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Monday, August 31, 2015

Noël Castillo vs. Jorge Luis Mederos

Una querida profesora universitaria me enseñó, desde mis primeras incursiones en los cónclaves valorativos, que hay textos que no merecen opinión. Deduzco –por ende– que muchas actitudes del ser humano tampoco la merezcan. Partiendo de ese presupuesto, obedientemente, razoné la no necesidad de responderle a Jorge Luis Mederos su texto "De qué me quejo" (¿crónica, ensayo, testimonio, descarga, queja grafiada? No sé...  dicha clasificación depende de las nomenclaturas de género de la revista Umbral, que determinó en qué sección incluirlo). Colegí –incluso–, que no me correspondía a mí el derecho a réplica alguna si tomaba en cuenta mi no adecuación a las "elitistas" clasificaciones que el autor postula para quienes pueden o deben responderle:

·El ejecutante que ha de responderle, lo hará por una orden dada por "alguien o alguiénes" y obedeciendo al interés por el dinero que percibirá por dicha respuesta, o en última instancia a las prebendas que dicha respuesta le garantizará. No me siento aludido.

· El proceder por él criticado remite solo a los talentosos, no se mide por el mismo rasero a los mediocres. Infiero por talentosos a sus compañeros de generación, aquellos que según él "se dividían en bandos, bandadas, tendencias, preferencias, ismos y amistades" y que ahora siente extraños por su dilución en un igualitarismo mercantil. No me incluyo.

   Pero quizás por eso mismo pueda parecer más desprejuiciada mi reflexión y manifestar –yo  sí– mis quejas al respecto.
   ¿De qué me quejo?:

·Me quejo de que Jorge Luis Mederos me recuerde su decoroso proceder ante el pago de la 35 por su texto al Che. Esas loables actitudes se guardan en la propia consciencia como una satisfacción nada exhibicionista. Por otra parte: si la figura del luchador argentino-cubano le parece nada negociable, no debió prestarse tampoco a competir en su nombre, a concursar con un texto a él dedicado, ni a percibir derechos o premios por semejante acto del espíritu. Si, como a los personajes de "Amistades Peligrosas" su admiración por la figura del guerrillero, le "era incontrolable", no era necesario que el texto resultante fuese puesto a prueba por juicios de valor. Alguien ha dicho que la verdadera poesía se escribe para leerla a los amigos por teléfono. Bien pudo proceder así.

· Me quejo de que se haya publicado un texto semejante en la revista Umbral, si tenemos en cuenta que deben aparecer allí propuestas contentivas del quehacer literario y cultural de la provincia, ensayos valorativos de esos propios quehaceres, o incluso textos de análisis que aporten soluciones a posibles desviaciones de lo que debió hacerse y no se hace por parte de ese gremio al que alude Mederos. Pero su descarga emotiva, no aporta una valoración más allá de la que su queja motiva, no demuestra en ningún momento cómo la presencia del dinero ha desvirtuado la calidad posible de lo creado por sus coetáneos o no.

· Me quejo de que Jorge Luis Mederos me recuerde que es un inadaptado. Generalmente los artistas, lo son, y si lo son de verdad difícilmente tiene consciencia de ello, cito no sé a Lina de Feria o Delfín Prats, por queridos, humildes  y admirables.

· Me quejo del resentimiento que subyace en todo el texto: "se me hace difícil aceptar las noticias (...) sobre las últimas hazañas del gremio" (¿le molesta sólo que cobren o también que tengan éxito publicitario, premios, etc.?), "que esos puntapiés no comiencen entre nosotros mismos" (¿alude acaso a que el dinero, su leitmotiv quejoso, ha conllevado a discusiones, trampas, etc. entre los creadores?), "se nos vuelven extrañamente lejanos" (¿por cobrar una 35, o no más de 6000 pesos por los derechos de autor de un libro, o una 01 en la Casa de Cultura por dar un taller de apreciación? No: me parece que la lejanía que él con dolor advierte no es derivada de una bonanza económica, sino la del reconocimiento entre la comunidad interpretativa, haya sido obtenido por la vía que fuese, la merezca o no la persona ahora para él "lejana"), etc. Con semejantes subtextos nos da la impresión no ya de que, cómo él afirma, desee una máquina de tiempo para viajar al pasado, sino que más bien nos trasmite la seguridad de que se encuentra detenido en ese mismo pasado prístino e "incontaminado".

·Y me quejo finalmente, en este rápido mail, (que no pretende para nada aparecer publicado en revista alguna, pues no es su intención, ni su calidad escritural lo amerita), de que Mederos -tan príncipe del espíritu a todas luces- aun cuando "no pretende dialogar desde una cumbre espiritual ni mucho menos" me recuerde no ya que escribe sino que teclea, señal inequívoca de que lo hace desde una computadora que, sí es suya, no puede haberla obtenido con el humilde salario de un trabajador, ni siquiera con la suma de unos 5 jurados, unas 6 lecturas o el cúmulo de lecturas especializadas en el año,  sino por el pago a su labor como artesano-artista, por la que según él "logró buenos dineros". Es que acaso es más espiritual la labor de un poeta que la de un ceramista, y por ello el segundo puede cobrar 150 o 300 pesos por un plato con motivos indígenas, o cerca de 5000 pesos por una docena de búcaros, fuentes, etc a ser entregadas como premio en un Festival,  y el primero no debe cobrar 115.80 por leer 4 o 5 textos en sitio público. Entiendo que para hacer los platos se precisó buscar el barro, colorante, materiales, combustible para el horno y otro etc que no conozco bien y que implica esa labor artística, amén de esfuerzo físico, pero tenga en cuenta nuestro príncipe que para escribir los textos, el escritor no solo debió caer en trance o despersonalizarse, o aislarse egóticamente, sino también buscar el papel y conseguir donde mecanografiarlo, esto último si no tiene la fortuna de una Pentium con su impresora. ¿Hay tanta diferencia entre lo exigido a uno y otro príncipe del espíritu? Y a los príncipes pintores, escultores, actores, músicos, la exigencia de nuestro quejoso amigo no les va? Tamaño menosprecio o resta de valores para dichos actos creativos. Es decir sólo a los poetas o escritores en general, que al parecer son lo más grande del mundo, les está vedado el terreno de la ganancia.

(Me quejo de… Circulado por e-mail, 2008)

Friday, August 28, 2015

Joaquín Gálvez vs. Rolando Jorge

Hay ciertas personas con las que tú has sido generoso. Le has tendido en más de una ocasión tu mano amiga; has estado a su lado en momentos difíciles; pero aun así no ha sido suficiente para que esa persona no solo sea ingrato contigo, sino también desleal, pérfido y hasta difamador. En muchas ocasiones, esto puede suceder por envidia o celo profesional, en otras porque tus ideas no coinciden con las suyas o con las de un grupo predominante que le es más conveniente para sus intereses, o simplemente por puro egoísmo esa persona quiere imponer su voluntad y, por lo tanto, aspira a que tú te despersonalices y dejes de ser tú para ser de él u otros. Si alguna vez tienes este tipo de experiencia, no te arrepientas por lo que hiciste por esa persona, pues todas no son iguales, ni te sientas mal por lo que te hizo. Solo piensa que esa persona cometió la estupidez de perderte para siempre.

(publicado en la red, octubre 2013)

Thursday, August 27, 2015

Luis Cino vs. Daniel Chavarría

Admira tanto a Fidel Castro, que confiesa que a veces, en algunas recepciones, se ha puesto impertinente y ha abusado de su paciencia (que nadie imaginaría tan grande). Con varios tragos de más, después de una cena en el Palacio de la Revolución, le espetó al Máximo Líder su teoría del vampirismo energético; luego le dijo que, en su opinión, era un error negar su condición de dictador, sólo que a la usanza de la República Romana, como Cincinato o Fabio Máximo.
   En otra ocasión, en una casa de protocolo, desquiciado ante la presencia del Jefe, se arrodilló, y con los brazos abiertos, le pidió abrazarlo. No conforme, todavía de rodillas y con los brazos en cruz, como un penitente (o una tiñosa), le imploró: “Déjeme darle un beso, Comandante”.
   Daniel Chavarría explica el efecto de Fidel Castro sobre él: “Supongo que así como su oratoria enardece y moviliza a la muchedumbre en la Plaza, también me enardece a mí, pero con efectos insólitos, como el de trastornarme e inducirme a decir sandeces”.
   De sandeces, en especial cuando habla de Cuba y los cubanos, están llenas las memorias de Daniel Chavarría. Por eso me disgustó tanto el libro. Sospecho que el Comandante, que tiene tantos adulones que se saben comportar, si leyó el libro, tampoco le agradó.

