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Thursday, December 31, 2015

Antonio José Ponte vs. Francisco López Sacha

Días después, en una terraza de la Unión de Escritores, dos funcionarios me notificaron la expulsión de la ciudad letrada: en adelante ningún trabajo mío podría aparecer en las revistas y editoriales del país, suspenderían cualquier presentación en público que intentara y, ya que no podían controlar mis movimientos en el extranjero, no iba a encontrar ayuda de ninguna institución para afrontar las gestiones migratorias. Me dejaban a solas en el laberinto burocrático.
   Una mesa y cuatro sillas plásticas parecían haber caído en aquella terraza durante un aguacero. Las flores de un árbol cuyas ramas alcanzaríamos con sólo estirar los brazos cubrían las baldosas. Una secretaria se asomó para limpiar la mesa (la carpeta de uno de los funcionarios esperaba en vilo), pero en el curso de nuestra conversación el árbol volvió a ganar la partida. Eran flores de pétalos atigrados, repletas de filamentos.
   Dada la temperatura de la tarde, el par de funcionarios habría agradecido que subieran cervezas del bar de los bajos. Nos trajeron, en cambio, cortas raciones de jugo de mango y un café azucaradísimo que hizo relamerse de gusto a mis interlocutores.
   Como si nos hubiese reunido un brindis, sólo cuando estuvieran terminadas las bebidas la carpeta fue abierta y pareció arribar el tiempo de los asuntos grandes.
   El más viejo de ellos dos era músico, un mulato de piel despigmentada en algunos parches de sus brazos. Hablaba y sus mofletes se hinchaban como si tocara algún instrumento de viento. Llevaba un anillo con piedra como esos con los que algunos flautistas acostumbran a resaltar sus digitaciones de chachachá. En una vida anterior podía haber sido flautista de alguna orquesta no demasiado conocida. Trabajo que le envidiaría su compañero de tarea, escritor apasionado por la música hasta el punto de forzar su entrada en varios relatos y recurrir, durante las presentaciones de sus libros, al recuerdo en voz alta de canciones de The Beatles.
   Éste se comportaba como si, llegado a un punto del diálogo, no tuviera otra salida que ponerse en pie; retrasarse unos pasos y entrar de lleno en los predios de la comedia musical. (En su caso se echaba de menos orquesta, afinación y un inglés que resultara más o menos comprensible.)
   La fascinación por la música y leyenda de The Beatles, compartida con tantos narradores de su generación, le venía de la atmósfera represiva en que había crecido. Prohibida oficialmente la música del cuarteto inglés, sus canciones debieron tener para aquellos adolescentes cubanos de los años sesenta el valor de lo secreto. Habían tenido que reunirse en catacumbas para oírlas y, cincuentones ya, seguían siendo esos mismos muchachos. Centraban el conflicto de sus cuentos en la posibilidad o no de escuchar una balada de moda.
   Atrás habían dejado las discusiones que comparaban el poderío militar soviético y el poderío militar estadounidense, las apuestas por cuál de éstos quedaría en pie en caso de calentarse a fuego vivo la guerra. Pero aún podrían empeñarse en discusión acerca de la llegada de Yoko Ono a la vida de John Lennon, o animar controversia que comparara distintos álbumes del grupo musical.
   Él había insistido ante diversas autoridades para que fuese levantada en un parque de La Habana una estatua de John Lennon. Algo creía recuperarse así, sin ver mácula en que los responsables de la vieja prohibición asistieran desde puestos de honor al desvelamiento de aquel bulto. Por el contrario, parecía complacerle que esas autoridades resaltaran, tantos años después, cuánta afinidad habrían podido tener con el difunto músico a propósito de la guerra en Vietnam.
   Censores y censurado habrían coincidido como aliados, y era una pena (aunque no se explicitara en el acto de inauguración) que los primeros no reparasen a tiempo en ello.
   Dulce perdón, por fin habían sentado a Lennon en un parque del Vedado. Con parque póstumo le pagaban el silenciamiento de años antes. John Lennon pasaba de fantasma a escultura y allí estaba, al alcance de quien quisiera compartir banco con él (o de quien se antojara de sus gafas, por lo que hubo necesidad de apostar en las cercanías de la escultura a un vigilante.) Lo mismo que Fernando Pessoa en el Chiado de Lisboa, Lennon de campante habanero. Tan habitual de aquel espacio como lo fuera del Café A Brasileira el poeta portugués.
   En plan de comedia musical, no costaba imaginar al funcionario escritor entonando cancioncilla alusiva junto a la estatua de su ídolo, abejorreándole por los alrededores, y hasta incluido en una lista de sospechosos del robo de las gafas de la estatua.
   “¿Y por qué no les habrá dado por los Rolling Stones?”, cabía la pregunta siempre que uno se interesara por los gustos de aquel grupo de escritores.
   Pues se antojaba una oportunidad desperdiciada la de encerrarse en una catacumba para escuchar candideces como las de The Beatles.
   Aquello sonaba como el robo de un banco de bóvedas vacías.
   Como esconderse de los adultos para hacer las tareas escolares.
   Andaban necesitados de candidez, eso era todo. Se autoinfligían credulidad, precisaban creer a pesar de las circunstancias. Confiaban en ilusionarse y los chicos de Liverpool ofrecían la música perfecta: baladas de moda que extendían la promesa de eternidad más lejos que otras con las que compartieran lista de éxitos. Música de fiesta a la que tomar como música culta.
   Gracias a ella pudieron soportar las delaciones (si no delataron ellos), atravesaron las cacerías de brujas estudiantiles, consolaron sus penas propias y borraron los remordimientos frente a las de otros.
   No existía bajeza ya que esa música los redimía. Lennon había muerto a la salida del edificio Dakota para redimir a toda una generación y a los de generaciones sucesivas que supieran arrimársele.
   Había, pues, que levantarle estatua.
   Más aún, periódicos congresos de entomología que se ocuparan de los insectos de Liverpool.
   La candidez, sin embargo, se les caía a pedazos a aquellos cincuentones. Porque si el ejemplar que tenía ante mí quería convencerme de la suya, resultaba un pésimo actor. Imperdonable como cantante, su falta de naturalidad para los diálogos tampoco lo llevaría a reparto de comedia musical.
   Con la dicción acostumbrada a no pasar por alto ninguna consonante, dicción de buen maestro de instituto, se remontaba al momento en que nos habíamos conocido, recordaba a un amigo mío (ya en el exilio) que entonces era alumno suyo y a quien escuchara mencionarme por primera vez.
   Altisonante a fuerza de tantas actuaciones públicas (lo mismo presentaba un libro que despedía una vida), se puso a detallar un almuerzo que compartiéramos cuatro o cinco años antes. Enumeró los platos de aquel almuerzo uno a uno, casi se chupó los dedos, consideró la mucha amistad que nos había unido.
   Que nos unía aún, de creerle a su empecinamiento.
   Mientras tanto, el mulato flautista no movía ni el dedo del anillo. Si su compañero seguía adentrándose en lo sentimental, él tendría que adoptar la contrapartida razonable. Pero no demostraba prisa, ambos se tomaban su misión con tanta calma como los asesinos en el famoso cuento de Hemingway. (Ernest Hemingway era otra de las pasiones de aquellos cincuentones. La búsqueda de candidez los conducía hacia el escritor estadounidense puesto que Hemingway era el duro de los cándidos.)
   Las flores de pétalos atrigrados seguían cubriendo la mesa y uno de los funcionarios abundaba en viejas amistoserías. La Banda de  Corazones Solitarios del Sargento Pimienta tocaba para nosotros.
   Verse en aquel trance le dolía, confesó.
   Recurrió a dos o tres gestos infalibles que expresaban dolor. Bajar los párpados era uno, otro incrustrarse el mentón en el pecho.
   Sacudidas de hombros y de brazos, batidas de cabeza en negación: su gestualidad recordaba accionada por un enfermo de Parkinson.
   Hasta que consiguió, por fin, soltar el manojo de sanciones que le habían encargado anunciarme.
   Luego juró que si mi vida espiritual resultaba afectada por tales medidas él abandonaría su cargo en la Unión de Escritores. (Dijo “vida espiritual” sin importarle cuán de manual de autoayuda sonara.) Simuló indignación, contrariedades, incomodidad en su butaca plástica. Hizo como si fuera a lagrimear, se puso en pie para ocultar la lágrima que no llegaba, gesticuló igual que si combatiera en contra de las flores.
   A su lado, el músico acompañante se ocupó de rebajar momento tan dramático. Con voz pastosa de quien acumula saliva mientras no sopla en su instrumento, procuró ofrecerme una dosis de bonanza: las sanciones podrían levantarse en dependencia de mi conducta futura, yo podría apelar de inmediato.
   Tal apelación debería constar por escrito en misiva dirigida al presidente de la Unión de Escritores. La institución, en cambio, no ofrecería por escrito noticia del castigo. Ya era suficiente con que los hubiese enviado a ellos a darme aviso.
   De modo que la carpeta era pura utilería, no extraerían de ella ningún documento.
   “No es tradición de la Unión de Escritores ofrecer sus sanciones por escrito”, consideraron mis interlocutores.
   Yo tendría que apelar por escrito a una sanción hecha en el aire (en el aire que espolvoreaba de florecitas la mesa de una terraza del Vedado). Al parecer, la institución blanqueaba desde ya sus archivos. Cualquier investigador futuro, por suspicaz que fuera, podría revisar la documentación salvaguardada en aquel edificio.
   “¿Prohibido ese escritor de que me habla?”, llegarían a desentenderse los responsables. “¿Y en cuál papel consta?”
   Mi etapa de fantasma comenzaba sin prueba alguna.
   “¿Ves esta orden de censura en contra tuya?”, venía a decirme el par de funcionarios. “Pues vas a cobrar su misma consistencia.”
   Y la orden, el documento oficial, el papel, no existía. Era aire en la mano de ellos, una balada boba de los años sesenta, presto de chachachá para flauta.
   Algo de crueldad me hizo preguntar al funcionario escritor a qué altura de afectación debería avisarle para que sopesara el abandono de su argo. (Era impensable que dijera adiós a sus prebendas para acogerse a una simple vida de escritor.)
   Pero una vez terminado nuestro encuentro comprendí a qué se refería cuando hablaba de afectaciones: todo podría haber sucedido de un modo muy distinto. Sin terraza, sin el toque de gentileza que aportaba la caída de unas florecitas, sin jugo de mango, sin café.
   Podía ser como antes, como en el caso del viejo escritor muerto.
   De un modo más policial.
   Estrictamente policial.

