Total Pageviews

Friday, March 30, 2018

Javier L. Mora vs. la literatura cubana actual

A todo ese conjunto que termina haciendo malos poemas lo agrupo bajo el concepto de “poesía rosa” o “bobería light”. Y no creo que sea solo culpa del sistema editorial cubano: ya los libros llegan siendo malos allí. El problema es más bien de concepción, de definiciones: hay que abolir la idea romántica de que la poesía debe escribirse con frases y palabras “bellas”, de que un buen poema es aquel que ha pasado su tiempo en peluquería. Hay que sacar al poema del salón de belleza y del ambiente bucólico-pastoril en que se encuentra hoy. Hay que quitarle el bisoñé y obligarlo a que muestre la calvicie, la alopecia, para que explique qué puede ser también la mierda de la vida. En una palabra: hay que quitarle al “bardo” el jabón de las manos, sacarlo del tocador y —de prisa, con extrema urgencia— llevarlo a empujones al retrete a que ensucie un poco su pulcritud.
   No todos son malos poetas. Todavía quedan autores de valía, arriesgados, insolentes con el lenguaje y las ficciones del texto. Pero esos, los buenos, no son muchos. Ni siquiera mayoría. No sé… O no queda nada grande, importante que decir, o lo poetas cubanos, como descubrió con tristeza Padilla, ya no sueñan.
(…)
   ¿Apacible? ¡Ni hablar! El campo literario cubano no es una novela de Shólojov. Al contrario, hay de todo: rapiña, trampas, envidias sanas y con cianuro, y todo el mundo tratando de repartir entre sus colegas de equipo el botín. Una especie de Colombia Literaria con su ejército de liberación, sus fuerzas armadas, y un sinnúmero de bandas paramilitares que podríamos llamar “autodefensas”. Abundan los intereses de grupo y los generacionales (pueden darse yuxtapuestos en un mismo colectivo). Ejemplo de lo primero: un grupo aprovecha la presencia de uno de sus integrantes en el jurado de un concurso que virtualmente pondría a su ganador como jurado de la siguiente edición, y ahí van a colarse cada uno de los del piquete como ganadores. Ejemplo de lo segundo: están los mayores que dicen “Eso no es poesía (narrativa, etc.)”, “Eso que dices (haces, escribes) no es correcto”, y los mozalbetes que contestan “¿Ah no? ¡Pues, allá vamos!”, y entonces vienen los artículos, prólogos, revistas, colecciones G, H, I que parecen editoriales independientes, antologías… El santo y la hostia, y las subsiguientes incomodidades de los padres. Y esto ocurre al mismo tiempo que el padrinazgo de ciertos viejos sobre otros jóvenes. (Lo común para un país con tan poca superficie y un alto índice demográfico de escritores, donde todos, irremediablemente, se conocen.)
   Hasta aquí bien. Una fiesta predecible. Pero la cuestión es mucho más profunda. En efecto: los escritores cubanos no tenemos ética. Ninguna. Como tampoco honestidad, valentía, arrojo. Se peca de sensacionalismo, de hipocresía, de comedimiento: nadie arriesga publicando un trabajo en el que explique por qué este o aquel, ese grupo o este otro son buenos o malos escritores, y prefieren vivirlo en el comentario de apartamento y pasillo. No existe el debate (escrito, quiero decir) sobre las diferencias generacionales entre unos y otros, y de las que tanto se habla en bares, tertulias, librerías… Se publica un artículo o una nota en una revista o sitio digital, pero nadie pone mayúsculas, señala nombres, títulos… Ni siquiera en paneles y mesas teóricas: te vas a un panel sobre “Problemas de la literatura cubana actual”, y Padura habla de sus viajes, entrevistas, y compromisos de viajes y entrevistas (!?), y del público —el eminente público lleno de nuestras figuras “notables”— responden con horarios de lavandería, cocina y demás tareas del hogar, y se piden (ojo: con urgencia) biografías para músicos. O sea: nadie pone las tildes en su sitio.
   Conozco la opinión de algunos que dicen —y esto me resulta en extremo divertido— que la Institución ha aupado a este o a aquel fulano y le está haciendo daño, pero no publican un trabajo explicando cómo destruye la intervención “premeditada” de la Institución en estos asuntos.
   En resumen, un diálogo de sordos.
   Eso sí: mucho chisme y pocas ideas teóricas.

(Contra un referente en ruinas, entrevista por Oscar Cruz. Hypermedia Magazine, julio 2016)