(El amor cubano de Daniel Chavarría, Blog Asociación Pro Libertad de Prensa, noviembre 2009)

Wednesday, August 26, 2015

Leopoldo Avila vs. “Escrito en las puertas”, de Antón Arrufat

Antonio Arrufat es portador de una expresión poética vencida por su propia falta de consistencia y veracidad. Hace unos años, reunió una serie de confusos epigramas y dio a la imprenta su primer libro de versos, En Claro. Luego tomó una parte de esos poemas, los unió a otros de parecido tono y dio a la imprenta Repaso Final. Aunque este título parecía ponerle ya punto y aparte (si no punto y final) a una intención poética infortunada, Escrito en las Puertas, publicado recientemente, desmiente aquellas esperanzas. Aquí están de nuevo los mismos poemas con otros que se les parecen mucho, vueltos a coser con tenacidad digna de mejores causas.
   Un sentimiento de temor recorre la obra. Un miedo que estalla en grititos que no conmueven a nadie. (“Me da miedo pensar…” “Tocan a la puerta mientras escribo esta página…” “No, aquí también nos miran”, “Por miedo el hombre construyó una casa…”). Una poesía así, de tonos grises y menores, no justifica la insistencia del autor. Nada aquí se levanta del ras del suelo; ni un solo verso logra trasponer el mundo turbio y pequeño que el autor pretende convertir en poesía. El libro está dividido en varias secciones, algunas con títulos especiales como “Escrito en un Urinario”, “Puertas Cruzadas”, “De nuevo en las Puertas”, etc. En general, es de notar que recoge no sólo las lamentables inscripciones, sino la atmósfera de los curiosos lugares donde quiere encontrar la poesía.
   En una época en que la poesía cubana cuenta con un amplio y valioso grupo de creadores, Escrito en las Puertas no es otra cosa que un mal momento que ha de pasar sin pena ni Gloria.

(Escrito en las Puertas. Verde Olivo, abril 1969)

Tuesday, August 25, 2015

Félix Luis Viera vs. escritores oficialistas

Miren, olvídense del asunto de que el escritor es la conciencia crítica de la sociedad. Y más olvídenlo en el caso de Cuba.
   Si recorremos las páginas de los medios oficialistas, veremos que de una punta a otra de la Isla, y a todo su ancho, cada día, en lo que a literatura se refiere, se realizan ceremonias de entrega de premios, bucólicos encuentros de escritores, odas públicas para llevar a “nuestra sociedad” por el camino de la lectura, de “la buena literatura”, del “porvenir luminoso”.
   Enfatizo que esto ocurre diariamente en uno u otro punto de la geografía isleña. Diariamente. Y a estos convites asisten, pletóricos, nuestros escritores radicados en Cuba, algunos de ellos como organizadores. Suele haber brindis, flores, diplomas, aplausos y manos estrechadas entre ellos y con las autoridades de turno.
   El asunto de que en la Isla sean golpeadas, arrastradas por las calles, encarceladas las disidentes Damas de Blanco, que les propinen terribles golpizas a los pocos ciudadanos que se atreven a manifestarse, pacíficamente, en contra del régimen, de que las casas de estos sean apedreadas por las hordas castristas pagadas de una u otra manera por el gobierno, de que buena parte de estos disidentes sean encarcelados, en condiciones deplorables, indefinidamente, sin juicio previo, o de que sus compatriotas y colegas residentes fuera de Cuba resulten censurados en su tierra y en muchos casos anatemizados injustamente… Eso, es otro tema. De lo que se trata, para ellos, es de que “cada cual tiene que forjar su obra en el lugar en que viva”.
   Y todo lo anterior es de conocimiento de estos colegas que viven en Cuba. Ellos, como no el ciudadano de a pie, tienen varios medios para enterarse de los desmanes de la dictadura. Poseen pleno conocimiento de que esta, en los últimos 10 o 12 años, ha sacado a la luz toda la perversión que en buena medida ocultaba hasta entonces, toda su pasión criminal.
   Y bien, lo apuesto, aunque quizás no llegue a verlo: cuando pase lo que tiene que pasar —porque todo tiro al aire, por mucho que ascienda, un día caerá—, ellos continuarán haciendo lo mismo que hoy…, “porque cada cual tiene que hacer su vida —en este caso su obra creadora— en el lugar y momento en que viva”.
   De modo que no esperemos crítica alguna, raigal, valerosa, rotunda, de nuestros escritores y artistas, residentes en la Isla, contra la dictadura.

(“Aquí puedo hacer lo que me gusta y nadie se mete conmigo”. Cubaencuentro, octubre 2014)

Monday, August 24, 2015

Duanel Díaz vs. Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí)

Desde aquellos primeros días de entusiasmo hasta los actuales de Batalla de Ideas y Héroes Prisioneros del Imperio, Jesús Orta Ruiz -el Indio Naborí- ha sido el cantor por excelencia de la Revolución Cubana. Su gran tema no ha sido otro que la epicidad de la Revolución, esa dimensión de maravilla manifiesta una y otra vez en una larga sucesión de trabajos y días. En su "Evocación de Homero", Naborí insta al legendario rapsoda a asombrarse con las hazañas de Playa Girón. Él, el Indio, asumirá justamente esa función homérica al erigirse en cantor de la nueva gesta con sus hechos y héroes. Los títulos de sus libros lo dicen todo: De Hatuey a Fidel (Ediciones de la Delegación del Gobierno Revolucionario en el Capitolio Nacional, 1960), Cartilla y farol. Poemas militantes (Ministerio de Educación 1962), ¿Quieres volver al pasado? (Comisión de Orientación Revolucionaria de la Dirección Nacional del PURSC, 1963), El pulso del tiempo (Ediciones Granma, 1966).
   Entre 1960 y 1967, Naborí tuvo a su cargo en el periódico Noticias de hoy la sección «Al son de la historia», en la que comentaba en versos la actualidad política. La campaña de alfabetización, la batalla de Playa Girón, la declaración del carácter socialista de la Revolución, la crisis de Octubre, la fundación del Partido Comunista de Cuba, los CDR, la ANAP, el INDER: todo ello fue cantado por él en poemas sin los cuales quedaría incompleta la historia del kitsch comunista cubano. Con pleno dominio de las formas tradicionales de la poesía popular, Naborí ponía al alcance del gran público aquellos tópicos que poetas más intelectuales como Roberto Fernández Retamar y Fajad Jamís expresaban en un registro diferente: el elogio guevarista del trabajo físico, la concepción de la Revolución como suprema obra de arte, la apología del pueblo redentor de una historia de frustraciones.
   Según semejante maniqueísmo, la Revolución conjuga en sí misma lo Bello, lo Verdadero y lo Bueno; fuera de ella, en las tierras del pasado nacional y del extranjero presente capitalista, sólo hay espacio para el Mal, la Falsedad y la Fealdad. Pero, ay, pronto fue evidente que aquella Revolución que prometía la abundancia (ver los delirios lecheros del Comandante en los discursos de la época) traía carestía. Es el turno, pues, de tirar del idealismo patriótico. No habrá carne, pero sobra dignidad...

