde perecieron cuarenta personas y que originó la llamada Crisis de los Balseros, o la condena al grupo de los 75 prisioneros de conciencia, en la Primavera Negra de 2003, a penas entre 13 y 28 años, hacinados en celdas de un metro y medio de ancho por dos de largo, con puertas tapiadas con planchas de acero y retretes sin taza y con desagües que regurgitaban los excrementos.
   Entre ellos estuvo por año y medio el poeta Raúl Rivero, encerrado en una jaula para tigres de circo, expuesto a nubes de mosquitos, atacado por cucarachas y otros insectos, que deterioraron fuertemente su salud. Tras ser liberado, Rivero ha recibido, entre otros premios, el Guillermo Cano, el Ortega y Gasset, el Reporters Without Borders, el María Moors Cabot y el International Press Freedom Heroes. En 2010, Roberto Fernández Retamar también se hizo el de la vista gorda cuando Raúl Castro se vio obligado a liberar a 124 presos políticos, 116 de los cuales ahora viven en España. El mismo año en que 1.830.510 de los obligados electores cubanos se negaron a seguir validando la infamia del castrismo. Este año, HRW ha dicho que en 2017 las detenciones arbitrarias llegaron a 3.706 casos y en los primeros 6 meses de 2018 a 2.024.
   No ha faltado quien diga que todo esto hay que perdonarlo porque a pesar de su envilecimiento y abyección, Roberto Fernández Retamar “fue un gran poeta”. Habrá que verlo. Su poesía está colmada de arquetipos que han usado bardos sin voz para presumir de líricos con coloratura, pero nada van dejando, porque esos tonos y esas voces y esos motivos son identificables en los originales. Varios de esos expertos del camelo lírico fueron Alejandra Pizarnik, Álvaro Mutis, César Dávila Andrade, Claribel Alegría, Ernesto Cardenal, Gonzalo Rojas, Jorge Enrique Adoum, Juan Gelman, Mario Benedetti, Olga Orozco, Raúl Zurita, Roberto Juarroz o Roque Dalton y sin duda Fernández Retamar. Con el agravante de que, en él, con absoluta conciencia del hechizo y la plena lucidez del tramposo, su poesía se fue componiendo como respuesta a cada momento de caída y de culpa. En los que no tuvieron la desgracia de pertenecer a aparatos de partido y poder como la tiranía cubana, o apenas fueron víctimas de los golpes de Estado militares y sus atroces crímenes, las imposturas melódicas sirvieron para alcanzar beneficios luego del derrumbe de estos y el ascenso de sus benefactores, recibiendo canonjías en embajadas, giras diplomáticas y abundante alcoholismo. En Fernández Retamar se trataba de legar, a la urna del destino, al menos unas frases enigmáticas que sugieran que él no quiso firmar esas penas de muerte, que no creía en esa revolución, que le dolía odiar en público a Lezama y a Borges, que ojalá no piensen que fue esa horrible serpiente que mordía a la diestra, pero siempre, y más, a la siniestra.

(Un testaferro cultural de Castro. El Nacional, Agosto 2019)

Monday, July 20, 2020

Roberto González Echevarría sobre el canon cubano, y García Vega, Kozer, Padura y Zoé Valdés


Borges dijo que no “había merecido” la obra de Ortega y Gasset. Yo tengo que confesar que no he merecido ni a García Vega ni a Kozer. Baquero fue un poeta mayor, y así lo he dicho por escrito en una reseña de su obra publicada en Madrid. De García Vega he leído y aprovechado Los años de Orígenes, que es una referencia útil, pero no una gran obra, y lo demás me deja frío. El tipo de poesía que publica Kozer no me parece poesía.
(…)
Hay algunos, como Zoé Valdés y Leonardo Padura, que son prolíficos pero radicalmente mediocres –en el mejor de los casos–. Padura, con quien comparto la enfermedad de la pelota y que alguna vez me entrevistó para La Gaceta de Cuba, es un novelista aburrido, sin imaginación propia ni prosa. Zoé Valdés es vulgar en todo nivel. Escribe muy mal. Hoy ampliaría el canon cubano para incluir los excelentes críticos de fuera, como Gustavo Pérez Firmat, Eduardo González, René Prieto, Enrico Mario Santí, Rafael Rojas, y algún otro que se me escapa. No hay nadie en Cuba, que yo sepa, que se les aproxime, pero, por supuesto, ocupan puestos en la jerarquía cultural. Son gente sin cultura y sin obra.

