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Friday, July 20, 2018

Antonio José Ponte sobre los libros de José Martí

Una década después de mi visita, fallecido ya Gastón Baquero, me tocó repetir sus expediciones por librerías madrileñas de viejo. Me tocó tropezar con unos libros publicados en Cuba. Podía distinguirlos a simple ojeada entre montones de otros títulos, los veía antes de verlos. Eran, no otra vida posible como debieron serlo para Gastón Baquero, sino mi pasado. Porque lejos de aquí, océano por medio, en otras librerías, esos libros y yo nos habíamos visto las caras. Tal como soy capaz de detectar en medio de una multitud a quien lleve el rostro del comandante Guevara en su ropa, podía descubrir por el lomo a cualquier librito cubano que intentara escurrirse de incógnito.
   Lograba verlos, al lomo y a la camiseta guevarista, con el octavo o noveno sentido, aquel que sirve para detectar erratas. A diferencia de Baquero, yo no alcanzaba a mostrar compasión. Ni siquiera iba a compensarme abrirlos y mirar dentro y ver toda la porquería que sus páginas contuvieran. La superioridad que podría sacarse de un asomo de lectura así no valía la pena. De modo que los evitaba y todavía, al encontrármelos, sigo evitándolos. Igual que evito a cualquiera que lleve el rostro de Guevara, por joven e ignorante e ingenuo que pretenda ser.
   No es que no compre esos libros, es que ni los hojeo. Con una sola excepción: la de José Martí.
   Los de Martí son, evidentemente, los libros de una secta. Ninguno de ellos prescinde de un estudio preliminar y de notas, han sido organizados por una filología política. Conozco bien la secta que los ha ordenado y no termino de aceptar el hecho de que la más inesperada frase necesite de explicaciones tan groseras, empeñadas en abotargarla, en despojarla de cualquier felicidad que no sea utilitaria.
   Son libros de una secta criminal, hechos para justificar crímenes de Estado. Se imprimieron para justificar la complicidad de José Martí con Fidel Castro, para propiciarle una coartada a este último. Constituyen los pasos previos a ese arreglo funerario en el cual la tumba monolito de Fidel Castro se encuentra lo más cerca posible del mausoleo donde reposa Martí.
   Me tropiezo con alguno de ellos, los intuyo antes de haberlos visto, los agarro, los abro al azar y me asomo a lo irrespirable. A un lugar de crimen cerrado durante mucho tiempo y corrompiéndose. Y, aún cuando son hallazgos que deberían resolverse en una risotada, no consigo nunca soltarla.
   Hay ocasiones en que me sobrepongo por puro pragmatismo. ¿De qué otro modo podría conseguir aquí, agrupado en un volumen manejable, todo lo que José Martí escribió sobre el Caribe? Paso entonces por encima del aparato crítico que ciñe sus textos, acepto del mejor modo posible la estupidez y la mediocridad, y me dispongo a escuchar cuantas mentiras quieran contarme a cambio. Me lo llevo a casa sabiendo que será un huésped tóxico. No servirá para la relectura, y únicamente conseguirá salvarse gracias a alguna que otra consulta, bueno únicamente para lecturas de punción.
   Son otras, por tanto, las ediciones en las que alcanzo a leerlo. Me fío para ello de editores extranjeros, no cubanos. De editores no pertenecientes a la secta. Sus compilaciones cargan prólogos también, pues un autor así se diría necesitado siempre de avisos previos, de alguien que garantice que lo que va a leerse a continuación es literatura. La ventaja es que esos prólogos no establecen complicidades políticas, no les forjan misión actual a sus escritos. No va a salir de allí ninguna república pendiente, no cabría imaginar un gobierno capaz de basarse en tales antiguallas. En caso de que esos escritos tengan consecuencias, habría que buscarlas en el ánimo del lector.
   Sólo así consigo leerlo todavía. Su ensayo sobre Emerson, por citar un ejemplo, alcanza a convertírseme en incomprensible. No acabo de entender a dónde procura ir, ni qué puedan querer decir esas frases que no terminan de suceder una a la otra, que no acaban de cerrarse ni de abrirse, abriéndose y cerrándose todas al unísono. Es a ese punto de no comprensión al que debe aspirarse en la relectura, según creo, y llegar a él, más en el caso de un escritor tan vapuleado como José Martí, está entre los estados de lectura más insostenibles que puedan alcanzarse.

(Martí: los libros de una secta criminal. Diario de Cuba, abril 2018)

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