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Thursday, January 31, 2013

Rolando Sánchez Mejías vs. la UNEAC

Otro aspecto del problema es el papel de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, y por reflejo condicionado la Asociación de Jóvenes Escritores y Artistas. Ambas instituciones fueron creadas, presuntamente, con el objetivo de responder a los intereses y proyectos de los artistas y escritores del país. Pero en la realidad, no son más que derivación del aparato del Estado. Desde el “caso Padilla”, hasta la reciente reacción contra los escritores que firmaron la llamada “Carta de los Intelectuales” –reacción que propició la expulsión de los firmantes y legitimó a través de una carta firmada por cientos de escritores y artistas, una infame información al pueblo sobre la conducta civil de los expulsados de la UNEAC– la Asociación Nacional Artistas y Escritores cubanos se ha revelado como parte incondicional del mecanismo del Estado. Lo cual explica la postura ambigua en cuanto a los encuentros mencionados. Las paradojas saltan a la vista: ¿Cómo la UNEAC niega el apoyo franco a sus propios miembros? ¿Quiénes deciden en la UNEAC que se apoye o no determinados eventos culturales de complejidad ideológica? Es claro que estas decisiones son tomadas por la nomenclatura de la UNEAC en combinación con los organismos que rigen la política del Estado. Sus miembros no tienen ningunas participación en esas decisiones. Todo esto ocurre en el seno de una organización cuyo fundamento, por su presumible filiación liberal, sería la democracia sin restricciones.

(Carta abierta a los escritores cubanos, Encuentro de la cultura cubana, No. 1, 1996)

Wednesday, January 30, 2013

Virgilio Piñera vs. Gastón Baquero

Te veo ante la máquina de escribir, la mente en blanco, expulsando como un seudópodo palabra tras palabra, y después, Gastón, el terror que te sobreviene al pensar (ya otra vez el que tú eres) que un día se hará un libro con tus artículos —un nuevo Violeta y ortigas o Desde mi Belvedere— y será ofrecido como obra definitiva de tus obras. Cuidado. Si tú mismo has escrito el Vejamen del Orador no olvides que nos debes —que te debes— el Vejamen del Escritor. Y tú más que ninguno de nosotros debes huir de lo fácil. 

(Carta a Gastón Baquero, 1943)

Tuesday, January 29, 2013

José María Chacón y Calvo vs. “Espejo de paciencia”, de Silvestre de Balboa

Pero en su desarrollo, en su procedimiento, bien se observa la nota de retoricismo que da  carácter a todo el poema. Un retoricismo, por otra parte, limitado, por el pobre léxico del versificador. Quedará como un intento el relato; quedará como una prueba muy significativa. El autor se siente con deseos de imitar a Horacio, lo declara desde el principio, y sigue en su relato el procedimiento mitológico habitual en los poemas similares de su tiempo. Éstos, aunque sean de un valor intrínseco muy discutible, se salvarán parcialmente para las letras, por virtudes de procedimiento, por una belleza exterior, legítima, aunque no la más alta, en toda obra literaria. ¿A Balboa qué podrá salvarlo? Únicamente quizá la inagotable curiosidad de su poema.

(Ensayos de literatura cubana, Madrid, 1922)

Monday, January 28, 2013

Enrique Collazo vs. José Martí

No nos extraña que usted haya comprendido mal la índole de A pie y descalzo: el libro ha debido parecer a usted terrorífico. El que con ofensas más que suficientes —el grillete—, con edad sobrada, no cumplió con los deberes de cubano cuando Cuba clamaba por el esfuerzo de todos sus hijos; el que prefirió continuar primero sus estudios en Madrid, casarse luego en México, ejercer en la Habana su profesión de abogado, solicitar más tarde, como representante del Partido Liberal, un asiento en el Congreso de los Diputados, por Puerto Príncipe o por Cuba, el que prefirió servir a la Madre Patria, o alejar su persona del peligro, en vez de empuñar un rifle para vengar ofensas personales aquí recibidas, ése, usted, señor Martí, no es posible que comprenda el espíritu de A pie y descalzo. Aún le dura el miedo de antaño.

(Carta a José Martí, enero 1892)

Friday, January 25, 2013

Ernesto Hernández Busto vs. Omar Pérez (y Cintio Vitier)


