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Friday, April 29, 2016

Manuel Sosa vs. Eliades Acosta Matos

Habría que comenzar por aclararle que en materia de destrucción de símbolos, ustedes no se quedan atrás de nadie. No ha mucho, ridiculizaron al Símbolo Verdeolivo, exhibiéndole en accionar autómata, frente a un elevador; y luego en insulsa entrevista donde no llegó a juntar dos expresiones lúcidas. Pero entonces, si de símbolos fraternos hablásemos, ¿se refiere al Muro de Berlín, a los mausoleos y estatuas que plagaban el Este comunista, a la ideología que les canalizaban desde el Poliburó y que ustedes acataban sin hacer reparaciones, al menos de estilo? ¿Se refiere usted al símbolo del imperialismo chino que invadió el Tíbet y masacró estudiantes en Tiananmen; al símbolo de la corrupta y hereditaria dictadura norcoreana, a la que ustedes se plegaron, inclusive, en el campo deportivo? ¿Se refiere a esos símbolos?
   En cuanto al Monte de las Banderas, ¿no actuaron ustedes como el marido que construye una cerca para que su mujer no espíe al vecino? Si eso es derrotar la tecnología con símbolos, comienzo a comprender entonces la mentalidad del típico Cornudo. De modo que unos letreros electrónicos, que zafaron la furia de su jefe, habiéndose constituido en provocación "tecnológica", fueron velados de inmediato (fíjese bien, de inmediato, como prioridad del jefe enfadado) y a eso le llaman derrota conceptual del adversario. Por supuesto, así trabaja la ideología del Cornudo, que a la vez decide no llevar la mujer a ninguna fiesta, por temor a que se la enamoren. Y aquí rutila el ejemplo de los boxeadores, convertidos en posesión celosa del esposo guardián: cero participación en la venidera competencia, no vaya a ser que los tienten. ¡Buena manera de aplicar las simbologías y los conceptos, compañero Eliades!
   Leo en su entrevista del Granma una aseveración atrevida: "Usan cualquier arma. Están conscientes que en el terreno de los símbolos, de la cultura, de las ideas, es donde en última instancia se va a dirimir la batalla". Pero, ¿entonces reconocen que al fin y al cabo el Imperio no los va a invadir con aviones y paracaídas, sino que les mantendrá en jaque cultural? ¿Es por eso que se apertrechan de papel y cosmetología ilustrada, para vencer al enemigo a sonetazos, a trovadas, a concursos, a panelazo limpio?
   Lo que usted llama "relectura de las certezas que comparten los cubanos del archipiélago", aparte de ser un almidonado eufemismo, tiene otros nombres que ustedes pretenden desvirtuar: revalorización, discusión, indagación sin trabas. El ejercicio de la libertad no siempre trae resultados que dulcifican el criterio temporal o definitivo al que se pudiera llegar. De modo que un Silvio Rodríguez, por ejemplo, puede generar debates en los que no siempre saldrá ganando su concepto de lo que es la validez musical. Y su Che Guevara, polémico siempre, puede estar sujeto a la valoración más crítica que pueda concebirse. ¿Por qué? Porque nadie escapa a ello, compañero Acosta. Ni Martí, ni Diana de Gales, ni Santa Teresa, ni Hatuey. Taparse los oídos, algo que el gobierno cubano sabe hacer muy bien, no implica que la doxa desaparezca por inconveniente. ¡Ojalá llegue el día en que se permita caricaturizar (ridiculizar) líderes, parodiar los himnos excelsos y escupir los mármoles severos!
   Las singulares concordancias de temas, sobre todo en los blogs que a ustedes les disgustan, no forman parte ni se derivan de una matriz reaccionaria y malintencionada. Son los temas que también los ciudadanos del archipiélago comentan y mantienen sobre el tapete. Sobre esas coincidencias usted ha dicho: "Existe un modo sencillo de percatarse de que no es así: la extraña sincronización en temas, enfoques, conceptos, a veces hasta en las palabras que usan, lo cual denota un origen común. Esa rara unanimidad de quienes escriben desde diversos puntos del planeta, de ningún modo puede ser espontánea". Compañero Eliades, ¿y qué me cuenta del Granma, de Juventud Rebelde y Trabajadores? ¿No dicen todos lo mismo? ¿A quién acusa usted de unanimidad?
   Y otra cosa: cuando afirma que estas personas que así disienten de su versión oficial son bien renumeradas, no olvide que usted es empleado por el Estado. No olvide que su trabajo como jefe de asuntos culturales es pagado por su patrón, al cual defiende como parte de sus quehaceres renumerables. ¡Y qué patrón!
   Déjeme devolverle al plano doméstico, conyugue Eliades, y permítame asegurarle (recuerde que todo esto es simbología) que su esposa no es feliz y que es inútil encerrarla y vendarle los ojos. No vale la pena que se aplique usted mismo la venda y se taponee los oídos. Su esposa ya le traiciona, mentalmente, con el vecino, por muy alta que haya construido la cerca.

(Eliades Acosta y la ideología del cornudo. Blog La Finca de Sosa, septiembre 2007)

Thursday, April 28, 2016

Luis Toledo Sande vs. Antonio José Ponte, Francisco Morán y otros “antimartianos”