(Sesión de poesía: tres poemas del Indio Naborí. Blog Cuba: la memoria inconsolable, mayo 2007)

Friday, August 21, 2015

Virgilio Piñera vs. Edmundo Desnoes

“No bien puse los pies en el establecimiento del doctor Gil, sentí claramente que era una casa dedicada al tiempo. No vi vestíbulo, no vi salón de espera. Caímos de lleno en el océano temporal. Océano con capacidad para doscientos bloques de hielo. Todos estaban ocupados. Henry me mostró a Edmundo. Lo habín colocado en el compartimiento más bajo de aquella extraña flota. No estaba precisamente incrustado, metido en un bloque, o al menos así me lo pareció. Por lo que el cristal me permitía apreciar, Edmundo, desnudo y azul, estaba sentado sobre un témpano. Este Edmundo, reducido al menor espacio posible, navegando plácidamente por las aguas del tiempo (al menos, eso afirmaba el doctor Gil), debió de haber fracasado en toda la línea para apartarse de modo tan tajante de la sociedad de los hombres. Viéndolo así, desnudo y azul, callado y monstruoso, comprendí que el aburrimiento, los fracasos del alma, la soledad en compañía, lo habían llevado a la estéril solución del bajo cero. Por primera vez, la vida y la muerte se daban la mano, comían en el mismo plato. Suponiendo que le dirigiera la palabra, Edmundo no me respondería, pero, al mismo, tiempo, mis palabras no estarían dirigidas a un cadáver. Edmundo era más inquietante y enigmático que un cadáver.”

(Presiones y diamantes, capítulo V)

Thursday, August 20, 2015

(Luis Rogelio Nogueras) vs. Lisandro Otero

Bajo el tímido perfume de esta rosa,
reposa el escritor Lisandro Otero;
perdonadle su estilo chapucero,
perdonadle también su mala prosa.

(Citado por Jesús Díaz en El fin de otra ilusión, Encuentro de la cultura cubana, Nos. 16/17, 2000)

Wednesday, August 19, 2015

Angel Velázquez Callejas vs. Rolando Jorge

La cascarrabias, el mal agradecido, el tal poeta, el que suele creerse por ahí el sabelotodo, el que la pasa hablando mal de todo el mundo y de sus amigos en los pasillos, el que se llama Rolando Jorge: puso herido de envidia en su muro de FB, el 21 de octubre, la diatriba más enfática que suele caracterizar a los estrechos de mente. Quien le dijo a este mediocre y estafador "poeta", estrella guindando palabras vacías sobre oraciones carentes de contenido, estábamos quitandole el derecho a publicar en Cuba. Puede el dolido poeta, con todo derecho, publicar sus "poyemas" donde les vengan en ganas. Si el problema es falto de reconocimiento que hable con los talleres literarios de Cuba para que los recompensen.

(publicado en la red, octubre 2013)

Tuesday, August 18, 2015

Jorge Pomar sobre Heberto Padilla/vs. Ernesto Hernández Busto, Pablo de Cuba Soria, Jorge Luis Arcos…

Heberto Padilla, como dije, me desconcertó en Berlín. Era un ser traumatizado, contradictorio, confuso. Polemista como soy, apenas lo contradije, limitándome a escucharlo, con asombro, pero igual con el respeto debido a un hombre que lo merecía. En ese sentido, sostengo que es una falta de respeto hablar de sus "quince minutos de gloria", como hace De Soria, llamar a Belkis “loca” o “tonta”. Y una insólita muestra de insensibilidad hacia el dolor ajeno.
   Si no la hubiesen sometido a tortura psicológica en Cuba y excluido arbitrariamente del homenaje de la AECC a Padilla, no habría ocasión de gastar bitios en la blogósfera con ella y su historia. Sus improperios, que no son más “truculentos” que los de De Soria y Hernández Busto, son también reactivos. Por si fuera poco, Belkis da en el clavo cuando dice, repito: “No hay quien los descifre. La escritura de ellos es lenguaje de entendidos”.
   La frase le viene como anillo al dedo a De Soria, cuyo artículo de marras, amén de abstruso, rebuscado y frívolo, está sobrecargado de citas superfluas. La clasificación escolástica entre poeta "mayor" y "menor" es una extrapolación de las escalas jerárquicas de un régimen de ordeno y mando al campo literario, donde las jerarquías las establece el gusto de cada lector.
   ¿Por qué versos como Por la orilla florenciente / que baña el río de Yara / donde dulce, fresca y clara / se desliza la corriente [...] / iba un guajiro montado / sobre una yegua trotona (El Cucalambé) habrían de ser "menores" que estos otros de Rubén Darío: La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa? / Los suspiros se escapan de su boca de fresa, / que ha perdido la risa, que ha perdido el color...? Yo sólo veo una diferencia jerárquica: la alcurnia de la idílica princesa.
   Conque, como exhortaría Encuentro en la Red cuando el tema pasa de insustancial: ¡"A debate", señores catedráticos! Construid y desconstruid cuanto se os antoje. Pero, eso sí, sin metalenguajes derridanos ni citas de autoridades poéticas inapelables. Al grano, como en un examen de fin de curso. Bastará con un manual de rima y métrica española de los usados antiguamente en el bachillerato.
   Por cierto, si mal no recuerdo, en aquellos tratados de preceptiva literaria la distinción entre "versos de arte mayor" (más de diez sílabas) y "versos de arte menor" (hasta ocho sílabas) se reducía a una cuestión de longitud. Ah, y los preceptores consideraban más difíciles a los "de arte menor".
   Pero el dato que le pone la tapa al pomo de las injurias contra la poetisa, es que Jorge Luis Arcos haya tenido el desparpajo de intentar terciar en la disputa a nombre de Encuentro en la Red. Él, que no se ha inmutado en despejar las dudas acerca de su persona y representa a una AECC inasequible al aluvión de críticas de extrema gravedad que se le han planteado, se siente moralmente autorizado a erigirse en juez de Padilla y Belkis, a zanjar el pleito diciendo quiénes se equivocaron en qué, cómo y por qué, situándose, en tono aparentemente conciliador, a mitad de camino entre la pareja y sus críticos. ¡Inaudito!
   Para colmo, lo hace con un texto de malabarista signado a la enésima potencia por esa pedantería de catedrático sofisticado que tanto repugna a la poetisa. (Borges ha de estar revolviéndose en su tumba: las sastrerías de ambas orillas del charco cultural cubano lo usan a porfía, igual para un roto que para un descosido.) No haberse evadido, según Arcos, fue lo que, en última instancia, perdió al poeta, que en definitiva sólo estaba aplicando demasiado al pie de la letra los postulados del “compromiso intelectual” sartreano. ¿En qué quedamos, compromiso o evasión? Palos porque boga y palos porque no boga...
   Padilla, según él, se estrelló contra la "Historia", no contra el poder concreto, implacable, que todos conocemos. La culpa, insinúa, es del "totalitarismo", que los de la AECC no identifican con la Revolución Cubana y, consecuentemente, hacen todo lo posible porque el sucesor logre insuflarle nueva vida a ese cadáver histórico. Así, entre otras ventajas, nunca serían abiertos al público los archivos de la Seguridad del Estado, como sucedió con los de la STASI en la RDA. Y las actas de la Asociación serían incineradas o coninuarían siendo confidenciales.
   Por último, lo de “un escritor que también fue su esposo”, según el comentario de Ernesto en mi blog, sería otro insulto, éste sí “de baja estopa”, si no fuese porque el ofensor parece desconocer la circunstancia de que las asechanzas de la Seguridad del Estado tuvieron mucho que ver en la destrucción de un amor que de otro modo pudo haber durado la vida entera. Sugiero que, si no está en el insight, como creo, le pida disculpas a la “Brujita”.

