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Monday, May 21, 2018

Waldo Pérez Cino vs. Duanel Díaz

Siendo serios: el único discurso donde la literatura tiene o no validez según la década y la oportunidad histórica es o bien el del poder, un discurso ideológico para sustentar el poder, o bien el de la oposición militante al poder –y en ambos casos, conste, en ejercicio vulgar del poder o de la militancia opositora. Para DD, en cambio, lo que digo tendría sólo sentido dicho en 1993, como si los años noventa [sic] no existieran. Me pierdo un poco con la adscripción del 93 a algo que no sean los noventa, pero en fin, el mar, pasémoslo por alto que eso es prescindible –del mismo modo que lo es frase como aquella del piano y el tapiz: “no en tanto sigue desconociendo esa otra parte de la tradición cubana ajena a las familias que nunca tuvieron un piano o un tapiz viejo”, ¿la tradición de ellas, o la ajena? ¿Será acaso toda esta polémica malentendido sintáctico, secuela de que DD parece decir una cosa y quiere decir otra? No lo creo. Lo que cuenta es esa temporalidad o pertinencia histórica, esa cañona epocal y subsidiaria a la literatura: ¿a quién que haya vivido en Cuba no le suenan cosas como No es el momento de decirlo, o Eso estaría bien en otro momento pero no ahora, etcétera? Y no porque se trate de “sacralización” de la literatura, o de torremarfilismo o cosa similar: precisamente en la medida en que la escritura es profana (y lo es y con mucho la de LGV), su “sacralización” prestada estaría, precisamente, en esa cuota de oportunidad impuesta por la crítica desde un rasero ideológico. Lo único que puede “sacralizar” a lo literario es, curiosamente, su uso ideológico (y no su “uso” común, que sería la interpretación, la lectura por la lectura, incluso su lectura más superficial o anecdótica): es sólo desde ahí, desde ese uso o pertinencia u oportunidad ideológica, que se puede computar su validez en décadas, o incluso en años o meses (ahora, después de Girón, tal cosa que antes sí pero ya no; o ahora sí, que vino el deshielo, o ya no, que etcétera).
   DD, en cambio, ubica en ese 93 anterior a los noventa la pertinencia de una lectura que atienda a “la autonomía de la literatura frente a comisarios que nos tachan de formalistas y existencialistas”. Entonces, eso valía la pena: nos defendía de los comisarios. Ahora, ya no: ahora no es pertinente. Dicho de otro modo: se lee según cuándo. Tanto es así, que no se le ocurre nada mejor que equiparar lo que digo a lo que dice, siguiendo esa lógica de adaptación a la situación (siguiéndola DD, digo), Padura. Creo que no hay que hacer un esfuerzo mayúsculo para darse cuenta que Padura habla ahí del contexto cubano y de la política cultural cubana y de cierto acomodo gremial, y que yo estoy hablando de modos de leer, y de modos de imponer una lectura o deslegitimar otras, y sobre todo, de dinámicas de inclusión y exclusión desde criterios externos a lo literario. De hecho, si no fuera así, confío en que DD no se habría sentido –por una vez con razón– aludido. Pero a lo que iba: según esa pertinencia situacional del cuándo, no habría una verdad del texto, un sentido que resida en él o que el texto articule, ni tampoco de la crítica –de la interpretación o de los modos de ejercerla–, sino que contaría sólo la oportunidad táctica, en sentido casi bélico, de lo que se pueda hacer con él, o con tal o más cual lectura (que “servirá” como escudo anticomisario, o como arma arrojadiza contra la versión del origenismo de Vitier, si en el 93, pero en cambio ahora ya no: ahora mejor volvamos a leer “en situación”). En fin: lo único que viene a decir eso es que no importa cómo se lea, ni cómo se ejerza la crítica, y ni siquiera cómo sean los textos; lo que importa es, como decía DD en su texto de Hypermedia Magazine con metáfora que habla hasta por los codos, que un libro sea munición: “en tiempos de guerra, ya se sabe, no es bueno querellarse o disentir de los aliados”. Que su lectura se avenga con lo que demanda “la situación”, eso lo que importa, y avisados quedamos que cambia década a década, ¡incluso del 93 con respecto a los noventa!
   Creo que estaba ya dicho en algún comentario mío pero será bueno repetirlo: no tengo nada en contra de lecturas que, a partir de un texto, lo ubiquen sociológicamente, o que recurran a él para hacer historia intelectual, o incluso política. No sólo son del todo legítimas, sino que pueden también enriquecer otras perspectivas. Pueden ser lúcidas o pueden ser pobres, pero eso no depende de su condición sino del talento de quien las haga. Ahora bien, lo que me parece en cualquier caso contraproducente es pretender –y fue eso lo que se percibía en el texto de DD– que esa (o cualquier otra) lectura sea la única legítima, que deba leerse de tal modo y no de otros, que la relevancia o el peso de un autor o de sus críticos se mida en libras de oportunidad o pertinencia de munición. Y lo que me parece lamentable, sobre todo, es que ese tipo de imposición ideológica, que durante décadas ha lastrado a la literatura y la crítica cubanas, se reivindique ahora, con signo contrario, en virtud de la pertinencia de la munición, o de la situación, o de lo que sea. Una de dos: o eso se hace a ciegas, inercialmente, discurso asimilado que se reproduce –todo hay que decirlo: buena parte de la crítica cubana sigue leyendo todavía así, incluso a su pesar– o se hace a sabiendas, en plan prescriptivo, en plan comisario. Y no sé cuál de las dos cosas sea peor. O bueno, sí: sabemos –también por contexto y situación, como cuando se menciona la soga en casa del ahorcado– cuál la peor.

(Pertinencia de la munición en casa del ahorcado. Rialta magazine, diciembre 2017)

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