Hace unos años, alguien nacido en Cuba pretendió convertir a José Martí en aire, y no en el necesario para la vida, sino en el que simboliza inutilidad y desarraigo: “ser aire, estar o vivir en él”. Entre la irritación y la sabiduría, una gran estudiosa del héroe comentó: “Ningún español lo ha insultado tanto”. Pero en la guerra de Martí —la llamó así Máximo Gómez—, “cerrados a ambos por igual el porvenir legítimo y su entidad humana”, se ligaron “el cubano y el español, por el bien de la tierra común y la rebelión del decoro, contra el sistema incurable e insolente del gobierno” que asfixiaba a unos y a otros, sentenció Martí. Ambas nacionalidades estuvieron representadas en las filas cubanas, y en las colonialistas: atascadas estas en el integrismo o en sueños de autonomía, cuando no de anexión a los Estados Unidos. Tras el combate de Dos Ríos un sirviente, nacido en Cuba, del ejército español quiso medrar atribuyéndose la muerte del guía revolucionario.
   El afán, condenado al fracaso, de pintar a Martí como un iluso enajenado, recordaba una anécdota, contada por uno de los protagonistas: también cubano, era autonomista al ocurrir los hechos que relató. Entendiendo que en Cuba no había “atmósfera de revolución”, quiso convencer a Martí para que abandonara el proyecto insurreccional, pero el independentista le respondió: “Usted ve la atmósfera, yo veo el subsuelo”. Ya en marcha la Revolución Cubana, el intento de mostrar a Martí, dentro de Cuba, como un espectro inerme, era una arremetida contra el fundamento histórico y moral de la brega revolucionaria, pero el agresor evadía los riesgos que podrían venirle de lanzarse explícitamente contra ella.
   A raíz de la publicación del aludido artículo antimartiano, me encontré con Ambrosio Fornet, quien, con algo como perplejidad, me expresó su disgusto hacia ese texto: “¿Cómo es posible ofender de esa manera a Martí?”. Cabían igualmente otras preguntas, pero esa iba al centro del asunto, y le dije a Fornet, en esencia, lo que he intentado resumir en las líneas precedentes. Entonces él, en un relámpago, recordó: “Lo de Bernard Shaw cuando llegó a Londres. Irlandés, preguntó qué era lo más sagrado para un británico, y, como le respondieron que era Shakespeare, escribió un ensayo contra él”.
   Animado con su rechazo del sojuzgamiento de Irlanda por Inglaterra, el ingenioso escritor actuó contra un núcleo del orgullo inglés. Pero, a diferencia de lo que Shakespeare significa para aquella vieja potencia, y más allá, Martí para Cuba desborda las fronteras de la literatura, en la que también se plantó su grandeza. Sigue encarnando un ejemplo moral afincado en la médula del sentimiento de dignidad de su patria, sin agotarse en ella.
   El intento de menguarle altura ha tenido voces en alguna izquierda lastrada —dígase con palabras de Martí— por “lecturas extranjerizas, confusas e incompletas”, harto insuficientes para valorar con acierto a quien se afincó en su tiempo y en sus circunstancias sin asfixiarse en esos lindes. Pero los despropósitos cometidos desde la izquierda pudieran considerarse piezas arqueológicas, y hasta ser parte de la prehistoria de algún autor, como Juan Marinello, cuyos desfoques juveniles sobre Martí se ha puesto a veces de moda citar como descubrimientos, a despecho de la obra fundamental con que él los dejó atrás.
   Es justo reconocer que, cualquiera que sea la cifra, los mayores y más rabiosos denuedos contra Martí han venido de la derecha en servicio a fuerzas y designios del imperio o cómplices suyos. Una cosa y otra acaban siendo lo mismo, medie o no medie pago contante y sonante de tal servicio. Y no es fortuito que sus protagonistas no puedan ocultar la conciencia de minoría en que se hallan; pero, aunque quisieran disimularla, tendrían contra ellos una producción interpretativa apreciable por altura y honradez, no solo por cantidad, y en primer lugar los desmentiría la obra martiana.
   Allá por 1987, en “De vuelta y vuelta” —artículo reproducido en mi libro Ensayos sencillos con José Martí (2012)—, traté el caso de un académico puesto a condenar lo que él consideraba, o considera, uso tendencioso del legado martiano en la Revolución que lo ha reconocido como su autor intelectual. Al final de la andanada, el scholar reconoció que el máximo responsable de tal uso era el propio Martí.
   Eso implica reconocer, aunque a regañadientes, que entre el pensamiento martiano y el proyecto revolucionario hay una continuidad cimentada en puntos de tanta médula como la identificación con los pobres y el propósito de impedir que los ricos se sentaran sobre ellos, el afán de que Cuba se librara tanto del colonialismo español como del imperialismo estadounidense, y la búsqueda —en “un pueblo nuevo y de sincera democracia” como el que se debía fundar, según las Bases del Partido Revolucionario Cubano— de una república moral, libre de males y costras que venían de la colonia.
   Ahora puede haber quienes se pronuncien groseramente, con saña y sectarismo, contra Martí. Por poco que en realidad sepan de él, saben que no les pertenece: los condena. De ellos nada cabe esperar que se acerque a la honrada capacidad de ponderación con que el revolucionario fue capaz, por ejemplo, de adelantar juicios históricamente cardinales sobre Juan Clemente Zenea, o de también admirar, y situar en la familia latinoamericana de la que él mismo se sabía parte, a otro compatriota como Julián del Casal, en cuya angustia vio lo que había de rechazo contra la realidad impuesta a su tierra. No será sensato discutir con quienes, lejos de vivir bajo la sospecha de estar equivocados, actúan de mala fe, y, como diría Martí en un discurso de Tampa que citaremos, ¡mienten!
   Solo así se puede tratar de presentar a Martí como un hipócrita, como un taimado enemigo de los obreros, como un servidor de la burguesía, poco menos que como un agente de las fuerzas políticas y sociales contra las que luchó. No nos pongamos a puntear un inventario de muestras de semejante falsificación, que se derrumba sola, si es que en algún momento logra ponerse en pie. Sus promotores son demasiado embusteros para citarlos junto a la memoria de Martí, aunque ello se hiciera para confirmar la índole falaz que los carcome.
   En medio de una polémica que, si para algo sirvió, fue para ratificar su limpieza moral y su lucidez, su altura, Martí pudo decir: “Si mi vida me defiende, nada puedo alegar que me ampare más que ella. Y si mi vida me acusa, nada podré decir que la abone. Defiéndame mi vida”. Su vida lo defiende, y lo defenderá. A sus calumniadores, si estuvieran dispuestos a oír, podría recordárseles la contestación que dio a Enrique Trujillo cuando este lo acusó de murmurar de él. No vaciló en encimársele y responderle que no murmuraba de nadie y, que esperaría a ver si podía levantarlo hasta su estimación para luego darle una bofetada.
   Otros textos pudieran dar espacio para refutar punto por punto a los calumniadores, aunque ni eso merezcan. Pero no va por ahí el presente artículo, y hay un hecho que el autor tiene en cuenta: aceptemos que, si les faltan tino y honradez para guardar silencio, aunque se sepan fracasados de antemano quizás sientan necesidad de esmerarse en el intento de negar las razones de Martí para acusar sin ambages a quienes, en su tiempo, tenían actitudes en las cuales hoy pudieran ellos verse retratados.
   No por gusto los aterra la capacidad de sacrificio de Martí, convencido de que el pueblo cubano debía hacer ingentes esfuerzos para alcanzar su independencia y su soberanía y erigir una república digna. Libres de empobrecimientos ocasionales —como alfilerazos homofóbicos que se hayan podido sentir en su uso— valdría recordar las palabras con que él cerró su artículo “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la Revolución, y el deber de Cuba en América”, aparecido el 17 de abril de 1894 en Patria, vocero de la campaña de pensamiento que urgía fomentar en pos de la guerra necesaria.
   Ella, por muy breve y generosa que resultara, sería cruenta. Además de enfrentar al ejército español, implicaba desafiar al emergente poderío estadounidense. Martí enalteció la voluntad de sacrificio requerida para lograr “la independencia de Cuba y Puerto Rico”, la cual no sería solo “el medio único de asegurar el bienestar decoroso del hombre libre en el trabajo justo a los habitantes de ambas islas, sino el suceso histórico indispensable para salvar la independencia amenazada de las Antillas libres, la independencia amenazada de la América libre, y la dignidad de la república norteamericana”, que se deshonraría —y sigue deshonrándose— al crecer como potencia conquistadora. Frente esas metas, al final del artículo demandó: “¡Los flojos, respeten: los grandes, adelante! Esto es tarea de grandes”.
   Tal convocatoria no merece diluentes que la empequeñezcan. Forma parte de la convicción que Martí plasmó en distintas páginas, entre ellas su aludido discurso del 26 de noviembre de 1891, en Tampa, conocido como Con todos, y para el bien de todos. Lo pronunció en pasos decisivos hacia la fundación del Partido Revolucionario Cubano, que estaba llamado a organizar los preparativos de la guerra, y previó: “Por supuesto que se nos echarán atrás los petimetres de la política, que olvidan cómo es necesario contar con lo que no se puede suprimir,—y que se pondrá a refunfuñar el patriotismo de polvos de arroz, so pretexto de que los pueblos, en el sudor de la creación, no dan siempre olor de clavellina”.
   Al igual que en el prólogo a Versos libres previó reacciones que suscitaría su personalísima poética —“Todo lo que han de decir, ya lo sé, y me lo tengo contestado”—, en el discurso lo hizo con respecto al plan político que él promovía: “¿Y qué le hemos de hacer? ¡Sin los gusanos que fabrican la tierra no podrían hacerse palacios suntuosos! En la verdad hay que entrar con la camisa al codo, como entra en la res el carnicero. Todo lo verdadero es santo, aunque no huela a clavellina”. Tras abundar en esa realidad, reclamó: “¡Paso a los que no tienen miedo a la luz: caridad para los que tiemblan de sus rayos!”.
   Sin eludir la violencia verbal —como no evadiría la del combate armado—, refutó a quienes se autoexcluían del todoscon que era necesario y digno buscar, para todos, el bien. Entre ellos estarían los propulsores del miedo al español y al negro, y a las vicisitudes propias de la guerra, y en general aquellos a quienes llamó lindoros, olimpos de pisapel y alzacolas, de la misma ralea de los petimetres que rechazó en el artículo de Patria y había impugnado en “Nuestra América”, ensayo aparecido en enero de 1891.
   La imagen de sietemesinos podrá no gustarnos —propia de la época, se le siente alguna herencia lexical, discriminatoria, del positivismo, que Martí rechazó medularmente—, pero viene al tema este pasaje del ensayo: “Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol”. Ese juicio da base a un llamamiento, de naturaleza ética también, contra el cual se ha proyectado alguno de sus detractores: “Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre”.
   Cruda y honradamente se guiaba por la razón justiciera. No defendía la inaceptable práctica del destierro forzoso, que, aplicado desde el poder por los opresores, él sufrió en carne propia: reprobaba, sí, la mala herencia de la colonia: “Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre, y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España”. Acerca de quienes se sentían desterrados en su propia tierra, y no la merecían, sostuvo otras imágenes cuya elucidación desborda los límites de este artículo, pero Cintio Vitier la resumió en su edición crítica (1991: la aquí citada) del ensayo. Dijo Martí: “Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, bribones, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades!”.
   Ni respeto ni solemnidad se espere de quienes piensan y se expresan burdamente; pero aceptemos que no se sientan complacidos por Martí quienes se identifican con actitudes que él repudió en términos impetuosos. Es cierto asimismo que no se le debe citar ni mecánica ni abusivamente, y menos tergiversarlo; pero en la medida en que necesitamos su palabra y su pensamiento, resulta por lo menos curiosa la actitud de algunos que, en el fondo, parece que quisieran vernos olvidar una y otro. Se explica que lo rechacen quienes tomen la historia como un relato o, peor aún, como retahíla de simulacros; y quienes, en proyección de sí, con trasnochada pose de enfant terrible, vean un tizón donde arde y arderá —habrá por ello a quienes irrite y queme— una antorcha viva y vivificante.

