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Monday, December 28, 2020

Amir Valle vs. Abel Prieto (2)

Un prístino ejemplo de los límites a los que pueden llegar estos ataques podría ser el triste suceso ocurrido durante la Feria Internacional del Libro Guadalajara en 2002. Quienes tuvimos la suerte de asistir a esa feria, podemos testificar sobre la bochornosa manipulación que hicieron Abel Prieto y sus satélites generacionales de una situación familiar muy específica: los más importantes eventos contestatarios de la diáspora cultural cubana durante dicha Feria dedicada a Cuba estaban encabezados por el ensayista e historiador Rafael Rojas, hermano de Fernando Rojas, filósofo e historiador entonces Director del Centro Nacional de Cultura Comunitaria (dependencia del Ministerio de Cultura), a quien “casualmente” designaron para enfrentar los ataques del enemigo. En simples palabras: en vez de proteger a un útil funcionario (un hombre inteligente y de una altísima cultura como es Fernando Rojas), Abel Prieto y sus asesores de la policía política decidieron ponerlo a prueba, obligándolo a preparar todas las acciones contra aquellas actividades en las que participaría su hermano Rafael. Creo que sobran las palabras.

(La estrategia del verdugo. Puente a la Vista Ediciones, 2020)

Thursday, December 24, 2020

Javier L. Mora sobre Alberto Garrandés

Cuando el narrador Alberto Garrandés publica un libro como Las potestades incorpóreas (2007), es porque se está inaugurando, y sin que apenas lo hallamos advertido, un nuevo género de novela que se podría denominar como la “novela del aburrimiento”, en cuya diégesis no pasa absolutamente nada entre un punto A y un punto B (o entre un punto A y un punto A’ que ha pasado, antes, por un B), cosa que no habían visto esos sabelotodo grandilocuentes de Vladímir Propp, Víktor Shklovski, Mijaíl Bajtín, etc., etc.

(Relativos [notas sobre literatura cubana III]. Hypermedia magazine, octubre 2020)

Monday, December 21, 2020

José Prats Sariol enumera las cincuenta ridiculeces de escritores

Primera: Fotografiarse con un librero detrás.

Segunda: Mencionar el reto de la hoja en blanco.

Tercera: Doblar por la otra esquina de las influencias recibidas.

Cuarta: Citar el elogio oral regalado por un autor muerto.

Quinta: Exaltar las infinitas revisiones de un texto.

Sexta: Hacerse el atormentado por editores y traductores.

Séptima: Contar cómo rompió o echó al mar un manuscrito.

Octava: Mirar para el cielo cuando se habla de posteridad.

Novena: Lisonjear los talleres literarios y clases de escritura.

Décima: Echarle la culpa al intelectual orgánico, el contexto y la semiótica.

Undécima: Sonreír ante cualquier parecido con otra obra.

Duodécima: Cambiar la conversación sobre derechos de autor.

Decimotercera: Minimizar el canon como asunto para académicos.

Decimocuarta: Hablar de la genial obra en proyecto.

Decimoquinta: Afirmar con mirada de querubín que el gusto es inefable.

Decimosexta: Elogiar la modestia como signo de talento multicultural.

Decimoséptima: Hacerse el que carece de prejuicios.

Decimoctava: Piropear con un "muy inteligente pregunta".

Decimonovena: Usar más de dos veces "yo".

Vigésima: Citar huraño que la meta es el olvido.

Vigesimoprimera: Poner la experiencia como argumento valorativo.

Vigesimosegunda: Negar que se leen los comentarios recibidos.

Vigesimotercera: Aplaudir al público cuando lo estén aplaudiendo.

Vigesimocuarta: Contar que desde chiquitico leía y escribía.

Vigesimoquinta: No brindar un suculento brindis en la presentación de su libro.

Vigesimosexta: Usar "nosotros" para involucrar al prójimo en alguna opinión.

Vigesimoséptima: Exigirle a los críticos adjetivos trascendentales.

Vigesimoctava: Negar el gusto por los más secretos chismes literarios.

Vigesimonovena: Ensalzar el talento de los escritores emergentes.

Trigésima: No burlarse de las erritas agridulces y los gazapos verdes.

Trigesimoprimera: Quejarse de que la crítica literaria está corrupta o muerta.

Trigesimosegunda: Compadecerse de sí mismo por carecer de tiempo.

Trigesimotercera: Declarar que es apolítico.

Trigesimocuarta: Recitar un poema que todo el mundo conoce.

Trigesimoquinta: Presumir de baños de masa.

Trigesimosexta: Complacer al público con otra lectura.

Trigesimoséptima: Dolerse de la ingratitud de los libreros.

Trigesimoctava: Achacar a la ignorancia que lo ignoren.

Trigesimonovena: Jurar que se basa en hechos reales.        

Cuadragésima: Presumir de sinónimos.

Cuadragesimoprimera: Alabar neofilias, gerontofilias y diversidades.

Cuadragesimosegunda: Extrañarse de que lo tilden de altanero.

Cuadragesimotercera: Aceptar elogios e invitaciones de los políticos.

Cuadragesimocuarta: Expresar que no tiene palabras con qué agradecer.

Cuadragesimoquinta: Preguntar para qué sirve Google.

Cuadragesimosexta: Tramitar premios, honoris causa e hijo ilustre.

Cuadragesimoséptima: Colocarse lejos de machismos y feminismos.

Cuadragesimoctava: Creerse digno de publicar sus obras completas.

Cuadragesimonovena: Declarar que escribe para el pueblo.

Quincuagésima: Escribir cincuenta ridiculeces como si fueran de los demás.

(Cincuenta ridiculeces de escritores. Diario de Cuba, julio 2017)

Thursday, December 17, 2020

Rogelio Riverón vs. Alberto Guerra Naranjo

Hablo en tono personal, desde mi página personal y expreso mi opinión. El narrador Alberto Guerra me acusa de contubernio, manipulación de jurados y por tanto de corrupción. Sostiene a veces velada y otras abiertamente, pues en ello basa su alegato, que gané un premio, estando entre sus organizadores. Es una calumnia, sostenida por algunos de sus foristas. La institución donde trabajo, Letras Cubanas, no está entre los organizadores del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar. Ello significa: no libra la convocatoria; no recepciona los originales; no convoca al jurado; no asiste a las deliberaciones; no contacta al ganador, no organiza la entrega; no coordina la divulgación posterior. Soy un trabajador del sistema del libro y un escritor cubano que jamás ha concurrido a uno solo de los premios que organiza. En las editoriales del Instituto Cubano del Libro, de Pinar del Río a Guantánamo,  trabajan escritores que partcipan corrientemente en los concursos literarios nacionales. Algunos se cuentan entre los ganadores. Los escritores vinculados laboralmente a la UNEAC participan de modo natural en sus concursos. Algunos los han ganado. Los escritores que laboran en dependencias de los Centros Provinciales del Libro y la Literatura publican naturalmente en sus revistas y en sus editoriales. El narrador Alberto Guerra, si no calculo mal, publicó una reedición de su novela en Ediciones Unión (2017) siendo responsable de la sección de narrativa de la UNEAC. Lo considero lógico. Aclaro que en ese período me excluyo meticulosamente de las actividades que gesto. No me quejé ante sus superiores porque a pesar de que era entonces un representante de todos nosotros, comprendo que ese es su estilo.

   Pero veamos: la peor manera de errar éticamente hablando radica en participar en un concurso, con lo cual se le reconoce legitimidad, y luego, cuando no se es el ganador, montar una campaña de desprestigio contra ese concurso y sus organizadores. Ello involucra a los miembros del jurado, a quienes también llega la insinuación de inmoralidad. Se trata en este caso de una táctica del narrador Alberto Guerra, puesta en vigor par de años atrás. Entonces el legítimo y soberano jurado del premio Alejo Carpentier de cuento decidió declararlo desierto, decisión plausible y que puede ciertamente provocar opiniones, pero no condena de uno de los participantes, pues quien a ello se atreve atenta contra la propia rectitud. Alberto Guerra elevó a la dirección del ICL una reclamación sin lugar que comenté en el artículo "El arte de perder concursos o sobre la infalibilidad del cuento cubano", que puede ser visto en www.laletradelescriba.cu. Aquí afirmo que el Insituto Cubano del Libro no "prepara" de antemano sus premios. Llamo al estrado al narrador Alberto Guerra, quien invitado por Letras Cubanas fungió como jurado del premio Alejo Carpentier de novela en 2011 junto  Arturo Arango y Lorenzo Lunar.