(Entrevista con Roberto González Echevarría. Rialta Magazine, mayo 2020)

Thursday, July 16, 2020

Nelson Simón vs. Yoandy Cabrera


La palabra "sapingo" es demasiado bonita. Es demasiado sonora para etiquetar con ella a algunos que, metidos en la salmuera de su resentimiento, dolor y frustración, no logran encontrar la paz allí a donde han ido a parar y viven pendientes de la vida de los que decidimos quedarnos en Cuba. Comen deliciosas galleticas y extrañan la tortica, el masarreal y la galleta de sal socata. Usan caros desodorantes y cremas dentales y su sobaco y boca siguen oliendo a desodorante de barato y pasta Perla. Viven en grandes urbes y su pensamiento sigue "vagando" por el "pueblito miserable" de donde salieron. Saben que no lograrán el buen verso pero se conforman con cazar el gazapo ajeno.
   El "sapingo clásico" es aquel que nada más tuvo oportunidad de ver el mundo, quedó deslumbrado y plantó su casa de campaña por miedo a volver y que la vida no le diera otra oportunidad (evidente falta de confianza y de seguridad en sí mismos). Ellos, los correctos, los políticamente normales, los que nunca tiraron la piedra (ni escondieron la mano) porque hacerlo los señalaba, les quitaba el derecho a plazas en universidades, o los hacía no ser merecedores para poder acceder a una beca o formar parte de una delegación (que muchas veces sólo fue pretexto o puerta para el mundo) hoy son "heroes", bravos defensores de la "verdad" y la "libertad". Hoy piden "cambios" creyendo que su distorsionada visión de la vida, de una sociedad, de un país, coincide con la de aquellos que optaron por construir su sueño y no abandonarlo. Combaten "dictaduras" cuando hoy debían combatir virus y ni siquiera cuentan para las dictaduras a las que decidieron(?) mudarse. Les da ataques de histeria cuando los que somos foco y blanco de su frustración, camuflada en ropajes de "batalla ideológica", los bloqueamos. Forman pataletas que ponen en duda su encumbrado y elitista pensamiento intelectual y dejan al descubierto de donde brota "la oscura raíz de tanto llanto".
   Sapingo es palabra hermosa y demasiado sonora para hablar de sus sombras.

(Publicado en Facebook, abril 2020)

Monday, July 13, 2020

Antonio José Ponte vs. Laidi Fernández de Juan


Cuando uno de los visitantes que le traían noticias del mundo literario comentó a José Lezama Lima que las pequeñas hijas de Roberto Fernández Retamar y Adelaida de Juan eran bilingües, Lezama Lima le contestó: "No me extraña nada, si los padres son bífidos".
   Esta es una de aquellas niñas bilingües, crecida hasta el punto de tener hijos ella misma.
   Goza de columna fija en "La Jiribilla" y ha publicado unos cuentos perfectamente desechables.

(Del "Diccionario de la Lengua Suelta", de Fermín Gabor, Renacimiento 2020)

Thursday, July 9, 2020

Manuel Díaz Martínez vs. Leonardo Padura


No he leído sus novelas, por lo tanto no puedo saber si Leonardo Padura es mejor novelista que humorista. Sí he leído algo de lo que ha dicho cuando ha tenido que responder preguntas sobre la Cuba castrista, y estoy convencido de que es un habilidoso humorista que ensaya con rigor sus presentaciones. Me encantan esos vaporosos galimatías que borda cuando, sobre la espinosa realidad cubana, se desliza como sobre una pista de nubes y logra el prodigio de hablar y bromear y volver a hablar y no decir absolutamente nada. Como invariablemente su discurso político va en puntillas bordeando el abismo pero siempre termina siendo digerible para la dictadura, el compañero Leonardo cumple los requisitos para ser mostrado como ejemplo de lo tolerante que es ese régimen, en el que a gusto vive y al cual, desde la cárcel o desde el exilio, tíos atrabiliarios e incómodos, como los periodistas cubanos independientes, o como yo, acusamos de despótico.