(¿Petrimetres contra José Martí? Cubadebate, marzo 2015)

Wednesday, April 27, 2016

Baltasar Santiago Martín vs. Jesús Díaz y Pablo Díaz Espí

En 1995, cuando se crea la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana, yo estaba exi-terciopelado en Querétaro, México, pero en Cuba había leído mucho El Caimán Barbudo, y visto Polvo rojo, además de haber padecido el desprecio de la UNEAC a través de sus funcionarios menores y del inefable Miguel Barnet –nuestra gaysha del barracón–, así que me sorprendió la noticia de que Jesús Díaz, el viejo caimán, se había afeitado la barba y quitado el polvo rojo del camino para ir a ver la estatua de Cervantes en Madrid, y de paso, encontrarse con Annabelle Rodríguez –a quien su padre debió haber nombrado Katiuska para hacer honor a su filia marxista y al futuro de su retoña.
   Claro que la “sorpresa” después ya se convertiría en hábito, y yo mismo pasé en el 2000 la frontera entre México y los Estados Unidos –un pequeño paso para mí, y un tremendo paso para el desarrollo de mi humanidad–, y al final de ese mismo año pude conocer al “desempolvado” Jesús Díaz ya en Miami, en el teatro Tower, a donde acudió a presentar la revista fruto de sus amores editoriales con Annabelle. Al final de la presentación me le acerqué para felicitarlo por la calidad de la revista –algo que nunca he negado y que sigo sosteniendo– y proponerle algunos de mis escritos para su posible publicación en la criatura. Me respondió desde su pedestal de comisario literario: –“Pues hay una lista de espera tremenda para publicar en Encuentro, así que…”. No obstante, se los entregué –sin esperanzas–, para no repetir el cuento del gato sin tocar la puerta.
   Poco tiempo después, alguien me regaló un libro suyo cuya trama se desarrollaba en Miami, y le mandé un email comentándole su lectura –el libro me había parecido muy bien escrito, pero rezumaba un rencor hacia Miami que aún hoy no puedo entender–, y me contestó su secretaria, muy amable, dándome las gracias en el nombre de Jesús –el Padre– y el Espíritu Santo.
   Le riposté que le había escrito a él y no a su secretaria, y y que estábamos completos si, desde ahora, el posible futuro ministro de cultura “posttota” así se las gastaba, sin contestar personalmente sus emails.
   Como cada quien cuenta según le va en la feria –hay quien relata experiencias diferentes–, Jesús me contestó muy amablemente pidiéndome disculpas, y solicitándome que le enviara mis colaboraciones, cosa que hice prontamente.
   Desde el 2001 hasta su lamentable muerte –sobre la que me referiré un párrafo más abajo, cambiando del “impresionismo literario” al relato de ficción histórica cuasi policíaca–, Encuentro me publicó once artículos en la Red, y uno en la revista en papel: “Arte y arquitectura: un divorcio a la cubana”. No. 23 Invierno 2001-2002, algo que le agradeceré siempre, y que constituye uno de mis mayores orgullos ( los once artículos, para no abrumar al lector, se pueden ver poniendo mi nombre en el buscador de Encuentro en la red).
(…)
   Cuando Jesús Díaz decide quedarse en Alemania, debido a su desencanto con el régimen castrista, para luego instalarse en España, donde tiene lugar su Encuentro con Annabelle, la hija de Carlos Rafael Rodríguez –uno de los viejos mascarones de proa del Partido Socialista Popular, que habiendo sido ministro sin cartera de Batista, pone en su barco la bandera rojinegra del 26 de julio fidelista para seguir navegando hasta su muerte por los procelosos mares del marxi-oportunismo– , todavía tenía esperanzas de que, mediante un diálogo entre las partes, la Revolución Cubana podía tener salvación.
   Nace así Encuentro bajo esta sincera premisa de Jesús, quizás no tan correspondida por su jefa –para darle el beneficio de la duda–, con discurso de Raúl Castro incluido en su primer número, como tan oportunamente nos lo ha recordado Zoé Valdés en su blog por estos días, pero la revista se fue ‘radicalizando’ de tal modo, a medida que el tiempo fue pasando, que el régimen, lejos de quedar complacido con el intento de Jesús de tender puentes entre tirios y …tirios, decidió crucificarlo, Jiribillarlo, y como el padre de Pablo no quitó el dedo de las teclas de su ordenador, llegar hasta a Putiniarlo (a buen entendedor, con pocas palabras bastan).
   Tras su muerte misteriosa en el 2002, tan conveniente para el Gran Hermano –y para su Chinese little one–, el hijo impródigo heredó la revista en la red –y el poder real en la de papel–, con la venia de Madame Annabelle, y asustados ambos por el olor a almendras amargas del Plutonio/Polonio o Putinio que quedó en la habitación jesuita, decidieron quitar el pie del acelerador, para no acabar como el obciso.
(…)
   Parafraseando a Juan Abreu, nadie protestó ante la nepótica sucesión de los Díaz, ni yo, porque no sabía lo que nos esperaba.
   Entonces le envié a Pablo un cuento para la revista en papel, titulado Clon de oveja negra: ¿Infiel Castrol II? –que finalmente fue publicado en la Revista Hispano-Cubana No. 13, 2002, en Madrid, España–, y me lo rechazó. Alguien muy cercano al heredero me confirmó que no le había gustado, porque era “irrespetuoso con Fidel”, aunque en email personal me lo negara años después.
   A partir de entonces comenzó mi “guerra” con Pablo y Annabelle –porque tanta culpa tiene el que mata la vaca como el que le aguanta la pata–, pues desde el 2002 hasta el 2007 estuve censurado en las dos variantes de la revista; ninguno de los artículos que les envié fue aceptado para publicar, y sin explicaciones, incluso hasta mis cartas fueron censuradas, y tuve que amenazar a Pablo –en un email privado– con que iba a denunciar públicamente la censura de que yo estaba siendo objeto por su parte –Pablo es el que corta en bacalao en Encuentro, según me dijo personalmente un miembro muy cercano de su staff–, y al otro día la carta salió publicada ( tengo los emails intercambiados bien guardados, pero me da pudor, por él, publicarlos aquí)
(…)
   Muy interesante que la carta en cuestión abordara un tema que se le ha tratado de ocultar al pueblo cubano en ambas orillas; allá, para mostrar a Batista como un dictador implacable que gobernó durante siete años con mano de hierro sin hacer elecciones, y en el exilio, porque a algunos de los terroristas que pusieron bombas en cines, tiendas y clubes cuando el Plan Cero-Tres C (cero compras, cero cine y cero cabaret) del Movimiento 26 de Julio, y ahora están aquí, no les conviene que se sepa que hubo una vía democrática, sin violencia, para librarse de Batista, que ni siquiera se postuló en las elecciones de 1958.
   Publicada la susodicha, pareció que se había firmado una especie de tregua entre Pablo y yo.
   Quiero aclarar enfáticamente que en general catalogo a Encuentro como una revista anticastrista, desde que Jesús entendió que no había diálogo posible con el régimen (aunque tras su muerte insisto en que el tono se volvió un poco más “prudente”), pero en mi caso personal –puedo ser la excepción– esto ha tenido sus bemoles en lo referente a Fidel.
Una amiga me pidió que escribiera la reseña de un libro suyo para Encuentro, y le advertí que era muy improbable que la publicaran por las razones antes expuestas; no obstante, la escribí, y fue publicada en el No. 49, coincidiendo con un homenaje a Fernando Alonso en la sección “En persona”, que yo le había propuesto hacer a Luis Manuel García, y que la dirección de Encuentro aprobó, incluso con mi sugerencia de que se le encargara a la misma amiga que me pidió hacer la reseña de su libro.
   Así las cosas, a inicios del 2008 escribí un artículo sobre un documental de ballet, donde incliné la balanza, artísticamente hablando, del lado de la gemela de Saá que se había quedado en la isla, y el escrito fue prontamente publicado en la red por Pablo. Me arriesgo a parecer paranoico –razones nos sobran a todos los cubanos para serlo–, pero estaba casi seguro de que, al decir algo halagador para el ballet del régimen, el artículo tendría luz verde, y así fue: “Destinos que se bifurcan” fue publicado el 16 de abril del 2008 en la revista digital.
   Meses después, Pablo vino a Miami con Antonio José Ponte a presentar el número 50 de la revista, y yo asistí al Centro Cultural Español para hablar con ellos, y todo fue miel sobre hojuelas, con lisonjas y halagos de ambas partes, pues –me hago la autocrítica– creí que Pablo había cambiado.
   Confiado en esta falsa premisa, le volví a enviar un artículo mío sobre Alamar –que yo llevaba cinco años tratando de que me publicaran–, y volví a encontrar resistencia, hasta que lo reté por email a que me diera una sola razón para que el artículo no pudiera ser publicado, y entonces al fin lo de Alamar salió, pero sin mencionar a Fidel en el título, como yo originalmente lo había escrito (…)
   Pero lo que vino a “romper” esta especie de tregua “fecunda” fue la negativa de Encuentro a publicar una reseña de Isis Wirth sobre mi libro Calentando el bate, editado por la Editorial ZV Lunáticas de la escritora cubana Zoé Valdés, residente en París, y presentado en Miami el 8 de noviembre del 2008, con la asistencia de la prestigiosa escritora, también autora del prólogo.
   Esta negativa estuvo precedida por una amplia cobertura de la revista digital sobre una infundada acusación de plagio que un señor le hizo a Zoé por la utilización, en su libro La ficción Fidel, de un texto suyo sobre la represión del homosexualismo en Cuba –a pesar de que Zoé le había dado suficiente crédito–, lo que hizo que yo le escribiera un email a Pablo reclamándole por dicha negativa, y achacándosela al problema con Zoé.
   Después de un intercambio álgido de emails –donde Pablo negó toda censura, pero justificó los rechazos en aras de “esa calidad de la revista que tú mismo tanto has elogiado”, recordé que en el número 50 había aparecido su cuento Marilyn –que no me había gustado nada–, en la página 159, por lo que, al ser puesto el material por partes en la revista digital, fue posible dejar comentarios sobre lo publicado, y al pie de su Marilyn escribí el mío, nada favorable, que apareció por dos o tres días, pero que luego fue eliminado, sin quitar los demás.
   Si criticas, tienes que aguantar a pie firme las críticas a tu obra, y Pablo parece que, además de censor, es muy sensible como autor.
   A partir de este incidente, ninguno de los artículos que envié a Encuentro fue publicado, aunque quiero destacar que Luis Manuel García sí publicó todos mis comentarios a otros temas aparecidos en la revista digital, y que achaco la “desparición” del comentario a Marilyn a su autor, no a L.M.G.

