Sigue habiendo isleños del Caimán, más marianos que la
Virgen, que caen en coma cuando, por ejemplo, se les mencionan pasajes escabrosos
de la vida de José Martí. Se niegan a asumir la humanidad del Apóstol y
enseguida les tiembla un párpado cuando leen algo que les produce interferencia
en la vida prístina del cubano más excelso.
En su
estulticia, estos guardianes de la moral histórica creen que es mejor “no
saber”, antes de asumir que Pepe era un hombre especial, pero imperfecto como
todos los hombres, y que mostrarlo con sus defectos y miserias, no deteriora ni
menoscaba su imagen de mártir patrio incuestionable, ni quita valor a su obra
literaria, ni ensucia su legado humanista. Por el contrario, lo enseña como lo
que fue; un mortal, y desenmascara la imagen perfecta -y en consecuencia,
falsa-, que desde pequeños nos formaron de él.
Es como poco
estúpido pretender emular en todo a un señor del siglo XIX, por brillante que
fuera su pensamiento. Entiendo que “ser martiano” significa comulgar con las
ideas más nobles de José, un hombre indudablemente adelantado a su tiempo. Pero
Pepe tenía otras costumbres y formas de ver la vida, propias del momento en que
vivió, arraigadas en su moral, e imposibles de calcar al carbón por un hombre
del siglo XXI. No son estas, manchas que empañaran su herencia inmensa e
innegable; simplemente eran otras maneras de pensar, algunas de ellas con 100
años de atraso a día de hoy.
Ni nosotros, ni
la sociedad en que ahora vivimos, pueden ajustarse a muchos de los principios
morales y éticos que tenía Martí. Poco (o nada) se habla por ejemplo, de su
promiscuidad sexual inconfesable, su querencia calenturienta por las féminas,
-aunque fueran de otros-, su persistente infidelidad a Carmen Zayas-Bazán, o su
opinión machista y bastante misógina sobre el sufragio femenino y el papel de
la mujer en la sociedad, totalmente atrasado y retrógrado, paternalista y
complaciente con el sexo "débil". No adhiere a la mujer de hoy.
También se pasa de puntillas sobre su amor a las niñas, como para evitar un
cataclismo pederasta, cuando posiblemente ese amor fuera "limpio" y
sincero. O no, ¿quién sabe? Pero dile eso a un martiano sanguíneo y pondrá lo
ojos en blanco, o intentará sacarte los tuyos. Ni siquiera se prestan al
debate, porque les duele.
La palabra
“apóstol”, ya de por sí maniquea y lastrada con un claro carácter religioso, me
ralla, porque no me lo define, tergiversa su esencia verdadera, lo ubica en un
lugar celestial, no humano, inalcanzable e imposible. Ni el propio Pepe se
habría sentido a gusto con ese apelativo, creo yo.
(publicado en la red, abril 2018)
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