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Monday, November 30, 2015

Heberto Padilla vs. Guillermo Cabrera Infante (2)

¿Y a quién defendí yo? Yo defendí a Guillermo Cabrera Infante. ¿Y quién era Guillermo Cabrera Infante, que todos nosotros conocemos? ¿Quién era y quién había sido siempre Guillermo Cabrera Infante? Guillermo Cabrera Infante había sido siempre un resentido, no ya de la Revolución, un resentido social poe excelencia, un hombre de extracción humildísima, un hombre pobre; un hombre que no sé por qué razones se amargó desde su adolescencia y un hombre que fue desde el principio un enemigo irreconciliable de la Revolución. Y yo no era ajeno a esas características de Guillermo Cabrera Infante. Y lo primero que hice fue defender a Guillermito, que es un agente declarado, un enemigo declarado de la Revolución, un agente de la CIA, defenderlo contra Lisandro Otero. Defenderlo ¿por qué? Defenderlo en nombre de valores artísticos. ¿Y qué valores artísticos excelentes y extraordinarios puede aportar la novela de Guillermo Cabrera Infante, Tres Tristes Tigres? ¿Qué valores excepcionales, qué contribución excepcional a la literatura puede aportar ese libro que mereciese que yo aprovechase esa ocasión que me brindaba El Caimán Barbudo para atacar a un amigo entrañable?
(...)
   A mí me gustaría que Guillermo Cabrera Infante no fuera un contrarrevolucionario, y me gustaría que su talento estuviese al servicio de la Revolución. Pero, como decía Martí, la inteligencia no es lo mejor del hombre. Y si algo yo he comprendido entre los compañeros de Seguridad del Estado, que me han pedido que no hable de ellos porque no es el tema el hablar de ellos sino el hablar de mí, yo he aprendido en la humildad de estos compañeros, en la sencillez, en la sensibilidad, el calor con que realizan su tarea humana y revolucionaria, la diferencia que hay entre un hombre que quiere servir a la Revolución y un hombre preso por los defectos de su carácter y de sus vanidades.

(Intervención en la UNEAC, Casa de las Américas, Nos. 65/66, 1971)

Friday, November 27, 2015

Duanel Díaz vs. Rafael Rojas (2)

Hace un tiempo escribí una reseña muy crítica de La vanguardia peregrina; tres meses después su autor sacó una breve nota donde la tachaba de “diatriba”. En principio pensé no responder, pero al ver cómo Rojas insistía en defender, a golpe de falacia, su libro indefendible, le repliqué largamente, con argumentos razonados y abundantes citas. Sólo unos días después Rojas ha sacado una reseña –aunque más bien se trata de una nota- sobre mi último libro, recién publicado por Verbum. La consecuencia entre esta nota y la crítica aparecida en este blog es evidente. Rojas ya no intentará más defender La vanguardia peregrina; ahora va a por La revolución congelada. Su corneta ha tocado a degüello…
   Hacia el final de la nota, Rojas dice que no va a imitarme, pero su discurso en algo recuerda al mío. Yo digo que su libro no es en realidad orgánico; él dice que el mío no es orgánico. Yo digo que la idea central de la “vanguardia peregrina” es espuria; él dice que mi idea de “revolución congelada” es fundamentalmente errada y muy cuestionable. Yo digo que le falta rigor en el trabajo con el archivo y con la teoría; él dice que en mi libro, más que imprecisión, hay “amalgama conceptual”. Yo digo que a prosa le falta sorpresa, fuerza y gracia; él dice que no tengo “voz ensayística”. Yo digo que “La prole de Virgilio” es un ensayo superficial, él dice que la crítica que hay en La revolución congelada es “en extremo superficial”. Yo afirmo que sus últimos libros (de tema cubano) son peores que los primeros; él no dice, pero sugiere que mi ultimo libro es el peor de los que he escrito, pues los anteriores no le merecieron una opinión tan desfavorable. Puesto así, parceríamos dos niños mentándonos nuestras respectivas madres durante el recreo, o dos políticos españoles echándonos en cara la corrupción: “-¿Qué me dices de los millones de Bárcenas en Suiza?, -Acuérdate de los EREs de Andalucía…”
   Pero hay una diferencia; en el discurso de Rojas faltan, una vez más, citas del libro criticado, argumentos, demostraciones. Rojas me imita en la forma, pero no en el contenido. De ahí ese regusto a cascarón vacío que deja su nota; falto de cimientos, todo el discurso está a punto de venirse abajo; quitando la intención de citicar lo más posible mi libro, poco queda. La crítica de Rojas es, para decirlo en términos que recuerdan a nuestros años sesenta, puro voluntarismo. Él, que me reprocha usar un lenguaje violento, recurre ahora a la ultima ratio regum, pero se nota su falta de convicción. ¿De veras cree que “el aporte de este libro, junto a otros que están renovando las visiones sobre la realidad insular, en los años 60 y 70, es menor”? Con su nota sobre La revolución congelada Rojas sólo ha demostrado dos cosas; que no tiene cómo refutar mis críticas a La vanguardia peregrina, y que no es capaz de articular una crítica coherente de La revolución congelada.
   Una vez más, los argumentos eran necesarios, porque hay que respetar un poco a los lectores, a los de hoy y a los de mañana. Lo escrito, escrito está: ambos libros están ahí, cualquiera puede y podrá leerlos y cotejarlos con las respectivas reseñas, juzgar donde hay razón y donde no. No obstante, me toca una vez más refutar a Rojas, y lo haré con detenimiento, flema incluso. Porque sé que La revolución congelada no es ese amasijo de citas incoherentes e ideas anticuadas que dice él, su crítica no me ha sacado del paso. Si Rojas ha subido el tono de su discurso; yo rebajaré el mío. La nota de Rojas tiene que ser breve, no porque su autor carezca de energía (sabemos que ha escrito no pocas páginas sobre libros insignificantes) sino porque sólo se fundamenta en la autoridad; quien está autorizado no tiene que dar explicaciones. La mía tiene que ser larga; todo lo favorece a él: curriculum, nombre, poder…
   Si mi idea de la crítica es, como afirma Rojas, “agonística”, su idea de la crítica es diplomática, yo diría que política, en el sentido populista del término. “Todo el mundo tendrá televisores”. Rojas ha mencionado y reseñado en buenos términos a cuánto escritor o crítico cubano hay –con algunas excepciones, claro. Que sale un libro en Cuba, él lo mencionará muy pronto. Que en el exilio, también será comentado, siempre con generosidad; cuando haya una crítica, vendrá la palmadita en el hombro. El tono es por lo general de bonhomía. ¿Quién dijo que la cubanidad no es amor? Rojas reparte a manos llenas capital simbólico bajo la especie de reseñas, notas y menciones de todo tipo. No importa que la lectura sea superficial, que la mención sobre; lo que importa es marcar el terreno, agrimensar. Ese capital simbólico crecerá, conformando una especie de blindaje de su obra, una predisposición positiva. ¿Cómo enfrentarse a la Bondad? ¿Cómo decir que aquel que quiere incluirnos a todos y para el bien de todos no escribe tan bien, no es tan riguroso con el archivo cubano, no es tan sagaz en su “uso” de la teoría? 
   Si lo ponemos en términos duelísticos, él es caballero con armadura y todo; yo voy a pie y descalzo. Por eso tengo que esforzarme más, no me queda otra que convencer a los lectores, esa única opción de la que él prescinde una y otra vez. Mi crítica ha de legitimarse en sí misma, lo cual está, por cierto, en plena concordancia con el linaje moderno, ilustrado, de esta actividad intelectual; porque la crítica no se legitima en “estudios de filosofía e historia” ni de ninguna otra clase, ella misma debe probarse una y otra vez. Nunca le he reprochado a Rojas, como alguna vez han hecho otros, que se meta en la crítica literaria en vez de quedarse en su terreno, que sería la historia y la filosofía; ahora él me reprocha querer “importar” para la crítica literaria “grandes temas de la filosofía y la historia”, como este si fuera un coto vedado, exclusivo. Quien reclama ser, no ya moderno, sino muy actualizado, debería abandonar esa idea patrimonial del saber; tener claro que el conocimiento no está dividido en finquitas que cada cual cultiva sin saltarse la cerca vecina, y que cuando nos sentamos a escribir, somos absolutamente iguales, no importa que uno haya estudiado “filosofía” y el otro “filología”; ni el uno es filósofo ni el otro filólogo. Lo que importa es lo que salga de ahí, el resultado, lo escrito.

