Sin duda, los teóricos de la
guerra fría cultural de La Jiribilla no son demasiado originales. Usan los
mismos argumentos que en los 90 e inicios de los 2000 usaban en El Caimán
Barbudo contra gente como Emilio Ichikawa, Rafael Rojas, Víctor Fowler, Elvia Rosa
Castro… y antes usara Leopoldo Ávila en Verde Olivo, que consiste en
desacreditar la honestidad de los juicios de los intelectuales que se
desaprueba. En poner en entredicho sus intenciones reales. En dibujar una
agenda oculta, que siempre termina donde mismo y que, además, nunca ofrece
pruebas definitivas.
(…)
En verdad, sería bueno creer que Pérez no
juzga como procede. Que su cargo de hermeneuta titular para interpretar la
intervención en los asuntos de la soberanía nacional de potencias extranjeras a
través de la utilización de los artistas e intelectuales -ese grupo
influenciable, débil, no confiable, nacido con el pecado original de no ser
revolucionarios- tenga mayor hondura y alcance. Porque si es él quien va
defendernos de semejantes mercenarismos, que Dios nos coja confesados.
En ese sentido, es un golpe bajo atacar a un
hombre por donde es más débil: por su modo de subsistencia. Cuestionar a Arcos
su labor docente y por esa vía invocar su despido, sabemos cómo se llama. Al
menos en mi barrio tiene un nombre muy feo.
Si en verdad estuviéramos equivocados, ¿a
qué viene esta obsesión de La Jiribilla con desautorizar, acusar? ¿Por qué
sugerir que se trata de un movimiento deshonesto para ganar aprecio del
enemigo? ¿Será acaso que no hay argumentos sólidos del lado de quien así
razona? ¿A qué viene la amenaza de parte de Fernando León Jacomino, director de
La Jiribilla, cuando advierte en su texto “Un insulto a Martí concierne a toda
nuesta sociedad” que, “si la vocación de libertad expresiva de ese equipo (el
de la Muestra Joven) pasa por comulgar con producciones audiovisuales que
afrenten a nuestros próceres, resultará muy difícil mantener el diálogo que
hasta hoy ha garantizado la continuidad del evento?”
A menos que yo no me haya enterado aun, este
sujeto todavía no preside ni decide en el Instituto de Cine. Los funcionarios
que allí están, por cierto, podrían defender a esa “institución de la
Revolución Cubana”, que sabe reconocer Pérez, primeramente de oportunistas como
ellos. El ICAIC histórico, el de Alfredo Guevara, jamás dejó solos a los cineastas
con jauría de cualquier pelaje; ni siquiera ante cuestionamientos venidos de
figuras como Blas Roca o el propio Fidel Castro.
Ya quisiera La Jiribilla contar con la
autoridad moral o intelectual necesaria para emprender una vindicación de esa
naturaleza. Cuando se trata de una revista que nació inventándose una política
cultural de doble rasero, donde luego se manipuló a una mujer como Lina de
Feria, y más tarde a Eduardo del Llano en una entrevista a propósito de su
corto Monte Rouge; un sitio donde, en medio de la conocida como “Guerrita de
los E-mails”, se publicó un informe parapolicial sobre Jorge Luis Arcos, con
fotos sacadas de archivos inconfesables; donde, un par de años atrás, un
viceministro de cultura usaba el seudónimo de Cristian Alejandro para tirar
puyitas sobre, entre otros, Pablo Milanés y los cineastas que luchaban por una
Ley de Cine; donde dos periodistas fueron expulsadas por denunciarlo; donde los
comentarios que los lectores subimos a los foros desaparecen misteriosamente -todavía
sigo esperando que el mío se publique…
Esa es la idea de Revolución que estos
“intelectuales” tienen. Para ellos, no cabe gente que discrepe sin comulgar con
la necesidad de ser premiado por… Trump. Hasta ese punto llega su infantilismo
intelectual y su necesidad de borrar al oponente demonizando sin ofrecer una
sola evidencia a favor de su tesis.
Donald Trump, que tanto preocupa a Pérez,
debe estar muy feliz por ver cómo nos arrancamos las tiras del pellejo por
cuestiones que, definitivamente, deberíamos resolver con un diálogo
comprometido. No uno en que una parte decide que la otra es “poco ética” por
decir la verdad -aunque se esté equivocado, la verdad nunca es no ética. O
donde se desoye y fustiga a un grupo de cineastas prestigiosos que piden
entablar un diálogo para crear una Ley de Cine. O donde la contraparte
vocifera, manotea, amenaza, trata de enviar al patíbulo a un intelectual que
reúne más méritos que todos los comisarios de La Jiribilla juntos. En esas
condiciones, es lícito pensar que una parte no crea útil entablar diálogo
alguno.
(Publicado en la red, abril
2018)
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