En definitiva, si la alharaca de
principios del 2007 se desataba aparentemente porque Pavón aparecía en un
programa televisivo enseñando sus reconocimientos oficiales, algo que molestó a
los intelectuales a costa de los que él se había ganado aquellas medallitas, la
«Crisis» terminó para mí no con la polémica en que me vi envuelto cuando
Fernando León Jacomino —vicepresidente del Instituto Cubano del Libro— salió a
tratar de descalificarme al estilo de los actos de repudio oficiales, con una
mezcla de infantilismo, grosería y abuso de poder: desde su oficina en el
Castillo, sacaba las cuentas de los derechos de autor que yo había cobrado por
mis libros. Su ataque, por cierto, era la única intervención de un funcionario
dentro de aquella avalancha de correos. El final ejemplar —para mí, como yo lo
veo—, la fresa con que el gobierno quiso coronar la «Crisis» de ese año, estuvo
aún más por todo lo alto, y significó una prepotente vuelta al principio
—recuérdese que lo que originó la alarma de un grupo de escritores y provocó
una estampida de correos fue un homenaje público a Pavón—. Una noticia
aparecida en el periódico Granma a
finales del 2007, avisaba que Fernando León Jacomino había recibido una Medalla
por la Cultura Cubana, mientras malamente se hilvanaban los supuestos méritos
literarios del vicepresidente del Instituto Cubano del Libro.
Claro, entonces ningún «valiente intelectual orgánico» alzó la voz para
protestar por este otro simulacro de «reconocimiento cultural», ninguno de los
que se habían alarmado tanto ante el fantasma quintaesenciado pero alicaído de
Pavón. Sin duda, este homenaje público era diferente: ocurría en tiempo
real, se condecoraba a un funcionario vivito y coleando, instalado en el poder,
que con su mano negra aún en activo había acabado de hacerle el trabajo
sucio al aparato oficial en la «Crisis de los mails». Toda la élite que había
cacareado, ahora hizo mutis. Sin duda el instinto de conservación es algo muy
serio.
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