(¿Qué ha tocado ese? Nueva refutación de Rojas. Blog Cuba: la memoria inconsolable, septiembre 2014)

Thursday, November 26, 2015

Juan Abreu vs. Abel Prieto

Hoy leo una entrevista con Abel Prieto en El País. Lógico, me digo, lo mismo que entrevistaban a los ministros y asesores de Pinochet y Videla en su momento. Y El Sexto no existe, claro. Ah, la prensa española, siempre tan fidelista y tan mierdera. Véanlos revolotear como putas ansiosas y luciendo sin el menor pudor su desprecio habitual por las víctimas del castrismo.
   Yo por mi parte leer la entrevista y aumentar mis condiciones para regresar a Cuba, ha sido lo mismo. Ahora Prieto no sólo ha de estar a cuatro patas con el culo al aire al bajar yo del avión para poder propinarle algunas patadas en el culo, sino que, y esto es innegociable, tendrá un trozo de caña de azúcar (más de treinta centímetros para que la loca no se sienta frustrada) insertado en el ojete al momento de recibir las patadas. Y estoy sopesando también, para que lo sepan, darle algún papel a Mauricio Vicent en la ceremonia de mi regreso. Hasta ahora no lo había pensado porque es tan feo y desculado el pobre que temo que me arruine la coreografía. Pero.
   Nos vemos de aquí a quinientos años decía nuestro pequeño grupo en Cuba (citando creo que a Proust) cuando hablábamos de la importancia de hacer nuestro trabajo y no rendirnos jamás ante una dictadura que produce oportunistas, cómplices, cobardes, canallas, esbirros, lameculos y miserables tanto aborígenes como extranjeros en cantidades colosales.
   Eso. Nos vemos de aquí a quinientos años.

(Blog Emanaciones, junio 2015)

Wednesday, November 25, 2015

Jorge Ferrer sobre “Lobas de mar”, de Zoé Valdés

Zoé Valdés llega a Lobas de mar tras un harto publicitado paseo por la «crónica del desastre». Desde la publicación de La nada cotidiana (1995), novela en muchos sentidos inaugural y pieza fundamental de la más importante narrativa cubana de la década de los 90, no ha dejado de prodigarse en libros dispares, sumando por igual aciertos y desaciertos, y debiendo a los lectores el favor que le ha ido negando progresivamente la crítica. (Esta misma revista, por ejemplo, no ha estimado pertinente reseñar ninguno de sus muchos libros de los últimos seis años, según compruebo ahora mismo en sus índices). Lobas de mar viene a cerrar ese ciclo. Se advierte una voluntad de Kehre desde el primer párrafo; se anuncia ya antes, con la elección de una historia tan ajena a las aguas en las que la prosa espontánea y desmañada de Valdés venía navegando con suerte cada vez más incierta. Cabe felicitarla por no haber tomado el camino más fácil para emprender esa conversión, por haber afrontado el reto de elegir una historia bien conocida y, en menor medida, que en ello el tino no pasa de una nota rasante, por haber hecho un importante esfuerzo para articular una lengua de época, que seguramente convencerá al lector no habituado a comprar libros antiguos —el lector medio al que aludíamos incluye entre las piezas de bouquiniste a todo libro publicado antes de, digamos, la primera guerra del Golfo.

(Nudos marineros. Encuentro de la cultura cubana, Nos. 30/31, otoño-invierno, 2003-2004)

Tuesday, November 24, 2015

Armando Añel vs. Roberto González Echevarría

Los reconocimientos culturales en Cuba –premios, homenajes, etcétera–, no lo olvidemos, se otorgan bajo supervisión y con la autorización expresa de militares, y de militares con las manos manchadas de sangre (sobre todo los reconocimientos “importantes”). Claro que, paradójicamente, cuando un extremista de la moderación lee esto de “manos manchadas de sangre” inmediatamente acusa a quien lo escribe de extremista. Tal vez porque se trata de todo lo contrario: Extremismo es despreciar o desconocer, en función de una construcción intelectual, el dolor y la situación concreta de las víctimas. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Porque los muertos, los encarcelados y los torturados por razones ideológicas en Cuba en estos últimos 57 años suman cientos de miles. No fueron, o no son, de cartón tabla, ni un “invento” de la CIA o del Departamento de Estado.
   En este sentido, aceptar un premio financiado y supervisado por una dictadura totalitaria como la castrista, con millones de muertos, familias divididas y ciudadanos desterrados sobre su conciencia –lo de conciencia es un decir–, y que sigue matando y provocando miseria y sufrimiento, constituye también, entre otras cosas, un extremismo. Extremista –-pongo otro ejemplo— es el académico Roberto González Echevarría, que acaba de aceptar el Premio de la Crítica 2013 otorgado por el Instituto Cubano del Libro, dependencia del Ministerio de Cultura, dependencia del régimen de Raúl Castro, dependencia de la muerte y el terror. A fin de cuentas, lo de menos es si Miguel Barnet, actual presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y de la Fundación Fernando Ortiz, influyó para que le fuera entregado el galardón a Echevarría a cambio de favores anteriores –basta leer este artículo para que se entienda que no estoy lanzando pétalos de adormidera al aire–, o si la obra del premiado es realmente de envergadura más allá de los reconocimientos obtenidos fuera de Cuba (ya sabemos con qué eficacia funciona el tráfico de influencias en el mundillo de estos supuestos “pensadores”).
   La moderación extremista, o enfermiza, que caracteriza a un amplio sector de la mezquina “intelectualidad” cubana, tanto de dentro como de afuera, es uno de los elementos fundamentales que explican la permanencia en el poder, durante más de medio siglo, de un régimen genocida como el vigente en Cuba. Esta moderación extremista constituye una de las principales lanzas del llamado “intercambio cultural”, ese que le pone alfombra roja al neocastrismo a las puertas.  No nos engañemos más.

(Roberto González Echevarría y la moderación extremista. Neo Club Press, septiembre 2014)