Algo así me ha provocado nuestro último encuentro, tan desafortunado. Y no porque me permitiera comprobar lo que ya era vox populi entre los numerosos testigos de tu conversión, sino porque esa breve charla me trasmitió la sospecha de que también tú te sentías un poco incómodo con ese personaje al que te has aficionado; como alguien que después de probarse un traje de época decide que le queda muy bien —demasiado bien, tal vez-— y sale a la calle para convencer a los demás de que están en un error vistiendo como lo hacen.
   Hay algo burdo y bufonesco en esos gestos, que ya no son los del fool shakespeareano, lúcido en el sarcasmo. Siempre has tenido sentido del humor, pero ahora tus chistes son menos sutiles, y tu arrogancia, apenas encubierta por sonrisas beatíficas, constantes invocaciones a la divinidad y algunas boutades proporcionales en escándalo a tu falta de lecturas, delata a quien se halla en posesión de una certeza o, al menos, garantía, demasiado valiosa para ser sometida a discusión.
   Esa imagen, doblemente chocante en alguien que presume de espiritualidad tan ecuménica, me obliga a desempolvar varias fotos de época, fechadas cuando tu inteligencia iba acompañada de singular irreverencia y tu presunción quedaba respaldada por el esfuerzo de una escritura lograda. Eso sí: no recuerdo que te mostraras satisfecho por los términos en los que aquella realidad se enmarcaba. Al contrario, uno de los supuestos de nuestra amistad era la certeza de vivir en un mundo cuyos signos de pobreza (física y espiritual) evidenciaban una catástrofe política, un estado de cosas que podía (y debía) cambiar. Lo cual me lleva, inevitablemente, a aquellas madrugadas de 1989 en tu casa de la playa: varios amigos empeñados en redactar un panfleto disidente que cumpliera, al menos, con los rigores de la gramática.
   Entre aquellas personas que, cansadas de la hipocresía circundante, decidimos "meternos en política" parecía lógico que se estableciera una solidaridad a prueba de circunstancias. Y más cuando en la hora incómoda de las firmas nuestros protagonistas constataron la desconfianza, el desdén y la creciente hostilidad de sus propios colegas, en los que suponían mayores dosis de lucidez o de entereza. Casi todos tenían demasiado que perder, lo cual habla del recurso del miedo y de un estado de cosas (político, moral, literario) que ahora pareces empeñado en identificar con el summun bonum o con el mejor de los mundos posibles. Tu reciente panglosianismo sustituye, entonces, a la antigua soberbia, pues algo había de pecado original en aquella insistencia por corroborar el miedo ajeno; el miedo, incluso, de los más próximos, y ripostar de antemano sus justificaciones, su distancia ante algo que, sin duda, les cambiaría la vida.
   ¿Nos la cambió a nosotros? Supongo que sí, que aquel libelo bajo el cual juntamos apenas un puñado de nombres nos cambió un poco la vida. Creo recordar que te expulsaron del trabajo, no te dejaron publicar durante un tiempo, te invitaron a quedarte en el extranjero y un buen día llegaron a tu casa, por sorpresa, para que cumplieras con el Servicio Militar pendiente en algún campamento poco bucólico. Son cosas con las cuales uno puede llegar a reconciliarse. Más difícil resulta, creo yo, descubrirles el lado edificante.
   Anécdotas aparte, lo que sí parecía eterno, incluso en la distancia, era nuestra amistad, probada aquellos días en que aceptábamos dignamente el papel de apestados. No era una época fácil para ninguno de nosotros. Sin embargo, nuestra alegría interior, la chisporroteante convivialidad de tres o cuatro afinidades electivas, tenía su origen, o al menos eso creía yo, en una fe literaria a salvo de ninguneos o prebendas oficiales. En aquel lugar y en aquel momento nos resultaba imposible separar vida y literatura, dos caras de una moneda todavía en el aire, aunque ahora tú decidas mirar hacia otra parte suponiendo, como has dicho, que la literatura por sí sola no basta. Ese cambio de fe ha conmovido, por fuerza, una amistad pedagógica, nuestra philía edificada bajo el signo de la paideia.
   Detallar mutaciones progresivas y, sobre todo, atreverse a calificarlas de inevitables, de hijas más o menos legítimas de las circunstancias (la imperiosa necesidad de un lugar después de tanto silencio, el exilio impuesto o voluntario de tus viejos amigos, la disyuntiva moral de una ambiciosa poética; eso que, en fin, los antiguos llamaban “un destino”) sería una empresa larga e incómoda para ambos, y más ahora que prefieres otras formas de juicio, otras ordalías en que lo autobiográfico queda confinado al desván de las frivolidades. Sin embargo, también hay frivolidades en nombre del espíritu, y ahí tienes el ejemplo de quien predica desde un estercolero inapelable creyéndose a salvo de los males del mundo.
   Permíteme, entonces, que aproveche esta carta pública para recordarte que el pathos de lo confesional es un invento agustiniano que no desmerece la Ciudad de Dios. Al colocar la pregunta por la amistad en un espacio moral no hay más remedio que rastrear lo autobiográfico, pues las precarias certezas que estos asuntos suscitan siempre tienen que ver con el ego, ese mismo ego, irónico y sarcástico, al que debes tus mejores poemas. En esa pecaminosa Cartago, nunc delenda, leí con placer tus "Contribuciones rudimentarias a una idea de nación", lúcidas sugerencias a un cubano que se entrena(ba) “para la diversión o para la amnesia”. Ahora prefieres preguntar a tus contemporáneos cuál es su idea de la Revolución y cuál su compromiso con la cultura letrada, con el gesto imperioso de quien deshace ostensibles equívocos. Pero sospecho que en aquel momento te hubieras burlado de una ecuación tan simplista como esa que arrojas al pasto de lo opinable: Revolución+Cultura=Tradición.
