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Friday, October 30, 2015

Roberto González Echevarría vs. “La consagración de la primavera”, de Alejo Carpentier

Pero La consagración de la primavera no fue, ni con mucho, la novela que todos esperaban, sobre todo en Cuba, y se puede catalogar como el único auténtico fracaso del carpentier maduro. A medio camino entre las memorias que nunca publicó y la fantasía de vidas que quiso haber vivido (como arquitecto, como activista, como revolucionario), la novela culmina con la invasión de Bahía de Cochinos. El modelo histórico sigue siendo el del Big Bang: la Revolución Cubana aparece como la última de una concatenación de revoluciones cuyo origen es la Rusa y que incluye la Guerra Civil española, en la que participa el protagonista cubano. El esquema hegelo-marxistoide es evidente: La consagración de la primavera es maniquea, con personajes acartonados que suenan falsos, mal escrita; la proximidad de los hechos que narra la daña porque se nota que su autor es alérgcio a lo que carece de densidad histórica.

(Oye mi son: Ensayos y testimonios sobre literatura hispanoamericana. Renacimiento, Madrid, 2008)

Thursday, October 29, 2015

Tania Quintero vs. Orlando Luis Pardo Lazo

Disparatado e indigerible, como todo lo que Orlando Luis Pardo Lazo escribe, pero es su opinión. No sé si vale la pena gastar tiempo y dinero con una demanda, a lo mejor eso es lo que está buscando, para coger fama. A OLPL le gustan las provocaciones, cuando Eduardo del Llano le amenazó con partirle la jeta, estuvo en su salsa. Gutenberg Galaxy es una editorial demasiado seria para publicar un libro no escrito por Cabrera Infante, algo que tampoco hubiera permitido Miriam Gómez, su viuda, una mujer muy prestigiosa, quien segura de su veracidad, dio el visto bueno para su publicación. Si alguien tiene dudas, que lea Two Islands, Many Worlds, biografía de GCI escrita por el profesor estadounidense Raymond D. Souza. El año pasado,  falleció en Roma la gran actriz cubana de teatro Myriam Acevedo. Cuando en 2009 la entrevisté, estaba enfrascada en la redacción de un libro, que creo no llegó a terminar y a lo mejor algún día ve la luz. Siempre un libro post mortem provoca el revoloteo de moscas y envidiosos a su alrededor.

(comentario en la red, 2014)

Wednesday, October 28, 2015

Emilio Ichikawa vs. Leonardo Padura (2)

Ya sabemos lo que es. Ahora corresponde precisar lo que sin dudas no es Padura. Y esto es más fácil.
   El atributo menos sostenible de todos los que ha manejado el marketing de Padura, es el de “sacerdote de la literatura” o el de “la literatura como sacerdocio”.
   Una persona que no baja de un avión para montarse en otro; que no sale de cocteles y jurados; que tiene ahorita más premios que… que aparece dando entrevistas en cuanto blog, web y sitio online existe; que lo mismo aflora en Cubadebate, Granma, Clarín, La Nación que en Ria Novosti, poco tiene que ver con la sencilla artesanía que supone el oficio (misterioso) de Sacerdote.

(Lo que sin dudas es y lo que sin dudas no es Padura. Blog Emilio Ichikawa, mayo 2014)

Tuesday, October 27, 2015

Reinaldo Arenas vs. Eliseo Diego y Cintio Vitier

Eliseo Diego trataba de orientarme en las lecturas infantiles y Cintio Vitier me decía que tenía que cuidarme mucho de obras como las de Virgilio Piñera y otros autores por el estilo; me hacían una censura culta y delicada. En aquel momento, no aprobaban el régimen y me decían horrores de Fidel Castro y de la tiranía que había impuesto; querían abandonar el país, pero o tenían muchos hijos o no podían hacerlo. Eliseo Diego decía: “Yo, el día que tenga que escribir una oda elogiando a Fidel Castro o a esta Revolución, dejo de ser escritor”.
   Más adelante, sin embargo, tanto Cintio como Eliseo se convirtieron en voceros del régimen de Fidel Castro. Y no una, sino decenas de odas, ha escrito Eliseo en homenaje a Fidel Castro y a su Revolución. Cintio ha hecho lo mismo o tal vez cosas peores. Quizá por eso hayan dejado de ser ya escritores; pero en aquel momento eran personas sensibles que, indiscutiblemente, influyeron en mi formación literaria. Eliseo me regaló su libro En la Calzada de Jesús del Monte, el cual considero como uno de los mejores de la poesía cubana. Cintio ejercía la crítica, siempre más bien con características monjiles, pero era culto y de todos modos valía la pena hablar con él. Fina era una poeta muy superior a su esposo, pero siempre ocupaba un segundo plano con relación a él, de acuerdo con la tradición española y católica que ella representaba; era la mujer paciente, sumisa, resignada, casta; el que brillaba era Cintio, y ella prefería ser solamente la esposa obediente.

(Antes que anochezca. Tusquets, 1992)

Monday, October 26, 2015

Rafael Rojas vs. Guillermo Rodríguez Rivera

Aquella idea de la democratización cubana surgió en el contexto de las transiciones de Europa del Este y América Latina y, desde un inicio, no se asumió como "contrarrevolución" o "anticomunismo", ya que muchos de sus promotores habían sido revolucionarios y socialistas que, treinta años después, pensaban que el sistema político cubano estaba agotado y debía reformarse.
   Las dificultades de recuperación, en la Isla, de la obra intelectual de ese tipo de exiliados, en las dos últimas décadas, puede personificarse con Jesús Díaz. Recientemente, el poeta, narrador y crítico Guillermo Rodríguez Rivera, desde el blog de Silvio Rodríguez, aprovechó un artículo en que objetaba los dos últimos Premios Nacionales de Literatura, concedidos a Leonardo Padura y Reina María Rodríguez, para demandar el rescate editorial de dos novelas de Jesús Díaz. No de toda la obra publicada de Díaz, que no requeriría de ningún esfuerzo editorial por parte del Estado para ser puesta en circulación en la Isla —el Instituto Cubano de Libro, si quiere, puede llegar a un acuerdo con las editoriales Anagrama, Destino o Espasa Calpe para permitir la venta, en Cuba, de las cinco novelas que ese importante escritor publicó en el exilio—, sino solo de dos: Las iniciales de la tierra y Las palabras perdidas.
   ¿Por qué solo esas dos? Porque ambas fueron escritas en la Isla, antes de que Díaz se exiliara y se opusiera al gobierno cubano, primero, desde Berlín, y luego, desde Madrid, donde fundó en 1995 la revista Encuentro de la Cultura Cubana. Según Rodríguez Rivera, esas novelas —a las que llama "la más importante de la Revolución" y  una "juguetona y trágica obra maestra"— deben rescatarse porque fueron escritas antes de que su autor "decidiera abandonar el país y la Revolución".
   Rodríguez Rivera habla en primera persona del plural, como juez y parte del poder editorial que decide a quién publicar y a quién no: "si hemos publicado textos de exiliados como Jorge Mañach, Lino Novás Calvo y Carlos Montenegro…, creo que es imposible no reeditar obras como Las iniciales de la tierra…"
   La frase es precisa: en Cuba se han publicado "textos" de esos autores del exilio porque toda la obra de los mismos —incluyendo la rica ensayística política de ellos tres y, también, de Jesús Díaz— es impublicable por haber sido escrita en el afuera o el después de la Revolución.
   En un segundo artículo sobre el tema, también aparecido en el blog Segunda Cita, Rodríguez Rivera cuestiona la propuesta de Carlos Velazco y otros jóvenes intelectuales de la Isla de que el Premio Nacional de Literatura comience a ser concedido a escritores del exilio.  Según Rodríguez Rivera, la idea es cuestionable, entre otras cosas, porque los principales autores del exilio ya murieron. Los que aún viven (José Kozer, Nivaria Tejera, Manuel Díaz Martínez, José Triana, Octavio Armand, Abilio Estévez, Orlando González Esteva, Gustavo Pérez Firmat, Néstor Díaz de Villegas, Zoé Valdés, Rolando Sánchez Mejías, Antonio José Ponte, José Manuel Prieto…), casi todos mayores de 50 años, carecen de valor o tienen, como Rosales, la gran limitación de "no ser conocidos". Como si el desconocimiento de esos autores y sus obras, en la Isla, fuera un evento natural, condicionado por la calidad literaria, y no por la existencia de un Estado que controla rigurosamente lo que se edita y lo que, solo a través de una edición estatal, tiene derecho a circular.

