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Thursday, August 18, 2016

José Prats Sariol vs. el Premio Nacional de Literatura

Una singular forma de entender la nacionalidad caracteriza al Premio Nacional de Literatura que anualmente, desde 1983, otorga el Ministerio de Cultura de la República de Cuba, no a sus nacionales sino a los escritores que viven en el país, con lo que esto implica en cautelas y precauciones.
   Tal requisito ejemplifica la manipulación política, el surgimiento del galardón como capital simbólico –y económico, mediante un estipendio mensual— a trasegar y cabildear desde el poder. Desde ese mismo poder que hace treinta años, cuando Nicolás Guillén lo inaugurara, lo sabía comodín para arreglar su juego: excitar rencillas y chismes, cebar egos, neutralizar disidencias…
(…)
   Antes de 1983 Guillén le sacaba el cuerpo a que lo nombraran Poeta Nacional, recordaba que Bonifacio Byrne y Agustín Acosta ya habían recibido el subdesarrollado —¿Quién es el "poeta nacional" de Francia o de Alemania?...— título honorífico. No lo quería, aunque sí quería —rodeado de guatacas camajanes— un reconocimiento que exaltara su primacía literaria, a partir de su condición de mulato, de sincretismo vivo y valioso, avalado por sus poemas, militancia comunista y Premio Stalin, rebautizado Lenin.
   Muertos Alejo Carpentier (1980), José Lezama Lima (1976) y Virgilio Piñera (1979), bajo la premisa de que los exiliados no eran cubanos, ¿quién mejor que Guillén para inaugurar el nuevo modo de manejar a los escritores?
   Así fue. Hasta hoy sigue igual.
   Porque quién sino un mentiroso —no hay mejor palabra— puede negar la evidencia que debiera avergonzar a muchos de los premiados. Una evidencia triste, patética… Hasta Lisandro Otero —para algunos un agente de la inteligencia cubana en México— tuvo que regresar para recibir el premio que deseaba, quizás puerilmente.
   En 1991 mueren Lydia Cabrera y Enrique Labrador Ruiz. Ese año lo recibió Ángel Augier. Sobran comentarios. ¿Se atrevería alguno de los premiados a negar la obra de Leví Marrero, cuando al morir en 1995 lo recibe Jesús Orta Ruiz "El Indio Naborí"? ¿O la de Gastón Baquero, cuando en 1997, año de su muerte, se lo otorgan a Carilda Oliver Labra? Eugenio Florit muere en 1999, pero mientras César López recibía el premio, no hubo una sola palabra en la prensa que recordara al poeta, traductor, crítico y profesor que enorgullece a los hispanos en los Estados Unidos…
   José Olivio Jiménez murió en 2003, Guillermo Cabrera Infante en 2005, José Juan Arrom en 2007… ¿Hace falta seguir con las engorrosas comparaciones? ¿Quién se atreve a ocultar la verdad, el tosco sectarismo que demuestra cuán enferma está la nación cubana?
   En París vive José Triana… ¿Podrían negar Abelardo Estorino y Antón Arrufat, ambos Premio Nacional de Literatura, que su obra como dramaturgo y poeta es indigna del galardón? En Miami vive Hilda Pereda… ¿Podría negar Nersys Felipe que la literatura infantil de la gran profesora merecería el premio que ella recibió el pasado año?
   Se rumora que a fines de 2013, cuando la comisión se reúna para evaluar las proposiciones —debidamente filtradas—, se le concederá el premio a un "miembro de la comunidad cubana en el exterior". A alguien —como algunos de los que pagan allá sus publicaciones— cuya neutralidad política, ejercida con todo derecho al vivir en países democráticos, evite problemas. Oí mencionar al poeta José Kozer, ya publicado por el Instituto Cubano del Libro.
   Se sabe que el pasado año este tema fue motivo de discusiones, y se sabe que la eliminación de la prohibición contribuirá  a la propaganda de que existe una transición pacífica, a la imagen de "apertura" que sostendrá en el poder a los herederos de los Castro. Otorgar el premio a algún escritor cubano residente fuera de la Isla tendría, además, limitada resonancia en los medios —según un cínico comentario del exministro de Cultura Abel Prieto al director de una revista.
   Está por ver. También está por ver quién lo acepta…
   Pero hay más. Se rumora que poco a poco se concederán homenajes a escritores "desplazados" —así se llama y nos llama Todorov—, como ya se le hizo a Gastón Baquero cuando —después de muerto— le editaron sus poemas.
   Hasta se habla de la publicación de las poesías completas de Heberto Padilla, sin consultar a los familiares que conservan los derechos de autor, aunque no señalan de cuántos ejemplares será la tirada. Lo mismo se dice de El mundo alucinante, de Reinaldo Arenas, y otros títulos de escritores muertos en el exilio, que, además, tienen textos explícitamente en contra de la dictadura.
   Un escritor residente en la Isla y de visita en el extranjero me habló —cabalgando en pleno delirio desiderativo— de la posibilidad de un regreso, bajo una amnistía —el hoy ansiado borrón y cuenta nueva— donde el único problema iba a ser el dinero para costear libros, revistas, concursos. Y luego se lamentó de que los "resistentes" dentro del caldero —algunos aspirantes al premio— serían relegados.
   Soplan aires de renovación… Para tranquilizar las buenas, las regulares y hasta las malas conciencias, como cualquier periodista podría preguntarle acerca de todo esto a algunos de los premiados más oficialistas, a Barnet, Retamar…
   Tal vez Leonardo Padura, en las palabras de agradecimiento que dentro de unos días pronunciará en la Feria del Libro de La Cabaña, se refiera a esta suave brisa de cambios en la suave patria. O tal vez no.
   Pero hay otro tal vez: se escucha las noches de luna pálida en el caserío de Casablanca, al pie de La Cabaña, entre el chillido de pasar la página o vender libros angolanos y novelas negras de Daniel Chavarría.
   Bajo la luna pálida se oye el lamento de los presos políticos, los gritos de los torturados, el "¡Viva Cuba Libre!" ante el pelotón del Tribunal Revolucionario… Se siente caer a Juan Clemente Zenea, cuando a pocos pasos del salón de premiación fue fusilado en 1871.

(El Premio ¿Nacional? De Literatura. Diario de Cuba, febrero 2013)

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