Wednesday, March 28, 2018

Enrique Macari vs. “Herejes”, de Leonardo Padura

La novela está construida según el método de la variación sobre un tema: las tres narraciones mayores que componen Herejes tienen el mismo punto de partida, la idea de que el impulso primordial del hombre es hacia la libertad y, por tanto, este hará todo por conseguirla. Pero el montaje de la novela es, finalmente, redundante. El propósito de una variación es transformar el tema, presentarlo desde una perspectiva distinta, iluminarlo con una nueva luz; los tres libros que conforman Herejes no logran establecer un diálogo fecundo entre ellos porque se trata sencillamente de tres ejemplos de la misma tesis. Padura amplía el tema –lo amplía hasta más allá de las quinientas páginas–, pero nunca ahonda en él. El entramado de la novela –los puntos de contacto entre sus tres historias– es, además, torpe. En múltiples ocasiones a lo largo de la obra, Mario Conde y Elías Kaminsky, los encargados de descubrir al lector las tres historias a través de sus investigaciones, se maravillan de las coincidencias cósmicas a las que no dejan de enfrentarse. Pero está claro que, dentro de una novela supuestamente fruto de la voluntad y la deliberación, las coincidencias cósmicas no provienen de ningún plan divino sino únicamente de la impericia del autor.
   El compromiso de Padura con el lenguaje resulta nulo. La prosa de Herejes es floja, vaga, llena de adjetivos genéricos e innecesarios; la novela abunda además en ingenio fácil, chistes malos, reflexiones trilladas y momentos terriblemente cursis. Primer ejemplo: “Como si todo lo que representaban uno para el otro estuviera en los ojos. Dejando a un lado las montañas de las frustraciones, los mares de los desengaños, los desiertos de los abandonos, Conde encontró detrás de aquellos ojos el oasis amable y protector de un amor que se le había ofrecido sin exigencias ni compromisos.” Habría que preguntar al autor cuánto tiempo le tomó dar con las insólitas metáforas de las “montañas de las frustraciones” y los “desiertos de los abandonos”. Segundo ejemplo: “Pero la mayoría de las referencias se habían esfumado, algunas sin dejar el menor indicio capaz de evocarlas, como si la vieja judería y la zona donde se había establecido hubiesen sido trituradas sin piedad en la máquina de moler accionada por un tiempo universal catalizado por la historia y la desidia nacionales.” Aquí debemos preguntar: ¿dónde estaba el editor de este libro? La oración es un ejemplo de ausencia total de sensibilidad lingüística: está llena de modificaciones superfluas (“trituradas sin piedad”), es redundante (“accionada” y “catalizado” son utilizados burdamente como sinónimos uno junto al otro) y carece de cualquier noción de estructura (ocho sustantivos en una oración no es barroco cubano, es mala escritura). Señalo estos dos ejemplos, pero no hay página en Herejes que no abunde en ellos.
   Y hablando de lo cursi: Mario Conde. Personaje recurrente en las novelas de Padura, expolicía convertido en investigador, a Mario Conde le gusta escuchar Creedence Clearwater Revival, tomar ron barato y recordar los buenos viejos tiempos con sus amigos de toda la vida, quitarse la ropa y meterse desnudo a nadar en el mar. En pocas palabras: un adolescente. Y lo peor de todo es su evidente incompetencia como investigador: no habrá lector que no adivine al asesino de Román Mejías en la primera parte del libro, al menos ochenta páginas antes de que Mario Conde lo haga. Aunado a esto, el desarrollo de su historia personal no hace sino entorpecer aún más las otras narraciones. Esto es especialmente cierto en la tercera parte de la novela, el “Libro de Judith”. Además de contar la historia de Judith, joven emo, esta parte de la novela se concentra en el desarrollo de la relación de Mario Conde con su novia, Tamara. El desarrollo es como sigue: Conde se toma treinta páginas en decidir si debe pedirle matrimonio a Tamara, después de veinte años de noviazgo; treinta páginas más en pedirlo; veinte en pensar que no hizo lo correcto, que todo estaba bien como estaba; y veinte más en discutir el asunto con Tamara y decidir que lo mejor es no casarse y seguir como antes. Cien páginas en las que finalmente pasó... nada. Agreguemos a esto las múltiples e interminables escenas de Mario Conde comiendo, tomando y platicando con sus amigos y el resultado son no menos de doscientas páginas de absoluta banalidad.
   Herejes es una novela genérica: genérica en su concepción y genérica en su lenguaje. Y no es, siquiera, entretenida. En la “Nota del autor” que precede a la novela, Padura revela que su libro parte de una exhaustiva investigación histórica para después señalar que algunos hechos han sido modificados en interés de la narración. Se trata de la hoy tan recurrente distinción entre la historia y la literatura, convertida por Padura en lugar común. La advertencia, sin embargo, es innecesaria: Padura no debe preocuparse porque su novela produzca una indeseada confusión entre la historia y la literatura, sencillamente porque no es relevante para ninguna de ellas.

(Historia, literatura y banalidad. Letras Libres, enero de 2014)

Monday, March 26, 2018

Gilberto Padilla Cárdenas vs. Luis Álvarez

Zapeo entre 50 libros y 200 ensayos —la patética cifra es cortesía de Trabajadores— de Luis Álvarez. (Qué jodida y extravagante es la realidad nacional: resulta que Álvarez ha escrito más que David Foster Wallace, Denis Johnson y David Markson juntos. ¡El “hijo ilustre de la ciudad de Camagüey” ha escrito más que Harold Bloom! Eso pasa con los datos: están por todas partes pero horrorizan al crear estadística. Ejemplo al azar: A Kurt Vonnegut le negaron la beca Guggenheim el mismo año que se la concedieron a Miguel Barnet; de ahí salió aquella pésima novela titulada La vida real). Uno sobre la oratoria martiana. Zap. Un manualito sobre el Caribe en su discurso literario, en coautoría con Margarita Mateo (que casualmente también presidió el jurado del premio). Zap. Una compilación de título grandilocuente: Pensar la cultura en cubano. Zap. Otro sobre Guillén. Zap. Algo llamado Circunvalar el arte. Métodos cualitativos de investigación de la cultura y el arte. Zap.
   Bruce Springsteen tuvo razón al cantar: “Cincuenta y siete canales y nada que ver”.
   Ayer mismo les preguntaba de sopetón a unos amigos bastante cultos si podían recomendar un libro de Luis Álvarez, cualquiera; y no. Al parecer, la literatura cubana ha avanzado a niveles casi esotéricos.
   Miren mi drama: deberían abundar las citas de Álvarez que mostraran su talento como ensayista. ¿Ustedes han encontrado por ahí a alguien que cite a Luis Álvarez? ¿Algo como “En el Caribe, dentro de su turbulencia historiográfica y su miedo etnológico y lingüístico, dentro de su generalizada inestabilidad de vértigo y huracán, pueden percibirse los contornos de una isla que se “repite” a sí misma, desplegándose y bifurcándose hasta alcanzar todos los mares y tierras del globo” (Antonio Benítez Rojo) o “La literatura es […] un arte del tatuaje: inscribe, cifra en la masa amorfa del lenguaje informativo los verdaderos signos de la significación” (Severo Sarduy)?
   ¿Cuál es la gran frase que ha escrito Álvarez entre las más de 1000 páginas que ha escrito? ¿Cuál es su gran libro? ¿Cuál la gran idea? Yo quiero leerla y necesito que los clones del camagüeyano me ayuden, porque soy tan tonto que solo leo “En verdad, Crónicas de lo ajeno y lo lejano, de Rinaldo Acosta —libro inusitado en el magro panorama de la reflexión cubana sobre las corrientes de la literatura más allá de la Isla—, me ha resultado por completo impactante desde que lo leí” o “En los estudios sobre el Caribe, se ha tenido en cuenta la magna obra de Ferdinand Braudel El Mediterráneo, en la que este investigador […]  traza un panorama orgánico y sumamente convincente de la unidad cultural que, por encima de todas las divergencias —lingüísticas, religiosas, culturológicas, económicas, etc.—, constituye el Mediterráneo”.
   Otra cosa que leo es que, al parecer, Luis Álvarez no dejaría Camagüey ni para casarse con Kate Moss.
   “Cuando necesito, no inspiración, sino vitaminas, energía, ganas de trabajar”, anota Ignacio Echevarría en “Monólogo del pistolero”, “leo una o dos horas de Conrad y me dan ganas de seguir siendo escritor. Cuando estoy desmoralizado leo el suicidio de Madame Bovary. Shakespeare me resulta realmente fértil: abres algo al azar y encuentras frases enigmáticas […] Hay autores que te dejan puertas entornadas que tú tienes que abrir”.
   Es duro. Es cruel. Es políticamente incorrecto decirlo, pero yo creo que Luis Álvarez es un ensayista sin estilo. Una puerta cerrada. Para aquellos mentalistas que pierden el sueño tratando de sexuar la escritura —que si literatura femenina, que si literatura gay, que si el falocentrismo—, la prosa del camagüeyano es como los caracoles: hermafrodita.
   Se sabe: esto del Premio Nacional es casi una cuestión de feromonas: elegir provoca en los jurados un subidón de dopamina. Pero, ya que estamos, ¿cómo se elige un Premio Nacional? Una persona X, perteneciente a una institución Y —uso variables para transmitir sensación de rigor— se pasa una semana enviando emails a varias decenas de personas e instituciones (la UNEAC, la Fundación Alejo Carpentier, la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, el Instituto de Literatura y Lingüística, la Casa de las Américas, la Academia Cubana de la Lengua, entre otras) para que postulen a su escritor favorito o pongan puntos a tres que les gustaron mucho. Luego se suma todo eso, se divide, se hace una derivada, se da un salto mortal y se saca una tabla en Excel con cinco o seis autores que todos sabíamos que iban a acabar en esa tablita. (A veces, todo hay que decirlo, llegan a la tablita nombres insólitos como Lina de Feria o Waldo Leyva).
   Es indudable que, cuando la gente vota, se hace democracia; sin embargo, el sufragio no tiene nada que ver con la literatura cubana. La literatura cubana no es lugar para saldar las deudas.
   Da la impresión de que nuestro honorable jurado del Premio Nacional (Margarita Mateo, Marta Lesmes, Marilyn Bobes, Arturo Arango y Enrique Pérez Díaz) no reconoce la literatura nacional, sino que la inventa con un entusiasmo similar al de Phil Collins cantando “El ciclo vital” en El Rey León.

