Muchos
se preguntaron cómo era posible que este ser accediera al puesto de ministro de
Cultura de la República de Cuba. ¿Quién iba a imaginarlo? Ni una versión
ñángara del contubernio de brujas del acto primero de "Macbeth", las
brujas echándole soya al picadillo de carne, bautizando el ron, y manejando
diversas y variadas porquerías, hubiera dado a Alpidio Alonso, con esas
iniciales de pila alcalina que se gasta, la profecía de su mandato.
Y, en todo caso, Fernando Rojas cabalgaba
junto a él, dispuesto a creerse que el puesto en la mayimbería iba a ser suyo.
Gabor muestra a Alpidio Alonso desvelado por
la lucha de símbolos, conocedor de que él y los suyos van perdiendo la batalla
de ideas. Lo tiene crudo, pues sus antecesores se valieron del reparto de
prebendas con las que él ya no cuenta. Le toca exigir fidelidad a pelo.
Llegada la noticia de su nombramiento
oficial, se dispararon las consultas acerca de su obra literaria y, cuando
creíamos que no iba a aparecer contestación a tal enigma, fue hallada esta de
Virgilio López Lemus: "Con un lenguaje ajeno a los vanos artificios,
Alpidio Alonso se aproxima con absoluta certeza a las regiones poéticas más
puras. Discurso íntimo, pero también abarcador y donde el amor tampoco falta,
si bien quizás despojado de cualquier intención erotizante".
Amor despojado de intención erotizante: creo
que se trata de una buena fórmula para quien busca administrar, desde una alta
oficina, la cultura y los símbolos de un país (...)
(Del "Diccionario de la Lengua Suelta", de Fermín Gabor, Renacimiento 2020)
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