(La fiesta vigilada. Anagrama, 2007)

Wednesday, December 30, 2015

Arturo Arango vs. el “tojosismo”

Salvo honrosísimas excepciones, la poesía cubana del período exhibe un muestrario de libros desustanciados, vanos, esencialmente despolitizados, incluso oportunistas. Era el tipo de poesía, de literatura, oficialmente promovida y, como ya he dicho, la ausencia de escritores motivó la apresurada búsqueda de nuevos nombres con que llenar los espacios que quedaron vacíos. Aún a riesgo de repetirme, debo decir que esa búsqueda condujo a la invención de poetas que no lo eran, que intentaron aprovecharse de la revoltura del río, y también a la promoción de jóvenes a quienes les correspondía aparecer justamente en ese instante. La mayoría de ellos (de nosotros) no tardó en entrar en contradición con quienes dirigían instituciones culturales y órganos de promoción literaria. Se suele tomar como el ejemplo más demostrativo de la poesía hecha en esos años aquella tendencia que fue graciosamente bautizada como tojosismo, una poesía de asunto y ambiente rurales, que solía idealizar personajes del campo, y que recreaba sobre todo momentos de la infancia del sujeto lírico. Creo, sin embargo, que es necesario distinguir dos posiciones al respecto: una es la de poetas que por formación, por sensibilidad, incluso por lecturas, comenzaron a hacer el tipo de literatura que les era necesaria (pienso en autores como Roberto Manzano y Alex Pausides), y otra, la instrumentación que hicieron de esa tendencia quienes estaban encargados de promover a los jóvenes. En verdad, ese tipo de poesía venía como anillo al dedo a aquellos que tenían como propósito alejar la literatura de las contradiciones, las angustias, las inconformidades de la contemporaneidad, y por eso el tojosismo también fue el refugio de no pocos oportunistas.

(“Con tantos palos que te dio la vida...”, conferencia publicada en la red, 2007)

Tuesday, December 29, 2015

Reinaldo Arenas vs. los poetas de Miami

Hay como una especie de sentido de destrucción y de envidia en el cubano; en general, la inmensa mayoría no tolera la grandeza, no soporta que alguien destaque y quiere llevar a todos a la misma tabla rasa de la mediocridad general; eso es imperdonable. Lo más lamentable de Miami es que allí todo el mundo quiere ser poeta o escritor, pero sobre todo poeta; yo quedé sorprendido cuando vi una bibliografía de los poetas de Miami, escrita también por otra poeta miamense que, desde luego, no se hacía llamar poeta, sino poetisa; había más de tres mil poetas en aquella bibliografía. Ellos mismos se publicaban sus libros y se autonombraban poetas, y daban enormes tertulias a las que uno tenía que acudir porque si no quedaba como un apestado. Lydia le llamaba a aquellas poetisas “poetiesas”, y tampoco llamaba a Miami por su nombre sino “El Mierdal”. Lydia me decía siempre que yo tenía que irme inmediatamente de Miami a Nueva York, a París, a España, pero me decía que allí no me quedara; ella nunca ha tenido cabida dentro de aquel contexto chato, envidioso y mercantil, pero con ochenta años, no tenía otro sitio donde meterse. Lydia Cabrera pertenecía a una tradición más refinada, más profunda, más culta; y estaba muy lejos de aquellas poetisas de moños batidos y de constantes cursilerías, donde lo que predominaba era la figuración momentánea, y quien pudiera publicar un libro en el extranjero, que alcanzara cierta resonancia, era considerado casi un traidor.

