Llegamos, entonces, al volumen de ensayos: un caso especial. Pues para Rafael Rojas no valen los reproches anteriores. Por su sagacidad como crítico de la cultura cubana, Rojas era la persona más indicada para hacer esta recopilación. Por razones que escapan a la comprensión de este reseñista, ha terminado firmando, junto al oficialísimo Rafael Hernández, un engendro cuestionable. Al intuir que algo huele mal en este asunto, el prólogo intenta descargarse, sin mucho éxito, de obligaciones canónicas y nos dice que estamos ante un simple "muestrario", más "poliédrico" que las otras dos antologías del ensayo en Cuba. Bajo el disfraz vergonzante de este esbozo canónico, persisten profundas dudas sobre los criterios de la selección. En primer lugar, lo que se entiende por ensayo, qué territorios abarca ese género en un país como Cuba, donde Montaigne se ve obligado a competir con el yo colectivo y las preocupaciones fundacionales. ¿Qué ha pasado con la experiencia introspectiva que define al género? La respuesta, de nuevo política, no aparece por ninguna parte. A cambio, se nos advierte que "no basta con saber escribir y entregar una reflexión personal". Y que "no todos los buenos narradores, poetas, filósofos, críticos artísticos o literarios, son capaces, más allá de su buena pluma o sus atinadas observaciones puntuales sobre una determinada obra, de conseguir originalidad y profundidad de ideas, o trascender más allá [sic] de un cuerpo doctrinal establecido". Zumbarán esas palabras en los oídos de quien esperaba una antología literaria. Y más cuando, tras lamentar las ausencias de Lamar Schweyer, Llés, Figueras, Piñera o Casey, hay que tragarse a Marinello, Portuondo o Mirta Aguirre.
Se echa en falta que esta antología no haya copiado, por ejemplo, el modelo de The Best American Essays of the Century, donde Joyce Carol Oates repasa, año por año, un gran cúmulo de publicaciones y escoge sin descuidar la médula del género: la experiencia personal desplazada al terreno de una tradición (no necesariamente nacionalista) o a un campo de ideas (no necesariamente actuales). Comenzar con el elogio del "centauro de los géneros" para después entregarnos la suma de un percherón añoso con el pegaso Lezama parece más un travelling académico que una revisión intelectual. Tal vez este libro cumpla con "dar cuenta de la riqueza del proceso de las ideas en el campo de la cultura durante los últimos cien años". Pero es más discutible que muestre la espiral de nuestra ensayística, un proceso literario donde no vale considerar al periodismo campo de "lo episódico o lo efímero".
Resalta, una vez más, el ninguneo de la última generación. De Rafael Hernández podía esperarse lo peor. Pero, ¿por qué Rojas se prestó para esta exclusión de sus cofrades, a quienes otras veces ha reconocido como intelectuales imprescindibles, o al menos originales? El caso, por ejemplo, de Iván de la Nuez. A pesar de mis distancias ideológicas con su obra, ésta tiene la indiscutible virtud de colocar la primera persona en el centro de la escritura y devolverle al ensayo cubano un territorio colonizado por el nacionalismo ramplón. Otra ausencia escandalosa: la de Antonio José Ponte, cuyo último libro de ensayos vale por todos los que ha publicado (y publicará) un crítico tan gris como Ambrosio Fornet. Incluso Fowler, a quien no se podrá acusar de tendencioso, denuncia lo que hay tras estas listas: "Es un error demasiado de bulto (y, en este caso, de una lastimosa trascendencia política) como para no suponer que se trata de una exclusión voluntaria y planificada. [...] Queda la sensación de que sólo el hecho de no ser textos 'correctos' justifica la elección."
Como resultado de tantas ausencias y ambigüedades, la última parte de esta antología resulta una suma de despropósitos. ¿Quién ha escrito mejores ensayos literarios, Antón Arrufat o Luisa Campuzano? ¿Son canónicas las "miradas de género"? ¿Puede compensarse la ausencia de un texto como "Hacia una comprensión total del XIX" de Calvert Casey con la lectura marxistoide de Jorge Ibarra? Si en los predios de la crítica de arte se incluye a Mosquera, ¿por qué no figura Osvaldo Sánchez? ¿Dónde están los ensayos de Emma Álvarez Tabío, Emilio Ichikawa, Pedro Marqués de Armas, Rolando Sánchez Mejías y el propio Rafael Rojas?
Alguien debería contestar estas preguntas, aunque sólo fuera para devolvernos la más elemental de las cronologías: un siglo que prescinda de límites políticos y no se abarate en lamentables amagos de teoría literaria.
(Un escándalo canónico, Letras Libres, marzo 2003)
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