   El proceso por el que formulas esas preguntas para acto seguido dar respuestas previsibles y desarrollar un alegato inconsistente ejemplifica, creo, un equívoco moral, ese que designamos con el término “cargarse de razón”. Implícito está que quien se carga no es quien hace algo, sino alguien que permanece inmóvil mientras los otros, esos antiguos amigos tuyos que renegamos de la Revolución, añadiendo torpeza sobre torpeza, error sobre error, injusticia sobre injusticia, nos convertimos en el motor que te suministra potencial ético. Ninguna evidencia más segura podría haber de la realidad psicológica del fariseísmo (mecanismo moral definido por Weber como “construcción de la propia bondad con la maldad ajena, o utilización de la moral como instrumento para tener razón”) que esa expresión tan castiza que conlleva la adquisición de un derecho sobre el otro. Sin mayor justificación, por ejemplo, te arrogas el de aleccionarnos con el lezamiano hoc age: sean revolucionarios radicales; es decir, participen de la razón poética, es decir, hagan zazen.
   Tu indignación merece una respuesta pública, aunque hables de un libro que en Cuba no circula o de gente que no puede responderte allí donde los atacas. Mi idea de la Revolución, si en realidad te interesa, es que ha encubierto su funesto destino de sacrificio moderno con el ropaje de la renovación espiritual. No me siento en deuda, como al parecer lo estás tú, con una revolución que dividió a mi país, que usó la buena fe de un pueblo para empujarlo a una apuesta revanchista en nombre de la redención. Fue precisamente un revolucionario profesional –el más espiritual de los guerrilleros– quien proclamó la idea del revolucionario como aprendiz del odio: “Odio como factor de lucha, odio intransigente al enemigo, odio capaz de llevar al hombre más allá de sus límites naturales y transformarlo en una fría, selectiva, violenta y eficaz máquina de matar”. Aunque has mencionado muchas veces al autor de la cita, lamento que nunca te hayas ocupado de esa terrible metáfora. El caso del Ché Guevara es un excelente ejemplo de cómo el fariseísmo puede corromper la médula de un cambio social, de cómo la seducción del sacrificio desemboca en catarsis y favorece ese sentimiento de estar acumulando un capital moral con el que ahora pareces identificarte.
   Lo más interesante del Mal, decía Joseph Brodsky, es el hecho de que sea absolutamente humano. Por eso las nociones de justicia social, conciencia cívica, un futuro mejor, etc, pueden ponerse al revés sin mucho esfuerzo y ser usadas con fines repugnantes. Eso que tu displicencia etiqueta como “la cultura de los libros” nos protege del Mal, cuyo nombre es legión y cuya mascota favorita suele ser la pureza ideológica. Los buenos escritores advierten de la obscena atracción del número y fomentan el individualismo, la libertad de pensamiento, la singularidad. En cambio, aquel “sueño de un mundo sin dinero y sin clases” se ha convertido hoy en un catálogo de profundas frustraciones. ¿Acaso el socialismo le ha restituido al hombre su esencia? ¿Podemos seguir incluyéndolo en la omnicomprensiva historia del humanismo? Es la cultura de los libros, supongo, la que nos permite mantener un margen de duda razonable sobre tus demasiadas certezas.
   "La necesidad de equilibrio entre tradición y revolución –afirmas– requiere del intelectual un ejercicio imaginativo que rebase los lugares comunes del desencanto y la ironía de salón, del escepticismo sin rigor filosófico ni compromiso con el destino humano, del cinismo sin espíritu de renuncia ni distancia crítica y, en fin, de la crítica sin generosidad".
   Puestos a hacer listas, habría que agregar a tu elenco de peligros el misticismo del converso, esa huida hacia adelante, ilustrada por la división entre "intelectuales" (seres librescos) y "poetas" (criaturas auténticas). Los representantes de esa revolución esencial a la que aludes se han rodeado de una abigarrada cohorte de eunucos, tan llenos de buena fe como incapaces de criticar el mundo mezquino que los rodea. El caso más lamentable es el de tu maestro y mentor Cintio Vitier, quien ha dedicado mucho tiempo a redactar una vulgata para tiempos de reafirmación patriotera, con la que ilustra, de paso, su alegría por haber sido testigo del Ser encarnado: "Tampoco puedes renunciar a los momentos –confiesa en alguna entrevista–, como fue aquel de enero de 1959, en que el Ser asoma. Sencillamente asoma, no se establece, pero asoma. Y es una compañía muy grata. Es algo que se siente, que no puede convertirse en dogma, en doctrina; y que lo siente el letrado y el iletrado".
   Vitier ha sido claro, casi tajante, en su condición de nuevo intelectual orgánico, iluminado por el revival del nacionalismo mesiánico. Tú, en cambio, pareces estar en una cuerda floja: arrastrada por un servil “vitierismo”, tu poesía paga culpas ajenas, empieza a volverse adusta y previsible, al tiempo que tus ensayos más recientes (“El dojo zen en La Habana”, “Glosas al padre Gaztelu” y, sobre todo, esos sorprendentes “Estudios a partir de Lezama”) se trocan en indiscriminados catauros de citas y medias verdades.
   El reciente alegato que dedicas a tus contemporáneos se complace en menospreciar la cultura entendida como frivolidad, “como mero capital o divertimento ad usum delphini”. La literatura debería haberte enseñado no sólo a respetar aquello de lo que nos reímos, sino también a reírnos de lo que se respeta. Me cuesta creer que hayas olvidado aquella advertencia de W. H. Auden que me citaste alguna vez: “Es posible que el campesino juegue por las noches a las cartas mientras que el poeta escribe versos, pero hay un principio político que ambos apoyan y éste es que entre la media docena de cosas por las cuales un hombre de honor debe prepararse para morir si fuere necesario, el derecho a jugar, el derecho a la frivolidad no es el menos importante”.