(Luis Álvarez gana el Premio Nacional de Literatura por error. Hypermedia Magazine, enero 2018)

Friday, March 23, 2018

Alberto Garrandés vs. Antonio José Ponte

Ponte, como siempre, metiéndose conmigo… Si estuviera concentrado en su obra, no tendría tiempo que perder, porque, en verdad, el tiempo escasea y ya él debería tener (que no la tiene) una obra sólida (larga y sólida), y no esos libritos medio enclenques y llenos de aire… En su momento, Ponte nunca se atrevió a emplazar el verdadero censor. ¿Quién censuró y por qué fue censurada Naturaleza muerta con abejas, la novela de Atilio Caballero? Sencillo: desde la presidencia del Instituto Cubano del Libro, en 1997, creció la censura. La novela tenía ya una edición española y la revista Encuentro, en uno de sus números, incluyó una promoción que decía: “Una novela de riesgo”. Ahí empezó todo. Temeroso, el director de la editorial Letras Cubanas puso la novela, sin consultarme, a disposición de la Presidencia. Y fue censurada… al menos por uno o dos años, hasta que la propia editorial la publicó. Claro, por aquel tiempo Ponte intentaba engañar a todo el mundo procurando crearse un expediente de escritor aristocrático y perseguido (de hecho, creo que intentaba conseguir una especie de beca en alguna de las llamadas ciudades-refugio), y aprovechó la oportunidad y me atacó. Atacó al supuesto censor. ¿Por qué no se metió con los censores auténticos? Porque necesitaba crear un debate que le diera masa y relleno a lo que por entonces (ni ahora, por cierto) no tenía ni masa ni relleno: su obra. Y porque, cuando Dios hizo el mundo, a unos les dio entereza y a otros, no. Mi historia en la editorial Letras Cubanas es la de alguien que tuvo frente a sí dos opciones: o salirse o capitular en favor de la censura. Por eso me fui, hará 20 años, de ese lugar, el Palacio del Segundo Cabo, y me convertí en un bibliotecario en el Centro Cultural de España. Pero esa es otra historia, que será escrita.

(Comentario publicado en la red, agosto 2017)

Wednesday, March 21, 2018

Virgilio Piñera vs. Diario de la Marina

La Marina está amargada, se queja amargamente. Y lo hace con las mismas lágrimas de los nobles franceses del XXVIII y de los nobles rusos del XX. Es evidente que este periódico ha llegado a su etapa lacrimosa, esa etapa final en que puesto frente al muro de las lamentaciones, sólo queda llorar. Y lo peor de todo, lo más patético es que sus propias lágrimas terminarán por ahogarla. ¿No resulta chistoso que sea precisamente en La Marina donde están con el agua al cuello?

(En la “Marina” se ahogan, Revolución, noviembre 1959. Visto en: La Habana Elegante, segunda época, No. 54, 2012)

Monday, March 19, 2018

Duanel Díaz vs. “Kaleidoscopio”, de Jorge Luis Arcos y “Los años de Orígenes”, de Lorenzo García Vega