(Memorias mutiladas. Diario de Cuba, enero 2014)

Friday, October 23, 2015

Yoandy Cabrera vs. Alberto Edel Morales

La labor de un Rodríguez Rivera entre los escritores la realiza hoy un Edel Morales que afirma y cree necesario borrar, olvidar a todo el que hable desde la otra orilla (aunque se esté dentro de la isla), al adversario, al enemigo con quien no hay posibilidad ninguna de diálogo, de intercambio, de discusión. Desde los sesentas hasta hoy en Cuba es necesario declarar desde dónde se habla, nunca fuera del gallinero: o se habla desde dentro del corral o no se habla. Es inimaginable que alguien pueda emitir un criterio y no estar de acuerdo con el único partido y el único gobierno existentes. Se tiene que discutir desde dentro de la “revolución”; si no, no te dan la palabra, no existes.
(…)
   Edel Morales, por ejemplo, desde las páginas de La Jiribilla, no propone un diálogo con otras formas de pensar; al contrario, quiere para los otros autores, los que se oponen a ciertas ideas oficialistas, el mismo silencio que padeció Piñera. Desaparecerlos, borrarlos. Ellos no son importantes. No hay diálogo posible, según Morales, con Duanel Díaz, Rafael Rojas y Antonio José Ponte. Lo que habría que hacer, propone él, es escribir lo que ellos abordan del modo que él considera correcto y olvidarlos. La memoria y el futuro de Cuba no los incluye, agrega. Morales los llama “refinados vocales entusiastas del parricidio intelectual”, hace una división insalvable entre su posición y la de ellos a quienes llama “adversarios”, no se trata de posiciones contrarias que interactúan aunque sea a distancia. Esto es un campo de batalla, donde uno sobrevive y otro muere, desaparece, es lanzado a la sombra. Morales intenta convencer que él está del lado de la verdad, de los buenos, de la victoria, habla desde esa pluralidad militante propia de los años setenta, incluye sin ningún recato a sus interlocutores en su “nosotros” bélico.

(El quinquenio gris cubano: aplauso y censura. Blog Penúltimos Días, abril de 2014)

Thursday, October 22, 2015

Orlando Luis Pardo Lazo sobre “Mapa dibujado por un espía” de Guillermo Cabrera Infante

Como era de suponer, no es un libro de Guillermo Cabrera Infante. Por eso mismo Guillermo Cabrera Infante nunca lo publicó.
   Nada de mapas. De espías, nada. Mucho menos, escrito por. Una huella lo delata desde el título mismo: estamos ante un libro que no ha sido escrito, sino dibujado. Divertimientos de diario. Apuntes de preliteratura secuestrados de su gaveta original.
   Da gusto ver cómo la tradición cubana poco a poco se va haciendo de un archivo de "testamentos traicionados", género del que Milan Kundera ha escrito uno de sus mejores libros. De nada vale el esfuerzo estético de dejar afuera la mayor parte de lo que un autor escribe. Quod scripsi, is crisis. Y apenas quedemos imposibilitados de poner nosotros mismos un límite, todo cuanto dejemos atrás será leído con luctuosa —y lucrativa— fruición.
   Mitad por morbo y mitad por aburrimiento, el mundo se resiste a acatar el punto final de nuestra bibliografía. La "voracidad de los biógrafos" de que hablara Virgilio Piñera no espera nada para convertirnos en arqueología. Basta con haber tenido familia, por ejemplo, con habernos distraído solo un instante de nuestra máquina célibe en tanto autor, y Galaxia Gutenberg lanza el boomerang de Mapa dibujado por un espía (2013) sin contar con quien lo cartografió.
   Continúa cronométricamente así el complot bienal de La ninfa inconstante (2009) y Cuerpos divinos (2011). Por supuesto, le asiste todo el democratiquísimo derecho de autor, aunque ya no haya autor autentificable en este libro o dibujo, que pudo ser la obra de cualquiera de sus personajes non-fiction. Al respecto, no me extrañaría una reclamación de plagio por parte de los herederos de Carlos Franqui o Rine Leal.
   Hay que buscar entonces la novela fuera de la novela. Es decir, en su historia, que es siempre la parte no específica de toda literatura. Vivimos vidas excepcionalmente comunes. Cómo contarlas excepcionalmente conforma una cuestión de estilo, que cada novelista llega a intuir pero solo en pasajes discretos de su novelística.
   Mapa dibujado por un espía podría ser entonces una imitación de Guillermo Cabrera Infante. Como un remake de otro Vedado del amanecer en el trópico, esta vez no desde las circunvalaciones de un Ford convertible, sino a ras de las mil y una caminatas a pie. Bitácora de bustrofebodrios, silencios serpenteantes, diálogos de TVC, aquí todos se citan con todos para darse el saludo y decirse enseguida adiós. Quiay, chau. Acumulación de acción desdramatizada que, a falta de sexo —"él" se acuesta con algunas mujeres, pero de manera asexuada, con esa pacatería cubana que el castrismo heredó de los cincuenta—, debió tener otro tipo de clímax: acaso en el gaznatón que este diplomático le sopla sin mediar palabra a su hijita.
   Pero la crueldad aborta enseguida en el costumbrismo y en ese llanto llano de los protagonistas perdedores de Leonardo Padura. De manera que nuestro extranjero en La Habana, que como el de Camus también gravita sobre su madre muerta, detecta a lo sumo cierta negligencia médica y jamás sospecha de un asesinato de Estado contra su progenitora, para forzarlo a quedarse en Cuba junto a su hermano, antes que los dos fueran a desertar de la dictadura (aunque en este mapa aún se infiere que es una Revolución).
   Incluso la autopsia la ejecuta un enemigo suyo que tiene atravesado desde Europa. Pero con carácter de Camus, "él" continúa como si nada, con una indolencia imaginativa que desemboca en la esterilidad de un espía que no mata ni se hace matar. O, en todo caso, las muertes se verificarán en otro tiempo. Como unos pichones de totí y de urraca, así en Gibara como en Bruselas (en Milan Kundera es una corneja la torturada también por infantes). Y como el comandante Alberto Mora, suicida asistido en la decadente década de los setenta, de quien Cabrera Infante transcribe un premonitorio guión tipo Hemingway, que vendría a ser el otro intenso instante de estos 400 golpes de páginas.

