Más allá de todos los detalles puntuales —que hasta donde sé nadie se ha tomado el trabajo de confrontar, mientras, en cambio, comúnmente se celebra esta traducción como “obra maestra”— la evidencia del contraste es que Lezama no sabía suficiente francés e imaginó a Perse al mismo tiempo que lo traducía. En el fervor creado por un diluvio poético, creyó descifrar las imágenes más allá de los significados.
Este recurso es particularmente equívoco a la hora de leer a Perse, un poeta de la precisión, con un extensísimo vocabulario, pródigo en sustantivos bien escogidos para bautizar una cosmogonía. Tengo la impresión de que bajo el aguacero poético de Perse, Lezama avanza al buen tuntún, intuyendo una grandeza que su propio oficio no alcanza y resumiéndola para los inexpertos como “configuraciones del azar concurrente”.
(Releyendo a Saint-John Perse a propósito de una (mala) traducción de Lezama. Blog Penúltimos Días, abril 2009)
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