   Ahora reitero, queridos foristas: no pido perdón por haber ganado un premio que no convoqué. Habed convencido al jurado de que otro cuento era mejor; no con intriga e intento de amedrentamiento a la institución, sino con literatura.

(“Sobre premios, contubernios y el bullying literario”. Publicado en Facebook, septiembre 2020)

Monday, December 14, 2020

Francis Sánchez vs. la UNEAC

Rafael Almanza en Camagüey no es, no ha sido de la UNEAC. No lo son Ángel Santiesteban, Rafael Vilches, Jorge Olivera, miembros del Club de Escritores y Artistas Independientes. Cuando renuncié a ese cepo, me visitó un alto funcionario del Instituto Cubano del Libro y muy sinceramente me dijo que quería saber el porqué por una sola razón, porque le preocupaba que "ahora haya más escritores renunciando", como saber si había un virus o un descosido que atajar. El "defecto" es la misma aparente "normalidad", el infierno es la mediocre inercia entre el porquerizo y sus crías. Los que no están en esa normalidad no son los desclasados, perdidos o desterrados, no, esa visión solo se puede producir desde la óptica del rebaño. Nunca se me olvidará -pero ojalá que sí, algún día-- a una escritora de Ciego de Ávila diciendo en una mesa de opinión en la AHS cuánta lástima tenía por los escritores cubanos exiliados que se tenían que pagar sus libros y puso de ejemplo de esos "perdedores" a Reinaldo Arenas. Ja, acaso Reinaldo no es una estrella brillante en el cielo de la literatura donde nadie habrá visto jamás a esa "exitosa" escritora que goza con que el gobierno le pague su vida y obra. Tener libertad, tener incluso dinero, tener un camino por donde perderte... Literatura y "éxito" son dos palabras que no se asocian bien y menos en los establos de reyes. El otro relato del canon siempre ha estado ahí donde no llegan las lápidas del amo.

(comentario publicado en la red, agosto 2020)

Friday, December 11, 2020

Reynaldo González sobre su libro “Siempre la muerte, su paso breve”

Esa novela tiene una historia azarosa. Al escribirla temí porque hicieron recogidas de homosexuales y yo tenía un personaje gay, Silvestre —que se da como la verdolaga—, revolucionario a su manera. Le apliqué los primeros cortes, para aligerarla antes de que fuera a la imprenta. De los jurados, el peruano José María Arguedas se había encariñado con el argumento y pedía información, preocupado.

   Publicaron la novela porque ganó y eso estaba en las bases del concurso, pero no la mimaron, sino lo contrario. Toparon con ese personaje, demasiado para entendederas cortas. ¡Quién ha visto eso, el revolucionario es puro y duro como el mármol!, se estremeció una pechugona profesora universitaria, en el rol de viuda de Robespierre, con licencia para matar. Silvestre resultó un clavo en el zapato de quienes ansían ponerle moldes a la vida. Y un agravante de tijeretazos dados por mí, a ver si componía el desarreglo, pero no reduje la culpa. Mi empeño se explicaba en el ambiente represivo que perseguía al “pecado contra natura” (“no es contra natura porque está en natura”, argumentaba airado Lezama Lima), y más inquina despertó con la rauda traducción de Gallimard y las ediciones en Polonia y Alemania, países amigos o enemigos según las volteretas de ocasión. Vi con claridad que el mayor pecado era el héroe gay, presencia imperdonable.

   La novela pagó culpas del autor, o el autor de la novela y nos sobrevino el silencio. Era, además, una polémica silenciada, que pasaran por debajo de la mesa y los ofendidos mudos. Que autoridades extranjeras no conocieran el desatino. Incluso las llamadas “rectificaciones” posteriores quisieron travestirlas porque hasta en los países más mierderos se sabe que son una bestialidad. Luego a las presuntas rectificaciones intentaron dorarlas como conquistas sociales. Hubo un funcionario que quemó los muñecos del Teatro Nacional de Guiñol convencido de que extirpaba el mal del liberalismo proimperialista. ¿Qué habría escrito Freud de ese incendiario? Yo temía comentar la situación en cartas a mis amigos extranjeros. Una paranoia nada incierta controlaba el menor descuido.

   Después de varias operaciones ortopédicas y de 30 años, la novela apareció discretamente en librerías cubanas. Ya no estaba en Cuba (es hábito) una asesora de arma blanca cuyo “informe de lectura” empavorece. Lo guardo como reliquia ejemplar de una sanguinaria en acción. El techo me vino a la cabeza hasta 10 años después. Había purgado una pena que deseaban convertir en operación publicitaria de título “quinquenio gris”, cariciosa con el error oficial y rigurosa con las víctimas que escalaron el Everest en patines. Dejé constancia de esos tartamudeos en la edición reciente de la novela, que al fin salió como fue escrita, con los párrafos culpables y el maricón Silvestre, quien hizo justicia, aromatizado como una pomarrosa.

(Mis obras cuentan mis pasos, de ninguna me arrepiento, entrevista con Carlos Espinosa, Cubaencuentro, agosto 2020)

Tuesday, December 8, 2020

Francisco Morán vs. Víctor Fowler

Fidel Castro ha tenido apologistas de los tipos más variados. Deleznables todos – como lo son todos los que insistan en celebrar al Máximo Líder-Comandante-en-Jefe – hay que decir que siempre habrá matices que señalar.

   Hay apologistas que pudiéramos llamar “lamebotas” desvergonzados. Son tal vez, los que merecen algún respeto. ¿Por qué? Muy sencillo. Ellos saben muy bien donde se revuelcan y no les importa que se sepa. Por el contrario, repiten sus elogios una y otra vez en espacios como los de Granma y Juventud Rebelde. Pero quizá pocos sean tan dignos de ser llamados “lamebotas” como el mismísimo Presidente de la República Mediatizada Miguel Díaz-Canel, el cual brilló como nunca cuando tuvo la desfachatez de exhortar a los cubanos a “controlar los rebrotes de la pandemia de Covid-19” como “el mejor homenaje [que podrían hacer] al líder de la Revolución cubana, a su memoria y a la monumental obra humana que nos legó Fidel Castro.” Dicho de una manera más directa, los cubanos deberían preocuparse por salvar sus vidas, no porque éstas sean valiosas en sí mismas, sino porque ellas existen para homenajear y como homenaje a Fidel Castro. Este tipo de apologistas, aunque se trate del presidente mismo, no tiene el menor cuidado en pensar antes de hablar y/o escribir. Su autoridad y legitimidad – empezando, insisto, por Díaz-Canel – descansan en la adulación incesante.

   El segundo tipo, el intelectual, es de otro talante. Si Díaz-Canel es el máximo ejemplo del primero, Roberto Fernández Retamar lo es del segundo. Aquí hay cabeza. La bota se lame igual, pero la escritura – hasta donde esto es posible – mantiene su dignidad. Lo que quiero decir, básicamente, es que vale la pena – y pena, penita pena – discutir y polemizar con Retamar. Se podrá no estar de acuerdo con él, pero hay que citarlo. ¿Qué sentido tiene discutir con Díaz-Canel? Es justo porque Retamar sabe lo que hace, y lo hace bien, que hay que discutir con él. En este grupo debería caber también, pero no cabe, Víctor Fowler. La diferencia entre Retamar y Fowler, creo yo – no puedo afirmarlo – es que uno no siente que el primero necesita justificarse ante nosotros, y el segundo sí. Eso explica que Fowler haga un esfuerzo, más que notable, por crear profundidad donde hay un hueco, y perfumar con espíritu, cubrir piadosamente la peste. Mientras más rastrero es el asunto, más tiene que hacer por elevarse la prosa.