(Comentario publicado en la red, diciembre 2009)

Tuesday, April 26, 2016

Raúl Dopico vs. Leonardo Padura

Tiene razón Padura cuando afirma que todo el drama de su generación atraviesa su obra. Quizás por eso es mayormente melodramática, impostada y complaciente con el dibujo de la realidad que pretende mostrar. Y es que trata de ser realista, descarnado y trágico, pero no lo logra, porque la realidad cubana que busca retratar no lo es. La realidad cubana exagera su genuino melodrama, la festividad de su cotidianidad y su felicidad, a través de las acciones de sus personajes, para alcanzar ese carácter grotesco que inspira una lastimosa comicidad —cuatro ejemplos cercanos en el tiempo son: el grito libertario de "jama" del ya mítico Pánfilo; el cartelito de Mariela Castro que rezaba Obama give me five; el risible y patético acto de repudio de las Damas de Blanco a una de sus compañeras; y la foto del primogénito de Fidel Castro con Paris Hilton—, y adentrarse en los misteriosos y truculentos artificios de una demoledora farsa social.
   "Mucha gente se dejó vencer", dice Padura, con una travestida nostalgia que posee un tufo de justificación innecesaria. Todos los cubanos sabemos que nadie se dejó vencer. Sencillamente nos trituraron en una poderosa y eficiente maquinaria totalitaria. Una maquinaria de la que la generación de Padura fue una importante rueda dentada. Padura mismo un importante diente de esa rueda.
   El reduccionismo del escritor para definir el fracaso de la Cuba castrista, es tan paternalista como irreal. Si al menos dijera "Mucha gente se volvió cínica", entonces estaría reflejando el sentimiento dominante de la Cuba actual, el entendimiento de que ante un fracaso sociopolítico tan desgarrador, como el que le impuso el castrismo a la nación cubana, salvarse a través de la fuga, era no solo la opción más deseada, sino la más razonable, para un pueblo que no ha dado ni héroes ni semidioses —tampoco filósofos, por cierto—, y sí muchos sacerdotes del hedonismo.
   Padura presume el cinismo del homo castrista, cuando con el mismo impudor con el que construye sicologías, establece que en la relación Cuba-EEUU ha habido "demasiado tiempo de desentendimientos de todo tipo". Como si Cuba se hubiera sumido en su largo infierno por "desentendimientos".
   Al final, Padura evidencia que no solo desconoce los géneros dramáticos, sino que a la hora de encontrar los móviles dramatúrgicos que definen la realidad cubana, se deja vencer por la frivolidad. Tal vez si fuera un aficionado al habano de lujo, hubiera logrado su selfie con Paris Hilton. De esa manera sería un hombre común caricaturizado en una situación irrisoria, para diversión de los espectadores. Su realidad no sería ni trágica ni descarnada, pero al menos entraría en el círculo de la comedia, que, como la tragedia, también es un género mayor.

(Padura, Cuba, Paris Hilton y la isla que vive en farsa, Diario de Cuba, marzo 2015)

Monday, April 25, 2016

Félix Luis Viera vs. Miguel Barnet

Afirma con razón Miguel Barnet que Cuba ha sido víctima “de los más crueles actos de terrorismo de Estado”. Es cierto. Desde los tantos ataques desde el mar hacia las costas cubanas en las décadas de 1960 y 1970, como puede ser el perpetrado contra Boca de Samá en 1971, hasta el más criminal de todos: la voladura en pleno vuelo de un avión de Cubana de Aviación en octubre de 1976, son hechos bárbaros, injustificables.
   Pero en lo que acierta el etnólogo, quizá sin querer, es en la afirmación de que los cubanos han padecido “terrorismo de Estado”.
   Entre las definiciones más aceptadas de este concepto, se encuentra la utilización, por parte de un gobierno, de métodos ilegítimos con el propósito de inculcar el miedo en la población civil para, de este modo, alcanzar sus propósitos, así como forzar para que surjan acontecimientos que no serían posibles según el desarrollo natural de determinada sociedad. Algunos de los aspectos del “terrorismo de estado” son, según los especialistas, la persecución ilegítima, la coacción o la ejecución extrajudicial. Y asimismo, un orden migratorio que impida a la población el abandono del país, cuya violación implica penas carcelarias.
   ¿Y dónde, donde ha ocurrido lo antes enumerado en el último medio siglo?
   No hace falta decirlo.
   “Y en este recuento no podremos nunca olvidar a la prensa cubana, que no será la mejor del mundo, pero tampoco la peor”, afirma el Presidente de la Uneac en otro segmento de su artículo.
   Aquí sí, como suele decirse en el argot beisbolero, “partió el bate”. Asevera que en Cuba hay prensa. Cuando en realidad, no hay canal televisivo, estación de radio, sitio Web o diario impreso que no esté en la nómina del gobierno.
   Ya aquí sí se pasó el compañero.
   Si bien creo que atenúa un poco más adelante: “Los poderes mediáticos han sido quizá la palanca principal para echar a andar el motor de la Historia”.
   Es cierto que “los poderes mediáticos” han sido los principales causantes, y culpables, de que hoy en día, por ejemplo, desde lejos, debamos escribir artículos como este que suscribo, intentando poner una gotica de certeza en el océano de mendacidad que resulta la “prensa cubana”; es decir, la castrista, la única existente en la Isla. Sí, ha sido aquella prensa una buena palanca “para echar a andar el motor” de la ignominia.
   En su artículo, Miguel Barnet se refiere además a la lucha contra “el relativismo llamado postmoderno y el vale todo”, a la “definición del concepto de identidad”, o “al trabajo comunitario”, que debe llevar adelante la Uneac.
   Por otro lado, alude el escritor en el texto en cuestión a “un poderoso mecanismo de integración nacional. Y yo diría más, de verdadera unidad” (las cursivas son mías), a causa de la conservación y desarrollo de “los más legítimos valores del pueblo y la política cultural que ostentamos hoy con orgullo”.
   Ojalá fuera posible la unidad, no solo en el caso de los intelectuales y artistas, sino de toda una población; pero justamente, la unidad, en el caso de una población, implica la divergencia, la confrontación de criterios que hace a sus ciudadanos sentirse parte de un todo, de un todo en constante movimiento.
   No puede haber unidad en un país donde, precisamente, se ha escindido una parte de ese todo. Donde las personas, sin derecho a apelación alguno, han resultado clasificadas en “si no estás conmigo, estás contra mí”.
   Quisiera pensar que Miguel Barnet, al mencionar este concepto, no nos quiera indicar que se refiere a launidad de los “revolucionarios”, de los castristas, de los que “están” a favor del gobierno. Porque esto sería un pensamiento sumamente baladí, vacío, tanto si se refiere a la población en general, como a los artistas, escritores, pensadores y profesionales de la cultura en cualquier sentido.
   Si él, presidente de la Uneac, abogara por la unidad entre los factores mencionados en el párrafo anterior, convocaría, para lograrlo, a todos sus pares que se encuentran tanto dentro como fuera de Cuba, sin que importarse su modo de pensar; investigaría por quienes, lo mismo en la Isla que fuera de ella, están censurados en su tierra; se interesaría, por poner un ejemplo, si en realidad su colega y compatriota Ángel Santiesteban Prats, fue objeto en su país de un juicio amañado y si es cierto que, por estos días, sus malas condiciones en la prisión se han acentuado.
   No tiene validez alguna la unidad de solo una parte del todo. Si acaso esto fuese posible, que también lo veo difícil Cuba adentro.
   Podría Miguel Barnet, por su cargo y su ascendencia, convocar a esa verdadera unión, a la igualdad de condiciones para los intelectuales y artistas cubanos, vivan donde vivan, piensen lo que piensen. La organización que él dirige incluye en su nombre el concepto “de Cuba”, o sea, de cubanos todos. De modo que podría el Presidente de la Uneac convocar un “borrón y cuenta nueva” en nuestro caso, y aun pedir que fuesen olvidados los improperios cruzados durante tantos años (incluidos los que he registrado en estas líneas) entre uno y otro “bando”.
   Es decir, podría el etnólogo clamar porque nos retiren “el bloqueo” a quienes, fuera y dentro de Cuba, lo estamos padeciendo.
   Claro, sobre lo inmediatamente antes escrito, viene a la mente aquella sentencia del poeta: “Estoy diciendo cosas que no tienen remedio”.
   Pero ojalá no fuera así.
   “Chivo que rompe tambó con su pellejo paga”, titula Miguel Barnet a su artículo, parte de un refrán afrocubano, que así termina: “y lo que es mucho peor: en chilindrón acaba”.
   Ya ven. Así van las cosas.