Mucho hay aquí de aquellas premisas compartidas por los discípulos de Vitier. Su reivindicación de la “visión integral” tributa de la contraposición origenista de la “visión poética”, unitiva, trascendente, a la perspectiva crítica, analítica; de la visión, en última instancia, a la intelección. Esa dicotomía, tal como la esgrime Arcos, me parece falaz: la crítica es buena o mala, aguda u obtusa, dice algo nuevo o no dice nada nuevo, nos hace pensar o no nos hace pensar, está bien o mal escrita. Escribe Arcos: “Muy diferente, a pesar de tener una severa formación histórica y filosófica, es el caso de la crítica de Rojas, más cortés, más ponderada, más literaria. Rojas comprende más, es decir, participa más en la mirada del otro.”(p.116) “Más literaria”: aquí reaparece la dicotomía origenista, ya no entre la literatura, pagano parque de diversiones, enigmas y juegos, y la poesía, lugar de la Verdad y de los Misterios, como en Vitier; ahora la literatura ocupa el sitio trascendente que antes tenía la poesía, en el otro polo de la axiología sigue estando lo que Arcos llama “una perspectiva eminentemente discursiva”. “Más cortés”: parece que hablara García Marruz –“Sin cortesía los astros no girasen, el techo se nos vendrían encima, el viento entraría desconsideradamente por la ventana alborotando nuestro pobre orden de cosas”. (“Ese breve domingo de la forma”)
   En un evento organizado por Walfrido Dorta en la Facultad de Artes y Letras por allá por 2002 o 2003, Ponte dijo que la crítica había que hacerla “con el cuchillo en la boca”. Prefiero esta idea menos urbana, menos protocolaria, menos diplomática de la crítica, que tiene también su noble prosapia (¿No era Alfonso Reyes quien decía que el crítico era un aguafiestas?) a la de una cortesía que puede derivar en maneras de Juegos Florales, en esa Sociedad de Bombos Mutuos que decía Piñera en alguno de sus ensayos de los cincuenta. Es por eso que decidí incluir en mi libro esas páginas sobre de Los años de Orígenes, aun sabiendo que corría el riesgo de alienarme la simpatía de los admiradores de García Vega, que eran ya, al contrario de lo que ocurría con los de Vitier, cada vez más numerosos. No sé si mi crítica será ponderada; sé que es fundamentada, que no atribuyo a García Vega nada que este no haya escrito. Es flagrante paradoja, en todo caso, que Arcos reclame cortesía y ponderación tratándose de un libro como Los años de Orígenes. ¿Es cortés García Vega con Casal? ¿Es ponderado cuando dice que la tradición cubana es “pobre y escasa? ¿Participa más de la mirada de los otros cuando no reconoce que ningún escritor o pintor cubano haya “superado el marco” o “revelado su circunstancia”?
     Como alternativa a mi crítica, Arcos esgrime también el ejemplo de Ponte, quien “no insiste en El libro perdido de los origenistas en descender a verificar tal o cual dato en Los años de Orígenes” (115). Arcos celebra que Ponte comprenda los “testimonios” de García Vega como ficción, y cita su afirmación de que “da lo mismo si son verdad o mentira algunas de las noticias que sobre otros escritores de Orígenes García Vega da en su libro.”(p.115). Estoy totalmente de acuerdo, pero no es la falta de “fidelidad a unas noticias” lo que yo señalo a García Vega, no es la inexactitud de “tal o cual dato” que me empeño, con académica pedantería, en verificar. En Límites del origenismo no cuestiono en absoluto la parte testimonial del libro –cosa que, como bien dice Ponte, carecería de sentido. Pedirle verosimilitud a las memorias de García Vega es, ciertamente, como pedírsela a las de Arenas, pero hay una diferencia importante entre Antes que anochezca y Los años de Orígenes. Más allá de lo propiamente autobiográfico, este libro presenta una tesis ya no sólo sobre la literatura, sino incluso sobre la historia de Cuba. Cuando Arcos escribe que “el testimonio de García Vega, pese a sus exageraciones, sus amplificaciones erradas, tiene un valor, con respecto al origenismo, que no puede desconocerse y que ningún argumento de Díaz puede aminorar” (112), está obviamente tergiversando mi posición. Insisto: si ese libro, como afirma Arcos, “es testimonio de una vivencia, en primer lugar”, ¿por qué incluyó en él García Vega un ensayo sobre Varona y Sarduy, con quienes no tuvo trato alguno?
     No se me escapa, sin embargo, que se trata de un ensayo personal, idiosincrático, de gran fuerza expresiva; aunque por momentos la prosa demasiado estilizada de García Vega se vuelve, en mi opinión, casi una caricatura de sí misma. Entiendo, como señala Arcos, que el autor de Los años de Orígenes “no es un ensayista académico ni tampoco un historiador”(p.116), pero me pareció, cuando leí el libro hace varios años, y me sigue pareciendo después de releerlo, que ese delirio de García Vega al que se refiere Arcos  contribuye a oscurecer un poco las tesis principales del libro: “La opereta cubana en Julián del Casal”, por ejemplo, es un ensayo barroco, original, formalmente muy logrado; se encuentra, sin embargo, cerca, incluso demasiado cerca, del discurso revolucionario de aquellos primeros años.
     Echar luz sobre esa cercanía es también tarea de la crítica, y no sólo concentrarse en lo que Arcos llama, con un lenguaje impropio de la crítica creadora que él reivindica, el “hecho literario”. Tampoco Vitier es un ensayista académico ni un historiador; aunque, ciertamente, menos autobiográfico que Los años de Orígenes, Lo cubano en la poesía es un libro intuitivo, nada escolar, que refleja las crisis vitales de su autor, su conversión al catolicismo así como su angustiosa percepción de la situación cubana en esos años cruciales de finales de la década del cincuenta, y hasta el propio Arcos admite ya que se le señale críticamente a Vitier la exclusión de La isla en peso y de parte de la poesía de Guillén. ¿Por qué, entonces, cuestionar un libro que también presenta, mucho más allá de anécdotas personales, toda una tesis sobre la tradición cubana, sería “descender” a lo prosaico? Afirmar, como hace Arcos, que “El crítico profesional, orgánico, aquel que no despliega además una obra de ficción, tiene el deber de tratar de mirar desde la literatura.” (p.117), no es sino una petición de principio. La crítica literaria habla de la literatura, mira a la literatura, y puede hacerlo desde perspectivas muy diversas. Alguien decía que la buena crítica siempre habla de la literatura en relación con otra cosa –la historia, la política o lo que sea; en todo caso, la literatura no es ese mirador cuya altura que garantizaría automáticamente una ganancia de visión crítica. Quizás sea una diosa caprichosa que no se presenta cuando se la invoca tan insistentemente.
     En vez de oponer los nombres de todos aquellos que han elogiado la obra literaria de García Vega, sosteniendo que al no ser yo “creador” –y este término, insisto, tiene siempre cuando lo usa Arcos el regusto del origenismo- no puedo sentir la “oscura filiación” que los creadores sienten hacia García Vega, Arcos debió esforzarse más en refutar los argumentos que ofrezco sobre Los años de Orígenes. Sobre mi señalamiento de que García Vega escamotea la diferencia radical entre el origenismo y autores de la órbita de Lunes de Revolución como Piñera, Sarduy y Padilla, Arcos escribe: es “una problemática en la que no puedo detenerme aquí aunque, hasta cierto punto, comparta la visión de Díaz”.(p.109) Se pregunta uno por qué en un libro tan extenso, lleno de profusas citas y larguísimas notas, él no puede detenerse en ese punto fundamental. Si el objetivo de García Vega con respecto al origenismo es, como apunta Arcos, “enarcar sus límites”, y él quiere convencernos de que “dislates aparte”, García Vega “logra su propósito”, debió refutar mi crítica, pues estos “dislates” no son en modo alguno accesorios.
     Para García Vega la que llama la “generación del areíto verbal”, los escritores y artistas nucleados en Lunes de Revolución, no lograron realmente superar las limitaciones de que adoleció el origenismo. “La Cobra de Severo Sarduy, la cantante de Guillermo Cabrera Infante, los músicos sorprendidos por Sabá en P.M., se extendieron hasta lo expresionista, pero giraban en el vacío. Es que la ternura se había quedado afuera”. (p.255) Es ahí donde me parece que su crítica del origenismo, aunque aparentemente radical, no lo es tanto: al final resulta que todos, o no superan el límite del origenismo, o, como Sarduy, son su continuación. Lo que hace García Vega es justamente lo contrario de “enarcar los límites” del origenismo; extender el ‘mal origenista’ a todo el mundo: para García Vega nadie logra “superar la forma”, pero él nunca explica qué diablos significa “superar la forma”.
     Señalar esto no es ser un sociólogo, un racionalista o un historiador; es, sencillamente, reivindicar la singularidad del texto de Sarduy o Piñera, no ya sus ideas. ¿No están “Vida de Flora” o La isla en peso más allá de la polis origenista, por no hablar de Tres tristes tigres o De donde son los cantantes? De mi lectura del ensayo de García Vega afirma Arcos que “es como si en el fondo le molestara esa clarividencia, imprecisiones halladas aparte”(p.108). Lo que me molesta, por el contrario, es la ceguera de García Vega, en Los años de Orígenes y en su ensayo “La carne de los héroes o en mi jardín pasta René”, publicado en la revista Escandalar en 1982, la injusticia para con otros “poderosos creadores” como son Piñera, Padilla y Sarduy.