(Razones para la neurosis y la paranoia en la Diáspora. Blog El Abicú Liberal, julio 2007)

Monday, August 17, 2015

Antonio José Ponte vs. José Manuel Prieto

¿Era él un buen lector de poesía? Que hubiese traducido a algunos importantes poetas de lengua rusa lo confirmaba en poco grado. La poesía rusa resulta tan lejana que parece obedecer a leyes de otro género. A diferencia de un poema clásico chino o de un poema japonés, aceptables como contemporáneos nuestros, el poema de un gran maestro ruso resultará siempre demasiado remoto para quien no conozca la lengua.
   B. era capaz de desentrañar esa poesía, capaz de devolverla traducida, pero esa especialidad suya resultaba demasiado específica como para que pudiera considerársele buen lector. Respecto a asunto así vivía en las antípodas. Y gracias a la recomendación que me hiciera al terminar mi libro, comprendí que se había ido tan lejos en busca de un destino literario, con el fin de hacerse distinto.
   Distinto como escritor, a la manera de un Henry James. Porque, del mismo modo en que el narrador estadounidense seguía a compatriotas suyos por países europeos, los primeros cuentos publicados por B. narraban episodios de cubanos en tierras rusas.
   En la Unión Soviética había hallado el exotismo o extrañamiento necesario que provocaba escritura. (No es ocioso cuestionar en qué sitio transcurren sus historias anteriores a los primeros cuentos publicados. Si acaso existen tales historias. Si su vida de escritor no comenzó después de haber llegado a Rusia.)
   Existía en esos cuentos un protagonista que era siempre B., alguien que se adentraba como extranjero en Rusia. Admitía en ocasiones ser cubano y en otras ocasiones no se le achacaba procedencia. El dinero, cómo hacerlo y cómo derrocharlo, aparecía inevitablemente en esas pequeñas historias. Y se presentaban percances sentimentales con mujeres autóctonas, mujeres para las que (sospechábamos) el protagonista hiciera tantas millas de viaje.
   Sin embargo, de los dos móviles que empujaban a ese sempiterno personaje (a B. lo movía todavía un tercero: la fama), el sexo resultaba más bien pálido comparado con las apetencias monetarias.
   B. había hecho de la frivolidad tema principal suyo. Explicaba la frivolidad como si se tratara de un convenio mozartiano con el mundo, asumía ante el tema una prestancia de dandy. Y como dandy lo vi una tarde en que bajábamos por la escalera mecánica de unos grandes almacenes, ni en Cuba ni en Rusia, tiempo después de que me hiciera la recomendación de lejanía.
   “Visitemos el Museo de Arte Occidental”, decía yo para invitarlo a las tiendas.
   Por entonces se ganaba la vida como rusólogo en investigaciones académicas. Su sueldo no le hubiera permitido cargar con ninguno de los bellos artículos que admirábamos. Pero, con mucho más sentido de propiedad que yo, intuyendo más cercana la posibilidad de adueñarse de alguno, comparaba precios, agilizaba sus digitaciones en busca del rótulo, de la etiqueta, de la marca de fábrica.
   Ya había hecho costumbre personal de tales manipulaciones (hábito de buena parte de los ciudadanos soviéticos, me aseguran). Podía uno dejar de verlo durante años que, luego de un abrazo, la próxima incursión de B. en el otro consistiría en voltearle el cuello de la camisa hasta dar con la marca del fabricante. Y todavía sin preguntar por la salud o por amigos no vistos en buen tiempo, querría conocer en cuál peletería se había hecho uno de tales zapatos.
   De no despertar en él interés de esa clase, podía correrse el riesgo de una conversación indiferente, con la cabeza de B. en otro sitio. Puntualísimo en el transvase de rasgos propios, la mayoría de sus personajes eran descritos por las prendas que llevaban. (Luego de los vestidos, los caracterizaría alguna triquiñuela para hacerse de plata o de prestigio. O redundantemente, de ropa aún más deseable.)
   B. bajaba conmigo la escalera de los grandes almacenes y, a la manera de un Rastignac más balzaciano aún si fuera posible, juró que volvería para adueñarse de todo cuanto quisiera, de cada artículo que hubiese despertado su deseo.
   “¡Ya nos veremos las caras!”, pareció retar a todo aquel comercio.
   Y, en consecuencia, no solo lo desvelaba el gasto. Era un Rastignac lector de Das Kapital.
   Planeaba hacerse de fortuna a través de la literatura, mediante algunos éxitos continuados de librería. Páginas suyas rendirían beneficio equivalente al obtenido por los autores de bestsellers a cuyas obras se asomaba para extraer la clave de la ruleta, el secreto de cómo hacer saltar la banca en Baden Baden. (Su riqueza sería tal que arrancaría de aquellos almacenes hasta la escalera por la que bajábamos.)
   De tales autores de lengua inglesa B. parecía haber tomado la receta de recurrir a un mismo argumento para cubrir distintos libros. Aunque lo que en aquéllos era recurso probado en listas de éxitos, en él sólo conseguía arrojar buena literatura y alabanzas de la crítica.
   El dinero escapaba de sus cábalas.
   O al menos el dinero en las cantidades soñadas por él.
   Un extranjero en Rusia o en sus alrededores aprovechaba una brecha abierta en la economía socialista (o una veta de capitalismo en estratificaciones geológicas del socialismo) para hacer fortuna, y utilizaba luego ésta en educar a una muchacha rusa. Hermosa, no hay que decirlo. Confundible casi con una modelo de pasarela, pero a la que le faltaban ciertas gracias que el protagonista, venido de lejos y al tanto de ellas, se ofrecía a enseñarle.
   Imprescindible entonces el paso por boutiques, las estancias en balnearios, el descorchar de determinadas botellas… En aquel argumento que B. repetía de cuento en novela y de novela en novela, se daban cita la educación sentimental, el pigmalionismo y la precisión del despilfarro.
   (…)
   Pocas veces B. se inclinaba a escrutar lo que escribían otros. Y un libro de ensayos acerca de viejos escritores cubanos como era el mío tenía que resultarle poco interesante. Sin embargo, no se negó a hacer su presentación y habló allí del único texto del libro que conocía de antemano. Aseguró a los reunidos (nos encontrábamos en una librería mexicana) que él no había alcanzado a leer el resto. Afirmó desconocer buena parte de las obras de las que me ocupaba (Rusia justificaría un desconocimiento así), y se detuvo a alabar lo narrativo, el arranque de novela con que empezaba el único de mis textos que le era familiar.
   Pero no quiso cerrar sus palabras sin dejar claro el agradecimiento que sentía por mi pasión por esos viejos escritores nacionales. Comparó mi paciencia con la de los hijos que se quedan en la casa familiar, al cuidado de unos ancianos padres.
   Su agradecimiento era el de esa clase de hermano que sale a correr mundo en la confianza de que la casa paterna (B. quizás pensaría en el pequeño chalet construido por su padre) se encontraba a resguardo.
   Era agradecimiento de un hermano mayor, si no por primogenitura, por adultez cobrada.
   “Tendrías que viajar”, me había recomendado él, para luego elogiar las virtudes de mi inamovilidad. (Un elogio tan interesado como si lo que de veras persiguiera fuera echarme encima el cuidado de los viejos antes de largarse.)
   Suya era la libertad de nuevas ocurrencias, yo me había quedado en la repetición de historias de tan viejos padres, en el corsi e ricorsi de lo arterioesclerótico.
   Me había quedado en Cuba para el cultivo de una literatura nacional.
   De los almacenes que en una ocasión visitáramos, B. podía tomar ya lo que se le antojara. (A esas alturas sus expectativas suntuarias estarían cifradas en otros comercios.) Lo mismo que M., tampoco él preguntaba por lo dejado atrás. Incluso se había hecho de un pasado distinto: era Rusia, y no una isla, lo que abandonara.
   Poseía, pues, menos razones que M. para preguntar qué me hacía volver a la misma ciudad de siempre.
   La carga de una tradición que él no se tomaría el trabajo de estudiar (no iba a serle útil para la escritura de su próxima novela) era definitivamente cuestión mía, fardo mío. Y su agradecimiento en la presentación de un libro habría estado reñido de lástima hacia mí, en caso de prodigar B. un poco de lástima.
   De no ser tan avaro.

