El castrismo paga a sus escritores, les compra bien barato la voz,
pero por eso mismo los desprecia. Y en esto Fidel Castro siempre tuvo la razón:
a los intelectuales cubanos, y a los intelectuales de izquierda en general, hay
que apretarles las tuercas hasta ponerlos de cuclillas contra la pared. Así y
todo, el poder nunca se puede fiar de ellos, porque la pleitesía patética de
los escritores que venden su alma siempre ha sido, es, y será un puto paripé.
Permítanme decir un poco más para terminar este primer párrafo: en términos de
autoconsciencia de estilo, Fidel Castro fue mucho más intelectual y mucho más
escritor que todo el campo cultural cubano y latinoamericano, y también que
toda la izquierda primermundista de caviares europeos y delatores asalariados
de la academia yanqui. El asesino sabía que todo es asesinato, mientras los
poetas de dedicaban a dorar la píldora del patíbulo.
Tengo ante mí un documento de
la tragedia totalitaria insular, una de esas humillaciones que los propios humillados
intentan olvidar para no suicidarse, una prueba arqueológica del genocidio
cultural que significa incluso hoy la dictadura cubana. En fin, otra prueba del
holocausto civil de los cubanos con Castro (que somos todos, dentro y fuera de
Cuba).
Yo no lo llamaría “daño
antropológico”, ni ninguno de esos conceptos cobardes para disimular la culpa.
Tengo ante mí la colección de poemas de elogio al castrismo No me dan
pena los burgueses vencidos, publicada en La Habana en 1991 por la Editora
Política como homenaje al cuarto congreso del Partido Comunista de Cuba y al
“suceso más trascendental de la historia de esta pequeña isla: nuestra
revolución”. Así que, más que “daño antropológico” yo lo llamaría “baño
antropológico”, pues se trata literal y literariamente de un cagadero, una
letrina ilustrada donde la clase intelectual cubana fue a implorar de rodillas
su inclusión en este libro compilado por el agente Luis Suardíaz, donde todos y
cada uno de los después exiliados y disidentes exigieron ser considerados como
escritores oficiales del régimen, acaso como un abyecto salvoconducto para que
los tiranos, todavía hoy en el poder, les perdonaran sus viditas y les
autorizaran sus viajecitos.
El título del libro, por
supuesto, viene de un poema escrito por un comunista cubano, Nicolás Guillén,
para vergüenza de los comunistas cubanos y los del resto del mundo. Se trata
del poema Burgueses que el Poeta Nacional incluyó en La
rueda dentada (1972), y que en una de sus estrofas de estofa extremista
dice así: “No me dan pena los burgueses / vencidos. Y cuando van a darme pena,
/ aprieto bien los dientes y cierro bien los ojos”.
Nicolás Guillén, vale la pena
recordarlo, fue el afrocubano que le escribió una conga de amor al “capitán”
José Stalin (por envidia a la oda original del chileno Pablo Neruda), rezando
para que los orishas negros protegieran al genocida mientras éste mataba a más
y más blanquitos burgueses, para vergüenza de los afrocubanos de la Isla y los
del planeta entero: “Stalin, Capitán, a quien Changó proteja y a quien
resguarde Ochún…” Estos son los Walt Whitman que hemos parido en Cuba: esta es
la materia prima paupérrima de la que se han nutrido hasta el cansancio todos
los fascismos cubanos, antes y después de los Castros.
En resumen, son más de cien los poetas cubanos que
en 1991 reclamaron ser incluidos en esta antología de lo atroz. La mayoría, ya
muertos por partida doble: porque están hechos literalmente tierra, y porque
habitan ahora en el cementerio siniestro de sus no-lectores. En efecto, poco
más de un cuarto de siglo después de claudicar bajo la cabilla conceptual de El
Caballo, sus obras completas ya se han quedado sin un solo lector, sea cubano o
no cubano.
Destacan en No me dan
pena los burgueses vencidos, eso sí, varios poemas-panfletos que merecen la
memoria inmortal del mármol. Al menos la memoria pixelada de dejarlos colgados
en la internet (acaso por el cuello, para no decir otra cosa).
Por ejemplo, Zoé Valdés, hoy
anticastrista exiliada en París, publica su Poema para un país salvado,
donde declara su pasión internacionalista de comuñángara: “En un libro de
poemas un guerrillero encontró / fórmulas metafóricas de cómo hacer la paz, /
el comunismo… / […] / Pensando en el continuo rumor de Centroamérica, / El
Salvador respirará livianamente cuando la revolución sea / un suave silbido en
el oído de sus muertos.
Otro ejemplo al azar: Alberto Serret (Santiago de
Cuba, 1947 - Ecuador, 2000) quedó tristemente atrapado en sus propios
octosílabos de imitación martiana, con unas décimas despóticas al comandante en
jefe, tituladas precisamente Fidel: “Porque Fidel es el sueño / que
toma forma y sentido: / un joven que no ha dormido / fusil al hombro; ese
empeño / del sudor sin cruz ni dueño / sobre el yunque o el cincel. / Es el
futuro y es el / milagro de la labranza. / Y en todo hay sol y esperanza / si
el pueblo dice Fidel”.
La culpa tal vez sea del
recurso de la rima, que parece tener respiración revolucionaria propia, tal
como se le enredó retóricamente a Manuel Vázquez Portal en su Autor
intelectual, las décimas más decantes de este después valioso y valeroso
periodista independiente cubano, encarcelado durante la Primavera Negra de 2003
y hoy exiliado en Miami: “El viento fue el mensajero / de sus olores de vida /
porque por aquella herida / iba naciendo un sendero. / Sendero que trajo a
Enero / con clamor de madrugada, / resurrecto en la alborada / derrumbadora de
muros / con los fogonazos puros / que alumbraron el Moncada”.
Otros de los 130 implicados
en esta joya escondida de la corona castrista son: Wendy Guerra (Escambray),
Ramón Fernández Larrea (Salmo rojo), Reina María Rodríguez (Hoy habla
Fidel), Félix Luis Viera (Declaración pública), Rafael Alcides (Gentes
como nosotros), Antonio Conte (Fecha), Delfín Prats (Humanidad),
Eliseo Diego (Poema de amor a la salida de un cine), entre decenas y
decenas de otros, muchos en su momento censurados e incluso golpeados con
impunidad en Cuba, como Carilda Oliver Labra (Cuando papá).
No los critico, no los juzgo. Son mis amigos, porque
yo sí los leo conmovido, escriban lo que escriban mientras que lo escriban en
cubano. No importa que ellos y ellas me odien a partir de hoy, por escarbar en
sus closets de la comemierdad. Pero igual no puedo dejar de sentir una especie
de satisfacción generacional. Porque nosotros, los que llegamos tan tarde, los
ignorantes de los años ceros, por suerte, y tal vez gracias al ridículo que
arrasó antes con ellos, nos salvamos de ese Complejo de Edipo con Castro que a
ellos se los comió por una pata, poema a poema, y así nos libramos de caer en
la tentación, tan tonta como cómplice, de rimar “emoción” con “revolución”.
(Me dan pena los poetas vendidos.
Publicado en la red, febrero 2018)