   Te propones de outsider, de partícula reacia a suscribir la idea de un Estado omnipotente. Pero opinas que lo radical tiene que ver con un “fluir silencioso”, lo cual casi te mimetiza con la naturaleza. Me deja estupefacto, lo confieso, tu desmentido de que en Cuba “el intelectual plenamente crítico sólo puede ubicarse en la marginalidad, la disidencia o el presidio”. “Sabemos que no es de rigurosa obligación operar con el Estado ni a su favor” –alegas. Un posible desmentido a esos patéticos amagos de filosofía política podría ser la cínica claridad de Humpty Dumpty: “No es el sentido de las palabras lo que importa; lo que importa es saber quien manda”. Sobre este asunto (místico, político y literario), te invito a consultar la posición de Constantino a propósito de la omoousía. O a indagar qué pasó con tantos amigos tuyos que decidieron independizarse del Estado.
   Del otro lado de tu maniqueísmo asoma el estigma del mercado para impugnar a quienes optamos por irnos de Cuba. Para ese club al que regalas la exclusiva del cinismo, tu idea de un capitalismo imperial (¿o debo escribir KAPITALISMO?), interminable lista de siglas y tópicos, resulta bastante caricaturesca. Tiene algo de arielismo beisbolero, pasado por Toni Negri y Noam Chomsky, más cinco o seis metáforas antinorteamericanas que Vitier le copió a Juan Ramón. Deberías volver a Marx, un pensador más serio, que al menos intentó la ontología del flagelo mundial. En resumen, la tuya me parece una posición insostenible, frívola, que evita la esencia del asunto. Niegas que alguien pueda ser programado para vivir en el comunismo (y en eso tienes razón), pero sí crees en el capitalismo programador, esa danza de espectros. Hoy, cuando ese mercado vende también numerosas figuras de anticapitalistas y antiglobalizadores, tú decides alinearte con quienes repudian un “arcaico cosmopolitismo imperial, empeñado en la transmisión mediática de miseria espiritual y avidez material”. Hay algo pueril e irresponsable en ese jueguito de sostener que el capitalismo es por fuerza enemigo del espíritu, algo así como la dictadura del materialismo adinerado, donde a duras penas nos topamos con alguna idea que no provenga de la London School of Economics. Me siento un poco ridículo recordándote que ese mismo capitalismo ha hospedado una tradición espiritual y un cuerpo de Derecho donde se reconocen libertades que tus conciudadanos no tienen derecho a defender en la plaza pública.
   Luego está el tema Orígenes, la arrebatiña por la herencia de Orígenes, un legado, aseguras, aún pendiente. En efecto, Orígenes no ha sido asimilado. Permíteme decir también que lo que has escrito sobre el tema no contribuye a esa asimilación. Tras esa pared de glosas, Lezama se evapora; a la manera de Garcilaso, que, convertido en pastilla de incensario, se esfumaba con efectos no previstos por sus contemporáneos.
   En tus notas a veces regresan el espíritu y la letra de Lezama. Pero no vienen juntos: ahora son fantasmas enemigos, hermanos hoscos tras los que adivinamos una historia de traiciones. Una historia turbia, de la que empezamos a desconfiar cuando Lezama, el Venerable, se convierte en Beato: un “mito” en el sentido más vulgar del término. La estetización de la ruina Lezama, “restaurada” hasta convertirlo en muñecón de una política cultural con sospechosa urgencia de “raíces”, resulta doblemente patética, pues lo devuelve a ese entorno folklórico de los años 30 y 40, que él mismo rechazó como la peor representación de “lo cubano”.
   Deberías preguntarte por qué Vitier se empeña en convertir a Lezama en ideólogo revolucionario. Pero como discípulo obediente, repites la mentira del magister: lo que Vitier entiende por “encarnación histórica de la poesía” no es otra cosa que un estado revolucionario (“Estado operativamente jurídico, pero sobre todo, es lo esencial, protoplasmáticamente histórico” –precisará en otra parte, anunciando la revolución infinita de tu artículo). Gracias a esa burda manipulación, la herencia de Orígenes, prestigioso legado en litigio, queda en manos de su vicario: una Revolución concebida como “Estado protoplasmático”.
   Para Vitier, la tradición cubana es una pastorela en la que celebramos siempre a los mismos actores: Luz, Varela, Martí, Lezama, padres fundadores de la Revolución de 1959. En los últimos años le ha dado por repetir que en la literatura cubana no hay generaciones, que los verdaderos creadores sólo deben aspirar a pertenecer a “la generación de José Martí”, administrador excelso de nuestra poiesis. De alguna manera, tú le das la razón en ese desvarío. Al convertir a Orígenes en un “estado de concurrencia” protoplasmática te sumas a la comparsa de su mistificación e igualas la realidad y el deseo en un falso continuum. Porque la mistificación primero forma un magma intemporal, donde lo mismo cabe Buda que Lezama, Fidel Castro, el Ché Guevara, la alquimia o el Zen. De esa mezcla salen luego los vapores corruptos de la “razón poética”, la obsesiva presencia del infinito y la soberbia del Poeta empeñado en instaurar su “reino”, en cambiarnos la fede por la sede. Como si escribir poesía no bastara, como si la poesía debiera ir más allá de la escritura para “realizarse” en alguna empresa de redención, que, en realidad, terminará desfigurándola, reduciéndola a una alabanza y ocultando el digno rostro del poeta bajo una casulla prestada.