(Publicado en Facebook, mayo 2020)

Monday, July 6, 2020

Fermín Gabor vs. “El 71. Anatomía de una crisis”, de Jorge Fornet


JORGE FORNET escribió un libro sobre el Caso Padilla y sus contextos: "El 71. Anatomía de una crisis" (Letras Cubanas, La Habana, 2013). Se ocupa en él del fortalecimiento de relaciones entre La Habana y Moscú ocurrido ese año, alude a desencuentros previos entre ambos gobiernos y apunta: "Pero la historia tenía prevista la opción del entendimiento y, para cuando ella llegara, los soviéticos dispondrían, por su parte, de una alfombra roja".
   La historia (¿y por qué no "la Historia"?) tiene previsiones, según él. La política internacional resulta una comedia en manos del historiador Fornet porque, por desavenencias que existan y por mal que pinte el panorama, siempre estará prevista la opción del entendimiento, y todo enredo terminará en boda y festín. De ahí la alfombra roja que menciona.
   Fornet posa de anatomista de crisis cuando en verdad es un componedor de bateas.
   Raymond Aron recomendaba a los historiadores que emprendieran "el desfatalismo del pasado" y trabajaran como si los acontecimientos no tuvieran forzosamente que ocurrir. De este modo, historiar una época sería situarse en las expectativas de esa época y en el temor a que no terminaran por cumplirse tales expectativas.
   Jorge Fornet se opone a esa lección de Aron y suscribe una planificación retroactiva. La Habana y Moscú no podían menos que tener buenas relaciones porque la historia lo había previsto. El suyo es materialismo histórico, pero retrospectivo. Allí donde los marxistas se han equivocado abundantemente pronosticando como vendría el futuro, él deja pasar unos años y pronostica lo sucedido ya.
   Armado de una buena dosis de paciencia, alcanza a descifrar lo que la historia tenía previsto. Es un maestro capaz de adivinar el número de lotería premiado ayer, y capaz también de explicar por qué no podía haber salido ningún otro número que ese.
   Leerlo puede conducir a no entender bien nada, ni el Caso Padilla ni sus contextos. No en balde Graziella Pogolotti, la niña crítica del PSP, celebró su libro.

(Publicado en Facebook, marzo 2020)

Thursday, July 2, 2020

Belkis Cuza Malé vs. Jesús Díaz y Encuentro


¿Alguien podría creer de verdad que Jesús Díaz, un represor de los escritores cubanos que no defendieran al régimen totalitario, odiador del exilio, podría abandonar Cuba para crear una publicación que atacara a sus jefes? NOOOOOOOOOOOOO. Imposible. Jesús Díaz llegó al exilio con una agenda, y apoyado por fuerzas "extrañas" logró recibir enormes sumas de dinero para fundar la revista, que también circulaba en Cuba. Rendía homenaje a figuras importantes de la literatura cubana, pero casi todos a aquellos que apoyaban al régimen. La revista se convirtió en una especie de Revista Casa, sólo que detrás de todo eso había un propósito mayor; ganar plaza, ir borrando a los escritores del exilio y presentar ante el mundo una literarura cubana intangible.
   En uno de sus últimos, o quizás el último, viaje a Miami, Jesús Díaz se encontró con Heberto Padilla y con él me envió este mensaje: "Dile a Belkis que me perdone... , si puede". ¿De qué lo tenía que perdonar? De excluirme de cuanta acitividad literaria yo pudiera participar, de reprimirme. Su literatura y su vida toda estaba marcada por el realismo socialista. Y ya antes de abandonar Cuba había publicado en una revista mexicana un artículo en contra de la novela de Heberto "En mi jardín pastan los héroes", como si lo que el escribiese lograra trascender el esquematismo y la chochera socialista.
   Y a pesar de su mensaje pidiéndome perdón, a raíz de la muerte de Heberto, la revista Encuentro de la Cultura Cubana publicó un bochornoso "homenaje" al poeta de "Fuera del juego", del cual, una vez más fui excluida y donde se decía, que yo "le había robado el patrimonio cultural a Heberto". Y donde además se publicó una entrevista falsa donde éste me atacaba. Tal oprobio era impensado en un hombre como él, que jamás abrió su boca para ofender a su familia, y que siempre se refiería a Bertha, su primera esposa, y a mí, con respeto. Nadie en su sano juicio podría aceptar que una publicación que se decía seria, pudiese publicar semejante atrocidad. Hubiera podido demandar a Encuentro, pero lo puse todo en manos de Dios.
   En 2002 Jesús Díaz murió en circunstancias todavía no claras, y algunos aseguran que fue asesiinado. No me extrañaría, el régimen cubano quizás quería borrar sus huellas.

(Publicado en Facebook, abril 2020)