Monday, November 23, 2015

Rafael Rojas vs. “La revolución congelada”, de Duanel Díaz

Ahora el crítico cubano Duanel Díaz reúne en la editorial Verbum varios ensayos, que constituyen el grueso de su tesis doctoral en la Universidad de Princeton, y titula el volumen tal y como Fehér nombró aquel clásico, en el año de la caída del Muro de Berlín y el bicentenario de la Revolución Francesa. Pero el sentido que Díaz da a esa expresión no se corresponde con el que le dio Fehér, a pesar de que, en una evidente manipulación del lector, Díaz sugiere lo contrario en las páginas introductorias de su libro.
   Para Ferenc Fehér, quien seguía en aquel estudio las ideas de Hannah Arendt, en su ensayo On Revolution (1963) –texto que, como hoy sabemos, estuvo motivado por un seminario sobre los “Estados Unidos y el espíritu de la Revolución”, en Princeton, cuya conferencia magistral corrió a cargo de Fidel Castro, en abril de 1959- la “revolución congelada” era, específicamente, el momento radical del jacobinismo y el terror, entre 1793 y 1794. Es con la Arendt de On Revolution, y no con la de On Violence, con quien dialoga el “ensayo sobre el jacobinismo”.
   Fehér coincidía con grandes historiadores revisionistas británicos o franceses, marxistas o liberales, como Georges Lefebvre, A. Cobban y Francois Furet, en que la revolución francesa no había sido un movimiento homogéneo ni continuo sino un proceso plural y zigzagueante que desembocaba en el imperio napoleónico, sin que este último régimen pudiera ser comprendido como la síntesis o la consumación de toda aquella experiencia histórica de 25 años, como pretendía el bonapartismo.
   La “revolución congelada”, según Fehér, no era, por tanto, toda la revolución o todas las fases de la revolución francesa, sino una en particular, la de los dos años jacobinos. Lo que se congelaba era un momento del pasado, que, por su extrema radicalidad se volvía una suerte de cápsula imaginaria, que se veía desconectada del presente y trascendida en el futuro de Francia y Europa. Díaz, en cambio, piensa que una revolución congelada es algo continuo e imperecedero, sometido a múltiples “peripecias” y “dialécticas” que garantizan su “conservación”.
   Piensa eso porque, además de tergiversar el sentido conceptual de Fehér, confunde, como es tan común en la opinión pública de la isla o del exilio, revolución con fidelismo o castrismo, socialismo o totalitarismo, es decir, confunde revolución y régimen. No sólo de una lectura del título y el subtítulo se desprende que lo que, a juicio de Díaz, garantiza la conservación simbólica de esa revolución son las “dialécticas del castrismo”. También en varios pasajes de las páginas introductorias y de los respectivos capítulos se percibe, ya no una imprecisión, sino una amalgama conceptual, donde las fronteras entre lo político y lo simbólico intentan diluirse en una “estética”, que tampoco ha sido la misma en medio siglo.
   Si a lo que Díaz se refiere es a la usura simbólica del “entusiasmo” revolucionario, en los 70, 80 o 90, por parte del poder, tendría que reconocer que dicha usura no se centró especialmente en el momento más radical o jacobino de la Revolución, que podría enmarcarse en la Ofensiva Revolucionaria (1967-68), ya que, para empezar, la institucionalización y la sovietización en los 70 respondieron a una simbología y una estética diferentes, en las que la propia figura del Che Guevara quedaba bastante desdibujada. Por otra parte, en los 80, 90 y principios de los 2000, esos mecanismos de reproducción simbólica de la legitimidad estuvieron mucho más concentrados en la persona de Fidel Castro, que en una nostalgia por los 60.
   De hecho, el Moncada, el Granma, la Sierra, es decir, los hitos de la insurrección contra Batista, en los 50, han sido siempre más importantes, para esa usura simbólica, que la Nueva Izquierda y los 60, que, por otra parte, Díaz no capta en su verdadera diversidad ideológica. La historiografía sobre la Nueva Izquierda se ha renovado extraordinariamente en los últimos años, reconstruyendo la pluralidad constitutiva de aquellas prácticas y discursos. A pesar de ser un tema clave en su libro, Díaz no repara en esa renovación del campo y se relaciona con ese archivo desde ideas anticuadas y hasta prejuiciadas.
   Dice en algún momento Díaz que el carácter “congelado” lo comparte la cubana con otras dos revoluciones, la francesa y la rusa. ¿Cómo? ¿No está bastante establecido en la historiografía que la revolución rusa fue más homogénea que la francesa o la mexicana, que, en sí mismas, fueron varias? Precisamente, una idea emparentada con la noción de “revolución congelada” sería la trotskista de “revolución permanente”, pero ya para fines de los 20 Trotski pensaba que no era esa lógica, sino su negación, lo que se arraigaba con el estalinismo. La variante mexicana sería la tesis de la “revolución interrumpida” de Adolfo Gilly, quien veía el zapatismo como equivalente del jacobinismo en México.
   La equivocada interpretación de Díaz, en resumidas cuentas, reproduce el mismo lugar común del discurso oficial –que la revolución cubana sigue viva, aunque sea hibernando-, pero formulado desde una perspectiva crítica. Una crítica, huelga decir, en extremo superficial, con muy poca inmersión en la historia intelectual y en la filosofía política, que serían dos áreas del saber ineludibles en un libro como este. Y el problema radica, precisamente ahí, a Díaz le interesa importar grandes temas de la historia y la filosofía, desde la crítica literaria, sin tomarse el trabajo de documentar su libro teórica e históricamente.
   Hay páginas enteras de este libro, como el lector puede comprobar fácilmente, que son sucesiones interminables de citas de Claude Julien, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Frantz Fanon, sin una rearticulación mínima del repertorio intelectual de aquellos pensadores franceses y el contacto -o la tensión, que también hubo- de sus ideas con el fenómeno cubano. A falta de una verdadera interpretación personal de esa conexión, Díaz se limita a glosar con extrañeza aquellas ideas libertarias de los 60, atribuyéndoles una especie de fascinación patológica con la violencia o la dictadura en el Tercer Mundo.
   En otro momento del libro se mezclan festinadamente las ideas liberales de Arendt y Fehér sobre la revolución con el neomarxismo de Alain Badiou, cuyos conceptos sobre “lo real”, “el evento”, la historia del siglo XX o, específicamente, el comunismo, no se avienen con pensadores como aquellos, que llegaron a sostener que el jacobinismo era un antecedente del totalitarismo comunista y el “socialismo real”. Esos guiños al neomarxismo parecen epidérmicos, determinados por los rituales de la etiqueta académica y no verdaderas apropiaciones intelectuales.
   Es curioso que el autor de un volumen como La revolución congelada. Dialécticas del castrismo (2014), presuma de escribir “libros orgánicos”. Son tantos los temas que se tratan aquí –la izquierda francesa, el hombre nuevo, el turismo revolucionario, la cultura de la violencia, la novela policíaca, el kitsch socialista, el discurso de las ruinas, la fotografía del "periodo especial", los “dos cuerpos del rey”…- que es difícil extraer alguna idea rectora, fuera de la muy cuestionable de una “revolución congelada”. Esa dificultad se duplica por el cúmulo de transcripciones textuales, la falta de una voz ensayística y la reproducción de no pocos estereotipos ideológicos.
   Casi todos -o todos- los temas aludidos en este libro ya han sido trabajados, con mayor rigor, originalidad y soltura, por académicos o ensayistas, que no siempre están debidamente citados o referidos. Es una limitación recurrente de Díaz, que se lee desde su primer libro sobre Jorge Mañach, y que tampoco está ausente en otros dos posteriores, Los límites del origenismo (2005) y Palabras del trasfondo (2009). Y esos escamoteos tienen su origen en una idea estrictamente agonística del trabajo intelectual, donde predomina la retórica de la diatriba, sea contra Mañach, contra Orígenes -o, más bien, cierto “origenismo” que deliberadamente confunde con esa revista y los poetas que la editaron- o contra los tantos escritores que enjuicia como “cómplices del régimen”.
   No voy a imitar a Díaz, diciendo que su último libro carece de valor. Como el anterior, que critiqué en este blog hace cinco años, este también participa del campo revisionista que se está abriendo en el análisis de la Revolución Cubana, sobre todo en la academia historiográfica y en los estudios culturales en Estados Unidos. Pero el aporte de este libro, junto a otros que están renovando las visiones sobre la realidad insular, en los años 60 y 70, es menor. Algunos de sus aciertos, como el análisis de la novela policiaca, pierden visibilidad por esa superposición mecánica de citas y glosas y por el abuso de una lectura ideológica de la literatura.  

(¿Revolución congelada? Blog Libros del Crepúsculo, septiembre 2014)

Friday, November 20, 2015

Ramón Fernández-Larrea vs. Hilarión Cabrisas (2)