(Epístola moral a un revolucionario Zen, Inventario de saldos. Apuntes sobre literatura cubana, Colibrí, Madrid, 2005)

Thursday, January 24, 2013

Belkis Cuza Malé vs. Jesús Díaz, Encuentro y Lourdes Gil

Jesús Díaz murió —o hay quien dice que lo mataron—, pero lo cierto es que antes de irse de este mundo se las ingenió para continuar lo que en La Habana era ya práctica conocida, la de vetar y eliminar a los que no eran de su bando. En Cuba, siempre estuve en su lista negra, aunque nos conocíamos desde principios de los sesenta. Y a su llegada al exilio, cuando se me invitó a un Congreso en Suecia, decliné asistir porque no estaba dispuesta a participar en nada donde estuviera él. Pero Heberto Padilla, que sí fue, le dijo a Jesús las razones que tuve para no hacer acto de presencia. Luego, cuando visitó Miami, me envió un mensaje pidiéndome perdón. Sin embargo, en el invierno del 2000, a raíz de la muerte de Heberto, la revista Encuentro le dedicó un número “homenaje”, sin que por supuesto se me hubiera solicitado colaboración alguna. En cambio, sí aparecieron siniestros personajillos que ni fueron grandes amigos de Heberto, ni lo estimaban en lo personal. Y para mi sorpresa, apareció allì una supuesta entrevista a Heberto, donde ponían en boca suya insultos a mi persona, y se daban datos y fechas equivocadas, que subrayaban aún más la falsedad de la entrevista. Ni ése era Heberto, ni por supuesto, era él capaz de hablar en esos términos de mi persona y de nuestras relaciones. Para colmo de estulticia, aparecía allí el artículo de una loca desenfrenada, acusándome de haber yo robado el patrimonio (libros, papelería y archivo) de Heberto Padilla, y que eran también parte de toda una vida en común. Una revista que se respete y respete las leyes sería incapaz de publicar algo así. Aquello parecía no un homenaje a Heberto, sino un trabajo de descrédito (contra él y contra mí) organizado desde Cuba por la Seguridad del Estado.

(¿Censura en Encuentro?, Blog Belkis Cuza Malé, 2007)

Wednesday, January 23, 2013

Emilio Ichikawa vs. La Jiribilla

Se puede imaginar lo cómodos que están los periodistas de su plana, lo fácil que es para ellos tomar las señas de la dirección; porque “La Jiribilla” no hace otra cosa que convertir en un frente cultural los fundamentos de la propaganda castrista. Hay figuras destacadas, pero sin lugar a dudas los blasfemos de más mérito son los periodistas Paquita de Armas y Pedro de la Hoz.
   Desde su fundación “La Jiribilla” tiene como objetivo el ataque sistemático al exilio cubano de Miami. No ejercen una crítica inteligente sino hábil, no enérgica sino grosera y vil.
La sección “Pueblo Mocho” tuvo como propósito el ataque sistemático a la obra y la gente de la ciudad de Miami. Les daba lo mismo residentes que viajeros vinculados a ella: Rafael Rojas, Zoe Valdés, Vicente Echerri, Belkis Cusa, entre otros, fueron delictuosamente ofendidos por “La Jiribilla”. O envidiados, que es motivo de lo mismo.
   Desde hace un tiempo, quizás por falta de “rigor revolucionario”, los ataques se han descentrado y han recaído sobre funcionarios del gobierno norteamericano.
   Al suponer que “Pueblo Mocho” es un topónimo despectivo, “La Jiribilla” traiciona uno de los valores básicos que la hicieron surgir: el nacionalismo cultural.
   “Pueblo Mocho”, una semi utopía del escritor Samuel Feijoo, es una comunidad provinciana soporable (si descontamos las barbaridades ecológicas del desmonte). Su trilogía heroica (Jachero, Teresa y Juan Quin Quín) representan valores estables como la amistad, la familia, la honestidad. Valores “universales” que una panda relativista como los que dirigen “La Jiribilla” acaso puedan comprender.

(Blog Emilio Ichikawa, mayo 2008)

Tuesday, January 22, 2013

José Álvarez Baragaño vs. Luis Aguilar León

Desde el día primero de enero hay gentes como Luis Aguilar León que dan consejos, hacen estudios “serios” de la situación, como si solo del otro lado de la barricada, —del lado de la reacción—, existiera la capacidad para el estudio, la meditación y la cultura. Es esa una pretensión aristocratizante que felizmente está desvirtuada por la historia.  Tienen más claridad sobre los problemas sociales, comprenden mejor su estar en el mundo, un obrero o un campesino, en contacto con los medios de producción, que estos “metafísicos” gratuitos, mitad escritores, mitad caníbales, que han hecho un pacto con la reacción para introducir el desorden y la duda en la Revolución.

(Lunes de Revolución, 1959)

Monday, January 21, 2013

Jesús Díaz sobre su generación y la editorial El Puente

Simplemente no la definiría. No está estructurada. Desde luego, tampoco ha comenzado a perfilarse de forma homogénea. Su primera manifestación fue la editorial El Puente, empollada por la fracción más disoluta y negativa de la generación actuante. Fue un fenómeno erróneo política y estéticamente. Hay que recalcar esto último, en general eran malos como artistas.

(Encuesta sobre las generaciones. La Gaceta de Cuba, No. 50, 1966)

Friday, January 18, 2013

Enrique Piñeyro vs. Plácido

Lo que sí es indudable es que muchas de sus composiciones fueron escritas sin más motivo que rendir homenaje á otros que ocupaban una posicion más alta que él, y ¡eran tantos los que tenia por encima! Nadie leerá sin un vivo sentimiento de disgusto y de dolor esas poesías, en que su talento sabía usar de una grandilocuencia que oculta mal el completo vacío de la inspiracion buscada por medios ficticios.