(La fiesta vigilada. Anagrama, 2007)

Friday, August 14, 2015

Orlando Luis Pardo Lazo sobre Humberto Arenal

En verdad se veía muy viejito, enflaquecido, con su garbo un tanto anglo y ciertos dejos de lord. Un hombre con estilo, en medio del patio central amorfo del Instituto Cubano del Libro.
   Me le acerqué. Hablamos. Fui varias veces a su apartamento en el edificio de Infanta y Manglar. Él siempre cordial para con un principiante tardío, como era yo, elogiando mis “condiciones para contar”. Luego hasta fuimos jurados juntos de otro certamen literario (sus criterios eran demasiados aburguesados a esas alturas de su vida: detestaba el realismo sucio por causas extra-literarias que él consideraba literarias). Todo fue acelerado. Todo consumido en el transcurso de un año. Entonces escribí mi cuento “Réquiem por Humberto Arenal”, ganador de una Mención en el concurso de “La Gaceta de Cuba” (diciembre 2001), y nunca publicado a petición mía.
   Fui y se lo dejé a Humberto Arenal tan pronto como se hizo público el anuncio de mi Mención. Y ese fue el fin.
   Recibí llamadas amenazantes de él y del entonces esposo de su hija. Mi cuento era una mierda ofensiva. Lo insultaba. Me burlaba de su vejez. Lo ridiculizaba en su relación con los muertos. Me metía con su sexualidad. Se me aguaron los ojos (yo estaba en el teléfono público de la bodega de 21 y H, en El Vedado, nunca lo olvidaré). Sentí pena por mí y por él, por la Cuba que nos caería encima, por no poder jugar al límite en un texto donde yo usaba su nombre de puente entre los vivos y los muertos, caricaturizando no sólo su estampa doméstica sino a toda nuestra ciudad literaria, cenotafio de cadáveres cobardes y secreticos insepultos. Creo que su familia influyó en aquella loca lectura.
   La llamada del yerno fue menos dolorosa: sólo me amenazó físicamente y también con denigrarme en público en un programa que él conducía en la televisión nacional. La permanente epidemia de dengue que pulula en La Habana lo impidió o al menos lo disuadió.
   A ninguno le pude pedir ni perdón. Me colgaron. A pesar de mi promesa de no hacerlo público nunca, Humberto Arenal llevó mi cuento a una Comisión de Ética en la UNEAC, aunque entonces yo aún no pertenecía a la UNEAC. Ignoro los resultados, pero al parecer fue favorable a mí. Luego vino su Premio Nacional de Literatura y me alegré secretamente por él. No se lo merecía en un sentido. Pero se lo merecía en muchísimos otros.
   Desde entonces me dediqué a leer a Humberto Arenal (publicó bastante en la última década). Me encontré incluso un ejemplar príncipe de la por él llamada “primera novela publicada en la Revolución”: El sol a plomo. Tenía excelentes cuentos, suficientes para inmortalizarlo en nuestro contexto. Pero sus textos de largo aliento son sin excepción muy muy muy débiles, alguien debió impedírselo (Reinaldo Arenas en El color del verano deja esa tarea en manos de Virgilio Piñera). No opinaré sobre otras zonas de su creación. Como todo intelectual que no provocó una ruptura, su corrección ya no me convoca (no soy su lector, evidentemente, como él tampoco era el lector de “Réquiem por Humberto Arenal”).

(Réquiem por Humberto Arenal. Blog Penúltimos Días, enero 2012)

Thursday, August 13, 2015

Gilberto Padilla Cárdenas vs. Zoé Valdés

Muchos lectores cubanos siguen detrás de Zoé Valdés, como si Zoé no hubiese envejecido. Tuvo una juventud precoz, eso sí. Pero una juventud de un solo libro: La nada cotidiana. A Zoé le hizo mucho daño el éxito que siguió a la publicación de esta novela. Después, en algún sentido, no escribió nada más, se dedicó exclusivamente a repetir sus viejos clichés y a responder las demandas inmoderadas de su público. Pero el cover de Zoé no se reduce a la literatura, también incluye la política. Quiero decir: la supuesta reivindicación de la novela como género político, como si la escritora fuera una especie de Tania Bruguera (Remix) de la literatura cubana. Es fácil —tal vez demasiado fácil— romper esa analogía. Lo primero que diferencia a Zoé Valdés de Tania Bruguera son los gametos (“Dícese de cada una de las células sexuales, masculina y femenina, que al unirse forman el huevo de las plantas y de los animales”). Los de Tania han marcado a fuego el arte cubano. Pensemos, en primer término, que la Cátedra de Arte de Conducta tiene hasta hijos bastardos. Sin embargo, en la literatura cubana, ¿quiénes son los epígonos de Zoé Valdés? Que yo sepa, nadie. Zoé es estéril, pero necesaria. Porque una novela como Te di la vida entera es un material de lectura para gente que, si no existiera ese material, no leería nada, simplemente.

(Libros off the record. On Cuba Magazine, agosto 2014)

Wednesday, August 12, 2015

Heberto Padilla vs. los escritores cubanos

Pensemos por un momento en las tareas que ha realizado nuestra Revolución, en las tareas que todos los sectores de nuestro país han venido realizando. Por ejemplo: las zafras del pueblo. ¿A cuántas zafras, ha cuántas ha asistido un número significativo de escritores? ¿A cuántas? ¡A ninguna!
   Se me dirá que el año pasado nos fuimos a la Zafra de los Diez Millones. Y responderé que sí, que fuimos. ¿Muchos? ¡No! Un número reducidísimo de escritores. Además, ¿en qué condiciones fuimos? Fue un plan de la COR nacional y de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. ¿Qué se nos exigía? Convivir con nuestros campesinos y con nuestros trabajadores. No estábamos obligados ni a trabajar, ni a cortar caña, ni a escribir una línea; no estábamos obligados a nada, era un problema de conciencia personal. Tanto fue así, que regresaron muchos y nadie les ha pedido explicaciones de aquello.
   Y yo diría que ese fue uno de los esfuerzos más generosos que la Revolución ha realizado para acercar a nuestros escritores a la realidad viva de nuestro pueblo. Y diré, sin embargo, que fue la respuesta más triste que nuestros escritores dieron a esa generosa iniciativa. ¿Cuántos escritores fueron? Poquísimos. ¿Cuántos resistieron, estuvieron hasta el final de una zafra en la que no tenían que cortar caña ni escribir? ¿Cuántos se preocuparon por vivir las experiencias de nuestro pueblo? Ninguno, muy pocos, ¡muy pocos! Los más regresaron a los quince días, ninguno estuvo hasta el final, ¡ninguno!
   Esa es la experiencia que hemos dado.
   Por ejemplo, aquí está la administración de la Unión de Escritores, el compañero secretario del Sindicato. Saben cuántas dificultades supone movilizar a nuestros escritores para el trabajo voluntario. Y cuando asisten, es siempre el grupo más esforzado, el grupo reducidísimo, el grupo de siempre, el grupo más sacrificado, el grupo de esas excepciones que se pueden contar con los edos de la mano, que sirven justamente para ilustrar las excepciones; porque no sirven, no pueden servir, por su cuantía, para darle una categoría especial de una brigada millonaria a ninguna de las tareas que realizamos.
   Esa es la situación que confrontamos.
   Sin embargo, para exigir, para chismear, para protestar, para criticar, los primeros somos la mayoría de los escritores. Y es que, si nosotros nos analizamos sinceramente, si nos analizamos profundamente, si nosotros nos vemos como somos, veremos que las características fundamentales que nos definen son las del egoísmo, las de la suficiencia, las de la petulancia, las de la fatuidad que me definían a mí, que definen a la mayoría de los escritores, y por eso nos hace coincidir ideológicamente siempre, y muy poco en el sentimiento de la unidad y del trabajo común, solidarios en el pesimismo, en el desencanto, en el derrotismo, es decir, en la contrarrevolución. ¿Y unidos en qué? En el escepticismo, en la desunión, en el desamor, en el desafecto.

