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Thursday, October 31, 2013

Enrique Piñeyro vs. la Avellaneda

Había llegado a la Habana, no simplemente como cubana deseosa de visitar la patria mucho antes abandonada, ni tampoco a título único de gloriosa poetisa, sino como esposa del coronel don Domingo Verdugo, uno de los militares del séquito del general don Francisco Serrano, nuevo gobernador, superior de la isla; y Verdugo llegaba de antemano designado para algún cargo militar, para ser, como en efecto sucedió, uno de los pequeños sátrapas que ponían a la cabeza de las circunscripciones militares en que estaba dividido el país con objeto de sujetarlo mejor. Esta particularidad esencial entonces, en aquella tierra pésimamente gobernada, mantuvo alejados de la poetisa y su marido a muchos, principalmente entre los jóvenes aficionados a las letras, que no habían querido tomar parte activa en la proyectada apoteosis, aunque se abstenían de oponerse abiertamente a ella. Yo fui de ese número, y bien recuerdo que algunas de las veces en que vi a la Avellaneda pasar sentada en el “quitrín” abierto a la usanza del país, y al lado de su marido, sentía acudir a mi mente aquellos versos del Rimoroso de Berchet: “È la donna d’un nostro tiranno,/ È la sposa dell'uomo stranier”.

(Citado por Carlos Ripoll en su Web)

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