(Estudios y conferencias de historia y literatura, New York, 1880)

Thursday, January 17, 2013

Fermín Gabor vs. Ambrosio Fornet

En estas siete décadas ha escrito bien poco (tres o cuatro libros solamente), lo cual daría a Padura la razón si acaso no nos preguntáramos dónde diablos estará el “A passage to India” de este Forster nacido en Bayamo cuya principal ocupación, además de desmochar parcialmente textos de sus discípulos que deberían ser totalmente desmochados, ha sido anunciar durante años el advenimiento de “la Novela de la Revolución”. 
   Incapaz o desganado para escribir un ejemplo de ésta, su papel ha sido el de comadrona. Pero, al ver que el parto era de elefanta, demorado hasta no ocurrir, ha decidido más recientemente cambiar el chucho y estudia ahora la literatura del exilio. Pasa de pujador de novela ñángara a convertirse en nuestro más ilustre diásporólogo. (En realidad, Fornet se había ocupado antes del exilio literario cubano: puede verse algún ensayito suyo sobre Alejo Carpentier, exiliado en la Embajada de Cuba en París.)
   Es Fornet quien presenta en sociedad habanera a los desconocidos escritores del exilio, él quien les presta reconocimiento. Antiguo propugnador de la novela policíaca revolucionaria donde las Miss Marples cederistas convertían en chatino a cualquier personaje que quisiera largarse del país, ahora su curiosidad es lepideroptológica y de signo contrario: le interesan las mariposas que antes fueron gusanos. Ha convertido una empresa exportadora de novelas revolucionarias en empresa mixta importadora de escrituras del exilio. Y es quien fija en La Habana el precio de la libra en pie de escritor ido.
   Asiduo visitante de universidades norteamericanas, Ambrosio Fornet es la carta obligada que las instituciones oficiales cubanas imponen a esas universidades en sus programas de intercambio. En correspondencia con esto, al terciar en un diálogo ocurrido entre Abel Prieto y un importante profesor universitario cubanoamericano de visita en la isla, cuando tal profesor propuso intercambio de estudiantes entre ambos países, Fornet no esperó por respuesta del Ministro y aseguró que las instituciones cubanas sólo estaban interesadas en que viniesen estudiantes norteamericanos a la isla y no en que fueran cubanos a Norteamérica. (Universidades yumas, sólo para él. Y, de modo aledaño, para su parentela: el hijo y la nuera terminaron estudios en universidades de México.)
   La literatura cubana no cuenta con mayor escritor ágrafo que Ambrosio Fornet. Contemplar, desde la altura de casi ningún libro, esos setenta años de vida transcurrida resulta un triunfo de nuestra haraganería idiosincrática. Nadie como él ha celebrado entre nosotros la siesta mental, y saber que recorre los campus universitarios del norte no puede menos que llenarnos de alegría y de orgullo. 
   Lo mejor suyo, advierten sus discípulos, se obtiene en la amistad cercana. No hay que buscarlo en los libros que se ha negado a escribir lo mismo que un Sócrates. Pocho (que así lo llaman sus cercanos) lo entrega generosamente cuando, después de algún silencio apreciativo y apartando la pipa de sus labios, asevera: “Definitivamente Franz Kafka es el autor de La Metamorfosis”. O en fecha más reciente: “Sostengo que el exilio de Severo Sarduy transcurrió en tierras francesas”. 

(La lengua suelta # 4, La Habana Elegante, segunda época)

Wednesday, January 16, 2013

Duanel Díaz vs. Cintio Vitier

Vitier no sólo le ha dado su voz a la Revolución, esta ha venido a darle cuerpo al fundamentalismo poético que anima su pensamiento desde que, siendo muy joven, quedara fascinado con la Historia de una pasión argentina, de Eduardo Mallea. Haciendo coincidir el país invisible con el aparente, para Vitier la Revolución ha constituido, después de la desintegración “moderna” de la República inauténtica, una especie de Edad Media que, como aquella profetizada por Berdiaev, viene a restaurar la comunidad espiritual. Consecuencia extrema de semejante filosofía de la historia, su celebración de la Batalla de Ideas no es sino el término monstruoso a donde puede conducir una búsqueda espiritual que se desinteresa de aquello que, como la democracia liberal, tiene lugar en niveles más prosaicos.

(Palabras del trasfondo, Editorial Colibrí, 2010)

Tuesday, January 15, 2013

El Estado socialista vs. René Ariza

Que el acusado asegurado René Ariza Bardales, natural de La Habana, hijo de Ramón e Isabel, de 33 años de edad, con instrucción, casado, empleado como realizador de decoración del INIT y vecino de la calle 14 No 9, Apto 40, segundo piso / Línea y Calzada, Vedado, Habana, desde hace algún tiempo viene dedicándose a escribir cuentos, ensayos y relatos cuyo contenido y enfoque se basan en el más amplio diversionismo ideológico y propaganda contrarrevolucionaria escrita. Que todo este material carente de valor artístico, escrito en contra de los intereses de nuestro pueblo, de nuestro Primer Ministro Comandante Fidel Castro Ruz, mártires de nuestra patria y demás dirigentes nuestros, fue tratado de enviar al exterior de nuestro país para mediante su divulgación incitar contra el orden socialista y la solidaridad internacional.

