Me
acabo de leer un artículo en Diario de Cuba, ejemplarmente escrito para
servir de modelo en un seminario sobre falacias. ¿Cuántas contiene?: ¿Quince?
¡Veinte! El autor logra, incluso, construir hasta trans y metafalacias, algo en
verdad asombroso, tal es su maestría en el derroche de recursos propios de la
manipulación y la mentira.
Naturalmente, ya sabemos que a la teoría
siempre le cuesta su trabajo llevarse bien con la práctica; de modo que tomar
acápites de un manual, para con ellos construir un centón, nunca será tarea
sencilla. Hago la salvedad, porque si bien el texto logra convencer en
substanciales aspectos como son la puntuación y el tamaño, una mirada
voluntariosa pudiese ponerle peros en otros de menor importancia, tal es el
caso del plano ideotemático.
Alguno de ellos quizá sea el haber
descuidado a Borges. Con la evidente intención de dar coherencia al texto —y
entre los diversos temas posibles— el autor Antonio José Ponte, escoge la
denostación. Es obvio, sin embargo, que al bucear en tan espinoso campo, omite
ciertas recomendaciones borgeanas descritas en el memorable ensayo “El arte de
injuriar”. Sobre todo olvida una de carácter estratégico, y cito: “El agresor
sabe que el agredido será él, y que cualquier palabra que pronuncie podrá ser
invocada en su contra, según la honesta prevención de los vigilantes de
Scotland Yard”.
Desde luego, habríamos de recordar que
Antonio José Ponte es codirector de Diario de Cuba. Lógico entonces que
quiera dar clases prácticas de desinformación y manipulación mediática a sus
colaboradores, a la vez de rematar por sí mismo un contenido. Y claro que
también pudo haber usado un seudónimo, pero ya sabemos cuán ardua es la
competencia entre los proyectos presupuestados por la NED, amén de que en tal
mercado suelen cotizarse más aquellos textos claramente denotativos, libres de
impurezas creativas y estilísticas, y hay momentos históricos en que conviene
predicar con el ejemplo.
Pero si bien lo antedicho obra a su favor
—la necesidad de usar un lenguaje raso, por su mayor rentabilidad— también al dar
la cara asume un grave riesgo: recordemos que él no es un árido funcionario
cualquiera, sino un destacado ensayista, según nos asegura su biografía en
Wikipedia.
Quiero decir, si Wikipedia afirma que uno es
un destacado ensayista, y por demás poeta, esto constituye una pesada carga. No
solo el repertorio lingüístico se te reducirá bastante y, entre otros
registros, se te negará el propio de la taberna o el solar, sino que también
será necesario enmascarar la falacia con referencias y datos, cuyas cotas de
recelo no sean elevadas. Para el renombrado ensayista, la conjetura y el
embuste tienen límites; suponiendo, incluso, que en el fondo sea un tahúr,
paradójicamente estaría obligado a un ejercicio de creatividad intelectual para
no parecerlo. A riesgo de ser explicativo, aquí parece oportuno citar a un
maestro del periodismo. Según Tucholvsky, la ventaja de ser inteligente es que
así resulta más fácil pasar por tonto; lo contrario, es más difícil.
Ilustro con un ejemplo tomado al azar. Se
empeña en mostrarnos que cierto funcionario cubano es un corrupto, dado que su
hija ha viajado alguna vez al extranjero. Por elementales razones técnicas,
Ponte no explica quién la invitó, ni tampoco la razón del viaje ni de dónde
salieron los dineros: ya sabemos que explicar demasiado es error común en los
engañadores inexpertos. ¿Entonces cómo resolver la aparente contradicción?
Sí, porque siempre habrá un lector
puntilloso, de esos que jamás entienden la caótica logística de la lógica, y
este muy bien pudiera preguntarse: ¿Cómo a un ensayista de renombre se le va a
escapar el dato elemental de que en el periodo 2013-2018, por motivos
personales, viajaron al exterior tres millones cuatrocientos mil cubanos?
O quizá peor: que de pronto aparezca el
benemérito de los lectores capciosos y pregunte: ¿Acaso Ponte nos está diciendo
que ninguno más de esos millones de viajeros eran hijos de funcionarios? ¿Qué
un hijo de funcionario debe carecer de libre albedrío? ¿Qué no tienen derecho a
buscar alternativas amistosas, económicas o lo que sea por sí mismos, sino que
están obligados a recibir manutención y sufrir eterno control paterno?...
¿Cómo resolver el dilema? Asombra la
simplicidad del procedimiento, el cual consiste en negar lo que hasta hoy se ha
teorizado sobre el signo lingüístico. Les llegó su hora, Peirce y Saussure,
pues en lo adelante la palabra expresará única y exclusivamente lo que su dueño
quiso expresar. No serán aceptados ni hermeneutas ni malentendidos. O sea, a
tono con la ideología que defiende, Ponte parece decir: Estimado lector, mi
palabra es propiedad privada; aquí ofrezco un significado puro, sin las
indeseables tiranías socialistas de los contextos.