(Antes que anochezca. Tusquets, 1992)

Monday, December 28, 2015

“India Manana” vs. intelectuales oficialistas recuperando a Cabrera Infante

Los serviles “sirvengüenzas” de toda la vida se reunieron ayer para presentar un libro publicado en Cuba sobre Guillermo Cabrera Infante, quien ha sido prohibido aquí mismo durante todos los años de su exilio que empezó en los años sesenta. Yo estuve ayer allí. La salita estaba llena de los mismos escritores que durante años no han hecho más que escupir palabrejas y oprobios en contra del escritor que ayer quisieron celebrar, sin conseguirlo. ¿Cómo se puede celebrar la obra, a través de testimonios infames de personas que lo odiaron, envidian, recelan, de los despreciadores profesionales que sirven y servirán siempre a las dictaduras, desvirtuando la vida y la obra de un autor, cuando esa misma obra no se ha publicado y los lectores no han podido leerla más que de manera clandestina, de forma antinatural, a la espera de un ejemplar pasado de mano en mano, traído del extranjero, si es que conseguía pasar la aduana, y que el policía de turno no lo decomisaba y lo tiraba en la basura?
   Ayer no se habló de nada de eso, inclusive la primera mujer de Cabrera Infante, la que selló la actividad, en esa salita de la UNEAC (de donde lo expulsaron), habló de él como si todavía ella tuviera que ver algo con la vida de este hombre que le crió sus hijas, junto a la verdadera viuda, la señora Miriam Gómez, quien ha batallado en los últimos años para conseguir la publicación de La Ninfa Inconstante y de Cuerpos Divinos, una obra, esta última, donde esta señora que habló ayer en nombre de un pasado bastante remoto sale muy mal parada, como mismo sale mal parada a través de la pluma del autor exiliado en Londres esa “revolución” que tanto mencionó Reynaldo González, donde él propio Cabrera Infante, sin necesidad de que nadie lo desvirtúe, cuenta su amor y su ruptura, muy temprana, con esa misma revolución de la que los Castro se apoderaron.
   Ayer fui testigo de uno de esos actos más onerosos, más vergonzosos, que ha podido verse en la Cuba castrista, por el alto nivel de manipulación que allí se produjo, y al que nos tienen acostumbrados, pero jamás creí que con Guillermo Cabrera Infante se irían a atrever. Ya lo hicieron con Reinaldo Arenas, a quien por cierto, también mencionaron, como si no hubiera pasado nada.
   Imaginen a los escritores de la oficialidad castrista movilizados, que siempre repudió a estos escritores, tildándolos en su época de enfermos de odio, ahora, después de muertos, los mencionan admirados, como si les perteneciera por decreto de apropiación y robo castrista, y citan la extrema politización de su obra, como una especie de faltita pequeña con la que deben cohabitar muy a pesar de ellos. Ni siquiera conocen la obra literaria de GCI, quien siempre evitó que su obra fuese permeada por el panfleto político, pero que nunca, nunca dejó de expresarse en contra del régimen a través de sus entrevistas, trabajo periodístico, conferencias, y demás, y de aquel valiente libro: Mea Cuba. Otra vez quieren borrar de un plumazo, no ya al autor, como lo hicieron con anterioridad esos mismos que allí estaban, sino la vida y la verdad histórica de un escritor.
   Tengo dos ejemplares del libro en mis manos, ¿merece la pena enviar este libro a mis amigos fuera de Cuba? No, ya ellos poseen la obra de Guillermo Cabrera Infante, que es lo que verdaderamente importa, gracias a ellos he podido leerlo y estudiarlo a fondo. Gracias a esos exiliados, y gracias a la lucidez de Guillermo Cabrera Infante he podido sobrevivir en esta isla, donde todos esos policías que allí se encontraban, disfrazados de escritores, quisieron un día, también a mí aplastarme.
   Espero ahora la próxima publicación de la Obra Completa de Guillermo Cabrera Infante, en la que encontraremos su majestuosa escritura, a la que pueden acercarse todos aquellos que son libres y cultos.
   Hojee las páginas del panfleto político-sensacionalista -esto sí que lo es-, y claro, no se habla excesivamente mal, pero se dejan caer los venenazos de los envidiosos de toda la vida, y el chapoteo de los despechados, que no respetan al escritor ni muerto.

(Desmemoria y “sinvergüencería”. Blog Zoé Valdés, agosto 2011)

Friday, December 25, 2015

Gustavo Pérez-Firmat sobre Eliseo Diego

El personaje que con más frecuencia sale al escenario, la estrella del circo, es el payaso, detrás de cuya máscara se esconde la vergüenza que engendra la simulación y el terror que la origina. “Ahora está el miedo entre nosotros, y el miedo tiene una sombra que no es fácil penetrar,” Diego le escribe a Luis en julio de 1964 (Luis 113). Ya en su primer libro Diego había nombrado los “harinados terrores” de la máscara del payaso (OP 44). Décadas después, suyo sería el terror del payaso que hace su papel “a puntapiés, / trastabillando de aire en casi nada, / de tumbo en vuelo” (OP 332).  
   El que Eliseo Diego se haya sentido como un azorado payaso no debe sorprendernos, puesto que no hay manera de reconciliar la angustia de “Toma de la estacada,” “Cuando todo es tan claro,” “En esta extraña calle,” “El lugar donde vivo” y otros poemas afines con sus pronunciamientos – en prosa y en verso – en favor de la dictadura castrista. Diego siempre dijo que la secuencia de poemas en sus libros era tan determinante como la secuencia de versos en un poema. ¿Cómo explicar, entonces, que dos poemas antes que “Toma de la estacada” aparezca “Pequeña historia de Cuba,” que es algo así como una versificación de Ese sol del mundo moral, y que concluye, como el libro de Vitier, con una imagen utópica de la Cuba revolucionaria:

Desde los bancos de los parques el humo sube poquito a poco, empinándose,
confundiendo al murciélago: sobre la hoja del plátano
amanece el cocuyo, la trémula belleza del origen,
y ya podemos irnos, soñando, a casa. Mañana será la Isla
como la vio Cristóbal, el Almirante, el genovés de los duros ojos abiertos,
en amistad la tierra con el mar, tierra naciente,
de transparencia en transparencia, iluminada. (OP 312)

   Esta vista de amanecer en el trópico, con su mata de plátano y cocuyo siboneyistas, no sólo raya en la cursilería, sino que disuena en un libro tan sombrío como Los días de tu vida. El estribillo de “Pequeña historia,” dirigido a la alta burguesía cubana, esos “vivos, vivones, vivarachos” que “masticaban” el inglés y se “emporcaban” en El Encanto, es: “ya no hay oro.” El escenario de la novela de Stevenson es la “isla del tesoro,” donde sí hay oro y cuyo modelo es, en parte, la Isla de Pinos. Cuando Diego afirma que ya puede irse, soñando, a casa, yo me pregunto: ¿a casa de quién? Ciertamente no a Villa Berta, la estacada que el viento se llevó. Y tampoco es fácil entender qué relación guarda la “Pequeña historia” con los dos poemas que median entre ésta y “Toma de la estacada.” El primero es “En el mismo medio del día,” la apoteosis de su padre; el segundo, “Inventos,” sobre la niñez de su madre en Estados Unidos, un país donde otros cubanos siguen masticando el inglés. 
   En “En esta extraña calle,” Diego se queja de tener que expresarse con “palabras que jamás se amigan.” Lo mismo podría decirse de las palabras de “Pequeña historia de Cuba” y “Toma de la estacada.” La “Pequeña historia” es una dolorosa payasada. Tal vez el golpe más duro que Diego padeció no fue la expulsión del paraíso de la niñez en el 1929, ni la entrega de la quinta años después, sino el conjunto de payasadas que se vio obligado a hacer en la Cuba castrista, payasadas que engendraron un autodesprecio – “el reverso de la ira” – que Diego no se ocultaba: “de modo que das asco y cuánta pena / porque no puedes remediarlo” (OP 409). La simulación puede perseguir fines estéticos, como en Sarduy, o puede ser un medio de lucha por la vida, como en el clásico estudio de José Ingenieros, pero además – o a la vez – puede ser un método de auto-aniquilamiento: “eres se torna en eras.”