(“Chivo que rompe tambó con su pellejo paga”. Cubaencuentro, febrero 2015)

Friday, April 22, 2016

Jorge Luis Arcos sobre “Rex”, de José Manuel Prieto

Sin embargo, la expectativa que crea es muy alta, acaso demasiado ambiciosa: nada menos que puedan confluir las dos tramas: el mundo alto, casi cosmogónico, metafísico, aristocrático del Libro y el Escritor, con el mundo bajo, melodramático, pícaro o rufianesco que conforma la otra trama de la novela. Pero, como sí sucede en El nombre de la rosa, por ejemplo, aquí todo falla; la trama se torna demasiado enfática y hasta previsible, y este lector, fascinado en un principio, terminó aburrido, y a duras penas, la lectura de la novela.
   Claro que cuando escribo este duro juicio final, tengo que advertir que lo hago, sobre todo, motivado por lo grande que fue mi caída como cándido lector. ¿Tratará también de eso la novela: la derrota de un lector tradicional? Una prosa a menudo brillante, una desenvoltura ensayística poco común, una capacidad narrativa casi de estirpe cuántica (por su capacidad para crear una urdimbre casi microscópica), una atmósfera, a ratos, de indudable raíz poética, un sabio manejo de la ironía, y un derroche de sabiduría metanarrativa, también a la luz de una crítica a una tradición canónica, hacen de la lectura de este libro una experiencia singular.

(El Libro y el Comentarista. Encuentro de la cultura cubana, No. 47, invierno 2007-2008)

Thursday, April 21, 2016

Antonio José Ponte vs. “Diario (1951-1957)” de Alejo Carpentier

Carpentier no es un gran escritor confesional. Impersonal y soso, lo más que conseguirá el lector es reparar en su obsesión contra el ocultismo que cultivan conocidos suyos o en su homofobia que viene, paradójicamente, de haberse hecho una altísima idea del amor homosexual ("Pero yo creía que, al menos, había una recompensa de tipo espiritual, por vías de una mayor comprensión posible entre dos seres más semejantes a lo que son la mujer y el hombre…").
   No se encontrarán en estos diarios chismes o revelaciones, pese a la prohibición de su viuda de editarlo mientras vivieran algunos aludidos. Quien persiga agudezas tropezará, en cambio, con reflexiones de muy corto vuelo. Como la que sigue, a propósito de André Gide: "¿Cómo un escritor se permite la osadía de mover un personaje ciego sin haber estado ciego?". Y abunda: "Un escritor consciente solo debe hablar de oficios que ha practicado, de enfermedades que ha padecido, de idiomas que habla, de lugares que ha visitado, de personajes —mujeres, sobre todo— que ha conocido íntimamente, lo demás es mala literatura".
   Confiesa que el narrador y protagonista de Los pasos perdidos empezó siendo un fotorreportero. "Pero, al cabo de diez días comprendí que, no habiendo sido nunca fotógrafo profesional, me era imposible reaccionar ante los hechos como fotógrafo. Y volví mi personaje a un oficio que hubiera practicado". De igual modo, transformó a la protagonista femenina, bailarina primero, en actriz. Porque no había tenido amores con una bailarina, aunque sí con una actriz.
   Al parecer, cuando no basaba sus proyectos en investigaciones archiveras, Carpentier resultaba asaltado por pruritos bastante simplones. Otras cautelas suyas pueden descubrirse en las frases o entradas completas que tachara, impresas aquí entre corchetes. Se trata, en su mayoría, de acusaciones al comunismo que debieron atormentar al diputado a la Asamblea Nacional y ministro consejero de la embajada castrista en París que llegaría a ser más adelante.
   Su juicio sobre Camilo José Cela, con quien coincide por los años en que el español cumplía un encargo literario del dictador Pérez Jiménez (Gustavo Guerrero se ha ocupado de ello en Historia de un encargo: "La catira" de Camilo José Cela), podría perfectamente corresponderle a él mismo pocos años después: escurriéndose cuando le hablan de la cerrazón impuesta por una dictadura o cuando le preguntan por la censura política sobre las artes.

(Los diarios de Carpentier. Diario de Cuba, febrero 2015)