(Mapa de un testamento traicionado. Diario de Cuba, enero 2014)

Wednesday, October 21, 2015

Rafael Rojas vs. escritores oficialistas

El gobierno de Fidel Castro ha comprendido que los escritores cubanos ya no pueden escribir alabanzas a la Revolución. A cambio de esta licencia, ese mismo gobierno exige que la literatura nunca critique frontalmente el régimen político de la isla, ni cuestione la figura de su líder máximo. Pero no basta con que los escritores se abstengan de introducir críticas políticas en sus obras: tampoco podrán ventilarlas en la opinión pública. De manera que el nuevo pacto entre los intelectuales y el poder en Cuba se basa en que los escritores gozarán de todos los beneficios del Estado —publicaciones, difusión, agencias editoriales, premios, reconocimiento, viajes...— mientras no disientan del liderazgo de Fidel Castro ni del sistema político de la isla.
   La mayoría de los escritores cubanos ha aceptado ese acuerdo. Algunos, como Cintio Vitier, Roberto Fernández Retamar, Miguel Barnet o Pablo Armando Fernández, se acogen a dicha transacción porque admiran a Fidel Castro y creen en las virtudes de su régimen. Otros, como Antón Arrufat, César López, Leonardo Padura o Abilio Estévez, reservan sus críticas para el espacio privado, a cambio de la seguridad que necesitan para producir sus obras. Sólo unos pocos, como Raúl Rivero y Antonio José Ponte, se han atrevido a incorporar la crítica del régimen a un perfil de intelectual público, capaz de crear un arte literario y, a la vez, asumir las demandas de una responsabilidad histórica.

(Las lecciones de Guadalajara. Letras Libres, enero 2003)

Tuesday, October 20, 2015

Juan Abreu vs. Wendy Guerra

Antes de ir al restaurante, pasamos por la librería a comprar una obra maestra, Claus y Lucas, y el último de Cabrera Infante. Allí, mirando, encuentro el más reciente bodrio de Wendy Guerra, publicado por Anagrama. Qué bajo ha llegado Anagrama. Leo en la contraportada del bodrio que el bodrio va de negros y folklorismos y de deidades africanas y en fin de toda esa morralla primitiva, terruñera, turística y realistamágica (qué coño será eso). Cuando una literatura muere, como es el caso de la literatura cubana escrita en Cuba, del proceso de descomposición del cadáver lo que sale regularmente son novelitas folklóricas como este bodrio de Wendy Guerra.
   Es imposible escribir sobre Cuba desde dentro de Cuba.

(Blog Emanaciones, diciembre 2013)

Monday, October 19, 2015

Guillermo Rodríguez Rivera vs. Leonardo Padura

Aunque no he sido íntimo de Leonardo Padura, creo que tengo una buena relación con él y, sobre todo, he sido un admirador de su obra narrativa. Mi voto fue el que, en muy reñida decisión, decidió el otorgamiento del premio de la crítica a su obra La novela de mi vida, sobre la esencial figura que es, para la literatura cubana, José María Heredia.
   Me hubiera parecido su novela mejor, si no hubiera sido porque, a la ácida crítica de Padura a Domingo Delmonte, le faltó un aspecto esencial: consignar el equivocado rechazo de Delmonte a los hallazgos románticos del poema herediano. Acaso Padura –narrador y no poeta– no pudo adentrarse en esa manquedad esencial de la sin duda muy calificada crítica delmontina. Por ello, entre sus novelas, sigo prefiriendo la excelente La neblina del ayer.
   La superexitosa El hombre que amaba los perros me parece un tanto reiterativa después de la gran trilogía histórica de Isaac Deutscher, que acaso la generación de Padura ignoró, pero que fue esencial para la formación ideológica de una fundamental porción de la mía. No hay que olvidar que el grupo de jóvenes pensadores que centró el trabajo de Pensamiento crítico, publicó regularmente en El Caimán Barbudo. Y, literariamente, creo que la investigación histórica le desborda la estructura novelesca a la novela: la trama sufre porque empiezan a aparecer situaciones narrativas que podrían ser útiles a la indagación histórica, pero que ella no necesita.
   Padura ha dicho que fue su generación la que devolvió la vitalidad a la literatura cubana tras el penoso período del Quinquenio Gris. Creo que esa es una visión extremadamente parcial.
   Las represiones y censuras del Quinquenio Gris fueron tan abarcadoras en el ámbito literario que fue casi toda la literatura cubana de valía –exceptúo a Nicolás Guillén y a Alejo Carpentier, que claro que no fueron censurados– la que recomenzó a devolverle vitalidad a la difusión de la misma. En cuanto a las obras nuevas, resultó esencial, en las entradas de los años ochenta, la obra de Luis Rogelio Nogueras: me refiero a la aparición de un poemario como Imitación de la vida, (Premio Casa de las Américas y elogiado por José Saramago) y de una novela como Y si muero mañana, en la que la trama policial se trataba como nunca hasta entonces se había tratado entre nosotros.
   Antes de otorgarle el Premio Nacional de Literatura a Leonardo Padura, me parecía más justo y mucho más correspondiente con nuestra historia cultural, habérselo concedido a Eduardo Heras León.

(La literatura invisible. Blog Segunda Cita, enero 2014)

Friday, October 16, 2015

Alejandro Armengol vs. el prólogo de Jorge Fornet a “Cuento cubano del siglo XX”