   La Jiribilla acaba de publicar “Después de Fidel,” de Fowler. Tomando como centro de sus especulaciones un papelito de Castro a Celia, Fowler se da a la tarea de cristalizar ese trasto:

   “Cuando un episodio es conocido es necesario regresar a él o, quizás, sospechar de la seguridad con la que lo recordamos o asimilamos alguna vez; analizar, desmenuzarlo, proyectar los elementos que lo integran contra algún telón de fondo para que —de nuevo— comience a darnos sus significados. ¿Cómo aproximarnos a lo que ya sabemos y qué nos tiene que ofrecer? Un hombre joven, el líder de un grupo rebelde, quien se encuentra en un remoto punto en la geografía montañosa del este de su país, envía una breve nota a su secretaria y colaboradora de confianza. El grado de cercanía entre ambos es tal que la nota revela un sentimiento privado, recóndito, íntimo que no solo empieza a formarse, sino que —en caso de ser comunicado al resto de la tropa, integrantes del movimiento o simpatizantes— tal vez habría espantado, confundido, decepcionado o movido a risa a varios de ellos.”

   El detritus castrista es cubierto, recubierto y encubierto amorosamente por el agua saturada de sal de la prosa de Fowler empeñada en devolvérnoslo como un cristalito centelleante y deslumbrante:

   “Hay diferencias enormes entre la confesión íntima y el programa o el anuncio político. La primera apela a la unión de secreto y lealtad; la segunda es concebida como acontecimiento público, busca eco, denuncia o presenta batalla, además de que desearía sumar adeptos. El programa político figura entre los documentos más cuidadosamente calculados, donde cada palabra ha sido revisada mil veces e imaginada en sus efectos; la confesión es territorio de las emociones, de lo que aún está siendo procesado, formado. Por eso, la sensación de estar asistiendo a un punto de giro que emana de la construcción “me doy cuenta”, en lugar de (por ejemplo) “estoy convencido” o “confirmo que”.”

   Demudado ante el enigma filosófico de ese papelito, Fowler se troca en palabrería pura. Estamos ante la palabra embelesada consigo misma, que quiere darnos gato por liebre. Lenguaje vacío montado sobre uno entre tantos de los hilos de baba del horror:

“Frases, un collage de frases que trazan un modelo de mundo, un sentido u orientación; la suma de palabras encadenadas durante décadas en un ejemplo formidable de pedagogía y política, marcadas ambas por el ansia de totalidad que lo mismo acciona en el universo de la infancia que en los territorios de la ciencia y la técnica; en la práctica del deporte tanto como en las políticas de movilización social, los escenarios internacionales, la interpretación del pasado…”

   Fowler saliva para cubrir el rastro de otra saliva. Su propio lenguaje se revela aquí como un balbuceo, que lo único que muestra es su propio apego a la bota y al uniforme. Los editores de La Jiribilla ilustraron inteligentemente la prosa de Fowler con varias imágenes de Castro elevándose sobre todos y sobre todo. Al pie de una de ellas, la cita de fowleresca: “Después de la muerte de Fidel, de la lamentación, de la celebración de memoria, toda esa enormidad discursiva constituye un archivo abierto y necesitado de estudio, investigación y confrontación creativa.”

   “Celebración de memoria” imagino que quiere decir celebración “aprendida de memoria,” y fascinación con la “enormidad” de un totalitarismo que se celebra aquí sin el más mínimo asomo de pudor.

   Victor Fowler no tenía necesidad de ponerse al servicio de esa bota. Es su elección. Lo que escribió no les será de gran uso a la mayor parte de los fidelistas que pensarán que Fowler se la quiso de dar de ilustrado escribiendo algo que la mayoría de ellos – ni nosotros – pueden comprender. ¿Para quién es eso, pues? ¿Y para qué? Quizá pueda ser útil para llegar a lo más alto de la UNEAC, pues ofrece un tapujo bien balanceado de vacío intelectual y político con una prosa hojosa que pasa, o quiere pasar por profunda. Tal vez el comienzo de un estilo renovador, algo así como un tojosismo fidelista. En cualquier caso, después de Fidel, Victor; después del Castrismo, el Fowlerismo.

(“Después de Víctor”. Publicado en Facebook, septiembre 2020)

Thursday, December 3, 2020

Antonio José Ponte vs. Arturo Arango

Un día me explicó su principal razón para no compartir mi empeño en salir del castrismo. Los dos esperábamos por la comida que preparaba el políglota Desiderio Navarro. Eran platos de otras lenguas para las nuestras, un plato árabe y otro de Europa oriental. Arturo Arango cuestionó qué pasaría si, por buscar cambios políticos tan rotundos, el país llegaba a una situación más insoportable.

   Ya fuera por convicción o por miedo, él no utilizaba el término dictadura, aunque sus expectativas no contemplaban más alternativa a Fidel Castro que otro régimen dictatorial, de derechas.

   Contesté a su pregunta con este acertijo marital: suponiendo que su esposa tuviera un amante y él se enterara, ¿qué iba a hacer? ¿Aguantar los tarros, por miedo a que su siguiente pareja pudiera engañarlo de peor manera?

   Él replicó que no era lo mismo, y tal vez tuviera razón. Quizás mi ejemplo no venía a cuento cuando hablábamos de política, pero lo suyo era, evidentemente, miedo al futuro.

   Ese miedo lo empujó al envilecimiento. Años después de aquella comida compartida, dirigía la Cátedra de Guión en la Escuela Internacional de Cine (EICTV) y fue uno de los que expulsó al profesor Boris González Arenas por hacer periodismo independiente.

   Con el pretexto de evitar posibles atropellos futuros, Arturo Arango era capaz de cometer muy reales atropellos en el presente. Que él dirigiera una cátedra daba la medida de la mediocridad de aquel centro de estudios. Porque mediocres son sus novelas y cuentos, así como los ensayos que ha publicado bajo un mismo título —"Reincidencias", "Segundas reincidencias" y "Terceras reincidencias"—, tal como Valéry y Sartre (no creo que él haya leído al primero) repitieron "Variété" y "Situation" para los suyos.

   En una entrevista reciente, opinó: "Tengo la impresión de que cada vez el Gobierno cubano tiene que actuar más como lo dejan que como quiere, que es algo también que ha pasado históricamente".

   Luego del énfasis que anuncia que nos confesará un impresión (y conste que las impresiones son volátiles y exigen muy atenta escucha), no hace otra cosa que repetir la coartada gubernamental de los impedimentos que vienen del norte. Redoble de tambores en el circo del pensamiento, luces dirigidas hacia el trapecista, para descubrir que entre el aserrín del suelo y el trapecio no hay ni una cuarta de altura.

   Cuando en esa misma entrevista declara: "Yo soy un anticapitalista radical", no puede uno menos que echarse a reír. ¿Radical él, el llorón de la antesala de Roberto Fernández Retamar del que habla Gabor? ¿Anticapitalista él, agradecido de que lo empleen en el extranjero, y no precisamente en Corea del Norte?

   Hay ensayistas con ideas y argumentos poco sorprendentes que se salvan gracias a su poder expresivo, pero este no es su caso. Le preguntan en dicha entrevista acerca de sus miedos, y contesta: "Le tengo pánico a las ranas. Le temo a la muerte". En la cosmología personal de Arturo Arango la libertad ha de aparecer bajo la figura de esqueleto o de rana (...)