Jamás de los majases he dudado del esfuerzo sobrehumano que tienen que hacer los poetas para trasladar a imágenes los sentimientos. Y si lo que hacen les sale cantarino, tintineante, cascabelero y rimado, el esfuerzo es doble, aunque a todos les parezca hecho con facilidad. La felicidad no es fácil, y la rima menos. Cuando un poeta se arrima a la rima, baja de peso, siempre que sea un poeta que intente no repetirse. En el caso de otros, como usted, que tenía un vademécum repleto de vírgenes a mano, y que fue capaz de enyuntar "nexo" con "sexo", ya hay suspicacias de por medio, aunque existen también los suspicaces de por miedo.
   He pensado mucho en usted durante toda una semana. Sé que lo dejé arrodillado, solo ante el peligro, a punto de practicar una acción entre poética y erótica con la lengua española, para fijar y dar esplendor, y quizá hasta para sacar brillo a una fruta femenina que se le brindaba, húmeda e hirviente. No sé si lo haría con asco o con placer, o por sentido del beber, ya que por declaraciones versátiles suyas —es decir, hechas en verso— le acomodaba más besar frentes virginales, marmóreas, serenas, que una vulgar vulva en su apogeo.
   La culpa es suya. Por ese poema les conoceréis, o le conocieron tanto en la Isla como por el otro, intitulado La lágrima infinita, empatados ambos los dos en el fervor popular, aunque con ligera ventaja del erótico sobre el triste. Total, tristes había montones. Había molote entre desgarrados y dolientes, quejosos de toda laya y llorosos de prosopopeya. Por eso su poema del hombre que se arrodilla frente a una calentorra para sorberle hasta el agua de la lavativa, marcó con fuego a toda una generación de hombres serios y pacatos que, memorizando clandestinamente esos versos, le adoraron por atrevido.
   Es el que describe un piadoso cunnilingus, orgánico y nada orgiástico; un soneto carnívoro, un recuerdo velado y desvelado, revelado y rebelado en una primera —¿única?— comunión personal. Se titula Mi primera comunión, a la que, no obstante algunas imágenes fulgurantes y ciertamente de lo más picantoso de la época, califica luego de "perversa". Debió ser por la artritis, o porque la "ardiente gozadora" no tenía en la herida sangrienta de su sexo una higiene de primera, como para quedarse por allí una temporada.
   Quizá no estaba desinfectada correctamente. Algo me da que la propietaria de aquella "carne tentadora ungida por los óleos de un aroma enervante" no se llevaba bien con el jabón. Ya lo describe usted más adelante cuando habla de que la susobicha tenía "entreabiertos los labios purpúreos de bacante", y, para rematar, también "sudoroso el sedante vellón de tus axilas". Con ese bejucal en el sobaco qué se puede esperar del marabuzal en las tierras bajas.
   Tal vez era todo más sencillo. Si la duración de esa absorción duró catorce versos no era por aversión suya a la explotación petrolera, ni al aroma a ciénaga de aquella berganta, sino a que era usted vegetariano, o alérgico a la carne ungida al óleo. No entiendo mucho el escándalo alrededor de esa obrita levemente libidinosa. Ya había anunciado su amor por Safo con versos tal vez procaces para su tiempo cuando dijo: "anhelo pecadora, tu lascivo contacto", donde, por imprecisa ortografía no sabemos definir muy bien si la pecadora era la poetisa de Lesbos o usted misma.
   Era lógico que, ante tanto salpullido erotizante, algo se consumara. Lo escribió de esta manera que analizaremos detalladamente cuando termine de succionar y la dama se dé un duchazo: "Me prosterné a tus plantas y abatí mi cabeza/ entre tus muslos: como un abate que reza/ te ofrendaron mis labios su erótica oración".
   Vamos a enderezarnos y a enfriar los ánimos, cosa difícil si una oración de ese tipo se realiza con asepsia mental. ¿Qué es eso de abatir como un abate? ¿El abate, abate, o bate su chocolate? Abatido es acción pesarosa, así que desde la forma verbal indica el ánimo con que se sumergía en el tremedal. Y de ñapa clava a un abate, no solamente por situación de extrema castidad, sino de manera descriptiva y física de la acción misma, además de prohibida, lo que hace el consumo de néctar vaginal más pimentoso, saleroso y olé.
   Recurre también a esa postura fraydilenta para disfrazar el hecho en sí, y hacerlo ambiguo, muy pillín, pícaro en su bola escondida, a pesar de que en estos abiertos tiempos escandalosos se me hace hilarante que alguien se arrodille delante de un horno de hembra a susurrar o murmurar. Para eso hay cabinas, locutorios, teléfonos públicos. Si usted lo que pretendía era hablarle a aquella incendiada frutabomba pudo haberla llamado por teléfono, que le evitaba la lumbalgia.
   Para declarar, por escrito y públicamente, que hubo coito lingual, lengüetazo en el idioma crudo de los alrededores de Bayamo, se refugia en un malabarismo incomprensible, un tropo tropical que huele a misterio del interior y al mismo tiempo confunde a los abstemios vulvares cuando dice, describiendo el acercamiento de bembos: "ávidos se anidaron en un íntimo nexo", que puede ser un pie de foto excelente para el restablecimiento de relaciones entre la República de Cuba y Gabón, con abrazo ministerial incluido.
   Qué es eso, Hilarión. Se dejó llevar por el pudor a la hora de atornillar, de abrir compuertas, de rematar al toro por los cuervos. Y ahí patinaban nuestros abuelos. Los imagino en los cafetines de la época, como el Café Pasaje, frente al Capitolio Nacional, templo de su preferencia, recitándose el poema de marras a soto voce, con los ojos brillantes, y pasando por alto este verso crepuscular y decisivo que no entendían en la forma pero sí en el supuesto. Los evoco debatiendo con los limpiabotas, y preguntándose al borde del betún: "Pero el hombrín, ¿mamó o qué?", aunque todos sabían que no cabía o qué posible, porque era la primera vez que se rimaba en territorio nacional, poéticamente, la consumición de un hecho íntimo.
   Ese ha sido uno de sus innegables méritos: llegar a lo físico. Fue usted un fisioterapeuta del verso, y ese poema, donde describe a la volcánica peuta esperando la fisioterapia bucal, fue un jalón supremo de nuestras letras. No hay que bucal mucho a posteriori para descubrir cómo el verso heroico sepultó tales temas. Es difícil declarar que alguien le hace una felación al Titán de Bronce, o que sodomiza a un mártir de la patria por muy despampanante hembra que haya sido, que en siendo pocas, las hubo: madres mamantísimas, amas de casa delicadas, amantes perfectamente ardientes que el mal olor de la política y la lucha social echó a perder.
   Es cierto que le perdió la rima y la facilidad de acordes con que escribió para que se acordaran de lo escrito, pero no hacía más que cumplir con un reclamo martiano: "sólo el amor engendra melodías". Así que se puso usted a engendrar libros de versos a diestra y siniestra, a parnasiar, llenando hasta diez cuadernos inéditos de faunos, sátiros, vestales, nácares y palmípedos, en versos alegóricos y de barniz demoníaco, que le calentaban las pantorrillas a aquellas damas de la época tan dadas a esconder en público los despelotes privados. Y fue poeta de salón.
   Si se hubiera limitado a los juegos florales, bien. Si sus versos hubiesen pasado de mano en mano, o yaciesen en el regazo de jóvenes imberbes y soñadoras, mejor. Qué otro destino buscaban si no conmover con su sonido perfecto de cajita de música, y darle argumentos a los viriles curdas de los bares del puerto para crucificar a una mala madona, justificando que los hombres machos no lloran, a pesar de lo infinito de su lágrima, con esos versos finales de su otro poema famoso: "Ésa… no la verás, porque en la calma/ de mis angustias, se ha trocado en perla!/ Para verla hace falta tener alma;/ y tú, ¡no tienes alma para verla!
   No quedaron ahí sus creaciones y, a pesar de que no tuvo culpa directa, sucedió con ellas algo más perverso, satánico, imperdonable: aparecieron los declamadores. En la radio proliferaron tipos macabros con voces profundas y engoladas, voces de útero, voces tronantes y acarameladas, que le sonaban un verso suyo al pinto de la paloma creyendo que así contribuían a la propagación de la especie humana. No hubo pareja que no le tuviera por padrino poético. No hubo carta que no le fusilara alguna rima para mima, una imagen edulcorada, un versículo de cubículo. No existió sitio en el dial en que no aparecieran, al borde de la penumbra, aquellos declamadores que parecían sufrir masticando la cadencia de sus versos.
   ¿Cómo recordar con decencia un amor, si sus inicios fueron marcados por la voz depredadora de uno de esos voceros de su obra? ¿Cómo mirarle a la cara, al cabo de tres años, sin que retumbe en nuestra memoria la cavernosa dicción de uno de esos amables amenizadores de intimidad, diciendo, con musiquita de fondo o fondillo musical: "planta parásita como la hiedra/ que trepa al corazón y lo consume…"? ¿Cómo ver al cardiólogo y explicarle que uno tiene en el alveolo algo de hiedra? ¿Dónde escabullirse sin que nos persiga esa voz nocturna, declarando con impudicia de tenor acatarrado: "Yo soy la paradoja, la antítesis perenne…", con tantas paradojas orgásmicas que se hicieron nuestros abuelitos, recordando su poema del abate que se abate entre los muslos de una gozadora?
   Quedan. Perduran en algunas emisordas de habla hispana. Mantienen viva su poesía con sus guaraposas cuerdas vocales. Tengo, para su descargo, que esa vida que dedicó al amor y a la fraternidad, a su dolor personal y a tanta virgen loquita por desmameyarse frente a un pecador arrodillado, no le dejó meterse en temas más vulgares de poesía de combate. En definitiva, el eterno combate siempre ha sucedido en una alcoba a media luz, acompañada por el ríquiti ríquiti de un bastidor sin estirar y un colchón que se humedece de pasiones. Nunca he visto a uno de esos declamadores entarimado en concentración popular, enfebreciendo a la masa descocada, llamando a la lucha armada con versos suyos como: "piensa que si aún hay vida entre los muertos,/ te seguiré queriendo todavía".
   Habló sólo de amor, a su manera, lacrimosa e infinita. No mandó a nadie a la guerra, ni le jeringó las vacaciones a obrero alguno lanzándolo a la lucha armada o a la huelga. Trinó, desde su intimidad, sin intimidar, y ya eso vale. Su poesía queda en esos infames decidores de versos, que hacen como que se emocionan para emocionar, pero nada tiene que ver con la otra supuesta poesía de multitudes, la tribunicia. A esos otros sí habrá que llevarles a los tribunales.