Wednesday, April 20, 2016

Francisco Morán vs. José Martí

Es lo que sostengo: el involucramiento del propio Martí, desde muy temprano, en su propia reificación: mártir, héroe, y añadiría, en significante mismo de la comunidad nacional. Me alegra que menciones el cuadro de Arche, porque se trata de una imagen que no falla en evocar la del Sagrado Corazón, un cuadro que era muy común encontrar en los hogares cubanos. Ese Martí-Jesús emblematiza la de Jesús-hijo de Dios, supuestamente enviado a la tierra a redimir a los hombres con su sacrificio.
   Martí se representó obsesivamente como Cristo, y las referencias crísticas abundan, empezando por El presidio político en Cuba: "todas las grandes ideas tienen su Nazareno" (cito de memoria). Ya Freud veía una ironía en el sacrificio del hijo que, por esta vía, intenta superar el impulso parricida, puesto que a pesar de su inmolación, es Jesús quien termina reemplazando al Padre en la devoción de los cristianos. Esto habría que pensarlo mejor en el contexto de la compleja relación de Martí con su propio hijo, tal como lo demuestran Ismaelillo y Versos sencillos.
   Esa relación podría a su vez reflejar la de Martí con su padre, tan bien captada por Fernando Pérez en el filme El ojo del canario. El Martí preso, el del grillete y la cantera es, en gran medida, otra proyección —la primera— de la Pasión, y anuncia por lo mismo el Martí-Jesús de Arche. Martí también explotó la narrativa del presidio para asegurar su autoridad moral, que llega a identificarse para mí con la del superyo, y cuyas demandas son tanto morales como sádicas. Porque como el de Jesús, el sacrificio de Martí resulta a la postre impagable, y por tanto resulta también el significante de una deuda que nos esclaviza.
   El Martí de Arche me evoca también El caballero de la mano al pecho, de El Greco. Esto nos lleva al barroco y a la honra. Aunque se ha reconocido la huella de los místicos españoles en Martí, y aunque Juan Marinello dedicó un ensayo a su españolidad literaria, que yo sepa, nadie ha reparado hasta ahora cuán españolizante sería Martí.
   En este sentido, siempre me ha llamado la atención su obsesión con la honra, muy cercano al concepto español, específicamente calderoniano, de la honra. Es, diría, una de las notas de la Colonia más audibles en la escritura y el pensamiento martiano.
(...)
   Por otra parte, Rafael Rojas, en lo que juzgo una explicación simplificadora, rechaza mi argumento de que en Martí hay un racismo de Estado "por la sencilla razón de que Martí no fue nunca el jefe de un Estado". Lo cierto es, sin embargo, que Martí, en México y en Estados Unidos, apoyó y promovió políticas de Estado específicamente contra los inmigrantes. De modo que alguien tiene que explicarme si esto no tenía por fuerza que arrastrar su escritura, insertarla, en el territorio de las leyes, y por lo tanto en la órbita intelectual de Sarmiento y Bello.
   Y conste que incluso aquello que parece irrebatible —Martí no fue jefe de Estado— resulta para mí discutible. Antes de salir hacia Cuba, ya en muchos periódicos se le llamaba "presidente", además de que puede decirse, sin necesidad de estirar mucho las cosas, que ese era precisamente el significado de "Delegado", puesto que el PRC era Cuba, y Martí era el PRC. También, una vez en Cuba, Martí fue llamado "presidente".
   Recuérdese lo que apunta al respecto en su diario: "'No me le digan a Martí presidente: díganle general: él viene aquí como general: no me le digan presidente.' '¿Y quién contiene el impulso de la gente, general?', le dice Masó [a Gómez]: 'eso les nace del corazón a todos'. 'Bueno, pero él no es presidente todavía: es el delegado.' Callaba yo, y noté el embarazo y desagrado en todos, y en algunos como el agravio".
   La anécdota es reveladora. Advirtamos que Martí, al ser llamado presidente, muestra su repulsa públicamente, tal como era de esperar de quien trabajó arduamente en la construcción de su persona pública como hombre humilde. Sin embargo, cuando en privado —o en un escenario menos público— un hombre le llama presidente, no solo no le causa repulsa, sino que le sonríe.
   Si en realidad el título le repugna, ¿por qué le causa malestar la intervención de Gómez? Hay que preguntarse, además, cómo es que "las fuerzas todas" (Martí) y a todos "les nace del corazón" (Masó) llamarlo presidente. ¿Conocían tan bien a Martí todos los mambises, o incluso la mayoría de ellos? ¿Cuántos de ellos lo habían visto o leído algo suyo, o lo habían escuchado, antes de su desembarco en Playitas? ¿Cómo se había plantado —qué mano(s) plantó o plantaron la semilla del "impulso de la gente"— en el corazón de todos?
   Martí menciona su proverbial sencillez, pero el resquemor que le causa lo sucedido no apunta en esa dirección. Además, ¿por qué le causaría repulsa que lo llamaran presidente en público y no que llamaran con su nombre a una ciudad —Martí City— a la que además visita, y en la que encomia el patriotismo de sus habitantes?
   En sus funciones como Delegado, y desde la dirección de Patria, tanto como a través de sus viajes para recaudar fondos para la guerra, y como organizador de la guerra, Martí actuó como presidente de facto, sobre todo por el hecho indiscutible, documentado, del autoritarismo —político y moral— que ejerció entre los cubanos de la emigración. 
   Y puesto que instó a las autoridades mexicanas, y luego a las norteamericanas, a regular —a partir de principios racistas y eugenésicos— la inmigración, ¿podría alguien dudar de que de haber sido nombrado presidente de la República en 1902, Martí habría él mismo tomado cartas en el asunto?
   Para mí lo decisivo es que Martí se involucrara activamente en la promoción de políticas antinmigrantes y francamente racistas.

(José Martí, empezar por la sospecha. Entrevista de Gerardo Fernández Fe, Diario de Cuba, enero 2015)

Monday, April 18, 2016

Fermín Gabor vs. Antón Arrufat

Hasta hace poco Arrufat contaba con un aire de mártir que le prestaba algún interés. (Lo mismo que otros compañeros suyos de “Buenavida Social Club”, pasó un tiempo limpiando zapatos y sin poder cantar.) Sabía que en ello consistía su fuerte y coqueteaba con la rememoración de sus desgracias, amenazaba con soltar en público la verdad. (De él y de los otros, no hay más que leer sus respectivos discursos de aceptación del Premio Nacional de Literatura.) Ya que no había arrimamiento posible a Lezama y a Piñera través de la escritura, se les pegaba vía calvario. Pero ahora que lo tratan oficialmente como a senador, ha tenido que torcer las cosas para cultivar su victimismo sempiterno, su papel de perseguido hasta el catre de mármol. Fuñido antes por castigo estatal, ahora que goza de favor estatal se finge castigado por otros poderes. Le arrebatan premios en la arena internacional y cuando lo publica editorial española de las grandes es sólo para hacerlo aparecer en el traspatio mexicano. No le permiten triunfar en Barcelona y en Madrid, desde afuera lo castigan por no haberse marchado al exilio. 
   Como buen miembro de “Buena Vida Social Club”, Antón Arrufat sostiene con lo político las mismas relaciones que las putas con un chulo violento. 

(La lengua suelta # 15. La Habana Elegante, segunda época)

Friday, April 15, 2016

Diario de Cuba vs. Miguel Barnet

Tres veces presidencial —presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), de la Asociación Nacional de Chihuahuas y de la Fundación Fernando Ortiz—, aquí solo nos ocuparemos de la primera de esas tres jefaturas de Miguel Barnet.
   La presidencia de la UNEAC supone alguna biografía literaria o artística, y la suya resulta curiosa. Debe Barnet su fama a un libro compuesto a partir de los recuerdos de un anciano negro que fue cimarrón, y el resto de su obra literaria es, cuando no prescindible, detestable.
   Varias son las versiones acerca de cómo el joven Barnet se apropió de la vida del cimarrón Esteban Montejo, y todas incluyen el latrocinio. En una de esas versiones,  aprovechando la Campaña Nacional de Alfabetización, Barnet lleva en la mano un farol chino, una boina en la cabeza y la mayor cara posible de joven alfabetizador. Consigue así que Esteban Montejo escriba los hechos de su vida en un cuaderno escolar, y luego él pasa en limpio ese escrito, lo adorna un poco y saca de ahí su libro. Por lo demás, un falso título de etnólogo le permitirá hacerse de la herencia intelectual de Fernando Ortiz, y la cría de un perrito insoportable de ojos saltones lo conduce a presidir la asociación de propietarios felices de perritos insoportables como el suyo.
   En verdad, no fue por cariño alguno que Miguel Barnet se apegó a su primer chihuahua, sino por esa posibilidad de llegar a ser jefe, que es llegar a ser alguien. Para eso ha escrito él los libros que ha escrito, para llegar a presidir la UNEAC. ¿O acaso tener la más grande oficina de una casona del Vedado y llevar un perrito de la mano no es convertirse en el hombre nuevo que Guevara soñó? (No Ernesto, sino Alfredo.)
   El pasado abril, en su discurso inaugural del VIII Congreso de la UNEAC, Miguel Barnet se envolvió en la bandera, se roció gasolina y prendió el fósforo de esta frase: "La UNEAC es el Moncada de la cultura".
   Muchas son las interpretaciones que caben para tan poético pensamiento. La poesía, bien lo saben aquellos que acostumbran a leerla, se vale de múltiples significados para volver locos a quienes exigen una lectura única. ¿Quiso decir Barnet que la UNEAC es un cuartel militar? ¿Quiso decir que era el intento terrorista de asaltar un cuartel? ¿O que era un fracaso sobre el que habría que insistir hasta sacar de él algo?
   Más que elegir alguna posibilidad entre las muchas que el talento poético de Barnet nos propone, habría que considerar la agazapada ambición que esconden esas palabras. Porque, tres veces presidente como es él, cualquier cosa que vaya a ser la UNEAC lo será bajo su égida.

