Pero ¿basta dar un curso de moral para ser un gran poeta? No por cierto. Y preciso es confesarlo: Milanés careció de la fuerza, vigor y brillantez en la expresión que requiere la pintura de los vicios que se propone hacer el censor de las costumbres. Es indudable que el realismo literario que tiende á reproducir “los horrores del mundo moral”, como decía Heredia, tiene dificultades esenciales que no superan sino plumas diestras; todo lo que falta al vicio de belleza intrínseca hay que suplirlo con el encanto de la frase; y para desgracia del poeta, en este género, algo más difícil que la poesía erótica ó descriptiva, no se encuentra á mano el vocabulario casi familiar, tan abundante y rico de galas y de adornos, con que nos proternamos delirantes de cariño ante la amada, ó llenos de admiración y gratitud ante el creador de los campos, las flores, las brisas y los mares.
Y tras de carecer de la frase acerada y vibrante del satírico, impregnada de indignación, sarcasmo ó amargura, y tras de ser incorrecto y desaliñado en los detalles, adoleció Milanés de la falta de condensación que Macaulay tachaba á la escuela de Petrarca, de la cual dijo que no renumeraba la fatiga de la lectura de sus versos, sino con alguna frase cadenciosa. Nótese con qué poca fortuna ha escrito sus sonetos. Y es que el soneto pide, más que otra forma cualquiera de la métrica, esa condensación del pensamiento que el gran crítico inglés echaba de menos en los petrarquistas; es que el soneto no se alimenta de ideas sueltas traídas al azar, por mero capricho de la mente ó por exigencia de los consonantes, y será locura querer reducir á sus estrechos moldes la primera inspiración que nos asalta, si no hemos resuelto con feliz estrella el problema previo de su unidad indispensable y encontrando afortunadamente el broche de oro que ha de cerrar su último terceto.
(Estudio sobre el movimiento científico y literario de Cuba, La Habana, 1890)
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