De igual forma, al referirse a la prohibición del documental PM, dirigido por Sabá Cabrera y Orlando Jiménez Leal, Fornet señala que éste «tenía dos inconvenientes: en tiempos dignos del género épico, se regodeaba en un tipo de vida desvinculado del nuevo proyecto social; por si fuera poco, la película, producida por [el suplemento literario del diario Revolución] Lunes de Revolución, fue un peón en el fuego político cruzado entre diferentes facciones que se disputaban el poder cultural». En este caso, no hace más que repetir en parte la misma explicación oficial que el régimen de La Habana viene dando de los hechos desde el primer día, y luego de omitir la clausura del suplemento literario, se limita a decir que «el fantasma de la censura» comenzó a flotar luego de que la película fue retirada, para pasar a mencionar las Palabras a los intelectuales de Fidel Castro que fueron precisamente la justificación de la censura. Comprendo que un investigador que vive en la isla no puede emprender una crítica abierta de las palabras del gobernante cubano —a menos que esté dispuesto a dar un paso saludable para su conciencia pero no para su residencia en el país—, pero su explicación no deja por ello de ser incompleta y tergiversada.
   Donde la tergiversación llega a un grado mayor es un poco más adelante, cuando el crítico se refiere al «caso Padilla»: «A raíz de la polémica generada en torno a él, la política cultural del país se endureció y tanto de manera sutil como desembozada creció la censura y decenas de escritores padecieron alguna sanción en virtud de sus ideas, sus creencias religiosas o sus preferencias sexuales». Sucede que la verdad es todo lo contrario: el «caso Padilla» fue la consecuencia de una censura más severa. Castro decidió utilizar al poeta Heberto Padilla como una víctima propicia tras el descalabro enorme de la Zafra de los Diez Millones, el desastre económico producido por una política insensata —tanto internacionalmente con el apoyo desmedido al movimiento guerrillero latinoamericano como nacionalmente con planes agrícolas e industriales enloquecidos— y la consiguiente entrega a la Unión Soviética como única salida. Como los escritores y artistas —al igual que el Papa— no cuentan con divisiones armadas, resultaron «fáciles» de sacrificar. Desde antes de encarcelar a Padilla, Castro sabía que los intelectuales en todo el mundo iban a poner el grito en el cielo; también sabía que esas protestas eran de una importancia relativa, para él y en ese momento determinado. No se trataba de sacrificar un ejército; era simplemente dejar a un lado la impedimenta. La conveniencia de utilizarlos como vidrieras propagandísticas en todo el mundo pasó a un segundo plano, porque su supervivencia estaba en juego.
   Por otra parte, el hostigamiento a los escritores homosexuales y religiosos, además de los que discrepaban políticamente, fue parte de la persecución en general a esos grupos, y un aspecto común en los regímenes fascistas. Mucho antes de la publicación de Fuera del juego, y de que Padilla empezara a destacarse como un intelectual contestatario, Virgilio Piñera había sido detenido en la tristemente célebre «Noche de las Tres P».
   El enmascaramiento de la realidad también lleva a Fornet a ofrecer una versión errónea de lo ocurrido con la literatura policial. Refiriéndose al año 1971 —en que ocurrió la detención y la autoincriminación de Padilla— señala: «A partir de ese momento, mientras buena parte de la vida cultural languidecía, la literatura policial irrumpió violentamente en el ámbito literario cubano con todo el apoyo institucional». Se refiere entonces a la publicación de la novela policiaca Enigma para un domingo, de Ignacio Cárdenas Acuña, y más adelante expresa, al hablar del auge del género: «Fue una forma sabia, y no exenta de obras de calidad, de proponer (e imponer) un modelo de literatura estética y políticamente ‘correcta’. La literatura policial aportaba además, pese a su carácter formulaico, un realismo no evasivo. Irónicamente, el género exquisito e intelectual por excelencia —al menos en sus orígenes— devino en paradigma de la literatura comprometida».
   Llama la atención esta referencia por dos razones. La primera porque resulta extemporánea. La literatura policial cubana se destacó en la novela y no en el cuento. La segunda porque está plagada de errores. La novela de Cárdenas Acuña conserva su valor de iniciación de un género en un determinado momento en la isla, pero por lo demás es una obra muy menor. Pero lo más importante es que se trata de una novela que toma como modelo a la corriente norteamericana caracterizada por los libros de Dashiell Hammett y Raymond Chandler.
   Fornet habla de la versión intelectual del género, pero ese subgénero policial  representado por los cuentos de Edgar Allan Poe, Conan Doyle y otros— no tuvo seguidores en Cuba (como sí lo practicaron Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en Argentina). Los cubanos tomaron como punto de partida la escuela Hardboiled, que se caracterizó por su fuerte denuncia social. Lo que hizo el régimen de La Habana fue precisamente impedir el desarrollo de esa vertiente, premiando y editando textos donde la figura del detective privado no existe —en Cuba aún no hay detectives privados—, la policía no es corrupta y los funcionarios públicos no son aliados de los delincuentes. Si bien es cierto que se produjeron un par de obras de valor literario, éstas responden al esquema impuesto: nada más alejado del «compromiso» verdadero y el «realismo no evasivo». Tendrían que transcurrir varios años, para que con el surgimiento de las novelas de Leonardo Padura, el género retomara el carácter de denuncia que lo caracteriza.
   Resulta estimulante ver que a medida que en su análisis Fornet se acerca a los libros publicados en los últimos años, sus observaciones adquieren mayor precisión. Así, caracteriza al cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo, de Senel Paz, no como un relato que abre una época, sino que «en verdad parece sellar el fin». Es posible que —por un fenómeno puramente temporal— a un investigador que reside en Cuba le resulte más fácil hablar de lo escrito hace diez años que de lo publicado hace treinta. Destacar las limitaciones del desencanto y no detenerse demasiado en las causas de la decadencia de la literatura «comprometida» —una palabra, por otra parte, mencionada apenas en el prólogo. No deja de resultar una paradoja, pero vive en un país que es la versión malsana de una paradoja.
   Si Fornet comete todas las imprecisiones, errores y tergiversaciones antes señaladas, no es por un desconocimiento del tema. Se ve «obligado» a ello al tratar de ajustar una realidad a un esquema donde aún no se puede contar toda la verdad. No son los errores de un investigador literario; son las limitaciones que le impone el sistema en que se mueve. El prólogo de esta antología del cuento cubano del siglo XX —que reúne textos de escritores residentes en Cuba y en el extranjero, y cuya selección y notas fue realizada por el propio Fornet y el crítico exiliado Carlos Espinosa Domínguez— es una muestra del avance y las limitaciones de enfoque que el modelo cultural del régimen aún impone a los creadores y ensayistas. Sólo cabe esperar —y no puedo dejar de ser escéptico al respecto— que ediciones futuras permitan a quienes la realicen, moverse con mayor libertad a la hora de hacer un balance de las obras o en la presentación de textos no ya del presente sino apenas del pasado.

(Maneras de contar. Encuentro de la cultura cubana, Nos. 28/29, primavera-verano, 2003)

Thursday, October 15, 2015

Lorenzo García Vega sobre Agustín Acosta

Pero, vuelvo a decir, años más tarde me encontré con Agustín Acosta. Él, después de ocho años como Senador de la República, se había retirado de la política por falta de público.
   Semanas antes, yo le había enviado mi primer libro, Suite para la espera.
   Agustín, viejo teósofo, dijo que un libro se justificaba por una sola línea. «Una sola línea que estaría predestinada a ser leída por un solo lector. La línea que el cuerpo astral de ese lector necesitaba», terminó diciendo.
   Pero Agustín sentía (y casi no lo podía ocultar) un odio más allá de toda medida por Lezama, y por todo lo que el grupo Orígenes podía significar. Así como, también, Agustín casi no podía ocultar el desprecio que mi recién publicada Suite le merecía (más tarde me enteré que él, al comentar mi libro, le dijo a alguien: «Es un libro de rengloncitos largos y de rengloncitos cortos»).
   Aunque, por suerte, ya nada de eso importa. Ya, para mí, lo que importa de aquella tarde en que me encontré con Agustín Acosta, fue que él, aunque despreciando mi oficio, quiso vincularme con Julio Herrera y Reissig.
   ¿Sería que el viejo teólogo sospechaba mi encarnación uruguaya?
   Y era que Agustín, sentado en un viejo sillón cubano, pero en un sillón que, inevitablemente, no dejaba de recordar a un modernista trono asirio, después de mandar a hacer café, me hizo entrar en la tremenda Torre de las Esfinges.
   Era un buen recitador Agustín. Era un retórico a todo meter. Por lo que su histrionismo, teniendo como fondo la espléndida claridad de una tarde tropical, me hizo visible tanto el gesto verde del cielo, como la risa del desequilibrio de un sátiro de lubridio enfermo de absintio verde.
   Por lo que, sin duda inolvidable fue la tarde. Una tarde para el oficio.
   Agustín, para enseñarme lo que era bombardear metáforas de verdad, se metió en la Torre de las Esfinges, pero al poco rato, como él no podía dejar de ser el romántico incurable que era, dejó esa vereda para meterse por la guardarraya folletinesca de la Berceuse Blanca.
   ¡Inolvidable!
   Tan inolvidable fue que, por aquel recital de la Berceuse, ya hace muchos años que le he perdonado a Agustín Acosta el haber despreciado a mi Suite para la espera.
   Apareció la mal ceñuda sirvienta española, con el café que el poeta había mandado hacer. Pero con gesto terrible de Dragón modernista, el Poeta, convirtiéndola en Medusa, detuvo a la sirvienta, para así poder continuar con el jolgorio de la Berceuse:

   Aspirad su incorpórea levedad de Olaluna!
   En sus sienes rutilan transparencias de copo;
   y vuelan sus ojeras otoñales de bruna,
   como vagas libélulas de una tarde heliotropo.