(Eliseo Diego entre el porrazo y la payasada. La Habana Elegante, segunda época, noviembre 2015)

Thursday, December 24, 2015

Eduardo del Llano vs. la Editorial José Martí

La Editorial José Martí acaba de rechazar mi libro Una doble moral con hielo, por favor, compilación de artículos aparecidos en el blog entre 2010 y 2014. Artículos sobre cine, literatura, memorias de mi infancia y juventud y, naturalmente, de tema político.
   Cualquier editorial tiene derecho a seleccionar lo que publica. Lo que jode es, justamente, que hagan tan descarada gala de la doble moral que da título al libro. Tuvo inicialmente una evaluación positiva, y al devolvérmelo me confirmaron que muchos especialistas lo leyeron y les encantó, pero claro, es muy agresivo, políticamente incorrecto, leerlo en la seguridad de la oficina es una cosa y publicarlo otra.
   Pero de qué te sorprendes a estas alturas, pensarán muchos, no eres el primer ni el último censurado, ni siquiera es lo primero o lo último que te censurarán, cómo puedes ser tan ingenuo, cómo creer todavía en algo o en alguien, ellos son un producto del sistema. Bueno, como diría Cantinflas, “ahí está el detalle”, en la filosofía de total, las cosas son así, no cojas lucha que no vas a resolver nada. De hecho, mi única sugerencia es que le cambien el nombre a la empresa. Editorial Hays o Editorial Leopoldo Ávila les vendría mucho mejor.

(Censuro una rosa blanca. Blog Eduardo del Llano, julio 2015)

Wednesday, December 23, 2015

Carlos M. Alvarez vs. (Antón Arrufat)

Los albaceas de Virgilio Piñera me desagradan. Son, de todos los albaceas, los que más me desagradan, más incluso que los de Carpentier. Los epígonos fatuos (perdonen la tautología), rápidamente dispuestos a demostrar y a rememorar cualquier tipo de cercanía con el bardo, los escribidores de libros como Virgilio Piñera y yo, o Virgilio Piñera y su afición por la ensalada de vegetales, son quizás unas de las peores secuelas que nos dejó el quinquenio gris: la inmunidad diplomática con que cuentan ciertos defenestrados para publicar todo tipo de cinismo literario que les pase por sus restituidas y lirondas cabezas.
   Han hecho de su rescate un pasatiempo. Motivo de orgullo patrio, que habla sobre nuestros retroactivos modales y sobre nuestra óptima disposición para corregir. Pienso en poetas que aprecio, como Friol, o que amo, como Escobar, y agradezco que ningún verdugo ni ninguna víctima puedan sacarles provecho alguno. Virgilio no es el guía de sus discípulos. Virgilio es su propio guía. Los otros, habitantes del vestíbulo de los ignavos, desmerecen el infierno.

(Virgilio, tacón jorobado. Blog On Cuba, agosto 2014)

Tuesday, December 22, 2015

Vicente Echerri vs. Reinaldo Arenas (3)

Reinaldo Arenas se parecía a Heberto en el pesimismo, pero ahí terminaban sus semejanzas. Era un ser endemoniado que escribía con calidad muy irregular: en un mismo libro había páginas brillantes contiguas a otras muy lamentables. Curiosamente, tenía el rigor de escribir diariamente, ése que me ha faltado a mí y a muchos escritores. Pero tal vez habría valido la pena que hubiese escrito menos y mejor. Lo traté mucho en mis últimos años en Cuba y también en el exilio, si bien terminé por distanciarme de él, como quien se aleja de una cobra. Estaba sobrado de furia y de rencores y era completamente inmune a la lealtad. Por chantajes había servido de confidente a la Seguridad del Estado mientras estuvo en Cuba y eso lo torturaba. Pocos meses antes de su muerte quiso reconciliarse conmigo y nos vimos algunas veces, pero ahora no estoy seguro de si hice bien. Su aura de negatividad era muy opresiva. Murió sin reconocer lo que la vida le había dado, sólo prestándole atención a lo que le faltaba, y eso es muy triste.

(Vicente Echerri: genio y figura, entrevista. Voces, 2011)

Monday, December 21, 2015

La Jiribilla vs. Emilio Ichikawa

Después de hacer el "niño terrible" de las controversias ideológicas en las revistas de la Isla, después de invitar al mismo Fidel Castro a que liderara, kevorkíanamente, el suicidio de la Revolución, el señor Ichikawa, lozano y sin el menor rasguño, acaba de descubrir que el estado cubano es "totalitario" y solicita asilo político. Hace apenas unos meses que, en el seno de ese "totalitarismo" le acaban de publicar un libro...
   No sé si la envidia, como dice él, es una "institución cubana", pero de lo que no cabe duda es que no deja de ser envidiable la versatilidad de este joven sofista, su gran sentido del right moment y del right place, ese olfato para saber dónde dice peligro y cuál es la música que le gusta a los poderosos de cada estadio "dialéctico". Características comunes a todos estos ex-sargentos ideológicos, que desde la revista Encuentro, sueñan con el reencuentro neocolonial.
   Ichikawa acaba de darle a Miami su bendición teórica, diciendo que es "un laboratorio para pensar las fronteras de la cubanidad". Con eso, los miamenses están más contentos que un boliviano al que le han regalado una gorra de marinero. Pero tiene cierta razón, porque Miami es el costado fronterizo y siniestro de nuestra arquetípica autosubestimación y estradapálmica voluntad de no ser.
   Tanto barullo "filosófico" y citas epatantes, para terminar diciendo los más pedestres lugares comunes de la calle ocho. De Kant y Marx a las infecundas e irrecuperables insipideces del último Mañach, ese "profesor en serio" de manos tan limpias. Eso si es pasar de la tragedia a la comedia, en el 18 Brumario de la posmodernidad.
   Tan sensible ante lo "cursi", el sofista se ha refugiado en la mismísima guarida temporal de la cursilería política y literaria. Su mismo asilo político, sin que nadie le haya tirado un hollejo, es un acto de cursilería melodramática, una afirmación color rosa de su derecho a la reversibilidad... Porque en este hoyo negro de la racionalidad que es Miami todo es posible y reversible: —"Elvis Presley está vivo", "Kennedy nos traicionó", "Fidel está ahí porque los americanos quieren" (¡) y los vicarios (o sicarios) de Cristo oran por la salud expansiva de la economía de mercado. Aquí, lejos de toda floración del cerezo, cualquiera se puede comprar una katana plástica en Toys are us.

(El que no salte es yanqui. La Jiribilla, mayo 2001)

