Una década después de mi visita,
fallecido ya Gastón Baquero, me tocó repetir sus expediciones por librerías
madrileñas de viejo. Me tocó tropezar con unos libros publicados en Cuba. Podía
distinguirlos a simple ojeada entre montones de otros títulos, los veía antes
de verlos. Eran, no otra vida posible como debieron serlo para Gastón Baquero,
sino mi pasado. Porque lejos de aquí, océano por medio, en otras librerías,
esos libros y yo nos habíamos visto las caras. Tal como soy capaz de detectar
en medio de una multitud a quien lleve el rostro del comandante Guevara en su
ropa, podía descubrir por el lomo a cualquier librito cubano que intentara
escurrirse de incógnito.
Lograba verlos, al lomo y a la camiseta guevarista, con el octavo o
noveno sentido, aquel que sirve para detectar erratas. A diferencia de Baquero,
yo no alcanzaba a mostrar compasión. Ni siquiera iba a compensarme abrirlos y
mirar dentro y ver toda la porquería que sus páginas contuvieran. La
superioridad que podría sacarse de un asomo de lectura así no valía la pena. De
modo que los evitaba y todavía, al encontrármelos, sigo evitándolos. Igual que
evito a cualquiera que lleve el rostro de Guevara, por joven e ignorante e
ingenuo que pretenda ser.
No es que no compre esos libros, es que ni los hojeo. Con una sola
excepción: la de José Martí.
Los de Martí son, evidentemente, los libros de una secta. Ninguno de
ellos prescinde de un estudio preliminar y de notas, han sido organizados por
una filología política. Conozco bien la secta que los ha ordenado y no termino
de aceptar el hecho de que la más inesperada frase necesite de explicaciones
tan groseras, empeñadas en abotargarla, en despojarla de cualquier felicidad
que no sea utilitaria.
Son libros de una secta criminal, hechos para justificar crímenes de
Estado. Se imprimieron para justificar la complicidad de José Martí con Fidel
Castro, para propiciarle una coartada a este último. Constituyen los pasos
previos a ese arreglo funerario en el cual la tumba monolito de Fidel Castro se
encuentra lo más cerca posible del mausoleo donde reposa Martí.
Me tropiezo con alguno de ellos, los intuyo antes de haberlos visto, los
agarro, los abro al azar y me asomo a lo irrespirable. A un lugar de crimen
cerrado durante mucho tiempo y corrompiéndose. Y, aún cuando son hallazgos que
deberían resolverse en una risotada, no consigo nunca soltarla.
Hay ocasiones en que me sobrepongo por puro pragmatismo. ¿De qué otro
modo podría conseguir aquí, agrupado en un volumen manejable, todo lo que José
Martí escribió sobre el Caribe? Paso entonces por encima del aparato crítico
que ciñe sus textos, acepto del mejor modo posible la estupidez y la
mediocridad, y me dispongo a escuchar cuantas mentiras quieran contarme a
cambio. Me lo llevo a casa sabiendo que será un huésped tóxico. No servirá para
la relectura, y únicamente conseguirá salvarse gracias a alguna que otra
consulta, bueno únicamente para lecturas de punción.
Son otras, por tanto, las ediciones en las que alcanzo a leerlo. Me fío
para ello de editores extranjeros, no cubanos. De editores no pertenecientes a
la secta. Sus compilaciones cargan prólogos también, pues un autor así se diría
necesitado siempre de avisos previos, de alguien que garantice que lo que va a
leerse a continuación es literatura. La ventaja es que esos prólogos no
establecen complicidades políticas, no les forjan misión actual a sus escritos.
No va a salir de allí ninguna república pendiente, no cabría imaginar un
gobierno capaz de basarse en tales antiguallas. En caso de que esos escritos
tengan consecuencias, habría que buscarlas en el ánimo del lector.
Sólo así consigo leerlo todavía. Su ensayo sobre Emerson, por citar un
ejemplo, alcanza a convertírseme en incomprensible. No acabo de entender a
dónde procura ir, ni qué puedan querer decir esas frases que no terminan de
suceder una a la otra, que no acaban de cerrarse ni de abrirse, abriéndose y
cerrándose todas al unísono. Es a ese punto de no comprensión al que debe
aspirarse en la relectura, según creo, y llegar a él, más en el caso de un
escritor tan vapuleado como José Martí, está entre los estados de lectura más insostenibles
que puedan alcanzarse.
(Martí: los libros de una secta criminal. Diario de Cuba, abril
2018)
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