(Intervención en la UNEAC. Casa de las Américas, Nos. 65/66, 1971)

Tuesday, August 11, 2015

León Estrada vs. Pablo de Cuba Soria

Al margen de cualquier apasionamiento, consideración ideológica y/o defensa de Edel Morales (que no la necesita), mi amigo y hermano generacional y a quien considero poeta, mejor poeta que muchísimos (sean habaneros, del interior  o de la llamada "diáspora") con títulos honoríficos y premios de la crítica y casas de... y azoteas de... y un burujón puñao de cosas más.
   Paul de USA, (para ensañarme yo también con este bebé a quien no conozco ni quiero ya) como debiera llamarse este muchachito santiaguero que se olvida en su insolencia que es gente leída porque estudió en la Escuela 26 de Julio y en la Universidad, admirador del Nietszche zaratustriano, me deja perplejo con esa andanada de improperios contra la bandera cubana, Byrne y el copón divino. Parecería que Edel le ha hecho algo malísimo, no sé, le ha quitado un viaje o alguna fruslería de esas que pone a la gente de esta calaña o estirpe de viles como frenética ¿no?
   Por otra parte, la bandera cubana, fea, mediocre o bonita, necesaria o no, no la inventaron los comunistas contra los que arremete, ni la inventaron las gentes de La Jiribilla.
   Esa (y toda) bandera merecería más respeto, creo yo.
   La verdad es que me da mucha pena, y no merece que se le responda. Yo sé que todos tenemos derecho a opinar, pero la alevosía, el ensañamiento y lo errático para beneficiarse, que de seguro lo hará, me asquea, me hace descreer en lo que Martí decía del mejoramiento humano. Y miren que soy yo el que digo esto, y ustedes saben cómo pienso, cómo soy.
   Si hablara de que Edel es mal poeta y desmembrara su obra poética, yo no estuviera tan cabrón. No me importa que el susodicho se entere de lo que opino acerca de su escritico mediocre. Igual ya es pasto del olvido.

(Circulado por e-mail, 2005)

Monday, August 10, 2015

Roberto Madrigal vs. Abel Prieto

Aunque en general los miembros del gremio cultural no han perdido el miedo, ni los dirigentes han soltado el garrote, hoy en día, aprovechando los cambios de la política migratoria, muchos artistas, actores, escritores y cineastas se mueven entre Cuba y el extranjero y no solamente han encontrado otros medios para darse a conocer, sino que han logrado otras fuentes de ingreso que les permite independizarse un poco de las migajas que hasta hace poco solamente eran ofrecidas por la UNEAC. Esto puede resultar muy peligroso a la larga, porque les quitaría el control sobre la producción cultural.
   Pero Prieto, Barnet y sus compinches no se rinden, esta es una lucha crucial para ellos y con estos foros y sus declaraciones como: “en ningún momento el Estado va a ceder a los privados la decisión de la política cultural”, dejan claro que ellos y el gobierno, mantienen su visión de que la cultura está íntimamente ligada a la política y a la ideología del Partido. Esto va mucho más allá de los cambios administrativos. Para ellos, la cultura es la lucha política por otros medios. Dosificar y controlar estrictamente lo que consume el pensamiento popular es su objetivo. Los viejos hábitos nunca mueren.
   Personalmente me resulta difícil conciliar la imagen del Abel Prieto que conocí desde muy joven, un tipo irónico, iconoclasta, con un agudo sentido del humor, ocurrente, culto, inteligente y sobre todo contraculturalista con este personaje que hoy defiende tozudamente los viejos y anacrónicos postulados de la cultura estatizada. Es cierto que lo dejé de ver hace más de treinta años, pero esa es la imagen viva que se mantiene en mi recuerdo. Muchas veces conversé con el escritor Carlos Victoria, otro amigo suyo de la misma época, al respecto. Todavía lo comento con un amigo que vive en California, es tema de conversación semanal. Entendemos que la gente cambia y que ese fue el camino que escogió, pero aún no damos con las razones que nos puedan explicar ese desvío.
   El viejo amigo Abel convertido en el bufón principal de la corte, buscando controlar la cultura popular que tanto defendió entonces como cultura de la rebelión. Por supuesto, en su nueva posición, esa cultura que conoce muy bien, le resulta muy peligrosa. La cultura popular no respeta ni perdona el estatus de nadie. Es la cultura de la burla y del instante y eso no va bien con los dictadores y sus aliados.

(Los bufones atacan de nuevo. Blog Diletante Sin Causa, noviembre de 2014)

