“Calibán”
apareció en un momento de durísimo disciplinamiento de artistas y pensadores
cubanos, siempre según Rojas. Sin embargo, pese a la inmensa capacidad
intelectual de su autor, el libro es un extraño amasijo de nativismo
postcolonial con ataques personales a escritores y pensadores. Octavio Paz,
Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes fueron pasados por las
armas de la prosa de Fernández Retamar durante sus diversas ediciones. Pero
“Calibán” no es un libro insólito por estas razones. Lo es porque ha sido uno
de los artefactos ensayísticos más retocados de la literatura latinoamericana.
Cuando era niño, en mi casa de Quito, había
un ejemplar cubano que seguramente no superaba las setenta páginas. Muy
distinto del musculoso tomo que encontré en el aeropuerto de La Habana, hace
unos ocho años. Fernández Retamar retocaba su obra una y otra vez, dependiendo
de las necesidades políticas del gobierno de su país y de las rencillas
literarias en las que se inmiscuía. Una de las citas más célebres de “Calibán”,
es, de hecho, el “mariposeo neobarthesiano de Severo Sarduy”, que delató, a él
y su régimen, como una junta de homófobos ilustrados.
A medida que Cuba se volvía una parodia de
sí misma, Fernández Retamar retocaba su texto para volverlo contemporáneo,
aunque el resultado fuera un collage de concordias contextuales. Hay
“Calibanes” para todos los gustos: el de 1971 o los de 1987, 1991, 1992, 1993 o
1995, año a partir del que cae en un extraño olvido, tal vez provocado por su
anacronismo en pleno Período Especial, que mataba de hambre a la población
cubana, o porque sencillamente los estudios postcoloniales se volvieron
trending topic para comprender la realidad latinoamericana. Por eso, es
imposible afirmar que se leyó el “Calibán”. Podría decirse, más exactamente,
que se leyó uno de los “Calibanes” disponibles.
No es casual que el redescubrimiento de este
libro fuera impulsado y legitimado por la universidad estadounidense. En 2003
apareció su versión definitiva, prologada por Fredric Jameson, uno de los
teóricos más conocidos en el área de las humanidades anglosajonas. De esta
versión hay, hasta donde sé, ediciones argentinas, cubanas y puertorriqueñas.
Lo que comenzó como ensayo de revista cultural, terminó como una de las biblias
de diversas generaciones de militantes de izquierda, cada cual con el ejemplar
que más le convenía.
Como gesto poético, el mismo año de la
última reescritura de su libro más famoso, Fernández Retamar mandó fusilar a
tres hombres acusados de robar una “Lanchita de Regla” con que pretendían
llegar a los Estados Unidos. De otros gestos similares tiene llena la memoria
el poeta y ensayista cubano Antonio José Ponte, quien me los contó
detalladamente una más de sus tardes en el exilio.
El mejor epitafio para esa embarcación de
muchachos muertos es justamente un cuarteto que Fernández Retamar escribió en
1962, sin saber de la sentencia que saldría cuarenta años más tarde de su puño
y letra: “Eres la forma de nuestra existencia/Eres en que nos afirmamos/Eres la
hermosa, eres la inmensa caja/Donde irán a romperse nuestros huesos/ Para que
siga haciéndose su rostro”.
(Roberto Fernández Retamar: Calibán en el
paredón. La República, agosto 2019)