   (Del "Diccionario de la Lengua Suelta", de Fermín Gabor, Renacimiento 2020)

Monday, November 30, 2020

Rafael Rojas sobre Roberto Fernández Retamar

A partir de mediados de los años 60, Ia poesía de Roberto Fernández Retamar, a medida que se subordinaba más y más al poder, fue perdiendo calidad. Ahí están los poemas revolucionarios y pro soviéticos, hoy intrascendemes o rebasados por Ia estética y Ia historia, de Que veremos arder (1970), de Cuaderno paralelo (1973) y de Circunstancia de poesía (1974). Hay, sin embargo, un momento previo a esa burda politización de la poesía en el que Ia lírica de Fernández Retamar ofrece lo mejor de sí. Me refiero al cuaderno Historia antigua (1964), publicado por su amigo Fayad Jamís en Ia editorial La Tertulia y donde poemas como “Arte Poética” se internan en una honda reflexión sobre el acto de Ia escritura, sin otro horizonte valorativo que no sea Ia voluntad, a veces débil, de desentrañiar el misterio de Ia diversidad del mundo.

   Nunca, sin embargo, aquella recurrencia al duelo del sobreviviente, a Ia documentación de Ia culpa del letrado, abandonó Ia poesía de Fernández Retamar. Ahí están los conocidos versos “usted tenía razón, Tallet, somos hombres de transición: sólo los muertos no son hombres de transición” y tantos otros de los años 70 para dar fe de aquel malestar bajo Ia condición del intelectual revolucionario. Habrá que esperar hasta fines de los 80, o más claramente, hasta mediados de los 90, para que Ia poesía de Fernández Retamar recupere un poco, sólo un poco, aquel tono elegiaco y sutil de los años 50. Algunos poemas de Cosas del corazón (1997) y de Aquí (1998) escenifican, como ha señalado Jorge Luis Arcos, una vuelta a Ia mejor tradición de Ia poesía histórica cubana e hispanoamericana, donde el vaivén entre “nostalgia” y “esperanza” producen un discurso sobre “relatividad del conocimiento histórico” desde una “perspectiva poética de lo temporal”.

(Tumbas sin sosiego, Anagrama, 2016)

Monday, November 23, 2020

Fermín Gabor vs. “Antón Arrufat. Autorretrato sin enmiendas”, de Carlos Espinosa (2)

"Volviendo a mis hábitos como escritor, no reescribo", declara Antón Arrufat a Carlos Espinosa Domínguez.

   Ah, qué bien. Estamos en una página crucial del recién aparecido "Antón Arrufat. Autorretrato sin enmiendas" (Los Libros de las Cuatro Estaciones, Kansas, 2020).

   Antón Arrufat, que vio salir de un prostíbulo a Jorge Mañach y supo de labios de una prostituta lo que Mañach hizo con ella allá adentro, parece dispuesto a confesar lo que él hace cuando se queda a solas y escribe.

   "De hacerlo", dice del reescribir, "habría recibido ya muchos premios y estaría camino del Nobel".

   Creo que este es un momento perfecto para aclarar que tanto las frases elegidas de las prosas de Leonardo Padura y Senel Paz publicadas aquí como esta frase arrufatiana que acabo de teclear, son exactas y verdaderas. Invención de esos autores a los que les han sido adjudicadas y de ningún modo invención mía.

   Corte al Paseo del Prado. Exterior, día. Caminan dos escritores, uno anciano y el otro maduro. Van de la estatua de Manuel de la Cruz a la estatua de Juan Clemente Zenea o viceversa. Pasan entre leones. El anciano es Arrufat. El maduro, Senel Paz. Los llamaremos (por títulos de sus libros) Pequeñacosa y Niñoaquel.

   Van Pequeñacosa y Niñoaquel por el Paseo del Prado. Laureles y leones. Laureles, que con sus hojas se tejen las coronas del triunfo. Leones, que así trata la lengua inglesa a las grandes figuras literarias. Pequeñacosa, Niñoaquel, laureles y leones.

   Hablan de la gloria y Pequeñacosa suelta: "Vargas Llosa caminaba conmigo por La Habana. Vino cuatro o cinco veces y paseábamos juntos".

   Fue por los años en que él hacía la revista "Casa".

   "Y ya tú ves", agrega, "él es Premio Nobel y yo no".

   Eso está en este libro del cual hablo. No le he añadido nada, lo refiero casi con las mismas palabras, con idéntica lógica. Pequeñacosa cree que la gloria se pega de andar juntos, que el Nobel es el coronavirus.

   En respuesta, Niñoaquel mira muy serio a su interlocutor y le pregunta cuántas novelas ha publicado Mario Vargas Llosa.

   Bufido de guagua que abre la del medio, y también la de atrás, como respuesta.

   Y Niñoaquel pregunta a Pequeñacosa cuántas novelas tiene escritas él.

   Alza este último los dedos en V como solía alzarlos Churchill.

   "Con dos novelas no se puede ganar el Nobel", lo disuade Niñoaquel. "Vargas Llosa se ha dedicado a trabajar y nosotros no".

   Volver de Manuel de la Cruz a Juan Clemente Zenea o de Juan Clemente Zenea a Manuel de la Cruz es una las tareas más extenuantes que habrá podido imponerse este par de humanos bajo el peso de sus haraganerías sin reconocimiento.

   Eduardo Abela los coge a los dos y los hace Bobo y Sobrino en ese mismo paseo. (Eh, eh, Bobo y Sobrino no es mal nombre para una empresa comercial.) Carlos Espinosa Domínguez, sin nada de Abela, habrá transcrito la anécdota con total seriedad.

   Se toma tan en serio su trabajo Espinosa Domínguez que inicia el libro con este aviso: "Este libro que ahora ve la luz viene a integrar, de modo natural y orgánico, una trilogía con dos anteriores que he publicado, 'Cercanía de Lezama Lima' (1986) y 'Virgilio Piñera en persona' (2003)".

   No sé de qué forma natural y orgánica un escritor como Antón Arrufat, reescriba o no reescriba, puede colocarse en interés público a continuación de José Lezama Lima y Virgilio Piñera, protagonistas de dos volúmenes que agradecemos a Espinosa Domínguez. Ha de ser que cuando el pedal de la máquina de coser coge carrera, da igual coser un bajo más. Es Singer y la máquina canta.

   Pero si lo que Carlos Espinosa Domínguez quiere es seguir tirándose en chivichana por la escalera del Capitolio, que no lo deje en trilogía y vaya a tetra. Que la cultura cubana anda necesitada de un libro donde Ambrosio Fornet revele cuáles son sus hábitos de escritura y confiese si reescribe.

   Y si escribe.

   Ambrosio Fornet fue más amigo de Vargas Llosa que Arrufat, y estuvo más expuesto al contagio del Nobel. Ese libro en el cual le hablaría a Espinosa Domínguez de su vida y obra va a ser apasionante. Desde ya cuenten con mi lectura.

(Publicado en Facebook, marzo 2020)

Thursday, November 19, 2020

Manuel Sosa sobre la Generación del 80

Lo más prudente era concentrarlo todo en la arrancada. Saber mover la primera pieza, luego de un período formativo o de incubación que no desdeñaba lo verboso, algo de ilustración y mucho de fagocitosis. Sería difícil superar el estreno, pero ya estaba el nombre inscrito y no importaba alargar esa fama provinciana, reciclar el repertorio, acomodarse en cualquier antología. Nadie imaginaba entonces el peso que iba a adquirir la Circunstancia, ni el castigo o provecho que de ella emanaría. Ni que su descripción final iba a ser resumida en cuatro palabras: conformidad, oportunismo, destierro, suicidio.

(Método ochentista, publicado en la red, diciembre 2019)

Monday, November 16, 2020

Enrique del Risco vs. Leonardo Padura

En entrevista a dúo con Mauricio Vicent, el Compay Segundo de la corresponsalía extranjera en Cuba, Padura se hace una buena pregunta ("la pregunta debiera ser por qué alguien se va de su país"). Pero la respuesta que se da él mismo no cuestiona -como cabría esperar- las razones por las que alguien se ve obligado a irse de su país sino la decisión de irse de un lugar mayormente invivible. La razón que ofrece Padura es un delicioso extracto de la que llamo "ideología del boniato", esa que esgrime la gente que apenas pasan de ser raíz, con ese apego literal a la tierra. "Más si ese alguien es un escritor, específicamente un novelista que se alimenta de su realidad para crear su obra”. Y así, con esa frase Padura intenta borrar tres milenios de literatura y exilios. Como si la única materia literaria posible la ofreciera la tierra que te vio nacer. Como si solo se pudiera escribir sobre esa tierra por el procedimiento de no alejarse nunca de ella. Pero ya se ha visto que esas creencias hace rato que se han arraigado en los tubérculos patrios.