   ¡Se acabó lo que se daba! Aquello fue como para alquilar balcones. Pero ya no recuerdo bien como para poder precisar los detalles. Sólo sé que la sirvienta, convertida en Medusa. Sólo sé que la ceñuda española al fin nos sirvió el café. Pero, repito, el hueco negro se ha llevado los detalles.
   Ya no hay detalles, pero el hecho importante de aquella tarde fue que, por una de esas cosas extrañas que le pueden suceder a uno, con aquel jolgorio con Berceuse salí convencido de haber visto antes, coronando la casa de Agustín Acosta en Jagüey Grande, a la Torre de los Panoramas.
   Salí convencido, después de haber visto al poeta Acosta recitando Herrera y Reissig, que cuando yo, muchos años atrás, en una azotea había arengado a la multitud, también en esa azotea había visto a la Torre del uruguayo.
   Nunca había visto la Torre, pero ya sabía que había visto la Torre.
   ¿Cómo fue eso? ¿Por qué vi, años más tarde, lo que había visto en 1934?
   ¿Cómo fue eso? ¿Era que el teósofo Agustín Acosta, evocando a Herrera y Reissig, despertó la visión de una anterior, uruguaya encarnación? ¡Váyase a saber!
   Lo que sí no hay dudas es que en aquella tarde hubo cosas. Hubo Herrera y Reissig, y pagodas, y oros de Bizancio, y cúpulas góticas, y hasta el demonio bendito.
   Acababa uno, ya lo he dicho, de publicar Suite para la espera, aquel libro en que dije: «Apollinaire al agua».
   Agustín, despreciador notario de Jagüey, no podía entender que Apollinaire se cayera al agua.
   Pero fue lamentable que no entendiera nada, ya que ahora, al evocar el kitsch que Agustín y yo disfrutamos ante la Berceuse, pienso que nos deberíamos de haber unido. Pues, al fin y al cabo, Agustín y yo estábamos enlazados por un kitsch: un kitsch que a él lo llevó a ganar, hasta el punto de llegar a ser Senador de la República, mientras que a mí me condujo al oficio de perder.

(El oficio de perder. México, 2004)

Wednesday, October 14, 2015

Manuel de la Cruz vs. Aniceto Valdivia

Aquella balumba de autores hacía sospechar que Valdivia hacía de sus lecturas una promiscuidad increíble, que en un mismo día devoraba centenares de páginas de libros diversos. Así era en efecto: y antes y después de aquel largo período de su vida, sus escritos han reflejado ese desorden de torbellino de sus lecturas, su cultura esa desorganización originaria, fruto de una alteración profunda en el funcionamiento de las facultades, por exceso y desproporción de ejercicio y por la monstruosa cantidad de alimento. Si sus lecturas hubiesen sido hechas con lentitud y método, y si no hubiese propendido siempre á desarrollar su fantasía con evidente detrimento de sus facultades reflexivas, no cabe dudar que hubiera sido un literato y un crítico. Buscó su deleite, momentáneo, fugitivo, excluyendo el provecho, la utilidad remota del trabajo, y la mayor cantidad de esa lectura ha sido tan estéril en su intelecto, como si éste fuese una vorágine destinada á sumergir en sus antros páginas impresas. Es un literato y es un crítico, pero que adolece de aquellos males que cohiben el desarrollo que, en otras circunstancias, hubiera adquirido, y por los cuales ofrece el aspecto de un organismo en que miembros y vísceras, en vez de llegar al desarrollo pleno, han cído en la atrofia ó en la hipertrofia.

(Aniceto Valdivia. Cromitos cubanos. Habana, 1902)

Tuesday, October 13, 2015

Fermín Gabor vs. intelectuales oficialistas

Tal vez no sea coincidencia que, mientras suceden asuntos bien graves dentro del país, un grupo de escritores haya elegido la ligereza de piernas de quien pasa por todas las bases, y tapiñe lo bochornoso nacional con gritería de las gradas. Muchachones no importa sus edades y sus jetas, consideran al béisbol entre sus preocupaciones y van más allá de los partidos televisivos: juegan. Demasiado tiernos, sin embargo, para la política, evaden el juego de siquiera pensar la cochambre nacional, y se abrazan (con el pretexto de un hit) con algunas de las más vociferantes autoridades culturales.
   De modo parecido, Nancy Morejón agarra su réplica del machete del Generalísimo Máximo Gómez y da la carga (junto a Martha Valdés) en una carta que pide a viejos amigos que recapaciten su condena al gobierno cubano. (José Saramago, acabado de caer de la mata, ha cerrado su solidaridad con líneas resumibles en: “Yo no camino más, yo me siento”.) Firman dicha misiva Miguel Barnet y Pablo Armando Fernández y Roberto Fernández Retamar y Abelardo Estorino y Senel Paz y Alicia Alonso y Graziella Pogolotti, ciegas estas dos últimas. Y la pareja católica García Marruz-Vitier pasa por encima de la pena de muerte y también firma.
   Por otra parte, Desiderio Navarro hace que un número de su revista Criterios dedicado a la globalización sea presentado por mayimbes no menos globalizadores (a escala nacional) que el gobierno norteamericano o la más ubicua de las hamburgueseras. Navarro, junto a otros, se entretiene en manifestaciones contra un facismo exterior del cual, al parecer, no tenemos ni pizca entre nos. Corean el “No Pasarán” porque aquí ya está pasando. 
   Agarrando machetes honoríficos, palmeteándose con directores en campo donde todos sean iguales y no valga la inteligencia, escribiendo jimiquerías a antiguos cúmbilas de la izquierda mundial y orientando el cacumen a horizonte lo más exótico posible, buena parte de la intelectualidad cubana de la isla hace un hermoso grupo batistiano.

(La lengua suelta # 8. La Habana Elegante, segunda época)

Monday, October 12, 2015

Zoé Valdés vs. Wendy Guerra (2)

De la verdadera Cuba sólo puede escribir quien la conoció tal como fue y no antes de que llegaran los bárbaros (alusión al poema de Cavafis que seguramente esta señora inculta no ha leído). José Lezama Lima escribió sobre París, sobre los pensamientos de Pascal, y nunca puso un pie en París, ni conoció a Pascal. La literatura, parece que ella no se ha enterado, es sobre todo imaginación, y no el cuentecito alrededor del ombligo del escritor. Por otra parte, como no se ha leído la última novela de Guillermo Cabrera Infante no sabe que Mapa dibujado por un espía la escribió en el año 1965, recién a su regreso de Cuba. Esta ignorante, oportunista, descarada, no es más que una vergüenza para la cultura cubana, la verdadera, y no la castrista. Sólo hay que ver el lenguaje corporal de esa foto. La mirada perdida del Nobel, la garra de ella subiéndole la mano para que muestre que tiene su novela, usándolo de publicidad, como siempre ha usado a la gente. Como nos ha usado a tantos. Una trepadora de envergadura, hija de la robolución en su más estricto sentido. Puaf!

