En algún punto
de ese rancio artículo [El dolorido
sentir: Apuntes para una conversación con mis nietos] de Ambrosio Fornet
existe una serie de palabras perfectas, serenas y lógicas que yo debo leer para
entender por qué mierda alguien lo deja en mi buzón, todos los días durante una
semana, a casi cuatro años de su publicación. Suficiente para enloquecer a
cualquiera.
“El dolorido sentir…” es, fundamentalmente,
un artículo-denuncia sobre “la hegemonía de los discursos que hoy coexisten (…)
en el campo de la crítica literaria y artística cubana”. Es uno de esos
artículos preventivos, de esas supuestas bofetadas mentales que cada tanto
suenan en este país y que terminan replicadas por todas partes. Los artículos
moralizantes son la metadona de los medios cubanos. Un ensayo donde el Premio
Nacional de Literatura —un pez viejo y sabio— arremete contra los jóvenes
críticos cubanos como una barracuda contra una cucharita de plata.
“Entre los jóvenes de menos de cuarenta años
—sobre todo en los espacios académicos—”, explica Fornet, “parece prevalecer el
discurso de la postmodernidad, que opera, como sabemos, sobre una plataforma desterritorializada,
por lo que el diálogo con sus voceros se hace sumamente difícil para críticos
como yo, acostumbrados a moverse por el territorio nacional, es decir, con los
pies en nuestra tierra”.
Algo extraño y a la postre atractivo de este
artículo —aparte de la condición terrícola del autor— es que, al parecer, ha
sido redactado desde un profundo desconocimiento de ese mundo académico menor
de cuarenta años que critica.
¿De dónde saca Ambrosio Fornet que los
jóvenes críticos cubanos somos dandis posmodernistas?
Creo, sinceramente, que Ambrosio Fornet se
ha equivocado de generación. Creo que cuando escribe: menores de “cuarenta años
—sobre todo en los espacios académicos”, y, para colmo, posesos del
posmodernismo, en realidad quería decir Rufo Caballero hace diecisiete años (Sedición
en la pasarela. Cómo narra el cine postmoderno, 2001); en realidad hablaba
de Roberto Zurbano hace casi un cuarto de siglo (Los estados nacientes.
Literatura cubana y postmodernidad, 1996), de Iván de la Nuez hace más de
treinta años (“El espejo cubano de la postmodernidad: Más acá del bien y el
mal”, 1989), de Emilio Ichikawa hace dos decenios (“La postmodernidad: buscando
coordenadas”, 1998), etc.
Porque, sí, hace más de una década los
críticos cubanos se ocuparon del posmodernismo. Era como una rebaja de dos por
el precio de uno, algo absolutamente irresistible. Pero alguien tiene que
decirle a Fornet que el posmodernismo hoy es para los críticos de mi generación
algo tan insignificante como el pedo de un colibrí. Sin efectos especiales. Sin
velatorio. The baby is gone.
Y mientras escribo esto recuerdo una
conferencia de Edward Said sobre el racismo latente en los libros de Jane
Austen. Él afirmaba que Austen era una escritora rotundamente racista. Pero si no
aparece ni un solo negro en todos sus libros, replicó alguien del auditorio.
Precisamente por eso, respondió Said. La omisión es la peor forma de racismo.
Listo, por ese caminito, Shakespeare es homofóbico y los críticos cubanos somos
posmodernistas para Ambrosio Fornet.
¿Qué dice Fornet? ¿Qué le preocupa que para
sus nietos “lo de la dignidad plena del hombre” no sea más que “el delirio
ilustrado de los utopistas de otros tiempos”? En serio, ¿quién le escribe los
diálogos?
Sorprenden algunas otras cosas de su
escrito. Sorprende el tono —de Esopo beligerante— que Fornet utiliza para
hablar con sus nietos.
Sorprende su extrema reticencia hacia los
términos de la teoría contemporánea —hace pucheros frente al concepto de
“capital simbólico” de Pierre Bourdieu; no se traga el arte neomedial—, pero
eso no le impidió crear aquel horrible concepto de “cinelitura”. Se cuenta que
la primera vez que Fornet usó el término en la EICTV los estudiantes lo miraron
como si acabaran de verlo comerse un gato vivo.
Sorprende además el imperativo de taller
literario para narrar la nación. Al parecer, el discurso crítico nacional y el
programa Palmas y cañas tienen más cosas en común de las
aconsejables.
Ambrosio Fornet, que tuvo tanto juicio en su
momento para ocuparse de nuestra literatura de campaña; cuyas investigaciones
sobre el libro en Cuba no han podido ser superadas; cuyas pesquisas sobre la
literatura cubana de la diáspora abrieron caminos a dentelladas, ahora está tan
desacertado como un meteorólogo nacional.
Tal vez Fornet debería leerse a sí mismo
cuando tenía solo 32 años y le contestaba a José Antonio Portuondo: “creo, como
Eliot, que cada generación necesita sus propios críticos, sus propios
traductores, su propio público; para interpretar ciertos fenómenos —como para
hacer el amor o pilotear un Mig— tener más de cincuenta años es un serio
inconveniente”.
Pero no se entusiasmen demasiado, vean como
sigue: “lamento que esta generación no pueda contar con los viejos críticos,
aunque solo sea para polemizar en firme con ellos. Porque con críticos
extranjeros como [Seymour] Menton no vale la pena […] ¡Y si además de ser malos
críticos son gusanos!…”.
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