(Publicado en Facebook, agosto 2020)

Thursday, November 12, 2020

René Depestre vs. Nicolás Guillén (2)

Later, Guillen condemned my behavior. He told me, "You sawed off the branch you were sitting on! Castro saw you, his brother too! They saw you defending an hijo de la gran puta!" Guillen didn't like Padilla either, because Guillen didn't appreciate criticism of the regime. Guillen said, "These people, they risked their hide in the Sierra Maestra. They took risks, they waged war. The rest of us intellectuals, we were in Paris, in Buenos Aires, we didn't do anything. We didn't have the cojones to take action like these young men, so we should just keep our mouths shut!" I didn't agree with this theory, that we had to keep our mouths shut because the men who took power were men of action, that we had nothing to say. But Guillen was Machiavellian: "You have to be clever, you lacked political talent! I thought you had more finesse." In other words, he defended the socialista realpolitik, like many people who had served Stalin and others. For me, if there's something about which I cannot be reproached, it's that I never walked the walk of Stalinist realpolitik. From the moment I knew about them I said no. I'm Haitian after all, so I had my own little tradition of rebellion, my cimarrón tradition.

(¿Un cubano más? An Interview with René Depestre about his Cuban Experience. Afro-Hispanic Review, Fall 2015)

Monday, November 9, 2020

Ibrahim Hernández Oramas sobre Antón Arrufat

Cuando pienso en la primera vez que escuché de Antón Arrufat me viene a la mente un reportaje de televisión. Creo recordar, una casa colonial, dispuesta en mi recuerdo de todos los objetos y fetiches que presumiblemente rodean la vida de un escritor. Al centro de la imagen, el personaje en cuestión, que habla de las costumbres de su escritura, de cómo tecleaba de pie (no sé si la práctica era real o producto de una confusión en mi reminiscencia del suceso, pues el sujeto del ensayo sobre Dulce María Loynaz se sienta a teclear, y el de ensayos posteriores ya escribe, suponemos algo deslumbrado, ante una pantalla digital) en una máquina de escribir (ahora sé japonesa, según el mismo texto). De la misma manera, creo oír, no sé si me traiciona el recuerdo, desde su voz algo sobreexpuesta, la advertencia de que el hábito parte de una imitación o un homenaje al gran escritor francés Víctor Hugo, y nada tiene que ver, por supuesto, con el insufrible norteamericano Hemingway.

   Y así, en Antón Arrufat, como si toda voluntad estilística, trazado de genealogías o flujo discursivo, estuvieran irremisiblemente enmarcados en el devenir de un programa televiso de gusto dudoso, cualquier amago de agudeza o boutade, cualquier modulación de intensidad por la escritura, parecen diluirse en fragmentos de una egolatría rayana en lo bucólico, en un diálogo con la tradición literaria, y con la imagen que se hace de sí mismo dentro de esta, a veces excesivamente maquillado, pasado por talco, artificial y un tanto ridículo: como de merienda en jardín rococó.

(El método Sainte-Beuve de Antón Arrufat. Diario de Cuba, julio 2016)

Thursday, November 5, 2020

Joaquín Gálvez vs. la UNEAC (2)

Llama la atención que todas las nombradas generaciones literarias cubanas, a partir de 1959, provienen de la UNEAC o la cultura oficial. Con excepción del Grupo El Puente, aniquilado en los albores de la Revolución, y la Generación del Mariel, que se formó en el exilio a causa de un suceso histórico y que la conforman escritores que fueron marginados por el régimen cubano, los demás escritores que no se integraron a la filas de la UNEAC, o que no publicaron en Cuba, quedaron desclasados generacionalmente; es decir, fuera de los parámetros de estudios literarios con que se suele nombrar a los escritores cubanos dentro del ámbito oficial de la literatura cubana, incluso desde territorio exiliar. Llama también la atención esa tendencia viciosa de clasificar la obra de los escritores por generaciones ateniéndose al grupo y obviando al individuo y su libre albedrío creativo. “Si cada inglés es una isla, cada cubano es un rebaño”, diría Borges en este caso. Sin duda, existe no una, sino varias generaciones de desclasados literarios cubanos acorde a las categorizaciones oficialistas y sus paladines en ambas orillas.

(Publicado en Facebook, agosto 2020)

Monday, November 2, 2020

Juan Abreu vs. Reinaldo García Ramos, Ana María Simo, René Cifuentes

He rechazado algunas entrevistas recientemente, sabía que tendría que hablar de Mariel (revista, generación, etcétera) y el tema me aburre, me tiene harto. No pensaba volver a tratar el asunto. Pero. Leo una entrevista con García Ramos. Y hay que puntualizar algunas cosas. Marcia Morgado fue fundamental para la revista Mariel, por su experiencia como editora y por su capacidad de trabajo. La revista se hacía en la sala de su casa. Ayudó en la distribución, dice García Ramos, sí, en eso también. Ana María Simó, santocielo. Por lo que recuerdo la señora o señorita Simó era una lesbiana grave, engolada, a la que apenas se le entendía nada de lo que hablaba. No digamos ya de lo que escribía. Era compinche (o algo por el estilo) de García Ramos, y ese fue el único motivo por el que tuvo algo que ver, muy poco, con la revista. ¿René Cifuentes? Cifuentes era la loquita bonita del momento, nada más. García Ramos quería llevarse la revista a NY para hacer galones de intelectual, ya que hasta su salida de Cuba lo único que había sido era un burócrata de la dictadura. García Ramos despreciaba Miami e iba de marquesa intelectual newyorkina en esa época. Esa fue más o menos la cuestión. Marcia se enfadó, como era lógico, yo más bien me sentí aliviado. A fin de cuentas, el trabajo lo hacíamos nosotros, en Miami, Luis de la Paz ayudaba, Carlos Victoria a veces aparecía. Marcia no fue el detonante del fin de la revista, el detonante fue que en NY ya nadie quería trabajar en la revista. Se habían dado cuenta de que el juguetito daba mucho trabajo. Y en cuanto a Reinaldo, durante el proceso, hizo de veleta y de intrigante, cosa que disfrutaba, y al final se cansó de hacerlo todo él solo. Y, por último, no olvidemos que el “amparo” de Florencio García Cisneros, era pagado. Reinaldo le pagaba los números de su revistica cuando publicaba textos de marielitos. En fin, lo mejor es que García Ramos no revuelva más esa mierda. Dice García Ramos que su memoria funciona como un mecanismo de defensa. Será porque lo necesita.

(Blog Emanaciones, junio 2020)

Thursday, October 29, 2020

Yoandy Cabrera vs. Editorial Hypermedia

La Editorial Hypermedia comenzó en 2013, en parte, con el dinero que Lidia López Padrón pagó por las ediciones de los libros de su hijo Félix Hangelini, asesinado en 2012 en México.

   Lidia confió en un proyecto que ni siquiera había comenzado entonces.

   Hoy, a 8 años de la muerte de Félix, sus libros no están ni por asomo en la página web de la editorial. Por suerte, siguen disponibles en Amazon, al menos hasta el momento que escribo este post.

   El proceso de edición con Hypermedia se extendió durante años y constituye hasta hoy la mayor decepción personal y profesional que he experimentado en mis 38 años de vida.

   Cuando por fin los ejemplares de Lidia, después de años de mentiras, estuvieron en sus manos, decidí que mi asunto con Hypermedia estaba completamente cerrado.

