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Tuesday, September 22, 2015

Pedro Llanes vs. Jorge Angel Hernández Pérez

En su reciente trabajo de opinión «Entre la leña y el fuego: ¡a los problemas de fondo!» Jorge Ángel Hernández Pérez (HP) aprovecha sus retruécanos suasorios llenos de fraseo para palear el disenso  provocado por «De qué me quejo» de Jorge Luis Mederos, aparecido en Umbral 29. Después de unas cuantas parrafadas mal construidas arremete bruscamente contra la revista acusándola «de un problema de fondo […] cuya crisis parece importar poco». Una de las causas de «crisis» esgrimida se sustenta en la ceguera de las instituciones que «generan problemas vinculados con importantes escritores nuestros, a los que se coloca en desempeños para los cuales no se han mostrado afines». Hacia final de texto con el ademán de inquisidor de los antiguos legados para materia de fe invoca a «que podamos llevar el asunto a paralaje [la parallaxis del Almagesti de Ptolomeo, digo yo], a que también sintamos que, en tanto se trata de una publicación de nuestra cultura, nos corresponde parte de la responsabilidad, en el análisis y la solución de los problemas que la están rodeando». El hecho de que Umbral hubiese publicado a Mederos y que las inquietudes alrededor del tema salieran a la luz ya comenzaron a irritar al querido polemista, a quien le place por instinto echar el anzuelo en las aguas revueltas. Los enunciados de Jorge Ángel Hernández, in primis, son fáciles de responder porque no pertenecen al género de los discursos argumentativos a los que se refieren R.Rorty o Karl Otto Apel, sino a otros de carácter pragmático, propagandístico. De todas formas, como se insiste en llevarnos a «paralaje» no estaría de más, antes, alguna que otra palabra que aclare tanta majadería.
(…)
   Umbral trató de interpretar de manera diferente la cultura del centro y la versionó no de acuerdo con un casuismo que proviniera de conceptos de grupo, sino  a partir de la utilidad y el respeto a todos sus actores. Las publicaciones artísticas, incluidas las revistas, son factores de poder y esto no es ignorado por su exdirector. Quien las controla, controla también el poder cultural. HP desea con todas sus fuerzas hacerse al centro de ese protagonismo y de ahí el intríngulis de su contrapunteo nada disimulado conmigo y el oscuro sentido de sus cabildeos y estratagemas mediáticas que a nadie pueden engañar. Publiqué «De qué me quejo» de Jorge Luis Mederos a pesar de sus desvaríos; me parecía sincero, diferente, como los textos erráticos pero apasionados de los anarquistas que desempolvan (G. Deleuze, Felix Guattari) la función de la regla porque esta «…es un rotulador de poder antes de ser un rotulador sintáctico». En el número 437 de la Gaceta del Fondo de la Cultura Económica del pasado año, dedicada a los grandes anarquistas y que HP tal vez quisiera conocer, Armando González Torres afirma que «debido a un añejo estereotipo, el anarquismo suele tener mala reputación y se considera una doctrina exaltada y disolvente capaz de inspirar los peores excesos», coincidente con Tomás Granados quien define la anarquía como «una palabra que no encuentra acomodo en el limbo de la indiferencia».
   Ese trabajo (el de Mederos) hubiera podido generar pensamientos alrededor de cierta topicidad, pero a estas alturas ya no espero nada saludable en medio de tanto oscurantismo y tanto oportunismo. El odio no puede ser nunca un argumento ni nos podemos bañar dos veces en el agua de Heráclito. Tengo pocos amigos, por supuesto, sin compromiso de defenderme y no acostumbro a mezclar a las instituciones en mis asuntos. No estoy dispuesto a que me cerquen por razones de poder ni a convertirme en comidilla de la manipulación. «El que es más hábil que tú con la lengua —dice Martínez Furé citando el proverbio peul— te comprará por un perro si quiere». Si en última instancia me viera obligado a retractarme a causa de Mederos, antes reconvendría a Jorge Ángel Pérez por aquella polémica  con Agustín de Rojas, para la que no di mi consentimiento, redundante y vacía de sentido, que él a la cabeza de Umbral, entonces aprobó en un consenso amañado. Una mentira dicha cien veces podría parecerse a una verdad debido a factores de constatación ajenos a la vida de las instituciones. La campaña de descrédito que implicaba mi gestión y mi persona necesitaba al menos que se respondiera. No sin cierta ironía muchos se preocupan por los desvelos neorretóricos del señor sabelotodo, quien a despecho de la advertencia de Jürgen Habermas de que la semiótica ha muerto insiste en el viejo pasatiempo. De los métodos de Hipias al abstruso pensamiento de Lotman va mucho trecho, aunque esto no implique ya a HP, quizás porque no sea lo mismo charlatanería que sofística o semiótica.

(El odio como argumento. Circulado por e-mail, 2008)

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