Friday, August 7, 2015

Jorge Luis Mederos se queja

¿De qué entonces me quejo?, sería razonable preguntarse. Y aquí es donde viene en mi ayuda el refranero popular en cuanto a aquello de que no hay mejor cuña que la del mismo palo, o peor; en dependencia de los fines con que se utilice la cuña. Porque siempre, salvo muy indecorosas excepciones, cualquier diferendo entre artistas, antaño se convertía en algo de segunda importancia cuando el poder osaba mostrar su oreja peluda en el asunto (entiéndase como “Poder” toda entidad capacitada para hacernos la vida difícil). Qué bueno.
   Pero pasó el tiempo y pasó que ya no somos los mismos -¡viva la dialéctica! Pareciera que el espacio ganado redundaría en mejoramiento ético puesto que el escritor podría serlo sin tan cruento menoscabo a su economía: vivir haciendo lo que me gusta y que además me paguen con mediano decoro es bastante buen negocio. Lo dice alguien que en aquella época dura se dedicó a otros menesteres para subsistir logrando buenos dineros y muchas insatisfacciones personales. Como yo, otros se vieron precisados a hacer lo mismo y ocuparse de los más disímiles oficios para sobrevivir pero, más fuertes de espíritu, tuvieron a bien continuar su obra contra viento y marea y ahora, con toda justicia, comienzan a recibir los dividendos.
   La parte dolorosa del asunto llegó con la bonanza: aquellos vientecitos provocaron estos ciclones y ya todo, o casi todo, fue dinero. No digo que el obrero no sea digno de su salario, pero una dosis de sentido común nunca viene mal sobre todo al verdadero intelectual que se precie de serlo. En un príncipe del espíritu es inaceptable el comportamiento del bodeguero. Hace unos meses fui duramente criticado por más de uno y por más de dos miembros de la comunidad intelectual de Villa Clara a causa de... negarme a cobrar la lectura de un poema en conmemoración a la muerte de Ernesto Guevara; poema por el que, dicho sea de paso, ya me habían pagado su premio en el concurso CIUDAD DEL CHE y derechos de autor por su publicación en cierta antología. Confieso que al principio me sentí un poco aturdido y hasta con cierto complejo de culpa; porque si algún plan tengo en mente para lo que me resta de vida es no desentonar, ya bastante lo hice en el pasado; pero todo tiene sus límites. ¿Acaso puse, sin querer, en peligro la capacidad de subsistencia de alguien que no tiene otro recurso que la literatura para llevar sus frijoles a la mesa? Si este es el caso, les ruego me disculpen; pero también les ruego que no me embarquen en una aventura donde cada me pudiera ir convirtiendo en menos poeta y más mercachifle. Entiéndase que no intento dialogar desde una cumbre espiritual ni mucho menos porque el fariseísmo y yo tenemos muchas y muy antiguas diferencias.
   Y si esto fuera todo, vendría sobrando el motivo de esta escritura, como no sea, una vez más, que seguramente me la van a pagar. Se limitaría al episodio aislado de una situación aislada. Ningún derecho tendría, como no fuera la necesidad de oírme a mí mismo. Pero desgraciadamente no es así; lo que ocurrió conmigo es solo la punta del iceberg de una situación demasiado recurrente, demasiado triste y degradante que no tiene nada que ver con la conducta que un día imaginé, debería usufructuar cualquier artista que se respete a sí mismo. Meritorio y justo es que el creador de un producto artístico adquiera, por derecho de conquista, los dividendos merecidos para el sustento y que a la vez le permitan procurarse mejores condiciones para continuar su labor (¿recuerdan la vieja fórmula: Mercancía-Dinero-Mercancía?) Pero cuando se invierte la fórmula empiezan los problemas porque ya no sería el producto artístico el resultado del dinero, sino el dinero como resultante obligado del producto artístico; por tanto: rigor, selectividad y ética se convierten en una suerte de material desechable, molesto, y por demás prescindible… Perdono más, y comprendo, aunque parezca contradictorio, ese tipo de actitud en los mediocres; pero en los talentosos resulta imperdonable. Demasiado corrosiva es ya la realidad, el carne y manteca y muslo y contra muslo de cada día, para que el artista inserte la misma contraseña en su destino. Hay un momento en la vida de cada intelectual en que tiene obligatoriamente que cuestionarse si escribe para vivir o vive para escribir: “Isla Negra no es la solución” enunciaba Nicanor Parra hace aproximadamente medio siglo, y yo coincido con él. En otra parte escribió: Yo me gano la vida a puntapiés, y esa tampoco es la solución, por lo menos, no la que nos ha tocado en el aquí y el ahora... ¿Sería demasiado pedir que esos puntapiés no comiencen entre nosotros mismos?
   Por demás, advierto que piso terreno muy escabroso; el tema no está ni medianamente abordado a consecuencia y habría tela por donde cortar para muchísimo más. Al autor del presente se le quedan en el tintero (o en el teclado) un sinnúmero de elementos que deberían considerarse a la luz del sano juicio; del mismo sano juicio que me indica que esto es un artículo con sus características limitaciones de espacio. Entiéndase además, que no trato de hacer política o de predicar, trasnochadamente y en calzoncillos, una moral que a la postre me tiene sin cuidado. No busco aprobación, ni la necesito, de las “autoridades competentes”, que posiblemente ni entiendan de lo que estoy hablando. Pero duele, créanme, ver, palpar y sentir, cómo personas a las que uno ha respetado siempre, con las que ha compartido y hasta cierto punto, participado de sus éxitos y descalabros; del día a la mañana se nos vuelvan extrañamente lejanos por el sencillo motivo de que entre ambos se interponen un par de miserables prebendas. O yo estoy muy equivocado, o la miseria, que genera miseria, ha logrado entronizarse en demasiadas zonas prohibidas para un hipersensible majadero como yo. Definitivamente me está costando mucho trabajo vivir en estos tiempos donde, como bien dijera Corleone: “...no hay nada personal, sólo negocios”. Tal vez haciendo honor a esa misma filosofía, dentro de unas horas alguien o álguienes, den la orden de arremeter contra este artículo y su autor. Y no dudo que el ejecutante aparezca siempre que le paguen en dinero o en especies, claro está, la riposta. De ser así, no me voy a sentir ofendido: sé que no es nada personal, son problemas de negocios…
   El caso es que como ven, continúo siendo el inadaptado que pone la nota discordante. “Donde fueres, haz lo que vieres”, pero resulta que no me da la gana de adoptar las costumbres al uso, toda vez que ellas tropiezan con lo poquito que todavía me queda de persona decente. Porque si bien es cierto que a mis espaldas y por lo bajito se han dicho horrores en cuanto a mi “estúpida “ postura de no aceptar dinero por ciertas cosas, también es cierto que no han faltado otros que —también por lo bajito para no buscarse líos— me han felicitado.
   Ello me hace pensar que no vivo, como al principio imaginé tan pesimista, en un mundo carente de valores; los valores están y estarán porque son eternos, solo que para que existan valores es necesario su contrapartida. En dependencia del momento histórico unos prevalecen sobre otros y la persona que como yo no está en el lado donde se inclina la balanza, es un inadaptado. Entonces comienza a auto conmiserarse, a sentir que está necesitando una máquina del tiempo para volver al pasado, a decir que las cosas andan mal, muy mal, y qué sé yo cuántos disparates más.

(De qué me quejo. Revista Umbral, 2008)

Thursday, August 6, 2015

Angel Velázquez Callejas vs. “Tercera persona”, de Rolando Jorge

Nietzsche le hace una poderosa crítica en Así habla Zaratustra y expone ante el mundo literario y artístico que el libro negro es una estafa del arte y la poética. Muchos poetas no creyeron en lo había dicho Nietzsche y cayeron víctimas del bloque negro. El escándalo sobre varias muertes de poetas trajo tanta polémica en los círculos literarios europeos que se procedió a la creación de un comité de alianza para expulsar de los medios literarios al Libro Negro de la Poesía. Y el libro volvió a desaparecer. Pero, cuando todo parecía una leyenda para ser contada, el fantasma reapareció con más de 500 páginas y 300 poemas absurdos y llenos de polvo. El fantasma del Libro Negro de la Poesía está de vuelta entre nosotros.
   Pero, ¿para qué ha regresado? Sófocles no perdió la perspectiva de que el siglo XXI iba a tener su propia tragedia, su propio teatro y su propio circo. ¿Con qué medio combatir en el Agón de la posmodernidad? Cuando un crítico presentó hace poco más de año en Delio Photo Studio, en Miami, el desaparecido Libro Negro de la Poesía, dijo, como advertencia, que reunía poemas en tercera persona influenciados por la poesía de un novato y que era peligroso leerlos por crípticos y desabridos. Todo el mundo quedó boquiabierto, confundido y amenazado. Pero alguien tuvo la osadía de decir, más tarde, que el libro tenía gran parecido con los bloques de concreto al uso en la construcción de viviendas. Sófocles una vez más tenía razón.

(El Libro Negro de la poesía. Neo Club Press, octubre 2013)