     “Siente la ironía de García Vega, en su juicio sobre Mañach, intelectual con el que Díaz tiene una mayor afinidad” (p.108), afirma Arcos, como si yo estuviera reaccionando sobre todo a la crítica de los “bombines de mármol”, en defensa de esa línea de críticos insensibles hacia el misterio de la creación, los “pesados profesores” y “pasivos archiveros” que decía Lezama. Pero aquí de nuevo el autor de Kaleidoscopio escamotea: Límites del origenismo constituye una reivindicación de esos otros autores que son también “creadores”, Piñera sobre todo, a quien dedico todo un capítulo. No reconocer que estos constituyen algo distinto al origenismo no es una “imprecisión” de García Vega; es una injusticia.
   Mi crítica de “La opereta cubana en Julián del Casal” no se limita a reprocharle a García Vega que no “valore discursivamente las calidades de Casal” (p.112); va a su centro mismo. Arcos rechaza mi idea de que el antinacionalismo de García Vega encubre un nacionalismo, argumento que, sostiene él, lo mismo sería válido para cualquier “reverso”: La isla en peso, por ejemplo. Aquí tergiversa de nuevo el sentido de mi crítica. Lo que yo señalo no es que la crítica de García Vega sea “incompleta”; es que comprenda como características cubanas rasgos que evidentemente no lo son: el hecho de firmar con seudónimo de “Conde”, donde García Vega quiere ver una expresión de la nostalgia cubana por la grandeza perdida, es bastante común entre los escritores modernistas –el mexicano Ramón Gutiérrez Nájera: el Duque Job; el peruano Abraham Valdelomar: Conde de Lemos; incluso, el uruguayo Isidore Ducasse: Conde de Lautréamont. Otro tanto ocurre con el rechazo del campo; ese “impuro amor de las ciudades”, para decirlo con el memorable verso de Casal, caracteriza a parnasianos y decadentes, en Cuba y donde quiera que llegó el influjo de Baudelaire. En lo que García Vega llama “secos prejuicios al tocar el paisaje” no hay nada propiamente cubano. De hecho, hay muchos autores cubanos que se acercaron al campo: Luis Felipe Rodríguez, Eugenio Florit, Carlos Enríquez, Onelio Jorge Cardoso, Samuel Feijóo… Pero claro, a ninguno de ellos García Vega le reconoce nada; reléase el artículo suyo contra Carlos Enríquez en El Nuevo Herald en febrero de 2007, que no es precisamente un modelo de cortesía.
     Arcos podría replicarme que poco importa que haya o no razón en los juicios de García Vega sobre Casal. ¿La hay en la teoría de las eras imaginarias? Yo le respondería que hay una diferencia: los ensayos de Lezama son poéticos, mitopoéticos; este ensayo de García Vega, tan influido por lecturas de Sartre, es un ensayo fundamentalmente crítico, que emprende un trabajo no ya de mitificación sino de ilustración. No se trata de acercarse al misterio de la poesía, sino, en el sentido moderno de la crítica, de echar luz sobre los oscurantismos, de exorcizar “fantasmas”, revelando la “deleznable mitificación con que él [Casal] encubre a su circunstancia” (p.54), borrando de una buena vez esos “restos de un pasado oprobioso y lamentable” que para García Vega hay que saber, “con la iluminación con que hemos podido reconocerlas con motivo de este Centenario, alejarlas también de nuestro vivir.”
   En varios pasajes de ese ensayo de 1963 queda claro que la “iluminación”, ese abrir los ojos a una verdad que anteriormente estaba velada, la “grieta” que se ha abierto, no es otra que la revolución de 1959. Eran los años en que el gobierno preconizaba “más ruralidad y menos urbanidad”, y García Vega lamentaba en Casal su “despego de nuestros campos, aparente afiebramiento por una ciudad copiada de los folletines parisienses”.(p.57), algo que bien pudo haber escrito José Antonio Portuondo en su polémica con Ambrosio Fornet. También la afirmación de la necesidad de conquistar la “cristiana dignidad de la pobreza” se corresponde con el imaginario de la revolución en los años que siguieron a 1959, ese costado franciscano que Carlos Franqui le señalaba al periodista francés Claude Julien (“Nuestra revolución tiene algo de pistolera y algo de franciscana”), y que el acercamiento inicial del ICAIC al neorrealismo italiano refleja muy bien. 
     Asimismo, la visión absolutamente negativa de la República que ofrece García Vega, no ya en su ensayo de 1963 sino en el libro de 1978, es bastante consonante con el discurso revolucionario. Para el autor de Los años de Orígenes, todo era “ceniza”, no había nada rescatable. Es cierto que esto reproduce la crítica, justa en su momento, de los editoriales de Orígenes a la corrupción política y la desidia de la cultura oficial, pero lo hace a la altura de finales de los setenta, cuando la terrible experiencia del castrismo podía haber modificado la mirada sobre aquella República que no era, ciertamente, el paraíso que decía Lydia Cabrera, pero tampoco el desierto que pinta García Vega. En algunas de sus cartas de los setenta el propio Lezama añora aquellos tiempos; García Vega insiste sin embargo, ya en el exilio, en desconocer toda solución de continuidad entre el clima opresivo de la República y la dictadura. Para el autor de Los años de Orígenes, lo horrible no es tanto el castrismo como Cuba misma, una tradición cubana que el castrismo, si no consuma, tampoco interrumpe.
     El juicio de García Vega sobre la República se replica en su rotunda afirmación de la “carencia de tradición intelectual que siempre padeció nuestro país” (89). Él recuerda que ningún origenista, cuando envió sus libros de poemas a Regino Boti, tuvo acuse de recibo, y en esa falta de reconocimiento encuentra, de nuevo, algo específicamente cubano, que contrasta con el caso de México, donde los escritores establecidos sí eran amables y generosos con los autores noveles. Así, si el ridículo Casal que nos presenta García Vega no pudo ser la tradición, Boti y Poveda tampoco pudieron. Pero es que Luis Felipe “no pudo ser la tradición”. Pero es que Miguel de Carrión y Carlos Loveira tampoco pudieron. Pero es que “La revista de avance, con su respetable vanguardismo, y su desigual calidad, no llegó a encarnar en la realidad histórica del país” (p.90) Pero es que tampoco los pintores: “Recordemos la bohemia de Ponce y Víctor Manuel, así como el caso del pintor Carlos Enríquez. Pero estos pequeños grupos, pintorescos y exóticos, no chocaron del todo con el áspero tapujo de su circunstancia.” (123) (énfasis mío)
     Esta acumulación de noes y de peros desemboca en una de las grandes falacias de Los años de Orígenes: hablar de “la pobre, y escasa, tradición cultural cubana” (300). De hecho, una obra como esta de García Vega es impensable en un país con una tradición pobre o escasa; ¿en qué otro país caribeño o centroamericano se ha producido un libro semejante? Aunque dice una y otra vez que no hubo tradición en Cuba y que la República no fue más que una factoría, Los años de Orígenes es una prueba fehaciente de lo contrario. Arcos, acaso, me concederá que sí, que en estos reparos llevo razón, pero que se trata de la obra de un delirante, de esa “fatalidad” de la creación que no alcanzo a comprender. Le replicaría yo que este delirio de García Vega es demasiado calculado, este loco demasiado cuerdo, su delirio, más que una fatalidad, podría ser un truco para pasar gato por liebre: García Vega reconoce, sí, que Orígenes fue un grupo “pequeño burgués y reaccionario”, pero acto seguido intenta demostrar que no había más opción que ese grupo, lo cual es falso, pues en los cuarenta había grupos de izquierda, hubo un Labrador Ruiz, hubo un Novás Calvo, no era la revista Orígenes el único espacio donde un joven escritor podía desarrollar su vocación. Quien tiene verdadera “voluntad de marginalidad” no necesita, además, integrarse en ningún grupo.
     Otro tanto ocurre con la “nostalgia de la antigua grandeza perdida” (p.124). García Vega extrapola la experiencia de su familia y de su cenáculo a toda la tradición nacional: así como todo es Orígenes, todo es folletín de lo venido a menos. Sorprendentemente, Arcos afirma, a propósito de la refutación de García Marruz en La familia de Orígenes (“No, Lorenzo, el verdadero tema de Orígenes no fue la grandeza perdida sino la pobreza irradiante”), que “García Vega no arguye que ese tópico sea el centro o el tema fundamental de Orígenes sino simplemente que es un síntoma que padeció, como antes Casal” (p.124) Esta afirmación suya es completamente infiel al espíritu y la letra de Los años de Orígenes; pues si Casal no fue, según García Vega, más que una señalada instancia de “ese capítulo borroso que, al arruinarse, han personificado todas las familias burguesas cubanas, y donde el recuerdo de su antiguo esplendor económico iba tomando la piel de toda una aristocracia mohosa de fantasmones desvencijados” (p.40), y al mismo tiempo “Casal fue el ídolo del preciosismo origenista” (p.105), es evidente que para García Vega radica ahí, en la cuestión de la ruina familiar, el meollo de Orígenes. Sobran los pasajes del libro que así lo demuestran.