(Tomado de Encuentro de la cultura cubana, Nos. 21/22, 2001)

Monday, January 14, 2013

José Lezama Lima vs. Edmundo Desnoes

Le decían El flautista o La monja, pues la imaginación de aquella vecinería ponía motes a ras de parecidos y visibles preferencias. Sus rubios amiguitos, más suspiradamente sutiles, le llamaban La margarita tibetana, pues en alarde de bondad enredaba su afán filisteo de codearse con escritores y artistas. Era de un pálido de gusanera, larguirucho y de doblado contoneo al sentir la brisa en el torcido junco de sus tripillas. Chupaba un hollejo con fingida sencillez teosófica y después guardaba innumerables fotografías de ese renunciamiento. Pero los que lo habían visto comer, sin los arreos teosóficos, se asombraban de la gruesa cantidad de alimentos que podía incorporar, quedándole por su leporina longura una protuberancia, semejante a la hinchazón de uno de los anillos de la serpiente cuando deshuesa un cabrito. Cuando con pausas y ojos en blanco parloteaba con uno de esos escritores a los que se quería ganar, estremeciéndose falsamente le cogía la mano para hacerle la prueba o timbre de su simpatía por las costumbres griegas. Si le aceptaban el lance decía: —Yo lo quiero a usted como a un hermano—. Pero si temía que su habitual cogedera manual engendrase comentos y rechazos, posaba de hombre de infinitud comprensiva y de raíz sin encarnadura. Pero era maligno y perezoso, y sus padres, que lo conocían hasta agotarlo, lo botaban de la casa. Entonces se refugiaba en la casa de un escultor polinésico, que cada cinco meses regresaba para venderle —eran esculturas de un simbólico surrealismo oficioso, que escondían las variantes de argollas y espinas fálicas de los tejedores de Nueva Guinea— a un matrimonio norteamericano, incesantes maniquíes asistentes a conciliábulos tediosos, que poseían una vaquería sanitaria y sus derivados de estiércol químico. En esas reuniones, Martincillo, ladeando las guedejas con provocada inocencia, trataba de colocar dos o tres citas sudadas, diciendo que Plutarco nos afirmaba que Alcibíades había aprendido el arpa y no la flauta, porque temía que se le desfigurasen los labios, y que por eso, venganza propiciada por Apolo, tañedor de la de siete agujeros, el día antes de su muerte había soñado que le pintaban la cara de mujer. Martincillo era tan prerrafaelista y femenil, que hasta sus citas parecían que tenían las uñas pintadas. Estaba por la noche en casa del escultor, que le mostraba unos carreteles churingas, cuando empezó a llover con relámpagos de trópico. De pronto, el polinésico, turbado por su deseos, comenzó a danzar con convulsiones y espasmos, y su pelo se le tornaba en estopa fosforescente. Picado tal vez por el azufre lejano de uno de aquellos relámpagos, se le escapó de su cuerpo una lombriz, que como una astilla se encajó en lo blando del prerrafaelista abstracto. Por la mañana, Martincillo, incurable, con una pinza procuraba extraerse la posesiva lombriz.

(Paradiso, capítulo II)

Friday, January 11, 2013

Roberto González Echevarría sobre "Tres tristes tigres", de Cabrera Infante

Esa novela es inmune a las bromas, los pujos de su autor, que tienden a reducirla al humorismo y a la trivialidad. La obra sobrevive también el impulso central de la estética de Cabrera Infante, que en sus producciones menores y refritos tiene un efecto devastador: el melodrama social y su expresión como mueca lingüística, como juego de palabras. El discurso de Cabrera Infante emerge de un profundo resentimiento de clase que se manifiesta en un anti-intelectualismo virulento —es el querer épater denigrando la literatura en favor del cine, y deformando los nombres de escritores y filósofos hasta el cansancio—. Es una retórica de desplantes, despropósitos, descaros, desparpajos, dislates, desatinos, desafueros, disparates y desacatos; del querer anotarse puntos en cada salida, como los personajes de Tres tristes tigres. Todos los tigres son, como su creador, unos arribistas, llegados del campo, del interior, de clases necesitadas, de raza mixta, que logran en La Habana integrarse a una especie de tierra de nadie social en el ambiente de la farándula.

(Oye mi son: el canon cubano, Encuentro de la cultura cubana, No. 33, 2004)

Wednesday, January 9, 2013

Martín González del Valle vs. Saturnino Martínez

Saturnino Martínez es un poeta de imaginación brillante, de lozana fantasía; sus versos suaves y armoniosos suenan con grato deleite en el oído. Mas, con todo y con eso, su falta de dirección y de estudio le ha llevado por sendas peligrosas, viciando y corrompiendo la índole de su carácter poético. Habla en culto, y sus conceptos son pobres é insignificantes. Se ha forjado un lenguaje particular y raro; deleznable vestimenta con que cubre los apasionados sones de su lira. Sus primeros versos son los mejores; sus mejores tiempos los primeros.

(La poesía lírica en Cuba, Oviedo 1888)

Tuesday, January 8, 2013

Wenceslao Gálvez vs. Julián del Casal

Cuidado que yo habré leido versos malos, y por ahí andan algunos que no me dejarán mentir, pero sin embargo, aun siendo tan malos, hay en ellos alguna idea que el poeta (llamémosle así) ha querido rimar. Pero en Casal no se descubre esa idea ni ninguna otra, son sus versos harmoniosas combinaciones de vocablos que nada dicen. Sus admiradores han dado en llamar envidiosos á los que no nos gusta su poesía, y no comprendo por qué han de despertar envidia las poesías de Casal. Aunque bien pensado, esto tiene su explicación. Sucede en muchas ocasiones que las personas á medio ilustrar dan en la manía de celebrar aquello que no entienden, por el temor de caer en ridículo. Yo sé de personas que se hacían lenguas hablando de los sermones de un cura de aldea, sermones que ni él mismo llegó nunca á entender. Y esto es lo que sucede á ciertos admiradores de Casal.
   Lo más doloroso es que el poeta ha tomado ya su resolución y cada vez acentúa más su tendencia, y el mejor día concluye sus estrofas en una casa de orates, que no en balde se puede jugar con la razón. Repito que es una lástima que joven de talento como Casal, ya que es aficionado á la poesía y que conoce tan bien el arte de la rima, pierda su tiempo en esos extravíos, envolviendo en su caida ¡quién sabe á cuántos!

