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Wednesday, August 5, 2015

Elvia Rosa Castro vs. “Espejo de paciencia”, de Silvestre de Balboa

Se dice que las octavas reales en que fue escrito Espejo de paciencia no son gran cosa literaria.La doctora María Dolores Ortiz afirmó en el programa televisivo Escriba y Lea que se trata de «versos simpáticos». Y Jorge Mañach habló en términos de «balbuceo poético». El mérito radica, según los estudiosos del tema, en ser el primer poema épico escrito en Cuba y este dato es suficiente. Y en verdad, si es cierto que fuese el primero, es bastante. Fechado el 30 de julio de 1608 en la Villa de Puerto Príncipe y escrito por Silvestre de Balboa Troya y Quesada, natural de Gran Canaria, la obra en cuestión narra el rescate del obispo don fray Juan de las Cabezas Altamirano, secuestrado por el pirata Gilberto Girón.
   Que el primer poema épico criollo o cubano o insular lleve por título Espejo de paciencia genera suspicacia; y aunque la descripción del entorno linda los bordes de una pintura paradisíaca, no deja de asirme y mostrarme aquella triste tierra. ¿No será que tanto la tristeza como la paciencia estén apuntando a la inacción, a la pasividad o al vicio? ¿Quién puede sentir orgullo de un poema que se intitule Espejo de paciencia por muy excelente que fuera su factura o por muy fundacional que este fuera?
   ¿Estaría avizorando un extranjero a comienzos del siglo XVII lo que sería nuestro ethos y también pathos, como ya el otro lo había hecho en 1547? Hubo acción sí, pero no estamos precisamente delante de un cantar de gesta, aunque esa era la intención del autor y también del Obispo. Al final, recordamos más a Roldan y a Segismundo que a Gregorio Ramos; y si volvemos a Espejo… se debe al mérito, puesto en solfa por algunos estudios, de haber sido nuestra primera obra literaria. Que olvidamos como cualquiera olvida el horóscopo que lo contraríe o una caracterización que no se avenga al ideal. Lo olvidamos porque en lugar de corpulencia vemos paciencia. Y eso avergüenza.
   Para muchos es lugar común que Espejo de paciencia no constituye nuestra primera obra literaria sino un largo poema titulado Florida, escrito por el fray español Alonso de Escobedo. De igual manera, se afirma que Espejo de paciencia «fue una invención de los poetas del entorno de Heredia, Domingo del Monte o José Antonio Echeverría», cuyo árbol genealógico pasaba por Silvestre de Balboa. Aquí nos encontramos con un doble mentís: que existe un poema antes que el susodicho Espejo… y que este es un apócrifo, ¡ja! Esto equivale a decir que la Historia de la Literatura Cubana se ha escrito y enseñado sobre la base de una grandísima mentira por partida doble: temporal y autoral.Este dato, lejos de alejarme de mi tesis, viene a subrayarla como nunca antes. E incluso, podemos inferir otra cuestión: que la generación de estos ilustres poetas del XIX pensaba en términos de paciencia o, al menos, la aplaudía. O, casualidad, en el momento del parto del largo poema estaban leyendo nada más y nada menos que a Aristófanes en aquel fragmento de Las fiestas de Ceres y Proserpina donde Agatón le responde a Eurípides: «—No esperes, por tanto, que yo me exponga en tu lugar: sería una locura. Sufre, como es natural, tu propio infortunio. Las desgracias no deben sobrellevarse con astucia, sino con paciencia».
   Veamos los móviles del autor del conocido Espejo…: «Moviome —escribió Silvestre de Balboa— a escribir la prisión de este santo Obispo la paciencia con que la sufrió; y por eso le puse el título que tiene, obligado de su ejemplar vida, buenas prendas y clarísima sangre». O: «De este prelado ilustre la paciencia/ Con que pasó tan áspero suplicio,/ La humildad, sufrimientos y obediencia./ Con que se daba a Dios en sacrificio, […]».
   ¡La paciencia, la paciencia! Resulta que, más que una virtud, se convierte en cinismo creyente en la causalidad. Entonces, ¿para qué actuar? No ofendiera tanto si tal actitud no pasara más allá de la decisión individual, de un prelado por demás. Pero sucede que ese atributo de falsa sabiduría en muchos casos se ha convertido en comportamiento arquetípico del cubano: cierta mansedumbre taimada, resignación que no parece ofenderse. Horchata en las venas en lugar de sangre caliente (esto último, otro cliché). Una aptitud para sobrevivir sin demasiados estorbos en cualquier situación. «Nuestro sol brilla implacable, el cubano es ruidoso y alegre, pero un fondo de indiferencia, de intrascendencia, de nada vital, se va apoderando de su vida».
   Para acabar de rematar y redondear lo que he dicho, hallo que Espejo de paciencia es un apócrifo, que todo cuanto narra es una invención, pues ni Gilberto Girón era pirata, sino bucanero; ni el Obispo era tan santo: traficaba como el más castizo bayamés, al igual que el isleño Silvestre de Balboa. Retornamos al punto de partida de este ensayo: el disfraz y la mentira en la mismísima base de nuestra formación ideológico-cultural. La representación de la representación. El encubrimiento y el camuflaje como genes ordenadores, proyectistas de lo cubano. (…)
   Nuestra pieza fundacional no lo es por haber sido la primera, ni por haber enseñado un «retrato», más que de época, natural (frutas, vegetación…), sino por haber mostrado, a partir de un comportamiento tal vez intrascendente, dos de los rasgos más notables del cubano: la inercia de la que hizo gala el santo Obispo se repetirá de generación en generación hasta los días de hoy. La otra cualidad es el camuflaje o disfraz.

(Aterrizaje. Después de la crítica de la razón cínica. Ediciones Luminaria, 2012)

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