(Comentario publicado en la red. diciembre 2013)

Friday, October 9, 2015

Eliades Acosta Matos vs. Haroldo Dilla (2)

No solo tenía cara de polichinela triste, sino que lo era. A veces, a solas con la almohada, echaba mano a las migajas de decoro que le quedaban, e intentaba justificar los culebreos de su vida. Es verdad que casi nunca tenía ánimos para lanzarse al turbio estanque de su alma, pero cuando pasaba, imaginaba que un hado adverso le había marcado desde la cuna, chupándole la columna vertebral y dejando, como residuo, al invertebrado que era. Sin dudas, se sentía menos gelatinoso cuando soñaba que sobre él pesaba una rara maldición, contra la que nada podía. Y esa idea, por ficticia que fuese, le permitía habitar un día más ese cuerpo, y vivir, sin preocuparse por la obscena ostentación de sus llagas morales.
   Cuando al día siguiente despertaba, estragado por la vigilia y los remordimientos, se reconfortaba ante el espejo ideando la manera en que más efectivamente podría humillar a sus empleados del Instituto Trujilloniano. Porque podría pasar por un ser abyecto para sí mismo, incluso, gritarlo en lo más profundo de su corazón, pero jamás lo admitiría de cara a los demás, sino todo lo contrario: para esos reservaría siempre las poses mayestáticas, las frases recalentadas en su cabeza hasta soltarlas con gravedad de magister, y las poses de  semidios olímpico caído por accidente en esta isla, todo lo que le había ganado a sus espaldas, claro está, el sobrenombre de Don Pomposo.
   Con camaleónica constancia, Don Pomposo cambiaba de credo filosófico como de camisas, siempre oteando la dirección de la brisa que despeinaba en las alturas al Jefe Perínclito. Por algo había sido escogido por este como Presidente del Instituto Trujilloniano, precisamente para darle visos de respetabilidad y rigor intelectual al coro de quienes entonaban bien los estribillos, pero eran incapaces de crear las melodías. Cuando contaba tres veces, por ejemplo, que en un discurso o entrevista, el Generalísimo usaba una misma palabra o esbozaba un mismo concepto, de inmediato escogía al alabardero idóneo para elaborar una retorcida teoría con la que respaldarlo, no importaba si para ello se tuviese que torcer el brazo a los sofistas griegos, emparentándolos  con los iluministas franceses. Lejos de eludir “el ditirambo caluroso”, como había pedido Balaguer al dejar inaugurada la sede de Gázcue, en 1953, Don Pomposo no concebía otra mejor manera de llevar a cabo su misión que no fuese derrochando melcocha, embadurnando con su babeante admiración la figura del fuerte que pagaba sus servicios, y de paso, dejando contaminados para la posteridad, por ejemplo, temas que alguna vez fueron respetables, como el de la frontera binacional, la dominicanidad, la independencia económica, la seguridad social, las relaciones internacionales, pero que después de pasar por el serpentín cortesano del Instituto, salían convertidos en chorizos en almíbar, capaces de repugnar a los más robustos paladares.
   Es cierto que a veces, en un rapto fugaz de decoro freudiano, Don Pomposo apelaba en sus escritos a un lenguaje de la misma izquierda en la que militó en su lejana juventud, cuando formó parte del “Paladión”. En esas periódicas y efímeras reencarnaciones, cometía la osadía senil de llamar “gringos” a los estadounidenses, y de aparentar repugnancia por el mismo capitalismo al  que había entregado su honor hacía mucho. Pero a sabiendas de que hacía equilibrios en el filo de la navaja, y que en lo tocante a ideologías el Jefe no entendía de matices, pronto recobraba su compostura y volvía a su verdadera naturaleza con la furia de una walkiria borracha. Esas rectificaciones iban siempre acompañadas de informes al SIM y a ciertas embajadas curiosas, muy interesadas en saber y combatir lo que pensaban los profesores españoles republicanos que llegaban del exterior, o de panfletos escritos con hiel, donde clamaba porque un autor, o una publicación, fuesen condenados al Index. Y es que Don Pomposo, a fuerza de estudiar el tema de las fronteras, se había convertido en el Aduanero Ideológico de su nuevo amo, velando los contrabandos de palabras, persiguiendo los conceptos prohibidos, detectando, tempranamente, los trasiegos no autorizados de pensamientos e ideas, para evitar que estos floreciesen y pusieran en peligro al régimen, y de paso, su propio otoño bien pagado.
   Y Don Pomposo, cuyo verdadero nombre era Hastroldo Cuasihomérico Pe. Dilland, no solo cambiaba de credo filosófico tornándose positivista, kantiano, roussoniano, keynesiano,  hispanófilo, haitianizante, medieval o renacentista, según las brisas que batiesen las alturas, sino también de nombre y rostro según lo aconsejase la ocasión.  Cuando se entrevistaba con enviados de Harvard o Cornell, se presentaba como Mr. Harold P. Dilland. O si estos andaban de prisa, simplemente como H.P Dilland. Y cuando le tocó viajar a la España franquista, en mayo de 1954, formando parte de la avanzada circense que debía organizar el largamente esperado encuentro de los dos Generalísimos, regaló sus tarjetas de visita hasta a los limpiabotas gitanos y a los porteros sevillanos del hotel Ritz- Carlton de Madrid, en las que figuraba como Haroldo Pelayo Cidcampeador Pe.
   Y fue durante ese viaje a Madrid, que Don Pomposo comprendió que la supervivencia de ejemplares de su fauna dependía de tener patas de gacela, corazón de león y talante de hiena. El contacto con sus colegas franquistas, como Giménez Caballero, Ramón Serrano Suñer, Laín Entralgo, Ridruejo o Foxá, le actualizó en la necesidad de elaborar mitos edificantes, ancestros milagrosos y buscar adjetivos altisonantes para crucificar a los enemigos y elevar a los altares al Jefe. De ellos tomó para la propaganda del Instituto, por ejemplo, el llamar “Adalid Seráfico”, “Vigía de Occidente”, “Timonel de la Dulce Sonrisa” y “Lucecita del Pardo” al  Ínclito Varón de San Cristóbal, sin comprender que el plagio le acarrearía desgracias. Porque Don Pomposo era experto en rezurcir, no en crear. Y cuando empezaron a llegar notas diplomáticas peninsulares con discretas protestas por el uso indebido de epítetos que creaban confusiones en los organismos internacionales, la Secretaría de Relaciones Exteriores no pudo menos que presentar a la de la Presidencia un memo en la que se rogaba, con todo respeto a la Superioridad, que pusiese coto, de alguna manera, a aquellas prácticas, y recomendaba que el Instituto, en fin, debía servir para algo más que para dar jabón y prodigar “ditirambos calurosos”.
   Fue defenestrado sin piedad, acusado del delito de lesa majestad, por haber hecho quedar en ridículo al Jefe, vistiéndolo con las ropas de otro Jefe, como si fuesen de estreno. Quedó en la calle y salió del Instituto llevando en un cajón sus papeles febriles, repletos con los mismos adjetivos que pertenecían a los Laínes franquistas, con los que creyó garantizar que su sol jamás se pondría en el horizonte de la Era. Tuvo que atravesar, con la cabeza baja, y sus movimientos de polichinela triste, por entre los empleados burlones a los que humillaba sin piedad. Se fue sin dejar tras de sí más que el recuerdo de su inagotable capacidad de ridículo y la revelación de que también había estafado a otras instituciones, como luego se supo. Lo último que oyó a sus espaldas al salir, fue una vocecilla expresamente aflautada, para no ser reconocida, que masculló, con el deliberado propósito de herirlo, un  “Adiós, Don Pomposo”.
   Dicen que, desde entonces, se le vio rondando los hoteles donde el Jefe hospedaba a los tránsfugas fugitivos y los dictadores defenestrados de toda América. Les dejaba en la recepción un mismo texto amelcochado, ditirámbico, caluroso y servil, del que solo cambiaba el nombre del destinatario y el del Instituto que les proponía fundar, en sus países de origen, una vez que triunfase la contrarrevolución que les debía restituir el poder, con la santa anuencia, por supuesto, de quienes-tú-sabes. Y cambiaba según el caso, como era de esperar, su propio nombre, el del futuro Presidente del Instituto Peronista, Rojas-Pinillista, Pérez-Jimenista, o Batistiano, los que debían florecer, bajo su certera guía, en Buenos Aires, Bogotá, Caracas, o La Habana.
   Nadie lo tomó en serio, ni se dignó a sacarlo de su miseria. Dejó una especie de papiro interminable con un listado enloquecido de autoalabanzas que debían figurar en su epitafio, y la recomendación, de raíz franquista, de que debía construirse en el país algo parecido al Valle de los Caídos, donde la nación agradecida agruparía los restos de los artífices de lo que denominaba “La Era Gloriosa”. Unos desaprensivos, irreverentemente, usaron los papeles póstumos de Don Pomposo para envolver las botellas de cerveza que los clientes compraban en un colmado.
   No solo tenía la cara de polichinela triste, sino que lo era.
   Hoy nadie lo recuerda.  