Friday, December 18, 2015

Manuel Díaz Martínez vs. Nicolás Guillén

Para comenzar estas líneas de respuesta, diremos que aquel nuestro artículo, como se puede deducir de su título, es sobre Miguel Hernández, no sobre Nicolás Guillén.
   Y, ahora, las respuestas a las cuatro objeciones que nos hace N.G.
   PRIMERA.- Es de común conocimiento que, al Segundo Congreso por la Defensa de la Cultura, efectuado en Valencia en 1937, asistió una delegación cubana, compuesta por destacados representantes de nuestras letras, entre los cuales estaba el compañero N.G. En nuestro artículo sobre Miguel Hernández, tan sólo mencionamos dicho Congreso y no entramos en detalles -como hicimos con muchísimos aspectos más de la biografía de Miguel-, porque el espacio con que contábamos no nos permitía detenernos en abundamientos.
   SEGUNDA.- En nuestro citado artículo hablamos de la amistad de Miguel con Pablo Neruda y Vicente Aleixandre. Naturalmente, el único poeta extranjero a que nos referimos es Neruda, el cual, incluso, hizo gestiones continuadas y apasionadas para salvar a Miguel de las zarpas del fascismo (y esto no lo pusimos para no alargar nuestra semblanza migueliana). No citamos a N.G. porque su amistad con Miguel no tuvo la profundidad ni la importancia de la de éste con Neruda.
   TERCERA.- Dice N.G.: “La revista “Mediodía” (julio 1937) publicó una extensa entrevista de Guillén (he aquí lo importante, decimos nosotros) con Miguel Hernández y Langston Hughes, en Valencia, una tarde. En esa entrevista, Miguel Hernández expuso su opinión acerca de la poesía revolucionaria y el papel del escritor frente al fascismo”. Bien, hasta aquí la cita de N.G. Y nosotros nos preguntamos: ¿Y qué? ¿Por qué N.G. no se queja también de que no mencionamos en nuestro artículo otros textos y entrevistas de Miguel? En la semblanza de Miguel Hernández, escrita en siete cuartillas y media, nos detuvimos sólo en aquellos detalles imprescindibles para dar un escueto panorama de la vida y la personalidad del gran poeta. Una entrevista, como la citada por N.G., no es un dato imprescindible para ese fin.
   CUARTA.- Por último N.G. nos trae a recuerdo el acto que, en la noche del 20 de enero de 1943, se le ofreció a Miguel Hernández en el Palacio Municipal de La Habana, con motivo de cumplirse un año de su muerte. En ese acto -tenemos el folleto que contiene los discursos y poemas que allí se dijeron- hicieron uso de la palabra Juan Marinello, Enrique Serpa, Juan Chabás, Ángel Augier, Portuondo, Carpentier, un tal Montiel y… N.G. (he aquí, de nuevo, lo importante).
   Guillén pregunta entonces: ¿Cómo y por qué callar esto? Pues lo callamos porque nuestro artículo finaliza con la muerte de Miguel y no era nuestro propósito alargarlo hasta el acto en que participó N.G.
   En sus “Pequeñeces”, N.G. habla de estas omisiones nuestras. Las llama “misterio”. Luego resuelve que se trata de “ignorancia pura y simple”. Muy bien, compañero N.G.: usted es la única persona en Cuba que conoce la vida de Miguel Hernández en todos sus detalles; después de todo, ¿no habló con él en Valencia?
   Pero hay más. Sigue diciendo N.G.: “Acaso D.M. tomó los datos para su trabajo del libro de Elvio Romero “Miguel Hernández, destino y poesía”, donde no se habla (ni hay por qué) de la delegación cubana al Congreso”. Es curioso: a N.G. le parece bien que, en un libro completo sobre Miguel Hernández, no se diga nada de la delegación cubana que asistió al Congreso de Valencia; sin embargo, le parece mal que ese dato no aparezca en un artículo de siete cuartillas y media.
   Bueno, hasta aquí nuestra respuesta. Ya hemos escrito bastante sobre las “Pequeñeces” de Nicolás Guillén.

(Pequeñeces de Guillén. Hoy, abril 1962)

Thursday, December 17, 2015

Reinaldo Arenas vs. Heberto Padilla (2)

La Universidad Internacional de la Florida me invitó a dar una conferencia el primero de junio de 1980. La titulé “El mar es nuestra selva y nuestra esperanza” y hablé por primera vez ante un público libre. Junto a mí estaba Heberto Padilla; él habló primero. Realmente, su caso fue penoso; llegó absolutamente borracho a la audiencia y, dando tumbos, improvisó un discurso incoherente y el público reaccionó violentamente contra él. Yo sentí bastante lástima por aquel hombre destruido por el sistema, que no podía encararse con su propio fantasma, con la confesión pública que había hecho en Cuba. En realidad, Heberto nunca se recuperó de aquella confesión; el sistema logró destruirlo de una manera perfecta, y ahora parecía que hasta lo utilizaba.

(Antes que anochezca. Tusquets, 1992)

Wednesday, December 16, 2015

Ernesto Santana vs. Eduardo Heras León

El escritor habló de sus amargas experiencias durante la época más anticultural de la Revolución, que unos llaman Quinquenio Gris y otros Decenio Negro. Cómo lo expulsaron de la Universidad, donde estudiaba periodismo, y de la Unión de Jóvenes Comunistas, y la manera en que fue enviado, como castigo, a trabajar en una fundición de acero.
   Dejó bien claro, por supuesto, que quien lo condenó no fue la Revolución –o sea, Fidel Castro no tuvo nada que ver con aquellas persecuciones– y que, en definitiva, luego pudo volver a la Universidad, a publicar e incluso se hizo editor.
   No mencionó, como en alguna otra ocasión, la vez que, desesperado, puso una bala en la pistola que le regalara el Comandante por su desempeño como artillero, ni el hecho, enorgullecedor para él, de que muchos de sus antiguos inquisidores vivieran ahora en el exilio, "en los acogedores brazos del enemigo".
   El núcleo de sus confesiones fue la jactancia de no haber modificado su pensamiento nunca a lo largo de toda la Revolución. Dijo seguir fiel a los principios que ha defendido siempre. No ha cambiado un ápice ni cambiará, según él, "aunque al final quedemos Fidel Castro y yo".
   Porque resulta que Eduardo Heras León pertenece a una cosa que según él alguien ha llamado "la generación de la lealtad". Todos sabemos que eso quiere decir lealtad a Fidel Castro, pues en los círculos oficialistas no hay fieles revolucionarios cuya lealtad lo trascienda. Pero suena gracioso eso de "Fidel Castro y yo". ¿No sabe que, en todo caso, al final quedaría el Comandante solo porque a él lo habría fusilado o metido en prisión por hacerle sombra?
   Si esa supuesta lealtad generacional fuera, digamos, a la Revolución, ¿a cuál revolución sería? ¿A la Revolución del primero de enero de 1959 que prometía restablecer el orden constitucional? ¿A la Revolución de abril de 1961 que Castro proclamó socialista? ¿A la Revolución de 1976, que con la invención del "poder popular" en 1976 terminó de erigir una dictadura institucional?
   Si se trata de lealtad a los principios, ¿a cuáles de todos? ¿A los principios de cuando se creía en la igualdad y la justicia sociales o a los de hoy, cuando cada principio es una burla? ¿No se le ocurrió nunca a esa generación que se puede ser leal a algo menos abstracto que los principios, como los derechos humanos, por ejemplo?
   Esa generación de la que él habla escogió ser leal a un hombre, Fidel Castro, que, como toda persona, tiene derecho a cambiar de pensamientos, que es lo que hacemos todos a lo largo de la vida. Pero el problema está en que ser fiel a un dictador que tantas veces cambió sus ideas es exactamente ser fiel a ningún principio. Apoyar a Fidel Castro en sus muchas decisiones a lo largo de tanto tiempo anula la menor probabilidad de que una persona piense con cabeza propia.
   Y hay que preguntarse si Heras León intenta dar una lección de ética a las nuevas generaciones. Algo así como: amarás a tu líder sobre todas las cosas y lo seguirás incondicionalmente, aunque mienta, mande a asesinar, destruya a millones de familias y hunda el país.
   Acaso él pretende presentarse como modelo de intelectual revolucionario: alguien con un pensamiento petrificado y sin vínculo con la realidad, entregado a otro individuo ciegamente, listo siempre para cumplir sus órdenes sin juzgarlas.
   Heras León es uno de los que, durante la "guerrita de los emails" y actualmente, habla de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, del acoso a hippies, homosexuales y religiosos, de las parametrizaciones, de todo aquel horror, como si hubieran sido equivocaciones de ciertos individuos que abusaron de su cuota de poder.
   Es ofensivo que personas que se consideran inteligentes pretendan convencer a los demás de que ellos creen honestamente que hubo fanáticos y oportunistas que superaron en poder a Fidel Castro, que montaron masivas empresas de represión por todo el país durante años sin que el comandante se enterara, no cumpliendo sus órdenes, sino a espaldas suyas.
   En una ocasión, respondiendo a una pregunta, Heras aseguró: "El Quinquenio Gris no se repetirá. En primer lugar, los dirigentes del país han madurado, han crecido intelectualmente y ahora comprenden mejor los problemas de los intelectuales, los problemas de la creación literaria".
   Por si eso fuera poco, añadió el escritor que "ha aumentado enormemente la confianza de esos dirigentes en los intelectuales", que son "tan revolucionarios como el que más, pero se preocupan, critican, son revolucionarios que piensan con cabeza propia".
   Y no se quedó ahí: "En segundo lugar, también los intelectuales han madurado", pues ahora "entienden más el papel que les toca jugar dentro de la sociedad y hay una unidad del movimiento intelectual que no había en la década de los setenta".
   Curiosas las ficciones que puede inventarse para vivir un escritor que se jura realista al extremo, que dirige –con la aprobación de muchos colegas y discípulos– el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso y que, consecuentemente, exige en sus enseñanzas la credibilidad de las ficciones escritas y, en fin, la honestidad literaria.