   Pero no puedo dejar de pensar, en otro aniversario de la muerte de mi amigo, en que sus libros, que su madre pagó a Hypermedia a un alto precio con el dinero del seguro de vida de su hijo asesinado, no aparecen ni siquiera en la web de la editorial, ni siquiera en honor a su memoria, ni siquiera porque fue Lidia, convencida por mí, la primera persona en el mundo que apostó (dinero incluido) por un proyecto que por entonces ni existía.

(Publicado en Facebook, junio 2020)

Monday, October 26, 2020

Antonio José Ponte vs. Alpidio Alonso

Muchos se preguntaron cómo era posible que este ser accediera al puesto de ministro de Cultura de la República de Cuba. ¿Quién iba a imaginarlo? Ni una versión ñángara del contubernio de brujas del acto primero de "Macbeth", las brujas echándole soya al picadillo de carne, bautizando el ron, y manejando diversas y variadas porquerías, hubiera dado a Alpidio Alonso, con esas iniciales de pila alcalina que se gasta, la profecía de su mandato.

   Y, en todo caso, Fernando Rojas cabalgaba junto a él, dispuesto a creerse que el puesto en la mayimbería iba a ser suyo.

   Gabor muestra a Alpidio Alonso desvelado por la lucha de símbolos, conocedor de que él y los suyos van perdiendo la batalla de ideas. Lo tiene crudo, pues sus antecesores se valieron del reparto de prebendas con las que él ya no cuenta. Le toca exigir fidelidad a pelo.

   Llegada la noticia de su nombramiento oficial, se dispararon las consultas acerca de su obra literaria y, cuando creíamos que no iba a aparecer contestación a tal enigma, fue hallada esta de Virgilio López Lemus: "Con un lenguaje ajeno a los vanos artificios, Alpidio Alonso se aproxima con absoluta certeza a las regiones poéticas más puras. Discurso íntimo, pero también abarcador y donde el amor tampoco falta, si bien quizás despojado de cualquier intención erotizante".

   Amor despojado de intención erotizante: creo que se trata de una buena fórmula para quien busca administrar, desde una alta oficina, la cultura y los símbolos de un país (...)

(Del "Diccionario de la Lengua Suelta", de Fermín Gabor, Renacimiento 2020)

Thursday, October 22, 2020

Alberto Guerra Naranjo se poncha de nuevo, esta vez por culpa de Rogelio Riverón

En mi humilde opinión ya es hora de coger el toro por los cuernos. El importante Premio de Cuentos Julio Cortázar 2020 fue obtenido por el destacado escritor cubano Rogelio Riverón Morales, quien a su vez funge como Director de la Editorial Letras Cubanas, perteneciente al Instituto Cubano del Libro, institución que junto a Casa de las Américas, Centro Dulce María Loynaz y Embajada Argentina, auspician y coordinan dicho importante premio, siendo la Editorial Letras Cubanas la encargada de publicar en forma de libro al premiado (es decir, al propio RRM) y al resto de los escritores finalistas. Hablando en plata eso es lo que ha ocurrido y a mi juicio no debe ser. No se puede ser juez y parte; no se puede ser parte de las instituciones que organizan un certamen y luego ser el ganador de la otra parte que en mayoría participa. Lo siento mucho, pero ante este tipo de cosas, no puedo quedarme en silencio.

(Publicado en Facebook, septiembre 2020)

Monday, October 19, 2020

Fermín Gabor vs. Zoé Valdés (4)

"Hacía mucho tiempo que no estaba tan orgullosa de ti", dijo.

   Acto seguido le escuché un borboteo.

   "Llevabas mucho tiempo sin hacer algo que valiera de verdad la pena", agregó.

   "¿Qué estás tomando?"

   Porque hacía un ruido de cloaca.

   "Perdona, un batido de mamey. Empecé a tomarme el primer vaso y me acordé de que tenía que decírtelo."

   "¿Decirme qué?"

   "Lo orgullosa que estoy de lo que escribiste de Zoé Valdés."

   Los mameyes los había traído de Cuba.

   "Ay, si no hubiera alarma de coronavirus, te invitaba. Porque a este paso voy a tomarme yo sola toda la batidora".

   Estaba orgullosa de mí y del vaso medio lleno de la batidora.

   "¿Se puede saber qué hacía ella con ese parche en el ojo?", entró en materia. "Ridícula como es…"

   "Y la peluca", dije.

   "Bueno, lo de la peluca es más explicable."

   "¿Sí?"

   "¿Tú no la has visto bien?"

   Tomó otro sorbo y dijo algo acerca de un desplazamiento frontal con retractación de la línea de crecimiento y pérdida general de densidad capilar.

   "O sea, que está quedándose calva", traduje.

   En el cráneo de Zoé Valdés había una lucha de trincheras de la Primera Guerra Mundial donde las divisiones de la frente hacían retroceder la línea de crecimiento. No obstante, el color de su peluca habría sido el último que eligiría cualquiera que quisiera disimular la caída del pelo.

   "Tan patética… Y se pone a acusar de patetismo a otra. Calva, y habla de la calvicie de otro..."

   La Repugnantona estaba de un ánimo inmejorable. El batido de mamey le bajaba por el esófago que era una gloria.

   "No, no es patética", dijo como si el último sorbo le hubiera traído la iluminación, "es repugnante."

   Zoé Valdés era patética y capaz de llamar patética a otra. Iba camino a la calvicie y era capaz de hablar de calvos. La Repugnantona, a su vez, era capaz de llamar a alguien repugnante.

   Era el fin de los tiempos y el cielo de este día era color mamey.

   La voz del otro lado del teléfono me aconsejó que siguiera por ese camino, el de escribir en contra de aquella mediocre que se creía novelista, y que dejara de una vez en paz a Silvio y Pablo y Amaury y Padura.

   "Al fin y al cabo, te gusten o no, ellos tienen talento. Pero, ella, ¿qué talento tiene ella?"

   "No esperes que te responda esa pregunta sin haber tomado batido de mamey", le reproché.

   Suspiró. Era una pena que cuando más yo la enorgullecía hubiera leyes de encerramiento en las casas. Al vaso de la batidora, todavía lleno hasta un tercio, le corrían uno sudores fríos como si se hubiera contagiado del coronavirus.

   "¿Qué vas a hacer en estos días?", quiso saber.

   Le respondí que nada, que pasaría el tiempo.

   "Yo voy a volver a leerme la tetralogía de Mario Conde", anunció.

   "¿Qué es eso? ¿Padura?"

   "No empieces, que estamos hoy de lo más bien."

   "¿Y qué crees que hará ella?"

   "¿Quién? ¿Zoé Valdés? Disfrazarse. Se ha pasado toda la vida disfrazándose. Se disfrazó de no chusma para alternar con Alfredo Guevara y ahora se disfraza para que nadie se acuerde de con quiénes andaba disfrazada antes."

   Aquel batido de mamey era verdaderamente alucinógeno.

   "Oye, por curiosidad, ¿qué le pusiste al batido, además de mamey?"

   "¿Ella no se te pareció a la niña de 'El anillo', esa criatura asquerosa que sale de los televisores?"

   "¿Nada más que hielo y leche y azúcar?"

   "Y un par de quesocremas para terminar de espesarlo."

   Lo que se estaba bajando La Repugnantona era un cóctel para cosmonautas. Le quedaba un último vaso, iba a tomárselo, y yo prefería no estar al teléfono cuando aquello terminara de hacerle efecto.

   "Adiós", le dije.

   "Ve por la sombra."

 (Vuelve la Repugnantona. Publicado en Facebook, marzo 2020)

Thursday, October 15, 2020

Javier L. Mora sobre el Premio Nacional de Literatura

Cuando no se baraja el Premio Nacional de Literatura entre autores como Delfín Prats, Enrique Saínz, Soleida Ríos, Roberto Manzano o Víctor Fowler, y prefiere dárselo a notables investigadores y prestigiosos profesores de la academia, es porque —ya se sabe— los primeros abandonaron hace mucho el negocio de las letras, y se dedican desde entonces a cualquier cosa (plomería, carpintería, albañilería, etc.), menos a la literatura.

