¿Acaso demostró alguna vez, de
veras, lo que dice de mí? Tengo cosas más importantes que hacer comparadas con
esa bisutería efectista llamada A. J. Ponte, y, además, no quiero que él
alimente su fuego con estas candelitas de andar por casa. Que se ponga a escribir
de verdad, si es un escritor. Y solavaya: el día que yo escriba como él, me
cuelgo de un árbol.
(…)
Al final uno cuenta sólo con
aquellas personas que confían en uno y que son esas mismas en las que, a su
vez, uno confía. No respondí la extraña carta (parecía escrita como para que
también la leyeran otras personas, ¿como si se tratara de una pieza significativa
dentro de esa trayectoria que él estaba fabricando para ponérsela como un
disfraz?) que Ponte dejó encima de mi escritorio porque no merecía el esfuerzo.
Y no respondí su ataque público porque no hizo falta. No había pasado ni media
hora del suceso y ya recibía yo muestras de confusión y perplejidad y hasta de
indignación por parte de escritores que se hacían una pregunta: ¿de dónde saca
Ponte todo eso? Los días pasaron y mi compromiso contra la censura se acentuó
(porque los intentos de censurar continuaron). Me da risa eso de que me llame
comisario político, ¿quién se cree semejante tontería? Y no he elogiado la obra
de Ponte (qué presunción más absurda), sólo indiqué que su intervención aquel
día sobre Orígenes (una mera intervención), en el homenaje a la revista por sus
50 años, me parecía positiva… La capacidad de Ponte para desvirtuar hechos,
mentir y disfrazar la realidad y armar conclusiones inverosímiles es,
ciertamente, enorme. En esta serie de trabajos míos que, bajo el título “Oleaje
de la memoria”, publica Hypermediamagazine, jamás me he disculpado. ¿Por qué?
Porque no tengo que hacerlo. Hay que estar loco, o ser un murmurador siempre en
escena (y sin salirse de su papel) para decir que censuré la novela de Atilio
Caballero (y algunas otras, como sugiere Ponte), y que fui o soy aún un
comisario político.
(…)
Las acusaciones de Ponte son
tan insensatas y ridículas (llegan a ese extremo) que, la verdad, no vale la
pena. Su grisura sí que espanta. Cada quién sabe de sus imposturas y Ponte es
muy consciente de toda su tramoya y sus ardorosos hanky panky. Es un mal actor.
Siempre supo que yo no era el censor. Siempre supo quién había arremetido
contra la novela de Atilio Caballero. Pero necesitaba (y necesita todavía) que
sea yo el blanco de su difamación. ¿Por qué se ha obstinado siempre en lo
mismo? Porque cambiar sus puntos de vista le resulta inconveniente. Calla unas
cosas y reafirma otras como si tal cosa. La oscuridad de su psiquis, si pudiera
expresarme así, se conjuga muy bien con la oscuridad de su presunta ética. Hace
20 años orquestó su “protesta” contra la censura de un modo tan mezquino que
siempre me dio pena. ¿Quería ser todo un personaje de la literatura, un
escritor empuñando una especie de Excalibur? Resultó, eso sí, poco menos que un
saltimbanqui. Pero ya sabemos que su espuria notoriedad se origina no en sus
libros, sino en cositas como estos textos de ir y venir. De modo que pondré
punto final. No quiero contribuir a encumbrar a ese actorcillo al que, ya me
doy cuenta, ha de faltarle un tornillo.
(…)
Ponte, 20 años después, no hace
más que constituirse en un penoso absurdo, un absurdo de escritor, un remedo de
escritor. Dice que ni yo ni mi obra son interesantes… ¿Y eso qué? ¿Su opinión?
Me tiene sin cuidado. Lo suyo es pelear, difamar e intentar imponer mentiras
como verdades para que su circo crezca y se oiga. A mí jamás me gustó el circo,
ni cuando era niño. Lo mío es hacer lo que me toca como escritor. Tengo pruebas
de que lo que he hecho, lo he hecho bien, y en ocasiones muy bien, y no
necesito decir por qué. En cambio, repito, 20 años más tarde Ponte continúa
armando su tramoya para ocultar ese vacío de fiereza artística que hay en su
obra, o el desinflamiento que ella padece. Yo, en cambio, no experimento nada
de eso. Su inseguridad es vocinglera. Y no hay que hacerle el menor caso a
alguien que sobrevive, como escritor, de manera tan penosa.
(Comentarios publicado en la
red, agosto 2017)
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