(Carta a Hilarión Cabrisas [II]. Cubaencuentro, abril 2006)

Thursday, November 19, 2015

Zoé Valdés vs. Wendy Guerra (3)

Una de las Momias emblemáticas de la izquierda caviar ha salido en una foto sin enterarse siquiera, acompañado de una de sus tristes puticas plataneras. La Putica Platanera le puso su cuerpo en bandeja a la Momia desde los doce años —según ella misma se ha encargado de regar—, en tríos, cuartetos, y sextetos que nada tenían que ver con Ignacio Piñera. La Putica Platanera (…) no siempre fue escritora, no. Mimética como siempre ha sido, primero ansió ser poeta como la progenitora de esa plaga llamada Putica Platanera, luego actriz, después pintora. Tras tantos fracasos juntos y gracias a darle de mojar el mocho en forma de jicotea en su tintero o “chocho mal lavado” a la Momia con guayabera mexicana pudo entrar en la Meca del cine latinoamericano, la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños (ya me dirán ustedes qué tiene eso de Meca, pero así son las cosas que se inventan en Cuba, deberá ser el fanatismo religioso). Estudió allí y comió espaguetis con Coppola, que ahora nos enteramos que en lugar de dar clases a los estudiantes extranjeros, que pagaban sus estudios en divisas, bastante caro, por cierto, lo que recibían eran raciones de espaguetis hervidos por Coppola; qué simpático, qué provechoso, qué útil para un cineasta.
   Pese a todas sus triquiñuelas y traquimañas, la Putica Platanera, singante donde las haya con informantes contra ellos mismos, no se hizo cineasta, qué va, pero de todos modos llegó a realizar un documental. Y para colmo se le metió entre ceja y ceja, siempre mimética, el convertirse en escritora, novelista para más inri. Y ahí anda, folkloreando de lo lindo, envuelta en tules, celofanes, o sea, imitando lo que no llegará a ser jamás. Se atreve y cacarea que en Cuba el racismo no es “política” del “gobierno”, ah, vaya; ignorando a Orlando Zapata Tamayo, a Sonia Garro Alfonso, a Alejandro Muñoz, y a tantos negros que viven hacinados y acorralados en Cuba. ¿Habrá visto la película ‘Una noche’ de Lucy Molloy, ella que tanto se interesa en el cine? La Putica Platanera, como la ha llamado un amigo, dictamina, como buena comisaria tapiñada que es, que sólo se puede escribir de Cuba desde Cuba. Rectifico, sólo se puede escribir del castrismo desde el castrismo, que es lo que ella hace. Y de tal modo la invitan a los Festivales y Ferias del Libro, les producen películas a ella y a otros tapiñados del castrismo. Pero claro, ella les lleva ventaja, ella se sacrificó en cuerpo y alma, de manera vehemente, aliviándole la “pingustia” (la palabra es de la Putica Platanera, no mía) a la Momia en guayabera.
   Yo pregunto, ¿es eso la literatura? Claro que no. Y otra pregunta: ¿por qué de las películas basadas en novelas de escritores cubanos no hay ni una sola inspirada en un escritor cubano del exilio?  Que yo recuerde, el cine chileno, el argentino, el boliviano, todas las películas que se producían en Cuba, y hasta los clavos de Glauber Rocha (confieso que a mí me gustaban estando en Cuba, pero ahora ya es otra cosa, las he visto todas de nuevo y no sé qué clase de chícharos comía yo que me permitían entender y admirar semejantes bodrios), post-producidas en Cuba, con el dinero del pueblo cubano, eran películas contestatarias, en contra de las dictaduras, basadas algunas en obras de escritores exiliados. No creo que la Putica Platanera ni la Momia puedan ofrecer alguna explicación al respecto, de por qué no se producen películas basadas en los libros de escritores cubanos exiliados; de ninguna manera, ellos forman parte del entramado, de la intriga, de la componenda, en una o dos frases: de la traición al pueblo cubano, de la estafa a los lectores y futuros espectadores. Allá ellos, yo como no soy ni lo uno ni lo otro…. Además, mi médico me prohibió el chícharo.

(La Momia en guayabera y la Putica Platanera. Blog Zoé Valdés, diciembre 2013)

Wednesday, November 18, 2015

“Tirofijo” vs. José Kozer

Repaso los libros de José Kozer y no encuentro un verso que suene a verso. Regreso a ellos pensando que puedo estar equivocado y sigo sin encontrar el verso que suene a verso.
   Desterrados están de su escritura la música, el sentido, la palabra que cautiva y la sensibilidad indispensable. En pocas palabras: todo lo necesario para escribir un poema... aunque no sea un buen poema.
   José Kózer escribe sus textos como quien dicta recetas de cocina para principiantes golosos. Intento seguir su lectura pero es imposible: demasiado limo en su antipoesía. Pongo, de ejemplo, esta línea suya y pienso en el descalabro que la puja:

   "en su yegua con sus numerosas navajas barberas a raspar las cabezas o cepillar algún mueble cuyas virutas traerían a la memoria los años de abundancia en que el caracol echaba de sí grandes multiplicaciones".

   Y no es el único descalabro. Los hay peores. Peores. Todo un catálogo interminable. Habría que tacharle aquí -como en casi toda sus redacciones gramíneas- esa traducción malísima del peor Lezama (sin las honduras ni los misterios del maestro de Trocadero, que conste) que hacen de Kozer un "epigonal cascabelero" sin monstruos, ni razones, ni sueños. Si acaso dudas, aquí cito otro texto:

   " Pues sí: era otra época y un coro de muchachas vigilaba las teteras (bullir) los eucaliptos (bullir) la mejorana y un agua digestiva (mentas) aguas (...) tranquilo (por fin) tranquilo..."

   O este otro:

   "ni el cable trasatlántico (letras) que atizan los gorriones boquiabiertos"

   Y boquiabierto se queda uno (acto amorfo) con el cable (¿comerse un cable?) trasatlántico y con los gorriones. El uso de los paréntesis en Kozer (pienso) que debe esconder (quizás) alguna aberración intertextual (ad hoc) para reflejar (extraer) al acutángulo (piadoso) del sentido. En fin (termino) con el paréntesis. Sé que hay otro texto de él que habla de bujías u órganos activos entre la arborescencia pero mejor dejémoslo ahí: la semántica no puede con tanto.
   Pero hasta a los malos poetas -o a aquellos que así se llamen- uno se acostumbra, como al precio de la gasolina. Lo curioso ya no es eso; lo curioso es que poetas como Damaris Calderón, Ricardo Alberto Pérez, Antonio José Ponte, Reina María Rodríguez, etc., etc., admitan que Kozer “es la cosa”. Esta suerte de "elogio de la ceguera" sí me interesa. Es un fenómeno. Ojala alguien se anime y me explique este arte de intubación que todavía no entiendo. Muchos de ellos han entrado al "alfabeto" Kozeriano y han recibido, en pago, su influencia calcárea.
   Ricardo Alberto Pérez, desde su Oral-B, reza:

“La babosa no precisa menstruar
va fundiendo
en el mundo
esa sustancia que establece
con recta disposición".