(Heras León y las ficciones de la “generación de la lealtad”. Diario 14ymedio, octubre 2015)

Tuesday, December 15, 2015

Juan Abreu vs. Richard Blanco

Y hablando de indecencias. Richard Blanco. Este mamalonazo va a Cuba y se le pone el culo como un flan al sentir “el espíritu de lo cubano”. Santocielo. “Por donde quiera que vas hay arte” dice arrobado el mamalonazo sin aclarar a qué se refiere yo intuyo que a los enormes negros que pululan por allá. “Todos tenemos reservas de que vengan y dejen el pueblo atrás”, añade a continuación el mamalonazo que ¡cómo no! es anticapitalista a la vista está mientras pasea su gordo culo capitalista bien vestido y alimentado por entre los muertos de hambre esclavizados que lo único que quieren es conseguir una visa para irse a vivir en el odioso capitalismo al que teme el mamalonazo Blanco. “Todos tenemos reservas de que vengan”. ¿De que venga quién, mamalonazo?
   Este Blanco leyó un poema en la ceremonia de inauguración de Obama y ahora es famoso. Queda probado que Obama no sabe un carajo de poesía.
   En fin que este poeta fue a ver unos campos de caña, dicen, pero no se quedó a cortar caña que los poetas no cortan caña sólo se dedican a sacar partido de los que la cortan. Algún poemita, una beca, un librito publicado en Cuba tal vez.
   ¿Que cómo sé que el poeta Blanco es un mamalonazo?
   Basta verle la cara.

(Blog Emanaciones, julio 2015)

Monday, December 14, 2015

Gilberto Padilla Cárdenas clasifica a ciertos escritores de la UNEAC

Los vampiros del Hurón Azul: A diferencia de las criaturas librescas de Bram Stoker —que se alimentan de la sangre de otros seres vivos—, los vampiros literarios cubanos son necrófagos: solo chupan cadáveres. Así, de un tiempo a esta parte, uno siempre se encuentra con autores que convierten su relación con los famosos —preferiblemente difuntos— en materia de libros. (La nómina es bastante grande en nuestro panorama editorial, que no abunda en biografías, pero sí en autobiografías solapadas.) Ya saben, la épica de la revista People: “Lezama me regaló personalmente un rollo de papel higiénico”; “yo conocí al negro que sodomizó a Virgilio Piñera en la posada de la calle Amargura”; “yo le sonreí a Guillén y Guillén me sonrió a mí”; “yo me acosté con Wichy Nogueras”, etc. Autores que optan por recordarse todo el tiempo al lado de otros escritores como forúnculos, algo que solo suele ocurrir con los difuntos, los Premios Nacionales de Literatura y los merecedores de una Feria Internacional del Libro. Porque, hay que decirlo: a pesar de que las tres opciones son aciagas, generan cuartillas y cuartillas de memorias y ditirambos.
   (Estas evocaciones por parte de segundos y terceros tienen una invariante: la necesidad de imponer el personaje a la persona. No se publican páginas de los que testifican, por ejemplo, contra la Mirta Aguirre que se convirtió en el terror de la Facultad de Artes y Letras: analizó, calificó y expulsó a todo aquel que pareciera un “homosexual inteligente” —imagino que para Mirta esta categoría era el reverso del “intelectual orgánico”.)
   La cofradía YOnqui: Escritores cubanos que terminan como patéticos adictos a sí mismos, es decir: como YOnquis del yo. Recuerdo a Pablo Armando Fernández entrando y saliendo de cámara en Virgilio Piñera en persona: “La primera vez que lo vi estaba con Severo Sarduy (…). Solo intercambiamos algunas frases. Al día siguiente Severo me comentó: `Oye, impresionaste al Maestro. Tan pronto como te fuiste me preguntó quién era ese joven tan apuesto´”. Y si hay algo que no falta en un texto YOnqui, ese algo es la conversación desclasificada. Cosas del tipo: “Virgilio me contó que todas las noches, antes de acostarse, tiraba al piso sus chancletas y de acuerdo a como cayeran, sabía cómo iba a ser el día siguiente. Si las chancletas pronosticaban un mal día, sus salidas a la calle eran solo para las necesidades lógicas, e iba bajo una gran tensión”. (Desaparecida la crítica literaria dentro del agujero negro de las universidades cubanas, su ausencia deja un espacio libre demasiado grande, tan vasto que cabe hasta la “epistemología de la chancleta”) Porque los escritores YOnquis son como médiums a los que hay que aguantarles la revelación. Y su gran proeza estilística está en, o bien pasar de la tercera persona del singular a la primera, o bien del “nosotros” al “yo”.

(Vampiros y yonquis piñerianos. On CubaMagazine, enero 2015)