(Solavayas del año [II]. Diario de Cuba, diciembre 2014)

Thursday, April 14, 2016

Reinaldo Arenas vs. Delfín Pratts (3)

¡Al fin, Delfín!, a fin de finiquitar su fin, fungiendo como fonfont en fanfarria sin final, finge un sinfín de fines afines, y sin decidirse por fin, frenética y desenfrenada, enfangada y desenfadada, clama sin fundamento, entre un fondo de fandangos, por su desfondamiento.

(El color del verano. Tusquets, 1999)

Wednesday, April 13, 2016

Leonardo Padura vs. “Espejo de paciencia”, de Silvestre Balboa

“Y entonces Osés me contó algo más macabro que todo lo que había oído en mi nada apacible existencia. Hacía cinco años, me dijo, habían hallado en la biblioteca de la Sociedad Patriótica una historia de La Habana escrita por un tal Félix de Arrate en el siglo XVIII. Pronto el libro se publicaría y Domingo y sus acólitos iban a aprovechar el suceso para revelar otro gran descubrimiento: dirían que recientemente había aparecido un poema épico del siglo XVII, que estaba incluido en otro libro, escrito por el obispo Morell de Santa Cruz hacía unos cien años, el cual, casualmente, también había sido hallado en la papelería de la sociedad.
   --¿De qué poema épico estás hablando?
   --De un fraude, José María. El libro del cura existe, es una especie de historia de Cuba, pero él nada más copió varias octavas que alguien le recitó de un poema de un tal Silvestre de Balboa, donde se contaba el rescate de un obispo secuestrado por unos piratas franceses. Eran unos pocos versos, pero ahora entre Domingo y Echevarría están escribiendo el poema completo, y van a hacerlo pasar como un documento del año 1600.
   --Pero eso es un disparate.
   --No tanto. Porque si no cuela, todo queda como un chiste literario, como el de los Romances de Domingo firmados por Sánchez de Almodóvar. Pero ¿y si funciona? Pues ya tenemos una tradición propia, cristiana, con una épica donde el héroe de la batalla contra los piratas es nada más y nada menos que un negro bueno que es premiado con la libertad.”

(La novela de mi vida. Ediciones Unión, 2002)

Tuesday, April 12, 2016

Angel Velázquez Callejas vs. “Yo, el arquero aquel” de Manuel A. López

“Yo, el arquero aquel” también lanza su flecha moderna y da en el mismo centro de la diana. Manuel López se desnuda, invoca desesperadamente a la poesía y se le concede la petición; reúne a un grupo de poetas que lo certifica. En ello radica el valor de su libro. El acto estoico ante el pecado funciona para crear sensibilidades, amistades y entretejer con virtud la membrecía en la comunidad. Es por donde va la psicología del poeta actual.  ¿Acaso no fueron las “Confesiones” de San Agustín las que lo elevaron a la santidad? Cuanto más el arco se estire mayor será el alcance de la flecha.
   De modo que olvidémonos de los poemas que constituyen el libro “Yo, el arquero aquel”. No tomemos demasiado en cuenta si los poemas son buenos o malos. Para mí son malísimos, pero ese no es el punto básico de este “importante” libro. Manny tiene necesidad no sólo de publicar su libro, sino de ser aceptado como creador.
   Miremos en la portada y todo en cuanto al objetivo de este cuaderno será  revelado. El arquero nunca está en posición de maniobrar el arco. Y desde luego esto tiene que ver profundamente con la paciencia del autor y las argucias de sus poemas: la necesidad de ser aceptado como poeta. El arquero invoca a sus víctimas la admisión. Y lo logra gracias a la estrategia renacentista antes apuntada. Recordemos una frase del autor: este poemario ha sido para mí como un alivio. Un alivio porque Manny ha sabido vaciarse y entregar al juez Poeta todos sus encantos. El arquero aquel es como un encantador de serpientes. ¡Vaya poeta!

(Revelaciones de un poeta: Yo, el arquero aquel. Neo Club Press, octubre 2011)

