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Tuesday, September 15, 2015

Antonio José Ponte sobre “El vuelo del gato”, de Abel Prieto

Tan curiosa relación de lo cubano con la culpa permite a Prieto hacernos creer, por ejemplo, que en los años sesenta los hippies habaneros decidieron por propia voluntad engrosar las fuerzas de trabajo agrícolas. La historia, en cambio, es muy distinta: fueron obligados a ello, castigados. Relación de mestizajes, esta novela no se ocupa del más terrible de los gatos voladores: la Revolución cubana, engendro de la cópula entre el caudillismo latinoamericano y el marxismo soviético. O de otro gato: la vida económica cubana, esfuerzos de apareamiento entre socialismo y capitalismo. Sin embargo, no es del todo idílica: hay recuento de las cazas de brujas en las universidades cubanas y, si el diálogo entre razas es problema central en la sociedad cubana de hoy, se ocupa de tal centro. (En caso contrario, se alzaría como la última de las novelas cubanas antiesclavistas del siglo XIX.)
   El grupo de amigos universitarios de Paradiso, la novela de José Lezama Lima, entabla discusiones acerca del destino de los homosexuales a la hora del Juicio Final. Los amigos universitarios de El vuelo del gato discuten acerca de quién es mejor músico, si Lennon o McCartney. Abel Prieto, que intenta homenajear a Lezama, puede llegar a banalizarlo.
   Pero donde acierta su homenaje a Lezama Lima es en las historias de familia y de amistad entre ambos protagonistas. Algo de la grandeza lezamiana al tratar de entrecruzamientos genealógicos está en lo que Prieto ha escrito. Y la unión de una entonación de cuento de barrio con reflexiones de alta costura, conjunción tan extraña como la de un gato y una marta, hacen su mayor logro. Logro que flaquea hacia el final del libro cuando las reflexiones, disueltas hasta entonces en peripecias, adoptan forma de capítulos-conferencias. Aparecidas al paso de la novela como comentarios del narrador, éstas habrían sido mejor acogidas. El modelo lezamiano (lo que formula uno de los personajes de Oppiano Licario acerca del comer y los sueños y el acto sexual, o la comparación entre la papaya y la piña en otro de los textos lezamianos) tienen en Prieto continuador muy débil.
   Quien se haya hecho la misma pregunta que Kipling encontrará en esta novela respuesta un tanto abundante. Aquel lector que la encuentre demasiado sentimental sabrá disculparla gracias a varios momentos excelentes (un retrato del ajedrecista Ben Larsen, reflexiones sobre el espiritismo, la suerte de un viejo gallo de pelea…)
   Los escritores suelen realizar extraños oficios además de su escritura, en cada escritor es dable encontrar a un gato volador: Abel Prieto es, en La Habana, ministro de Cultura.

(Una novela juvenil, sentimental. ABC Cultural, noviembre de 2000)

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