Friday, December 11, 2015

Emilio Ichikawa sobre “El canon cubano” de Roberto González Echevarría

Roberto González Echevarría se ubica, con saber de causa, al otro lado de aquellos que aseguran que la literatura, el arte en general, es capaz de soportar un escrutinio científico: linguístico, económico, estadístico, sociológico. Aquí, entre los sociologismos, se ubicarían las escuelas marxistas, cuyo contextualismo utiliza González Echevarría ocasionalmente, de modo pragmático, como cuando somete Tres tristes tigres a una suerte de veredicto clasista en la tesitura del más ortodoxo marxismo. Después de captar la esencia de esta novela como una «mueca linguística», afirma: «El discurso de Cabrera Infante emerge de un profundo resentimiento de clase que se manifiesta en un antiintelectualismo virulento —es el querer épater denigrando la literatura en favor del cine, y deformando los nombres de escritores y filósofos hasta el cansancio—» (Encuentro, nº 33, p. 15).
   El profesor confía en el «gusto» literario, un juicio formado en base al disfrute empírico y sostenido de la obra de arte, donde participan elementos tan importantes como la sensibilidad del receptor, la casualidad, la amistad y demás ciclos biográficos de quien, en este caso, lee.
   Y aquí se producen algunas cabriolas («vueltas de carnera», en cubano) que ponen en vilo la previsión de la consecuencia. Resulta que la posición cientificista, que debería proponer una lectura e interpretación con resultado monovalente (una pretensión lógica de «verdad demostrada», como es tradicional en la ciencia), cae en el relativismo: las muchas lecturas y la muchas interpretaciones, que son el resultado obligado de la existencia de «muchas» literaturas. Aparece aquí una ciencia deformada y promiscua respecto a su ideal autónomo moderno, pues ya no trata de ser verdadera o exacta sino justa. El Derecho, por su parte, degenerará en sentido contrario anhelando ser «científico», como el sexo, la cocina y las vacaciones.
   Este resultado le viene al cientificismo relativista literario por la predeterminación política y, en lo epistémico, por tratar de suponer que, en tanto sociedad, la verdad es el historicismo y lo correcto el multiculturalismo.
(…)
   González Echevarría ha estudiado a los «cientificistas» pero escoge otro rumbo. Se afinca en la impresión, el sentimiento intelectual, el amor al arte (en sentido estricto y rigurosísimo) y, sin embargo, no arriba (como parecería lógico) al relativismo que desde Hume otorga el sentimiento, sino al «canonicismo», al «absolutismo».
   Y otra voltereta más, casi de mareo: el ser un «sujeto privilegiado del canon» lo lleva a la proclamación retórica de la modestia, derivando así una ética de la lectura formalmente tolerante si consideramos el método de establecimiento del canon (la libre interpretación, el juego intelectual) pero no el resultado, que es la formulación de un recetario en términos ya no de lecturas correctas e incorrectas, sino de lecturas malas y buenas. En el ejercicio de esta facultad, González Echevarría no es sólo, como él mismo acepta, «el portero», sino más bien el «pitcher». Según cuenta, reseñó cierta vez para el Times una novela de la escritora dominicana Julia Álvarez que calificó como «mala»; uso categorial que nos habla una vez más de una ética de la literatura más que de una ciencia de la obra de arte.
   Es decir, hay una consecuencia moral que deriva directamente del proceso de leer y que funciona más allá del libro. Como vemos en el propio homenaje que la revista Encuentro organiza al profesor, ese desbordamiento moral alcanza cuando menos una ética de la amistad, a una filia de profesión. La simpatía moral que transpiran los textos encargados y escritos a propósito de Roberto González Echevarría, incluyendo el que es de su autoría, nos habla más de una familia letrada que de la ya humildemente utópica ciudad que nos legara Ángel Rama.
   Ahora bien, después de todo esto viene el giro hacia el suelo. Es cuando la autoridad canónica se introduce por la puerta del fondo, a través de un pudoroso ejercicio de inspiración hegeliana. Refiero el restablecimiento del autoritarismo canónico citando las propias palabras de Roberto González Echevarría al final del ensayo «Oye mi son: el canon cubano»: «Mis juicios son míos, pero me inclino a pensar que son los de muchos otros, que obedecen a categorías que trascienden mis gustos, a imperativos que son tan categóricos como puede ser lo humano…» (Encuentro, p. 18).
   Es decir, cuando el espíritu hegeliano adopta su fase estética, específicamente literaria, muy específicamente la fase de literatura latinoamericana y cubana, ese espíritu invade platónicamente el corpus accidental de Roberto González Echevarría; entonces el autor se convierte en canal y, astutamente, lo absoluto empieza a hablar con aparencia singular a través de él desde un hermoso campus de New Haven. O desde sus cielos, a la manera de un criticista Saint Exupery. Lo subjetivo deja de serlo y deviene universal, canónico.

(En vez de maldecirte. Encuentro de la cultura cubana, Nos. 43/35, otoño-invierno, 2004-2005)

Thursday, December 10, 2015

Fermín Gabor vs. una delegación oficial de escritores

Cintio Vitier, que hubiese quedado tan bien ocupándose de la leyenda del que "sin sacudirse el polvo del camino" corrió hasta la estatua, se encontraba inservible, francamente enfermo. Algunos otros artículos de exportación certificados por el CAME tenían que permanecer en La Habana apostados en los festejos del Premio Casa de las Américas: Retamar, Pablo Armando, Barnet, Nancy Morejón (Dios mío, ¿cómo pueden perpetrarse estos versos suyos que acaba de publicar La Gaceta de Cuba en número dedicado a la escritura femenina: “Las florecitas violeta del breve patio simulador / empujaban sus cuerpecitos violáceos / hacia la puerta abierta de par en par. / Las florecitas no volvieron a hablarse nunca más. / Las ramas estaban desoladas / pero las florecitas aparentaban tener una quietud / la quietud de las madrugadas inofensivas de otra época”?)
   Sin embargo, quedaban suficientes oficialistas de segunda fila de los cuales sacar una linda delegación.
   “Me da lo mismo Venecia que Venezuela”, respondió Lourdes González desde Holguín. 
   Con tal de ganarse un dinerito y salir un rato de la escritura de guiones para las tribunas abiertas de cada sábado, le daba igual arrimarse al Dux de Venecia que a un militar latinoamericano. Iría.
   Mirta Yáñez había elevado sus quejas por no ser invitada, hacía un par de años, a la delegación oficial a la Feria de Guadalajara, y esta vez sí que cogería cajita.  “Voy ahí”, sentenció.
   Para Norberto Codina, director de La Gaceta de Cuba y venezolano de nacimiento, era una vuelta a la patria. Luis Suardíaz, grado 33 de la Logia Hermandad de la Poesía Latinoamericana, saludaría a sus conocidos entre los peores poetas venezolanos. “Y Lisi”, pidió el ministro Abel Prieto a la cabeza de la delegación, “echénme a Lisi en el paquete”. Con este nombre de poesía bucólica se refería a Lisandro Otero. 
   Ambrosio Fornet emprendería viaje sentimental. Tantos años después volvería a regodearse en el encanto de la revolución, sustancia que intentara estudiar en presencia y ausencia y que, como todos sus temas, siempre se le escapaba.
   “¡Y mis Premios Nacionales!”, reclamó el ministro como reclama un niño sus soldaditos de plomo.
   Así que echaron mano a Reinaldo González. Le vendría bien un poco de entretenimiento ahora que se sentía decepcionado después de recibir el Premio Nacional de Literatura. (Imaginó que al obtener el galardón llegaría a creerse escritor y aún seguía en el descrédito.)
   Zézar López (zetas de zuz eztudioz en Zalamanca) y Antón Arrufat, ambos naturales de Santiago de Cuba y cada uno envidioso del aburrimiento que lograba el otro en sus lectores, representarían perfectamente lo polémico de la cultura cubana. Una cultura signada por la controversia, que ha dado nombres señeros como Justo Vega y Adolfo Alfonso, Virulilla y Saldiguera, Arango y Parreño, Clara y Mario, Cecilín y Coti (por citar sólo unos pocos). Enfundaron, pues, a los dos viejos.
   Otro par, pollos de los setenta, Eduardo Heras León y Guillermo Rodríguez Rivera dieron el paso al frente, se personaron en la comisión de reclutamiento. Buenas piezas los dos. El primero con un pasado militar y cuentos de marcialidad sentimentaloide, se entendería bien con un ejército extranjero. El segundo, amén de sus valores intelectuales, contaba con una joroba y en verdad que da suerte disponer de un jorobado. No habría pava (para expresarlo venezolanamente). 
   Más vianda para el ajiaco: Desiderio Navarro, tan buen tratante del papel de los intelectuales en la sociedad y tan desentendido de materializarlo: Desiderio en su blablablá babélico. Sumad a un joven poeta Premio Casa de las Américas, un tal Pérez Boitel, quizás el peor premio de esa institución en una larga carrera de peores premios. Jóvenes dirigentes de la cultura y algunas nulidades maduras. 
   Cabeza del ajiaco, el ministro de cultura propiamente. Y la presencia de Carlos Martí se prestaría para que cuando hablaran de Martí y de Bolívar, los oyentes pensaran en Carlos y en Hugo, no en José y Simón. 