(Persistencia del origenismo. La Habana Elegante, segunda época, 2013)

Friday, March 16, 2018

El infame correo donde un funcionario (Fernando León Jacomino) le saca los quilos a dos escritores (Francis Sánchez, Ileana Alvarez)

   Luego de esos años 90 muy duros (no sólo para ti, por cierto), en los que oficios como el de editor y otros relacionados con el libro eran una verdadera rareza incluso en la capital, vino otra etapa en la que no sólo has podido trabajar como editor de ediciones Ávila, sino que has publicado, en esa misma editorial, entre el 2000 y el 2005, 3 libros tuyos y otras 3 antologías de autores avileños preparadas y anotadas por ti, empezando por aquellos Arribos de luz que siempre mencionas y que fue la primera carta de presentación de muchísimos autores avileños que son cada vez más conocidos en toda Cuba. Pero has publicado además otros 3 títulos, en editoriales de Pinar del Río, Vila Clara y Guantánamo y, lo que es aun más importante, has podido expresar y publicar las más duras opiniones sobre este sistema que, sin bien imperfecto aun, ha hecho posible que, y cito aquí tus propias palabras en La Jiribillapor primera vez las comunidades de autores de las distintas provincias tengan la posibilidad de existir realmente, es decir, de ver impresa, palpable, su obra.
   Pero hay más. Como resultado de la proyección que ha dado a tu obra la publicación de estos libros, la Editorial Letras Cubanas acaba de publicar tu volumen de poemas El extraño caso del niño que dormía sobre un lobo, con lo que se cumple la trayectoria natural de un autor radicado en provincias que, a partir de las Ediciones Territoriales, se ha hecho visible para una de las editoriales cubanas de mayor jerarquía.
   Mientras tanto, y a la par de que tus libros han ido publicándose, has tenido una gran participación, por ejemplo, en la organización del programa literario de la Feria  del Libro en Ciego, evento para el cual propones invitados, conferencistas, libros a presentar, etc. Además de eso, asumes, también durante la Feria, un grupo de presentaciones de libros que tu condición de trabajador de la editorial no te impide cobrar. Trabajas como editor de la revista Videncia y mantienes, junto con Ileana, la revista digital de poesía Árbol Invertido. ¿No te parece un poco extraña esta manera de quedar inofensivamente al margen?
   Y ya que estamos hablando de cobros, aprovecho para recordarte que has cobrado, desde el 2000 hasta la fecha, por concepto de derecho de autor, la cifra de 53 786 pesos, contando lo que cobrarás por la publicación de Letras Cubanas y sin contar tu salario como editor ni lo que has cobrado en eventos y ferias de otras provincias, eso ya sin vender tapitas de litro de leche puerta por puerta, ni cambiar ropa vieja por libras de arroz en las arroceras del fin del mundo, como dices te ocurrió en los ´90. En esa misma etapa Ileana, tu compañera, que trabaja como editora de Ediciones Ávila, publicó 5 títulos: 4 en la editorial donde labora y 1 en Sed de belleza, y ha ganado del 2000 a la fecha, por concepto de derecho de autor, la cifra de 38 394 pesos. Tampoco cuento aquí lo cobrado por ella en otras provincias.
   Ya con respecto a la atención que has recibido por parte de las instituciones provinciales y nacionales, olvidas que tus reclamos, y los de los principales autores avileños, han sido atendidos directamente por el ICL, y que no ha faltado la crítica pública a los compañeros que allí han cometido errores en esa atención. En todos los casos hemos discutido los problemas directamente con ustedes. Así lo hicimos cuando consideramos excesiva la cifra de libros tuyos y de otros compañeros, incluida Ileana, en el catálogo de Ávila, y cuando se tomó la decisión incorrecta de suspender las mensualidades de Árbol invertido. En el primer caso, la discusión fue presidida por Iroel, y en el segundo fuimos hasta Ciego Rubén del Valle, Alex Pausides (por la UNEAC) y yo, y dejamos subsanado el error. Dimos en aquel momento indicaciones muy claras de que se retomara la revista y, pese a que se restauró el pago con carácter retroactivo, demoramos varios meses en volver a verla.