Es lo que yo digo que dice, y no lo que
cualquiera dirá que diría, y esto no es un decir. El aparente retruécano
pudiera explicarse con el origen de la palabra texto, la cual proviene del
latín textus, tejido. O sea, nadie compra una sábana o una colcha de trapear
para luego leerlas; desde el punto de vista estructural, lo que importa es cómo
ambas piezas fueron entretejidas.
Quiero decir, a este ensayista de renombre
habría de glosársele, sobre todo, echando mano a herramientas
meta-ultra-posestructuralistas, porque en él los sentidos no son rectos. Su
pensamiento enrumba felizmente hacia la inmensidad del mito, la alegoría, los
tesoros de la tradición, y esto lo hace con una mirada sinuosa.
Por eso, al deslizar un razonamiento propio
de la Edad Media —o quizá de la sharia más prístina—sutilmente nos ha
transportado al origen del pensamiento patriarcal, lo cual sienta las bases
para el admirable salto cualitativo. Como en esa época el padre ejercía un
poder absoluto sobre cada miembro de la familia, esto permite realizar una muy
efectiva actualización del Génesis, para que entonces ocurra una suerte de
pecado original en reversa. O sea, en este curioso post-Origenno será el
neo-Adán quien se coma el Fruto del Bien y el Mal; ello ahora será tarea de su
hija, con lo cual la culpa será asignada con carácter retroactivo.
Ciertamente, estamos aquí en presencia de
una transfalacia de indudable interés didáctico, la cual no solo cumple con
creces su tarea puntual, sino que además abre campos para futuras
investigaciones. Además, que en tres párrafos no se pruebe nada, no es
importante para la teoría de la desinformación, en todo caso sería un mérito.
Por eso aquí Antonio José Ponte se dedica a hilvanar una falacia típica tras
otra. Por ejemplo, una de ellas es la llamada del “Franco tirador”, la cual
consiste en tirar un bala a cualquier parte de la pared, y luego pintar un
blanco alrededor del agujero. Así el tirador puede decirnos: Qué clase de
puntería tengo; donde pongo el ojo, pongo la bala.
Otra, es la contextomía o amputación del
contexto. Que el tiempo pase y con este se trasformen las diversas
circunstancias, nunca será importante para el manipulador. De tal modo, para
mostrar la ineficiencia y mala voluntad de cierto funcionario cubano actual, se
toman un par de ejemplos cuestionables ocurridos cincuenta o sesenta años
atrás, sin importar que dicho funcionario fuera entonces muy pequeño o no
hubiera nacido.
Tal razonamiento, también implica una
curiosa y muy relativa interpretación de la Teoría de la Relatividad de
Einstein: relativización doble por aquello de si no quieres caldo... Se le
conoce como Falacia del Psicólogo, y consiste en asumir la experiencia
subjetiva como la verdadera naturaleza del evento. Esto, que durante muchísimos
siglos hizo posible que el Sol girase alrededor de la Tierra —o que la Tierra
fuera plana, dada la apariencia del fenómeno— ahora prueba que el pensamiento
del autor permanece virgen en el pasado.
Si antes vimos cómo nos daba una posmoderna
interpretación del Génesis, de pronto ahora vemos cómo se nos ofrece una visión
post-hinduista del mundo. O sea, el mantener intacta la mente en el pasado, a
la vez que el cuerpo migra hasta el presente, constituye, sin dudas, un
tremendo ejercicio de reencarnación incompleta.
Por último, y si bien lo hace como al
descuido, en su texto también aborda un asunto de creciente inquietud: el de la
censura artística y la libertad de expresión. Como buen articulista, no
desperdicia oportunidades, y se revela como alguien comprometido con la
realidad que vive. Hábilmente aprovecha que el objetivo de su texto es no
decir, para de ese modo decirnos algo que no parezca dicho. Así evade la
censura, al tiempo que la denuncia.
En efecto, y como consecuencia de la llamada
Ley Mordaza, en su entorno ya son varias las personas que han sido encarceladas
por emitir un tuit, cantar una canción o pintar un grafiti. Según datos del
Ministerio del Interior de España, hasta marzo de 2018, en ese país se habían
impuesto más de 285 000 multas por sobrepasar marcos de opinión.
En fin, salvo en esa ligera —y bien
justificada— digresión, son abundantes las falacias empleadas por el autor, lo
cual demuestra su extraordinario dominio del tema. Podemos identificar la de
muchas preguntas, la del falso dilema, la del historiador, de la prueba
anecdótica, del apostador, o la muy eficaz, conocida como efecto de encuadre.
¿Quiere usted ver el resultado que se logra
con la adecuada utilización del efecto de encuadre? Es fácil. Por ejemplo,
busque la persona más limpia que conozca, tírele una foto desde un milímetro de
distancia, y luego cuénteme lo que ve.
Reitero, según hemos visto el objetivo de
Ponte no era opinar; solo llevar a la práctica, con fines didácticos, cierta
metodología, y esto lo hace de manera brillante. Y, ciertamente, a pesar de su
descuido borgeano, tampoco se le debe tachar de haber ignorado a los clásicos.
Shakespeare dijo: “Las palabras están llenas de falsedad o de arte”. El arte,
según hemos visto, le hubiera resultado un grave impedimento.
(Ensayo
crítico sobre un artículo en Diario de Cuba. La Jiribilla, septiembre 2019)