Wednesday, August 5, 2015

Elvia Rosa Castro vs. “Espejo de paciencia”, de Silvestre de Balboa

Se dice que las octavas reales en que fue escrito Espejo de paciencia no son gran cosa literaria.La doctora María Dolores Ortiz afirmó en el programa televisivo Escriba y Lea que se trata de «versos simpáticos». Y Jorge Mañach habló en términos de «balbuceo poético». El mérito radica, según los estudiosos del tema, en ser el primer poema épico escrito en Cuba y este dato es suficiente. Y en verdad, si es cierto que fuese el primero, es bastante. Fechado el 30 de julio de 1608 en la Villa de Puerto Príncipe y escrito por Silvestre de Balboa Troya y Quesada, natural de Gran Canaria, la obra en cuestión narra el rescate del obispo don fray Juan de las Cabezas Altamirano, secuestrado por el pirata Gilberto Girón.
   Que el primer poema épico criollo o cubano o insular lleve por título Espejo de paciencia genera suspicacia; y aunque la descripción del entorno linda los bordes de una pintura paradisíaca, no deja de asirme y mostrarme aquella triste tierra. ¿No será que tanto la tristeza como la paciencia estén apuntando a la inacción, a la pasividad o al vicio? ¿Quién puede sentir orgullo de un poema que se intitule Espejo de paciencia por muy excelente que fuera su factura o por muy fundacional que este fuera?
   ¿Estaría avizorando un extranjero a comienzos del siglo XVII lo que sería nuestro ethos y también pathos, como ya el otro lo había hecho en 1547? Hubo acción sí, pero no estamos precisamente delante de un cantar de gesta, aunque esa era la intención del autor y también del Obispo. Al final, recordamos más a Roldan y a Segismundo que a Gregorio Ramos; y si volvemos a Espejo… se debe al mérito, puesto en solfa por algunos estudios, de haber sido nuestra primera obra literaria. Que olvidamos como cualquiera olvida el horóscopo que lo contraríe o una caracterización que no se avenga al ideal. Lo olvidamos porque en lugar de corpulencia vemos paciencia. Y eso avergüenza.
   Para muchos es lugar común que Espejo de paciencia no constituye nuestra primera obra literaria sino un largo poema titulado Florida, escrito por el fray español Alonso de Escobedo. De igual manera, se afirma que Espejo de paciencia «fue una invención de los poetas del entorno de Heredia, Domingo del Monte o José Antonio Echeverría», cuyo árbol genealógico pasaba por Silvestre de Balboa. Aquí nos encontramos con un doble mentís: que existe un poema antes que el susodicho Espejo… y que este es un apócrifo, ¡ja! Esto equivale a decir que la Historia de la Literatura Cubana se ha escrito y enseñado sobre la base de una grandísima mentira por partida doble: temporal y autoral.Este dato, lejos de alejarme de mi tesis, viene a subrayarla como nunca antes. E incluso, podemos inferir otra cuestión: que la generación de estos ilustres poetas del XIX pensaba en términos de paciencia o, al menos, la aplaudía. O, casualidad, en el momento del parto del largo poema estaban leyendo nada más y nada menos que a Aristófanes en aquel fragmento de Las fiestas de Ceres y Proserpina donde Agatón le responde a Eurípides: «—No esperes, por tanto, que yo me exponga en tu lugar: sería una locura. Sufre, como es natural, tu propio infortunio. Las desgracias no deben sobrellevarse con astucia, sino con paciencia».
   Veamos los móviles del autor del conocido Espejo…: «Moviome —escribió Silvestre de Balboa— a escribir la prisión de este santo Obispo la paciencia con que la sufrió; y por eso le puse el título que tiene, obligado de su ejemplar vida, buenas prendas y clarísima sangre». O: «De este prelado ilustre la paciencia/ Con que pasó tan áspero suplicio,/ La humildad, sufrimientos y obediencia./ Con que se daba a Dios en sacrificio, […]».
   ¡La paciencia, la paciencia! Resulta que, más que una virtud, se convierte en cinismo creyente en la causalidad. Entonces, ¿para qué actuar? No ofendiera tanto si tal actitud no pasara más allá de la decisión individual, de un prelado por demás. Pero sucede que ese atributo de falsa sabiduría en muchos casos se ha convertido en comportamiento arquetípico del cubano: cierta mansedumbre taimada, resignación que no parece ofenderse. Horchata en las venas en lugar de sangre caliente (esto último, otro cliché). Una aptitud para sobrevivir sin demasiados estorbos en cualquier situación. «Nuestro sol brilla implacable, el cubano es ruidoso y alegre, pero un fondo de indiferencia, de intrascendencia, de nada vital, se va apoderando de su vida».
   Para acabar de rematar y redondear lo que he dicho, hallo que Espejo de paciencia es un apócrifo, que todo cuanto narra es una invención, pues ni Gilberto Girón era pirata, sino bucanero; ni el Obispo era tan santo: traficaba como el más castizo bayamés, al igual que el isleño Silvestre de Balboa. Retornamos al punto de partida de este ensayo: el disfraz y la mentira en la mismísima base de nuestra formación ideológico-cultural. La representación de la representación. El encubrimiento y el camuflaje como genes ordenadores, proyectistas de lo cubano. (…)
   Nuestra pieza fundacional no lo es por haber sido la primera, ni por haber enseñado un «retrato», más que de época, natural (frutas, vegetación…), sino por haber mostrado, a partir de un comportamiento tal vez intrascendente, dos de los rasgos más notables del cubano: la inercia de la que hizo gala el santo Obispo se repetirá de generación en generación hasta los días de hoy. La otra cualidad es el camuflaje o disfraz.

(Aterrizaje. Después de la crítica de la razón cínica. Ediciones Luminaria, 2012)

Tuesday, August 4, 2015

Rolando Jorge vs. Angel Velázquez Callejas y Joaquín Gálvez

Dice un tal Callejas, plumífero de un grupúsculo mafioso, que mis siete puntos (el número 7 son ellos) son pretextos míos para publicar en Cuba. Como si yo tuviera que buscar pretextos para publicar en mi país. Todavía no entienden estos idiotas lo que es la libertad de elección. Hasta tal punto les hemos permitido inmiscuirse en nuestras vidas. Él me señala Europa como mi destino (siendo yo cubano de pura cepa). El otro, Perro G. ni vale la pena. No es poeta, ni intelectual, ni la cabeza de un guanajo. Así van las cosas en San Nicolás del Peladero.

(publicado en la red, octubre 2013)

Monday, August 3, 2015

Yoandy Cabrera vs. “Mirar a los lados…”, de Juventina Soler Palomino

Uno de los libros de crítica literaria más deficientes escrito en los últimos años en Cuba es Mirar a los lados. Dos zonas de la poesía cubana de los 90 de Juventina Soler Palomino. Es el peor análisis dedicado a la poesía finisecular cubana que conozco. Y sus limitaciones están principalmente en el pretendido lirismo totalmente desajustado e infeliz, y en la aparente profundidad analítica que se queda en elipsis seudorretórica, sin llegar a decir nada en concreto las más de las veces. Me ahorraré ejemplos, basta ojear cualquier página.
   Este pequeño volumen evidencia la falta de criterio, filtro y revisión que se padece en algunas editoriales cubanas y de provincia, de lo que no están exentas a veces las editoriales más importantes del país (en el prólogo, Emmanuel Tornés informa que una versión más ampliada del estudio de Juventina saldría en una casa editora nacional).
   El fenómeno de las "ediciones Rizo", al que se refiere Soler reiteradamente, no es en sí la causa de la falta de valor literario de ciertas propuestas, sino la idea absurda de que se debe publicar cualquier cosa sin que un consejo editorial cualificado, competente pueda corregir, orientar la reescritura y la revisión de problemas evidentes de redacción y de coherencia. Pero posiblemente en la provincia Granma la propia Soler sea una de las voces (supuestamente) más autorizadas, y ya eso es un problema. Téngase en cuenta que la autora es miembro de la UNEAC. Que un investigador como Emmanuel Tornés acceda a hacer el prólogo del libro sin señalar estas limitaciones es otro síntoma terrible del estado indigente actual del ejercicio crítico en ciertos predios insulares.
(…)
   Dentro de ese matorral discursivo que se mueve entre el disparate y lo naif, hay unas (pocas) ideas rescatables. En el primer ensayo, titulado "La poesía cubana actual: una mirada desde las redes", la autora se refiere a un fenómeno que me parece atendible e importante para comprender la poesía cubana de 1959 al presente: "libros que fueron escritos en un momento y aparecen en otro que muchas veces no tienen nada que ver con su contexto" (pp. 23-24). Por lo demás, es preferible leer la poesía de Nelson Simón y de Antonio José Ponte directamente que remitirse a estas tautologías y glosas anodinas.
   En el caso del segundo texto, titulado "La palabra tras la doble realidad. Poesía femenina", aunque el número de autoras analizado es superior, en ocasiones se logra una mayor claridad expresiva. Sin embargo, a veces se cae en el error de dividir lo femenino y lo masculino de forma arbitraria e inoperante desde mi punto de vista.
   Abunda en su discurso una adjetivación disparatada y aleatoria ("es el encuentro revelado a través de la mística inaplazable del verbo", p. 31). Muchas veces los poemas que cita la ensayista parecen explicar sus ideas, cuando debiera ser a la inversa. La relación entre lo sociohistórico y la poesía no llega a ser orgánica en el libro, no logra conjugarse (pp. 44-49, 60-61). Además, el texto está plagado de lugares comunes de la crítica literaria.  
(…)
   Es una pena que una de las pocas personas que ha pretendido sistematizar en un volumen ciertas zonas de la poética de los autores de los años 90 no cuente con las herramientas ni con la capacidad de análisis necesarias. Pero a veces las buenas intenciones no son suficientes. A ratos este estudio es como un trabajo de clases con lecturas críticas, teóricas y poéticas que superan la competencia analítico-discursiva de la autora. Soler parece tener algunas cosas que decir, lástima que las formas oscurezcan, desvirtúen sus ideas.
   El corpus poético que la autora intenta abarcar y sistematizar sobrepasa sus habilidades exegéticas. Soler Palomino se pierde entre una tropología ingenua, un descriptivismo inoperante y una pseudo-teorización incoherente y estéril. En parte ha llevado a cabo lo que ella misma critica: "sería un engaño tapar con giros retóricos los innumerables sistemas sígnicos del decir cubano del período analizado" (p. 40).

(Mirar a los lados o perder el rumbo. Diario de Cuba, junio 2014)