La filosofía de Varona, tan nítida, tan ordenada y categórica, carece, por lo mismo, de trasfondo. Es toda luz y llanura como el paisaje camagüeyano. Todo se halla en primer término y en el mismo plano, ceñido por un horizonte evolucionista que no es sino la promesa indefinida de idéntico paisaje. Comprometida por su teoría relacional del conocimiento, esa filosofía metódica no se entrega jamás a la intuición, ni entiende los valores sino como transicionales ajustes. Sobre ese mediodía no brillan nunca las estrellas. Carece, por todo ello, de misterio, de poesía.
(Para una filosofía de la vida, Editorial Trópico, Madrid 1998)
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