(Número 17: fatal atracción. Diario Libre, 2014) 

Thursday, October 8, 2015

Ernesto Hernández Busto vs. la literatura cubana

José Martí: vehemente
Julián del Casal: frívolo
Regino Boti: rebuscado
Carlos Loveira: localista
Nicolás Guillén: folclórico
José Lezama Lima: ininteligible
Jorge Mañach: didáctico
Cintio Vitier: beato
Eugenio Florit: trivial
Alejo Carpentier: engolado
Virgilio Piñera: deliberado
Eliseo Diego: afectado
Cabrera Infante: digresivo
Reinaldo Arenas: virulento
Fina García Marruz: timorata
Gastón Baquero: grandilocuente
Heberto Padilla: prosaico
Severo Sarduy: grotesco
Guillermo Rosales: descentrado
Lorenzo García Vega: incoherente

Y tres rápidas reflexiones, a manera de postdata:

-Es labor (bastante olvidada) de la crítica literaria dar con la palabra precisa que mejor resume las virtudes —pero también los defectos— de un escritor. Los rasgos enlistados no son defectos personales sino taras de estilo, aunque es posible que en ocasiones muestren también las de la personalidad.

-Un canon puede construirse también a partir de los defectos más sobresalientes de los escritores de determinada tradición. Eso que Harold Bloom acuñó como la “angustia de las influencias” es un proceso identificable también en la genealogía de esas imperfecciones. Escoger un lugar en la tradición es también escoger nuestros defectos preferidos.

-A menudo la línea que separa los grandes defectos de las grandes virtudes de un escritor es borrosa, imprecisa. Casi siempre acaban confundiéndose, y la cualidad definitiva termina siendo cuestión de intensidad, de matices.

(Veinte defectos de la literatura cubana. Blog Penúltimos Días, noviembre 2013)

Wednesday, October 7, 2015

Néstor Díaz de Villegas vs. “Tres tristes tigres”, de Guillermo Cabrera Infante

Consideremos ahora el caso de Guillermo Cabrera Infante y Tres tristes tigres. En la introducción a la edición crítica de Cátedra (2010), Nivia Montenegro y Enrico Mario Santí, han revelado un importante aspecto de la estructura de esa obra. "El proyecto atravesó varias etapas y versiones", comienzan diciendo los editores. "En 1964 una versión primitiva, titulada Vista del amanecer en el trópico… gana el Premio Joan Petit-Biblioteca Breve de novela". Esa primera versión, explican Montenegro y Santí, "consistía en el contrapunto entre dos series: la divertida vida nocturna de habaneros en 1958… y las violentas viñetas de la revolución urbana".  La censura franquista interviene, y señala dos problemas fundamentales, uno de tipo moral y otro de tipo político: "1. Continuas alusiones y descripciones eróticas que llegan con bastante frecuencia a lo pornográfico. 2. Pinceladas de la lucha revolucionaria castrista contra el régimen de Batista [sic]".
   De julio a octubre de 1965 Cabrera Infante regresa a Cuba "para enterrar a su madre", y Santí concluye que es "durante esa visita de cuatro meses… cuando comienza a reescribir Vista…, en un intento que coincide en el tiempo con los últimos días de la censura franquista". De vuelta a Europa, Guillermo Cabrera Infante continúa las revisiones y, en mayo de 1966, vuelve a someter la novela a la consideración de los censores. Para entonces las "pinceladas de la lucha revolucionaria" han desaparecido.
   En carta al censor español, Cabrera Infante concede que "las viñetas intersticias y finales han desaparecido, dejando su lugar a una solución lírica en vez de épica, personal en lugar de colectiva, trascendente más que histórica… El libro antiguo era una muestra un tanto fácil de literatura 'comprometida' –compromiso con un tiempo, con una causa y con unos hombres, todos pasajeros".
   En marzo de 1967 sale a la luz la versión censurada y reescrita de Vista del amanecer en el trópico bajo el nuevo título de Tres tristes tigres, primera y única obra de colaboración entre los censores franquistas y una estrella del boom latinoamericano.

(P.M: post mortem. Diario de Cuba, mayo 2014)

Tuesday, October 6, 2015

Walfrido Dorta vs. Wendy Guerra

Wendy Guerra intenta retractarse en su blog Habáname de algunas cosas que aparecieron en la entrevista que le hiciera la agencia DPA, publicada en Diario Las Américas. Pero en el texto publicado en su blog —"La literatura cubana es una sola"— sigue ofreciéndonos oportunidad para el aburrimiento y alguna perplejidad.
   En la entrevista se mezclaban, entre otras cosas, rotundidades topográficas, persistencias naturalizadas del "realismo mágico" como idiosincrasia nacional, descargos de responsabilidad al Gobierno cubano sobre el problema racial… Cada una de estas alusiones es ejemplar en cuanto a su calidad de lugar común o en cuanto a ser altamente cuestionable.
   Luego, en el texto publicado en su blog se concentran desafortunadamente algunas cosas que se repiten y repiten de varias maneras en el habla de algunas figuras públicas y escritores de Cuba. Cuando el agua de los lugares comunes llega al cuello y atora la garganta (como tal parece sucederle en este caso a Wendy Guerra), o cuando el impulso de algún "atrevimiento" ideológico lleva a decir cosas arriesgadas (como en un titular de artículo sobre la raza, por ejemplo), y la imparable maquinaria de internet echa a andar, entonces esas figuras tienen siempre a mano el recurso del "yo no dije eso, me han manipulado" o "han sacado mis frases de contexto".
   Nada pudiera haber más tranquilizador que esta exculpación, pero el problema es que nadie, o casi nadie, se cree ese evento salvador que deroga la responsabilidad con lo que uno manifiesta. Además, tal estrategia es muy contraproducente ante frases tan rotundas y estructuradas como "la cubanía es algo de lo que se puede hablar desde Cuba y no fuera de ella" (Wendy Guerra).
   Si topografías perversas como esta pudieran dar risa o despertar fantasmas, absolutizaciones sobre la "unidad" de la literatura cubana no son menos preocupantes. No es que no puedan defender sus opiniones los escritores cubanos que se mueven como agrimensores, pero es que el paso corrector puede ser peor aún.
   Los pasos hacia atrás de Wendy Guerra en ese texto de su blog la conducen a los territorios desoladores del kitsch ("las sublimes páginas de una literatura"), y hacia pasajes que no pueden ser más confusos y esencialistas porque la imposibilidad también tiene un límite ("La mano de un cubano, su voz y su gesto, su acento es suficiente para saber que estamos ante un original o una pieza editada que deriva en nuestra literatura").
   Afirma Wendy Guerra con énfasis: "la literatura cubana es una". Cuando de lo que se trata es de que no sea una: un compendio de escrituras que se uniformiza a partir del sentido único de una geografía. Que ninguna apelación a la unidad convoque a comunión.
Y para rematar, lo que no podía faltar en las vertientes automatizadas de los discursos sobre Cuba: cualquier variante de excepcionalismo —que no solo aparece en donde casi se le espera, sino que puede surgir hasta en las escrituras/hablas supuestamente más arriesgadas (si no, ver algunas apelaciones por parte de escritores muy recientes a "los lectores nuestros que no han nacido aún"). Ese excepcionalismo que se invoca por algunas figuras para hacernos y figurarnos (la literatura cubana, los escritores cubanos) como intraducibles, pero que está atravesado por el inconfesable prurito de volvernos transparentes para el mercado o las escuchas exteriores.
   Un deseo de transparencia que parece animar la nueva novela de Wendy Guerra —Negra  publicada en Anagrama: un ejercicio de ventrilocuismo racial, si nos atenemos a lo que dice su autora en otra entrevista, aparecida en El Informador. En las palabras de Wendy Guerra se suceden asunciones muy problemáticas y uniformidades que cualquier estudio sobre la raza desharía a estas alturas: dice que su novela habla de "la sexualidad y los rituales de una raza" (la unión de ritual y raza parece entresacada de un manual antropológico del XIX), sin que uno pueda imaginar a qué rituales se refiere, ¿a los rituales sexuales, supuestamente privativos de una raza?, ¿a la religión afrocubana, que en modo alguno es privativa de la raza negra?
   Más arriba, y según la glosa del periodista, Wendy Guerra reproduce un imaginario estancado, al que solo cabe atribuirle la malograda idea de que "la sexualidad afrocubana" es "fastuosa", adjetivo que solo se esperaría encontrar en guías de viaje colonialistas. A través de muy desafortunadas metáforas de minería, que le otorgan a la raza negra una calidad basta y oscura, Wendy Guerra dibuja para sí como escritora la improrrogable labor de "sacar el diamante de entre el carbón": un redentorismo que remite directamente a las más trasnochadas políticas de representación.
   Parecería fácil lo que los escritores cubanos se ven abocados a contrarrestar, dado lo plano de las hablas públicas y de las escrituras y actores más visibles. Pero no lo es. La escucha y las expectativas de recepción tenderán a privilegiar esas regularidades (anodinas en su forma, pero muy perversas en sus efectos), porque son Cuban fast food, hegemonías livianas y receticas caducadas, pero fáciles de digerir.

