"Hacía
mucho tiempo que no estaba tan orgullosa de ti", dijo.
Acto seguido le escuché un borboteo.
"Llevabas mucho tiempo sin hacer algo
que valiera de verdad la pena", agregó.
"¿Qué estás tomando?"
Porque hacía un ruido de cloaca.
"Perdona, un batido de mamey. Empecé a
tomarme el primer vaso y me acordé de que tenía que decírtelo."
"¿Decirme qué?"
"Lo orgullosa que estoy de lo que
escribiste de Zoé Valdés."
Los mameyes los había traído de Cuba.
"Ay, si no hubiera alarma de
coronavirus, te invitaba. Porque a este paso voy a tomarme yo sola toda la
batidora".
Estaba orgullosa de mí y del vaso medio
lleno de la batidora.
"¿Se puede saber qué hacía ella con ese
parche en el ojo?", entró en materia. "Ridícula como es…"
"Y la peluca", dije.
"Bueno, lo de la peluca es más
explicable."
"¿Sí?"
"¿Tú no la has visto bien?"
Tomó otro sorbo y dijo algo acerca de un
desplazamiento frontal con retractación de la línea de crecimiento y pérdida
general de densidad capilar.
"O sea, que está quedándose
calva", traduje.
En el cráneo de Zoé Valdés había una lucha
de trincheras de la Primera Guerra Mundial donde las divisiones de la frente
hacían retroceder la línea de crecimiento. No obstante, el color de su peluca
habría sido el último que eligiría cualquiera que quisiera disimular la caída
del pelo.
"Tan patética… Y se pone a acusar de
patetismo a otra. Calva, y habla de la calvicie de otro..."
La Repugnantona estaba de un ánimo
inmejorable. El batido de mamey le bajaba por el esófago que era una gloria.
"No, no es patética", dijo como si
el último sorbo le hubiera traído la iluminación, "es repugnante."
Zoé Valdés era patética y capaz de llamar
patética a otra. Iba camino a la calvicie y era capaz de hablar de calvos. La
Repugnantona, a su vez, era capaz de llamar a alguien repugnante.
Era el fin de los tiempos y el cielo de este
día era color mamey.
La voz del otro lado del teléfono me
aconsejó que siguiera por ese camino, el de escribir en contra de aquella
mediocre que se creía novelista, y que dejara de una vez en paz a Silvio y
Pablo y Amaury y Padura.
"Al fin y al cabo, te gusten o no,
ellos tienen talento. Pero, ella, ¿qué talento tiene ella?"
"No esperes que te responda esa
pregunta sin haber tomado batido de mamey", le reproché.
Suspiró. Era una pena que cuando más yo la
enorgullecía hubiera leyes de encerramiento en las casas. Al vaso de la
batidora, todavía lleno hasta un tercio, le corrían uno sudores fríos como si
se hubiera contagiado del coronavirus.
"¿Qué vas a hacer en estos días?",
quiso saber.
Le respondí que nada, que pasaría el tiempo.
"Yo voy a volver a leerme la tetralogía
de Mario Conde", anunció.
"¿Qué es eso? ¿Padura?"
"No empieces, que estamos hoy de lo más
bien."
"¿Y qué crees que hará ella?"
"¿Quién? ¿Zoé Valdés? Disfrazarse. Se
ha pasado toda la vida disfrazándose. Se disfrazó de no chusma para alternar
con Alfredo Guevara y ahora se disfraza para que nadie se acuerde de con
quiénes andaba disfrazada antes."
Aquel batido de mamey era verdaderamente
alucinógeno.
"Oye, por curiosidad, ¿qué le pusiste
al batido, además de mamey?"
"¿Ella no se te pareció a la niña de
'El anillo', esa criatura asquerosa que sale de los televisores?"
"¿Nada más que hielo y leche y
azúcar?"
"Y un par de quesocremas para terminar
de espesarlo."
Lo que se estaba bajando La Repugnantona era
un cóctel para cosmonautas. Le quedaba un último vaso, iba a tomárselo, y yo
prefería no estar al teléfono cuando aquello terminara de hacerle efecto.
"Adiós", le dije.
"Ve por la sombra."
(Vuelve
la Repugnantona. Publicado en Facebook, marzo 2020)