Monday, April 11, 2016

Néstor Díaz de Villegas vs. Jorge I. Domínguez

Mientras en las catacumbas de la UNEAC se celebraba la misa gris del Quinquenio Prieto, en las alturas de la blogosfera estallaba un iridiscente petardo cargado de silogismos: se trataba del erudito cubanoamericano Jorge I. Domínguez, embutido en un chaleco de ideas peligrosas.
   Estadista sagaz y estratega empeñado en consolidar las conquistas espirituales y territoriales del castrismo, Jorge I. Domínguez sería la “esperanza blanca” de la cubanología si nos quedara aún el ápice de voluntad necesario para imprimir un vuelco a nuestra Weltanschauung. Pero, ¡ay!, al parecer estamos demasiado viejos para revoluciones.
   El laureado profesor, descrito simultáneamente como “cubanólogo” y “dialoguero” por un internauta que oculta su identidad tras el seudónimoel hermano de juanita, tal vez sea el único comentarista cubano que merezca integrar hoy un gobierno de transición auténticamente revolucionario.
   Precisamente, es el conformismo y la esclerosis de todo lo que se nos presenta como alternativa lo que produce tanta alarma y desazón en el actual panorama de los “estudios cubanos”. Si bien es cierto que al archiduque Carlos Alberto y al juglar Raúl Rivero –por poner dos ejemplos sacados de las “popularizaciones”– no les falta carisma, sensatez o valor, no lo es menos que carecen escandalosamente del elemento sorpresa que debía acompañar a lo nuevo.
   El doctor Domínguez, en cambio, corta por lo sano: después del castrismo no viene, ni puede venir, la democracia: ¡eso sería un retroceso! Lo que venga tiene que ser mucho más elaborado: ya Cuba probó sus designios continentales, globales; produjo ideología, injerencias, presiones, guerras, crisis, chantajes, conflagraciones directas o indirectas, y hasta homeopatías para curar a la chusma. ¿Cómo contraernos, después del castrismo, en los confines asfixiantes del pluralismo, en el provincianismo de una República, con su propiedad, su prosperidad y su representatividad? De eso nada. Después del castrismo, nuestra idea del mundo se consolida y regresa enunciada por teóricos de Harvard. Nuestra democracia, si es que llega a serlo, será un gobierno dedemocrats, es decir, de puritanos socialistas, porque nuestra política es, y será siempre, un asunto de geografía, y en Norteamérica lo “democrático” ya ha tomado el camino del socialismo. También en esto –Reinaldo Arenas dixit– los cubanos “venimos del futuro”.
   Lleva razón el profesor Domínguez cuando, en su contaminado castellano de Nueva Inglaterra, predica (en El comienzo de un fin, octubre-diciembre 2006, edición mexicana de Foreign Affairs): “En el informe de gobierno de Estados Unidos publicado, precisamente, en julio de 2006, días antes de la delegación de mando de Fidel a Raúl (…) se menciona una asistencia para impedir las enfermedades infecciosas, sin darse cuenta de que el sistema de salud cubano puede brindar mejor tales lecciones al estadounidense.” ¿Y quién duda –cabría preguntarse– de que el inminente retorno de los Clinton a la Casa Blanca significará la puesta en práctica de “tales lecciones”? Si los cubanos nos anticipamos revolucionariamente en cuestiones salutíferas, ¿quién quita que un clintoniano sistema de Salud Pública, calcado del castrista, no adopte también su epidemiología, y que, igual que absorbió nuestra falsa conciencia, la emita en esporas de política externa, y de medicinainterna?
   Ante el retrato hablado de su Raúl Castro, Domínguez pondera: “¿Cómo gobernar a una Cuba que no le conoce, a una Cuba que nunca le otorgará el galardón de líder carismático?”. Y la respuesta, en forma de oráculo, nos llega dentro de una galletita china: “Prosperidad”, como si en Cuba esa palabra no fuera sinónimo de “exilio”, de “pasado”, de “batistato” incluso, por ser éste el último referente de “lo próspero” que se ofrece –en las ruinas de una Edad de Oro– a la imaginación de los cubanos. “Prosperidad”, en Cuba, evoca cualquier cosa menos un “futuro” oriental.
   Lo que no quiere decir que el despegue económico que elude a la mayoría de los países de la región, no sobrevenga en Cuba naturalmente, y casisobrenaturalmente. Pero una Cuba próspera y capitalista también atraería una ola imparable de inmigración latinoamericana hacia “el milagro cubano”. A la caída de Castro, La Habana será por fin la Meca y el Hong Kong de las Américas, y si no contraponemos un gobierno fuerte a la avalancha de buscadores de reliquias, pereceremos como cultura en unos pocos años. Como se sabe, somos cada vez más populares, más hot, y quizás, hasta demasiado cool. A ese efecto geopolítico lo llamaré aquí “nuestro recalentamiento global”.
   De estas cosas no parecen percatarse nuestros pensadores, por estar demasiado comprometidos con el negocio de las lamentaciones. Salir de Cuba y sumarse a la disidencia los vuelve automáticamente cretinos. Las cubanerías dejan dividendos, y la paz y el amor son un negocio redondo. Pocos están enfrascados en formular políticas. Los estimados académicos de estos 50 años dejan mucho que desear. LASA, por ejemplo, se ha convertido en un club de convencionalistas que cada dos veranos se dedica a surfear en la estela del castrismo. Lo mismo pasa con el Cuban Research Institute y otros think tanks estancados. Los intrépidos “dialogueros” de los 70’s —como la prescindible señora Pérez-Stable— degeneraron en comentaristas ñoños, en zurcidores de retazos. Los filósofos están ocupados en sacarse del ombligo la suciedad del desengaño. Y es en este panorama donde entra el profesor Domínguez como un jihadi, o como lo que en Massachussets llaman un maverick.
   Mas he aquí que, como una mano de naipes que llevara las jetas de los diez más buscados, el equipo de transición castrista perdía, con elPavongate, su primera apuesta. Y lo de Jorge I. Domínguez, por ser menos conspicuo aunque más relevante, no acaparaba gigabytes. Mirábamos furiosamente al pasado como quien mira al sudeste, cuando el enfant terrible de la cubanología yanqui puso en axiomas eso que entre nosotros –cubanos uníos­ de todos los países– se había considerado siempre impensable, inconcebible, inefable: que el castrismo no deja ver a Castro. O lo que es peor: que Castro no deja ver el castrismo.
   Examinemos este razonamiento bomba del profesor Domínguez: “Si bien es cierto que se transfiere a [José Ramón] Balaguer, actual ministro de Salud Pública, la responsabilidad principal sobre ese tema, no es menos cierto que Balaguer ha sido principalmente un político y que su especialidad es la ortodoxia ideológica y el entorno internacional de Cuba”. Dicho de otra manera, que nuestras enfermeras han desembarcado ya en Normandía; que el Ministerio de Santé Publique sobrecumple sus metas; que en el quirófano del CIMEQ se decide la política exterior de la República.
   El gobierno castrista, to be sure, también “podría brindarle mejor tales lecciones al estadounidense” en lo tocante a política regional. Pero, de nuevo, se trata de lecciones que “el estadounidense” sólo aplicaría si llega a efectuar el tan anticipado cambio de régimen. Ya se sabe: los Demócratas serían los únicos interesados en clonar los éxitos sociales del castrismo en Latinoamérica.
   Sobre los éxitos militares cubanos en el continente africano, el profesor Domínguez nos revela que fue “una fuerza profesional, disciplinada, muy bien entrenada, fiel y eficaz, capaz de lograr tres veces en África lo que Estados Unidos no logró en Viet Nam”, la responsable de tales hazañas. Aquí se impone aquel apócrifo napoleónico: nuestras victorias pírricas se ganaron, doctor Domínguez, sólo en las páginas del periódico Granma. El costo económico, moral y político de la aventura africana fue más alto para Cuba –aunque ni se admitió ni se debatió públicamente– que el de dos, tres, muchos Viet Nam. Aunque el verdadero hecho a considerar, según se desprende del ensayo dominguezco es que, de alguna manera, nuestra sola presencia en África nos distingue del resto de las naciones, pues, más que su impronta real, el pensador de Harvard parece interesado en demostrar la eficacia simbólica de “lo cubano”.
   Esa “eficacia simbólica” ha salido otra vez a la palestra pública a raíz del reciente debate entre el ex canciller mexicano Jorge Castañeda y el ex presidente Carlos Salinas de Gortari: Cuba es “la puerta del frente” de la política exterior mexicana, se ha confesado, un poco embarazosamente. ¡Cáspita! Si en otra parte dije que México es “nuestro Egipto” –por dar lamedida de nuestra excepcionalidad–, ahora tendría que añadir que nuestro mercurial pueblecillo de judíos errantes desborda, metafísicamente, todos sus recipientes.
   Pongámonos en perspectiva: el bolivarismo no es más que castrismo adaptado para Venevisión; y el chavismo, la conquista irrenunciable de nuestras tropas de asalto, de nuestra ideología cubana. Las brigadas del doctor Balaguer, enmendando un diagnóstico previo del doctor Guevara, han suplantado con terapeutas a los guerrilleros de las provincias bárbaras. Ya metimos la mano en el petróleo de Maracaibo, y un cable nos conecta al indigenismo rabioso, en vivo y en directo. El bolivarismo equivale al derecho de pernada del castrismo sobre las poblaciones indígenas del continente. Si antes, como consecuencia del Exilio, nos habíamos adueñado de las Telecomunicaciones venezolanas (purgas, fuga de cerebros, exilios, pavonatos, Papito Serguera, parametraciones, y telenovelas estaban íntimamente relacionados), ahora, en el gran esquema cósmico, renunciábamos a los canales de televisión para dedicarnos a los pozos de petróleo. Era una jugada de Cuba consigo misma, una jugada de Castro con su Exilio. (El castrismo se emite y absorbe, ¡a sí mismo!). Nuestra Diáspora obliga –aún cuando desistiéramos de las escaramuzas guerrilleroterapéuticas– con el peso específico de su presencia, y de su ausencia. La clonación del Líder ya está en marcha. Ha llegado el momento de lograr, sin Fidel, lo que Fidel nos impidió lograr. Dudamos, paralizados ante la imparable globalización del castrismo: pero míster Domínguez esboza –casi sin proponérselo– los prolegómenos de cualquier futuro foreign affair.
   Porque solamente un cubanoamericano podría concebir el castrismo como negocio –o como negociación–, es decir, como contrato social panamericano, con derechos de clonación y tributos de autoría intelectual. Que hemos patentizado la revolución no es meramente un tópico: es una auténtica prioridad legislativa de la futura República. La Revolución es nuestro primer renglón, nuestro producto nacional bruto, pues la sociedad revolucionaria –como avisara Guy Debord– producirá sólo espectáculo.
   Fidel, como buen hidalgo –Jorge I. Domínguez lo equipara a Alonso Quijano: “¿Quién no le reconoce como un descendiente lineal de Don Quijote que se enfrenta a gigantes?”– mal administró la Revolución: ahora toca a un equipo de tecnócratas cubanoamericanos reimaginar las funciones plenipotenciarias del comendador de Indias. Compárese el jesuitismo soso de los disidentes “varelianos”, o la rapacidad empresarial de los “talibanes”, y se verá por qué no hay cabida para ellos en nuestro porvenir geopolítico.
   Redescubrir América no es el logro exclusivo del ingenioso hidalgo Fidel Castro Ruz: Martí, Carpentier y Lezama, tanto como Castro, son redescubridores de Américas. Lo cubano ya aspiró a redefinir –con el modernismo, el origenismo y el castrismo– lo Eterno americano. “Nuestra” América –después del modernismo, del origenismo y del castrismo– es un territorio cubanizado, conquistado. A eso aluden los mexicanos cuando nos llaman “umbral”.
   Y por eso Domínguez, el solipsista, entona su “Honrar honra”: la antigua divisa de una nueva hidalguía. Mientras los ingenieros-taxistas, los doctores-lavaplatos y los senadores-limpiabotas son ya cuentos de camino del primer Éxodo, en La Habana de hoy los ingenieros son taxistas; los doctores, camareros; los abogados, lavaplatos y las filólogas, jineteras: proceso de reversibilidad anfibológica, de corsi e ricorsi, no muy distinto del que se operó siempre, al final de la Historia, entre hidalgos y escuderos. Los papeles se cambian, los roles se trastocan, nuestro mundo da una vuelta en redondo. Acabamos de vivir, sin percatarnos, la otra revolución: la Revolución que nadie anticipaba, porque sucedió dentro de la revolución.
   Como un “dialoguero” cargado de explosivos que sube por la puerta del fondo a la guagua del revisionismo a go-go, lo que ha detonado con Jorge de Harvard es un petitio principii –revolucionario en toda su subversiva autoreferencialidad. O, dicho con ese hijo de España que perdió el seso mirando girar las aspas del Eterno retorno de lo mismo: “Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada, dentro de la Revolución todo, fuera de la Revoluc…”

(The Dominguez Affaire. Blog Penúltimos Días, febrero 2007)