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Monday, July 23, 2018

Dean Luis Reyes vs. La Jiribilla, Fernando León Jacomino y Jorge Angel Hernández Pérez

Sin duda, los teóricos de la guerra fría cultural de La Jiribilla no son demasiado originales. Usan los mismos argumentos que en los 90 e inicios de los 2000 usaban en El Caimán Barbudo contra gente como Emilio Ichikawa, Rafael Rojas, Víctor Fowler, Elvia Rosa Castro… y antes usara Leopoldo Ávila en Verde Olivo, que consiste en desacreditar la honestidad de los juicios de los intelectuales que se desaprueba. En poner en entredicho sus intenciones reales. En dibujar una agenda oculta, que siempre termina donde mismo y que, además, nunca ofrece pruebas definitivas.
(…)
   En verdad, sería bueno creer que Pérez no juzga como procede. Que su cargo de hermeneuta titular para interpretar la intervención en los asuntos de la soberanía nacional de potencias extranjeras a través de la utilización de los artistas e intelectuales -ese grupo influenciable, débil, no confiable, nacido con el pecado original de no ser revolucionarios- tenga mayor hondura y alcance. Porque si es él quien va defendernos de semejantes mercenarismos, que Dios nos coja confesados.
   En ese sentido, es un golpe bajo atacar a un hombre por donde es más débil: por su modo de subsistencia. Cuestionar a Arcos su labor docente y por esa vía invocar su despido, sabemos cómo se llama. Al menos en mi barrio tiene un nombre muy feo.
   Si en verdad estuviéramos equivocados, ¿a qué viene esta obsesión de La Jiribilla con desautorizar, acusar? ¿Por qué sugerir que se trata de un movimiento deshonesto para ganar aprecio del enemigo? ¿Será acaso que no hay argumentos sólidos del lado de quien así razona? ¿A qué viene la amenaza de parte de Fernando León Jacomino, director de La Jiribilla, cuando advierte en su texto “Un insulto a Martí concierne a toda nuesta sociedad” que, “si la vocación de libertad expresiva de ese equipo (el de la Muestra Joven) pasa por comulgar con producciones audiovisuales que afrenten a nuestros próceres, resultará muy difícil mantener el diálogo que hasta hoy ha garantizado la continuidad del evento?”
   A menos que yo no me haya enterado aun, este sujeto todavía no preside ni decide en el Instituto de Cine. Los funcionarios que allí están, por cierto, podrían defender a esa “institución de la Revolución Cubana”, que sabe reconocer Pérez, primeramente de oportunistas como ellos. El ICAIC histórico, el de Alfredo Guevara, jamás dejó solos a los cineastas con jauría de cualquier pelaje; ni siquiera ante cuestionamientos venidos de figuras como Blas Roca o el propio Fidel Castro.
   Ya quisiera La Jiribilla contar con la autoridad moral o intelectual necesaria para emprender una vindicación de esa naturaleza. Cuando se trata de una revista que nació inventándose una política cultural de doble rasero, donde luego se manipuló a una mujer como Lina de Feria, y más tarde a Eduardo del Llano en una entrevista a propósito de su corto Monte Rouge; un sitio donde, en medio de la conocida como “Guerrita de los E-mails”, se publicó un informe parapolicial sobre Jorge Luis Arcos, con fotos sacadas de archivos inconfesables; donde, un par de años atrás, un viceministro de cultura usaba el seudónimo de Cristian Alejandro para tirar puyitas sobre, entre otros, Pablo Milanés y los cineastas que luchaban por una Ley de Cine; donde dos periodistas fueron expulsadas por denunciarlo; donde los comentarios que los lectores subimos a los foros desaparecen misteriosamente -todavía sigo esperando que el mío se publique…
   Esa es la idea de Revolución que estos “intelectuales” tienen. Para ellos, no cabe gente que discrepe sin comulgar con la necesidad de ser premiado por… Trump. Hasta ese punto llega su infantilismo intelectual y su necesidad de borrar al oponente demonizando sin ofrecer una sola evidencia a favor de su tesis.
   Donald Trump, que tanto preocupa a Pérez, debe estar muy feliz por ver cómo nos arrancamos las tiras del pellejo por cuestiones que, definitivamente, deberíamos resolver con un diálogo comprometido. No uno en que una parte decide que la otra es “poco ética” por decir la verdad -aunque se esté equivocado, la verdad nunca es no ética. O donde se desoye y fustiga a un grupo de cineastas prestigiosos que piden entablar un diálogo para crear una Ley de Cine. O donde la contraparte vocifera, manotea, amenaza, trata de enviar al patíbulo a un intelectual que reúne más méritos que todos los comisarios de La Jiribilla juntos. En esas condiciones, es lícito pensar que una parte no crea útil entablar diálogo alguno.

(Publicado en la red, abril 2018)

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