   Reina agrega: "Yo, de verdad, quería comerme las galaxias"

   Y hasta Ponte, que sin dudas muestra buenos poemas y excelentes cuentos, se atreve a escribir algo así como:

" Muerta como una reina en mala colchoneta,
debió meterse por un olvido mío".

   En fin. No hay mucho que decir. Un amigo cuenta que Kozer ha confesado en Miami que escribe “mas de 365 poemas al año” pero aclara que no se trata de “un poema diario”, claro: hay días en que escribe “tres o cuatro” y otros en que descansa.
   Este es un fragmento de "Liminar: la poesía de José Kozer" del crítico Reynaldo Jiménez. Si alguien lo entiende que lo explique. Se los dejo de tarea.

"Al cuidadoso contacto con la palabra, danza el destino consentido: liberación celebrante de la conciencia que, en su transmutarse verbal, toma por las astas a la lectura y asalta hasta los escondrijos más indelicados y sobrepuja a otro nivel de entendimiento. Es allí, y no en reposados escenarios, que la poesía es algo que acontece como meditación, a salvo de toda actitud o postura premeditada. La action writing kozeriana refleja, multifacética, la lentísima paciencia inspiradora. A medida que se articula(n) la(s) escucha(s), el rumor desatado aglutina en su insistencia una saga de intimidades, una sarta de koans donde la gesta heroica no ha cesado, aun como gesto supérstite de aprendizaje, y anuda para desenlazar, con renuevo, los prestigios acezantes de la lengua. Lo singular participado, lo insignificante (por ínfimo a la luz de abolidas jerarquías), lo despreciado (por temido al no confortar, al hacernos confrontar la intemperie tras fronteras), otorgan resonancia conmovida en la variedad integradora."

(¿Qué Kozer es esto? Blog Tirofijo, junio 2008)

Tuesday, November 17, 2015

Carlos M. Alvarez vs. Luis Pavón

Su amarguísima estela como Presidente del Consejo Nacional de Cultura, desde el propio 1971 hasta 1976, devoró cualquier otro rostro. Su encomiable labor de custodia, su rol protagónico en la depuración estalinista del arte y la literatura cubana de la época, tienen un nombre, y este nombre encierra un concepto. El nombre es el pavonato. El concepto es la censura y la opresión, la humillación moral y el aislamiento físico.
   Con el argumento del socialismo, del pueblo y de la Patria, Pavón maniobró, y esa maniobra, a la vuelta, lo dejó sujeto al pavonato. Jamás pudo desprenderse de tan miserable legado. Cuando decimos Pavón, lo más probable es que recordemos a Arrufat, a Arenas, a Virgilio, a Lezama, las víctimas directas y más encumbradas del quinquenio y sus alrededores.
   Desde 1976, con su destitución como comisario cultural, Pavón desapareció. Fue diluyéndose en un provechoso olvido, hasta enero de 2007, justo cuando Impronta, el breve programa de la televisión nacional, dedicado a personas relevantes, decidió brindarle un espacio. En un acto canallesco, aceptó la propuesta. Le pareció que aún merecía un micrófono, y esto, finalmente, debemos agradecérselo. Gracias a su torpeza, y quizás a su egolatría y vanidad, hoy los cubanos con menos de cuarenta años sabemos quién es.
   La simple omisión habría sido recompensa suficiente. Pavón debió saber, o algún familiar debió haberle advertido que no aceptara la invitación de Impronta. Por su bien, no por el nuestro, alguien tuvo que haberle recordado su pasado infame, su rectorado homofóbico e impío, y el estropicio que provocó en la cultura del país. Pero no lo hicieron, y la resurrección de su imagen pública trajo una oleada de reacciones, un pavoroso grito unánime de nuestra comunidad artística y literaria.
   Más que la guerrita de los emails, y más que el posterior ciclo de conferencias sobre el quinquenio, impartido por algunos de los escritores que sufrieron oprobio y marginación, lo que nos demuestra o nos dibuja una idea más o menos exacta de la  magnitud del pavonato fue esa protesta inicial, espontánea, mezcla de miedo y ardor, de estupefacción y rabia. Como diciendo: “¿qué hace este hijo de puta de nuevo aquí?”.

(Pavón. Blog On Cuba, julio 2013)

Monday, November 16, 2015

Duanel Díaz vs. Rafael Rojas

Mal empieza Rafael Rojas cuando, en su respuesta a los críticos cubanos de su libro La vanguardia peregrina, afirma que la mía es una “diatriba vestida de reseña”. Diatriba, según el Diccionario de la Real Academia Española, es “Discurso o escrito violento e injurioso contra alguien o algo”; injuria es “Agravio, ultraje de obra o de palabra, Hecho o dicho contra razón y justicia”. Y nada hay de ello en una reseña que carece de argumentos ad hominem. Crítica acérrima, poco diplomática, pero crítica razonada, donde cada afirmación, en lo posible, se fundamenta con ejemplos. Hay una norma ética no escrita para este tipo de reseñas, que dice más o menos así: informa sobre el libro en cuestión y refuta lo que quieras, o lo que puedas. Es decir, además de dar opinión o emitir juicio, hay que ofrecer una descripción del objeto criticado que permita a los lectores formarse una idea del mismo. Mi reseña puede ser tachada de descortés, pero no de haberse saltado esta regla fundamental: centrándome en el meollo del libro, eso que el autor llama “la paradoja de aquella vanguardia peregrina” (p.25), cité casi diez veces a Rafael Rojas.
   A Rojas, en cambio, le gusta menos citar; prefiere tergiversar. Sólo tergiversando mi reseña la puede convertir en una diatriba, y sólo convirtiéndola en una diatriba logra saltarse la necesidad de refutar las críticas de fondo que le hago. Mi réplica ha de seguir, entonces, el camino contrario: voy a citar y recitar a Rafael Rojas. Sé que tanta cita va en detrimento de la elegancia de mi prosa, pero, como justamente señala Rojas, no soy ningún estilista; me interesa más abundar en mi razonamiento, desarrollarlo hasta el cansancio, para mostrar que con su conato de réplica Rojas no hace sino ponerse en evidencia, evidenciar su falta de razón. Mi mejor aliado ha de ser pues el propio Rojas, su libro La vanguardia peregrina, ese que los lectores del futuro, disipada ya esa neblinosa telaraña que entretejen Fama y Sede, podrán valorar con menos prejuicio.      
   Una cláusula le basta a Rojas para dar cuenta de mi reseña: "Si obviamos la abierta tergiversación -como cuando afirma que en el ensayo "Mariposeo sarduyano" se identifica el "barroco de la Revolución" de Sarduy con la ideología oficial cubana o con el propio régimen-, o el deliberado equívoco -decir que confundo "modernism" y "vanguardia", siendo todos los escritores que estudio posteriores y críticos del "modernism"-, o el evidente escamoteo -descartar que el 68 sea un tema del libro, cuando aparece, por lo menos, en cuatro de los ensayos, además de la Introducción-, el principal reproche de Díaz sería que La vanguardia peregrina y, de paso, otras dos obras anteriores, El estante vacío y La máquina del olvido, son libros desechables porque no son "orgánicos" y aparentan serlo."
(…)
   Descalificación, o casi, es afirmar, como hace Rojas, que “en sus últimos libros [Duanel Díaz], tampoco hace crítica literaria, ni historia intelectual sino interpretación ideológica de la literatura, aunque con frecuentes apelaciones neopositivistas al "error" o a la "equivocación" en el saber cultural.” No me queda claro qué es “interpretación ideológica de la literatura”, aunque entiendo que resulta una práctica de menos valor que la crítica literaria y la historia intelectual. Pero Rojas no explica, no especifica, no ofrece ni un ejemplo. Ya sé que no le gusta citar demasiado, pero cuando se hacen tales afirmaciones es necesario sustentarlas. Posiblemente con ese señalamiento se refiere a algo parecido a lo que los marxistas llamaban “sociologismo vulgar”, esto es, un tipo de exégesis que relega la forma de los textos para concentrarse sólo en sus contenidos ideológicos; una crítica filistea que desconoce la autonomía de la literatura y el valor estético.
   En su nota sobre mi libro Palabras del trasfondo, Rojas afirmaba, en este sentido: “En varios momentos del libro se tiene la impresión de que, para él, el valor literario de una novela o un poemario está determinado por su mayor o menor anticastrismo.” Allí Rojas mencionaba a Coetzee, a Mandelshtam  y a Solzhenitsin, pero de mi libro sólo ofrecía una breve cita que, como señalé en mi larga réplica (que puede leerse en la entrada anterior de este blog), estaba burdamente manipulada. Para responder legítimamente a aquella respuesta mía, Rojas hubiera tenido que señalar cuáles eran esos momentos donde yo apreciaba los textos literarios en proporción directa a su anticastrismo, hubiera tenido que poner algunos ejemplos concretos del reduccionismo que según él aquejaba mi discurso; hubiera tenido, en definitiva, que citar un poco de Palabras del trasfondo. Pero Rojas no replicó; seguramente ello lo hubiera llevado a sacrificar algo del brillo de su prosa. Visto está: él no suele citar mucho cuando escribe según qué notas y reseñas. Lo suyo es el name dropping.