 ***

Cuando no se baraja el Premio Nacional de Literatura —allende el mar— entre autores como José Kozer, Roberto González Echevarría, Jorge Luis Arcos, Daína Chaviano, Antonio José Ponte, Rafael Rojas, etc., es porque estos escritores son esencialmente de Nepal, Centroeuropa, Escandinavia o Tierra del Fuego, que (by chance) escriben sobre Cuba… en español.

(Relativos [notas sobre literatura cubana I]. Hypermedia magazine, diciembre 2018)

Tuesday, October 13, 2020

Ernesto Santana sobre Eliseo Diego

A contrapelo de sus pecados, Eliseo es un poeta de innegable estatura y, si bien no murió en Cuba, sino en México, a donde escapó del horror de los años 90, es sabido que nunca renegó públicamente del régimen cubano, que, no obstante, por no confiar ciegamente en él, jamás le quitó un ojo de encima y le hizo demostrar su fidelidad en no pocas ocasiones.

   Como empezó a escribir en lo que consideraba el paraíso de su infancia, la escritura y la niñez serían siempre el sustento de su visión de la realidad. Por algo Eliseo se hizo pedagogo y, más allá de su propia obra, se convirtió en uno de los más dotados traductores de literatura infantil y juvenil en nuestra lengua.

   Pero las tertulias El Turco Sentado, en la calle Neptuno a inicios de los años 40, a las que asistía fascinado, lo llevaron a participar en la fundación del grupo Orígenes en 1944 y a compartir una aventura cultural que, pese a su elitismo y sus contradicciones, hizo a sus protagonistas merecedores de mejor destino en la pesadilla histórica que debieron afrontar.

   Desde la fácil posteridad, uno desearía que también hubieran elegido mejor a quién servían, pero no es tan simple juzgar la existencia de aquellos sobre los que el miedo, las dudas o las falsas convicciones cobran un peso decisivo en épocas cruciales. Como Eliseo.

   Por respeto a esas ataduras precisamente, Eliseo Alberto Diego no publicó hasta después de la muerte de su padre Informe contra mí mismo, un libro que ya tenía escrito en 1978 y donde cuenta cómo la Seguridad del Estado le pidió que espiara a su propia familia e informara de cuanto ocurriese allí, en un ámbito que pocos han sacralizado tanto como el autor de En las oscuras manos del olvido.

   La policía política sabía bien que al principio Eliseo Diego, como tantos, no era un apasionado del experimento revolucionario dictado por Fidel Castro y que, también como muchos, había preferido la opción de colaborar a la del castigo y la muerte civil. Pero advirtió también que, en lo profundo, el escritor no sentía orgullo de su rol y hasta llegó a verse a sí mismo como un azorado payaso. Algunos que lo conocieron mencionan su inocultable desprecio por la imagen que le devolvía el espejo.

   Ciertamente, Eliseo alzó su voz en defensa del castrismo incluso en momentos tan éticamente significativos como el caso Padilla, enfrentando a los intelectuales que criticaban aquel proceso burdamente estalinista.

   Sin embargo, la utopía colectiva impuesta y deshumanizadora no lo ilusionaba, según vemos en los versos donde confiesa su miedo por la actuación de las hormigas "que al ir vienen" y que "están donde van sin más preguntas". Aun así, Heberto Padilla lo retrató como un imitador de Jorge Luis Borges, "más opulento", y Virgilio Piñera no soportaba en él "el "estilo florcita": vaguedades y florituras; en suma, aburrimiento".

   Para otro origenista, Lorenzo García Vega, "ese asturiano cazurro que siempre fue Eliseo" había cometido "una desvergüenza total" con sus escritos "sobre la revolución castrista", pese a que en definitiva, "al pactar con Castro, el demonio bendito", todos ellos, y García Vega se incluía, habían seguido "lo que ya era un mito folletinesco: héroes católicos-románticos, videntes de cúpulas absurdas".

   Aunque no ignoraba todo eso, fue justamente Octavio Paz quien dejó dicho, en 1994 ante la fatal noticia, que "la muerte era lo único que faltaba a Eliseo Diego para convertirse en leyenda de la poesía latinoamericana". Y el mexicano sabía bien de lo que hablaba, seducido por algo que iba más allá del fraseo que saboreaba las palabras y la demorada respiración del verso del cubano.

   "Todo es al fin no más que un cuento mágico", creía Eliseo, pero el asunto era más complejo. Y muy trágico, porque el refugio de la escritura y de la infancia no lo salvó. Reinaldo Arenas dijo lúcidamente que "los regímenes autoritarios pueden destruir a los escritores de dos modos", con la persecución o con el pacto infame, y se preguntaba "dónde está la gran poesía de Eliseo Diego escrita en los años 40".

(El poeta y su circunstancia. 14ymedio, julio 2020)

Thursday, October 8, 2020

Armando Añel y el escritor “dócil”

Ayer tuve otra conversación “cultural” recurrente, con un amigo escritor para más señas. Volví a escuchar los mismos argumentos que tantos otros me han arrojado a la cara como un pañuelo de seda: “Aquello (Cuba) se abre si lo abrimos, así que cuando pase lo del coronavirus hay que ir y presentarse allí para que los cubanos descubran que no somos esa mafia de Miami con la que pretenden relacionarnos”. Lo miré una vez más asombrado y en eso su perro, que atravesaba casualmente la habitación, lamió uno de mis pies al descubierto.

   Han pasado casi 25 años, tal vez más, desde que el exministro de Cultura Abel Prieto, la UNEAC y sus peones comenzaron a implementar el cambio sin cambio en el terreno cultural, es decir, la apertura a ciertos temas y autores –sobre todo autores— antes prohibidos (o prohibitivos). En todo ese tiempo, Cuba ha seguido y sigue bajo la bota de una dictadura impresentable, camaleónica, mientras, para colmo, aparecen “como por encanto” decretos como el 349 y el 370. ¿Se requiere mayor prueba de que nada ha cambiado ni cambiará verdaderamente en Cuba con el castrismo? Eso le dije a mi amigo, que fingió no entender.

   Porque tras el argumento de que aquello solo se abrirá “por las buenas”, entre otras causas gracias a un “intercambio cultural” que ha mostrado hasta la saciedad su inoperancia, en realidad subyace un mecanismo psicológico justificativo a través del cual los artistas y escritores exiliados se dejan usar por el oficialismo “con la conciencia tranquila”. Y es humano. La gente necesita justificarse. En Cuba los recursos y las instituciones están en manos del castrismo y solo a través de ellos –piensan erróneamente mi amigo y muchos de sus colegas– es posible que un escritor cubano sea reconocido. ¿Y quién no necesita serlo? Hasta los animales. Hasta los perros. Acaricie usted a un perro y verá en su mirada agradecida los efectos del amaestramiento solícito. Mire cómo mueve la cola. No hay que asombrarse, ni indignarse, ni predisponerse contra nadie. Está en la naturaleza del mamífero.

   Intenté, por enésima vez, explicarle a mi amigo que solo apostándole masivamente a la cultura alternativa, apoyando a, e intercambiando con, los sujetos culturales de la sociedad civil independiente podremos contribuir a la liberación de Cuba. Que mientras sigamos entrando por el aro de las instituciones oficiales, por muy amables que parezcan sus representantes, por muy solícitos que se muestren con nosotros o ante nuestra obra –por mucho que nos permitan entrar y leer unos poemas o nos publiquen un librito–, seguiremos alimentando al camaleón del poder. Que lo probaba el hecho de que tras cerca de tres décadas de jugar con la cadena cultural los cubanos siguieran encadenados por el mono represor (tanto los de Cuba como los que necesitan que se les reconozca en Cuba). Pero él ya no me escuchaba. Continuaba enumerando “razones”.

