He releído a Casal y lo sigo sintiendo como un poeta que perteneciera al siglo en que le tocó vivir, con su pequeño mundo, con sus problemas personales, con su melancolía de buena ley y la gigantesca sombra de Baudelaire. Todo ello dio como resultado una poesía perdurable, que siempre leeremos sin fastidio y sin que nos vengan ganas de tirar el libro. Pero junto a eso, también la sentimos desligada del mundo en que nos ha tocado vivir, y algo más importante: no vemos, aparte de su valor estético, qué ayuda podría depararnos. Y es que a medida que nos vamos alejando de la vieja concepción burguesa del mundo (¡y cómo nos alejamos, y cuán velozmente!) no ya Casal sino hasta el mismo Baudelaire nos resultan inoperantes. En cambio, Martí, poeta de ocasión, en un sentido, menos poeta que Casal, nos resulta cercano, a tono con nuestra circunstancia; como, si un poco, sintiéramos que nosotros mismos hubiéramos firmado sus poemas. Acaso esto se deba a que la materia prima en Martí es lo revolucionario, presente siempre en cualquier manifestación de su intelecto. Casal se limitaba a llorar sobre las ruinas de un mundo ido para siempre; no son sus poemas otra cosa; por el contrario, Martí gritaba, exigía, se rebelaba.
Y nuestro mundo de hoy se compone de eso: de gritos, rebeldías, exigencias y más que todo: de confianza. ¿Será pues gran profanación preferir Martí a Casal?
(¿Casal… o Martí? Lunes de Revolución, junio 1959)
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