(Crítica razonada, y con muchas citas, de Rafael Rojas. Blog Cuba: la memoria inconsolable, septiembre 2014)

Friday, November 13, 2015

Jesús David Curbelo clasifica las escuelas literarias cubanas

UNO: La escuela del realismo sociolista. (“Está compuesta por los autores que cultivan una poética apegada a los moldes artísticos del realismo y desprecian el resto de las modalidades escriturales. La mayoría de sus miembros ocupa puestos claves en editoriales, revistas e instituciones relacionadas con la promoción, y se comporta de manera implacable en la defensa de sus socios, incluso a riesgo de escándalo y las consabidas trifulcas que tal actitud genera. Esta academia patrocina un comportamiento acendradamente machista, y sus rivales también la llaman El Pene Club”.)

DOS: La mafia rosa. (“La principal característica de sus correligionarios es la homosexualidad […]. Sus acólitos están siempre en beligerante oposición a los círculos de autoridad delimitados por los realistas sociolistas. Defienden en su mayor parte la literatura fantástica y del absurdo, aunque muchos de sus libros giran alrededor del sujeto gay y las angustias que enfrentan en la búsqueda de un sitio en la sociedad y ante los ojos de Dios”.)

TRES: La colonia negra. (“Agrupa a los individuos de esta raza decididos a unirse para hacer valer sus derechos injusta y paradójicamente preteridos en una masa mestiza que anhela, a toda costa, pasar por aria, nórdica, eslava o latina, al decir de sus principales voceros. Las manifestaciones de su desacuerdo suelen ser bastante violentas desde el punto de vista cultural, y muchos los suponen capaces de llegar hasta la violencia física […]”.)

CUATRO: La escuela de las mujeres. (“Esta no es, de ningún modo, un colegio de señoritas, sino una entidad de feroz feminismo que preconiza el discurso genérico cual aparato para granjearse áreas de empuje sociocultural. Los jodedores de El Pene Club acostumbran nombrarla El Clítoris Hall, o Hell […]”.)

(Citado por Gilberto Padilla Cárdenas en OnCuba Magazine)

Thursday, November 12, 2015

Nicolás Guillén vs. Manuel Díaz Martínez

De lo anterior resulta algo bien extraño, a saber: que un periodista cubano, en un artículo sobre Miguel Hernández publicado en un diario cubano, aquí en Cuba, guarda silencio sobre sus compatriotas, a la hora de hablar de los amigos y afines extranjeros que tuvo aquel gran poeta español.
   Dándole vueltas al misterio, hemos pensado que quizá el aparente olvido sea ignorancia pura y simple. Acaso D.M. tomó los datos para su trabajo del libro de Elvio Romero “Miguel Hernández, destino y poesía”, donde no se habla (ni hay por qué) de la delegación cubana al Congreso.
   Sin embargo, luego terminamos por rechazar la hipótesis, pues en ese caso, el autor del artículo se habría referido de algún modo al autor del libro, y tampoco lo cita. Son datos tomados en otra parte, tal vez; bebidos en alguna fuente anónima.
   Lo grave es que quien a su turno los tome del compañero D.M., quedará convencido de que los escritores cubanos que se hallaban en la España del 37, no tuvieron el más leve contacto con Miguel Hernández, aquel joven puro que está sentado medio a medio de su pueblo, junto a Federico y Don Antonio. ¿Será verdad que así se escribe la historia, o al menos se aliñan y cocinan los reportajes?
   ¡Bah, pequeñeces! -rezongará el lector. Y nosotros le responderemos que sí, que tiene razón, que de eso se trata, de pequeñeces…

(Pequeñeces. Hoy, abril 1962)

Wednesday, November 11, 2015

Rafael Rojas defiende su libro “La vanguardia peregrina” de Ernesto Hernández Busto, Pablo de Cuba Soria y Duanel Díaz

Debo, por último, referirme a una distorsión puntual que leo en los comentarios, por demás, agudos, de Ernesto Hernández Busto y Pablo de Cuba Soria, y que aparece también en un texto de Duanel Díaz, en Potemkin, sobre La vanguardia peregrina, que dejo para el final, por tratarse, no de una reseña, sino de una descalificación. Ambos reseñistas reprochan que en el libro sea “incluido” Antón Arrufat como escritor de aquella vanguardia exiliada, sin ser un autor vanguardista ni exiliado. Pero es que Antón Arrufat no aparece nunca como autor vanguardista o exiliado en La vanguardia peregrina. Varias veces en el libro e, incluso, en el texto de contraportada, se dice que los seis autores estudiados son los aquí mencionados y en un momento se habla de un séptimo, Octavio Armand, que inicialmente pensé analizar, pero que por haber producido su obra más experimental, en los 80 en Nueva York, quedaba fuera del periodo que intentaba reconstruir.
   Antón Arrufat y su obra son comentados como piezas clave de la recepción de Virgilio Piñera en Cuba, un fenómeno que, a mi juicio, es buena muestra de la “diálectica de la tradición” en la cultura cubana contemporánea. El ensayo “La prole de Virgilio”, así como el excurso final, “El mar de los desterrados”, son los que desarrollan más plenamente los otros dos conceptos del libro -tradición y exilio-, por lo que me pareció conveniente incluirlos. Cuando se habla de Arrufat en el prólogo de La vanguardia peregrina es para señalar que en él encuentro una lectura de la tradición literaria nacional, con fricciones y armonías, semejantes a las que experimentaron algunos de los escritores exiliados en los 60. Hernández Busto y Cuba Soria tuercen el argumento, atribuyéndome presentar a Arrufat como un vanguardista más, en un plano de equivalencia estética con los otros escritores estudiados, lo cual nunca se sostiene o sugiere en el libro. Cuba Soria llega, incluso, a preguntarse, “si está Arrufat”, por qué no incluir también a otros poetas de la isla –algunos posteriores a aquella generación-, como César López, Rafael Alcides, Reynaldo González y Lina de Feria.
   Esas injustificadas demandas de inclusión o exclusión demuestran, una vez más, la ansiedad del canon que invade la crítica literaria cubana. Hay algo arcaico y tradicionalista en esa manera de pensar la literatura, aunque se exprese a través de la disputa por establecer quién es el escritor “más” o “verdaderamente” vanguardista. Es tal la ansiedad por canonizar que los temas específicos de un libro de ensayo sobre seis escritores cubanos –la errancia o el nomadismo en Tejera, el “mariposeo” post-estructuralista en Sarduy, la muerte y el sexo en Casey, Orígenes y lo "siniestro cubano" en García Vega, las meta-ficciones de Campos o el mecanismo poético de la lectura en Kozer- no se discuten. Lo que se discute, en resumidas cuentas, es quiénes, entre esos escritores, valen o no la pena según la soberana estimativa literaria del crítico.
   La misma distorsión, en relación con Antón Arrufat,  aunque expuesta en un lenguaje descalificador, cercano al libelo colegial, aparece en el texto de Duanel Díaz. Si dejamos a un lado el insulso reproche de “name dropping”, por parte de un académico que también cita y recita, se atiene a rígidos marcos teóricos y tampoco hace crítica literaria, ni historia intelectual sino interpretación ideológica de la literatura, aunque con frecuentes apelaciones neopositivistas al "error" o a la "equivocación" en el saber cultural. Si obviamos, agrego, la abierta tergiversación –como cuando afirma que en el ensayo “Mariposeo sarduyano” se identifica el “barroco de la Revolución” de Sarduy con la ideología oficial cubana- , o el deliberado equívoco –decir que confundo “modernism” y “vanguardia”, siendo todos los escritores cubanos que estudio posteriores y críticos del “modernism”- el principal reproche de Díaz sería que La vanguardia peregrina y, de paso, otras dos obras anteriores, El estante vacío y La máquina del olvido, son libros desechables porque no son “orgánicos” y aparentan serlo.
   El lector interesado puede ir a la nota de presentación de La máquina del olvido, donde se especifica que los ensayos ahí reunidos fueron publicados en distintas revistas iberoamericanas, o a la Introducción de El estante vacío, para comprobar que esos volúmenes se presentan como lo que son: libros de ensayos. La vanguardia peregrina, en cambio, fue pensada como un volumen orgánico –aunque no formalmente académico- y debo su idea, en buena medida, a Pío Serrano, quien en 2010 me invitó a escribir el prólogo de Huir de la espiral de Nivaria Tejera en la editorial Verbum, donde se expone el proyecto del libro, y a Jorge Herralde, que inicialmente pensó publicarlo en Anagrama. En todo caso, la historia del ensayo occidental está llena de maravillosos libros inorgánicos, que no cito por aquello del “name dropping”…. Por ahora.