(La lengua suelta # 14. La Habana Elegante, segunda época)

Wednesday, December 9, 2015

Anónimo vs. Ignacio T. Granados

Si no encontráis reflejos marmolados
en esta losa gris, concreto umbrío,
es porque cubre un símil de vacío
como lo fuera en vida I.T. Granados.

(Circulado por e-mail, 2010)

Tuesday, December 8, 2015

José Aníbal Campos vs. Orlando Luis Pardo Lazo

Un  poema malo, pésimo, mal concebido, mal estructurado... Otro más que, con el tema de la disidencia, se hace escritor... Nadie podrá respetar en serio nunca la literatura cubana post-lezamiana o post-piñeriana mientras los adalides de la misma sean escritores encarcelados o ex-carcelados... O carceleros que rigen el ritmo de las rejas que se abren o se cierran, que chirrían o guardan silencio (casi siempre cuando le conviene al gobierno cubano). Muy mal poeta.... Creo que este chico debería cultivar más su prosa periodística, que para eso está...

(Comentario en la red, 2014)

Monday, December 7, 2015

Zoé Valdés vs. Antonio José Ponte

He conocido a más de un cubano pendejo, pero ninguno como aquel que se favorece de los favores que uno le ha hecho para impedir que la gente -sobre todo yo- tenga derecho a expresarse y a dar su opinión. Me refiero a La Sombra Ponteficada, otro escritor cubano que se toma por la divina chancleta envuelta en huevo o la última Coca-Cola del desierto.
   Hace 17 años, me hallaba yo sumida en la presentación de La Nada Cotidiana en Francia, que tuvo una gran acogida de público, y Christian Salmon, el presidente del Parlamento Mundial de Escritores me ofreció una beca. La beca consistía en pasar un año en una Villa Refugio, tenía derecho a un apartamento y a 10 mil francos mensuales. Nadie hubiera renunciado a ese chance, sobre todo en mi condición de recién exiliada. Yo lo hice. ¿Por qué? Pues porque dos escritores se hallaban en una situación compleja en Cuba, habían escrito una carta a Fidel Castro, y se decía que estaban siendo perseguidos.
   Al instante, sin reflexionar un segundo, ofrecí mi oportunidad a esos escritores. Mi beca se transformó en dos, y desde entonces me di a la tarea de que esos escritores obtuvieran el espacio que yo me había ganado con mi obra. Me estaba comiendo un cable, pero pensé que ya yo estaba fuera, y ellos no. Uno de esos escritores, poeta a la sazón, era La Sombra Ponteficada, el otro no lo mencionaré porque nada tiene que ver con el tema que abordaré.
   A ese otro le dieron Barcelona, y a La Sombra Ponteficada, Portugal, a donde fue; allí tuvo la mala suerte de que cayera Fidel Castro por aquellos lares. Cuando la prensa se acercó al escritor cubano que se encontraba en la Villa Refugio, sólo pudo toparse a un balbuceante y apocado Ponteficado Pendejo, a un gagueante cero a la izquierda que se deshacía en justificaciones en relación a Fidel Castro. Tanto, que hasta el director del Parlamente Mundial de Escritores me llamó por teléfono para comprobar si realmente este señor era un perseguido de Castro, o no.
   A mí, a decir verdad, la actitud de La Sombra Ponteficada me sorprendió poco, en lugar de escribirme a su llegada a Portugal, le escribió a mi traductora de la época. Ni una letra para mí, que había sido la persona a través y gracias a la cual había recibido esa oportunidad, rara hasta ese instante para los cubanos.
   Del mismo modo, la traductora de marras, que armaba una antología de narradores cubanos, con un título también bastante sombrío, me pidió un cuento, y me dijo textualmente que el editor de Autrément le había advertido que sólo publicaría la antología si mi nombre aparecía. Me lo exigió casi y amablemente se lo entregué, pese a que a mí me han seleccionado casi nunca en las antologías del exilio, cosa que me ha hecho más bien que mal. Pero se lo di. Mi nombre de hecho aparece destacado por encima de los demás en la portada de dicha publicación. Entre esos nombres estaba el primer texto de La Sombra Ponteficada aparecido en Francia. Jamás tuvo la amabilidad de hablarme del tema.
   Yo conocía al Pendejo Ponteficado de Cuba, había leído un poema con él en una lectura que se organizó en el Gran Teatro García Lorca de La Habana. Me habían prevenido de que la lectura se hacía en honor a La Avellaneda, y grande fue mi sorpresa cuando me di cuenta que aquella lectura se había transformado en honor de la esposa del momento de Pablo Milanés, la joven Sandra Pérez, a la que los poetas agasajaban, entre ellos Reina María Rodríguez y La Sombra Ponteficada, ya que se comentaba de que Pablo estaba creando una Casa de la Poesía, y quería que su mujer fuese tomada en cuenta como escritora. Lo que me consta, porque el mismo Pablo me llamó a la casa para pedirme que leyera sus lamentables poemas. Lo que no hice, por supuesto. Reina María y La Sombra Ponteficada no se cansaron de jalarle la leva a PM para obtener los primeros puestos en la Casa de los Sarcófagos del Malecón, o de las Cariátides, que se convertiría en la Casa de la Poesía.
   La Sombra Ponteficada, que hoy dirige una publicación del exilio, y que según me entero está detrás de un blog que se dedica a calumniar a los cubanos, llamado La sombra del cubano, y que al parecer antes escribía como Fermín Gabor, en La Habana Elegante, se dedica sistemáticamente a censurar a escritores que no le simpatizan, la primera, yo. ¿Por qué será? Pues porque le hice varios favores, seguramente, y qué favores…
   En el blog La sombra del cubano el personaje que allí escribe, escondido siempre detrás del anonimato, como buen pendejo que es, llama “tontos útiles del castrismo” a todos aquellos que tienen opiniones diversas en contra de una cierta disidencia que se las ha amañado para vivir a costa del dolor de Cuba. La primera atacada soy yo, como por azar.
   En uno de mis viajes a España, más exactamente el que hice a Madrid para recibir al primer grupo de presos políticos que llegó a esa ciudad procedente desde Cuba, La Ladilla Ponteficada se tomó el atrevimiento de agredirme verbalmente porque yo me encontraba en un evento público donde se presentaba el libro de Guillermo Fariñas, al que yo critíco abiertamente. Es mi derecho, como escritora, como periodista, como ciudadana española y francesa, como demócrata,  de opinar y de criticar a quien yo decida, y nadie, ni La Sombra Ponteficada ni Masantín el torero pueden arrogarse el derecho de censurar quoi que c ‘est soi.
   Pero francamente, nada me extraña de este personaje. Ávido de fama, voraz de ser el único que pueda dar una opinión y que se cree el mejor escritor cubano, el más elevado, el más brillante, no puede vivir sin  armar un brete con una recua de locas que se dedican a robar y a aprovecharse de los ancianos. Su fama la consiguió hablando de ruinas, de las ruinas de La Habana, todavía sigue hablando de ellas.
   Escribe menos y chismea demasiado. Obra ha hecho bien poca, es otro inflado de ese mundillo trascendental y grandilocuente de la cubanidá, lo que no le ha impedido devenir el director de una publicación desgajada de la Revista Encuentro. Eso sí, Jesús Díaz ha tenido a un buen sucesor, que en paz descanse.

(La sombra del pendejo. Blog Zoé en el Metro, mayo 2011)