Sólo un crítico o ensayista
flojo (y perdone el airado repetidor que insista en mi juicio de valor) es
capaz de sostener sin sonrojo que la Austria de la que habla Bernhard es una
especie de pretexto estilístico para su humorismo nihilista, o que la Francia
de la que opina Bloy es otro más entre sus “rasgos de estilo”. Ese concepto de
“estilo” es inane. Y esa idea de la literatura es poco menos que ridícula. Hay
un mundo allá afuera, me temo, aunque los devotos del estilo no quieran verlo.
En su ficción Bernhard habla de su porción de mundo, y en sus “libelos” Bloy
disecciona el suyo. Sobre LGV habría mucho que hablar, pero no creo que tenga
sentido polemizar con gente que opina que cualquier asomo prescriptivo, propio
de toda crítica, remite de inmediato a “Verde Olivo”.
(…)
Pero ya Tabío no necesita
“traductor” ni “embajadores”: él mismo ha ripostado en Rialta diciendo que no
hemos leído a Blanchot y excluyendo la ideología de una limitada noción de
estilo. Caricatura tras caricatura, cuesta polemizar: nadie, tampoco Duanel, ha
querido “subordinar el sentido de la obra, o su condición de legibilidad, a la
naturaleza ideológica de un régimen político”, como asegura Tabío. Pero es
obvio que los juicios sobre la tradición y la sociedad cubana que Lorenzo
escribió en Los años de Orígenes y en El arte de perder no son puros ejercicios
de estilo y es perfectamente posible (incluso necesario, diría yo, atendiendo a
cierta lógica de nuestro “campo literario”) entenderlos más allá de la acrítica
aceptación y reverencia que nuestro “estilólogo blanchotiano” parece
recomendar.
El nihilismo de Lorenzo, su torturada
búsqueda de una salida que le permitiera desviarse del origenismo, y hasta
ciertas anécdotas vitales lo llevaron a interesantes excesos: su distancia con
Baquero o con Lydia Cabrera (en su reveladora entrevista para Exilio) revelan
que, en cierto momento, Lorenzo suscribió visiones más propias de la “crítica
revolucionaria” que de un representante de la República de las Letras. No es
algo exclusivo de LGV: lo hizo Casey también en un ensayo sobre el XIX y
Piñera, varias veces. Esos gestos críticos, y esa distancia con la República,
fueron muy interesantes, y yo diría que incluso necesarios para compensar
ciertos excesos. Pero implicaron también una visión un tanto limitada que sería
bueno analizar en profundidad, porque tiene, por cierto, mucha relación con las
soluciones literarias (ah, de pronto salta la liebre del estilo) que Lorenzo
fue encontrando.
La idea de una ficción no narrativa
(descubrimiento de Raymond Roussel al cual, por cierto, no eran ajenos los
origenistas) no es algo de lo que haya que excluir a la fuerza referencias
sociales o “ideológicas”, si bien es obvio que el hecho literario va siempre
más allá de ellas. El problema de Tabío es que está todavía en esa fase del
joven crítico donde se cree que un autor o referencia crítica tiene la Verdad
en la mano, y entonces adopta la ridícula pose de arrojar esos nombres como si
fueran guantes a sus lectores y posibles objetores. Una soberbia un tanto
provinciana que, esperemos se le pase pronto para que siga leyendo con provecho
a Lorenzo, Blanchot y tantos otros.
(Comentarios publicados en la
red, noviembre y diciembre 2017)
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