(La vanguardia peregrina y sus críticos. Blog Libros del crepúsculo, agosto 2014)

Tuesday, November 10, 2015

Reinaldo Arenas vs. Vicente Echerri

Desde hacía tiempo, Hiram Pratt me había presentado a un extraño personaje que decía ser un ex preso político y que estaba haciendo todo lo posible por irse del país en una lancha; se llamaba Samuel Echerre y vivía en una celda de la catedral episcopal que estaba en el Vedado. En realidad, ya Samuel había hecho el intento de irse en una lancha junto a otros amigos por la parte sur del país, con la idea de poder llegar a la isla de Gran Caimán; Samuel sentía una pasión desenfrenada por Inglaterra y pensaba que, si llegaba a aquella isla, sería trasladado inmediatamente a la presencia de la reina Isabel, por quien sentía una pasión incontrolable. En medio del mar, el motor de la lancha se rompió y no hubo manera de poder arreglarlo, porque no encontraban la llave que era necesaria para abrir el motor. Como en aquellas circunstancias el motor era un estorbo, lo echaron al mar para seguir remando hasta la isla de Gran Caimán, pero entonces descubrieron que la llave estaba debajo del motor. Siguieron un poco a la deriva hasta que vieron tierra y comenzaron a dar vivas a la reina Isabel. Inmediatamente, fueron arrestados por unos milicianos y luego condenados a ocho años de cárcel. Samuel se rehabilitó y cumplió solamente dos años y medio. Cuando yo lo conocí, había salido de la cárcel y vivía en la iglesia episcopal, aunque su madre aún vivía, enferma de cáncer, en su casa en Trinidad. En una de las invitaciones que luego me hizo a su casa en Trinidad, pude ver allí una enorme foto de la reina Isabel de Inglaterra, en el centro de la sala. Debajo de aquella foto había una mesita donde Samuel, religiosamente, se sentaba todas las tardes a las cinco, completamente ataviado de negro, con sombrero de copa y guantes negros también, a tomar el té en compañía de algunos otros amigos.
   Samuel atravesaba la ciudad de Trinidad con una temperatura superior a los cien grados, con aquellos atavíos y aquel sombrero de copa. No era solamente la manera rara en que se vestía, sino que su figura era una de las más estrambóticas que el género humano haya conocido: alto, desgarbado, con un pelo lacio que le chorreaba en la frente, con unos ojos saltones, con una nariz prominente y encorvada, con una boca desmesurada, con unos dientes gigantescos y una cara llena de granos, además de unas manos largas y huesudas; era la viva estampa de una de las brujas de Macbeth o de los cartones de Disney.

(Antes que anochezca, Tusquets, 1992)

Monday, November 9, 2015

Yoandy Cabrera vs. David Chericián

Debo aclarar que la referencia a David Chericián es totalmente irónica, satírica, para causar molestia. Lo considero un pésimo poeta, representante de lo peor del coloquialismo militante de los setenta.
   Por ello mismo, en un período de censura y vigilancia extrema, era el poeta del momento, y ahí se quedó. Luego tuvo que escribir cada vez más poesía infantil, no podía seguir escribiendo, a finales de los ochenta ni en los años noventa, la misma poesía de tema social, no se la hubiera creído ni él mismo, así que se dedicó a plenitud a la poesía para niños, evidencia clara, para mí, del fracaso de la poética coloquialista de la que fue el gran abanderado, y también creo que la literatura infantil fue el modo suyo de evadir los poemas que escribió él mismo en libros tan serviles e insustanciales como ‘El autor intelectual’ de 1975.
   Murió en Bogotá en 2002, fuera de Cuba, donde dedicó sus últimos años a la promoción y animación de la literatura infantil y juvenil. Atrás quedaron aquellos poemas espantosos que respondían servilmente a los postulados oficialistas.
   Al leer los números de ‘La Gaceta de Cuba’ de los años setenta, Chericián y Rocasolano son dos de los pocos nombres del patio que pueden competir con autores checos, rumanos, y de cualquier país socialista que invadieron esa publicación, que eran los verdaderos dueños de la poesía en ‘La Gaceta’.
   Se publicaba más poesía de los países socialistas que de autores cubanos. Chericián es una excepción, que haya caído en el olvido es un acto de justicia, pues creo que su poética era bien circunstancial e intrascendente.

(Comentario publicado en la red, 2014)

Friday, November 6, 2015

Gilberto Padilla Cárdenas sobre los premios literarios en Cuba

¿Ustedes conocen a algún escritor cubano que no haya obtenido, al menos, un premio? Un dato a tener en cuenta, un dato alarmante: se premian tantos libros en la Isla que empiezan a escasear los textos no laureados. Solo para que tengan una idea, el cuentamillas de los certámenes literarios —si sumamos todos esos concursos de comarca, que son como raras especies que empiezan y terminan en sí mismas— se sextuplica, en promedio, cada ocho años, en tanto nuestro índice de población apenas crece. Si continuáramos con este ritmo, en el 2514 la población cubana será apenas de 13 millones, mientras que el número de premios se habrá multiplicado exponencialmente. Para entonces, no quedarán autores que premiar.

(La Letra del Año. OnCuba Magazine, septiembre 2014)

Thursday, November 5, 2015

Heriberto Hernández Medina vs. Enrique Ubieta

Al perpetrar su más reciente canallada, Zapata: ¿un muerto útil?, por escrito y con alevoso desconocimiento de todo signo de humana decencia, Enrique Ubieta Gómez, sobrepasa la línea de no regreso. “La absoluta carencia de mártires que padece la contrarrevolución cubana, es proporcional a su falta de escrúpulos”, se apura a escribir este cipayo, y supongo que llama “la contrarrevolución cubana” a todos los que no reconocemos obediencia o autoridad a sus amos.
   Yo, uno de ellos, entre los muchos que decidimos vivir fuera de su feudo y que no necesitamos mártires para sustentar nuestra palabra o nuestras acciones, podría recordarle la larga lista de muertos que son el único patrimonio de la dictadura. Pero cuando un hombre decide convertirse en el “limpia peceras” de un dictador, en la miserable servilleta de las babas del poder, desciende en la escala evolutiva al sitio en que los carroñeros limpian el terreno donde la fiera ha devorado a su víctima, de los despojos que excedieron su hambre. ¿Cómo hablarle a una hiena? ¿Qué discutir con un buitre?
   Cuando alguien decide mentir y la víctima de sus calumnias es un muerto, un hombre que ha escogido morir antes que ser vejado y humillado, está inaugurando en su pecho una catedral para la sumisión y a ella ha de rendirle culto el resto de su vida. El esclavo que hay en él nunca más levantará la cabeza.

(Enrique Ubieta, un vivo "inútil". Blog La Primera Palabra, febrero 2010)