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Wednesday, June 27, 2018

Ibrahim Hernández Oramas vs. Duanel Díaz

En el primero de sus textos, ha usurpado las que hasta ahora parecían funciones exclusivas del aparato profesoral del Centro Onelio o del departamento ideológico del Comité Central: ha prescrito cómo deben leer lo jóvenes escritores, ha alertado a la nuevas generaciones de los peligros que encierra una lectura de Los años de Orígenes que no tome en cuenta lo poco oportuno, para el momento histórico, de lo que entiende en este libro como crítica de la tradición republicana (en gesto de suma condescendencia, ha exhortado a los posibles lectores apurados de este libro a la relectura atenta, a la rectificación). Preocupado por la correcta formación de las juventudes, ha hecho, con Los años de Orígenes, proselitismo negativo, crítica en situación.
   En relación con esta nueva lectura frívola, la de Juan Manuel Tabío, DD ha objetado pobreza documental, escasez de citas pertinentes. La suya, por el contrario, escalpelo en mano, ha preferido venir a ocuparse de la parte ensayística de Los años…, ha decidido intervenir, desmembrar, leer eso que llama, a falta de mejor definición, libro híbrido, en tanto documento histórico (lo demás le parece cosa confusa, inverificable, rasgo de estilo). De esta manera, ha emprendido una lectura donde la así llamada parte ensayística de Los años de orígenes se razona indiscriminadamente junto a algunos de los otros ensayos de LGV en pos de un propósito mayor: develar el constructo ideológico, la amenaza latente que subyace a esto que esos cantos laudatorios de la contracultura llaman con poco juicio “la poética de Lorenzo García Vega”. Apelando a distintos órdenes del despropósito, lee fuera de lugar tanto una frase de Los años de Orígenes como uno de sus capítulos: la primera la convierte en proclama, el segundo –“La opereta cubana en Julián del Casal”– le parece, ajeno a las sutilezas de la ordenación del material, ensayo llano. En la creencia de que la única lectura válida sobre un autor es la que este en apariencia modela sobre sí, se pregunta si la lectura de Tabío hará justicia a la letra y el espíritu de LGV.
   En el segundo de los textos, DD reincide en las críticas a Tabío y se permite responder a los nuevos comentaristas de su texto. Ante las acusaciones de ortodoxia, de talante exhortativo, arguye falta de poder, modestia de catedrático. En LGV, lo que era crítica a la República se convierte, además, en resentimiento sistémico. Le exige a sus nuevos críticos transpiración: la preeminencia de su lectura aspira sobre todo a ser preeminencia referencial, enarbola su superioridad arqueológica: ha visto lo que nadie ve porque puede citar lo que nadie cita.
   DD es un pintor de frescos. Sus trabajos se han dedicado con relativa buena fortuna a la historia de la ideas, a analizar el devenir de los períodos culturales. Para la historia de la literatura cubana, su obra tiene un sentido equivalente al que tendría, para la de la navegación, la de Sebastián de Ocampo: lo suyo es el mapeo, el dibujo de contornos, el rodeo. La literatura le interesa en tanto sustancia de constructo, materia de bojeo. Ahora, cuando ha querido añadir a sus intereses habituales –por otra parte, del todo legítimos– el de la crítica y el ensayo literarios, el resultado ha dejado mucho que desear. Su bojeo ideológico a la obra de LGV es el producto de una lectura literal, rudimentaria, de una parcialidad que asombra: leer la parte ensayística o la parte anecdótica de Los años de Orígenes no es leer Los años de Orígenes o, en todo caso, es leerlo con vocación instrumental. Tan preocupado por encontrar su nombre entrelíneas no se ha permitido meditar en la glosa y advertencia meridiana que enuncian los primeros párrafos del texto de Tabío. La suya es, en lo que al texto de Tabío se refiere, una lectura prevista y desmontada.
   En el transcurso de este intercambio, DD ha eludido algunos reparos echando mano a citas que no vienen al caso, ha ignorado soberanamente otros un tanto más difíciles de rebatir, ha querido convertir la discusión en torno al imperativo implícito en sus textos en asunto de más o menos poder real. (No importa, en este último punto, si la escritura de su texto esconde una voluntad comisarial: en tanto sólo comisario en potencia, la imposibilidad de corresponder a sus ideas con actos puntuales lo exime de cualquier responsabilidad. En DD, todo argumento se reviste de una literalidad que casi siempre alude a la sustancia de lo verificable.)
   Pero si un señalamiento le ha interrumpido el habla, ha logrado epatarlo, lo mantiene al borde de la apoplejía, es el que entiende sin rodeos a Los años de Orígenes como una novela. Lector literal donde los haya, aferrado al subtítulo que en la edición de Bajo la Luna del libro de LGV reza “ensayo autobiográfico”, DD ha decidido pensar este libro como un texto híbrido, más particularmente como la mezcla de dos componentes: el que tiene que ver con las ideas, con la articulación de varias tesis sobre la historia, la literatura o la psicología colectiva cubanas, y el que condensa con un sentido complementario el flujo de lo testimonial, el exemplum autobiográfico. Estos supuestos, claro está, se presentan revestidos de la corteza del estilo, del fraseo y los giros propios de LGV que acaso contagian al conjunto de una cierta peculiaridad accesoria.
   Sin miramientos, DD se ha propuesto descomponer Los años de Orígenes en verdades exclusivas y fragmentarias que adquieren mayor o menor importancia dentro de un interesado régimen valorativo. Lo que en este intercambio, por el contrario, Tabío ha llamado “la propia urdimbre del texto” no se equipara, en la escritura de LGV, a la apodíctica arbitraria de lo ensayístico, lo autobiográfico o, incluso, al cascarón del estilo. En su singularidad, Los años de Orígenes apunta una verdad que se sitúa un tanto más allá de esas verdades parciales: la particular verdad de lo fictivo.
   Juan José Saer, para diferenciar esta verdad de las que pretenden hacer pasar por ficciones el minucioso registro de los hechos –la aspiración a que lo novelable sostenga el reflejo sin vacilaciones de una certeza empírica– (Solzhenitsin, por ejemplo, a quien DD parece haber leído con detalle) o la farsa de lo imaginario (Eco), nos habla de una “forma especial de verdad” o, en otro sentido, de una “antropología especulativa”. Estos me parecen, si se nos permitiese una lectura ajena al supuesto espíritu y letra de LGV, subtítulos más adecuados para grabar sobre Los años de Orígenes.
   En una nota publicada hace ya algún tiempo en Diario de Cuba, he tratado de meditar sobre el lugar de Los años de Orígenes para quien, en la literatura cubana contemporánea, crea entender la escritura –la tradición– como problema. En comparación a Paradiso (o, si viene al caso, las novelas de Severo Sarduy), reivindicaba la fuerza dinámica de Los años…, la vigencia de su señorío en relación al desafío ético –y ahí hablaba, no podría ser de otra manera, en términos de ética de la escritura– que comporta hacer anclados al páramo de la así llamada “nuestra realidad” (formulaba, en estos términos, la que me parecía pregunta de primer orden para quien atisbase la tradición como dificultad y contienda: ¿cómo escribir después de Lorenzo García Vega?). Un desafío que, en lo que se refiere sobre todo a Los años de Orígenes, se sostiene, me parece aún, en la grandiosa indivisibilidad de su verdad fictiva.

(La verdad de la ficción. Rialta magazine, diciembre 2017)

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