(Fragmento de correo circulado en las redes, febrero 2007)

Wednesday, March 14, 2018

Orlando Luis Pardo Lazo vs. Antonio Rodríguez Salvador, Ricardo Riverón Rojas y Jorge Angel Hernández Pérez

La chealdad del oficialismo cubano no tiene parangón en la historia contemporánea.
   En efecto, el castrismo, hoy acorralado contra la pared del Cementerio Castro, tiene que echar mano a los “cheos” para que lo defiendan en su fase final: la fase funeraria (la más feliz para el pueblo cubano).
   Dicho proceso de despotismo decadente empieza, por supuesto, por la llamada “estética de la guajirá”. Es decir, por el pánico provinciano a todo lo que sea urbano, libre-pensador, cosmopolita, democrático, diverso y, en resumen, occidental.
   Así que la semana pasada le tocó el turno a las fiestas de Halloween.
   Y allá fueron los Tres Reyes Magos de Las Villas a despotricar, como caballitos estatales de una feria fiel, en contra de la celebración espontánea del Día de Halloween en la Isla. O sea, en contra de toda nueva ilusión juvenil. Y en contra de todo lo que apunte a un futuro sin las efemérides fósiles de la Revolución.
   Son estos tres guajiros cubanos: Antonio Rodríguez Salvador, Ricardo Riverón Rojas, y Jorge Ángel Hernández Pérez.
   Los tres obsoletos al punto de lo obsceno, en tanto intelectuales de tercera categoría en Cuba (esos son los más peligrosos). Los tres a sueldo del periódico oficial La Jiribilla (que reparte computadoras baratas y una cuenta de internet a los escritores para comprarlos). Y los tres caballeros andantes de la Mesa Redonda, en contra de los molinos mercadotécnicos de ese rey malo en cuya corona se lee en mayúsculas: CAPITALISMO.
   Antonio Rodríguez Salvador, obsesionado con la tara de su natal Taguasco, en los remates de Sancti Spiritus, retoma su teoría de que “hay algo en las grandes ciudades que difumina al individuo; lo empaña y lo hermetiza; lo torna extraño para el semejante”. Mientras que “los pueblos pequeños, entretanto, son sustancia del mito, guardianes y carácter de la tradición; suerte de ‘anticuerpos’ para prevenir invasiones culturales incompatibles”.
   De ahí que, para él, la noche de Halloween, al ser una “fiesta esencialmente norteamericana […] resultado del sincretismo de tradiciones cristianas y celtas”, no merezca celebrarse en la Cuba del Cuartel Moncada, pues para este campesino ilustrado no tiene sentido “celebrar el arribo al equinoccio de otoño, en un país donde ni siquiera hay otoños”. Y esto sin descontar el gasto que le traería al régimen tener que “importar o fabricar de plástico” las calabazas “emblemas del Halloween, esas grandes, redondeadas, color naranja”.
   En resumen, que el Halloween “a imagen y semejanza de Hollywood […] en esencia significa un ‘más acá’ diseñado para divorciar a los pueblos de sus culturas y tradiciones, de modo que sus pautas de conducta y escalas de valores terminen coincidiendo con los intereses del mercado”, ese ogro del “más allá”, donde “tan solo reina la ‘santa’ rentabilidad de unas ‘sacrosantas’ trasnacionales”.
   Por su parte, el olvidado poeta villaclareño Ricardo Riverón Rojas, de versos tan pasados de época como el yate Granma o el Maine, se lamenta en La Jiribilla de que “un grupo relativamente numeroso de jóvenes de los llamados ‘mikis’ han comenzado a reproducir, con lamentable matiz imitativo, los rituales de la que también se conoce como Noche de brujas”.
   Y de ahí, entonces el propio Riverón se disfraza de fiscal ofuscado de banderas rojas, y acusa a nuestra muchachada capitalina (¿capitalista?) de “una mimesis exacerbada por la desinformación, junto a unos consumos culturales centrados en el despliegue audiovisual donde lo light de los parlamentos, el culto a lo fastuoso y el desborde lumínico protagonizan casi todo”. Incluido aquí el mayor pecado capital (¡capitalista!) que pueda concebirse en cualquier comunismo: “la exaltación a ultranza de la individualidad”, en lugar de la masa amorfa que tanto le gustaba amasar al Cadáver en Jefe Fidel.
   Por último, la víctima vejada por la Seguridad del Estado (y, en consecuencia, el después devenido agente delator del G2) Jorge Ángel Hernández Pérez, quien tanto hizo en Cuba en entre el 2008 y el 2013 para que yo fuera arrestado por antipatriótico, plantea la tesis más interesante de todas, por ser la de una idiotez más insulsa: 1) “Son los jóvenes consumidores de series de TV sus practicantes principales”. 2) “¿Hay un deseo de convertirse en personaje de la industria audiovisual cuando convocan a Halloween en La Habana del siglo XXI?” 3) “Tampoco es barato el alquiler del disfraz, por lo que es de suponer que no son de escaso poder adquisitivo quienes se han embullado con la idea”.
   En resumen, que todo “intento de trasplantar Halloween a Cuba”, “algo insulso y efímero”, es típico sólo de “imitadores incultos que no sabían qué hacer con la información que recibían”, por lo cual “plagian, sencillamente, la costumbre anglosajona que la industria cultural ha conseguido descafeinar”. O sea, que si no tenemos un doctorado en Mitología Medieval o Estudios Culturales Comparados (que, por cierto, no se enseñan en las universidades cubanas), nunca podremos divertirnos ni siquiera durante una noche loca, en esa Cuba gris y grosera de una gerontocracia tan castrista como castrense: una dinastía en decadencia que no sobrevivirá a sus delfines descendientes.
   A estas alturas, no vale la pena añadir mucho a esta ristra represiva de propaganda y fobia a una vida en libertad: miedo a una existencia ligera, lúdica, y hasta lúbrica (¿por qué no?), que se burle y se oponga a la anorgasmia textual de tres machos cabríos cubanos, los tres sin ninguna experiencia internacional, aunque ya casi los tres estén en su tristísima tercera edad.
   A estas alturas, por suerte, sólo nos queda regocijarnos de que las nuevas generaciones de cubanos no sean tan cheas, ni lean a columnistas tan caudillistamente rancios, tan retrógrados y, lo peor, tan baratijamente cobardes como para venderse al Estado totalitario por una computadora conectada a un servidor servil.

