Pero la dictadura me tenía
preparada una despedida especial, sin las patadas en la puerta, el altoparlante
largando injurias, las pedradas en las persianas ni la comparsa barriotera del
“acto de repudio” clásico, lo cual es de agradecer. El domingo 23 de febrero
del 92, el día anterior al de mi partida, en el suplemento de cultura de Juventud Rebelde (periódico de la Unión
de Jóvenes Comunistas), apareció un artículo titulado “Puente de plata”, que
cubría más de una página del suplemento. Junto a alabanzas como “un buen poeta,
un hombre de innegable talento, que contaba con prestigio y reconocimiento
intelectual”, “para admitirlo en su seno, la Academia Cubana de la Lengua debe
haber tenido en cuenta sus buenos versos, que sin duda son la mayoría”, etcétera,
con las que se busca impresionar bien al lector para que no dude en acoger como
cierta, justa y equilibrada la aviesa imagen que de mi vida y milagros le
ofrece, el articulista, Waldo Leyva Portal, se burla con acierto —con una sorna
que sin duda parte de sus propios e inconfesados desengaños— de mis juveniles
ardores comunistas. Donde se muestra chapucero es en las mentiras que se atreve
a decir, confiado en la impunidad que supone el absoluto control que ejerce
sobre la prensa la dictadura que le ordenó infamarme. Antes de ese artículo no
pensé jamás que mi obra fuera tan meticulosamente leída ni que sería objeto
alguna vez de un elogio tan alto. Después de la devoción de un lector, el odio
de una dictadura es el mejor premio a que pueda aspirar un poeta.
(Sólo un leve rasguño en la solapa. Logroño, 2002)
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