(Citado por Ciriaco Sos en Julián del Casal ó Un falsario de la rima, Habana 1893)

Monday, January 7, 2013

Heberto Padilla vs. Orígenes, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Baquero, Gaztelu, Piñera, García Vega, Justo Rodríguez Santos, Lezama Lima…

“Orígenes” es el instante de nuestro mal gusto más acentuado, es la comprobación de nuestra ignorancia pasada, es la evidencia de nuestro colonialismo literario y nuestro servilismo a viejas formas esclavizantes de la literatura. No es una casualidad que las palabras, el vocabulario de esos poetas tenga siempre una reiterada alusión monárquica: Reino, corona, príncipe, princesa, heraldos...
   ¿Qué príncipe nos blande uno a uno?
   ¡Oh Lúcidos heraldos…! (Vitier).
   Cintio Vitier, el poeta que más refleja y sufre la influencia de Lezama, confesaba ya en 1948: “…mi escritura solo sabe crecer por círculos concéntricos. No se me escapa el peligro que ello entraña…” y más adelante confiesa: “siento que este instinto de cerrar sin duda impide en ocasiones algo más viviente y libre…” Exégeta de sí mismo vaticinaba su impotencia para conquistar su propia voz, ahogada por el peso de la retórica de Lezama. Cuando al final —queriendo cerrar una etapa de su poesía— escribió sus poemas El Hijo Pródigo y Canto Llano, pudimos comprobar que toda la aparatosa verba de sus poemas iniciales encubría una sensibilidad al estilo del último Florit, de Neruda y Gabriela Mistral.
   Diego —de indudable talento literario— pretende reconstruir una zona inexistente de nuestro pasado, un colonialismo sin altura que lo llevó a remedar a un Jorge Luis Borges tropical, pero más opulento.
   Smith no ha insistido más en la poesía, como tampoco lo ha hecho Gastón Baquero —de tan ingrata recordación.
   Y Angel Gaztelu se ha devuelto a una poesía rural, sin fuerza; Virgilio Piñera, anulada su intuición poética por el impacto de Lezama, cuando quiso encontrar su voz tuvo que recurrir a otros géneros literarios. Fina García Marruz en el anti-Lezama. García Vega nunca fue un poeta y hay un consenso general en el hecho. Justo Rodríguez Santos fue siempre un preterido. Cintio Vitier acabó por sacarlo de su última antología.
   ¿Qué queda, pues, de Orígenes? ¿Dónde está el gran libro de esa generación? ¿Dónde están la “originalidad y madurez de ciertos frutos obtenidos”? ¿Dónde está el resumen, después de veintidós años de tarea (comienza con Espuela de Plata en 1937, sigue con Verbum, 1939 y culmina en Orígenes 1946) de “uno de los movimientos espirituales más ocultos e intensos de nuestra América”, dedicado a “todos aquellos a quienes interese la expresión más perfecta, el cuerpo más trascendente y puro, en su angustia y su alegría, de nuestra patria…”?
   No hay nada. Entre el fracaso de los conatos revolucionarios de 1933 y la crisis que culminó en la única revolución que hemos conocido hay un vacío pesando sobre la obra de creación, anulándola. Sin clarividencia para entender su realidad, víctimas de un drama nacional que los rebasaba, impotentes para establecer profundas resistencias, diez poetas se reunieron para edificar y modelar una muerte sin grandeza.
   A los nuevos poetas ese ejemplo debe servirles de mucho. Si ahora, al volvernos a los libros que en nuestras adolescencias plantearon interrogaciones, que alimentaron nuestra crisis y hoy nos lucen inofensivos, es porque el vuelco de nuestra realidad social los ha hundido en el vacío y el olvido.
   ¿Qué poema puede escribir hoy Lezama que no recuerde su vieja voz, hueca y grotesca? ¿Qué poema puede publicar Vitier que sirva en su más honda significación? ¿Qué alegría puede proporcionarnos la rúbrica “Orígenes” si es el recuento de lo ingrato de nuestro pasado, cuando nos desgarrábamos buscando una voz que querían torcer los cantos bobalicones de unos hombres que ambicionaban constituirse en maestros?
   La poesía que ha de surgir ahora en un país nuevo no puede repetir las viejas consejas de Trocadero. El poeta que exprese su angustia o su alegría tendrá una responsabilidad por vez primera; al canto gratuito habrá que oponer una voz de servicio. A la retórica desmedida, un aliento físico, esencial.

(La poesía en su lugar. Lunes de Revolución, diciembre 1959)

Friday, January 4, 2013

José Martí vs. "A pie y descalzo", de Ramón Roa


¿O nos ha de echar atrás el miedo a las tribulaciones de la guerra, azuzado por gente impura que está a paga del gobierno español, el miedo a andar descalzo, que es un modo de andar ya muy común en Cuba, porque entre los ladrones y los que los ayudan, ya no tienen en Cuba zapatos sino los cómplices y los ladrones? —Pues como yo sé que el mismo que escribe un libro para atizar el miedo a la guerra, dijo en versos, muy buenos por cierto, que la jutía basta a todas las necesidades del campo en Cuba, y sé que Cuba está otra vez llena de jutías, me vuelvo a los que nos quieren asustar con el sacrificio mismo que apetecemos, y les digo: —¡Mienten!

(Discurso en Tampa, noviembre 1891)