Es que había en nuestro ensayista
una extraña imposibilidad para agarrar la circunstancia. A veces, trata de
describirla, otras busca valores que la trasciendan. En cuanto a referir la
circunstancia, es indudable que su romántica queja le surja de la experiencia:
“la exigencia en que regularmente nos hallamos los cubanos jóvenes de la clase
media, venidos al mundo cuando nuestros padres se arruinaban por hacer patria,
y que se traduce en la lucha por el miserable destino de sesenta pesos
mensuales, con la obligación de trabajar en la oficina desde las ocho de la
mañana hasta las cinco de la tarde”. En este texto vemos, pues, lo tenso y
enquistado de un vivir adolescente, cuyas lecturas eran “un fárrago
desconcertante de traducciones de la casa Sempere”, llevando en su voluntad por
transformar el medio, la rigidez con que éste lo ha marcado.
Y en cuanto a su afán por buscar valores que trascendieran su
circunstancia, se puede considerar otro texto de Ramos: “A España, a la América
Latina no nos unen más que nuestro idioma y nuestros vicios. Tal vez sea esto
último, en cambio, lo único que nos separa de los Estados Unidos”. Una
convicción que explica sus equívocos, sus errores. Combate la influencia
yanqui, pero situándose en idéntico nivel. Así como en Tembladera ofrece como héroe a Artigas, es decir, a un personaje
que viene a ser la traducción del hombre de negocios norteamericano.
Pero ¿qué misión se propuso Ramos con sus ensayos? Llevar la literatura
al sermón, para convertir al hombre de letras en sacerdote de una nueva
religión llena de fantasmagorías como: Progreso en sentido positivista, culto a
la Idea, etc., es decir, con fetiches que al final sólo vienen a ser un reverso
de la sórdida circunstancia que se pretendía trascender.
(José Antonio Ramos en el ensayo. Revista Exilio, 1971. Visto en incubadora.org)
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