(Los pasos hacia atrás. Diario de Cuba, diciembre 2013)

Monday, October 5, 2015

Ramón Alejandro vs. Severo Sarduy

Pero como la antorcha de la actualidad se transmite de gran ciudad en gran ciudad, siempre habrá alguna de ellas que estará en el candelero por cierto lapso de tiempo más o menos largo. Severo Sarduy (1937-1993) llegó al París que comenzaba su decadencia como capital intelectual de Occidente. Nueva York ya la estaba superando como metrópoli cultural. La élite francesa se rendía, poco a poco y a regañadientes, a esta triste evidencia.
Un grupito de intelectuales parisinos agarrándose de ciertas teorías de Levy Strauss trataron de producir un último bouquet de esplendor con el llamado estructuralismo, pero parece que la pólvora estaba mojada y nadie les siguió la corriente por mucho tiempo.
   Uno de ellos, totalmente desprovisto de talento, captó al joven poeta cubano recién llegado, dándole un empleo en una importante casa de edición en la que él era influyente. Lo adoptó en su apartamento, y en su castillo de Saint Léonard a las afueras de París y le proporcionó el alimento cultural adecuado para convertirlo en otro más de esos que trataban de hacer estallar aquellos fuegos artificiales en el triste final de la fiesta francesa.
   El cubanito se lo creyó todo. Por estar convencido desde siempre que lo que triunfa en París vale para todo el mundo. En vez de desarrollar sus innatos dones naturales de poeta  —que eran inmensos— se aplicó a ilustrar las teorías estructuralistas produciendo novelas, sin trama ni personajes, que según el consabido eufemismo son muy ‘interesantes” aunque “dificilísimas de leer”.
   El resultado fue que se ganó muchos premios y obtuvo críticas muy elogiosas de sus compinches de la revista Tel Quel, órgano del estructuralismo entonces en boga, pero a los infelices lectores aquellos ejemplos de “literatura vanguardista” se les caían de las manos al segundo párrafo. Los espectadores huían en masa durante el primer acto de sus piezas de teatro —fui testigo personal del estreno de La Playa— y los radioescuchas sintonizaban otra estación al comenzar sus ininteligibles y aburridísimos programas en France Culture.
Recientemente asistí en la librería Books and Books, en Coral Gables a la presentación del libro Cartas a mi hermana en La Habana, editado por Severo Sarduy Cultural Foundation. Se trata de un testimonio de Mercedes Sarduy a partir de las cerca de mil cartas que mi amigo Severo escribió a su familia tras la partida de Cuba en 1959.
   Pero de las cartas hay muy poco  en el libro, según la autora por pudor de familia.
   Si bien en las fotografías de fotomatón de la portada aparecen Severo en primer plano y ella discretamente detrás, en el contenido del  volumen es ella la que ocupa la escena y su hermano queda relegado al segundo plano. En efecto: las  cartas están tan expurgadas de todo lo que a la señora se le ocurrió que era demasiado “candente”, que resultan ser una sarta de anodinas banalidades, nada asociadas a la conocida zalamera facundia e ingeniosidad de su hermano mayor. Ni mención de François Wahl, quien fue su mecenas y mentor, realizado personalmente en la obra que al no poder escribir él mismo, engendró en su protegido y enamorado compañero de toda una vida.
   En el lanzamiento del libro, el académico Eric Camayd-Freixas, del Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad Internacional de Florida (FIU), optó por presentar la obra del poeta, que por cierto no aparece más que muy en segundo o tercer plano en este libro, declarándolo superior a sus maestros Lezama Lima y Roland Barthes en el campo de la crítica literaria. El especialista coronó su disertación con un toque de ingenuidad, al afirmar que Severo Sarduy será leído en el futuro como hoy leemos a Cervantes y a Borges. ¿Será sincero? No creo que el mismo Severo pretendiera tanto.
   Mercedes Sarduy, licenciada en Sicología, ha logrado confeccionar una sentimental melcocha casera, eso sí: típicamente camagüeyana, en la cual parece querer demostrar que, sin salir de Camagüey, Severo ya sabía todo lo que aprendió en París. Sujetos de tercer orden descuellan como si fueran intelectuales de primera importancia por haber recibido, como obedientes funcionarios que fueron, los honores de la cultura oficialista en su momento de gloria. Poetas de exigua obra son considerados injustamente ignorados gigantes de la literatura mundial. En fin, toda la gama de disparates que el grotesco egocentrismo con que una despistada hermana menor logra velar el real talento de este “interesantísimo, aunque tan difícil de leer” autor de vanguardia, están presentes en estas insípidas páginas.
   La obra de Severo Sarduy se estudia en varias universidades americanas como siendo uno de los más brillantes representantes de la sofisticación más exquisita del momento en el cual la literatura se convirtió en puro experimento formal, sin relación alguna con un eventual lector y sin tener ni la más mínima intención de contenido afectivo o humano.
   Como podrán ver; nada que ver con el camagüeyanito modoso y convencional en el cual Mercedes nos trata de hacer creer. Que parece que al morir todo artista o escritor sirve de monigote a quienquiera manipularlo a su conveniencia. La mojigatería política más insignificante sirve de papel de celofán para envolver esta empalagosa melcocha familiar. Pero aún así, al coger el libro entre las manos los dedos se nos quedan pegajosos.

(Poco Severo. Café Fuerte, noviembre 2013)