   En eso volvió a entrar a la habitación su perro y descubrí, en la respetable mirada del animal, lo que tantas veces había intuido en la de su amo. Inmediatamente, sin solución de continuidad, la mascota defecó sobre la alfombra que encuadraba el centro de mesa, a escasos metros de donde mi amigo y yo conversábamos (es un decir). Ella también se cagaba en lo que yo decía.

(Fábula del perro y el mono. Puente a la Vista, junio 2020)

Monday, October 5, 2020

Francisco Morán vs. Gastón Baquero y Cintio Vitier (y su crítica a “La isla en peso” de Piñera)

¿Qué vemos en los dos, en Baquero y en Vitier? Lo primero es el racismo subyacente a ese rechazo radical del poema de Piñera, en tanto este transforma a Cuba, a los ojos de ellos, en la abyección misma. Lo abyecto es aquí lo antillano, que es el lugar de la barbarie y de la negritud. La “culpa” de Virgilio consiste, pues, en haber “anexado” a Cuba, en haberla enredada, conectada, “contaminada” a “una antillanía y una martiniquería que no nos expresan, que no nos pertenecen” (Baquero). Pero para poder entender la verdadera dimensión de ese racismo, hay que ver que la separación y la hostilidad hacia la negritud se fundan nada más y nada menos que en el excepcionalismo cubano. He aquí, en la República, vivo y actuante, el miedo a Haití del racismo colonial.

   En el caso de Vitier, su invocación “mi patria” deja al descubierto la entraña racista de la cubanidad. Esa “patria” ¿no es acaso la del esclavista José de la Luz y Caballero,” la de los esclavistas y racistas también Domingo del Monte y José Antonio Saco? ¿No es la misma que quiere canonizar a Félix Varela por, entre otros logros suyos, una propuesta abolicionista que él mismo se encargó de aclarar era para beneficiar a los criollos ricos? Vitier pone raya por medio entre la “pestilente roca” de La isla en peso – la “antillanía” y “martiniquería” a que se refiere Baquero – y SU PATRIA. Es decir, la patria de los Orígenes, del gran sol del Mundo Moral, la patria de los fundadores: la de los amos de esclavos, dueños de ingenios, enemigos de la trata cuando les convino, y siempre racistas. La “pestilencia” de la roca es el olor, el tufo amenazante, portador de enfermedades y virus; lo que a su vez exige una operación higienista que elimine ese foco de contagio amenazante. Vitier lo dice bien claro: en esa “roca pestilente” ni puede, ni quiere vivir. La roca apestosa, el negro, la vida de los solares y las cuarterías, son el AFUERA de la Isla, y de lo que hay que proteger su prístino, impoluto ADENTRO, que es el de la Patria. La pistola de Castro sobre la mesa en las reuniones de la Biblioteca Nacional marca la apasionada separación que querían Baquero y Vitier. Quedaban claras las opciones: Con la Patria, todo; Contra la patria, ninguna la roca pestilente.

(“¿El mismo pan terrible? República & Revolución”. Publicado en Facebook, julio 2020)


Thursday, October 1, 2020

Víctor Manuel Domínguez vs. la UNEAC y sus mafias literarias

El control general que establecen las autoridades cubanas sobre el sistema editorial, los espacios promocionales, las agendas de viaje y cuanto acontezca en el plano artístico-literario en Cuba, reúne a muchos escritores en una especie de mafia que algunos prefieren llamar clan, piña y otras definiciones que significan lo mismo: “Grupos de interés”.

   Aunados por amistad, afinidades estéticas, políticas, generacionales, raza, orientación sexual o sólo por acceder con ventajas a determinada oportunidad editorial, espacio de influencia o prevalencia en el enrarecido mercado literario cubano, los implicados en esta guerra de intereses defienden a como dé lugar los grupos elegidos para su realización personal.

   En un país donde todo se mide por el denominador común de la incondicionalidad al régimen, estos grupos, ungidos de cuantas artimañas les permiten dejar fuera o descalificar a los demás, conviven sin demostrarse pública animadversión, pero a solas se ponen zancadillas, sacan los trapos sucios y se valen de su espacio ganado a cualquier precio para que sus obras, estilos, formas y temas sean referentes literarios en la nación.

   Por eso es que las mafias literarias cubanas, más allá de sus ambiciones o su visión de la literatura nacional, se reparten el control, participan en la presentación de un libro y hasta comparten el jurado de un concurso que sabe de antemano quién ganará, u organizan una antología de cuentos o poemas donde aparecen integrantes de cada grupo a partes iguales, como un pacto de honor entre autores mediocres que velan por los intereses del clan.

   Desde hace años, y en los corrillos de amanuenses, arribistas, creídos y demás integrantes de las diversas tendencias literarias que recorren mojito en mano los jardines de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), entre otros sitios de interés cultural, surgen cuatro denominaciones para “caracterizar” a cada grupo en el abrevadero literario nacional.

   En la  primera, bautizada como Escuela del realismo “sociolista” (también llamado por sus rivales Pene Club), se agrupan machistas y egocéntricos que se autodenominan realistas, “ocupan puestos claves en revistas, editoriales e instituciones promocionales del país, y desprecian al resto de las modalidades de actualidad. Su tótem es Mario Vargas Llosa”.

   Por oposición natural, la segunda se denomina La mafia rosa, y la principal característica de sus correligionarios es la homosexualidad. Defienden la literatura fantástica y el absurdo y sus obras giran en torno al sujeto gay, en busca de un sitio en la sociedad. Se muestran beligerantes, hasta el escándalo, con su contraparte del Pene Club. Su ídolo es Virgilio Piñera.

   La tercera es denominada La colonia negra, porque “agrupa a los individuos de esta raza unidos para hacer valer sus derechos preteridos en una masa mestiza que anhela, a toda costa, pasar por aria, nórdica, eslava o latina, al decir de sus voceros”. Ejercen la literatura como una provocación conceptual, deconstructivista.  Su ángel tutelar es Severo Sarduy.

   En último lugar, La escuela de las mujeres, a quienes los del Pene Club llaman El Clítoris Hall, o Hell, debido a la veleidad de sus demandas, y a un feroz feminismo que preconiza el discurso genérico cual aparato para granjearse áreas de empuje sociocultural, y al ímpetu que emplean con tal de  lograr sus propósitos.  Su ídolo es Simone de Beauvoir.

   Estas y otras calificaciones escuchadas en tertulias, exposiciones y bares; o leídas en polémicas publicitadas en revistas literarias (Yoss), y libros como Cuestiones de agua y tierra (Jesús David Curbelo), nos muestran el panorama interior de una literatura excluyente, dividida y censurada que perdió su influencia en el acervo cultural de la nación.

(Cuba, la UNEAC y sus mafias literarias. Puente a la vista, agosto 2020)

Monday, September 28, 2020

Sigfredo Ariel sobre Dulce María Loynaz

Siempre me pareció que la Sra. Loynaz inventó eso de la poesía y la edad por dos (o tal vez tres) razones, que son:

1. La poesía no la visitó más tras “La novia de Lázaro”. (A propósito, no era exactamente una muchacha cuando escribió ese poema que alude a un episodio muy fuerte de su vida). Ahí mismo se secó, misteriosamente.

2. La frase era una indirecta con Nicolás Guillén (nacido como ella en 1902), quien muy viejo publicaba de vez en cuando versos en periódicos y revistas. A veces no muy buenos, por cierto. Esa pulla a Nicolás la Loynaz la soltó en Bohemia, cuando la descongelaron tras años de indiferencia (llamemos así al ninguneo) por parte de las instituciones oficiales. Los jóvenes de los 80 comentamos mucho el asunto, nos regocijó el brete.

3. La Loynaz adoraba hacer frases agudas, generalmente amargas. Por teléfono daba unos raspes magnos, en persona, dicen, también. Cuando escribía no tenía un ápice de humor. Tuve poco trato con ella. No me interesó conocerla ni visitar su casa, exigía adoración y eso siempre me ha parecido ridículo.

(No solo camino por lo chapeado, entrevista de Camilo Venegas. Blog El Fogonero, Agosto 2016)