(La guajirá castrista en contra de Halloween. Cibercuba, noviembre 2017)

Monday, March 12, 2018

Juan Abreu vs. Néstor Díaz de Villegas

He estado leyendo las crónicas del poeta Villegas sobre su viaje a Cuba y he de decir que me han parecido tristes y despreciables. Mucha cháchara libresca y cultureta, que si el zazeng (o como sea) que si la gestalt, que si nietzsche, lo que queda bien si estás en Los Ángeles o en Miami pero que dicho en Cuba, entre los esclavos, es como arrojar puñados de confeti sobre cincuenta y siete años de esclavitud y es intelectualizar el crimen. Todos tenemos nuestros egos y queremos, es humano, que nuestro culo intelectual sea más admirado y huela mejor que el culo intelectual de aquel otro, pero hombre, Villegas, hay límites.
   Veo esas fotos típicas espeluznantes (cuánta gente fea) pero sentimentales que pone en FB el poeta Villegas. Da un poco de cosa ver a Villegas pasear su culo filosófico por entre los que se lo patearon. ¡Es su culo! Dirán algunos, y no deja de ser verdad. Una le escribe en FB y Villegas le contesta ¡deberías venir! (a Cuba). Supongo que lo habrán nombrado ya oficial del INIT o algo por el estilo.
   “Dejo a un lado La Cabaña y las ejecuciones sumarias”, dice Villegas. Ya, pero no se puede dejar a un lado La Cabaña y las ejecuciones sumarias, Villegas.
   Leo toda esa tontería del nestorianismo y queda claro que el ego de Villegas es más grande que la isla y ya Villegas (debe ser un momento zazeng) sabe naturalmente lo que piensan todos los cubanos, y eso que sólo lleva unos días en la isla. ¡No toquen a Cuba! clama Villegas ya húmedo de esencias (patrias). ¡Rigores del destierro! añade Villegas al reivindicar a los llamados “repatriados”. No me hagas reír Néstor, y termina de tragarte el sandwich cubano gigante de Versailles, no vaya a ser que te atragantes.
   Lo que ha escrito Villegas, hasta el momento, de su viaje turístico a Cuba, contribuye a hacer realidad una de las máximas aspiraciones del aparato cultural y propagandístico de la dictadura: la trivialización de la dictadura. Visitar el escenario del crimen y aplicarle gruesas capas de retórica florida mientras el escriba no cesa de proferir estentóreos alaridos (¡la raza más bella: la nuestra!) tribales, es trivializar el crimen y es relativizar el horror y la matanza.
   Y no diré nada de los patéticos videos de Villegas leyendo sus poemas en una especie de basurero, porque siento vergüenza ajena.

(Blog Emanaciones, agosto 2016)

Thursday, March 8, 2018

Antonio José Ponte vs. Alberto Garrandés y Basilia Papastamatiu

Alberto Garrandés, que aquí habla de “mi [por suya] negativa a la censura” en sus tiempos de editor en Letras Cubanas, fue responsable, junto a Basilia Papastamatiu de la censura de una novela de Atilio Caballero, como él intenta ahora hacer olvidar.
   Entonces le escribí una carta (teníamos cierto trato) y otra a Basilia Papastamatiu, a propósito de esa censura. Y luego, en una reunión de la sección de Literatura de la UNEAC celebrada en el teatro del Ministerio de Comercio Exterior, en La Rampa, denuncié también la censura de esa novela de Atilio Caballero, mencionando el nombre de los censores Garrandés y Papastamatiu, sin que ninguno de los dos replicara.
   Ahora, puesto que su memoria empieza a hacer oleajes, me gustaría dejar en claro esta mendacidad suya, aunque, por supuesto, para la cultura cubana hayan existido Pavón y otros censores mayores que él.

(Comentario publicado en la red, agosto 2017)

Monday, March 5, 2018

Jorge Luis Arcos vs. Duanel Díaz

Pero tanto Lezama como García Vega, más allá de sus imaginarios, de sus relatos ideológicos, son poderosos creadores. Quiero decir que, más allá o más acá del gusto personal, de las afinidades o de las repugnancias literarias, Lezama y García Vega crearon un cuerpo literario resistente. Y es con esta zona con la que otros creadores sienten una oscura filiación, por muy polémica que esta pueda ser. Este, ciertamente, no es el caso de Díaz, que tiende siempre a acercarse al hecho literario como reservorio de ideas claras y distintas, pero que no encarna tampoco una visión integral, porque el ensayista se centra casi siempre en el cuerpo de ideas de su objeto de estudio y no, en el caso de los escritores, en su obra o en su gesto literario.

(En Kalidoscopio, citado por Duanel Díaz en su artículo “Persistencia del origenismo”, La Habana Elegante, segunda época, 2013)